Colonia Wanda (captulo 07)
Publicado en Jan 26, 2010
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- VII
Fuego
 
El remolcador bordea el estuario de Posadas, la bravura del río es potente, tozuda; los compañeros fatigan infaustos. En el puente de mando ElCachilote y el Indio McKensy otean el fondeadero, buscan un buen escondrijo donde liar la embarcación. Oculto sobre cubierta el Loco Walter monta guardia ceñido a la ametralladora. Y el Negro Molina alista un rifle a babor. Y el Narigón de Bera otro a estribor. Y (ésta) es toda la tripulación a bordo: Krauko Ribezzo finalmente murió, a la altura de Bella Vista, provincia de Corrientes: el joven Krakis decidió entonces poner fin a la aventura y abandonó la nave algunas leguas arriba, en un muelle de la capital correntina, llevándose consigo el cuerpo enjuto de su hermano muerto...
            La tardecita cae (ahora) sobre Posadas, nubosa y céfira, y el remolcador se esconde entre las trajineras abandonadas de "La Forestal": un amasijo hecho en pátina aceite gasoil lata madera podrida, herrumbroso, espectral en la dársena sur del puerto. Y allí (ahora) los compañeros amarran el buque, alertas, miran a un lado y otro, como olisqueando malas noticias. Pero la noche (ya) cubre el fondeadero y la calma impera. Todo manso y oscuro y vaporoso. Todo suspendido en el trinar de la ribera.
            McKensy y Molina tenían un plan. Y lo contaron a los compañeros: ellos (McKensy y Molina) apearían el buque, irían al pueblo a juntar pertrechos y alimento y noticias del General, y volverían al amanecer a seguir viaje a Asunción. El resto de la tripulación aceptó el plan sin decir nada: el Narigón de Bera y el Loco Walter ya roncaban el uno sobre el otro arrinconados famélicos en la bodega. Y esperar que ElCachilote abandonara el barco aunque-más-no-fuera para estirar las piernas y echarse una meada hubiera sido como pedirle a un diablo la cruz de Cristo. Utéede vállia´n andi´ guste, dijo el capitán: Y no´sele olvíde un´a botellíta e´caña pa´lo cambá éto, ché. Dijo sonriendo. Molina asintió en un guiño pícaro. McKensy lo dió por hecho.
            Y se fueron...
 
