• Eduardo Fabio Asis
Eduardo Fabio Asis
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  • País: Argentina
 
  Si hubiera vivido en los años, más o menos, treinta y treshubiera besado la carne doloridade Cristo muriendo. Pero vivo en los años, más o menos, dos mil diezy nunca abriguéal pobre que duerme en la vereda fría. Ayer, como hoy,sigo ignorandoal Cristoverdadero.
Nadie murmuró su nombre cuando el amanecer le dolía en la mirada.   Un sol desangrado, como siempre mordía su pupila.   En el recuerdo oscuro del paraíso el cuello de una mujer lo invitaba al beso.   Aquel paraíso rojo que la piel esconde en torrentes de gota a gota.   El cuello de una mujer crece en su deseo en sus dientes y en su alma   que nunca muere, como Yo.
Vampiro y Yo
Autor: Eduardo Fabio Asis  402 Lecturas
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Era gente con vocación pero apenas murmuraba el grito soñaba sin darse cuenta soñaba la liberación     quería, sin darse cuenta, quería necesitaba gravemente la revolución   y por ahora se conformaba con eso se conformaba con el gol.  
Sospecho una palabra en el extremo norte de tu silencio.   No es tequieromuchoytenecesitotanto sino algomuchomás..   Sospecho que esa palabra es el eco míonorteando mi sur mudo.
Sospecha y duda
Autor: Eduardo Fabio Asis  502 Lecturas
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Ni reír ni llorar, comprender. Spinoza     El Bicentenario es un termómetro de precisión útil para medir la energía cultural y política de la izquierda en la Argentina. Y lo que ese termómetro nos muestra es poco halagador. No quiero sembrar desesperanza. Sólo me anima la voluntad de despejar los velos que abrigan nuestra incomunicación con lo real. Es innecesario oponer un “pesimismo de la inteligencia”, que nos mostraría lo que hay, a un “optimismo de la voluntad” por el cuál seguiríamos luchando a pesar de todo. Notas anticipatorias de estas líneas, leídas por aquí o allá, me revelaron el rechazo de la izquierda por unas pocas ideas que parecen aguafiestas. Se me reprochó que cuestionaban “temas importantes”. Pero hay cosas que deben ser dichas aunque disgusten al conformismo. Reconocer la desnudez de nuestros pies en el desierto quizá ayude a calzar las suelas que nos permitan dar los primeros pasos en el reverdecer de la esperanza.  La izquierda descolocada  ¿Qué se ha hecho desde la izquierda con el Bicentenario? Si consideramos sobriamente el panorama, la pregunta parece ser esta: ¿qué ha hecho el Bicentenario con la izquierda? ¿Pudo ésta construir una opción convincente a las celebraciones oficiales? ¿Qué revela lo que ha producido sobre la estatura actual de la cultura política de la propia izquierda? Ciertamente, no hay una sola y única manera en que la izquierda, ella misma dividida en numerosas variantes, haya trazado una alternativa al Bicentenario “oficial”. Pero su perfil es reconocible y sobre ella quiero discutir. Voy a pasar de largo frente a lo que propuso la derecha social y cultural, pues en esa esquina todo ha sido muy débil, más endeble que lo pensado por la izquierda; el gobierno macrista de la ciudad de Buenos Aires no tuvo mejor idea que pertrecharse en el Teatro Colón como trinchera de la “alta cultura”. Con eso se condenó a la auto-representación de las clases medias-altas y altas como alejadas de la ignorancia de las masas, y por lo tanto renunció de antemano a la disputa por el sentido del Bicentenario. Y se entiende por qué: la derecha no tiene un proyecto de país con el cual captar la historia nacional. Por lo tanto, pensemos de una vez qué hizo la izquierda para este 25 de mayo. Quizá sea prematuro extraer conclusiones a partir de lo que se conoce hasta el momento. Sin embargo, no sólo están disponibles hacia el 25 de mayo de 2010 diferentes actitudes sobre el tema en la izquierda, sino que ellas son consistentes con tendencias culturales de más larga duración que la coyuntura bicentenaria. Intentaré mostrar el valor intelectual y las razones que regulan la postura de la izquierda ante el Bicentenario. La discusión carecería de relevancia más que polémica si se restringiera a centrarse en el tema específico de una inepcia político-cultural. Pero es más interesante si tenemos en cuenta que revela trazos significativos de la izquierda en la Argentina, de su escasa capacidad para pensar radicalmente su propia situación y la historia nacional. Es decepcionante que desde la izquierda se pretenda construir “otro” Bicentenario utilizando gestos de un revisionismo histórico indigente. Porque ese bicentenario presuntamente alternativo, popular y resistente, se sostiene en sujetos puros, bravos, monolíticos, idénticos a sí mismos, es decir, antihistóricos. En la izquierda apelamos a una simbología en la que figuran agentes tales como los pueblos originarios, los obreros del Centenario o de la Semana Trágica perseguidos por la policía y los grupos paramilitares, o cuando queremos exceder el espacio argentino, utilizamos la memoria de la revolución de los negros esclavizados en Haití, o la de las insurrecciones de Túpac Amaru, Tomás Katari y Túpac Katari en Perú y Alto Perú a fines del siglo dieciocho. No es que me parezca que esos sujetos sean irrelevantes. ¡Qué va! Sólo que esos retazos de las representaciones culturales son insuficientes para conectarse con la realidad argentina y las tensiones hacia un porvenir diferente. Pasa además que esa manera de representar la historia es compatible con actitudes acopladas al discurso estatal de la festividad, que celebra el presente también con una mirada revisionista hacia el pasado; se equivoca quien