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  • País: Chile
 
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Oso viejo
Autor: juan carlos reyes cruz  225 Lecturas
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Ángeles.
Autor: juan carlos reyes cruz  215 Lecturas
Últimamente, en mis íntimos instantes, me ha rondado el fantasma de la muerte, pero no precisamente me atemoriza que el filo de su guadaña me roce o desgarre la piel de las piernas y que yo, desesperado,   le esté huyendo.   Después de todo, por mí, ella y yo juntos, podemos irnos a la mierda.   Sin embargo, obsesivamente se ha instalado en mi consciencia la inevitable cercanía de su presencia…   Razón por lo cuál ya no es cómodo desconocer día y momento de mi muerte pues seguro estoy   que saberlo me daría una paz diferente. .
Mi muerte.
Autor: juan carlos reyes cruz  319 Lecturas
Ingrata sería si me quejara… No acumulo tanto dinero; el bien raíz que poseo solo es un techo sobre cuatro paredes que  cobijan – eso sí -- un hogar muy bien merecido. Quizás, también, deba declarar de mi patrimonio ciertos gustos que me he permitido con el fruto de  años de trabajo y de la cuidada gestión hecha para planificar gran parte mi vida: Manejo un buen automóvil, alhajo el hogar con detalles refinados, visto con elegancia y a mi paladar jamás le he negado sus curiosos caprichos. No obstante, nada de todos estos bienes que me han nutrido serían efectivos de no ser porque a mi lado he tenido incondicionalmente un puntal que es el centro de todos mis sueños: Mi hijo y mi marido. Los amo como a mi vida.
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ÉXITO.
Autor: juan carlos reyes cruz  314 Lecturas
Dagas con hojas de acero indolente y de filos mortales, empuñaba la otoñal brisa aquella, en esa soleada mañana de Junio, cuando en medio de circunstancias injustificadas y triviales, tomó el viejo la escoba para comenzar a barrer y amontonar las hojas secas esparcidas en el vasto prado extendido en frente de su humilde hogar. Mas, a tan solo unos pocos segundos de haber iniciado su faena, la fría brisa arreció, penetrando con su ostentado hielo en lo más profundo del umbral de su alma, congelando sin piedad su corazón ya debilitado por tanto tiempo. Como una más de todas aquellas hojas secas acumuladas en ese desamparado jardín, su frágil cuerpo se fue desplomando lentamente hasta caer sobre el suelo. El Otoño ingrato, la fría brisa y los tantos años recorridos, silenciosamente le habían quitado la vida. En sus últimos días había pensado y temido profusamente que llegara ese acontecimiento; inclusive, se lo había imaginado. Sin embargo, para su mayor desgracia, al llegar éste, ni siquiera tuvo la certeza plena para conocer que aquel fue su momento.  
                                                      Principios y valores Es enormemente merecido el orgullo que nos embarga al haber construido nuestra consciencia con sólidos muros de piedra; sin embargo, también es justo y pertinente establecer en ellos una puerta abierta que permita el tránsito, en ambos sentidos, de la verdad. J.C.Reyes Cruz
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Amor y sexo
Autor: juan carlos reyes cruz  150 Lecturas
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Paria
Autor: juan carlos reyes cruz  74 Lecturas
Había sido una de aquellas noches de dormir inquieto en la que había despertado incómodo más veces de las acostumbradas. Molesto me había  revolcado una y otra vez en la cama intentando recobrar el sueño y en cada intento buscaba ver los números rojos del reloj digital esperando que pronto fuere la hora para levantarme. Cuando marcó las 7:00 tiré las piernas fuera de la cama y me alcé resuelto para ir hasta la cocina y prepararme un delicioso café acompañado por unas sabrosas  tostadas untadas con mantequilla. Me cubrí con mi bata de franela y me calcé las viejas pantuflas de cuero marrón que tanto me aliviaban de la incomodidad de mis pies. Ya aterrizado en la planta baja, percibí cómo una incipiente lluvia se dejaba caer suavemente, golpeteando con sus gotas en los cristales del ventanal.   