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Sólo en ti, puede La Vida vivir tu vida. Tú eres su necesidad, su sueño, su logro, su corazón y sus alas. Sobre la mesa estaba todo cuanto necesitaban para acometer su misión. Miró a través de la ventana y calculó la hora. Quedaba poco tiempo. Lo confirmó con el reloj del móvil: cinco minutos exactamente.Con puntualidad se abrió desde fuera la puerta en su justo momento y ella entró. Por unos instantes pudo distinguir, bajo el dintel, la silueta rosada de la cordillera tras su definida figura a contraluz. No se saludaron. Metieron todos los utensilios en el antiguo petate militar y salieron juntos. Se admiró una vez más de la calma que siempre emanaba de esa mujer, incluso en las situaciones más difíciles.Con resolución y rapidez, dejaron atrás el aserradero y el establo. El frío del amanecer se hacía insoportable mientras bajaban por el camino de la colina en que se alzaba la cabaña. Llegaron al río y allí se detuvieron. Comprobaron en silencio que los perros del vecino todavía no habían advertido su presencia y, ocultos tras las frondosas matas, montaron delicadamente, una a una, todas las piezas del artilugio. Si les descubrían, estaban perdidos.Al fin lo consiguieron, el artilugio ya relumbraba bajo los primeros rayos. Durante unos instantes los paralizó una dicha cómplice y se apretaron tiernamente las manos. Entonces el mecanismo se puso en marcha. Ahora, tocaba dirigir las antenas hacia el punto previamente deducido y esperar. Extendieron la tela antihumedad sobre la hierba y se tumbaron al acecho…Confiaban en que en diez minutos empezarían a llegar. Pero no sucedía nada. Todo seguía igual… Sin embargo, no perdían la confianza. Entonces llegó la primera, enseguida otra y otra más. Decenas, cientos. Se hacía peligroso permanecer allí por más tiempo y no podían olvidarse de los perros. Camuflaron el artilugio y, mediante gestos, convinieron iniciar la vuelta a la cabaña. Primero, sigilosamente; luego a la carrera.Al llegar encendieron enseguida los ordenadores y comprobaron que todo funcionaba perfectamente. Llevaban años experimentando con el lenguaje de las abejas y al fin habían conseguido descifrar los últimos códigos. Más allá de posicionamientos de ubicación, dirección, distancia e información compartida sobre la calidad de los alimentos… Al fin podían comunicarse plenamente con ellas. Hablar de la vida, de la muerte y, también… de poesía y del sentido de la vida. Había llovido durante toda la noche. Los pajaritos que solían dormir frente a su ventana no decían ni pío aquel amanecer. Permanecían ahí, en sus cobijos, meditando silenciosos a pesar de que clareaba. Sonó entonces el despertador y Guillermo abrió los ojos. En el preciso instante en que pasó el primer camión. Bueno, en realidad se trataba de una furgoneta de gran tamaño. Llevaba en su interior, además de al barbado y joven conductor, una medicación de urgencia para la farmacia del área comercial de la urbanización. En dos minutos más alcanzaría su destino y María Francisca, la farmacéutica auxiliar, comprobaría el albarán. Entonces descubriría el Hiereptil, doce cápsulas. No tardaría en llegar la pareja propietaria del bar La estación, ubicado a 200 metros de distancia (frente a la parada del tren). Preguntaron si ya había llegado el Hiereptil. María Francisca, un tanto sorprendida porque no le costaba encargo alguno, les respondió que sí. Que justo lo acababa de recibir. Los del bar salieron rápidamente con su medicamento y corrieron con él hasta la estación. Se sentaron a esperar. Quedaban cuatro minutos para la llegada del tren, en sentido de dirección: Palma. Llegó y ellos no subieron. Tan sólo, tras saludar al revisor, le extendieron el paquete; parecían tener amistad con él. ¿Para que querría Juan, el revisor, el Hiereptil? Para nada personal. Se lo había encargado Paloma, su vecina, que, extremadamente obesa, no podía salir de su habitación. Sin embargo, cuando él llegó con el encargo, ella, contra lo previsto, no estaba en casa. Por eso Juan se limitó a abrir el pequeño paquete, extraer el tubo de pastillas y dejarlo sobre la mesita de noche. Si hubiésemos leído en ese momento el prospecto, aprovechando las ausencias, sabríamos que la misión del medicamento era la de facilitar el traslado de la obesa vecina al hospital (donde la esperaba una intervención de reajuste estomacal). Concretamente, la función del Hiereptil era la de permitir reducciones temporales de ese tipo de pacientes ante la previsión de traslados dificultosos. Se trataba de un fármaco gibarizante que aseguraba la reducción corporal en al menos un trescientos por cien del volumen real. Sin embargo, ya vemos que los de la ambulancia habían llegado con anterioridad y habían conseguido, por sus propios medios, trasladar a la paciente sin que mediase ingesta de cápsula alguna. La pena fue que al llegar Antonia, la hija de Paloma, a preparar las cosas de su madre para llevárselas al hospital, confundiese el tubito de pastillas con el del paracetamol que ésta solía consumir a todas horas y decidiese tomarse una grajea para el repentino dolor de muelas que se le había despertado. Faltaban exactamente diez minutos, contando desde ese momento en que Antonia ingirió el supuesto paracetamol, para que ésta, horrorizada, sintiese que su cuerpo se reducía hasta alcanzar el minúsculo tamaño de una muñeca Barbie; saliese corriendo a trompicones por la puerta todavía entreabierta y se lanzase escaleras abajo. Esa sería una muy mala idea provocada por la súbita alteración nerviosa, ya que la nueva altura de los escalones la pillaría de sorpresa y a la primera caída se rompería la crisma. ¡Qué mala suerte! Sin embargo, la mala suerte de unos muchas veces es la buena suerte de otros. Natalia, la vecinita, fue la afortunada que se encontró a la curiosa Barbie de viscoelástica tirada en la escalera. La recogió supercontenta, volvió sobre sus pies y la puso sobre su cama con las demás muñecas; reemprendiendo enseguida su camino al cole. Tres horas más tarde, se hallaba de vuelta, pero para entonces Antonia ya había adquirido el tamaño de cadáver normal y la nena se asustó muchísimo al ver que, en vez de su nueva muñeca, en su cama se encontraba, como muerta, una señora a la que alguna vez había visto por la escalera. Tras el susto y los instantes de duda, salió corriendo a avisar al policía de barrio, al que conocía y en quien confiaba. Quedaban aún dos horas para que los papás de Natalia llegasen, esposados, al lugar de los hechos, su propio domicilio… Y media hora más para que la comunidad de vecinos, aglomerada en el portal, los viera salir entre gendarmes de paisano, jurando por todos sus muertos no tener nada que ver con la aparición del cadáver de la hija de la vecina sobre la cama de su hija… Y es que a veces, la buena suerte de unos es la mala suerte de otros. El día siguiente amaneció radiante. Los mirlos trinaban felices y exultantes. Guillermo se levantó de un bote y, renunciando a su desayuno habitual de frutas, se encaminó hacia el bar La estación. Se lo encontró cerrado y, allí mismo, le contaron una extraña historia sobre la imputación de los dueños del bar en un asesinato. Guillermo no dio crédito: siempre le habían parecido muy buena gente. Cuando cumplí los sesenta y cinco, Lilí me sorprendió con un curioso regalo: contrató una autocaravana para que recorriésemos la isla y probásemos si nos gustaba esa forma de viajar. Si nos gustaba, podríamos retomar, tras la pandemia, algunos viajes que teníamos pendientes; como el de Asturias o el de Normandía.Me hizo gracia ese regalo, aunque me preocuparon dos cosas. La primera, que en nuestra isla está prohibido el camping y no puedes desplegar trastos fuera de la furgoneta y, la segunda, que ya me siento un poco mayor para según qué y mi espíritu aventurero no atraviesa por sus mejores momentos. Una cosa es ir de campings y otra, como se deduce de lo comentado, el tener que aparcar a dormir, en cualquier sitio más o menos apropiado, de la carretera.No obstante mis reparos, me dejé llevar y el día fijado llegó. Fuimos a buscar la caravana y emprendimos la ruta; felices y contentos.El primer día, tiramos a seguro. Sabíamos que en la playa de Aucanada había más gente que hacía lo mismo y eso nos daba seguridad. Aprendimos, y no fue fácil, a organizarnos en aquel pequeño cubículo y la verdad es que pasamos un gran día y una