crea que el Estado defiende una “historia oficial” elitista o simplemente “blanca” (nota filokirchnerista: y menos mal que así sucede). Es cierto que hay también una fracción de la izquierda interviniente en esta coyuntura con el discurso “de clase”; tal izquierda enfatiza “otra historia” donde la clase trabajadora es la agente de la historia. Es habitual que recurra entonces al momento del Centenario en que se reprimió a socialistas, anarquistas, por entonces de significativa presencia en el mundo del trabajo, y se impuso el estado de sitio. O bien se recuerda el Cordobazo de 1969. Se va de tema aquella izquierda que nos presenta un Bicentenario como un tiempo de “crisis y revoluciones” (¿en la Argentina, en México, en Chile, en Perú?). También podemos hallar propuestas no clasistas, sino de corte “popular, acunadas en los cantos de las multitudes o los “sectores subalternos”. Estas variantes carecen de importancia en nuestro contexto: o bien producen monografías académicas con inflexiones “militantes” sobre las peripecias de la lucha de clases, o bien reposan en un populismo posmoderno que no interroga más que a las minorías universitarias. Establecido este panorama preliminar sobre las respuestas de la izquierda hacia el Bicentenario, lo fundamental es evitar la explicación de este extravío intelectual a las debilidades personales, pues se trata de una impotencia colectiva. Superar una derrota secular de la izquierda exige una transformación de la propia izquierda. Y no se crea que existe una nueva nueva nueva nueva nueva izquierda que permanezca al margen de este papelón cultural del Bicentenario. Tampoco es algo de lo que puede enorgullecerse la izquierda que se quiere la más ortodoxa y defensora de las “viejas banderas”. Es imposible que el pensamiento maltrecho de la izquierda proponga una visión alternativa del Bicentenario mientras se ampare en un revisionismo histórico de mala calidad, sin teoría crítica ni examen histórico-materialista. Y así seguirá mientras las fórmulas y ensalmos (¡Artigas! ¡Toussaint L’Ouverture! ¡los obreros de la patagonia!), o las apelaciones obsequiosas a “los vencidos”, pretendan reemplazar un trabajo de reconstrucción de los paradigmas de la izquierda, orientadores de una perspectiva histórica consistente y, sobre todo, iluminadora de una estrategia de transformación verosímil. Quiero mostrar la urgencia de pensar teórica y políticamente el desafío del Bicentenario desde la izquierda. Pienso que esto no ha sido realizado, ni ensayado sistemáticamente. Lo significativo es que la carencia de una propuesta consistente da cuenta de una impotencia profunda que merece ser discutida. La crisis de todas las estrategias de la izquierda radical –la socialista, la populista, la autonomista– revela en esa ausencia el calado de su deriva sin brújula. Espero indicar sucintamente los rasgos principales de las debilidades de la izquierda para enfrentar la problemática del Bicentenario y esbozar algunas líneas de una perspectiva alternativa que demanda una reconsideración de la crítica marxista, aunque no sólo de ella. La primera cuestión a tener en mente es que el Bicentenario no fue un tema para el que la izquierda estuviera preparada. El 2010 llegó por el transcurso del calendario y el impulso estatal a las celebraciones del “nacimiento de la patria”. Se le presenta, entonces, como una faena a la que debe dar respuesta, pero ante la cual delata sus incertidumbres. Las imágenes y textos elaborados por la izquierda para el Bicentenario son deficientes, vacilantes y temblorosos. Sus alusiones son formales, externas y cosméticas. Los sujetos de la emancipación que esos textos mencionan son imaginarios, adecuados para el consumo interno de los ya convencidos. Por supuesto que hay aspectos fundamentales, como la visibilización y presencia de los pueblos originarios, o la reivindicación de una dimensión continental de los procesos independentistas. Mas el modo de inscribir esas novedades es deficiente y táctico. Los clichés dominan el panorama. En fin, parece que las respuestas hacia el evento llamado Bicentenario son, en los mejores casos, tentativos. En los peores son irrelevantes, porque en el fondo no se distinguen, en la Argentina al menos, de enfoques que han sido adoptados, y captados, en gran parte, por las celebraciones oficiales. Mi argumentación indicará, en primer término, los temas principales que contextualizan la insolvencia de la izquierda para producir una perspectiva del Bicentenario. Esto se relaciona básicamente con su derrota secular. La segunda sección abordará la cuestión de una concepción histórica capaz de afrontar el intríngulis teórico y político evidenciado por el Bicentenario. La tercera sección intentará mostrar por qué, en lugar de un “otro” Bicentenario, la actitud posible en nuestra situación es de resistencia cultural.   