• José García
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Son tus sacrificios, como canciones, los que me causan remolinos de agua en el mar de mi pecho, y es al fondo del océano a donde mando mis ojos, una lluvia de pestañas cortas que desploman el corazón. A la deriva, me arrepiento de buscar el color de tu profundidad, la cicatriz de tu boca, un espacio fugaz de silencio entre cada verso de ti. Me acuso de asistir, de escuchar, de esperar a que en el reflejo del humo se forme tu figura, una que susurre, que no tenga que partir cada cinco minutos.Los cofres desean en secreto que tu brazo tenga la medida suficiente para alcanzar el mío, planean la cercanía, la marea, la victoria, pero preciosos y abandonados como son, luego desesperan y juran nunca más.Inútiles los juramentos como olas, la voluntad como aire, el orgullo como lo opuesto, porque adicta vuelvo a la sal de tu cuerpo; y otra vez a buscar el color de tu profundidad, la cicatriz de tu boca, el remordimiento, la indulgencia, otra vez a soportar con todos mis huesos que tus brazos me nieguen y me acepten al mismo tiempo mientras me estrechan.
Te dije que pensaría en ti y me dijiste tres veces que lo repitiera. ¿Por qué?, pregunté. Porque se oye bien, me dijiste. No me lo esperaba. Pero a estas alturas debería esperar muchas cosas de ti, porque siempre me sorprendes favorablemente. Ya lo he dicho otras veces y lo digo de nuevo: Eres un ser lleno de espontaneidad, de explosividad por la vida. Y eso lo irradias, como una luciérnaga vestida de negro que lanza dardos luminosos.¿Te das cuenta que me desvivo en elogios por ti? Creo que es porque quiero llamar tu atención. Pero no es que te adule, no. Solamente enlisto lo que me agrada de ti, y ya. No batallo. Quizás un día te escriba sobre tus defectos (con el riesgo de que hagas lo mismo conmigo).  
Día Cuatro
Autor: José García  372 Lecturas
A veces te recuerdo e imagino que estás mirándome, como sucede en las películas. En esos momentos, mejoro mi postura, camino derecho y pongo rostro serio, pero trato también de parecer natural y despreocupado. Bueno, lo intento. Un poco, es como si quisiera que en esos instantes el mundo fuera sólo yo, y tú me observaras con detenimiento y con aprobación. Pretendo, sobre todo, parecer un hombre interesante para que me dediques tu atención entera. Y entonces, despierto a mi realidad.Qué estúpido, ¿verdad? Pero así soy cuando te recuerdo, como ahora, en medio de esta noche intrascendente. Así pierdo mi tiempo cuando me acuerdo de ti y cada vez sucede con mayor frecuencia.
Día Uno
Autor: José García  330 Lecturas
Y hay días como este, en el que te recuerdo cuando es futuro, sonrío y quisiera reconstruir las cartas y las miradas, descaradas unas, la mayoría desahuciadas por el tiempo y las circunstancias. Te llevé sobre la tierra y el mar, te soñé en las noches en que quise que tú también estuvieras pensando en mí, te llamé por tu nombre, te acosté junto a mí y besé tu fantasma.Para hacerme sufrir, me di tiempo para reconstruir conversaciones, movimientos de estrobo en los que clarísimos fueron tus rasgos, el movimiento de tus labios al pronunciar la palabra que me nombra, un gesto de tus cejas, el empleo de tus dedos, una carcajada perfecta de niño, el precipicio oscuro de llanto... todo está en mi cabeza, aquí, lejos, donde ya me doy permiso de pensar en ti.Nada fue tan dulce durante esos años.La lejanía que impusimos estando a un metro de distancia nos orilló a enviarnos postales, fuimos tan precavidos que nos escribimos cartas en 1943, tomabamos café durante el mediodía y al menos yo podía quedarme horas observándote los demonios que te habitaban dentro de las pupilas. Qué ilusa.Te recuerdo con sonrisas y una velita encendida sobre un pastel de chocolate. Luces blancas y amarillas se nos enredan en el cabello, un jardín, la hora azul celeste; es rojo el recorrido hasta tus labios, la respiración acompasada es transparente y por fin acepto sin vergüenza que abrí los ojos para verte besarme aquella tarde de un junio muy, pero muy lejano.En el futuro, yo me estoy muriendo primero que tú y ahí en el libro rojo dejo escrito lo que eres, en una hoja que nunca leerás.
