Hay días, como hoy, en que el silencio nos es impuesto por las circunstancias. A decir verdad, el silencio nos resulta obligado por mi culpa, por mis circunstancias. Sucede entonces que te hablo y aceptas venir a mi encuentro, aunque sólo sea por unas horas, por unos cuantos minutos, en los que siempre queda pendiente algo y nada es suficiente.
En días así descubro tu generosidad, la entrega de tus manos largas y delgadas, que no me reclaman lo que soy, sino que me invitan al agasajo de la vida, sin preguntas ociosas.
En días así compruebo nuevamente que eres una de las personas más tiernas que he conocido. ¿Quién lo diría, verdad?