Fue en ese mismo instante que sonó un toc toc en la puerta de entrada. Era demasiado temprano para haber esperado a alguien. Asomé la mirada por la ventana y, entre los hilos líquidos que se deslizaban sobre el vidrio, vi a una elegante mujer envuelta en un entallado sobretodo merengue que iluminaba su bella figura. Su mano enguantada quitó los cabellos desordenados que cubrían su mejilla y tuve, entonces, la oportunidad de notar la frescura y dulzor de su rostro. El impacto que me provocó su hermosura hizo que estirara rápidamente el brazo y abriera completamente la hoja de la puerta. Su sonrisa diluyó el gris de la mañana y un brillo platinado adornó su voz cuando me dice juguetonamente: --¡Surprise! Quedé atónito. Era imposible que aquello fuera realidad. Era tal como siempre la había imaginado; su aspecto, su personalidad, su gracia, su encanto… Una sola cosa de ella nunca había tenido el placer de conocer: Su verdadera voz. Porque todo es posible referir con palabras, pero reproducir sonidos, melodías y voces quedarán siempre solo a merced de una directa interpretación. Sin embargo, demás puedo decir que la voz de ella era cálida como su sonrisa. --¿Puedo pasar? --Por supuesto. Perdón. ¡Adelante! Me hice hacia un lado y de inmediato le señalé el sofá. --¿Quieres tomar asiento? Encendí las luces de la sala. --Disculpas por éste desorden y por mi facha*. Lo cierto es que no estaba preparado para recibir a alguien… Me disponía a tomar un café… ¿Me aceptarías uno para ti? --¡Si, me encantaría! Con un ágil movimiento se despojó del abrigo, quedando con su negro traje de fino corte que la puso como dueña de la situación. Con semejante arrojo terminó desbaratando mis defensas. La luz del entorno se hizo indefinida y me sentí flotando en ese denso y angustioso ambiente. La miraba una y otra vez, perplejo y sin tener una claridad para enfrentarla, con mil preguntas atropellándose en mi garganta. Los minutos que siguieron fueron una brisa impetuosa que, sin darme cuenta, no dejarn huellas claras. Al parecer fui y regresé repetidas veces hacia la cocina hasta que el agua hubo hervido y serví las dos tazas de café ofrecidas. Recuerdo, también,  haberle oído preguntar cómo había estado yo en los últimos días y, si acaso, no me habría topado con algunas complicaciones que alteraran mi quietud.  Mis respuestas fueron rápidas palabra solitarias y, repentinamente, estuve sentado enfrente suyo, con las tazas de café humeantes sobre la pequeña mesita central. Embobado y nervioso clavé mis ojos en los suyos, tranquilos, brillosos y hermosos --Te miro y no lo puedo creer, ni entender – le dije con una voz trémula. --¿Qué es lo que no entiendes..? Pregúntame. Sabes quién soy ¿Verdad? Y quieres saber qué hago aquí. No tuve el valor para responder, pero mi mente lo sabía. --La necesidad me ha traído a buscarte – dijo quedamente, ocupando el espacio de mi silencio. Prosiguió con un tono adolorido: —Me has abandonado con indolencia… Lanzaste mi vivir al basurero como la nada y tengo ahora mis anhelos en un limbo. Olvidaste con odiosa facilidad que fui la ninfa que llenó tus sueños, la que respondió a las inquietudes de género que se manifestaban en tu mente, la que allanó tantos vacíos. Recuerdo que mirabas mis facciones con tanto orgullo…En general sentías un enorme orgullo de mí…   --Eras solo un personaje que creé… --¿Tan solo un personaje..? ¡Qué triste! Me diste un rostro, una personalidad, una familia, un entorno… --Fueron solo fantasías… También tenía el derecho de concluir todo a mi libre antojo. --Sin embargo, dejaste que me involucrara con personas vivas. Opinaba; dejabas que planteara verdades y yo las defendía. --Eran mis verdades. --Dichas con mi nombre. Que tú inventaste, pero no te responsabilizabas… Acéptalo; me eliminaste cruelmente. --No