Los Ruralistas (captulo 09)
Publicado en Aug 26, 2009
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- IX
La masacre
 
A las 20:25 la radio del Estado anunció que María Eva había pasado a la inmortalidad: la Jefa Espiritual de la Nación muerta: recostada en el hospital, eterna: para siempre emponchada en su pueblo: Santa.
            En el salón de los Pereyra rompió el festejo: como un estallido: una risa, una carcajada, un "viva el cáncer", gritos, regodeo, júbilo, hurras: los ruralistas celebraban la muerte de la perra. En la cocina la Fuscaiola sintió que se le aflojaban las piernas. Lloró, lloriqueó, maldijo, se tragó los mocos, se santiguó tres veces, maldijo a los ruralistas, resopló como una niña. Y siguió llorando. El Jazzo la calmaba, la instaba a simular el dolor y seguir trabajando; indolente, práctica; el Jazzo le recalcaba que si los patrono la encontraban así iban a sospechar y la iban a matar como a un perro rabioso.
            En el salón los ruralistas eran toda bulla y algarabía.
            Celebraban.
            Sobre el cadáver todavía caliente, pensó la Fuscaiola. ¡Crápulas!, dijo.
            El Jazzo temblaba temblando: le rogaba lloroso silencio: piedad. Nos matan, coreaba. La Fuscaiola sostuvo su mirada, ruda, como en la nada: el Jazzo temblaba arrodillado en la cocina suplicando olvidar la muerte de la Señora Eva, pobrecita; olvidar el daño del forastero, olvidar; y olvidar el veneno y la polpetta y todo, todo, olvidar, seguir, mirar para adelante, olvidar... El Jazzo susurraba, de rodillas. Y temblando.
            ¡Viva el cáncer!, se oía en el salón.
            La Fuscaiola incrustó su mirada en los ojitos encrespados y lisonjeros de su marido y lo partió como un rayo. ¡Cobarde!, chistó bajito. ¡Jazzo mamarracho!, ¡cachivache!, le dijo, maldita, y escupió al suelo: ¡Cobarde!: lo volvió a maldecir: lo zamarreó de la solapa. El Jazzo casi se desmaya. ¡F´esso toracchio!: lo increpó. El Jazzo lloraba y temblaba: lastimoso. Hasta que la Fuscaiola se cansó y lo echó como a un idiota. Lo escupió insistente. Feo. Y el s´carto se fue, carpiendo: bajó a la bodega en cuatro patas...
            En el salón sonaba el tocadiscos; los estancieros bailoteaban, chiflados, felices, pedían a los gritos botellas de champaña y licores y descorchaban y encendían cigarros y hurraban a lo pavote. En el tocadiscos sonaba música moderna, americana, "níiu-yorcc, níiu-yorcc", cantaban, féminos, entreverados los ruralistas en el salón de los Pereyra... En la cocina la Fuscaiola se remordía los labios: en su cabeza prendía la idea: forzosa, ineludible: fermentaba la masacre del cianuro: olvidar al macumbero y envenenar sí sí a los ruralistas. Sí. Ahora. En el frasquito disponía cianuro como para envenenar a un ejército de húsares. Sí. Sí. Ahora. A éstos viejos.
            Veneno en albóndiga para los estancieros.   
            En la bodega hecho un ovillo el Jazzo gimoteaba arrinconado y oscuro.
 
25 ruralistas cayeron muertos aquella noche: ¡polpetta venenatta!: reventados en la pócima siciliana. 25 ruralistas desparramados en el salón de los Pereyra: orinados encima, sangrando por la boca, pálidos: la Fuscaiola los observaba. 25 estancieros envenenados en su madriguera: fatales: la Fuscaiola repartió el cianuro en deliciosas albóndigas, exquisitas. Y victoriosa luego trancó puertas y ventanas. Un espectáculo único. 25 ruralistas muertos...
            La Fuscaiola ensillaba el sulky de los Pereyra. En la madrugada.
            Los ruralistas yacían en la casa principal.
            Todo era escarcha y silencio. La peonada ayudó a la Fuscaiola a componer el escape: atajos, puentes, milicos, lagunas: obligaba rajar rápido a Buenos Aires: a la cita acordada con el emisario de la maha-fat en el consulado italiano. La peonada sugería tomar el viejo camino de Barragán: son apenas las dos y el tiempo viene manso, dijeron. La Fuscaiola cinchaba los caballos y repetía cada apunte de la peonada. Casi no había viento. En un rincón del establo el Jazzo lloraba, sin consuelo, infantil. Bandida, criminale, decía. La Fuscaiola ni lo miraba: atendía atenta los informes de la peonada.
            Los ruralistas ya hedían en el salón, destripados y mierdosos.
            ¿Y el pái de la macumba?, preguntó la Fuscaiola a la peonada.
            El Jazzo se agitó en un meneo histérico.
            Se aído pué, dijo uno.
            Se jué dispacito haci´un rato, dijo otro.
            La Fuscaiola escupió al suelo. ¿Y dónde?, quiso saber.
            Ninguno arrimó una respuesta. Nadie lo sabía. Ni lo quería saber.
            ¿Dónde?, insistió.
            Nada.
            El Jazzo detonó en un largo lamento. Bandida, criminale, decía.
            El perrerío ladró agitado. La Fuscaiola ya estaba trepada al sulky, lista; estribó dura y dijo: ¡Suban al Jazzo ése! Como expertos la peonada subió el cuerpo frágil del Jazzo al pescante: el Jazzo parecía desmayado. Ya ni lloraba. El perrerío ladró todo junto. Las bridas del sulky chasquearon y la Fuscaiola saludó a sus amigos:
            Hasta siempre, dijo. La peonada devolvió la venia en docenas de voces.
            Y se fueron, en la noche cómplice. El Jazzo y la Fuscaiola...
 
Atrás quedaban inmediatos 25 ruralistas envenenados. 25 estancieros: viejos ilustres, Señores. "La masacre del cianuro", titularon algunos diarios.
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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