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 Sólo en ti, puede La Vida vivir tu vida. Tú eres su necesidad, su sueño, su logro, su corazón y sus alas.
Alas -VII-
Autor: michum  283 Lecturas
Sobre la mesa estaba todo cuanto necesitaban para acometer su misión. Miró a través de la ventana y calculó la hora. Quedaba poco tiempo. Lo confirmó con el reloj del móvil: cinco minutos exactamente.Con puntualidad se abrió desde fuera la puerta en su justo momento y ella entró. Por unos instantes pudo distinguir, bajo el dintel, la silueta rosada de la cordillera tras su definida figura a contraluz. No se saludaron. Metieron todos los utensilios en el antiguo petate militar y salieron juntos. Se admiró una vez más de la calma que siempre emanaba de esa mujer, incluso en las situaciones más difíciles.Con resolución y rapidez, dejaron atrás el aserradero y el establo. El frío del amanecer se hacía insoportable mientras bajaban por el camino de la colina en que se alzaba la cabaña. Llegaron al río y allí se detuvieron. Comprobaron en silencio que los perros del vecino todavía no habían advertido su presencia y, ocultos tras las frondosas matas, montaron delicadamente, una a una, todas las piezas del artilugio. Si les descubrían, estaban perdidos.Al fin lo consiguieron, el artilugio ya relumbraba bajo los primeros rayos. Durante unos instantes los paralizó una dicha cómplice y se apretaron tiernamente las manos. Entonces el mecanismo se puso en marcha. Ahora, tocaba dirigir las antenas hacia el punto previamente deducido y esperar. Extendieron la tela antihumedad sobre la hierba y se tumbaron al acecho…Confiaban en que en diez minutos empezarían a llegar. Pero no sucedía nada. Todo seguía igual… Sin embargo, no perdían la confianza. Entonces llegó la primera, enseguida otra y otra más. Decenas, cientos. Se hacía peligroso permanecer allí por más tiempo y no podían olvidarse de los perros. Camuflaron el artilugio  y, mediante gestos, convinieron iniciar la vuelta a la cabaña. Primero, sigilosamente; luego a la carrera.Al llegar encendieron enseguida los ordenadores y comprobaron que todo funcionaba perfectamente. Llevaban años experimentando con el lenguaje de las abejas y al fin habían conseguido descifrar los últimos códigos. Más allá de posicionamientos de ubicación, dirección, distancia e información compartida sobre la calidad de los alimentos… Al fin podían comunicarse plenamente con ellas. Hablar de la vida, de la muerte y, también… de poesía y del sentido de la vida.
El artilugio
Autor: michum  304 Lecturas
Había llovido durante toda la noche. Los pajaritos que solían dormir frente a su ventana no decían ni pío aquel amanecer. Permanecían ahí, en sus cobijos, meditando silenciosos a pesar de que clareaba. Sonó entonces el despertador y Guillermo abrió los ojos. En el preciso instante en que pasó el primer camión.   Bueno, en realidad se trataba de una furgoneta de gran tamaño. Llevaba en su interior, además de al barbado y joven conductor, una medicación de urgencia para la farmacia del área comercial de la urbanización. En dos minutos más alcanzaría su destino y María Francisca, la farmacéutica auxiliar, comprobaría el albarán. Entonces descubriría el Hiereptil, doce cápsulas. No tardaría en llegar la pareja propietaria del bar La estación, ubicado a 200 metros de distancia (frente a la parada del tren). Preguntaron si ya había llegado el Hiereptil. María Francisca, un tanto sorprendida porque no le costaba encargo alguno, les respondió que sí. Que justo lo acababa de recibir. Los del bar salieron rápidamente con su medicamento y corrieron con él hasta la estación. Se sentaron a esperar. Quedaban cuatro minutos para la llegada del tren, en sentido de dirección: Palma. Llegó y ellos no subieron. Tan sólo, tras saludar al revisor, le extendieron el paquete; parecían tener amistad con él. ¿Para que querría Juan, el revisor, el Hiereptil?  