• Martin Fedele
Martin Fedele
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  • País: Argentina
 
- IIRío Arriba El antiguo canal de "La Forestal" irrumpía fofo en el corazón del delta, en la reciente crecida que lo agitaba manso y barroso, olvidado, un riachuelo recto, en la línea occidental del delta, entre la espesura del Baradero y el Paraná de las Palmas: el imborrable canal de los contrabandistas. La mañana era blanca y luminosa y llena de fragancias y euforias y brillos y retumbos paridos en el gusto de la primavera. Y el remolcador (ahora mismo) navegando el canal, a todo motor, ansioso; en la afiebrada travesía hacia el río Paraná... a la zaga de la cañonera... El delta no sabe nada del General; no sabe de las bombas, de la armada; no sabe del exilio. El delta no sabe nada. Ni pregunta... El delta observa. Y calla...            El remolcador pone proa a la mañana, como agitado en el calor de la primavera. Y en el raudal a popa van sucumbiendo (ahora) el atracadero de Villa Nueva, el Río de la Plata, los bancos de arena, Buenos Aires, el temor a Prefectura. La mañana luce espléndida. En el puente de mando mandan ElCachilote Acosta y su fiel ladero ElGuapetón Da Silva: últimas glorias en el contrabando paraguayo. Discuten en guaraní. Y se entusiasman.           El delta no necesita saber nada... Nunca.           Y menos aún en primavera.           Sobre la cubierta del navío resplandecen (todos) chatos los ilustres compañeros, clandestinos, mareados, tumbados y en silencio atestiguan el trajinar del canal: el Indio McKensy y el Negro Molina y el Loco Walter y los hermanos Ribezzo, Krakis y Krauko Ribezzo. Y dos heridos en combate: el Narigón de Bera y la Vaca Yensen: mutilados para siempre.            Pero el delta no pregunta.            La mañana (ahora) es pomposa, atolondrada en aromas y ruidos: el bicherío esgrime su concierto. En el delta.            ElCachilote asoma el pescuezo en el puente de mando, y comienza a vociferar, agita el sombrero y grita: Ché, cambá, en´ya yegamo´al río, cambá, yegamo´al río... El cambá es el Indio McKensy, y el río no es otro que el Río Paraná: Tá muy bien, tá muy bien, repone McKensy desde cubierta. Ta muy bien, karaí-tembó, tá muy bien... El Indio guiña un ojo a Molina, alegre, y le dice: La cosa va bien, Negro, estáte tranquilo, la cosa va mu´ybien. El Negro Molina asiente, leve, sonríe y escupe una bola de naco: El tiempo acompaña, amigo, dice McKensy. Y el Negro vuelve a sonreír.            Pero el Negro Molina no está convencido, supone la aventura absurda, irracional, estúpida, la demencial aventura de acompañar al General hasta su exilio en el Paraguay: Una locura, se dice Molina a sí mismo: Una locura, se repite: remontar el Paraná, intentar alcanzar la cañonera, custodiar la travesía del General depuesto: Una locura. Y sin embargo allí está, como los otros, en la maciega del delta, en el canal que lo arrastra a la aventura... Estamos haciendo historia, Negro, ya somos casi como héroes, como próceres, imagináte, imagináte. El Indio está feliz, gozoso, absorto en la Historia de la patria. El remolcador avanza...            El Negro Molina escucha a McKensy y pierde la mirada en la inmensidad del delta.            Y el delta lo observa, sin saber nada.Ya en la tardecita el remolcador surca el brazo sinuoso y estrecho del Paraná Inferior; a la vera la costa es un manto verde, brillante, enramado en tonos y formas. Todo es bulla a la salida del delta. Todo es candor; primavera. Todo...            El Indio McKensy emerge solemne de la escotilla y se acerca al Loco Walter, le dice algo en el oído y le entrega un paquete. El Loco entonces trepa al techo del puente de mando y abre el paquete, ceñido en ataduras: el paquete envuelve una bandera celeste y blanca: el Loco Walter la despliega. Abajo, sobre cubierta, el Indio McKensy explica a todos: La bandera de la Unidad Básica, compañeros, ¡nuestra bandera!, dice. Nadie dice nada, apenas Molina sonríe, apagado, y escupe tabaco por la borda. Ícela, compañero, eche a´ondear ya mesmo e´sa bandera: ruge McKensy. Y entonces el Loco Walter acordona la bandera al mástil del remolcador y comienza a izarla, ceremonioso. McKensy aplaude como un niño.            El estandarte flamea en la tarde del Paraná. "Lealtad y Justicia", dice.            Molina ya no sonríe.    
