UNA CITA CON EL MAR
Publicado en Jan 05, 2012
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I
Algo de tus ojos me asustaba mientras recogías dos camisas y una falda cualquiera para visitar la casa de la playa; sentí que no estabas bien y aún así me quedé tan quieta como ahora. Tan quieta como esa madrugada ante el mensaje de texto.
Lucías segura.
Ahora entiendo que luchabas con tenacidad contra todos tus fantasmas; que trataste de guardar el miedo plantada en esta silla de mimbre con esa taza nublada entre las manos y con el amuleto de huesos en la muñeca derecha para resguardarte de la mala suerte.
En la mañana debiste tomar un té, absorta en las gaviotas que, luego de comer, reposaban serenas un rato sobre el agua. Debiste compararte con ellas envidiando esa paz desconocida de volar sin problemas.
Imagino a la melancolía dando toques en tu hombro y tú evadiéndola con una canción, limpiando el patio diez veces, leyendo un libro repetido.
Imagino que hace mucho estabas triste sin decirlo.
Y también debí imaginar que tres botellas de coñac eran una compra extraña para alguien incapaz de tomar media cerveza; y que ese viaje no era, como dijiste, un espacio de inspiración sino una huida desesperada.
Pero me quedé quieta.
Quieta. Porque tú decidiste ser la hippie desparpajada que aparentaba no sufrir con nada... que vivía a pedradas y a contra corriente, con la cabeza llena de trenzas e ideas intolerables.
Por eso, aunque no quieran oírme y yo sea la loca que intenta escribir una historia ajena, estoy segura que aquel día como todos te obligaste a sonreír... Como en esa clase de sociología que te daba jaqueca pero era ineludible. 
Yo lo sé, puedo verte.
Mientras recuerdo el mensaje que me pareció un chiste incomprensible, mis ojos recorren tu atardecer manchado de angustias:
Las trenzas de tu pelo impregnadas de yodo; tú pensando que visitar el mar no había sido buena idea porque la arena tenía el olor melancólico y floral de los recuerdos; entonces serviste el café de las cuatro de la tarde y sorbiste un trago. Respiraste la brisa de la playa, y también la sentiste en los oídos susurrándote el pasado y sentías que la historia se repetiría, que sería como siempre.
Decidiste fumar para escapar otra vez del miedo, la sensación de caída inminente.
Te sentaste a la mesa y fue como temías: el hombre frente a tus ojos dejó de ser un milagro y se convirtió en la aguja de la soledad amenazante. Su voz distorsionada hablaba trivialidades, y las manos fastidiadas movían la taza de un lado para otro, buscando qué hacer para no morir de tedio.
Esa aguja fue la primera herida.
Miraste su rostro y las gotas de sangre imperceptible de la cien a los ojos no impidieron apreciarlo, como todos, era más bello porque estabas a punto de perderlo y ya no creías en ninguna palabra; más bello cuando el lazo que lo ataba a tu esencia se rompía como un hilo de caramelo.
Y dolida sin demostrarlo, sufriste la hermosa imagen del sol anaranjado de la tarde iluminándole medio rostro y sus ojos verdes te miraron con una mezcla de rabia y compasión mientras su boca guardaba la última palabra.
Yo sé que estabas triste, pero sonreíste; de pie, irreverente frente al séptimo funeral de idilios jugaste la última carta, sabiendo que era inútil. El último desnudo para volar a la ausencia, sumida en la ficción mientras todo moría para ignorar que aquella tarde estaba clavándote espinas en los restos del alma.  
Sé que entre las sábanas y las páginas de tu habitación llena de libros y papeles donde la sobredosis de tragedias te perdía en el pecho de tus Héroes y tus Dioses, tú persistías.
Sé que cuando su piel se te escapaba o lo sentías lejano lo abrazabas para atizar el fulgor que oscurecía y lo devolvías a la cama en una batalla sin sentido, y juntos reescribieron la historia terminal y gentil de gemidos y espasmos que persiguieron el sol de aquel día hasta perderse.
Y luego, cuando el dormía y la noche coqueteaba con el agua, comenzaste a sentir frío.
 