Para nada personal. Se lo había encargado Paloma, su vecina, que, extremadamente obesa, no podía salir de su habitación. Sin embargo, cuando él llegó con el encargo, ella, contra lo previsto, no estaba en casa. Por eso Juan se limitó a abrir el pequeño paquete, extraer el tubo de pastillas y dejarlo sobre la mesita de noche. Si hubiésemos leído en ese momento el prospecto, aprovechando las ausencias, sabríamos que la misión del medicamento era la de facilitar el traslado de la obesa vecina al hospital (donde la esperaba una intervención de reajuste estomacal). Concretamente, la función del Hiereptil era la de permitir reducciones temporales de ese tipo de pacientes ante la previsión de traslados dificultosos. Se trataba de un fármaco gibarizante que aseguraba la reducción corporal en al menos un trescientos por cien del volumen real. Sin embargo, ya vemos que los de la ambulancia habían llegado con anterioridad y habían conseguido, por sus propios medios, trasladar a la paciente sin que mediase ingesta de cápsula alguna. La pena fue que al llegar Antonia, la hija de Paloma, a preparar las cosas de su madre para llevárselas al hospital, confundiese el tubito de pastillas con el del paracetamol que ésta solía consumir a todas horas y decidiese tomarse una grajea para el repentino dolor de muelas que se le había despertado. Faltaban exactamente diez minutos, contando desde ese momento en que Antonia ingirió el supuesto paracetamol, para que ésta, horrorizada, sintiese que su cuerpo se reducía hasta alcanzar el minúsculo tamaño de una muñeca Barbie; saliese corriendo a trompicones por la puerta todavía entreabierta y se lanzase escaleras abajo. Esa sería una muy mala idea provocada por la súbita alteración nerviosa, ya que la nueva altura de los escalones la pillaría de sorpresa y a la primera caída se rompería la crisma. ¡Qué mala suerte! Sin embargo, la mala suerte de unos muchas veces es la buena suerte de otros. Natalia, la vecinita, fue la afortunada que se encontró a la curiosa Barbie de viscoelástica tirada en la escalera. La recogió supercontenta, volvió sobre sus pies y la puso sobre su cama con las demás muñecas; reemprendiendo enseguida su camino al cole. Tres horas más tarde, se hallaba de vuelta, pero para entonces Antonia ya había adquirido el tamaño de cadáver normal y la nena se asustó muchísimo al ver que, en vez de su nueva muñeca, en su cama se encontraba, como muerta, una señora a la que alguna vez había visto por la escalera. Tras el susto y los instantes de duda, salió corriendo a avisar al policía de barrio, al que conocía y en quien confiaba. Quedaban aún dos horas para que los papás de Natalia llegasen, esposados, al lugar de los hechos, su propio domicilio… Y media hora más para que la comunidad de vecinos, aglomerada en el portal, los viera salir entre gendarmes de paisano, jurando por todos sus muertos no tener nada que ver con la aparición del cadáver de la hija de la vecina sobre la cama de su hija… Y es que a veces, la buena suerte de unos es la mala suerte de otros. El día siguiente amaneció radiante. Los mirlos trinaban felices y exultantes. Guillermo se levantó de un bote y, renunciando a su desayuno habitual de frutas, se encaminó hacia el bar La estación. Se lo encontró cerrado y, allí mismo, le contaron una extraña historia sobre la imputación de los dueños del bar en un asesinato. Guillermo no dio crédito: siempre le habían parecido muy buena gente.