En el puerto la noche se respiraba encendida. Un mensú los quiso pelear de entrada, de puro gusto, mamado los toreaba; Molina supo salir del paso, preciso y tangible. El ambiente caldeaba, bailes, putas, vino, se oía todo en un único sonido. Los machetes relumbraban, en la noche, palpitantes en la cintura de cualquier mensú. Un gringo les ofrecía mujeres, "poláca, poláca", repetía. Algo semejante a un turco los invitó a beber el mejor licor del Líbano. Y la música aparecía y desaparecía. Griterío. En cualquier lengua, en guaraní gaúcho eslavo sirio suizo alemán portugués, en español, poco, en finlandés, en árabe, en cualquier cosa, en cualquier dialecto del Volga, del África Meridional, del Amazonas. Una bruma densa. McKensy y Molina se pierden en la muchedumbre. La noche se juzgaba libertina, como un gran infierno, repleta de efluvios, y razas y vicios y entuertos y pendencias y un calor aturdido en su propio goce. Como en un cuento de Quiroga: sabroso y suicida...
            La tierra de Las Posadas. (Como le dicen.)
            ... Se acodaron McKensy y Molina en un boliche de las afueras. Caña, pidieron. Un nativo sirvió la bebida y los forasteros la bebieron en un sorbo breve y concreto. Otra, pidió Molina. Dos, arrimó McKensy. Y el nativo obedeció al instante. En un rincón del bar bandoneón y violín metían polca a lo pavote, se golpeaban en la boca, mamados, negros de pelo rubio, farfullaban en extraño idioma. En una mesa jugaban al truco. ¡Real-Envido!, se oyó tronar. ¡Quiero!, dijeron. Y el alboroto estremeció la noche. McKensy se entretuvo un buen rato en la partida de naipes. Tomaba (ahora) cerveza helada. El boliche ardía. Molina también bebía cerveza. En el escaño. Y ganaba en confianza a un parroquiano, charlaban, animosos, entre el bullicio y el humo. Los negros-rubios de la polca metían miedo. Un mensú cayó redondo al piso. McKensy observó a Molina ensimismado en plática de un extraño. Como un viejo compinche. Y clavó su atención. Pero no era un compinche: Molina estaba hablando con un "compañero", un trabajador del Astillero del Estado, supo después. Un lanchero. La polca (ahora) enloquecía. McKensy se acercó al escaño, gentil, y el sujeto se presentó inmediato: Mucho gusto, Zapata, dijo, y estiró una enorme mano...
            Zapata y McKensy y Molina entraron en conversación, clandestina, acodados en el escaño; hablaron del General, de la cañonera, de la travesía en el remolcador, de los compañeros muertos. Hablaron en un murmureo casi inaudible. Zapata reseñó detalles sobre el paso de la cañonera del General por el Alto Paraná, "ió la´e visto co´nmi propio ojo", dijo. Luego se ofreció a conseguir pertrechos y provisiones para McKensy y Molina y los muchachos del buque... y entonces la tremenda explosión sacudió el firmamento: un bombazo impresionante que zarandeó todo el boliche: como el sopetón de un gigante... y tras el barullo inicial todos supieron que la detonación venía del puerto: un hongo de fuego y humo asomaba en la noche... y luego se oyeron disparos de escopeta... McKensy y Molina pensaron lo peor. Y salieron corriendo en la dirección temida. Zapata los seguía de cerca.
            Llegaron al puerto masticando espanto. Y allí el cuadro fue aún más espantoso de lo imaginado durante la corrida: el barco ardía envuelto en volutas de fuego: el Loco Walter y el Narigón de Bera carbonizados: rematadas a balazos en la dársena. McKensy sintió que se le aflojaban las piernas. Y más allá el cuerpo de ElCachilote degollado, cocido a tiros. El espectáculo lastimaba. Molina y Zapata se acercaron. Entre los curiosos. La embarcación se retorcía, el incendio la devoraba rápidamente. Zapata se acercó a un grupo de curiosos, y consiguió información, algo sobre una emboscada, una banda de ruralistas correntinos que habían seguido al barco desde el puerto de Empedrado. Le contaban ahora a Zapata. Pero una nueva explosión asustó a todos, el gentío se apiñó en suspenso: el viejo remolcador inflamaba, quejoso, las volutas de fuego ascendían contra el cielo: algunos se golpearon en la boca. Un ramalazo de calor seco ciñó la dársena. Y entonces reaparece Zapata y las noticias de los ruralistas a la caza de otros "negros" escabullidos; y el terror aturdiendo a McKensy y Molina; y un mensú que ya está hablando de la recompensa en la cabeza de los prófugos; y la necesidad de esconderse; y el fuego; y el miedo en las muelas. Y Zapata que dice: Serenidá, compañéero, isto ta´en mano ´e Zapata.
            La noche (ahora) es como de color bronce.
 
Cuando los primeros claros del día clareaban en el puerto, la lancha de Zapata (ya) cruzaba el río camino a la ciudad de Encarnación, en el Paraguay. McKensy y Molina guarecidos bajo un montículo de fardo; alertas, oyendo el chapoteo del agua.
            En el viejo muelle tarefero atracó la lancha de Zapata. Y los fugitivos asomaron el pescuezo, como bichos enfermos.
            Hemo´llegáo, dijo Zapata.
            McKensy y Molina se apearon. Un apretón de manos ofició de despedida: Muchas gracias, dijo McKensy.
            Zapata sonrió gustoso. No hay na´ qu´agradecé, dijo: Un compañéero e´un compañéero.
            Muchas gracias, repitió McKensy.
            Bué. Bué. No hay na´ qu´agradecé. Zapata habló serio: Usté dejelé mi´saludo al´General: ¡Y estámo a´mano, ché!
            Usté es un héroe, amigo: Un héroe e´la patria, dijo McKensy palmeando en la espalda al lanchero. Acuerdesé, usté será un héroe: Yo mesmo lo recomendaré al´General pa´una medalla, dijo.
            Y se fueron, Mckensy y Molina...
            ... la selva paraguaya rezumando en penumbras.
           
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Wanda Fedele

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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