Los Ruralistas (captulo 07)
Publicado en Aug 12, 2009
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- VII
En la estancia
 
Los primeros dos tres días el pái se los pasó recluido en su "templo", en el sótano de un viejo granero, solo, cercado en imágenes y estampas de María Eva: ensimismado en la macumba. Se oían cantos y plegarias, invocaciones, barahúnda oscura en entonación, como caricias de un mal momento. Entre tanto en la noche un grito espasmódico. Una fiereza. Ni los perros se oían. El viento era frío. En la segunda noche hasta pareció darse oído a otras voces. Un quejido animal. Y otras tantas cosas. Negras. Los gallos parecían mudos.
            En el "templo" trabajaba el macumbero.
            Se respiraban malas fuerzas, brujería. Todo enrarecido. El pái no salía de ahí abajo, pero el hechizo prendía en la estancia. Los ruralistas hacían como que no se daban cuenta de nada, como desentendidos, ajenos al suceso. Entre la peonada la cosa era bien distinta: sabían que en el sótano del granero un macumbero estaba haciendo algún daño, "un trabajo"; o algo parecido, una maldad.
           La peonada seguía atenta el barullo que llegaba del granero...
           A la siesta del tercer día el pái asomó el pescuezo lozano y fresco recorrió establos y corrales amable y entendido con la peonada que lo miraba azorada como si estuviera viendo el propio infierno: ese era el pái ese andando entre la peonada, íntimo, caluroso, como un profeta amanecido, simpático y macanudo. Se fue apretando paisano bajo el cobertizo donde la peonada marcaba hacienda. Lloviznaba suave. La peonada lo miraba espantada, atónita, le seguía la corriente, respondían sumisos saludos y afectos del forastero. Era domingo. Estaban asustados. Lo convidaron con un vasito de Vino de LaCosta. Y le gustó. Mucho. Y pidió más.
           El pái avenía rápido en charla llana; entretenido y pícaro, dorado, manso; lustraba una sonrisa afable. En la peonada el ambiente se iba aflojando, se respiraba otro aire, íntimo, corría el Vino de La Costa, y los cuentos, y las risotadas, el mugido del ganado, los teros. El pái pidió otro vasito de vino. Se restregó la boca, seductor. Y siguió en la conversa. Lo encandilaron algunas palabras: verga, mina, atorrante, escruche, chamuyo, araca, bagayo, gayola, cafiolo, cana, fulero, garufa... Las repetía impetuoso y gestual, como un estudiante aplicado. Y pedía otro vasito de vino. Rosado.
          Delicioso, exquisito, ponderaba el pái entre resoplidos y eructos.
          La peonada ya descorchaba otra damajuana.
          Don Esteban M. y Don Arnaldo F. se aparecieron por el cobertizo, sencillos, cordiales, invitaron a su ilustre visitante a compartir el té en el salón de la estancia. Vengasé, Maestro, dijo el viejo Esteban. El pái ni los miró, rosado en vino, ni siquiera les prestó atención, se ensimismó cabeza gacha como esperando el paso de un muerto. La lluvia repicaba en el cobertizo. Los ruralistas languidecieron, mudos. El pái farfulló algo, indescifrable, en lengua negra, y sonrió, áspero, clavada la vista en el suelo barroso. El ganado estaba inquieto. La peonada estática y silenciosa.
         El pái rompió el sosiego de la tensión: pidió otro vaso de vino. Rosado.
         Los ruralistas cruzaron miradas. Y se esfumaron bajo la lluvia...
         En un rato la peonada abría otra damajuana del sabroso vino costero y la guitarra sonó en la tarde del cobertizo. Tangó, tangó, gritaba el pái perdido en el vaho de la borrachera. Tangó um´pampa maghǎndra, imponía el forastero. Quería escuchar viejos tangos, milongones, piezas populares y convictas, olvidadas en el tangó de París. Quería escuchar los tangos que no se oían en las películas de Gardés; esos que no pasaban en las radios uruguayanas. Estaba borracho el Maestro, farfullaba, baboso, se balanceaba en un vértigo... Y la peonada regaló lindos tangos de los reos:
              
de L´Abbaye la piantaron
y la razón no le dieron
pero después le dijeron
que fue por falta de higiene
pues la pobrecita tiene
una costumbre asquerosa:
que no se lava la cosa
por no gastar en jabón
¡Rajá de aquí!
andate a pastorear
¡Piantá de acá!
que no te doy te-cor...
Y si querés volver a figurar
lavate bien pa´ no pasar calor

... chúcaro el vozarrón del joven Plácido Heredia desgranó un jocoso repertorio de cachos pícaros pilleros enzalamado en el vino la bravura su erudito auditorio lobizón bajo el cobertizo.
            Anochecía... 

Quisiera se canfinflero
para tener una mina
llenarla bien de bencina
y hacerle un hijo chofer
  
... el pái celebraba cada ocurrencia, cada palabrota de la peonada, se relamía y tronaba en carrasperas y vitoreaba y chiflaba sonoro y levantaba al cielo la damajuana de vino y empinaba en su boca pasmosa y sucia y metía largos tragos de vino. Rosado. Loco.
            Ya no llovía. Todo era frío y neblina.
            El joven Plácido Heredia arrimaba nuevas estrofas, arrogante y cortés, soltaba tonadas entre el griterío y los pedos bajo el cobertizo.
            Cantaba:

Canfinfle, ¡dejá esa mina!
¿Y por qué la voy a dejar?
Si ella me calza y me viste
y me dá para morfar
me compra ropa a la moda
y chambergo a la oriental
y también me compra bota
con el taco militar

... salado caldo rufián el tufo machuno ceñía a los hombres reunidos en torno a las coplas del guitarrero entusiasmado en el arrojo del vino y los aplausos.
            Cantaban. Voceaban.
            Gruñían, sátiros en celo. 
 
  
En la medianoche el pái puso fin a la velada y se retiró a su aposento. Se despidió pringoso y burlón, estropeado. Estaba todo ebrio, caminaba a los tumbos, cayéndose en la oscuridad. Reía y susurraba en lengua macumba, ruinoso, picado, como un bicho envilecido.
            Caminó hasta el granero. Fatal. Los perros lo seguían.
            El frío era intenso.   
            En la radio del Estado informaban que la salud de María Eva apenas resistía.
 
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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