Los fracasos y las derrotas dejan consecuencias duraderas   Lo sucedido a lo largo del siglo XX en el mundo no podía dejar incólumes los alcances y límites del pensamiento de la izquierda. No se sufre una derrota histórica sin pagar durísimas consecuencias. La convalecencia será inevitablemente prolongada, sin que nadie sepa si las heridas alguna vez cicatrizarán. Claro que suceden eventos entusiasmantes en la Argentina y en toda América Latina. Pero la cuestión es si ellos nos proveen de los conceptos para dar cuenta de una historia, un presente y un porvenir. Mi opinión es que esos conceptos exigen una elaboración singular; no surgen de la tierra como los retoños de un tubérculo. En la historia sucede con frecuencia que se carece de respuestas para interrogaciones inesperadas, demandas para las cuales no se disponen de categorías que permitan responderlas. No es posible decir cualquier cosa en cualquier momento: un enunciado emerge de horizontes de cultura y alcanza refracciones determinadas debido a su peso específico. La política y la teoría simbolizan más que expresiones de deseo. Por eso cuando son superficiales o inocuas muy pronto revelan su carácter. La teoría y la política están sobredeterminadas históricamente. Y la historia juega hoy en contra de la izquierda. Es insuficiente señalar que también el capitalismo ha mostrado su incapacidad de conciliar el desarrollo de las fuerzas productivas con la democracia y la igualdad (Honduras y Grecia son los ejemplos más recientes, aunque no es necesario ir tan lejos para mostrarlo). Verdad es que a medida que se despliegan nuevas capacidades de producción de bienes y comunicación, la irracionalidad de una sujeción a la lógica alienada del capitalismo es mayor. Pero de allí no se avanza un paso en la refundación de una estrategia de cambio sistémico. Es claro que el capitalismo impone sufrimientos terribles a amplias franjas de la población mundial, a la par que multiplica el stock de mercancías. El problema es que incluso las clases y sectores más explotados y despreciados carecen de una alternativa creíble que posibilite imaginar una realidad distinta. Y la izquierda todavía deberá transitar largos años de un peregrinaje por el desierto para constituir un nuevo programa revolucionario de proyecciones reales. Yo no sostengo que carezcamos de aperturas a lo nuevo. Pero me resisto a creer que las sumamente importantes experiencias de Bolivia, Ecuador y Venezuela provean un suelo válido para pensar todas las dimensiones de nuestra época. Sin duda, la emergencia de esas realidades populares y sociales conmueve la clausura de la historia que se predicó durante la década de 1990, cuando el capitalismo neoliberal se presentó como la consumación final de la filosofía de la historia moderna. He indicado en otro lugar que las interesantes lógicas de acumulación de poder popular en América Latina fracturan la mera repetición de lo existente y ponen en cuestión nuestra condición “poshistórica”, es decir, instauran una nueva oportunidad de imaginar lo radicalmente nuevo. Sin embargo esa posibilidad, que para nuestra generación es la sal de la tierra, en modo alguno resuelve todos los desafíos epocales. Por ejemplo, y conste que no es un reto verdaderamente terrible, no nos provee en la Argentina de alternativas para pensar el Bicentenario. No suplanta el examen de la realidad y una discusión sobre el ciclo kirchnerista. El fracaso de los programas transformadores de la izquierda impide postular con alguna credibilidad un futuro deseable que ilumine de un modo específico la situación del Bicentenario. Los ideales del socialismo permanecen vivos: la socialización de la riqueza (la igualdad económica) y la socialización del poder (la democracia popular) constituyen sus dos pilares internamente enlazados, inasimilables para el capitalismo. Pero nadie crea que esos ideales poseen una fuerza argumentativa importante fuera de los círculos relativamente estrechos de la izquierda, ni que la misma izquierda disponga de una estrategia socialista que resuelva adecuadamente las dificultades del saldo negativo del siglo pasado y las condiciones de la política emancipatoria en el mundo actual. La importante decisión de construir un “socialismo del siglo XXI” es aún demasiado tentativa, incluso en el contexto venezolano, para devenir una vía revolucionaria nítida, ni comparable con aquella que un siglo atrás postulaba la nacionalización de los medios de producción en lo económico y la dictadura del proletariado en lo político (y todo hace pensar que a esas consignas no podemos regresar). En la Argentina las limitaciones de la izquierda para pensar políticamente el Bicentenario son evidentes. Y hay buenas razones para explicarlas. A la derrota política de los años setenta se deben sumar sus fracasos durante las últimas ocho décadas de la historia nacional –salvo en momentos muy específicos– para construir una estrategia, no digamos de masas, sino siquiera de presión desde una franja significativa de la población. Es imposible eludir este problema indicando que la peronización de la clase obrera instaló un abismo que fue imposible de salvar. Porque en este punto la incapacidad de la izquierda sigue viva, cuando la fuerza identitaria del peronismo se ha transformado y reducido pero aún persiste como imaginario político predominante. La izquierda jamás dejó de ser más que un fragmento menor del panorama político. Creo que una de las consecuencias de la derrota y el fracaso de la izquierda, selladas en clave sanguinaria por la dictadura militar de 1976-1983, fue la caída de una base historiográfica sólida, capaz de dar cuenta del pasado y de las condiciones contemporáneas de una acción transformadora sostenida en tendencias profundas. Las concepciones de la historia por la izquierda se disolvieron cuando fue aniquilado cualquier proyecto progresivo de cambio radical. Esta consecuencia no fue inmediata ni ocurrió sin resistencias. Pero consideradas en el mediano plazo, las capacidades culturales de la izquierda pasaron a la defensiva. Con todo, no habría que subestimarlas; antes de bajar los brazos, la izquierda asumió un discurso sobre el pasado nacional próximo a un sentido común histórico pacientemente construido por el revisionismo histórico triunfante en las versiones populistas o filopopulistas emergidas después de 1945. Durante la