¿Has estado al borde de una caída, en el punto exacto en que hasta la respiración puede arrojarnos al vacío irremediablemente? Así me sentí ante ti, aquel día, cuando estuve a punto de llorar. Apenas puedo creer que me haya pasado. Casi llorar frente a tus ojos humedecidos que temblaban como tórtolas en una mano áspera. Los míos querían romperse, desangrarse y convertirse en fuga, pero no lo permití. No he llorado en público desde los 12 años ni quiero que suceda nuevamente.Me sentí como si estuviera desnudo, en un día de invierno, ante críticos de cocina.  
Día Nueve
Autor: José García  293 Lecturas
Las siete, me levanto y enciendo la televisión para reconocer el estado de cosas. A veces desayuno. Me aseo y preparo la salida hacia la realidad impuesta, con la misma incertidumbre que me arrebata horas de paz. Taladro muros de concreto convertidos en cotidianeidad, aspiro alfombras para ver si atrapo una colilla incriminadora, y escribo las palabras engendradas por palabras que se creyeron auténticas. En ocasiones, omito darme gustos que me distraigan del  camino dibujado en el asfalto. Termino, conduzco y después contemplo este cuarto para dos que dos habitamos. Frases, luces, acuerdos y sueño.¿En dónde apareces tú? En cualquier lado y a cualquier hora. Entre la televisión y el desayuno ocasional. En el aseo o en la incertidumbre. En la colilla de cigarro o en la cotidianeidad. En el gusto que me da verte entre los cubículos o, mejor aún, parada junto al mío. En el asfalto, en las luces o en el sueño, de pronto estás de pie, vestida de realidad y de pliegues definidos, con alfileres de misterio por todo tu cuerpo.
Día Once
Autor: José García  317 Lecturas
Tengo que escribirlo antes de que se me olvide. Es verdad, te soñé.Te soñé llevándome a un viaje que comenzó sin comenzar realmente. Recuerdo que escapamos juntos y vivíamos en un cuarto de un edificio viejo, con muebles básicos y mal acomodados, teniéndonos sólo el uno al otro.Me enseñabas a volar con planeadores y creo que pensabas huir en ese medio de transporte. Pero yo era muy torpe y caí en la ciudad, en una calle que conozco y que, sin embargo, no logro recordar el nombre. Era un barrio deprimido, con autos chatarra en las banquetas y grasa por todos lados.Había una reunión de policías que asaban carne y tomaban cerveza, y por supuesto me uní al grupo. No sabía dónde estabas tú, pero sabía que me encontrarías. Llegaste montando una bicicleta balona, muy grande para tu cuerpo espigado, con listones de colores en los manubrios. Yo platicaba con un policía que te miró extrañado, mientras te bajabas de la bici arrojándola al suelo. Me acerqué a ti y algo me dijiste, algo que no recuerdo. Al parecer, nos besamos, pero no lo recuerdo bien. Sólo sé que estabas desesperada por irte, por volar de nuevo.Ya no recuerdo más.Es verdad, así te soñé.
