FIGARI , EL PINTOR
Publicado en Sep 17, 2009
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                                                  FIGARI EL PINTOR
             El negro se apareció antes de lo previsto, el balde en la mano, la ropa salpicada de colores, un sombrero de papel en forma de barco navegando sobre su cabeza, una leyenda de pincel entre sus manos. Llevaba  puesta una cara cansada de un día agotador. Estaba bañado en calor, que ya era sofocante a la mañana, e iba a ser peor a la tarde, decían los pronósticos. Me lo habían recomendado en el boliche de la esquina, te lo mando, él sabe de eso, me decían los muchachos, palabra santa entre los lugareños. Era alto, de figura robusta y se notaba en el pelo medio canoso y la piel arrugada, que era veterano. Tenía las manos blancas de pintura y curtidas como un cuero viejo. Se sacó el sombrero, dejó el balde y los pinceles en el jardín y entró con una escalera de madera atada con piolines que dejó a un costado de la entrada.
      - Me mandaron del boliche-, decía, acomodando los pinceles, exhumando los restos del día en su ropa. -Soy Figari, encantado, comentaba, estirando la mano blanca empapada de sol. Disculpe que me vine así, es que vengo de trabajar.
¿Así que se llama como el pintor?
-Sí,  claro, decía el negro, soy el pintor que le recomendaron en el boliche de la esquina.
- Por supuesto,... entre y deje las cosas por ahí -, le dije, señalándole un lugar  del comedor que yo había a condicionado para que dejara sus pertrechos. El trabajo que tenía que hacer le llevaría  unos días; pocos, comparados con los muchos que el tiempo sujetó entre las paredes.
           Le mostré la casa. El pintor iba por las piezas tocando las paredes húmedas,  por momentos se caía algo de revoque y anotaba en una libreta  no sé qué cosa. Si le decían Figari, supuse que sería un gran pintor. Recorrió todas las habitaciones en silencio, observando el deterioro causado por el tiempo y  el abandono que  provoca la inercia de la soledad. Luego de repasar los detalles de su labor, convenimos en encontrarnos al otro día, bien temprano, por el calor. Él se encargaría de comprar lo que era necesario para el trabajo, lo que había anotado en su libreta, yo sólo tenía que acondicionar el lugar. Después que barrió el polvo del revoque, y corrimos algunos muebles de su sitio se marchó sin que me diera cuenta. El alma de la casa había sido tocada en su fibra más íntima; ahora tenía que esperar que estos cambios trajeran algo de color a la nostalgia.
           Se apareció al día siguiente bien temprano, en bicicleta, con la sonrisa atada  por un hilo invisible, el pelo canoso ahora más evidente sin su sombrero de papel, bien vestido, complacido de ser lo que es y nada más que eso. Cada movimiento que daba lo hacía tratando de no molestar y de causar el menor inconveniente como si su existencia misma fuese un problema para los demás. Se vistió en el baño y acomodó las cosas para empezar su trabajo, sin hacer casi ruido. Mientras lavaba los pinceles en agua ras, aceptó a regañadientes que le sirviera un vaso de agua.
-¿Así que se llama Figari?
-Si, - me contestó, mientras preparaba la pintura y armaba un cigarrillo con tabaco suelto.
-¿Ud. es de por acá?-. le pregunté.
- Soy del otro lado del Santa Lucía, pasando el río, cerda de la rivera, ahí no más estoy yo-, decía, señalando el sudeste, tomando un sorbo del vaso que le había preparado y comiendo unas galletas  rotas que sacó de su bolso. Todavía no hacía calor, pero ya se sentía que iba a ser un día pesado, así lo vaticinaba la humedad de las paredes. Una tormenta  amagaba  evacuar  su angustiosa espera de un momento a otro. Figari ya estaba pronto para trabajar y lo dejé sólo, acompañado de algún gallo despistado que cortaba el silencio de la mañana y  varios perros que ladraban a la nada o quizá hacia el cielo pidiendo por agua.
          - Uno de los que me encomendó a Ud. fue "El Tortuga"-le dije después de un largo rato, mientras le servía otra cosa para tomar, entre las paredes pulidas, el denso aire contaminado de partículas de polvo y olor a aceite de trementina. El negro, con su cigarrillo colgando de su gruesa boca se sonrió cuando mencioné al "Tortuga".
-Lo conozco, trabajé con él hasta que cerró la fábrica, ahora no sé en que andará, en la bebida seguro -, afirmaba, arriba de la escalera,  la lija prolongando la mano, el pincel en la otra, encogiéndose de hombros, dando a entender que lo conocía muy bien.