relajante y reparadora noche.Al día siguiente reemprendimos la ruta y llegamos hasta Portocolom. Allí encontramos un rincón precioso en las afueras donde echar el freno, junto a una de las playas cercanas al núcleo histórico del pueblo: “El arenal des ases”. El día resultó lluvioso y nos conformamos con realizar pequeñas caminatas por los alrededores de nuestra pequeña casa rodante de alquiler, aprovechando los breves intervalos en que el cielo se despejaba un poco.Lento y calmado llegó el anochecer. En el pueblo todo estaba cerrado por la pandemia y no tuvimos una opción más divertida que la de anticipar nuestro horario habitual, así que sobre las 20:00 ya estábamos recogidos sobre la cama reconvertible, bien dispuestos a llamar al sueño. Éste no tardó en llegar. El hecho de compartir arcén con dos caravanas más, sin duda me ayudó a abandonarme al descanso con sentimiento de seguridad.Al nuevo amanecer, nos quedaban aún un día y una noche de ruta ociosa, antes de tener que devolver la autocaravana, y optamos por enfilar hacia Cala Llombards. Desde el primer momento me pareció un lugar extremadamente hermoso y me sorprendí tomando conciencia de que siendo Mallorca una isla no muy grande, en toda mi vida, nunca hubiese estado allí.Aparcamos al límite de la arena, junto a los pequeños bolardos que marcan el inicio de la playa y nos dispusimos a pasar una jornada espléndida. De hecho, ya no quedaba más rastro de los chubascos que una húmeda y fresca brisa que de vez en cuando agitaba la bandera verde de la playa bajo el cielo radiantemente azul.Si algo tuviese que resaltar de ese día, sería que fue el primero del año en que me atreví a meterme en el mar. Ni las frías aguas de finales de un mes de abril, con temperaturas más bajas de lo habitual, ni la enorme cantidad de medusas meciéndose bajo las trasparentes aguas de la cala; pudieron impedirlo. Eso sí, confieso que me armé de un ligero traje de neopreno que resultó eficaz en los dos frentes.Comer, hacer la siesta, tomar el sol, leer… nos ocupó hasta el atardecer. Momento en que la poca gente que allí había fue desapareciendo. Cenamos sobre la arena y, al recoger, nos dimos cuenta de que al abrigo de la enorme cala ya sólo quedaban dos vehículos. El nuestro y la pequeña furgoneta camperizada de una pareja de jóvenes franceses, al otro costado de la playa. De nuevo sentí inquietud, cómo ya la había sentido en algún momento del atardecer anterior, y, si no fuera por la vergüenza de expresárselo a Lilí, hubiese deseado volver a poner en marcha el motor para ir a buscar otro lugar. Así intenté superar mi miedo a la casi soledad total de aquel espectacular entorno y ayudé a Lilí a organizar la caravana para la noche.Tras ello, disimulando, me asomé por la escotilla superior, una vez tapadas las ventanas con sus foscurits, y contemplé de nuevo el ambiente exterior. Sobrecogía. Las estrellas empezaban a danzar, bajo el negro techo del que colgaban, al compás de un poniente de silbidos amenazantes. Cerré de nuevo y controlé el lugar en el que había guardado mi viejo puñal de niño de la OJE que siempre me acompañaba en las excursiones.También controlé el bastón de montaña. Desde joven había practicado karate-dó y aikido y creía, todavía, en mis fantasías de autoseguridad, que, llegado el caso, sabría hacer valer aquel bastón como un “bo” (aquellos palos cilíndricos que en algunas artes marciales se reconvierten en mortíferas armas de defensa y ataque).Sin embargo, pese a mis prevenciones, no pude impedir que el miedo me fuese calando. Ya sé que era exagerado y que en un lugar como Mallorca es improbable tener problemas de seguridad personal pese a dormir en una caravana solitaria. Pero yo no podía evitarlo. Cada vez me sentía peor. Me advertí de que tenía que tranquilizarme como fuese. Debía levantarme, abrir la puerta del vehículo y salir de allí. Pasear fuera con los pies descalzos sobre la arena. Eso me calmaría. Lo hice y funcionó al instante. Le pedí, en ese momento, a Lilí si me acompañaba a la orilla. Y ella entendió enseguida lo que me estaba pasando y lo hizo sin más. Siempre ha sido mucho más valiente que yo.Al llegar a la orilla, contemplamos el mar y las estrellas. Aquella noche infinita de Neruda se me había vuelto de repente, a pesar del extraño ulular del viento, un lugar protector. Me sentía reconfortado y, de nuevo, tranquilo. Lo extraño fue que ahora era Lilí la que empezó a recelar. Me dijo que le daba miedo que estuviésemos allí solos, en medio de la inmensidad, y quería volver a la supuesta protección de la Wolsvagen California. La estreché, queriendo ofrecerle sensación de seguridad, a la vez que le pregunté por qué tenía miedo. Se me quedó mirando con sus grandes ojos verdes, claros hasta en la noche, y me dijo: “Siento miedo de que aparezcan dos sombras de repente”. Sonreí e iniciamos el camino de vuelta.Pero en cuanto dimos unos pasos, nos quedamos petrificados.Como si el tejedor de los sucesos hubiese escuchado a Lilí y quisiera gastarnos una inmensa broma, allí mismo, apenas a cincuenta metros, las vi avanzar hacia nosotros. Dos sombras densas y ciclópeas se nos aproximaban. Sentí terror y tan sólo la convicción de que tenía que proteger a mi mujer me permitió mover algún pensamiento encaminado a la defensa.No podíamos huir, sería inútil. Tampoco nos serviría de nada gritar y yo había dejado el palo y el cuchillo en su lugar. Pensé entonces en los puntos mortales que describe el maestro Funakoshi, padre del kárate moderno, en su Texto Maestro, y aposté por centrarme en dos golpes secos de nukité, mano en lanza, sobre las sendas hendiduras supraesternales (Hichus). Son golpes rápidos que se pueden lanzar, sorpresivamente, provocando la pérdida de conciencia por bloqueo de la tráquea.En segundos, ya teníamos a las sombras encima. Entonces le dije, imperativo, a Lilí: "en cuanto yo te diga, corre todo lo que puedas hasta la furgona de los franceses y pide ayuda". Si yo tenía algún éxito, ella tendría su oportunidad.Y las sombras nos alcanzaron. Y nos sobrepasaron… Frías y escalofriantes… ¡Sin prestarnos la mínima atención! Y anduvieron y anduvieron hasta adentrarse en el mar, perdiéndose en la negritud que fundía el horizonte. Atónito, sobre la cima silenciosa que separa los latidos de una muerte imprevista, miré a Lilí en el mismo momento en que ella me abofeteaba exclamando: “¡Qué te pasa!¡Me estás asustando!”.Aquel guantazo tuvo el súbito poder de la revelación. Noté mi sudor y me sentí transportado a aquel rincón de mi niñez en que, contando con siete u ocho años una tarde, a la vuelta del colegio, mi madre no habría la puerta. Yo llamaba y llamaba y ella no habría. Fue entonces cuando en el rellano de la escalera, con la parrilla de seguridad del antiguo ascensor todavía abierta, se me apareció nítida la mano gigantesca y amenazante de El hombre invisible. Había visto esa película unos días antes, en el pueblo de Sóller, y desde ese momento había vivido horrorizado. En todas partes me aguardaba El hombre invisible…Y ahora, Lilí, de un solo bofetón, había hecho saltar por los aires al hombre invisible de mi infancia y a las dos sombras inesperadas… Sin necesidad de haber dedicado años y años de su vida al cultivo de las artes marciales -No abráis más la puerta- les dijo su madre.Las dos hermanas se miraron.-¿Por qué, mamá?