II
A las diez de la noche él despertó tan decidido que no pudiste volver a sonreír.
Caminó hasta el baño sin decir nada. Tú volviste a encender la cafetera y su ruido se mezcló, muy breve, con el de la regadera.
Su perfume impregnó toda la casa mientras atravesaba la sala para irse y ya no hubo ficción para evadir la realidad: él no se quedaría para compartir tristezas. Fue el momento del beso extraño y preciso, como un último trazo de la pintura. Un beso plácido y triste de obra terminada; el beso que lo liberaba y lo devolvía al mundo.
Aquí frente a mi trago, usando tu pulsera juro que puedo verte: tranquila en Troya, aguardando las heridas frente al último café cuando cualquier sílaba basta para desatar la guerra y el amante, en un minuto, es un guerrero implacable, incapaz de sentir piedad por tu inusual fragilidad.
Y sé que calmada agonizaste sin que él pudiera notarlo; sé que calmada perdías el aliento sin querer despertar su compasión. Te bebiste sin quejas las ofensas y las dudas.
Y la segunda herida fue el profundo puñal de insultos que atravesó tus pecados. 
Más tarde, cuando sus ojos te encontraron tantos defectos, dudaste de ti misma y dudaste del te amo que alguna vez escuchaste. Quizás dijiste, al azar, que todo estuvo bien alguna vez.
Él te miró confirmando tu locura.
Tú callaste. Ya habías aprendido que los finales se escriben solos y no hay nada que se pueda hacer; estabas agotada y por eso no quisiste rogar; suplicar que se quedara; prometer cambiar de vida y de ideas para ser amada. Simplemente lo observaste maldecir cuando hizo la maleta al descuido.
Probablemente, él te dio la espalda con pasos firmes y no se volvió a mirarte.
Tú escuchaste el tradicional golpe de la puerta... un carro que se enciende y se aleja para no volver.
Estuviste nuevamente sola. Completamente segura de que ir a la playa con todo ese dolor y un amor enfermo no era conveniente.
Observaste la cama llena de huellas como flores en tu cementerio de amantes, amigos y ambiguos y escuchaste el eco de los momentos tristes repitiéndose en tu oído como un coro trágico.
Y fue momento de la primera botella de coñac de tu vida y de sumergirte en Alfonsina y Vallejo; hasta que la hippie despreocupada huyó de tu espejo y te dejó sufriendo, sin fama ni adjetivos.
 Una voz alta y aguda te habló para pasar la lista de todos los nombres, las muertes, las renuncias, las ausencias. En ese momento tú cerraste los libros y los ojos: mareada y amarillada de nicotina, para buscar en tus gavetas los poemas viejos y, seguramente, los tendiste como lápidas.
Olvidaste que esa dosis de mar y poesía te ponía en riesgo...
Porque los versos te hacían abandonar la copa y beber a pico de una segunda botella, y expandían los espacios vacíos de tu pecho... Y te obligaron a asumir la tristeza para perderte en la noche que a través de la ventana flotaba sobre un mar que llamaba y arrullaba; dulce pero amenazante.
Como tercera herida, sentiste en el pecho los poemas apilados a tus Héroes y tus Dioses.
Una buena noche para escribir la última página
Es por eso que a las doce, cuando la mujer de cabellos casi transparentes golpeó el cristal de la ventana, en lugar de resistirte como tantas veces o espantarte y ocultarte como lo hacíamos en casa; saliste a su encuentro con los pies descalzos y la botella en la mano.
Ellos no pueden comprenderte Beatriz, es imposible. Pero yo puedo verlo:
Tú miraste la luna enorme y colmada de melancolías pidiéndote compartir esa noche frente al mar.
Parecía una hermosa noche para encontrar la muerte.
La mujer se sentó sosegada y complacida por tu obediencia; tú caminaste un rato para ver al mar sumido en la oscuridad absoluta; el sonido de las olas cantando voces de ausencia; tus propias manos sosteniendo, con dificultad, la vida. Tus huellas que se marcaban y eran borradas de prisa por las olas, como leves cicatrices de tus pies pisando un suelo que sería el cielo mañana.
Te imaginaste miserable, rezándole a las Deidades desde la tierra profunda. Miserable cayendo y levantándote para repetir el relato interminable.  La apasionada convulsión del mar se hizo más tentadora que la cotidianidad.
Lo comprendo. Ahora. Comprendo.
Una profunda noche de arena y soledad; de tragos en silencio sin sociedad perfecta.
Tu propio pensamiento reordenando los errores y las culpas. Repasando el inventario de duendes traidores; depresivos que te soñaron salvadora; poetas malditos que nunca dejaron de maldecirte.
Y la mujer que observaba y escuchaba tu llanto, se te hizo confiable. Más confiable que todos.
En menos de una hora te contó toda tu vida y te llenó de rabia; reíste de tu propia suerte, pero te quedaban muy pocas carcajadas como para morir de risa.
De pie frente al mar, en esta historia que las tres conocemos; te preguntaste si eras una borracha triste, o la mismísima tristeza tratando de emborracharse.
Harta de la misma escena decidiste dejar atrás los juicios y las adicciones; el amor y sus fórmulas para cumplir con tu palabra que parecía juego en los viernes de tertulia... entraste de nuevo a la casa para enviar el mensaje. Eran las dos y media.
 