- IIILaBogaEn la delegación Municipal Villa del Plata: en el sur del gran Buenos Aires. Cordón Industrial, le dicen: el tercero en su especie. Tierra de provincianos y matarifes. Villa del Plata... En la Delegación Municipal LaBoga escucha azorada a Robertino Espiro. Lo escucha: Papéle, Boga. Papéle preciso. Lo escucha: Me rájo a´Misione, en el camión: Papéle preciso, pal´viaje. Y LaBoga lo escucha. Otra vez: ¡Papéle!            En la Delegación Municipal. Papéle, dáme, en´l camión, me rájo... dice y dice Róbin Espiro.            LaBoga es Adriana Carrizo, hija del Cata Carrizo. La Negra. La Coty. (Lo escucha). LaBoga. Parida en círculo de camioneros, íntima; su padre, su hermano, sus tíos, sus primos, los hijos de sus primos, los padres de sus novios, sus machos, todos todos camioneros. Todos. Y ella es un hembrón, LaBoga... Y LaBoga Adriana La Coty Catita La Negra Carrizo es "La Boga" porque cuando terminó la Escuela Secundaria se metió a estudiar abogacía, en la Universidad de Buenos Aires. (Lo escucha pedir papeles para el viaje en camión al Territorio Nacional de Las Misiones). Y en seis años se recibió; y al año siguiente su padre se mata en la ruta y al año siguiente está (ahora) trabajando en la Delegación Municipal Villa del Plata. (Lo escucha).             (Lo escucha).            ¡Lleváme con vos!, lo interrumpe LaBoga. Y le dice: Esto no se aguanta más, Róbin, está lleno de milicos, escupen las fotos del General, lo insultan, le gritan ¡cobarde, cobarde!, y se ríen, y nos amenazan, gritan ¡A los partidarios del "Tirano" les caerá el peso de los fusiles!, dicen, y se ríen, y queman las fotos del General, y maldicen a Evita, la llaman la perra, y nos vuelven a amenazar. (Ahora Robertino Espiro es el que escucha). No se aguanta más, Róbin. Lleváme con vos, le dice. (Se quedan en silencio).            Vámo, dice Róbin. Camino a las casas de las primas en Villa San Juan Róbin contó a LaBoga sobre los cuatro-cinco telegramas enviados por el primo Florencio desde Iguazú de las Misiones advirtiéndole que se cuide, que la cosa se iba a poner peluda, que el maricón ese del General al que tanto adoran se iba a rajar en cualquier momento, "es un cagón", dijo Robertino que le había escrito el primo Florencio, "y vos sos un pelotudo", dijo que le había dicho en un telegrama.            LaBoga quiso saber más... Y supo que el fugitivo primo Florencio (Espiro) se ocultaba en la frontera del Paraguay, en una colonia de colonos polacos, Colonia Wanda, decía, solitaria en la selva misionera, en el Alto Paraná de los colonos polacos. Colonia Wanda. Cerca del Iguazú. Que no figura en los mapas. Decía; explicaba Robertino que le había explicado el primo Florencio. Pero existía. Decía: Colonia Wanda.            Y allí vámo, dijo Róbin. En las casas de las primas Espiro subieron al camión la prima Danielle y la prima Natalia y los novios (de siempre) el Chelo Luján y el Tano Ghio. Subieron en tropel. El tío Rosendo y la tía Susana quedaron en la esquina, saludando, arrimando deseos de buen viaje y mucha mucha suerte...Y se fueron, nomás; partieron a la ruta en el viejo Ford, camuflados de gitanos, como auténticos volantines. LaBoga y ElRóbin y las primas y los novios, simulando, todos, alertas, todos todos al mismo tiempo y en el mismo espacio ambulante jugando en el mismo rol de circo-gitano. Todos. Como en un cuento...            En el camino.            Hasta Posadas (es) ruta conocida, sabía Robertino; después, la infinita selva misionera.              