 - "El Tortuga" me trae recuerdos. Le decían así y sin embargo era más rápido que cualquiera de nosotros y sabía hacer de todo. En una época tenía hasta un barco que se había hecho él  y salía a navegar los fines de semana por el Santa Lucía con una amante que tenía y mantenía-, dijo el negro sonriendo, los dientes de marfil compitiendo con la pintura, los ojos negros como dos focos apagados.
 - Se daba el lujo de tener dos mujeres, una en tierra y la otra en el agua. ¡Qué gran vida se daba!.....  y ¿ sabe una cosa?, ¿sabe qué es lo curioso?. Él se creía que era rico y  siempre decía que le tenía miedo al comunismo. ¿Sabe por qué?
- No -, le dije, ni idea...
 - Porque creía que si ganaba el comunismo le iban a sacar el barquito, su artículo de lujo. ¡Mire si le van a sacar ese mamarracho de barco, que solamente él  se animaba a subir ¡-, decía el negro, soltando una enorme risotada que hasta hizo asustar a una paloma que se había instalado en la ventana a observarnos y esperar  a que le tirásemos alguna galletita.
-¡Qué muchachos bárbaros esos!¿ A" Barrita", a"El Colorado ", los conoce  no?-. Yo ratificaba con mi cabeza lo que me decía Figari.
-Los veo cada tanto -, le dije, cuando el ánimo  y los astros se  me alinean  para la esquina.- ¿A "El Colorado" hace rato que no lo veo, dicen que anda por Norte América verdad? -,le pregunté.
- Eso escuché que decían el otro día en el boliche, no va a quedar nadie por estos pagos, afirmó el negro, limpiándose el sudor de su frente, mostrando indicios de que ya era hora de tomarse un descanso. Era  cerca del mediodía, el sol licuaba el despojo de la mañana. Figari  estaba culminando su trabajo, la temperatura batallaba por un récord. Le dije que terminara y viniera al otro día. Guardó sus cosas, dejó los pinceles en remojo, se cambió y se fue silenciosamente, atravesando el jardín lleno de luz.
         Me quedé solo, observando la bicicleta de Figari que doblaba la esquina y desaparecía entre los matorrales. Entré a mi casa  envuelto en los vapores que emanaban de las paredes. Las horas no pasaban, los recuerdos y la nostalgia iban ganando su espacio y  tentaban mi conciencia y yo les abría paso y cuando quería acordar ya era tarde. En esos momentos enfilaba para el boliche de la esquina, tratando de conducir los  recuerdos para que  no me arrastrasen hacia un abismo y perderme en su laberinto de sensaciones amargas. A veces lo lograba y  entonces me sentía como un niño al que recién le han regalado un juguete, pero las más de las veces ese juguete era repetido y entonces mi conducta se transformaba en algo habitual, rutinario.
           El boliche ingresaba tranquilo en la tarde cuando  me aparecí de repente y vi al "Barrita" recostado en el mostrador, solo, como dormido, la cabeza apoyada en los brazos cruzados, el vaso de caña al lado aguantando una nueva ronda, disipando su amargura, esperando que pase algo. Una chicharra  le ponía algo de música a la quietud de la tarde. Pero nunca sucedía nada, solo el "pasar" del tiempo, un devenir  infectado de soledad y alcohol.
 - Fue Figari a su casa?-, preguntó el dueño, el "Gordo", como le decían los muchachos.
.-Si, pero tiene para rato-, le contesté,  pintar lleva tiempo y más si se llama Figari
.-Claro-, decía el gordo detrás del mostrador, la camiseta rendida de tanto jugar de titular, la mitad de un cigarro susurrándole al oído, una barba desafiando el tiempo.
- Dame una de ésas -, le dije señalándole la copa del "Barrita".
-Dígame, le dije al "Gordo", ¿se llama de verdad Figari, el pintor?".
-  No. Ni él sabe como se llama. Le pusieron Figari de chico pero no se acuerda porqué-, decía, mientras me servía la copa de caña con la parte limpia que le quedaba de una de las manos.
-Dice que nació en el barrio sur, que tiene como diez hijos,  el negro dice muchas cosas. Depende de la cantidad de vasos que se tome-, afirmaba el gordo. -Acá ya le conocemos todas sus aventuras, todas sus mujeres y sus hazañas de uno y otro lado del río-, comentaba el gordo sonriendo y limpiando el mostrador. A medida que el horizonte se colmaba de dudas, el bar se iba llenando de gente que caían como rendidos por una extraña pereza de vivir, como si hubiesen perdido un partido al que ni siquiera fueron convocados para jugar. Afuera, un conjuro de insectos zumbaba seducidos por la luz. Terminé la copa y salí sin que el apodado "Barrita" se enterara que estuve en el bar.
             