- Le respondieron a dúo-. ¿Cómo podremos salir?La madre, silenciosa, cogió el cúter y, hundiendo la hoja metálica en un punto del cartón, trazó el gran marco de una nueva entrada; mucho más grande que la anterior. Entonces, les dijo:- Porque ya habéis crecido mucho y la puerta se os ha quedado pequeña; se podría romper.Las hermanas se volvieron a mirar, cargadas de sorpresa y alegría, y, a toda velocidad, salieron de la caja que las había visto nacer. La caja que aún hoy les servía de confortable hogar.La madre las miró de nuevo, tierna y feliz de verlas crecer tan sanas y bellas, y añadió:-Aún así, tened cuidado cuando salgáis, sed prudentes. Esta tarde, cuando vuelva, colocaré la nueva hoja de la puerta. Me moriría si os pasase algo. Sois las más bellas fantasías que ha parido madre alguna sobre la tierra. La dieta de Papá Noel A Alejandro le daba pereza levantarse e ir a buscar el cuaderno de notas que necesitaba para revisar su dieta, pues se notaba con sobrepeso y, a su edad, eso le preocupaba. Así que miró sobre la mesa buscando alguna alternativa. Vio enseguida un lápiz de dibujo y, a su lado, una foto a reciclar. Anotó entonces sobre el reverso de ésta, las ideas que le llegaban. Pero no servía. El papel fotográfico no retenía el carbón.Con cierta indiferencia, pensó entonces que tal vez no era necesario escribir nada. Mejor dejarle al cielo la labor y si no había nada que se pudiera registrar negro sobre blanco, pues se dejaba correr y en paz.En ese momento, a punto de renunciar al lápiz y a la foto, se le apareció una imagen. La imagen de papá Noel ¿Por qué? ¿Sería porque el día anterior se había entretenido en revisar las fotos digitales que había subido a Instagram hasta la fecha y allí vio esa en la que, vestido de Papá Noel, entregaba un regalo a su nieta? Seguramente sería por eso... Pero ya hacía más de un año que no se ponía ese traje. Desde el inicio de la pandemia no había vuelto a ejercer el consagrado oficio navideño con sus pequeños nietos. Sintió añoranza y se fue a buscar el disfraz.Lo encontró en su sitio. Un tanto mustio y arrugado. Se lo puso, se miró en el espejo y, siguiendo un extraño impulso, se puso las bambas de footing. A continuación, salió a correr cual era su costumbre matinal.Ver correr a un Papá Noel con mascarilla, a las seis de la mañana, en Mallorca y a punto de iniciarse el mes de mayo, puede resultar increíble. Pero a él no le importó. Qué más daba. Se añoraba y eso era todo. Lo extraño sucedió cuando, al pararse a descansar, otros corredores se fueron deteniendo a su lado con caritas embelesadas y él, espontáneamente, empezó a sacar regalos para cada uno de aquellos que le tendían, solícitos, la mano.Cuando acabó de repartir los regalos, volvió a casa. Feliz de haber empezado el día tan extrañamente, pero con tan buen pie. Se miró en el espejo y sonrió. Volvió a guardar el traje y el saco y, en eso, notó un pequeño bulto en él. Lo abrió de nuevo, indagó y descubrió que quedaba en su fondo otro pequeño paquete… ¡Con su nombre! “¡Caray! -se dijo-, vamos de sorpresa en sorpresa”.Abrió el paquete e ¡increible! Era su cuaderno de notas y alguien con letra clara y sinuosa le había hecho el trabajo de revisarle la dieta. Literalmente leyó: < “Tu nueva dieta”· Desayuno:Cierra los ojos y sopla suave y repetidamente sobre tu corazón, hasta que sientas que desde él emane un aura traslúcido y resplandeciente. Entre celeste y dorado. Formula entonces tus buenos deseos para el día que empieza. Tantos como quieras.· Tentempié de la mañana (si no lo haces, puedes detenerte por un momento):Observa las cosas bellas que te rodean y piensa en las que están funcionando bien en tu mundo y en tu vida. Toma conciencia de ellas y agradécelas· Comida:Recuerda que eres uno con cuanto te rodea, formando un único Gran Misterio. En breve, pequeños átomos tan antiguos como el Universo entrarán en tu cuerpo y te ayudarán a mantener la vida que vive en ti. Ya han formado antes parte de infinitas formas. Bienvenidos sean.· Merienda de la tarde (si no la haces, detente un momento):Recuerda a todos los seres de la creación, sin olvidarte ni de los microbios, ni de las ballenas, ni de las piedras, ni de las palmeras de otros mundos. Diles lo mucho que les quieres y pregúntale al aire, sin esperar respuesta, si está en tu mano ayudarles de alguna manera.· Cena:Agradece a tu cuerpo en su conjunto, todo el esfuerzo realizado y, a la vida, el tiempo habido. Deséate a ti mismo y al Universo felices sueños y pide ayuda para el descanso y la renovación.Posdata: puedes modificar y reescribir esta dieta a tu conveniencia, tantas veces como necesites… Pero ojo con lo que escribes. Las palabras tienen poder para lo bueno y para lo malo.> Alejandro se quedó pensando en aquella dieta que tan misteriosamente había aparecido en su saco de Papá Noel… La encontró demasiado espiritual para su gusto. Él habría querido orientaciones más prácticas. Pero bueno, como le pareció que la cosa quedaba muy abierta, a juzgar por la posdata, se fue a buscar un boli de tinta dorada que tenía por ahí (creyó que quedaría bien en ese color) y añadió de su puño y letra: · Come tranquilo y en paz. Solo o en buena compañía.· Come sin prisa y mastica bien. Todo bien ensalivado.· Intenta mantener tu rutina horaria.· Come cuanto más crudo mejor. La comida humana es la que podríamos comer en su estado natural. La biológicamente adaptada. Entonces: muchas verduras y, sobre todo, frutas.· No mezcles mucho los alimentos y huye de los alimentos procesados.· Come alimentos de cercanía y del tiempo; ecológicamente fiables (sin pesticidas).· Procura no pasarte con la carne y, especialmente, cuida de que, si la comes, ésta no provenga de la industria desarrollada sobre el dolor animal.· No te atiborres.· Mejor sin líquidos y poquito alcohol (si tomas). Y ya estaba. De momento no se le ocurrió a Alejandro nada más que añadir y guardó el cuaderno…Sólo le vino a un pensamiento más, mientras devolvía el boli a su sitio: “¡Qué bonito es poder creer en lo que te da la gana!”. La piraña era una chica de reacciones rápidas. Rubia, pecosa y menuda. Ingenua, pero de lengua mordaz. Quizás de ahí el apodo, aunque lejos de resultar lo peligrosa que pudiera suponerse portando semejante mote, resultaba muy tierna… para los suyos. Sus amigos y su novio.Especialmente para él, era toda atención y servicio. Realizaba sin pestañear cualquier acción que su amor le encargase.Si él, estudiante de medicina, le pedía que tiñera el plumaje de diferentes colores a veinte pollitos; ella iba y lo hacía. Si él, por broma, le entregaba una caja vacía diciéndole que era una bomba y que había que entregarla en tal dirección, donde vivían esbirros del régimen (corría el año 1974); ella se armaba de valor y lo hacía… O intentaba hacerlo, pues él la detenía entre risas en el último momento, consiguiendo que ella lo mirara encandilada mientras se mordía nerviosamente los labios intentando comprender.Pasaron algunos años, pocos, y como tantos otros jóvenes de aquella época y lugar, un mal día, su amado novio murió por sobredosis. Entonces ella se mordisqueó los labios durante meses y meses… intentando comprender. Y al fin lo consiguió; adivinó el último encargo: debería convertirse en soberana única de su propia cabeza. Sin duda, el encargo más difícil. El escritor se situó, como cada amanecer, frente al folio en blanco y se dispuso a esperar con la mente atenta, el corazón al acecho y el estómago vacío; pues en instantes llegarían las palabras y él tendría que imponer orden. Y tal como esperaba, enseguida las vio llegar. Comparecieron en jauría confusa. En su enajenada búsqueda, corrían atropelladas y absurdas; rastreando cualquier rincón de las desérticas blancuras del papel y compitiendo, entre ellas, por ser las primeras en descubrir y enunciar los significados más ocultos.La sorpresa fue que obviasen la presencia del literato y prosiguiesen su alocada carrera, tras la ilusión de una presa, en las páginas siguientes aún no iniciadas.Entonces el escritor se sintió feliz. Al menos por un día, le dejarían tranquilo gozar de un mundo que no deseaba ser ni descrito, ni interpretado… Y, obviamente, no tuvo palabras para expresarle a la vida su agradecimiento. En esta estación que no es inviernotengo toda la ansiedad al no poder encontrarteentre tanta gente que se busca.Por qué fijamos ese destino que nos ata,donde no sabemos si definitivamente hemos de ser uno.En secreto te amo, pero estoy sordo; inmenso y complejo nuestro amorbaja por las vías de un tren perdido,y a secas muerde unos labios deshabitadoscon huellas de otros amores. Pasa gente sin calmar mi dolor porque no te hallo.Pasan vendedores de frutas, de globos,de cinturas, de malogrados días,y la esquina, de pronto solitaria, se abre hacia un pationunca perdonado,igual a la esquina donde yo te esperéy tal vez estuviste.Ahora los vendedores de ilusiones pasan riéndosede mi pesar. Mientras yo secretamente los maldigo. Guillermo Capece Revisa mis ojos:algo se mueve en ellos en enmarañada trama.Me siento separado de la tierra, con fuego en las pupilas.Acabo de matar a un hombre.No sé qué designio me guió,pero hubo una luz trágica en mi puño,una pasión insatisfecha,una pluma de ave tocando el fondo de mi garganta,voces anudadas dirigidas a uno-atributos de poseído-bailando sobre palabras extranjeras.Oye, revisa mis ojos. Qué idioma debo hablar sino el de mis entrañas.Maté a un hombre. A Sebastián.No me arrepiento.Aquí está la sangre ineludible, el duro pozo.Fue una tropilla de angustia acosándome el pecho(tan investido de tiempo,de terror de hombre solo),y un momento pequeño en que apreté el gatillohasta la fiereza inflexible de la bala.Maté a un hombre.Mira ahora mi cuerpo lánguido lejos de algún paraíso inabordable.Mira la nieve caer sobre mis ojos.Me llamo Sebastián y mis ojos lloran. Guillermo Capece -Buenos dias, papá- y era la tercera vez que lo decía; -buenos dias, papá- volvía a repetir. Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo y se internaba en el baño. La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvía en ella creyéndose el Marajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día, vigésimo de diciembre.Ese diciembre que le calcinaba la piel, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior, en la pileta de Ricardo.Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas, nada más,porque al enfrentarse con el bidet, un chorrito indeciso se asomo por su pijita. Se la metió dentro de su calzoncillo, se miro en el espejo, se hizo alguna pregunta íntima que no contestó, y salió otra vez para atravesar el pasillo.-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina: el mate, el té, el café, el vino. EL VINO. El vino era exactamente lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba, en lo llagado de su espalda, en Leticia,(en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. Pero, ¿quién era él? ¿El amador de Leticia, el macho de Ricardo, el hijo del viejo que aún dormía?-Buenos días,papá- pensó esta vez, y tragó apurado el vino. ¿Quién era él? Sí. Le gustaba vestir bien. Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo siempre que mediara un golpe de teléfono.Y mientras tanto qué? Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en la costanera, y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo. Después...., su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar: irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma, Milán, eran, sin duda, hermosos lugares. Pero no era eso lo que realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían , exactamente, el ritmo que le marcaban sus pequeñas manos.Pero ahora había pasado tanto tiempo...-Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras se servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos dias, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente (queriendo deshacerse de ese remolino de angustia), -Buenos dias, mamá; buenos días , mamá... cómo estas hoy buena y linda como siempre, mamá, mi mamá; aquí traje el papel para los barcos...Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que tenía, ni su gastada melancolía actual.Él era un hombre simple, gozador de las cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía, no entendía...No estaba claro para él, por ejemplo, por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o en el mejor de los casos leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces, ¿qué era lo que en realidad lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso con vino: el lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el lugar que ocupaba mamá en vida.-Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.-Buenos dias, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.-Buenos días, papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente.-Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo. Guillermo Capece (año 1973) La noche se movía inquieta con el viento del desierto, los muros rocosos de Petra eran castigados por ráfagas de viento y arena, el Maestro, dentro de la cueva se arropaba junto a la fogata, la noche estaba fría y por eso, tomó la decisión de realizar un viaje Astral. Cerro los ojos, y concentrándose puso su mente en blanco, poco a poco su alma escapó de su cuerpo, vio la cueva, la noche ventosa, y su alma se elevó, se elevó, hasta que llegó a un lugar donde todo era luz, todo era brillo, y en el centro de esa luz, un ser luminoso, un ser que las palabras humanas no podrían describir. El Supremo, pensó el Maestro, me he de acercar para poder contemplarlo, pensó. Se acercó lentamente, mientras una voz que contenía a todas las voces se escuchaba, el Maestro al principio no entendía nada, pero cuando estuvo más cerca, vio al Supremo que gritaba, agudizo el oído y empezó a comprender - SOY JEHOVÁ, EL ÚNICO, QUE CREÓ TODO DE LA NADA. . . - NO, MIENTES, SOY DIOS UNO Y TRINO, QUE SE HIZO HOMBRE . . . - CALLA, SOY ALA, UNICO, CREADOR DE TODOS LOS SERES . . . -CALLAD, QUE ESTROPEAIS EL PORTENTOSO SONIDO DE LA NADA Y así los gritos se continuaban, el Maestro llenó de terror e incomprensión retrocedió, había un solo Ser Supremo, pero por los gritos parecían tres o más. De repente un suspiro profundo y triste lo hizo volverse, sentado sobre una nube, estaba una especie de ángel, pero sus alas eran distintas y no tenía aureola, era Satán que con la cabeza apoyada en las manos murmuraba cosas que por la distancia él no podía escuchar, se acercó poco a poco, temeroso de la presencia del maligno, hasta que escuchó el murmullo. - Otra vez, de nuevo se contagió de la mirada esquizofrénica de la humanidad. Y otro suspiro profundo se escapó de su pecho. El Maestro se despertó de golpe, estaba de nuevo en la cueva, atizó el fuego, afuera el viento rugía furioso, se arropó y se prometió nunca más hacer un viaje astral después de comer lechón. Te sentí acomodar a mi lado, rodeando mi cuerpo en un abrazo. Besaste mis mejillas, mi frente, mi pelo. Mordí el sabor de tus labios, tu aliento. Te acurrucaste en mi pecho como pajarito herido en su nido. Lentamente te encaramaste en mi cuerpo y como gatos al acecho nos lanzamos en busca del placer perdido, por tanto tiempo en el olvido. Te sentí vibrar, sentí tu cuerpo conmovido. Te abracé para retenerte en el momento maravilloso, mágico, dulcemente me sonreíste y con un beso me dijiste ¡Buen día amor, despiértate! sobresaltado me desperté con el sabor de tus labios. Miré el reloj, era tarde, me quedé dormido, me levanté de golpe y rápido, feliz, contento, pleno. Después de tanto, tanto tiempo desde que eternamente te habías ido, hemos estado, de nuevo, unidos. Sonriendo, enfrenté el mundo de nuevo. Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta de que papá lo escondía. Antes no había pensado de que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin mi permiso en mi pieza, hurgando y hurgando. Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía.Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda preferido o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme éso a mi? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pues era sobre todo de noche que se le ocurrían esas cosas. Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo.Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene a veces preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomabael botellón, me servía agua,pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asustaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.)Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis.Aunque fuera nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba.Pero ella tampoco se hubiera ablandado si yo le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá.Una noche antes de Navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no se oyera ningún crujido porque el nene podría despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. "Irá a tomar agua",me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero mas difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos. A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda: revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podría esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia,no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los los largos viajes que hacíamos a Copacabana, a Acapulco y a otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos en los casinos, llenos de luces y caireles, yo con esos vestidos sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombres me miraban. Pasando, es cierto, por el momento... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo me negué, me negué, diciéndole por favor aqui no, aqui no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios, no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no lo hagas Juan Carlos, amor mío.