- IVFogonazos  El río Paraná, tumultuoso, inmenso, como un arrebato austral del Amazonas. Como un mar, Paraná: así lo llamaron los antiguos indios... El remolcador enaltecido en el raudal de la corriente; a la vera, el monte hecho bóveda, rezumando humedad y vapores. En la cubierta descansan los compañeros, la tarde cae calurosa y naranja; en el puente de mando ElGuapetón lleva el barco. La bandera de la Unidad Básica ondea en el mástil, agitada contra el viento. "Lealtad y Justicia", dice.Todo sereno. En el río Paraná.... Ya en la noche la tripulación cena esparcida sobre cubierta, afanosos comen el sancocho hervido de Krakis Ribezzo: Su hermano Krauko sirve el guisado y los hombres comen, encuclillados o en banquetas, comen y comen, y lo saborean y lo eructan y felicitan al cocinero y lo aplauden y piden piden otro plato, ¡ta´mui´rico, ta´mui´rico!, dicen y repiten, y el tanito ofrenda más y más sancocho a los muchachos. Y comen. Y beben agua fresca. Y alguien pide vino:¡Un´vasito´e´vino, McKensy! Grita en la noche el vozarrón del Narigón de Bera.Pero el vino está prohibido: prohibido. Así bien lo había aclarado el Indio Mckensy en el atracadero de Villa Nueva: Este es un asunto serio, dijo, ésto no es chacota... Y entonces no habría vino, nada; nada de alcohol. Hasta llegar al Paraguay. Nada.¡Au´qu´cea un´traguito e´caña, McKensy! Insiste la súplica el compañero. Pero el líder se mantiene firme:Nada, nada, repite entre risas. Cóma tranquilo el guiso y mámese con agua´el río, compañero, dice McKensy.El Narigón de Bera ladea la cabeza, y sonríe, apenado.Qué-le-va-cer, compañero, dice el Indio, ¡métase en la cabeza qu´ésto no es chacota!Entonces el Loco Walter tercia en la charla:Mijor métale un´cacho é "cóca" en´la narí a´éte narigo´n endrogáo, Jefe.Todos celebran la ocurrencia. Y ríen a carcajadas.El "cocotero" aludido estalla en furia, se pone de pie, resuelto, limpia sus dedos en la pernera del pantalón; y decidido encara al Loco Walter. Le grita:Y´a´vó en´te güa´meté un garrote en´el culo, ¡maricón!El Loco Walter se desarma a carcajadas. Todos ríen a carcajadas... Hasta que el primer disparo enmudece la cubierta: compañeros tiesos, aturdidos. Y entonces otro disparo. Y otro. Y otro. Y otro más. ElGuapetón cae fulminado de la hamaca paraguaya. La balacera (ahora) arrecia en la noche. Los compañeros corren, espantados, buscan refugio, trajinan sobre cubierta, en loca estampida se cubren, se arrastran a los gritos. La Vaca Yensen (ya) no se mueve: sangrando en la borda. En la costa santafesina chispean fogonazos de escopetas y rifles. Tiros. Caos. Confusión. Tiros. Tiros. Tiros. (En el estuario de Cayastá.)¡La Húngara!, grita McKensy, ¡la Húngara! Grita el Indio parapetado en la gancha. Le grita al Loco Walter. Y la balacera no se detiene: repiquetea el plomo sobre cubierta. ¡La Húngara, Loco: traéla ya mismo! Tiros. Tiros. Tiros. Y Krauko Ribezzo cae, maldice: en griego: está herido. Tremendos fogonazos asustan en la espesura del monte. ¡La Húngara! El Loco Walter lanzado raudo a popa cruza y se zambulle en la escotilla... Y al instante emerge, y alza en alto el arma oculta en la bodega: la ametralladora del Ejército soviético "tramitada" en la embajada de Hungría. ¡La Húngara! ¡La Húngara!, gritan los compañeros.El Loco Walter conocía de cerca a la húngara, la había acariciado más de una vez; en pocos segundos cargó tambor y acomodó el bípode sobre cubierta: los compañeros lo alentaban, en dura arenga; y el loco sudaba colorado y nervioso sobrecogido entre los tiros. Un disparo le astilló la rodilla pero Walter El Loco (ahora) recio sobre cubierta ya comenzó a descargar la munición contra la costa santafesina iluminada en su propio fuego... ¡Mierda!, aulló McKensy cuando el tableteo de la metralla sacudió el firmamento: los compañeros también aullaron y se golpearon en la boca al son de la