Día Quince
Autor: José García  283 Lecturas
Tu cuerpo es nuevo para el mío y tarda en reconocer las dimensiones. Tiene un ligero disfrute al calcular la distancia que hay entre tus brazos a través de tu espalda, busca medir tu volumen con un abrazo, curiosea por tu cuello, palpa tu pecho, se encuentra con tu cintura y se aprieta a ella.Descubre con aprobación el olor de tu piel y asombrado, cae en un trance, una somnolencia causada por pequeñas explosiones en el cerebro que indican que tu cuerpo le agrada al mío.Mi cuerpo todo es una sonrisa.Alcanza a probar con los labios el borde de tu oreja, la lengua busca saborear tu sal, engullir de un bocado, y la somnolencia prevalece cuando sufro de un gemido. Mi cuerpo reconoce el estado de confort que le brinda el tuyo, ellos buscan acoplarse, comprender el funcionamiento de un suspiro, la humedad de un beso, el calor del pequeño espacio que ambos buscan ocupar cuando se abrazan, experimentan con las acciones y sus reacciones.Las manos de tu cuerpo irrumpen en el mío y mis extremidades ceden, se inflaman, arden cuando tus dedos trazan y me atrapan con un beso.Ojalá el tiempo se hubiera detenido antes de encontrarse las bocas.La faz de mi cuerpo convulsiona bajo tus labios, ventosas de humedad, sellos indelebles, marcas calientes que andan errantes construyéndolo todo para luego destruirlo a su paso.Tu cuerpo debe detenerse antes de que el mío colapse. La razón, que no disfruta de los placeres de la carne, no comprende cómo nuestros cuerpos se ocupan sólo en embestirse, no entiende de humedades, de cercanías, no tiene opiniones sobre la desesperación causada por el sexo; ella no conoce la locura, no sabe de cegueras que involucran camas y espaldas desnudas. Razón no manda donde Lujuria dirige. A mi cuerpo le gusta esta sensación de instrumento, de artefacto que provoque, de objeto de arena bajo las palmas de tus manos. Se rehusa y se resiste, pero luego se abandona y se deja hacer; se recrea, se aprovecha del tuyo para dejarse poseer, para debatirse entre la pertenencia y la rebeldía.Nuestros cuerpos, entonces, se divierten encontrándose, comprobando resistencias, midiendo y calculando los puntos débiles de un erotismo natural, una guerra de animales, una lucha de apetitos que se están disputando la supremacía.
El amo y el sirviente
Autor: José García  1090 Lecturas
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Día Dos
Autor: José García  339 Lecturas
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Día Tres
Autor: José García  311 Lecturas
Vi tus fotos de diva extravagante, imágenes de un ojo exacto y sensible (Me gustan mucho). Escuchaba la canción Golden Age, navegando en tus capturas, y en un momento aparté la atención para concentrarme en una imagen tuya que me asaltó. Vestías ropa interior negra, cubierta por una prenda transparente también negra, con una pierna recogida y sostenida en una silla, mirando hacia el frente, aunque yo te veía de perfil. No sé por qué te construí así en mi imaginación, pero recuerdo perfectamente cómo me gustaron tus muslos en tensión y tus ojos directos.Luego me dio por escribir, aunque sólo tracé las siguientes líneas:"Somos una piedra austera que sin arder se consume en lo tétrico de su fuego fatuo"."También los recuerdos no vividos carcomen esta página y me desangran la dicha que escurre a borbotones"."Registra la barbarie otra caída al oír tu voz antigua fraguada con la plata de tu nombre".Hay poco material para un buen escrito. Pero tu imagen sobrevive en mi mente y creo que eso es ganancia en momentos de sequía. PD.- Los versos que mencionan la barbarie me describen.
Día Cinco
Autor: José García  306 Lecturas
¿Qué es esto que tenemos tú y yo? ¿Llega a respirar, a germinar siquiera?Esta ansiedad por ver tu sombra en mi camino se vuelve crónica y no alcanzo a comprenderla. No es romanticismo, no es romanticismo, me repito. ¿Qué es?, me pregunto sin respuesta. Indago en las aristas, en las intersecciones, espío en los rincones del atrevimiento, pero no me atrevo todavía a definir el contorno de esta necesidad.Quisiera asirme de esos logaritmos ya resueltos que la travesía facilitan.Pero no hay alquimia posible que me descubra este rito, que desvele esta cadencia arrebatada.¿Qué eres de mí?Más bien, ¿qué eres?
