Los Ruralistas (captulo 08)
Publicado en Aug 12, 2009
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- VIII
Veneno
 
El Indio McKensy y el Negro Molina y el Jazzo y la Fuscaiola y el primo Krakis y la Tía Ángela y el galés Roy Toon Junior y el emisario de la maha-fat fumando reunidos en la Delegación Municipal Quilmes-Sud. Estaban tensos, irritados: buscaban la forma de atacar a los ruralistas.
            Roy Toon Junior proponía una ofensiva armada contra el granero de los Pereyra, "como el joven Florencio cuando rescató a la negrita", decía; y presumía reunir inmediato un tropel de muchachos valientes, cuchilleros dispuestos a dar la vida por la Señora Eva. Ese bandeiro va´ muerto, repetía.
            Pero la idea del viejo galés no prendió entre los compañeros: el Jazzo y la Fuscaiola alegaban que era imposible, que los ruralistas estaban siempre alerta, bien armados, pertrechados como para la guerra, blindados en centinelas y patrullas y matones a sueldo. Escopetas y carabinas por todos lados, avisaban.
             Entonces no era buena idea.
            El Negro Molina opinaba en la contratación de un sicario para liquidar al macumbero en el aliento de la noche. Se le aparece despacito, dijo, y lo degüella como a un babieca. El Negro blanqueó los ojos y puso a miramiento de los compañeros un listado de candidatos a cumplir la tarea. Todos amigos del hampa, dijo.
            Tampoco esta propuesta fue tomada en cuenta: no se podía confiar en la lealtad de un sicario. Aquí está en juego la vida de la Señora Eva, replicó el Indio McKensy. Y todos asintieron. Tiene que ser uno de nosotros, agregó, no podemos enredarnos en otra cosa. Todos estuvieron de acuerdo. El Negro Molina quedó callado largo rato.
            El concilio vagaba atontado, lelo, sin resultas de nada. Marmota.
            Entonces la Fuscaiola introdujo el elemento brutal: ¡Polpetta venenatta!, dijo. Y todos escucharon atentos: el primo Krakis y la tía Ángela relataron en lujo y detalles los efectos y alcances de la polpetta venenatta: antigua receta siciliana capaz de simular fuertes dosis de cianuro en una pequeña albóndiga de carne y verdura.
            Todos escuchaban embelesados. El Indio McKensy sudaba espeso.
            ¡Polpetta venenatta!, insistía la Fuscaiola, ¡te gusta y te mata! El primo Krakis y la tía Ángela apuntaron pinceladas y reseñas en la receta: no sólo ocultaba el sabor ocre del cianuro sino que además lo volvía delicioso, irresistible al paladar de la víctima: come una come dos come tres come cuatro albóndigas venenosas hasta reventar como un escuerzo: ¡Polpetta venenatta!
            La Fuscaiola explicó que para ella y su marido el Jazzo sería sencillo envenenar al desgraciado de la macumba: ella y su marido el Jazzo trabajaban en la cocina de los Pereyra y estaban a cargo de alimentar al forastero: cada noche le llevaban la vianda a la puerta del granero. La Fuscaiola explicó que no podían fallar. La Fuscaiola lo explicó una docena de veces. El primo Krakis y la tía Ángela asintieron mudos.
           El Jazzo temblaba arrinconado contra la estufa.
           Estaba resuelto: todos validaron el plan de la familia Ribezzo: la receta siciliana: la polpetta venenatta: el cianuro escondido en pequeñas albóndigas de carne y verdura. El secreto está en el hinojo, explicó la Fuscaiola, apenas hervido en leche y pimienta. Estaba todo resuelto. Todos contentos. Pero, ¿y el cianuro? La pregunta estalló en la voz del Negro Molina. Todos se miraron, insólitos. Nadie apuraba una respuesta: hasta que el emisario de la maha-fat esgrimió breve señal en la ceja izquierda y sonrió, leve, severo, entramado en la fugacidad del momento. Todos entendieron.
           El Indio McKensy respiró al fin aliviado.
 
 
Maurissio y Facundo esperaban afuera, en el depósito Municipal: comían sardinas y queso fresco: habían comido guiso de lentejas: ahora ansiaban una manzana, dos manzanas cada uno. Y después la leche y el pan con manteca y mermelada. Y la banana. Comían sardinas y queso fresco. Se miraban afanosos, en pleito a saber quién comía mas y más rápido.  
            En la barraca se armó alboroto: un camión entraba a los tumbos, chapaleando barro y humo negro. Los municipales se agruparon alrededor del Ford: estaba repleto de conejos encerrados en jaulas: decenas de conejos en conejeras de madera. Entonces el Indio McKensy irrumpió en el depósito encabezando la comitiva salida de su oficina ordenando permiso enfático y alistando al emisario de la maha-fat a que procediera...
            El emisario de la maha-fat trepó sigiloso al camión y recibió del chofer un envoltorio de paño negro. El emisario de la maha-fat desenrolló el paquete y extrajo un frasquito sepia, como de boticario. El emisario lo abrió y preguntó algo en calabrés; el chofer respondió en la misma lengua. El emisario olisqueó el contenido del frasco, desconfiado, miró a su alrededor y clavó la vista en la Fuscaiola: la invitó a subir al camión.
            La Fuscaiola trepó inmediata y decidida. El emisario la invitó a elegir algunos conejos y caminaron a lo largo del Ford cebando en hinojo envenenado a los animales. El calabrés bromeaba en la recorrida, lanzaba chanzas, rimas, y alimentaba a los conejos, los envenenaba en el cianuro. La Fuscaiola observaba atenta. Y elegía conejos.
             Fusca assessina, pensó el Jazzo a la distancia.
            Los animalitos fueron cayendo como metralla: uno tras otro tras otro: el macabro espectáculo de la muerte. Se retorcían en convulsiones, pataleaban, echaban sangre por la boca, morían envenenados. El emisario sonreía. La Fuscaiola se persignó y contuvo el aliento. Y los conejos seguían muriendo, ruidosos contra las jaulas.
            El Indio McKensy estuvo a punto de aplaudir. Pero se contuvo.
            Maurissio y Facundo comían.
                
              
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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