Hiereptil
Autor: michum  295 Lecturas
Cuando cumplí los sesenta y cinco, Lilí me sorprendió con un curioso regalo: contrató una autocaravana para que recorriésemos la isla y probásemos si nos gustaba esa forma de viajar. Si nos gustaba, podríamos retomar, tras la pandemia, algunos viajes que teníamos pendientes; como el de Asturias o el de Normandía.Me hizo gracia ese regalo, aunque me preocuparon dos cosas. La primera, que en nuestra isla está prohibido el camping y no puedes desplegar trastos fuera de la furgoneta y, la segunda, que ya me siento un poco mayor para según qué y mi espíritu aventurero no atraviesa por sus mejores momentos. Una cosa es ir de campings y otra, como se deduce de lo comentado, el tener que aparcar a dormir, en cualquier sitio más o menos apropiado, de la carretera.No obstante mis reparos, me dejé llevar y el día fijado llegó. Fuimos a buscar la caravana y emprendimos la ruta; felices y contentos.El primer día, tiramos a seguro. Sabíamos que en la playa de Aucanada había más gente que hacía lo mismo y eso nos daba seguridad. Aprendimos, y no fue fácil, a organizarnos en aquel pequeño cubículo y la verdad es que pasamos un gran día y una relajante y reparadora noche.Al día siguiente reemprendimos la ruta y llegamos hasta Portocolom. Allí encontramos un rincón precioso en las afueras donde echar el freno, junto a una de las playas cercanas al núcleo histórico del pueblo: “El arenal des ases”. El día resultó lluvioso y nos conformamos con realizar pequeñas caminatas por los alrededores de nuestra pequeña casa rodante de alquiler, aprovechando los breves intervalos en que el cielo se despejaba un poco.Lento y calmado llegó el anochecer. En el pueblo todo estaba cerrado por la pandemia y no tuvimos una opción más divertida que la de anticipar nuestro horario habitual, así que sobre las 20:00 ya estábamos recogidos sobre la cama reconvertible, bien dispuestos a llamar al sueño. Éste no tardó en llegar. El hecho de compartir arcén con dos caravanas más, sin duda me ayudó a abandonarme al descanso con sentimiento de seguridad.Al nuevo amanecer, nos quedaban aún un día y una noche de ruta ociosa, antes de tener que devolver la autocaravana, y optamos por enfilar hacia  Cala Llombards.  Desde el primer momento me pareció un lugar extremadamente hermoso y me sorprendí tomando conciencia de que siendo Mallorca una isla no muy grande, en toda mi vida, nunca hubiese estado allí.Aparcamos al límite de la arena, junto a los pequeños bolardos que marcan el inicio de la playa y nos dispusimos a pasar una jornada espléndida. De hecho, ya no quedaba más rastro de los chubascos que una húmeda y fresca brisa que de vez en cuando agitaba la bandera verde de la playa bajo el cielo radiantemente azul.Si algo tuviese que resaltar de ese día, sería que fue el primero del año en que me atreví a meterme en el mar. Ni las frías aguas de finales de un mes de abril, con temperaturas más bajas de lo habitual, ni la enorme cantidad de medusas meciéndose bajo las trasparentes aguas de la cala; pudieron impedirlo. Eso sí, confieso que me armé de un ligero traje de neopreno que resultó eficaz en los dos frentes.Comer, hacer la siesta, tomar el sol, leer… nos ocupó hasta el atardecer. Momento en que la poca gente que allí había fue desapareciendo.  Cenamos sobre la arena y, al recoger, nos dimos cuenta de que al abrigo de la enorme cala ya sólo quedaban dos vehículos. El nuestro y la pequeña furgoneta camperizada de una pareja de jóvenes franceses, al otro costado de la playa.  De nuevo sentí inquietud, cómo ya la había sentido en algún momento del atardecer anterior, y, si no fuera por la vergüenza de expresárselo a Lilí, hubiese deseado volver a poner en marcha el motor para ir a buscar otro lugar. Así intenté superar mi miedo a la casi soledad total de aquel espectacular entorno y ayudé a Lilí a organizar la caravana para la noche.Tras ello, disimulando, me asomé por la escotilla superior, una vez tapadas las ventanas con sus foscurits, y contemplé de nuevo el ambiente exterior. Sobrecogía. Las estrellas empezaban a danzar, bajo el negro techo del que colgaban, al compás de un poniente de silbidos amenazantes. Cerré de nuevo y controlé el lugar en el que había guardado mi viejo puñal de niño de la OJE que siempre me acompañaba en las excursiones.También controlé el bastón de montaña. Desde joven había practicado karate-dó y aikido y creía, todavía, en mis fantasías de autoseguridad, que, llegado el caso, sabría hacer valer aquel bastón como un “bo” (aquellos palos cilíndricos que en algunas artes marciales se reconvierten en mortíferas armas de defensa y ataque).Sin embargo, pese a mis prevenciones, no pude impedir