década de 1980 se produjo un viraje conceptual y narrativo hacia un difuso revisionismo histórico, cuyas líneas principales habían sido planteadas por la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos, o en algún caso en el peronismo de izquierda de Juan José Hernández Arregui y el tándem Rodolfo Ortega Peña/Eduardo Luis Duhalde. La herencia dejada por Milcíades Peña tuvo alguna importancia en sectores no sólo trotskistas, pero su fracaso en captar las contradicciones del peronismo mancilló demasiado duramente su obra para sostener una proyección que pudiera hegemonizar la imaginación histórica de la izquierda. La cuestión es que ninguna de aquellas variantes de la historiografía de la izquierda podría ser plenamente compartible hoy, sin que sea por eso útil olvidar sus contribuciones. Esta situación ideológica en el plano historiográfico merecería una discusión detallada que, naturalmente, aquí no puedo hacer. Tampoco el pasaje con armas y bagajes al revisionismo histórico implica que la izquierda produzca sólo ese tipo de construcciones narrativas (veremos luego el lugar de relatos de corte académico). Me interesa subrayar que el cambio de terreno en la concepción historiográfica se produjo sin un examen adecuado, sin un balance de las realizaciones en el plano del conocimiento. Por el contrario, se verificó como resaca del fracaso ideológico en la reforma intelectual de las clases populares, y sobre todo en la clase obrera, que permaneció en la cambiante, disminuida pero no exhausta, querencia peronista. De allí la izquierda extrajo la solución más sencilla: “entonces Hernández Arregui o Puiggrós tenían razón” (ojalá eso hubiera sucedido y no nos halláramos en la niebla gracias a libros escritos hace más de medio siglo, en un mundo bipolar, con una estructura socioeconómica de sustitución de importaciones, con una televisión en pañales, etcétera, etcétera). Y comenzó a prevalecer un gusto por los héroes y las masas explicadas al margen de un conocimiento de sus condiciones sociales y culturales. Mencionar el pro-britanismo de Rivadavia, la defensa rosista ante el bloqueo anglo-francés o la masacre roquista en la “conquista” del “desierto” pasaron a ser explicaciones suficientes. La división entre oligarquía y pueblo, o entre imperialismo y nación, gobernaron el entendimiento de la historia. Se entró en el terreno de la cómoda ascesis de la investigación, en beneficio de binarismos reiterados una y mil veces. No obstante, el problema central no es la ausencia de investigación: se podría fundar en mil documentos de archivo y hemeroteca un relato “revisionista” de un pueblo virtuoso contra opresores malévolos, del heroísmo de indios y negros contra la mala fe de la oligarquía terrateniente. De allí que en la década de 1980 la izquierda abandonara la búsqueda de una comprensión general del proceso histórico argentino inscripto en la historia latinoamericana. Existen textos sobre la historia pero, es necesario insistir, están escindidos de una renovación políticamente conceptual. No es por azar que la izquierda no haya producido en las últimas décadas ninguna historia nacional completa. Nada se ha publicado que pueda reemplazar a los antiguos libros Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, o a los “tomitos” de la Historia del pueblo argentino, de Milcíades Peña. Aparecieron artículos y libros que tratan de períodos relativamente breves del pasado, con calidad dispar, pero no hubo una “historia argentina” elaborada desde la izquierda. Y tampoco eso fue aleatorio. Obedeció a la pérdida de una concepción de la historia, derivada en rigor del extravío de una estrategia política. Algunas líneas de la izquierda se resistieron a la deriva hacia el revisionismo histórico y atinaron a desarrollar lógicas más bien académicas circunscriptas a temas específicos. Porque la flaqueza no hostiga sólo a las huestes del perezoso revisionismo. Como adelantamos, hay otra gran vereda por la que transita la historiografía de la izquierda que es convocada para el Bicentenario. Es un complejo y variado archipiélago de proyectos académicos sostenidos en la escritura universitaria. Dentro del estilo de las monografías universitarias, se produce una enorme y creciente cantidad de estudios limitados a temas específicos, cuidadosos de extender sus “hipótesis” de las posibilidades de una justificación documental, de acuerdo a una noción particular de la “fundamentación”. Es en este campo donde surge la mayoría de textos “clasistas” o “populares”, pues tanto la intelectualidad marxista como la más reciente franja “autonomista” prosperan dentro de la fauna académica. El gran problema para transitar de la monografía al relato nacional consiste en que opera forzamientos muy evidentes. En general, la táctica viable consiste en destacar momentos significativos o temas delicados para contar “otra historia”. La capacidad de elaborar una historia nacional es superficial, pues a lo sumo se logra una narración especializada, clasificable sin problemas en los anaqueles del saber universitario. Tal manera de representar el pasado se traslada a los valorables esfuerzos por difundir una escritura más masiva y de “divulgación”. Se comprende, entonces, por qué también desde la izquierda académica distante de las convicciones revisionistas también la propuesta de “otro” Bicentenario es más formal que real. Fue así que la elaboración de una historiografía dio paso a la utilización de tópicos de la izquierda nacional relativa a los gauchos, a los pueblos originarios (esta es una novedad relativamente reciente que fue introducida en moldes antiguos), a