El viejo de la bolsa (captulo 03)
Publicado en Sep 25, 2013
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CAPITULO III

Dos días después tuvimos un nuevo crío descuartizado dentro de una bolsa: Santiaguito: el hijo menor de don Vargas: el almacenero de Villa Nueva… Los perros lo hallaron a la vera de un zanjón, afluente del saladero, oculto entre las totoras del bajío. Todo trozado; horrendo, insólito; el cuerpo de Santiaguito había sido rebanado en lonjas de un rigor asombroso, como si un fenomenal, afiladísimo machete lo hubiese sometido a su instinto; apenas la cabecita se salvó del escarnio, aunque despojada de ojos y orejas, sin lengua y sin nariz, calavérica y doliente.
… El tercer niño muerto en un manojo de días…
Todo, todo en el villorrio late en un eco sordo.
Muerte. Muerte.
Como una mala costumbre.
La maldición del VIEJO DE LA BOLSA rondando al sur de Buenos Aires, golpeando en todo el Pago de la Magdalena; como una peste de sangre y achura… Sabíamos de tales barbaries en Villa España, en Villa Del Plata; llegaban de Laguna Blanca, de Parroquia San José, de todos lados; de más allá de los Tambos de Ingrao y Las Lomas; comparecían en tropel angustiadas voces narrando espantosos crímenes, matanzas, crueldades de un Viejo matando chavales como quien mata moscas, decían, llevándoselos en una Bolsa para atormentarlos en indecibles humillaciones: Como un bicho del infierno, nos decían: Una bestia suelta en la noche, decían.
Habíamos escuchado, uno a uno, atentamente, cada relato en sostenido estupor, para sufrirlos luego en el desconsuelo, afligidos, fatales, lamiendo el regusto del drama en ciernes:
EL VIEJO DE LA BOLSA.
(Sí. Sí.)
Y anclaba ahora en La Barranca… en nuestra aldea ribereña.

Al mediodía fuimos reuniéndonos en el almacén de Don Vargas. (El almacenero había sepultado a Santiaguito en su propia finca, en íntima ceremonia.) Encuclillados bajo el cobertizo murmurábamos tristes, infelices, como sobando nuestras heridas, como si el mismo mutis apartara del Pago al brutal asesino… El mediodía subía frío; cielo gris, plomizo; el viento sur lastima escarchado. La ribera se mece como en un bramido. En los pajonales ululan teros zancudos, levantan vuelo y se pierden en el monte anegado, se van, llevando su coro en un solo retumbo… El frío es como de hielo. Y bajo el cobertizo nos vamos amontonando.
La suerte está echada. Sabemos. Pensamos.
(Callamos.)
Un viento tártaro se arremolina bajo el cobertizo. Casi temblamos. Los perros ladran al viento. (Y callamos.) El cielo se cierra renegrido. Nadie, ninguno dice nada; alguno maldice para decir algo. (Y callamos.) Todos, todos hundimos la vista en el río. El río se agita, marrón oscuro.
Sabemos. Pensamos.
(Y callamos.)
El llanto de los Vargas llega en sones del fondo del almacén.
Temblamos, de miedo, de angustia… Temblamos de furia.
… Hasta que la malasangre estalla: Como un cañonazo, la ira contenida reventó el simulacro del silencio; un brote de rabia acumulada, acorralada en nuestro miedo al mote maldito: EL VIEJO DE LA BOLSA, gritamos, todos, todos, gritamos como alienados, como un único gruñido de emociones en chispazos, EL VIEJO DE LA BOLSA, gritamos, Il Vecchio di la porca, gritaban los tanos, Bastardo, azzo’ scchifoso, gritaban, gritamos, nombramos el nombre del miedo y la pavura, lo dijimos una y mil veces, lo dijimos: EL VIEJO DE LA BOLSA, aullamos, bajo el cobertizo, resueltos a decirlo cuantas veces fuese necesario: EL VIEJO DE LA BOLSA…
… Y lo gritamos, lo decimos hasta cansarnos.
Maldito viejo asesino de nuestros hijos.
Lo berreamos.
Un odio tremendo nos inunda el alma. El perrerío ladra excitado. Si hasta el frío parece caliente. Odiamos. Odiamos mucho… Y así empezamos a lanzar al aire absurdas ideas en plan de enfrentar a la bestia asesina. Hablamos de montar guardia, de apostar centinelas guarecidos en la noche. Hablamos de emboscar al Viejo para hacerlo prisionero y atormentarlo en ayes, mortificarlo en úlceras y gangrenas, durante semanas, meses, hasta vaciarlo de vida y lanzar sus restos a los cerdos del monte. Porco Vecchio: Vecchio de’lla Borsa. Hablamos de enfrentar al canalla. Lo repetimos. Hablamos de venganza. (Hablamos de todo esto; montamos planes pero sabemos lo inútil del caso: No se puede atrapar un fantasma. Lo sabemos. Pero el odio amontonado no lo entiende.) Se ofrecen cuatro cinco voluntarios para organizar la celada y tender trampas. Todos prorrumpimos en vítores histéricos. Como cazar un bicho del monte, decimos, mentimos.
(Y seguimos mintiendo.)
(Mentir. El secreto ahora es mentir.)
Hablamos de acopiar mosquetes y pistolas, redes de pesca, arpones marinos, horquillas, garrotes del Matadero, hachas, machetes. Hablamos de cuadrillas nocturnas, de antorchas, de astucias de trampero, de señuelos. Hablamos del valor y de la audacia. Hablamos de la fuerza de la unión en nuestra aldea. (Lo hablamos.) Hablamos de meter al Viejo en su propia bolsa. (Lo hablamos como si fuese en serio: como si fuera posible vencer al demonio de un susto.) Hablamos hasta aburrirnos.
Y así seguimos, mintiendo. Toda la tarde.
Mentir, unos a los otros; mentirnos sin vergüenza; mintiendo, dándonos ínfulas de avezados expertos en macanas del infierno.
Mentir.
(… los Vargas siguen llorando el entierro de Santiaguito…)
El viento, ajeno a nuestro embuste, sacude el cobertizo.
Llovizna.