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo eso estaba escrito en el diario, y ahora papá estaba por tomarlo. Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la Congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero eso era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada. Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos me decían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera.Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba que no lo hiciera allí, por favor, que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años, y estaba segura de que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo, él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba, y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el diario que papá tomaba en sus manos, y yo le decía por favor no papá, no lo hagas, no lo hagas si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá,por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis,y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros.Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera.De todas formas papá quería ayudarme. De eso no había dudas. ¿Pero cómo? "La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espiritu vale". "Dios es santo", me contestó; y me impuso las manos. "Sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizaron. Me dijeron que papá quería ayudarme, pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder.Dios siempre es santo. Y a la noche debería dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entré al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua. Puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo.Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana. Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar. "Papá,¿sos vos?", pregunté. "¿Sos vos?" Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. La ventana continuaba abierta. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios. Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo, casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana siguiente. Guillermo Capece (1973) Las moscas Estaba tendido en la cama, mirando el techo, esparciendo su mirada por las tablas descascaradas, intentando no ser él por un minuto, luchando por lograrlo, pero tan pronto se alejaba de esa imagen tórrida e insufrible, retornaba el zumbido de las moscas que importunaban su tranquilidad. Uno tras otro los bichos oscuros iban y venían como una escuadrilla indeseable, pero él ya no tenía deseos de enfrentarlos, eran demasiados. Todas las mañanas los barría, eran cientos y durante la semana miles, también los aplastaba, sonaban en el suelo como guatapiques húmedos, esos juegos de artificio que él preparaba cuando era un niño y que lanzaba antes del año nuevo. No quería moverse de ahí, estaba cómodo. El cuerpo largo y las piernas levemente abiertas formando un ángulo de 30 grados. Cerró los ojos por si realmente se olvidaba de todo y despertaba antes que el verbo haya sido conjugado, cómo lo deseaba, incluso antes del caos, antes del todo y él fragmentado en un universo sin límites, sin voz, sin el hágase tal cosa o hágase la otra o la de acullá o la más distante. Giró su cuerpo hacia la pared y allí estaba el sustento diario de todos los días, el que mantenía la esperanza, el que llevaba el pan a la mesa y el gas a la cocina, ahí estaba el saxo tantas veces soplado por él, en realidad donde lo llamaran. Nunca se imaginó que ese instrumento de un seudo metal: cobre y estaño, le diera la posibilidad de sobrevivir y de mantenerse en un mundo cada vez más inaudito y estrambótico. - Te dije que Mazzoni te necesita para un evento. Él estaba mirando el saxo y a las moscas que giraban alrededor de su instrumento. - Lo sé. - ¿Te sucede algo Amancio? ¿No te encuentras bien? - No, sólo estoy un poco cansado, pero estoy bien. A las nueve parto a la cafetería y tocaré ahí hasta la medianoche y luego regresaré. - Está bien. Ella abrió un cajón de la cómoda y sacó su ropa interior limpia: un calzón de color negro y un sostén de color celeste, luego dejó caer la toalla y quedó desnuda, pero Amancio ni siquiera se percató de aquel breve strip tease de su compañera, se encontraba mirando el saxo. - Estás seguro que te encuentras bien. - Seguro, sólo estoy descansando, a las nueve le dije a Mazzoni que estaría en el local. - Quieres que te preparé algo de comer, un sándwich, por ejemplo. - No, comeré en la cafetería. Amancio giró otra vez su cuerpo y volvió a quedar con la vista hacia el techo, pero esta vez deslizó su mirada hasta donde estaba ella que se abrochaba el sostén, aún no se había puesto los calzones. Esa breve visión punzó todos sus sentidos y una leve corriente alterna le llegó a su miembro y lo sintió duro entre sus piernas. - Ana ya no quiero seguir en esto. - Como que no quieres seguir en esto, a qué te refieres. - Me refiero a que no quiero seguir con mi saxo, quiero dejarlo ahí por un tiempo. - Y qué piensas hacer. - Nada Ana, no deseo hacer nada, seguir tendido en la cama, mirando el techo y barrer las moscas que caen por el efecto del Raid. Algún día las exterminaré a todas. - Entonces ya no quieres ser músico. - Ya no quiero ser nada, tal vez un exterminador de moscas, sólo eso y quedarme en casa. - Amancio, ¿te encuentras bien? - Demasiado bien, es la primera vez en mucho tiempo que no me encuentro tan bien como ahora. Antes estaba invadido por las sombras del futuro, del querer, del ser, y llevaba a ese precipicio insólito a mi saxo, a mi fiel amigo, ahora lo quiero salvar y salvarme. ¿Por qué no te tiendes a mi lado Ana? - El turno en la farmacia comienza a las ocho y le prometí a mi amiga llegar un poco antes. - Hace tiempo que no estamos juntos Ana. - El sábado, cuando llegaste algo ebrio y con ganas de hacerlo ¿lo recuerdas? - No me lo recuerdes. Estuve muy mal. - Luego te quedaste dormido y... - Y tu pegada al techo, es lo que siempre dices cuando yo me acelero, ya lo sé, por eso es que te digo que te tiendas un rato conmigo. - No Amancio, ya me he bañado. Hace frío y queda muy poco gas, dejémoslo para más tarde. - ¿Más tarde? - Sí, más tarde, no seas impaciente frescolín. Ana rodeó la cama y se inclinó ante aquel cuerpo y lo besó en los labios y él sintió aquel beso como el aleteo de esos bichos que mataba con Raid. Ana ya estaba lista, abrió la puerta del departamento y una fría brisa entró por todas las habitaciones y se marchó sin antes decirle a Amancio que en el refrigerador había algo de comida. Amancio giró su cuerpo otra vez en la cama y se encontró con su saxo. En la mesa de noche estaba el Raid, lo tomó y pensó que apenas se posara una mosca en su instrumento la rociaría con el mortal veneno y la exterminaría sin ninguna compasión, sin embargo puso el rociador en su boca, la abrió y lanzó el veneno dentro de él. Un paseo por el barrio"Dijo mamá hipopótamo a sus hijos: --Y Dios, nos hizo a sus imagen y semejanza--"Roberto Fontanarrosa ...venga...acompáñeme. Vamos hasta el río. Sí, sí, está cerquita...llegamos enseguida. Desde aquí se ve bien. Está allá, al final de esta calle. ¿Lo ve...? Vamos caminando. Está tan lindo el Sol que se enojaría si no lo aprovechamos. Esta calle se llama Atlántida. Nace allí y termina en el río. Es una calle corta; desde ahí hasta el río. Ése es Paco, un amigo de Lunita. Hugo, nuestro amigo y vecino, lo tiene desde cachorrito. No sabe lo lindo que era. Bueno, ahora también es lindo, es muy alegre. Es un perro muy nervioso; vive saltando, parece un resorte. Es tan simpático. Y este es un aguaribay. Es el árbol de Omar, otro vecino... Sí, es cierto, el árbol es vecino; un vecino mas. Cuando veo el aguaribay, creo que Descartes se equivocó al decir: "Pienso, luego existo". ...No hace falta pensar para existir; con estar ahí ya se existe y existir es estar, es ser...bueno, que se yo, no me quiero andar haciendo el pensador... A lo mejor quiso decir otra cosa. ¿Quién sabe, no? Es así, medio desgarbado, desordenado. Bueno, Omar no lo poda y él personalmente tampoco se peina. Yo lo jorobo y le digo: "Omar, te peinaste con un petardo", y él se ríe. El aguaribay también se ríe. Así que el árbol es como él, o él como el árbol. Ambos son iguales..., parecidos en su aspecto. Pero queda lindo, a mí me gusta. Me refiero al árbol, sale de lo común. Ésa es Kona, su perra, siempre está corriendo los autos. A veces va a casa a jugar con Lunita, pero no son muy amigas; juegan