los héroes contrarios a una presunta “historia oficial”, a los “olvidados”, a los que desde sede académica se suele denominar “los grupos subalternos”; en sus vertientes más clasistas, la izquierda se satisfizo con escribir monografías, por lo tanto temáticamente limitadas, sobre el movimiento obrero, o las organizaciones armadas, sin una articulación profunda con los procesos históricos nacionales que conciernen y entrelazan con nuestra actualidad. Por todo esto, es perfectamente razonable que el tema del Bicentenario hallara malparada a la izquierda. ¿Cómo iba a elaborar una narración histórica o políticamente apropiada cuando se había refugiado en la comodidad de las dicotomías superficiales de la izquierda nacional o en los papers más o menos precisos de la escritura universitaria? Temo que hasta que no disponga de una construcción general de la historia nacional, ninguna perspectiva de la izquierda frente a eventos de la memoria tales como el Bicentenario presentará una alternativa convincente.   ¿“Otro” Bicentenario?    Las evidencias de la franciscana pobreza de las respuestas de la izquierda al Bicentenario no faltan. ¿Acaso no vemos que se cree destacar “otro” Bicentenario con base en el recuerdo de las resistencias de los gauchos, de los pueblos originarios, de los negros combatientes en los ejércitos independentistas, en el movimiento obrero reprimido durante el centenario o después de 1955? En mi opinión se trata de miradas muy bien intencionadas que carecen de una concepción de la realidad contemporánea y, lo que es peor, del pasado aludido por el Bicentenario. Por ende, se ven amenguadas por dos circunstancias. En primer lugar, constituyen sólo gestos de alternativismos impedidos de devenir una “historia nacional” diferente. Ya he adelantado las variantes de los guiños. Quiero reiterarlos porque son así de repetidos en tantos textos actualmente en circulación. Son briznas de representaciones esencialistas de sujetos buenos y combativos opuestos a la opresión y la explotación (esa manera de pensar la historia es la deuda más grande y profunda con el revisionismo histórico). Parecen traducciones ingenuas de los cuadros de Ricardo Carpani, con originarios indomables, con ex esclavizados invencibles, con mujeres guerrilleras inclaudicables, con obreros bravíos, todos marchando con los puños en alto hacia la destrucción del imperialismo, del colonialismo y de la oligarquía. También suele ser un recurso cómodo la utilización de referencias a Túpac Amaru, o a la rebelión y revolución haitianas, o a Bolívar y San Martín como libertadores continentales, o a Francisco de Miranda y Mariano Moreno o Bernardo de Monteagudo. ¡Qué sencillo es apoyarse en el recuerdo de Toussaint L’Ouverture y los negros insurrectos de Haití para presentarse como realmente críticos de la efemérides blanca y justificadora del presente! (Yo mismo he apelado a ese expediente en un artículo reciente, sin añadir, para mi vergüenza, una aclaración sobre singularidad del proceso haitiano en una América Latina bien distinta del caso de Saint Domingue). Para hacerla corta me abstengo de hacer referencia a la imaginación conspirativa de la historia que gusta tanto al “público en general” consumidor de la historia del bueno de Felipe Pigna, pero también a la izquierda. Hay que sincerarse sobre esta imaginación y decir que se compone de bloques de literatura imaginaria, alimentos blandos para organizar cuadros plenos de una complacencia bastante indigente. Cuando se atina a esbozar una explicación sistémica, las cosas no marchan mucho mejor: se utiliza una idea del colonialismo y el imperialismo, otra vez, de corte revisionista donde hay una divisoria abismal entre buenos protectores de lo propio, por un lado, y los malos opresores y genocidas de indígenas y obreros, por otro. Y no se diga que con esto se quiere borrar la diferencia entre las víctimas y los victimarios, o absolver las tramoyas el imperialismo. Acá lo que no se entiende es la historia como tal. Quizá no se pueda captar el significado del que, todavía hoy, el libro del compañero Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, cuya primera edición data de 1971, sea un libro de referencia para la cultura política e intelectual de la izquierda. Ese significado no es bueno. Porque su actual es romántica, esencializadora de “vencidos” virtuosos. Pareciera que no nos atreviéramos a pensar que la historia es complicada, como si necesitáramos pastillas para tranquilizarnos. El Bicentenario alternativo de la izquierda no mejora si se sostiene en la fórmula, no menos forzada, del prolongado proceso de constitución de una clase obrera que finalmente reconocerá su deber socialista, pues liberada de las barreras que la contienen marchará hacia el destino definido por sus “intereses objetivos”. Ni tampoco si se elabora una historia “minoritaria” de resistencias simbólicas o comunitarias a través de las “armas de los débiles”, enhebradas en una sucesión de “insurgencias” micropolíticas, punteadas por eventualidades multitudinarias. Son distintas las razones que socavan la importancia de estas propuestas para el Bicentenario. La opción “clasista”, por su incapacidad para dar cuenta de una historia, no es subsumible en un relato de clases, como acontece con el período colonial y aun con las primeras décadas del poscolonial. La opción “subalternista” porque no logra captar las determinaciones estructurales, en lo económico pero también en lo ideológico, de la acción colectiva. En uno y otro caso alcanzan a formular relatos parciales, ciertamente críticos, pero representacionalmente ineficaces