barreada. En la noche.Méta, Loco, Méta, gritaba McKensy. Déle a la güasa, ¡déle, nomá! El Loco se detuvo un segundo a cargar un nuevo tambor cuando el Negro Molina aparecía en la escotilla a manos llenas de cargadores llenos y atrás suyo el Narigón de Bera con dos revólveres y una escopeta; y agazapado en el cabestrante McKensy a los gritos gritando ¡Son los ruralistas: los ruralistas de Salcedo!, gritaba, ¡los ruralistas de Salcedo! Pero nadie lo escuchó: el tableteo de la metralla calaba en cada talento... Y el Loco renovaba tambores y el Narigón de Bera y el Negro Molina a la borda en estribor meta disparo y disparo, y ElCachilote a escopetazo maldiciendo en guaraní... Hasta que el silencio fue total, absoluto. El aire olía a pólvora. Y en la costa santafesina ya no se vieron fogonazos.  La aurora apenas se dibuja en el cielo; el horizonte (aún) es confuso, enmarañado. Y en el buque los compañeros lloran las muertes de ElGuapetón Da Silva y la Vaca Yensen... muertos... el buque avanza a todo motor... en el raudal de la corriente... Krauko Ribezzo está herido, grave; se lamenta en la bodega, injuria, delira envuelto en fiebre y dolor: la herida le cruza el pecho. Su hermano menor lo asiste, lo limpia, le seca las lágrimas: está muriendo... en el río Paraná... muertes... muertes... el Negro Molina reza el rosario a un costado... mientras el Loco Walter sobre cubierta monta guardia ceñido a la metralla y el Indio McKensy y el Narigón de Bera emprenden a tabicar el puente de mando... en el remolcador... a la vera blanquea la indómita Cayastá de los Salcedo... muertes... muertos... rígido al timón ElCachilote echa denuestos a la orilla, maldice en guaraní... a la ribera santafesina... El olor a pólvora se hace (ahora) insoportable. Todo hiede a muerte, a sangre reseca...    McKensy comienza a arriar la bandera: "Lealtad y Justicia", murmura el Indio.     
- VIIILa mina Llovía. Como sólo llueve en el Alto Paraná: a cántaros. Como la última vez, como si la naturaleza hubiera anunciado el fin de las lluvias. Mucha lluvia. Se desplomaba el cielo en raudales de lluvia. Una lluvia misionera, gorda, caliente. La jungla ondulada cubierta detrás de la lluvia. Lluvia fragosa. Sabida. En Colonia Wanda llueve como llueve en la literatura: hasta aburrirse... Lluvia. En el rancho de Don Félix. Camino al muelle. En la lomada de El Bonito. Y llueve. Todo lluvia. Allí (ahora) bajo el cobertizo el viejo Félix y Florencio y Robertino contemplan caer la lluvia. Y llueve...             La noche llega, y sigue la lluvia.            Como si nada importara. En la mañana la lluvia es un recuerdo. La selva (ahora) es puro sol. Nervioso. Crispado. El perro de Don Félix ladra, ladra diciendo que alguien llega. Florencio abre un ojo, y el viejo Félix ya está alzándose bajo el cobertizo. Robertino acaricia la Spencer. Un indio (de la gavilla al servicio de Saturnino) llega trayendo noticias. El perro lo chumba; el indio está agitado, se recompone a la loca carrera, se encuclilla y toma aire, respira, el pecho le suda. Don Félix calla al perro en un grito y el indio de la gavilla habla algo en guaraní. Don Félix levanta los hombros, su cara denota sorpresa. El indio vuelve a hablar en guaraní, seco y firme, puja la voz. El rostro del viejo Félix ahora es de estupor. El indio repite la misma letra, tosiendo y cansado. Florencio clava entonces la vista en el viejo y el viejo le devuelve un gesto asombroso: Dice qu´encontraron el cerro qu´brilla, tradujo el viejo Félix. Ansí dice: la-piedra-preciosa.            Saturnino (Florencio Espiro) saltó en el cobertizo y caminó hasta toparse la cara del indio, que lo miraba y sonreía y zangoloteaba la cabeza y se esforzaba en exponer ansias y lealtad a Saturnino. Y Florencio (Saturnino) estalló en un grito sonoro: ¡La mina!, dijo. ¡La mina de Wanda!, gritó de nuevo. Don Félix lo abrazó, lo apretó en su cuerpo. Robertino dejó la recortada y salió al encuentro de su primo. Se abrazaron los tres, rústico, y Florencio sumó al indio a la ceñida.             