un rato y cada una a su casa. Ésas son calandrias. ¡Qué pájaro que me gusta tanto! Son capaces de acompañarnos hasta el río; parece que hablaran. Disfrutan de la gente y nosotros de ellas. Van de árbol en árbol y va a ver que llegan con nosotros hasta el río. A veces me parece que no es solamente un pájaro, es otra cosa. No es un pájaro. Lo miro para tratar de comprenderlo y no lo logro. Aquí hay muchos pájaros,...el benteveo, los inquietos gorriones, las torcacitas --que son palomas más chiquitas y muy bonitas y una mirada muy tierna--, también hay zorzales, ratoneras, urracas, que son muy charlatanas, hay loros, mirlos, teros, lechuzas, horneros. El hornero es el símbolo de los argentinos. Es un pájaro muy trabajador, muy laborioso, muy elegante y educado. El hornero es de los tantos pájaros que tienen pareja estable toda su vida. Se imagina una pareja de horneros cuidando a sus nietos... Me río porque un amigo dice: "Lo peor de tener nietos es que a la noche me tengo que acostar con una abuela". ¡Imagínese!... Cuando hacen sus nidos, vienen a buscar barro a casa. Lunita se enoja y les ladra, pero los deja. Ella es madre y entiende... Allí juegan a la pelota los chicos del barrio; hay muchos chicos en este barrio. Bueno, más que seguro, es un barrio tranquilo; por eso parece seguro, porque estamos todos tranquilos. Aquí nos conocemos todos, todos sabemos de todos. Parece que no, pero nos contenemos mutuamente. Además, está lleno de pájaros, hay bardas, chacras, está el río; y las noches son tan lindas y tan llenas de estrellas. En las noches de verano se escucha clarito el croar de los sapos llamando a sus sapas desde el río. Lunita también se enoja y les ladra para que la dejen dormir. Sí, si, si; es un barrio con vista al Universo; ya quedan pocos así. No está cerrado, está abierto. Usted puede entrar y salir sin otro recurso que el de respetar esto que aquí se respira... No, no es tan así, nosotros también nos preocupamos por vivir así. Cuando algo pone en peligro esta tranquilidad, enseguida estamos ocupándonos del tema. ¿Asfalto? No, no estoy de acuerdo. Sabe qué pasa, vio todos estos informes sobre el medio ambiente, del calentamiento global, etcétera,...bueno, esos informes son para nosotros. ¿Para quién cree que son, sino para nosotros? Esos informes nos están diciendo algo, nos están involucrando en el problema, así que no podemos seguir generando problemas, no podemos seguir haciendo asfalto sin considerar las consecuencias, deberíamos buscar otras alternativas. Además, fíjese lo que le voy a decir; cuando vine a vivir aquí, casi siempre se veían zorros, martinetas y liebres. Hace meses que no veo un zorro ni una martineta, y liebres ya se ven cada vez menos; les estamos quitando su casa. Yo lo que propuse es que, si quieren, hacemos asfalto, pero antes firmamos una declaración en la que reconocemos ser conscientes de las consecuencias; de manera que cuando nuestros hijos o nietos sufran esas consecuencias, por lo menos sepan que sus padres o abuelos hicieron las cosas a propósito. Es decir, eran personas conscientes... Sí, es un día precioso, está tan lindo el sol que da ganas de caminar. Hoy dan más ganas de vivir. Bueno, llegamos. Mire qué río. Vio qué crecido que está, nunca lo vi así. Es que ha llovido tanto. Hace poco estuve en la Cordillera; los ríos están que desbordan. Hay mucha nieve y dicen que va a haber más. Este río se llama Neuquén y a tres o cuatro kilómetros de aquí, para aquel lado, se junta con el río Limay. El río Limay nace en Bariloche, a más de cuatrocientos kilómetros de aquí y a pocos metros de donde nace hay un viejo restorán que se llama "Viejo Boliche". Allí vivieron Butch Cassidy y Sundance Kid, dos "prestigiosos" ladrones de bancos que vinieron escapados de Norteamérica a refugiarse en la Patagonia. Ambos compartían un amor que era una mujer muy bonita. Sabe, nunca entendí porque meten presos a los ladrones de bancos que no matan a nadie... Estos dos ríos, el Limay y el Neuquén, forman el río Negro que va a desembocar al mar. Al océano Atlántico. Si usted tira un deseo a este río seguramente navegará por toda el agua del planeta, y desde algún lado alguien intentara comunicarse con usted... No, yo no me animaría a cruzarlo; es muy peligroso y profundo, viene con mucha fuerza. Aguas arriba del río hay.... ¡Mire, mire las garzas...! Son garzas blancas; también hay rosadas, pero aquí no llegan... Esos son patos, bueno, yo les digo patos; no sé como se llaman. En la primavera está lleno de patitos; son tan obedientes, simpáticos y coquetos. Nadan todos en fila detrás de la mamá. Es un ave muy pituca; a la mamá no le gusta que anden desprolijos. Cuando venimos a verlos con Manuela, Lucía y Victoria, ellas se enternecen tanto que los quieren llevar a casa... Yo también los llevaría... Comerán bichitos, pececitos; no sé, no sé qué comerán... También andan por la costa, así que comerán pastito, yuyos... Qué lindos que son. Aguas arriba hay represas; la primera es el dique Ing. Ballester, desde allí se riegan todas las chacras del valle. Se llama "valle" porque en la época de los dinosaurios había un gran río que al desaparecer dejó este "valle" en el que ahora se cultivan frutas y se venden al mundo. Los chinos comen las manzanas que cultivamos aquí, ¿qué le parece? Algunos atrevidos dicen que este valle es el promotor del pecado. En cada manzana va una tentación que es difícil resistir y tampoco tiene mucho sentido hacerlo ¿Quién sabe dentro de millones de años que pasará aquí? A lo mejor este mismo escenario sea sólo un escenario y no un recurso. Quizá sólo sirva para disfrutar y no tengamos que aprovecharnos tanto de él. ¿Estaremos para verlo? Sin dudas que sí, quizá bajo otra forma, con otros ojos, pero lo veremos. ¿Habrá calandrias? Quién sabe, ¿no?... Y más arriba, por este mismo río, están las represas de Loma La Lata y Portezuelo Grande. Son generadoras de energía y reguladoras de caudal de agua. Si no estuvieran, el agua llegaría hasta casa y no habría tanta energía eléctrica para otras provincias. ¿Qué se iba a imaginar el río que iba a tener semejante responsabilidad? Demasiado tiene con ser río para encima tener más trabajo. El río Neuquén es un río muy ocupado. Sí, este río nace en el norte de la provincia, casi en el límite con Mendoza. ¿Nunca anduvo por allá? Son lugares preciosos, es plena Cordillera, está toda nevada... ¿Sabe cómo se hacen los ríos? A medida que se va derritiendo, la nieve va formando pequeñísimos cauces de apenas centímetros de ancho. Van bajando por la montaña y se van juntando y haciendo cauces más grandes; algo así como el sistema circulatorio de la sangre. La nieve, que durante tantos meses estuvo quieta, se empieza a mover. Cuando uno va por la ruta se ven pequeños hilos brillantes. Bueno, ésos son los bracitos que le decía, y así van creciendo y juntándose con el agua de otra montaña y después de otra y otra más, hasta que hacen un río grande. Esa agua es riquísima; dan ganas de emborracharse de agua; parece que cantara mientras va corriendo por su cauce. Además, nada la detiene. A medida que corre, se va enriqueciendo de sedimentos de la tierra, troncos, tierra, piedras --el andar enriquece-- y entonces aparecen los peces. Hay truchas, pejerreyes; hay unas ranas rarísimas, casi amarillas. Hay pájaros carpinteros. Algunas personas dicen que estos pájaros les enseñaron a los constructores a hacer esas cabañas de madera tan lindas que hay por allí. Si el hornero es trabajador, el carpintero es docente... Sí, el agua es fría, helada. Es difícil bañarse en esos ríos. Hay gente que se ha muerto por intentarlo. Se le para el corazón en cuestión de segundos. No le entiendo la pregunta... ¿Cómo qué hay arriba de la montaña? No comprendo... Ah, bueno, está el cielo, ¡la atmósfera! La atmósfera. Nuestra atmósfera... Claro, allí se hace el río. El sol evapora agua y la condensa en la atmósfera y luego cae en forma de lluvia o nieve. Le voy a contar una anécdota. Cuando era chica, en Monte Hermoso, que es una playa de Buenos Aires, vi llover ranitas. Caían ranitas del cielo mientras llovía. En las nubes se fecundaban los huevos, como si fuese la panza de la tierra; las nubes estaban embarazadas de ranas... ¡Parece increíble! Claro el agua nace en la atmósfera, aunque si no hubiese ríos o mares tampoco habría lluvia o nieve. Aquellas pequeñas nubes que están ahí --¿las ve?