Día Seis
Autor: José García  318 Lecturas
Me deslumbras como el baño de sal blanca que se riega en las banquetas, cada día, de esta ciudad. Pero eso no me hace necesitarte.Me pareces una mujer atractiva, con tu figura alargada y adelgazada, como trazada por un Gorey verdaderamente inspirado. Pero eso no decide que te quiera.Me contradices con demasiada frecuencia y te conviertes, a ratos, en un Némesis que debo abrazar con las argumentaciones de la defensa y del encanto. Pero eso no me lleva a martirizar mi somnolencia para esperar tu voz.Me escribes que, en un mundo hipotético -utópico, tal vez-, me confiesas que me amas y te dejas arrastrar hacia el mar sumerio aderazado con remolinos que la conciencia destrozan. Pero eso no me lanza hacia ti como si fuera la piedra emocionada de una catapulta.¿Qué es, entonces, lo que me hace sostenerme en la mitad de un cuerda lánguida y prolongada entre los extremos de un precipicio? Es, simplemente, el hecho de haberte conocido. La sencilla razón de que eres no solamente todo lo anterior, sino además y sobre todo, un ser con una hermosura que se concentra y, de pronto, se dispara con la fuerza de un verso preciso, de una ("mala") palabra bien dicha, de un zapateado ruidoso, o de un grito de Olé. Y aquí estoy, en las gradas, admirando tu contorno, tu voz y tus ojos grandes, agradeciendo en secreto a la madre que te parió.
Día Siete
Autor: José García  319 Lecturas
Con la desfachatez del cínico te pregunté qué eres, sabiendo que el espejo no debo colocarlo frente a ti, sino ante mi propio reflejo. ¿Qué soy? Esa es la pregunta correcta en este instante de embriaguez despabilada. Conozco los límites que me acechan cuando pretendo abarcarte con mis ramas y hojas, con mi musgo humedecido de osadía, una transgresión alucinada que no se detiene -hasta ahora- en la resaca del remordimiento. Yo no te rechazo, aunque me cuesta un mundo frenar tu imán para no arrastrame hacia ti a pedazos, corcomido por la fuerza de tu piel de agraciada madera. Oigo tu voz, veo tus ojos, palpo tu tacto, huelo tu olfato y he probado tu lengua, pero cuando estamos juntos, separados por una mesa indolente, oigo tus ojos, huelo tu tacto, palpo tu voz, veo tu olfato sobre mí y quiero perderme de nuevo en tu lengua permanentemente, ser tu gusto, acabar con todas las mesas del mundo para que tus manos se unan inacabablemente inquietas en mi espalda. Pero sigo preguntando: con todo esto, ¿qué soy?
Día Ocho
Autor: José García  297 Lecturas
También hay días (como hoy) en que no soporto tu voz. Tu risa de explosiones es un taladro en los oídos, me irrita, y en mi mente golpeo paredes de concreto con los nudillos. Entonces me causas terremotos en los paisajes cotidianos, me mueves de lugar un bolígrafo, un documento, el verbo de una oración; me borras de la mente lo siguiente, me olvido de hacer una llamada o de anotar un pendiente importante, y la distracción tiende a abarcarme toda. Cuando tu timbre de voz es tan molesto y tus palabras son como una gota terca, opto por desconectarme de ti. Audífonos y música a volúmenes altos me ayudan, me llevan lejos y yo descanso del agotamiento de estar escuchándote y no poder verte. No me interesa saber lo que dices, no me importa tu conversación, ni tus argumentos, me rebelo porque busco no ser de ti hasta en los instantes más insignificantes.
Llega Tin Tan junto al personaje de Andrés Soler, y éste le dice que va a morir pronto, a lo que Tin Tan responde:"Pero si se ve usted muy bien, está muy repuesto. ¿Quiere que le traiga un cura?".Me hizo reír mucho. A veces la carcajada surge de esas pequeñas contradicciones y de esas insinuaciones. De decir sin decirlo directamente, de sugerir apenas algo inesperado. No hay reglas para provocar la risa, es algo de prueba y error, de intentarlo constantemente hasta que brota, como botón germinado, la sonrisa que buscamos. Así lo intento contigo a diario, con esmero, pretendo hacerte reír y convertir nuestras conversaciones en una experiencia aparte. Sé que es una pretensión megalómana ante ti que eres melómana y que ya sabes disfrutar de cualquier momento, por pequeño que parezca.