Entrada la tarde la llovizna se transformó en un garrotillo violento, como pedradas de frío, escupidas por un cielo negro y revuelto, despeñado, comiéndose la barranca y a Villa Nueva.
(Bajo el cobertizo las mentiras no cesan.)
(Hasta nos atrevemos a bromear, chacoteros y farsantes.)
Don Vargas se ha sumado a la ronda del delirio colectivo. Y también él aporta su renovada bravura; esgrime pomposo un antiguo mosquete Borbón, y dice: La sangre de mi hijo será honrada. Todos (nosotros) asentimos, en señal de respeto; algunos lo aplaudimos, otros lo palmeamos en el hombro. La sangre de mi hijo será honrada, repite Don Vargas, y baja el arma, espantoso; moquea, lagrimea, entre emocionado y loco de frío. (Lo animamos a espaldarazos.) Se compone la garganta, carraspea, y declara: Ese viejo mandinga las va a pagar, todas.
Todos celebramos, chúcaros; bravatas y loas. (Mentirosos.)
Un nuevo estacazo de viento sacude la llovizna escarchada.
(Mentimos.)
En la ribera se oye el batir de la corriente; chalupas, chalanas, el amarradero rechina su misma zumba; un ansia como de espera se expande entre el monte y la maraña del rellano; en los totorales se ensanchan las nutrias.
Oscurece en la barranca, deprisa; Villa Nueva se tiñe de sombras. Casi se esfuma, veloz, envuelta en penumbra.
… Oscureció.
El caserío enciende sus antorchas.
Llueve.

Ya en la medianoche, la lluvia arrecia como trompada. Un manojo de hombres patrulla la villa; valerosos, locuaces, resentidos, afiebrados; un fajo de guardianes alerta en la comarca, como heraldos del monte, protegiendo la cría; moradores de Villa Nueva en insólita pendencia, hostigados por la amenaza nocturna: EL VIEJO DE LA BOLSA
Maldita desgracia. (En las comarcas del Virreinato.)
Es noche sin luna, tapiada; los perros trajinan nerviosos.
… Y la lluvia arrecia.
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Foto del autor Martin Fedele
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Palabras Clave: FOLLETIN VIEJO BOLSA

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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