III
"Mi última cita es con el mar."
Y yo con cara de idiota leyendo; buscando interpretaciones. La misma cara de idiota que hago para recordarlo.
Mientras tú llorabas frente al mar con esa melancolía que podía cubrir sus aguas hasta ocultarlas.
"Ese día podré hallarla. No en poesía, ni en tragedias, ni en las canciones de Charlie... sino en mis propias aguas inquietas __ Me decías sonriendo__ voy a morir de amor en la mitad del mar"
Y yo adivinando si se trataba de tu nuevo poema, o un juego para confundirme todavía más; o ganas tuyas de ser más lírica que el resto.
Esa noche no exageraste.
Tú tocando el agua y esa mujer animándote, haciéndose tu amiga. 
Sumergiste los pies en el agua, y la mujer en la orilla te sonreía. Te ofrecía la paz en cuotas de silencio; te habló de otros que ya estaban en sus tierras.
Confiaste en sus ojos vacíos y en más nada. Le contaste que estabas harta de ensayos y querías tu propia función: la ronda de sopa, café e hipocresía. Bromeaste diciéndole que si se puede reír en el más allá, o cómo se llame, te burlarías de tus amigos y les morderías una oreja para que comprendan que no has cambiado ni un poco.
Los pies se te helaban y te temblaba el cuerpo; pero no desististe. Caminaste más allá sin saber bien si el agua te llegaba hasta los tobillos, o hasta los muslos, o ya hasta los hombros. Y tu cara irreverente, dejó el llanto y tomó una determinación aterradora.
Pasos, pasos, hasta no sentir piedras o arena donde asentarte. Feliz por no saber nadar, recibiste la presión del agua como un sonido sordo; como un túnel. El frío de la noche te llegó hasta los huesos y recordaste otras muertes, agonías y juicios. Nombres, hombres, historias.
Y yo asumí que tu mensaje no tenía nada especial; ahora sé que cuando el agua del mar te cubrió por entero y la sal se llevó tu voz y el aire de tus pulmones; la mujer en la orilla se burlaba a carcajadas de la muñeca rota que las olas traían y llevaban a placer y yo en mi habitación me arropaba para seguir durmiendo; hasta que el ruido del teléfono a las nueve de la mañana me despertó para entregarme tu muerte.
Y manejé anestesiada hasta la casa de playa, como debí hacerlo antes, cuando me tomó el augurio. Pero me quedé quieta con la cara de idiota que llevé hasta la arena y aun conservo.
En la plaza los niños jugaban con una pelota sucia y corría el cuento de la borracha que se ahogó en la madrugada; los hombres me mostraron tu cuerpo azul y desnudo, y también sentí la aguja de la soledad en mi cabeza.
Me mantuve de pie, como bien me enseñaste, aun conmovida por la imagen, agobiada de preguntas y entregando respuestas de autómata: "Beatriz Suárez... yo soy Blanca Suárez..."
Y la maldita frase: "Sí. Es el cuerpo de mi hermana" 
Tranquila cuando entré en la casa y miré tus libros, y las colillas de unas tres cajas; y me miré al espejo distorsionada, y escuche una voz aguda y vi por la ventana que la mujer me llamaba.
Tranquila, sosteniéndome para no atender su risa.
Buscando compañía, escribiendo una novela y escapando de nuevo... no sé por cuánto tiempo.
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Descripción

Palabras Clave: MAR MAR MAR

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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raymundo

El mar siempre será fuente de inspiración por cuanto tiene muchos atractivos, mirar por ejemplo que a la lejanía las nubes cabalgan sobre los hombros de las olas y se levantan majestuosas a embellecer el universo para impresionar las percepciones ópticas de los que saben mirar con el alma. Felicitaciones por tan hermoso aporte.
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June 22, 2012
 

Niain

El adiós sosegado de una sirena
Su muerte inmortalizada en la belleza de tus letras
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January 23, 2012
 

Leidy Mar

De una sirena a otra sirena.
Gracias por tu lectura Niain, un abrazo.
Responder
April 09, 2012

Gustavo Adolfo Vaca Narvaja

Bueno bueno....descubro la delicadeza, la observaciòn serena y clara de la narradora comprometida con la historia y las imàgenes que superan las sensaciones.
Felicitaciones y estrella por supuesto en la orilla del mar
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January 23, 2012
 

Leidy Mar

Gracias Gustavo, un abrazo.
Responder
April 09, 2012

miguel cabeza

Alada, sugestiva, fascinante... Enhorabuena
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January 21, 2012
 

Leidy Mar

Gracias Miguel; aprecio mucho tus comentarios.
Un abrazo.
Responder
January 22, 2012

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busy