para expresar los dilemas de hoy. En segundo lugar, el endeble Bicentenario hasta ahora ensayado por la izquierda carece de originalidad. La izquierda quiere definir una posición distante de una conmemoración “oficial” que estaría orientada a la celebración del pasado y del presente, y no a su crítica. El Estado festejaría una prosapia nacionalista y elitista, mientras que la izquierda recuperaría a los vencidos, a los “otros”, a los sujetos despreciados y explotados. Es verdad que el Estado nacional en la Argentina tiene una veta legitimadora de lo existente. No podría ser de otra manera. Pero en modo alguno esa función agota su concepción histórica. Es preciso tener en cuenta que la idea del Bicentenario orientado por el Estado kirchnerista está en sintonía, y en alguna medida estructurado conceptualmente, por escritores como Norberto Galasso y Felipe Pigna (y como dije, es bueno que así sea; sería un escándalo que tuvieran influencia historiadores del gusto del diario La Nación). Pues bien, sucede que con sus matices, Pigna y Galasso son representantes del difuso revisionismo que conquistó el pensamiento histórico de la izquierda. No es sorprendente, en este contexto, que el Estado también utilice una versión dicotómica y progresista de los sujetos valorados por los dispositivos culturales del Bicentenario. Esta es una configuración ideológica que la Secretaría de Cultura de la Nación sostiene de manera explícita. Por eso inauguró la Casa del Bicentenario con una interesante muestra sobre las mujeres. Del mismo modo, en las imágenes y prosas promovidas estatalmente, al lado del sujeto “nacionalidad argentina”, según se dice, ya presente en mayo de 1810, se encuentran los pueblos originarios, los negros, los obreros y Rodolfo Walsh, las Madres de Plaza de Mayo y el Moreno jacobino. Frente a esta lógica, que en lo esencial es similar a la estructurada con mayor o menor felicidad por la izquierda, las ofertas propuestas por ésta tienen como destino la insignificancia, cuando se obstinan en reiterar los tópicos revisionistas, o la irrelevancia cuando se refugian en un obrerismo o un populismo basista que sólo comparten algunas minorías. Así las cosas, es imposible aspirar, no digamos a la hegemonía sobre el territorio virtualmente disputado del Bicentenario. ¿Cómo salir de esta alternativa entre la insignificancia y la irrelevancia? En principio hay que reconocer que ella proviene de la crisis política e ideológica de la izquierda. En verdad, la utilización de temas del revisionismo histórico que explica la historia sencillamente, a través de dicotomías entre pureza y traición, entre naturaleza y perfidia, es la expresión más neta de cuánto ha sido afectado el marxismo por su propia debacle. El revisionismo aspira a mostrar la historia según un orden esencialmente basado en ideas e intereses espurios. Así las cosas, Julio Argentino Roca habría llevado adelante la llamada “campaña del desierto” para defender las rapaces prebendas de la oligarquía latifundista. Fue su brazo ejecutor. En cambio, los grupos indígenas de las pampas y la Patagonia defendían sus tierras, sus hábitos, incontaminados por la presunta civilización. A pesar de los sentidos primarios que suscita esta divisoria al plantear una divergencia entre el ellos opresor y el nosotros emancipador, este es un relato despolitizador de la historia. Crea un imaginario gracias al cual el progresismo bienpensante puede solidarizarse con los exterminados y denostar a los militares al servicio de la clase dominante. Pero no dice nada sobre las tendencias más generales de la estructuración de un capitalismo argentino centrado en la agro-exportación, de las extensas relaciones de negociación y conflicto de los grupos originarios con los “cristianos”, de las contradicciones internas a aquellos grupos. Lo mismo puede decirse de los relatos sobre un Mariano Moreno jacobino y radicalizado, o de un Che Guevara heroico y carente de toda mácula. No importa que el relato se pronuncie en plural: las masas gauchas del Interior que defienden el federalismo, o las del Cordobazo como mito originario de una era revolucionaria. Tampoco si, con buenas intenciones, se cuestiona la blanquitud del mito de una Argentina que se proclama europea: con los “pardos” de las invasiones inglesas, los negros de las batallas independentistas, los originarios de las pampas con sus malones o los “cabecitas negras” del “subsuelo de la patria sublevado”. Es verdad que tanto las tradiciones de lucha o los heroísmos fueron parte de la historia nacional, y lo mismo se puede decir si extendemos la narración más allá de los confines de la Argentina. Pero es igualmente claro que el país contiene desde hace varias décadas una diversidad de hibridaciones y fracturas que es preciso considerar en toda su significación para captar el tipo de sociedad capitalista en que vivimos. Una tarea inmediata es integrar una trayectoria nacional con la trama latinoamericana y diseñar las posibilidades para una proyección de cambio socio-económico y político-cultural fundamental.   