que el miedo me fuese calando. Ya sé que era exagerado y que en un lugar como Mallorca es improbable tener problemas de seguridad personal pese a dormir en una caravana solitaria. Pero yo no podía evitarlo. Cada vez me sentía peor. Me advertí de que tenía que tranquilizarme como fuese. Debía levantarme, abrir la puerta del vehículo y salir de allí. Pasear fuera con los pies descalzos sobre la arena. Eso me calmaría. Lo hice y funcionó al instante. Le pedí, en ese momento,  a Lilí si me acompañaba a la orilla. Y ella entendió enseguida lo que me estaba pasando y lo hizo sin más. Siempre ha sido mucho más valiente que yo.Al llegar a la orilla, contemplamos el mar y las estrellas. Aquella noche infinita de Neruda se me había vuelto de repente, a pesar del extraño ulular del viento, un lugar protector. Me sentía reconfortado y, de nuevo, tranquilo. Lo extraño fue que ahora era Lilí la que empezó a recelar. Me dijo que le daba miedo que estuviésemos allí solos, en medio de la inmensidad, y quería volver a la supuesta protección de la Wolsvagen California. La estreché, queriendo ofrecerle sensación de seguridad, a la vez que le pregunté por qué tenía miedo. Se me quedó mirando con sus grandes ojos verdes, claros hasta en la noche, y me dijo: “Siento miedo de que aparezcan dos sombras de repente”. Sonreí e iniciamos el camino de vuelta.Pero en cuanto dimos unos pasos, nos quedamos petrificados.Como si el tejedor de los sucesos hubiese escuchado a Lilí y quisiera gastarnos una inmensa broma, allí mismo, apenas a cincuenta metros, las vi avanzar hacia nosotros. Dos sombras densas y ciclópeas se nos aproximaban. Sentí terror y tan sólo la convicción de que tenía que proteger a mi mujer me permitió mover algún pensamiento encaminado a la defensa.No podíamos huir, sería inútil. Tampoco nos serviría de nada gritar y yo había dejado el palo y el cuchillo en su lugar. Pensé entonces en los puntos mortales que describe el maestro Funakoshi, padre del kárate moderno, en su Texto Maestro, y aposté por centrarme en dos golpes secos de nukité, mano en lanza, sobre las sendas hendiduras supraesternales (Hichus).  Son golpes rápidos que se pueden lanzar, sorpresivamente, provocando la pérdida de conciencia por bloqueo de la tráquea.En segundos, ya teníamos a las sombras encima. Entonces le dije, imperativo, a Lilí: "en cuanto yo te diga, corre todo lo que puedas hasta la furgona de los franceses y pide ayuda". Si yo tenía algún éxito, ella tendría su oportunidad.Y las sombras nos alcanzaron. Y nos sobrepasaron… Frías y escalofriantes… ¡Sin prestarnos la mínima atención! Y anduvieron y anduvieron hasta adentrarse en el mar, perdiéndose en la negritud que fundía el horizonte. Atónito, sobre la cima silenciosa que separa los latidos de una muerte imprevista, miré a Lilí en el mismo momento en que ella me abofeteaba exclamando: “¡Qué te pasa!¡Me estás asustando!”.Aquel guantazo tuvo el súbito poder de la revelación. Noté mi sudor y me sentí transportado a aquel rincón de mi niñez en que, contando con siete u ocho años una tarde, a la vuelta del colegio, mi madre no habría la puerta. Yo llamaba y llamaba y ella no habría. Fue entonces cuando en el rellano de la escalera, con la parrilla de seguridad del antiguo ascensor todavía abierta, se me apareció nítida la mano gigantesca y amenazante de El hombre invisible. Había visto esa película unos días antes, en el pueblo de Sóller, y desde ese momento había vivido horrorizado. En todas partes me aguardaba El hombre invisible…Y ahora, Lilí, de un solo bofetón, había hecho saltar por los aires al hombre invisible de mi infancia y a las dos sombras inesperadas… Sin necesidad de haber dedicado años y años de su vida al cultivo de las artes marciales
Las dos sombras
Autor: michum  303 Lecturas
-No abráis más la puerta- les dijo su madre.Las dos hermanas se miraron.-¿Por qué, mamá?- Le respondieron a dúo-.  ¿Cómo podremos salir?La madre, silenciosa, cogió el cúter y, hundiendo la hoja metálica en un punto del cartón, trazó el gran marco de una nueva entrada; mucho más grande que la anterior. Entonces, les dijo:- Porque ya habéis crecido mucho y la puerta se os ha quedado pequeña; se podría romper.Las hermanas se volvieron a mirar, cargadas de sorpresa y alegría, y, a toda velocidad, salieron de la caja que las había visto nacer. La caja que aún hoy les servía de confortable hogar.La madre las miró de nuevo, tierna y feliz de verlas crecer tan sanas y bellas, y añadió:-Aún así, tened cuidado cuando salgáis, sed prudentes. Esta tarde, cuando vuelva, colocaré la  nueva hoja de la puerta.  Me moriría si os pasase algo. Sois las más bellas fantasías que ha parido madre alguna sobre la tierra.