--, tienen agua. Quizá sean del océano Pacífico; a lo mejor pasaron la Cordillera y vienen a caer aquí... Si todo es lo mismo; casi no se distinguen. ¿Arriba de la atmósfera? Está el espacio. No, el espacio no es azul; es más bien negro, oscuro. Es azul dentro de nuestra atmósfera, pero arriba de la atmósfera es bien oscuro. Allí sólo está la luz de las estrellas y las galaxias. Ése es Marte, es un planeta. Los planetas no tienen luz propia; las estrellas, sí. Marte está más lejos del Sol que nosotros. El año pasado no se veía y el anteaño tampoco. Se está acercando a la Tierra, por eso lo vemos tan brillante, y dentro de unos días casi se confundiría con aquella otra estrella. ¿La ve? Está ahí arriba, es roja igual que Marte...ésa misma. Ésa se llama Antares; está en la Constelación del Escorpión. Es una gigante roja. No, no, está lejísimos, a millones de años luz, pero parece que estuvieran cerquita. Sí, creo que sí, Antares es de las primeras estrellas después del Big Bang. Nació apenas después de nuestra galaxia. La fuerza de la gravedad concentró en millones de lugares distintos gran cantidad de materia; específicamente hidrógeno, que por aquel entonces abundaba igual que ahora, y fue haciendo los millones de estrellas que hoy vemos. Esa manía que tienen los astrónomos de contar estrellas. A mí me sobra con saber que hay muchas. Pero, bueno, tampoco es para ignorarlos. Se estima que hay diez mil millones de estrellas en nuestra galaxia, y parece que hay tantas galaxias como estrellas.... ¡Qué le parece, qué lindo, no! Tantas estrellas que hay... Hay tantas estrellas como agua. Hay tanta belleza aquí y allá que emborracha... Sí, ya está por explotar. Por eso se llama gigante roja. Antes de desaparecer crece tanto, tanto, que parece que se hinchara. Cuando está por explotar le dicen supernova. Mire, para que se dé una idea, Antares es tan grande como la órbita que describe Marte alrededor del Sol... ¡Asusta no! Cuando explota, libera al espacio todo lo que tiene adentro. Las estrellas son como hornos en donde se cocina el relato del Universo. Los átomos más livianos vuelven a hacer estrellas de segunda generación, como nuestro Sol; los más pesados hacen planetas como Marte o éste en el que estamos parados. El Universo recicla todo... Otros átomos entran a la atmósfera, que hace como un laboratorio y une a éstos en moléculas. Llegan a la Tierra y generan la posibilidad de la vida. Así que el río, la montaña, los patos, las garzas, nosotros o los perros como Lunita o Paco son esos mismos átomos, sólo que con otra forma, con una configuración distinta. Sí, sí, claro, cuando vemos el río en realidad vemos el tiempo, el fluir del tiempo. El río que llega al mar nace en las estrellas. Y las estrellas nacen donde nació el tiempo. El tiempo se mide en ríos, mares, pájaros, planetas, gente y otras tantas cosas que se van entrelazando unas con otras haciendo de esta diversidad una unidad imposible de dividir. Desde aquí, desde este lugar, podemos ver el Universo desde su primer momento, como si fuese un solo momento al que se le van agregando cada vez más cosas. Einstein decía que pasado, presente y futuro son una ilusión por persistente que fuesen. Y si no estuviéramos nosotros, si no estuviéramos aquí los dos mirando esta maravilla, nada tendría sentido. Porque el sentido a las cosas se lo damos nosotros... Sí, sí, claro, es muy cierto: el Universo es nuestro espejo... ...y bueno,...terminó el paseo. Cansan los viajes largos, pero tan lindos que son... Gracias a esa riquísima y maravillosa capacidad fabulatoria que tenemos los humanos, y que quizás compartamos con alguna otra especie, hemos podido viajar desde la calle Atlántida de la ciudad de Neuquén hasta los confines de Big-Bang. Si pude lograrlo, les he presentado a algunos de mis vecinos, a sus perros y árboles. Hemos conocido una rica fauna ya un tanto extinta por el correr de los años y el crecimiento poblacional. Hemos visto nacer al Río Neuquén y al Limay. Y en pocos párrafos viajamos a una de las estrellas mas lindas de nuestra Vía Láctea...Gracias a esa furiosa y empedernida curiosidad. La necesidad de saber, de hurgar, de meter el dedito... A ese intento tras intento. A fracaso tras fracaso. A nuestro esfuerzo cotidiano de probar y probar, hemos adquirido un cúmulo de conocimiento que han comenzado a enterrar las mas maravillosas y milagrosas conjeturas sobre las que hemos construido nuestra rica cultura que a los trastos nos ha traído hasta acá...gracias al empuje de la evolución y una rica combinación y recombinación de azarosos e imprevistos procesos físicos y químicos empujados a adaptarse a "cada medio ambiente" un ser como nosotros, de entre tantos otros, adquirió unos ojos que, tras maravillarse, vuelven sus mirada al universo para comprenderse a si mismo. Una errónea explicación y otra peor interpretación nos han hecho creer que el origen del universo es el Big-Bang. Mal hecho. El Big-Bang es el episodio a partir del cual la ciencia puede relatarnos, en virtud a evidencias, los que paso desde ese momento hasta hoy. De saber que es lo que paso antes, mí "Un paseo por el barrio" aun no hubiese terminado. Ilya Prigogine (premio novel de química) supone que antes hubo un inestable pre-universo que posibilito las condiciones del Big-Bang. Pero hasta hoy son solo conjeturas. Otro error común. Tan común como la haraganería intelectual es suponer que ese "Paseo por el barrio" se desarrolla en un ambiente de "supuesta" armonía y equilibrio universal. Mal hecho. Es solo una pantalla. Nada más constructivo que la imprevisibilidad. Nada más creativo que las "crisis" que fueron moldeando, por ejemplo, a nuestro planeta. En nuestra tierra existen 92 tipo de átomos, algunos como el hidrogeno, el oxigeno y carbono, abundan. Otros escasean, como el mercurio y el oro. Las proporciones de estos átomos en la tierra se mantienen en la casi totalidad de las estrellas conocidas. No es casualidad. Nuestras células están formadas por los átomos que se cocinan en el centro de las estrellas. De las estrellas nacimos nosotros.Fue la extinción de los dinos los que posibilito la expansión y diversidad de los mamíferos --grupo al que pertenecemos-- hace unos 70 millones de años por todo el planeta. Fue una fractura en el continente africano --hace unos 6 millones de años-- lo que extinguió la selva y obligó a los simios que quedaron en al este de esa cadena montañosa a caminar sobre sus patas por la nueva sabana a costa de desaparecer para siempre. Fue la falta de las abundantes y ricas frutas de la selva lo que nos obligo a descubrir las nuevas comidas que nos posibilitaba la sabana africana, entre ellas la nutritiva carne, que ayudo tanto a nuestro desarrollo encefálico. No fue, ni lo es hoy día, el equilibrio lo que dinamiza la vida. La comodidad nos mata. No fue la solidaridad lo que nos sociabilizó. Las culturas del desierto nos heredaron su religión monoteísta, en la selva, en la que todo abunda, no hace falta tanta fe ni plegarias para alimentarse bien. Fue la imperiosa necesidad de colaborar en la crianza de nuestros indefensos y prematuros hijos, defendernos mutuamente de los nuevos peligros, lo que nos hizo obligatoriamente solidarios. Fue el hambre, no la poesía, los que obligó a erectus a cruzar Arabia en busca de alimentos...Y entonces, para no contradecir, ni generar conflictos con las distintas teorías creacionista que en general defienden las religiones, admitamos que la cigüeña, antes de llegar a mi casa proveniente de Paris, pasa, como el mejor de los alquimistas, por las estrellas a buscar átomos y un poco de melanina con la que pigmentó a este lindo negrito...si usted cree que la vida es un milagro, esta equivocado... Ricardo A. Kleine SamsonContador Público Nacional®Neuquén, 19 de junio de 2009 Cuando marzo se anuncia con sus intempestivos chaparrones, seguido por la aparición de un sol deslumbrante, es seguro que depara sobradas alegrías, a quienes nos dedicamos a la búsqueda de setas comestibles. Está demás decir que esta actividad la desarrollamos en lugares boscosos, preferentemente donde abundan especies variadas de pinos y en los suelos, ricos en mantillo, anidan escondidos, estos especímenes, objeto de nuestro deseo. Es por demás placentero recorrer las sierras provisto sólo de una varilla y una bolsa. Con la primera hurgo cuidadosamente entre los pastos para evitar dañarlos, después de asegurarme que son