Entre dos celebraciones centenarias   En 1910 el líder del Partido Socialista, Juan B. Justo, concibió un texto titulado El socialismo argentino, especialmente preparado para ofrecer el punto de vista de su corriente ideológica en el clima del Centenario. En realidad, el texto era poco original. Retomaba cuestiones planteadas en un texto de 1898 sobre La teoría científica de la historia y la política argentina y otros escritos posteriores. La cualidad del trabajo de Justo residía en que lograba condensar una imagen coherente del pasado argentino (es verdad que carecía de una fuerte base de investigación documental) y la articulaba internamente con la estrategia política socialista. Así las cosas, podía competir con otras representaciones del Centenario, como las de Joaquín V. González, Leopoldo Lugones o José Ingenieros, para mencionar a unos pocos. Hoy carecemos de la capacidad de realizar lo que hizo Justo, sin que interese qué evaluación hagamos, con todo derecho, sobre sus propuestas estratégicas. ¿Quién podría ofrecer desde la izquierda un título parecido: La historia argentina y la política socialista (o si se encuentra el “socialista” demasiado sectario, me conformaría con uno que refiriera a la “política de cambio profundo”)? Dos son las condiciones principales para presentar la situación cultural y política planteada por los dos siglos de la vida independiente del país. En primer lugar, hacer una composición de lugar del capitalismo argentino y latinoamericano, en el que se aborden sus dimensiones históricas y contemporáneas, los múltiples planos de la realidad y sus lógicas de conflicto. De ese modo será posible articular convincentemente pasado, presente y porvenir, sin escindir la historia de la política. En segundo lugar, replantear las convicciones historiográficas y teóricas para la producción de conocimiento y sentidos capaces de estar a la altura de los tiempos, o más exactamente, para la crítica de nuestra época. Claro que es fundamental visibilizar las luchas de las mujeres, los pueblos originarios y la clase obrera. Pero eso hoy lo podemos hacer en un discurso de resistencia y no como un planteo de “otra” historia nacional y “otro” Bicentenario. No damos la medida. Saber que la posición de resistencia cultural corresponde a la posición de resistencia en lo político nos ayudará a comprender qué tenemos para ofrecer y qué no. Facilitará captar aquellos aspectos positivos de las celebraciones oficiales y aquellos límites que no pueden superar. Quizá el Bicentenario de la Independencia nos encuentre en el 2016 en una posición más ventajosa que la magra realidad de este 2010.
Características del marxismo de derecha El primer rasgo definitorio del marxismo de derecha es su actitud idolátrica del pasado. Defiende un mundo pretérito heroico, sea el de la revolución de octubre, la china, la cubana o los años setenta en la Argentina. Suele identificarse con individuos (Marx, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao o Guevara), ante los que guarda una veneración incapaz de analizar críticamente. Una evidencia de esa inclinación mitológica es el uso de retratos, pinturas o fotografías, que se cuelgan en las paredes. La mirada del héroe vigila que los hijos no se descarríen del mandato. El talante orientado al pasado es conservador y a veces reaccionario. En la modernidad, los sujetos no se apoyan en la autoridad del pasado para vivir. Es cierto que existe una carga de experiencia, pero lo crucial se define en lo por venir. El historiador Koselleck ha dicho por esto que, a diferencia del pensamiento premoderno que aceptaba sin discusión la autoridad fundada en la tradición, el sujeto moderno se sitúa entre un horizonte de experiencia pasada y un horizonte de expectativa futura. Para el sujeto moderno el futuro siempre es mejor o es una promesa de algo mejor. El marxismo revolucionario es una buena expresión, extremada, de tal encrucijada subjetiva. Ya no se nutre el saber del pasado porque apuesta a crear un mundo nuevo (a tal punto que hoy diríamos que incluso Marx simplificaba en demasía el carácter retrógrado de la tradición). Pues bien, el marxismo de derecha es incompatible con esta estructura de modernidad radicalizada que caracteriza a la política de izquierda. Habla y repite palabras de revolución, pero se apoya en fórmulas añosas, asume mandatos de páginas amarillas, venera la tradición propia, pero que es una tradición al fin. Su deseo es volver al pasado. Añora tomas del Palacio de Invierno, asaltos al Moncada, Largas Marchas o nuevos 1968. El segundo rasgo está determinado por el tipo de relación con la teoría. Ésta se encuentra decidida en sus elementos centrales por la biblioteca cerrada, sólo extensible por medio de comentarios o aplicaciones. Incluso las contrariedades se encuentran previstas en los meandros de las palabras expresadas en los textos consagrados. Hay una figura literaria que suele soportar este sentimiento de completitud del saber marxista: la intervención inoportuna de la muerte que, sin embargo, no impide que la línea de corrección esté ya presente en el origen. Así por ejemplo, el eurocentrismo de Marx estaría prácticamente superado en las cartas a Vera Zasúlich sobre la comuna rusa, o el tema de las clases en el capítulo inconcluso del tomo III de El capital, o la crítica de la burocracia en el último Lenin que logró censurar la concentración del poder por Stalin, o el manuscrito "perdido" de Mariátegui donde analizaba con profundidad la producción de un marxismo situado. Rebosantes de tesis y superaciones anticipadas de las futuras antítesis, la teoría es la fuente de aprendizajes infinitos. El sujeto lector mira hacia el pasado coagulado en textos, del que mama la Verdad. Con esa munición se enfrenta a la realidad. Aunque acepta que la práctica exige una adaptación de la teoría (una "guía para la acción"), ésta sería lo suficientemente flexible para nutrir cualquier política marxista correcta. No aflora el impulso crítico que pone en cuestión lo que se lee, pues esa actitud es vista como arrogancia o traición. ¿Quién podría enmendarle la plana a Marx, a Lenin o a Luxemburg? ¿Quién podría relativizar