               Como ya era una costumbre, Figari venia temprano y se iba al mediodía. A veces venía con aliento a alcohol, pero no era una sorpresa para nadie, sobre todo viniendo de alguien tan amigo del "Tortuga". En una oportunidad, mientras corríamos una biblioteca de lugar el negro se sorprendió al ver un libro con láminas del pintor Pedro Figari que se cayó al piso.
-¿Lo conoce? ,le pregunté
-¿A quién?
 -A Figari.-le dije, señalándole la tapa.
-No- contestó el negro, pero conozco muy bien esa foto, la del libro. Tengo una parecida en casa, de cuando yo era chico. Estoy yo con mis padres y parientes bailando en carnaval en el barrio sur donde nací, si quiere se la traigo-, decía Figari, mientras daba una mano de pintura a una de las paredes. Me señalaba a toda su familia con sus dedos llenos de cal, hasta con nombre y apellido. Armaba historias con los personajes del cuadro y los relacionaba con su infancia a tal punto que decía recordar el "día que le sacaron esa foto". Yo pensaba en las palabras del "Gordo" del boliche, que me aconsejaba  no creerle nada de lo que decía, pero yo accedí  a seguirle la corriente y dejarlo hablar. Incluso le permití que me contase cosas de su vida, sus anécdotas junto al "Tortuga", sus mujeres, su infancia en el barrio sur y así hacer más llevaderas esas mañanas de soledad y calor. 
             
