Los Ruralistas (captulo 10)
Publicado en Aug 26, 2009
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Disparos en la torre
 
En su oficina de la Delegación Municipal el Indio McKensy lloraba penoso: lloraba a moco tendido: a las 20:25 la radio del Estado había informado la muerte de Evita: lloraba angustiado McKensy en su tristeza: Evita estaba muerta. Para siempre.
            La noche fue larga, el Indio no durmió. Todo fue duelo y recuerdo.
            Afuera las antorchas ardieron como nunca...
            El Negro Molina apareció en la mañana de la delegación rumiando asombrosas noticias: la Fusca Ribezzo había envenenado a 25 ruralistas: en la estancia de los Pereyra: 25 ruralistas envenenados: todos de un saque: envenenados con el cianuro para el macumbero. El Indio blanqueó los ojos, embobado; lustroso oía a Molina. Y el Negro aceitaba nueva información: el pái de la macumba esperaba en el muelle de Villa Nueva: un buque carguero lo alcanzaría hasta Rosario: en cuestión de una hora.      
            El Indio duró un instante petrificado, boquiabierto. Miraba el techo. Malo. Entonces bajó la vista y cruzó la del Negro: Molina lo estaba esperando: lo esperaba: listo: el Indio entendía: Molina pedía la cabeza del macumbero: en el atracadero de Villa Nueva el "gaúcho" sería pan comido.
            Déle, McKensy, reclamó Molina. Por la Señora Eva... Evita.
            El Indio lo sostuvo en la mirada, leve, y aprobó la ofensiva:
            Ahí tenés las llaves, dijo. Lleváte lo que quieras.
            Molina manoteó decidido y eufórico el bulto de llaves del estante y rumbeó a la armería de la Delegación, en el sótano. En un sigilo el Negro se apropió pistolas, rifles, escopetas cortas, largas, municiones en todas las formas y en todos los tamaños; todo un arsenal: Molina el Pistolero, pensó.
            Y al trote salió del sótano cargando tres bolsos.
 
El atracadero de Villa Nueva emergía en la paliza de la sudestada. Las aguas bajaban lerdas y el desastre aparecía entero, barroso. Un hedor rancio. Malaventura. Pedazos de inundación por todos lados. Como anticuada broma del río.
            Mediodía impasible y flemático. Hosco.
            El paí se paseaba inquieto en la terraza del muelle: ondeaba envuelto en la manta amarilla. Se daba calor, enguantado, frotaba sus manos. Molina seguía la escena desde la torre ferroviaria. Lo tenía en la mira del rifle, lo observaba pasearse en el muelle; panóptico. Se relamía el pistolero: la antigua fortaleza abandonada parapetaba ahora a Molina.
            Mediodía.     
            El buque esperaba (ahora) fuera del estuario, anclado a barlovento: la canoa de Alito llevaba al macumbero: lo arrimaba hasta la embarcación. Molina seguía el suceso invisible en la torre. El Negro ya lo tenía hablado a Alito para la trampa: saltaría al río en mitad del trayecto librando a su suerte al asesino de la Señora Eva: se lo tenía merecido, había dicho el Negro. Y Alito estaba de acuerdo... Se lo tenía merecido.
            El primer disparo asustó como un mazazo. PUM. Sonó loco en la ribera. Confusión. Se sostuvo un eco. Los pájaros brotaron del monte. El muchachito de la canoa ya nadaba volviendo al muelle y el pái azoraba trastornado sobre el batel hecho un ovillo en medio del río. PUM, otro disparo; el mismo rifle. Y el pái emboscado. PUM, PUM, astillaba la canoa el Negro Molina meta disparo y disparo. PPUUUMMM, tronó la escopeta. Y la canoa casi se parte al medio. Se tambaleó dañada. Entonces el pái revoleó la manta amarilla y saltó al agua y arremetió a nadar en dirección al buque anclado a la salida del estuario. TA TA TA TA TA bramaron los disparos de pistola. TA TA TA TA TA cercaban al paí en el agua. Molina desplegaba toda su artillería. Un concierto de armas. En el buque la tripulación levantaba apuestas a la suerte del emboscado: los boletos eran pocos. PUM PUM PUM de nuevo el rifle. En la torre.
            Alito ya trepaba a la terraza del muelle.
            El macumbero nadaba, braceaba, atolondrado, nadaba a la muerte, solo.  
            Molina oculto en la torre meta bala y balazo. PPUUUMMM otra vez la escopeta. Y el alarido llegó inmediato: el pái se detuvo y aulló y gimió fatídico y se arremolinó en el agua: pesado: la sangre lo sobrevivía. PPUUUMMM el escopetazo (ahora) final abriéndole el cráneo. TA TA dos nuevos disparos de pistola. El pái ya no se movió; se hundía hecho un amasijo en medio del río.
            Desde la torre bajó un grito victorioso. En el buque algunos protestaron.
            La risa de Alito llegaba lejana.
 
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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