Día Diez
Autor: José García  293 Lecturas
Lo que perderé al perderte:El seductor aroma de tu crema.Tus saludos de chica rocker.Tus malas palabras muy bien pronunciadas.Tus ojos de niña buena.Ese rostro armónico tuyo que me mata como ciertos cuadros expresionistas.La cabellera oscura y generosa que alborota al viento.El brillo inmóvil y tímido de tus dientes bien acomodados y en su sitio.El movimiento libre, coqueto y seguro de tus manos espigadas, que se tienen a sí mismas en alta autoestima.Tu voz de roca volcánica.La línea austera y decidida de tu cuerpo, que fue dibujado en un momento de inspiración resuelta.La madreadas que me pones de vez en cuando.Que me empujes tercamente a mi propio encuentro.Que me definas tan bien, hasta hacerme sentir desnudo.Las conversaciones de 15 minutos, cada viernes.Los cafés a mediodía, las escasas cervezas nocturnas y los aventones a mi barrio.Tus dientes, otra vez, pero mordiendo mi hombro.Las únicas noches de antro que tuvimos y las que ya no tendremos.Tus historias verdaderas que parecen de ficción, tus ficciones que parecen verdad histórica.Que me llames García.Que me mires como si quisieras probarme.Por supuesto, que dejes pendiente todo para conversar conmigo en pleno trabajo.Los libros y la música que me prestas, haciendo más amplio mi cuadrado y estrecho criterio.Que expandas mi universo.La cafetera y su ruido.Las 3.30 o las 4.30 de la tarde. Ya no significarán nada.Las reuniones en Gandhi.Los domingos apurados que sólo duran una hora, si bien nos va.Que respondas mis llamadas y acudas a nuestras reuniones, sin importar tu agenda previa.Tu capacidad de reír, de gritar, de desnudarte, así como de sentir, de bailar, de chupar la vida, y de llorar.La sinceridad que emanas y dejas al descubierto a cada paso.Que me convenzas de ser una mejor persona.Tus escritos dedicados que me sonrojan, me convierten en humo y en lluvia, y me hacen sentir domesticado.Tu forma de vestir que tú llamas normal y que yo acepto como parte de una congruencia pocas veces vista.Tus respuestas que halagan al mismo tiempo la emoción y la inteligencia.Tu amistad cercana.Tu cariño.La oportunidad de compartir la vida con un ser que le da sentido a la cursi palabra "maravilloso".Lo que todavía no soy capaz de expresar.Tus facts...
Día Doce
Autor: José García  318 Lecturas
"Then, he said: Fiat Lix,and she came from the water".Segundo Libro de los Sumerios 4.30 Amaneciste de la lluvia sonriente que un día brotó de los valles, como cuenta la Escritura, bañando tallos y pies de abajo para arriba. Eras una ninfa morena, de ojos grandes y labios generosos, que estampaba su contorno en el vacío del momento. Colmaste el instante. Indiferente, levantaste tu falda de tímidos pliegues -ante la codicia de los pájaros y los coyotes- para que tus piernas despertaran al contacto fresco del vapor entre las gavias. Las piedras amarillas murmuraban tu belleza entre la tierra blanca, poblada de hormigueros y pozos de tarántulas que te enamoraron.Dispuesta y decidida, caminaste hacia el pueblo con la misma determinación de las víboras negras en el monte, palpando las cosas a tu paso para reconocer el mundo. Era un día de lluvia sagrada, de sol profano, de polvo de hombres en tu senda de luciérnagas dormidas.Yo recorría las veredas entre dos ríos que serpenteaban los barrancos cubiertos de sabinos y mezquites. Yo no había nacido todavía a tu belleza, sólo esperaba el momento de abrir los brazos con el intenso deseo de las piedras y trataba de decidir qué roca te daría. Aún no conocía tu presencia y no creo en las antiguas profecías de la niebla, pero tengo de cierto que estaba escrito este encuentro bajo un techo translúcido, donde la luz se desborda para quedarse en la piel. Me reconociste tocándome la frente y preguntando el nombre de mi cicatriz. Yo supe que eras tú cuando sonreíste y me regalaste el color negro envuelto con papel periódico.