El perro ladraba, brincaba en torno al barullo de hombres... La mina de Wanda era (fue) una célebre leyenda del Alto Paraná, una en tantas páginas de la mitología popular del norte misionero. Esta (esa) leyenda reputaba el caso de un yacimiento de "piedras preciosas" de tiempos del Imperio lusitano, cuando los portugueses gobernaban éstas tierras. La leyenda hablaba de la enorme cantera abierta por el Reino de Portugal donde brotaban a borbollones esmeraldas zafiros rubíes, gemas multicolores, "piedras preciosas", en todas formas y tamaños. Esto (eso) decía la leyenda. Y concluía el relato diciendo que la mina hubo sido abandonada por el Imperio cuando la gran peste azotó la región... Esa antigua (ésta) leyenda sobaba (ahora) Florencio. Florencio Espiro.              Y su gavilla de indios.   ... Llegaron a la mina al mediodía, bajo un sol criminal; el miasma de la selva se colaba hasta los huesos. Florencio, Robertino, Don Félix, el Chelo Luján, el Tano Ghio, y la gavilla de indios completa: en los matorrales. El yacimiento se escondía sobre la ladera de un cerro en terrible anchura, inmenso, entre la jungla inmensa; a la vera el río Paraná. Escalaban. Trepaban el sendero: a machete y hoz la indiada lo ensanchaba a cada paso. Subían. Como verdaderas fieras. En el moconá... De pronto, el indio de-la-buena-noticia se adelantó al grupo de hombres, y en pomposo gesto señaló el portal de la mina, el oscuro socavón de los portugueses.             Y entraron.            Florencio encabezó la cuadrilla de hombres. Los indios encendieron las lámparas y el hedor a kerosén se alimentó en la humedad de la cantera. Marchaban, en silencio, envueltos en la oscuridad y el rocío, como ánimas en su cueva. Calaban las entrañas del cerro. El socavón se internaba, profundo. Marchaban. Florencio paladeaba un gran momento. Lo sabía. Y avanzaba: cautela, se decía. Cautela. Marchaban, los hombres, en la mina de Wanda: confirmando la leyenda. Y avanzaban. Silenciosos. El aura en las lámparas irradiaba una luz mortecina. A paso firme. Gotas que caen en la cantera, tamborileando, retumban; el eco se sostiene. Marchaban. Y a unos pocos pasos, el resplandor; Florencio avistó un brillo, como una fluorescencia. Y se detuvo. Ayíi, susurró. Todas las miradas se amontonaron en la negrura del socavón. Y avanzaron. En puro silencio. Casi no se oía un respiro. Sólo las gotas cayendo. La lámpara de Florencio se meneaba. El brillo al final de la veta se hizo agudo, patente, una luminosidad como salida de la Biblia. Ayíi, repitió. Y dio otro paso. Y el resplandor se descubrió en toda su plenitud: un extraordinario socavón de coloridos muros: paredes verdes rojas azules amarillas: en variada fosforescencia: en infinitas tonalidades: en loca policromía: las piedras preciosas.            En la mina de Wanda.            ... Florencio se sintió parte de una nueva leyenda. Se brotó en griego. Y allí mismo dejó de ser Saturnino Larsen.  Ya en el rancho de Don Félix bajo el cobertizo Florencio repasa en su cabeza las herramientas e instrumentos necesarios para trabajar en la mina. Las primas toman nota y Robertino escucha. El camión va´venir bien, dice Florencio. Y piensa en el gasoil necesario. Habla de galones y saca cuentas. La tarde es apacible, el sol sobre las nubes, y una suave brisa del sur. De pronto LaBoga dice cosas sobre leyes Federales y embutes del Mercado, dice que la cosa no es tan sencilla. Florencio le rinde atención, y dice: Vo´encargate d´eso, entónce. Entonces la muchacha sonríe. Y eso estaba diciendo, retruca. Todos sonríen... Y entonces comienza a llover.            Florencio maldice, feo.                    El perro gruñe al cielo.                