los apropiados, los acomodo en la bolsa. En Europa, muchas personas se reúnen para llevar a cabo esta actividad, que además de deportiva, desarrolla las facultades de observar, comparar, identificar y posteriormente saborear en exquisitas preparaciones este regalo que brinda la naturaleza. Además de agradables son muy nutritivos- En el pueblo la llamaban “la loca de los hongos.” Cuando aparecían los primeros, antes de comenzar el otoño, alerta, como movida por un resorte, precipitaba sus pasos en su búsqueda. La temporada de lluvias, seguidas por la aparición del sol radiante, le aseguraba abundante cosecha. Posiblemente heredó esta actividad de su padre un gringo loco, de los tantos que en el siglo pasado, produjeron los conflictos europeos y la marea de la vida distribuyó por distintos lugares. En un rancho perdido en la espesura de las sierras chicas, vivió como un ermitaño, sin alentar ningún contacto con el resto de sus escasos vecinos. Nadie supo que compartió su vida con alguien hasta que unos llantos de guagua, advirtieron que el loco de la guerra había obedecido el mandato divino de “CRECED y MULTIPLICAOS” Después corrieron rumores de una niña flaca y desgreñada que solía acercarse hasta la escuelita rural atraída por el bullicio de los niños, creían algunos, otros le habían visto compartir los mendrugos con los perros que merodeaban en busca de algo para llenar la tripa. No se le conoció madre. Huraña y desconfiada, huía sin dejar rastro, a la menor intención de acercamiento. Vagaba por el monte hurgando en las oquedades de ciertos árboles en busca de la miel de palo que producen una clase de abejas salvajes, a la que se atribuyen propiedades curativas para las afecciones del pecho. Recogía frutos del monte, huevos, setas y hongos silvestres todo lo que generosa, la naturaleza le proporcionaba. Una mañana, me aventuré a recorrer la sierra y llevada por mi entusiasmo fui alejándome más de lo que la prudencia aconsejaba. En ese día particularmente caluroso, llegué a un paraje umbrío que invitaba al descanso. El rumor del arroyo cercano era el fondo adecuado para lograr el ansiado relajamiento. Me estiré sobre la fresca gramilla y tomé conciencia de lo poco que se necesita para lograr un pleno estado de felicidad. Un leve crujido, como el de una rama al quebrarse, disparó mi atención. Los sentidos, alertas, buscaron al causante de dar fin al mágico instante. No fue posible y deseé con toda mi alma reanudar el momento, sin lograrlo. Una desagradable sensación, como cuando nos sentimos observados, me obligó a apresurar mi partida. Giré la cabeza y una escurridiza sombra se esfumó en la espesura. Sobre una piedra, dejé un emparedado y algo de fruta, después busqué, en la gramilla aplastada, las huellas para regresar por donde había llegado. Detuve mis pasos tras un corpulento roble y desde allí esperé impaciente a quien se acercara a tomar los alimentos. Mi paciencia fue recompensada. Un ser andrajoso, se precipitó y en un santiamén devoró todo, rascó su desgreñada cabeza y sus ojos se encendieron en resplandores cuando un rayo de luz, iluminándolos, se filtró entre los árboles. Enseguida tomó el camino opuesto al mío. El regreso, lo hice sin darme cuenta. La visión me pegó fuerte. Mis pensamientos se concentraron en ella. Descubrí, bajo la astrosa apariencia, la mirada furtiva y vigilante del animal salvaje. Me fijé un propósito, aún a sabiendas de los problemas que mi decisión me acarrearía. A fuerza de perseverancia ganaría su voluntad y lograría que paulatinamente, considerara los beneficios de vivir de otra manera. Volví los días siguientes y en el mismo lugar, dejé alimentos y una caja con jabones, peine y un cepillo dental, después algo de ropa y unas cómodas zapatillas. Mis ofrendas duraron una semana. Algo que debía resolver en la ciudad, me alejó un mes de mi cometido. De regreso, volví a mis interrumpidas caminatas con más alimentos y ropa. Me detuve tras el roble y esperé. En vano. Al día siguiente, todo estaba como yo lo había dejado, sobre la piedra y dentro de la caja. Agregué lo nuevo que llevaba y esperé sin éxito. Comenté con algunas personas, nadie pudo asegurar haberla visto en las últimas semanas. Vino a mi mente, una experiencia de comportamiento, el reflejo condicionado, enunciado por el célebre fisiólogo, Pavlov. Lo hizo con perros a los que acostumbró a alimentar a determinados horarios, enseguida de hacer sonar una campana. En otra etapa, ejecutó el sonido, pero sin darle alimento, esto produjo en los animales, un estado de confusión e inquietud al estimular la secreción de jugos gástricos sin obtener comida. Me sentí culpable, pues, en cierto modo, esta mujer primitiva, sin roce ni cultura, quizá habría pasado por el mismo estado de confusión que los canes del sabio. Al siguiente día, me aventuré por donde la vi. alejarse tantas veces y después de caminar más de una hora, divisé un rancho desvastado. Unos perros escuálidos y sarnosos vinieron hacia mí. Los amenacé con una vara y corrieron aullando a refugiarse entre las matas. Traspasé lo que quedaba de algo que alguna vez hizo de puerta y allí la vi, tirada en un jergón de trapos sucios. No atinó a nada, su estado de desnutrición era extremo. Apoyé en su boca la botellita de agua mineral que siempre me acompaña en mis caminatas, se ahogó apenas pasó el segundo trago. Su pulso era imperceptible. Desde mi celular llamé a un servicio de emergencias comprometiéndome a esperarlos sobre la ruta y guiarlos hasta el lugar. La cargaron en la ambulancia que iba dando tumbos, sorteando piedras y arbustos. Nada pudieron hacer por ella. Falleció al día siguiente. Fui con un agente de policía hasta el rancho a buscar documentos para que el médico extendiera el certificado de defunción y por si alguien, de donde fuera, pudiera querer enterarse de lo acontecido, cosa poco probable. Dentro de una abollada caja de bizcochos Canale, encontramos un pasaporte entre fotos y cartas amarillentas. In nome di Sua Maestá Vittorio Emanuele III per grazia de Dio e volunta Della Nazione Re d´ Italia Il Ministro degli Affari Esteri rilascia el presente PASSAPORTO al Signor Marcello Bonnino. Databa del año 1931. No encontramos nada relacionado con su hija, tampoco en los registros de los pueblos aledaños. La municipalidad se hizo cargo del entierro. Convoqué a gente de buena voluntad para ofrecer una oración. En el cementerio local fueron depositados sus restos. Hice grabar un madero con un nombre y una leyenda que se me ocurrió, para que aunque muerta, tuviera una identificación.. “ Aquí yace Marcella Bonnino, buscadora de hongos, 14/ 04 /2007” << Inicio < Ant.
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Anna Feuerberg
Hasta ahora no te habíamos visto en tu fase académica...
¿Pero quién, quién, te toma las fotos?
Besos
Leni
racias a ti he descubierto algo k m encantaaa!!
Eres un katacrac!!
Mil gracias!!
Anna Feuerberg
Muchas gracias por tu increíble respuesta a mi poema INSTINTO.
Nunca dejas de sorprenderme con la agudeza, la amplitud y la elocuencia de tus comentarios. Valoro muchísimo tu apreciación y en esta oportunidad me has dejado simple y llanamente maravillada, en el sitio. ¡Cuantos aspectos puedes observar en estos versos escritos tan metafórico que se adentran en lo impreciso!
1. Percepción subjetiva
2. Sentimiento cosmogónico
3. Encuentro con mitologías personales
4. Visión filosófica
5. Experiencia vital
6. Goce estético
Abarcas desde la subjetividad del significado a la dimensión estética, de la apreciación del macrocosmos al microcosmos individual, de la comprensión filosófica a la experiencia concreta.
Estoy profundamente agradecida por tu orientación Miguel, me aporta tantas luces...voy a sentarme a estudiar el poema, jajaja…
Beso inmenso : )
Annita
Anna Feuerberg
¿Cómo estás?
Qiero pedirte que por favor leas mi poema INSTINTO. ¿Te parece muy hermético?
Un beso,
Annita
Edgar-->The Sacrifice
Suerte para ti y los tuyos
Un gran abrazo
Estamos en contacto
Amigo mio...........
Edgar!!!!!
Ricardo diaz
He leido algunos de tus textos y me gusta mucho como escribes
Porfavor lee: artista demente, loco en su mente y
Maldito homicida
Y dame tu valiosa opinion
Gracias
margui32
GRASIAS POR HABERTE DETENIDO EN TU CAMINO, TOMARME LA MANO ,Y AYUDARME A CAMINAR.
Gabriel F. Degraaff
Macarena
soii nueva en esto y me gustaria que los demas miembros me ayudaran.
Maka
Mar Sal
Pero lo prometido es deuda.