Día Trece
Autor: José García  309 Lecturas
Sobre una mesa con dibujitos de soles y lunas, la Tía Laura echa las cartas. Detrás de ella está una pared blanca que sostiene una habitacioncita delimitada por biombos de madera y velos empolvados. A su derecha levantó un altar donde una virgen enorme llora lágrimas sucias y un indio tallado soporta los olores de la comida que le dejan. Flores marchitas, hierbas secas y vasos con agua que en sus fondos tienen monedas, completan el grupo aromatizado por barritas y triangulitos de incienso que se consumen y humean desde sus platos de cobre. La casa de un piso en la Colonia Victoria es sorprendentemente fresca, no tiene muebles más que unos sillones que parece que están orinados y que son ampliamente aprovechados por sus muchos clientes de todas las clases sociales. La Señora Laura (nosotros le pusimos lo de "Tía" porque nos trata rebien) dice que los espejos enormes que adornan sus paredes son para que los espíritus no se queden en esa casa, para que reflejen las vibras y se vayan, porque ya de por sí, esa casa está cargada de un millón de energías que uno siente al entrar. Ella habla muchísimo, abre sus ojos como de sapo y suelta carcajadas. No es vieja, ni fea, pero sí parece que es perrucha, alguien a quien no te gustaría tener de enemigo. Lo primero que dice cuando has de llegar por primera vez es: "El futuro se puede cambiar. Lo que yo te diga, tú lo puedes cambiar", y de ahí avienta el tarot sobre la mesa, tú pones la mano derecha encima de las cartas y dices tu nombre completo. Ella hace una cruz sobre tu mano y la mirada se le va para algun lado que tiene que ver con otras dimensiones me imagino yo, porque los ojos se le pierden y entonces, como si atrapara una mosca o matara un zancudo en el aire, sale de su trance y viene una serie de descripciones, nombres, lugares, ocasiones en que te sentías triste, razones para todo, fundamento para ideas que se te ocurrieron, episodios que sucedían mientras tú no te dabas cuenta, y casi siempre resultan ser una verdad tras otra verdad. Así una tarde, tu nombre cayó escupido sobre la mesa. Para José es más fácil soltarte de lo que es para ti. Él no te quiere. Hay que entender que existen sentimientos y emociones, si sabes separarlas todo saldrá bien. Tiene tantos años, mide tanto, lleva corbata. Él es una capa para ti en un lugar donde todos se comen vivos. No confíes en ti, tápate los pies cuando te duermas, por ahí entran en el cuerpo los sueños de otros. José, José de la Paz no puede ser, él no. Es José, niña, te estoy diciendo su nombre, el casado, el que se sienta cerquita de ti. No, José no puede ser, nada que ver. Miralo aquí, míralo, tú eres la alumna y él es el maestro. La verdad es que por esos tiempos yo estaba interesada en saber otras cosas del tarot, me interesaba saber sobre la otra mujer de mi novio, mi abuelo me preocupaba muchísimo porque en el panteón me había mandado a Tomás, quería saber si había hecho bien en quedarme en el periódico pues acababa de rechazar una oferta de irme a trabajar al Distrito Federal, el Gitano y yo teníamos altercados que cada vez eran más graves e involucraban a más personas, yo no tenía dinero y necesitaba pagar cosas... otras preocupaciones pesaban más que José, que fue un tópico fugaz comparado a otros embrollos que se trataron durante la sesión. El tiempo seguramente borró cosas de mi memoria, pero claramente recuerdo al José que me pintó sobre esa mesa. No pensé en ese episodio hasta el fin de año pasado, cuando un mensaje tuyo me llegó en año nuevo o Navidad, donde decías que lo mejor de este año había sido conocerme. Reflexioné sobre lo que sentía por tí a estas alturas de tu vida y a los desmadres de la mía, y me acordé de esto. No me sorprende mucho que la Tía Laura haya tenido razón. Aunque yo no soy una fanática, ella siempre ha estado correcta en casi todo lo que ve, y yo no cierro la puerta a la posibilidad de ver el futuro en sueños, en la carta o en lo obvio de mi cara. Dijo más cosas que recuerdo inexactamente y que no me atrevo a decir por temor a