La puerta de las fantasías
Autor: michum  319 Lecturas
La dieta de Papá Noel  A Alejandro le daba pereza levantarse e ir a buscar el cuaderno de notas que necesitaba para revisar su dieta, pues se notaba con sobrepeso y, a su edad, eso le preocupaba. Así que miró sobre la mesa buscando alguna alternativa. Vio enseguida un lápiz de dibujo y, a su lado, una foto a reciclar. Anotó entonces sobre el reverso de ésta, las ideas que le llegaban. Pero no servía. El papel fotográfico no retenía el carbón.Con cierta indiferencia, pensó entonces que tal vez no era necesario escribir nada. Mejor dejarle al cielo la labor y si no había nada que se pudiera registrar negro sobre blanco, pues se dejaba correr y en paz.En ese momento, a punto de renunciar al lápiz y a la foto, se le apareció una imagen. La imagen de papá Noel ¿Por qué? ¿Sería porque el día anterior se había entretenido en revisar las fotos digitales que había subido a Instagram hasta la fecha y allí vio esa en la que, vestido de Papá Noel, entregaba un regalo a su nieta? Seguramente sería por eso... Pero ya hacía más de un año que no se ponía ese traje. Desde el inicio de la pandemia no había vuelto a ejercer el consagrado oficio navideño con sus pequeños nietos. Sintió añoranza y se fue a buscar el disfraz.Lo encontró en su sitio. Un tanto mustio y arrugado. Se lo puso, se miró en el espejo y, siguiendo un extraño impulso, se puso las bambas de footing. A continuación, salió a correr cual era su costumbre matinal.Ver correr a un Papá Noel con mascarilla, a las seis de la mañana, en Mallorca y a punto de iniciarse el mes de mayo, puede resultar increíble. Pero a él no le importó. Qué más daba. Se añoraba y eso era todo. Lo extraño sucedió cuando, al pararse a descansar, otros corredores se fueron deteniendo a su lado con caritas embelesadas y él, espontáneamente, empezó a sacar regalos para cada uno de aquellos que le tendían, solícitos, la mano.Cuando acabó de repartir los regalos, volvió a casa. Feliz de haber empezado el día tan extrañamente, pero con tan buen pie. Se miró en el espejo y sonrió. Volvió a guardar el traje y el saco y, en eso, notó un pequeño bulto en él. Lo abrió de nuevo, indagó y descubrió que quedaba en su fondo otro pequeño paquete… ¡Con su nombre! “¡Caray! -se dijo-, vamos de sorpresa en sorpresa”.Abrió el paquete e ¡increible! Era su cuaderno de notas y alguien con letra clara y sinuosa le había hecho el trabajo de revisarle la dieta. Literalmente leyó: < “Tu nueva dieta”·      Desayuno:Cierra los ojos y sopla suave y repetidamente sobre tu corazón, hasta que sientas que desde él emane un aura traslúcido y resplandeciente. Entre celeste y dorado. Formula entonces tus buenos deseos para el día que empieza. Tantos como quieras.·      Tentempié de la mañana (si no lo haces, puedes detenerte por un momento):Observa las cosas bellas que te rodean y piensa en las que están funcionando bien en tu mundo y en tu vida. Toma conciencia de ellas y agradécelas·      Comida:Recuerda que eres uno con cuanto te rodea, formando un único Gran Misterio. En breve, pequeños átomos tan antiguos como el Universo entrarán en tu cuerpo y te ayudarán a mantener la vida que vive en ti. Ya han formado antes parte de infinitas formas. Bienvenidos sean.·      Merienda de la tarde (si no la haces, detente un momento):Recuerda a todos los seres de la creación, sin olvidarte ni de los microbios, ni de las ballenas, ni de las piedras, ni de las palmeras de otros mundos.  Diles lo mucho que les quieres y pregúntale al aire, sin esperar respuesta, si está en tu mano ayudarles de alguna manera.·      Cena:Agradece a tu cuerpo en su conjunto, todo el esfuerzo realizado y, a la vida, el tiempo habido. Deséate a ti mismo y al Universo felices sueños y pide ayuda para el descanso y la renovación.Posdata: puedes modificar y reescribir esta dieta a tu conveniencia, tantas veces como necesites… Pero ojo con lo que escribes. Las palabras tienen poder para lo bueno y para lo malo.