                El último día que se apareció Figari, faltando poco para terminar su trabajo, trajo la foto del carnaval. Y tenía razón: el semejante con la tapa del libro era total ya que la supuesta foto era nada menos que una postal en blanco y negro de la lámina de Pedro Figari; una postal muy vieja, de un color casi amarillento y con graves signos de deterioro. ¡Vaya a saber quién le hizo creer que esa era su familia!
          Supuse que le decían Figari por esa postal. Y claro, nadie le creía nada al negro, y menos los muchachos del boliche que lo conocían mejor que ninguno y compartían alguna copa que otra. Y le oían sus historias, sus inventos, que a la larga se transformaban en verdades que luego se las llevaba a la rivera del Santa Lucia y construían ese personaje que se llamaba Figari y que tenía como diez hijos, varias esposas, y se conocía el Santa Lucia de memoria. Lo despedí igual que como entró, con el balde en la mano, la ropa llena de pintura y el sombrero de papel con forma de barco navegando sobre  su cabeza.
     
        Pasó el tiempo casi sin darme cuenta,  y una mañana encontré detrás de un armario la postal amarillenta de Figari;  se la había olvidado y caído. Me acordé del pintor y lo importante que era para él esa foto antigua y descolorida. Se llamaba "Cambacuá"; se podía observar a los negros danzando en una suerte de patio colonial. !Qué sorpresa se hubiera llevado el negro si supiera que ese cuadro cuelga en el Museo Nacional de Bellas Artes! !Qué hubiese pensado al verse él colgado en una pared y la gente observando a su familia! Tomé la postal y la puse a resguardo, pensando en entregársela, si es que lo volvería a ver algún día. La situé en un lugar donde la pudiese ver siempre  y así poder recordarlo y añadirlo al cúmulo de recuerdos que habitaban la casa pintada por Figari.
        Pero el tiempo siguió pasando, a mi pesar, y tragándose los días como si los devorara un monstruo gigante y luego los escupiera en algún sitio remoto de la memoria y de esta manera algunas cosas pasaban  al olvido. Pero otras poseían una resistencia natural  y estaban allí para decirnos alguna cosa. Figari, el pintor y su "Cambacuá" tenían esa rara condición. Estaban allí, las veía a diario y sabía que estarían mejor en sus manos. Conocía  la importancia que tenía  para él sus "raíces", su "origen" y  su "familia".
        Una noche en que la soledad dio rienda suelta de sus peores atributos y donde la  temerosa sombra del pasado se instalaba de lleno, me refugié en la amable compañía de los muchachos del boliche y de un cordial vaso de caña. Era una noche sombría, el cielo estaba cerrado por  duelo, la humedad se escabullía de las manos, sólo había que esperar que lloviera de un momento a otro. El bar estaba bastante concurrido, se festejaba no sé qué cosa y alguien mencionaba que Figari y el "Tortuga" hacía tiempo que no pisaban el bar. Estaba "Barrita" sentado, pero  curiosamente despierto y lúcido; levantó su copa al aire en cuanto me vio entrar. El "Gordo" armaba algo para comer y pasaba los platitos por las improvisadas mesas de plástico que quedaban en pie. Una radio a pila cantaba un viejo tango a guitarra y vos ronca. Le pregunté al "Gordo" por  "Figari" y me dijo que "debe andar en algo con el Tortuga, porque hace días que no vienen". Le manifesté  mi deseo de encontrarlo para entregarle algo que se había dejado olvidado un par de meses atrás. Me encomendó a un sujeto que estaba sentado junto al "Barrita".
- Ese tiene  saber porque es de los pagos de Figari -, decía el "Gordo", recogiendo unas botellas vacías y unos platos con restos de un día agitado. Me dirigí hacia su mesa. Estaba sentado  junto a otro que ni valía la pena prestarle atención.
            El hombre, como un sabio profeta del desengaño, me indicó el lugar con gran precisión, también me señaló que era un barrio muy humilde, que preguntara  cuál era la "casucha" de "Figari" porque eran todas iguales; solo recordaba que estaba junto al río, cerca del puente y que la había construido con sus propias manos. Le agradecí la gentileza con una copa de caña que tomó de un sorbo.
               Empezó por fin a llover, el viento insistía en llevarse el bar a otro barrio. Esperé que la lluvia parase, bebí algo para honrar la ocasión  y después me retiré al camino inundado por el agua bendita que se llevó el calor a otra parte.
                  Crucé el puente a la mañana siguiente conforme al itinerario del hombre que estaba junto al "Barrita" en el mostrador del bar. No era lejos, pero el camino era de tierra y como había llovido se hacía dificultoso. En un momento dado supe que estaba en el barrio de Figari, según la descripción del hombre del bar. Era de hogares muy humildes, las calles repletas de niños jugando a la pelota, (¿serían los hijos del pintor, pensé?), carros estacionados con lo que quedaba de la recolección de la noche, perros marcando un territorio devastado por la indiferencia, Algunas  personas simplemente estaban en sus puertas de chapa mirando pasar a un extraño.
         Luego de repetidas y constantes averiguaciones supe lo peor: Figari y el " Tortuga"se habían internado en el Santa Lucía medio borrachos y nunca volvieron, se los había tragado el río un día que la furia del viento se interpuso en sus destinos. Había muerto en su ley, en otra de sus aventuras, la última. También supe que tuvo un hijo pero que casi no lo conoció. Lo curioso fue que el barco apareció intacto y no se lo había llevado ni el comunismo, ni la furia de la naturaleza.
           Unos meses después decidí hacerle mi propio homenaje al pintor y me fui al Museo Nacional. Lo recorrí hasta encontrar el sector de Pedro Figari. Estaban los cuadros de siempre pero faltaba el del pintor. Pregunté por el "Cambacuá" y me dijo el encargado del museo que el cuadro estaba en restauración.
-¿Desde cuándo?
- Desde el día de la tormenta.
                                                                     