que mi mente me juegue trampas y caiga en la invención o en el relleno de lagunas mentales, pero mencionó a tu familia, tú esposa es idéntica, tus pies, mencionó un episodio donde tu eres niño y caminas descalzo en la tierra, te tropiezas y te llenas de lodo, lloras, eres niño, pero ahí se define tu personalidad. Quise hablarte de esto cuando me contaste una vez que de niño te habías enterrado ¿un vidrio?, ¿una varilla?, ¿una espina? (no recuerdo) en el pie. Esa vez me pareció que tu anécdota se parecía a la de la Tía Laura y como otras veces, fue descubrir un velo más, pasar a otro mundo de Nintendo, caer en la cuenta de que ahhh! con razón, así que de esto se trata, eres tú, es por ahí, somos así,... y con la tristeza de los tiempos también aceptar el final que viene repitiéndome "chingado, si esto va por aquí, vamos a terminar así", todo ahí va, cumpliéndose lentamente. Me acuso de no tener voluntad, de entregarme entera a tus conversaciones, de disfrutar el movimiento de tu cicatriz, de retratarme en los ojos tu sonrisa cuando estás cansado. No me queda de otra más que sucumbir, porque disfruto caer mientras me arrepiento. Estoy sonriendo al escribir esto, te estoy imaginando y estoy sonriendo... Siento yo que ha habido oportunidades para renunciar sanamente y me repito que esto no es de vida o muerte, que hay que ser menos trágicos, que hay que disfrutar cuando es la 1.34 de la mañana y te dedico unas palabras mientras espero la portada de Seguridad. Todo es tan leve siempre y si no se disfruta la vida se vuelve una carga, un constante azote católico, un llorar y llorar. Nada es de vida o muerte, todo se resuelve, lo que parece tan importante visto desde otro ángulo es tan insignificante... por eso me dedico a admirarte en secreto a hacer míos y nada más míos, algunos retratos vivientes de ti... ya veremos luego, cómo le hago con lo del futuro.
El Tarot
Autor: José García  332 Lecturas
Yo lloraba cuando vine a sentarme aquí. Quiero que me imagines, porque no me da vergüenza, secándome las lágrimas con la punta de los dedos para que no se corriera el delineador. Me imagino que debo tener la misma cara que tuve a los dos años cuando me caí rodando de las escaleras, la misma que usé todos los años que siguieron porque nuestro rostro de llanto no cambia, siempre es el mismo gesto de las cejas, siempre somos los mismos niños apartándonos el cabello, tallándonos los ojos y soltando un lamento que sale en automático por la garganta. Con el paso del tiempo hemos aprendido a llorar en silencio para evitar la pena de que otros nos escuchen, pero siempre es el mismo rostro, el mismo diálogo de tristeza compuesto de suspiros-respiros y alfombras tristes de lágrimas que adornan los suelos. Vine a distraerme de la causa de mi llanto y de paso a llorar en secreto todo lo del mes, todo lo que tenía en la lista de cosas a llorar en cuanto tenga una oportunidad: las presiones, los episodios de películas en que quise soltar unas lagrimitas pero que me las aguanté por ser tan valiente, las frustraciones, lo torcido de un camino de vida que no veo, el miedo de andar sola, que sólo me permito en las paredes de mi habitación y con la condición de que sea sólo por unos minutos; a pagarle el llanto a los "te extraño"s, a agarrar fuerza para que la próxima sesión de catársis sea más violenta que la anterior. Ya lloraba cuando mi necesidad de ti se convirtió en otra razón para llorar y cuando quise tocarte, sólo podía venir aquí. Tambaleando leí lo que tú vaticinas para el destino, las lágrimas obstruían mi vista y eso me detuvo en varias largas ocasiones en que soltaba más hilo de mi llanto. En algún punto del día doce me olvidé del maquillaje y decidí entregarle todo a mi emocional tarea. Me reí para mis adentros en unas líneas, deletreé las más nefastas, me regojicé sufriendo en lo miserable que parece este intercambio epistolar y bajé la velocidad de mi lectura en aquellos episodios reveladores... todo esto lo hice llorando, transitando una carretera peligrosa: la que nos hace sentir mil cosas y luego nos obliga a