> Alejandro se quedó pensando en aquella dieta que tan misteriosamente había aparecido en su saco de Papá Noel… La encontró demasiado espiritual para su gusto. Él habría querido orientaciones más prácticas.  Pero bueno, como le pareció que la cosa quedaba muy abierta, a juzgar por la posdata, se fue a buscar un boli de tinta dorada que tenía por ahí (creyó que quedaría bien en ese color) y añadió de su puño y letra: ·      Come tranquilo y en paz. Solo o en buena compañía.·      Come sin prisa y mastica bien. Todo bien ensalivado.·      Intenta mantener tu rutina horaria.·      Come cuanto más crudo mejor. La comida humana es la que podríamos comer en su estado natural. La biológicamente adaptada. Entonces: muchas verduras y, sobre todo, frutas.·      No mezcles mucho los alimentos y huye de los alimentos procesados.·      Come alimentos de cercanía y del tiempo; ecológicamente fiables (sin pesticidas).·      Procura no pasarte con la carne y, especialmente, cuida de que, si la comes, ésta no provenga de la industria desarrollada sobre el dolor animal.·      No te atiborres.·      Mejor sin líquidos y poquito alcohol (si tomas). Y ya estaba. De momento no se le ocurrió a Alejandro nada más que añadir y guardó el cuaderno…Sólo le vino a un pensamiento más, mientras devolvía el boli a su sitio: “¡Qué bonito es poder creer en lo que te da la gana!”.
La dieta de Papá Noel
Autor: michum  321 Lecturas
La piraña era una chica de reacciones rápidas. Rubia, pecosa y menuda. Ingenua, pero de lengua mordaz. Quizás de ahí el apodo, aunque lejos de resultar lo peligrosa que pudiera suponerse portando semejante mote, resultaba muy tierna… para los suyos. Sus amigos y su novio.Especialmente para él, era toda atención y servicio. Realizaba sin pestañear cualquier acción que su amor le encargase.Si él, estudiante de medicina, le pedía que tiñera el plumaje de diferentes colores a veinte pollitos; ella iba y lo hacía. Si él, por broma, le entregaba una caja vacía diciéndole que era una bomba y que había que entregarla en tal dirección, donde vivían esbirros del régimen (corría el año 1974); ella se armaba de valor y lo hacía… O intentaba hacerlo, pues él la detenía entre risas en el último momento, consiguiendo que ella lo mirara encandilada mientras se mordía nerviosamente los labios intentando comprender.Pasaron algunos años, pocos, y como tantos otros jóvenes de aquella época y lugar, un mal día, su amado novio murió por sobredosis. Entonces ella se mordisqueó los labios durante meses y meses… intentando comprender. Y al fin lo consiguió; adivinó el último encargo: debería convertirse en soberana única de su propia cabeza. Sin duda, el encargo más difícil.
La piraña
Autor: michum  313 Lecturas
El escritor se situó, como cada amanecer, frente al folio en blanco y se dispuso a esperar con la mente atenta, el corazón al acecho y el estómago vacío; pues en instantes llegarían las palabras y él tendría que imponer orden. Y tal como esperaba, enseguida las vio llegar. Comparecieron en jauría confusa.  En su enajenada búsqueda, corrían atropelladas y absurdas; rastreando cualquier rincón de las desérticas blancuras del papel y compitiendo, entre ellas, por ser las primeras en descubrir y enunciar los significados más ocultos.La sorpresa fue que obviasen la presencia del literato y prosiguiesen su alocada carrera, tras la ilusión de una presa, en las páginas siguientes aún no iniciadas.Entonces el escritor se sintió feliz. Al menos por un día, le dejarían tranquilo gozar de un mundo que no deseaba ser ni descrito, ni interpretado… Y, obviamente, no tuvo palabras para expresarle a la vida su agradecimiento.
Palabras de caza
Autor: michum  331 Lecturas

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