                                            GABRIEL FALCONI
                                                    
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Palabras Clave: BAR TORMENTA PINTOR

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


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Comentarios (8)add comment
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gabriel falconi

gracias hayde
este cuento es muy uruguayo empezando por el negro....
por suerte en el uruguay sobrevivieron y nos dejaron su cultura que tan bien la plasmo figari en sus cuadros
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November 03, 2009
 

haydee

¡BUENÏSIMO! MUYBUENO el contenido y Muy Bien Contado.
Estoy REORGULLOSA de TENER un AMIGO que sabe pensar y decir ¡TAN BIEN ! las cosas más simples y cotidianas.
Responder
November 03, 2009
 

gabriel falconi

GRACIAS MAVAL Y GABRIEL
A VECES ME PASA ESO SE ME PONE UN PERSONAJE EN LA CABEZA Y LO TENGO QUE PASAR AL PAPEL
EL FINAL ES UN HOMENAJE A FIGARI ....PINTO A LOS NEGROS COMO RREALMENTE ERAN,
EL PERSONAJE PODRIA HABER SALIDO DE UN CUADRO
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September 18, 2009
 

MAVAL

MISTERIOSO POR DECIR LO MENOS...
DA VUELO A LA IMAGINACION ...ESO ME GUSTA PORQUE PERMITE IR PENSANDO EN SITUACIONES PARALELAS...MAS EL FINAL TE LLEVA POR MUCHAS SALIDAS O UNA SOLA...DEPENDE COMO SE MIRE...
COMO DICE MIGUEL HAGO EL RITO ESTRELLAS Y DEMAS...PERO LO MERECEN SIN DUDA!
MAVAL
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September 18, 2009
 

Gabriel F. Degraaff

Increíble Gabriel, como mezclas lo místico, lo desconocido, la causalidad, otro final de lujo, una historia muy buena... la verdad, este es uno de los mejores que te leí para mi humilde opinión, te felicito, ya sabes que eres bueno, asi que te envío un gran abrazo querido padre!!! jaja
Responder
September 18, 2009
 

gabriel falconi

gracias miguel y nydia
}lo escribi hace mucho
es muy uruguaya la historia porque como uds sabran figari fue un gran pintor uruguayo que pinto justamente a los negros del uruguay
Responder
September 17, 2009
 

miguel cabeza

Gabriel, tu relato, ya lo sabes, goza de una enorme riqueza literaria. La intrigante trama de textura calida y costumbrista se evapora entre las piceladas de fantasía y misterio finales.
Te doy una enhorabuena muy especial y cumplo con el rito de las estrellitas y los favoritos.

Un abrazo
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September 17, 2009
 

nydia

GABRIEL..
CAUTIVANTEMENTE, SIN PALABRAS!!!
NUNCA DEJES DE ESCRIBIR....
BESOS
NYDIA
Responder
September 17, 2009
 

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