escribirlas. Pensaba que tu texto, como todo tú, vino en el peor de los momentos. En el tiempo equivocado, a provocarme lo que sólo tú puedes a control remoto. Te agradecí, secretamente y muy muy en el fondo de la tierra de mi pecho, que estuviera este texto hoy, precisamente esta noche. Pero también te maldecía porque conforme leía, me aturdía más, pensando en lo bien que funciona tu reloj para manifestarte a la hora en que más deseo alejarte de mí. Sigo llorando. Nada más porque me puedo dar el lujo de hacerlo durante el tiempo que quiera. Pienso en mí, me veo "pobrecita, esta muchacha está desajustada"; luego me río y visualizo mi llanto. Suspiro. Me levanto las comisuras de la boca para hacerme sonreír a través de las lágrimas. Qué bien se siente. Expulsar el humo de la bocanada de mi cigarro, la muerte del pedazo de cerebro que me mataba de ansiedad, destensando mi cuerpo, soy agua. Suspiro. Pienso en ti y me permito cerrar los ojos para buscar el mejor recuerdo de tu rostro, uno que me haya gustado más, uno que haya disfrutado transparente a alguna conversación rápida. Suspiro. Ay. Chingadamadre. Mi mente es un ferrocarril de ti. Suspiro. Vuelvo a suspirar y termino. Closure. Finale. Esta tranquilidad oscura me parece familiar. Aunque tengo los ojos hinchados y casi nada de maquillaje, me veo al espejo y mi delineador sigue perfecto, intacto. Sabes, me estoy felicitando por su compra, no parece que hubiera llorado.
Te envuelve un papelito rojo de celofan, el mismo de todos los dulces de la bolsa. Igualito. Es bonito, suave, liso, festivo, parece transparente, pero no lo es, porque el dulce no es rojo. Ese papelito engaña a quien no sabe lo que contiene la envoltura, porque adentro estás tú.Moreno, dócil en la boca, hombre de nuez y leche, a la mitad del camino de lo dulce y lo amargo, tu destino es derretirte suave entre mi lengua y mis labios, tu naturaleza es agradar a mi paladar.Estás sólo para mi deleite, para calmar mi hambre voraz y mi buen gusto, para tomarte de postre, para complacerme cada vez que yo decida abandonarme al placer de saborear todas las Glorias de un paquete por caducar.
Eres dulce de gloria
Autor: José García  345 Lecturas
Tu mundo es más ancho que el mío. Está poblado de ritos mágicos, figuras de contorsionistas, paraguas negros y perfumes blancos, y habitado por manos bailarinas, ojos que lloran y ojos que ríen bajo la luz de las lámparas, vestidos desgarrados y ropa fina que viste casualmente. Es un mundo donde seres andróginos te seducen y te enamoran, donde la emancipación de la belleza la celebras con besos y abrazos, agradeciendo cada trazo bien trazado.Tu mundo es un universo, y como todo universo, se ensancha infinitamente.Y en este mundo tuyo, que no alcanzamos a mirarlo desde lo alto y que no terminamos de tocar desde lo bajo, nos hemos encontrado a la mitad de un camino a veces sinuoso, a veces plano y amigable, siempre oculto a la vera de otro camino. Y en este universo tan ancho tuyo, he tenido el placer de convertirme en una tus personas favoritas, lo que yo considero un honor del tamaño de tu mundo. Algo que sólo puede hacerme feliz, aunque sea por contagio.
Día Catorce
Autor: José García  307 Lecturas
Aquí estoy en la víspera de verte, con la emoción agazapada y oculta, pero lista a saltar, a asaltarme al compás de tu llegada. Aquí estoy imaginando el encuentro, dándole vueltas para hacerlo mejor, detallando el cuadro y retocándolo con absurdos colores invisibles, como si fueran trazados por una mano inexperta.Aquí estoy haciendo cuentas, calculando la distancia desde mi impaciencia hasta tu agrado, desde mis temores ligeros hasta tu resolución precisa, sumando dedos y uñas a la espera.Aquí estoy oyendo los pasos de la gente en la calle para reconocer tu silbido y abrazar tu olor entre las horas en vela.Aquí estoy y seguiré, conteniendo el aliento hasta tu llegada.
Día Dieciséis
Autor: José García  286 Lecturas
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Día 1.1
Autor: José García  305 Lecturas

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