- XParaguayEs noche apagada y fresca. La balsa traza el río; Zapata va al mando, como capitaneando un encargue. Voi´véngo, dijo en el astillero cuando le preguntaron qué era (es) el Ford ese en la balsa. Voi´véngo, insistió: Y esos gitanos, le preguntaron. Pero Zapata no contestó. Zapata (ahora) está echando marras en la costa paraguaya. Como si tal cosa. Ya cruzaron la frontera. En el camión se esconde el clan Espiro.              Es noche sin luna. Y fresca.            ... Zapata los guía hasta la salida al viejo camino de "La Forestal"; como una gauchada, dice. Y en el andar de las ruecas va reseñando mitos fábulas tonadas astucias leyendas en el pueblo paraguayo: Esta isla rodeada´e tierra, dice. Como´un bicho ánda Dioo po´esto pago e´mandinga. Dijo. Y así. Se enteran las primas, aturdidas, y el Chelo Luján y el Tano Ghio, y LaBoga, amontonados en la carga del camión. Comen torta asada. Y toman vino. Zapata les cuenta cuentos fatales, aciagos, relatos (dantescos, dice) dónde la vida no vale nada, dónde no se habla de cuchillos, ni facones, sino de machetes. Dice.             En la cabina, oscuros, como la noche oscura, Robertino y Florencio se cuentan viejas andanzas. De mujeres. Y escopetas.            Paraguay; al otro lado del río. Como un sueño atolondrado. A las pocas semanas el clan Espiro ya reposa amañado en territorio paraguayo; en los arrabales de la capital, Asunción. Se compusieron como pescadores, en un muelle. Se hicieron de un rancho y un bote, y después de un pequeño buque. Y allí quedaron, diestros en el hervor del verano; "lo-sgriego", como se los conoció: Los griegos de La Aurelia.            Florencio y Robertino se hicieron un nombre. De respeto y baraja. Guitarrero. Bebedor.            Tifus. LaBoga murió al invierno siguiente... Y las primas se embarazaron.            Todo confuso, enredado. Como en una leyenda Espiro.El General no volvió a Buenos Aires hasta 18 años después de los bombardeos a la Plaza. Se la tenían jurada, le dijeron. Y el retorno esperó paciente: Como un buen soldado, dijo. En Paraguay se exilió algún tiempo; después se rajó a Europa, dónde habló de milicias armadas en lucha peleando su regreso en las calles. Habló de volver y volver. Siempre. Y cuando volvió volvió a la Casa Rosada, enfermo; resuelto a abrazarse a los hijos de la Justicia Social y las leyes de los trabajadores. Sus únicos herederos, dijo. El Pueblo.            Y después se murió, al poco tiempo. Como en las buenas historias...            De McKensy y Molina no se supo nunca (más) nada...            Zapata fue trasladado a un astillero de Entre Ríos. Colonia Wanda es (ahora) un bello paraje turístico del nordeste argentino: Y la mina es su principal atracción...            En Iguazú. En la espesura del moconá.                                                                                           FIN
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