tuve más alternativa porque te trasformaste en una telaraña que acabó por atraparme. --Entiendo. Entonces te trasformaste en un dios cuya creación fue solo para tu beneficio. --Como todo dios. --Yo no soy un dios, pero tendré el privilegio de vivir en tu conciencia y, de alguna manera, ello me otorgará un maravilloso poder sobre ti. -- ¿Qué me harás? --Seguirte eternamente donde quiera que estés. Con un movimiento fuera de lo normal desplazó toda su figura, apoyó una de sus rodillas sobre la alfombra, estiró su brazo encima de la mesita y tomó mi mano con la suya mostrando  un digno gesto de humildad. Apretó los dedos de la mano que me tenía tomada y me jaló con fuerza. -- Te llevaré por el inframundo de la locura, en donde la imaginación lo puede todo… Dices que todo fue una locura. ¡De acuerdo! Seamos locos y dichosos como entonces… Solo quiero que no me dejes nunca más ¡Por favor..! La luz de la sala se desvaneció y la figura de ella danzó en el aire en medio de mil haces luminosos irradiados desde su cuerpo, ahora vestida con un pequeño blusón de tul blanco y transparente que insinuaba nítidamente su armoniosa y dulce figura, notándose sus diminutos pezones color de miel, el coqueto lunar en su cadera y todo el mágico nácar de su piel. Sonreía como siempre, encantadora y en paz. ¡Crip, crip, crip..! Un extraño y persistente ruido interrumpió la calma reinante y noté en mi rededor una profunda obscuridad. Mi vista circuló con avidez por entremedio de los laberintos de la tiniebla buscando desorientado una forma o una razón y tras un lapso de angustia, divisé una ceniza cabellera desgreñada y una espalda encorvada sentada al borde de la cama. Era mi anciana esposa que movía sus brazos en una acción que supuse era el motivo del ruido persistente. --¿Qué problema tienes, mujer? --Estoy ventilando ésta bolsa infame. Está muy inflada, llena de porquería…  Perdóname si te desperté. Su “bolsa” era el dispositivo de colostomía que evacuaba sus heces, ya que hacía poco había sido intervenida con una cirugía por un cáncer en su colon. Era una incomodidad que últimamente le arruinaba completamente toda su vida; y a mí me destruía la felicidad. --No importa—le contesté – Estuvo bien que me despertara, pues estaba teniendo una pesadilla.                                                                                                   F  I  N    
Déjame --por piedad--que te sueñe y dame unos instantes de tu tiempo como si fueren las migajas de tu pan. Óyeme mencionar tu nombre como si fuere el llamado de mi auxilio. Rosa suavemente mis labios con los tuyos como si fuera un mero accidente y pon tu mano en mi mejilla solo para cerciorarte que todo es cierto, pero por favor no te molestes si me aprieto con ella  porque --recuerda-- es solo un sueño...  Y de estos sobrantes minutos tuyos permite que yo viva el resto de mi vida. Déjame --te suplico-- que, absurdamente, me engañe con tus mentiras,  ya que, con este sueño tan osado y loco,   sobradamente puedo edificar la dicha que me queda...    
Estoy atado a tu recuerdo con una suave cinta verde de satín, caprichosamente en silencio y obstinado con las pocas bondades que siempre me bridaste; como si mi corazón construyera mentiras, o como si fuere yo un mendigo sin abrigo. Me amparo en la débil sensación de tibieza que me dejaron tus labios ardientes, o con el intenso brillo de tus ojos pardos que iluminaron el trayecto perdido de nuestro egoísta pasado. No obstante, mi más profusa evocación se anuda irremediablemente a la inolvidable fragancia de tu marmóreo y escultural cuerpo adolescente que ahora percibo en todo mi tiempo, en cada uno de mis actos y en los anhelos del resto de mi senda. ¡Cuánto te extraño después de tantos años!
Tu recuerdo
Autor: juan carlos reyes cruz  262 Lecturas
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Fragmentos
Autor: juan carlos reyes cruz  250 Lecturas

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