a Gramsci, Lukács o Trotsky? El marxismo de derecha se zambulle en un mar textual en el que se encuentra cómodo, intentando deletrear los folios plagados de verdades incorruptibles. Su actitud teórica es subalterna. Para ser un buen o una buena marxista, quien suscribe al marxismo de derecha reprime su pensamiento, porque si va muy lejos en la crítica puede concernir al propio marxismo. Del mismo modo que el pensamiento se aleja inconscientemente de los temas tabúes, el derechismo marxista se abstiene de incursionar en la creación. Se recuesta en el lecho mullido de lo sabido, que se ajustaría como un guante a la mano. El tercer rasgo del marxismo de derecha es su carácter defensivo. Después de transcurrido el siglo XX, es difícil conservar la traza del militante de otros tiempos, que ante los más duros contrastes podía señalar el triunfo de su idea en otra parte. Así como el estalinista era inmune a las más sólidas de las críticas porque la Unión Soviética existía y competía con los Estados Unidos, o el guevarista tenía sus créditos político-intelectuales apostados en la realidad cubana, hoy el derrumbe de los socialismos reales y la transformación capitalista de China, por no hablar de Camboya o los gulags, debilitan la seguridad inconmovible del marxismo de derecha. La aparición de estados revolucionarios fue esencial en la constitución de los marxismos de este tipo, porque fueron estilizaciones del marxismo que usualmente se pusieron al servicio de aparatos institucionales. La teoría revolucionaria fue convertida, al menos en parte, en doctrina legitimadora del poder establecido, especialmente cuando era utilizado como sostén de la idea de "socialismo en un solo país". La grisalla cientificista del marxismo soviético fue su concreción más neta. Dado que ese contexto ya no existe, la facha defensiva del marxismo de derecha se sostiene en seguridades imaginarias, es decir, sin base real. En general se apoya en lecturas talmúdicas, como se ha comentado en el párrafo anterior, pero sobre todo se ampara en la existencia de grupos más o menos reducidos de marxistas convencidos de que la verdad está, en lo fundamental, de su parte. La actitud defensiva se observa claramente en la relación con las teorías anti- o postmarxistas, de cualquier signo que fueran. El marxismo de derecha, puesto que no está dispuesto a reformularse, se pone en guardia. Reemplaza el examen crítico con el rechazo de antemano. Afirma que el problema no es el marxismo, sino la renuncia de las otras perspectivas a la crítica radical y revolucionaria. Se trataría, en suma, de teorías derrotistas o pro capitalistas. El marxismo de derecha es incapaz de aprender a superar los argumentos contrarios. Se encierra en su "bibliografía" y la rumia incansablemente. Se quiere polémica y provocadora ante las defecciones ajenas. No se le ocurre que lo revolucionario debe estar también en el pensamiento, en la innovación teórica y política. Por eso no produce nuevos conceptos. Hace falta contrastar la ausencia de creación intelectual de las izquierdas marxistas para notar inmediatamente el lugar del marxismo de derecha en la configuración actual del movimiento revolucionario. En cuarto lugar, es necesario que el marxismo de derecha designe al marxismo como una teoría total. Contra el fragmentarismo postmoderno se postula la defensa de la totalidad, como si esta fuera una noción políticamente obvia. Se postula que la realidad tiene un núcleo conocible. Puesto que ese sexo íntimo es accesible sólo a través del marxismo, toda perspectiva que reconozca autonomías relativas en la praxis social o sitúe a la teoría de Marx en una zona específica (por ejemplo, en la economía) equivale a antimarxismo. El encadenamiento de razonamientos es correcto si reducimos al marxismo a su comprensión derechista. Esto es así porque si la totalidad social carece de una homogeneidad o un centro representable por una teoría singular pero totalizante, la capacidad del marxismo para devenir la única teoría social tambalea. Las zonas de la práctica que se resisten a la interpretación marxista, como lo inconsciente o el arte, negarían que el marxismo sea la teoría infinita y omnisciente que penetra todos los rincones de lo existente. El error consiste en confundir la crítica de la realidad global con la reducción de esa realidad a la unidad simple, o lo que es una formulación similar, a una realidad regida por un centro esencial y matizada por aspectos accesorios. Los efectos habituales de la ontología del marxismo de derecha hace sistema con el economicismo y el obrerismo. La economía es el ámbito esencial de las contradicciones y la clase obrera es el sujeto social fundamental en combate objetivo con la burguesía. Dicha ontología caricaturiza la realidad y extravía el entendimiento político. El quinto rasgo del marxismo de derecha consiste en la exclusión de toda otra teoría para el conocimiento crítico de la realidad y para la identificación de las tareas políticas de la praxis. El totalismo que se atribuye el marxismo produce efectos políticos detestables en algunas actitudes que son sistemáticamente cultivadas por el marxismo de derecha. Si el marxismo es la teoría unitaria del todo social (unificado por la "lógica del capital", el "modo de producción" o la "relación de fuerza entre las clases"), la "contradicción principal", la cima de la "jerarquía de causalidades", es la que define el marxismo, sea que lo haga en su forma habitual de la contradicción entre las "clases fundamentales", o en sus versiones nacionalistas, en la lucha entre nación e imperialismo. Como sea, así se toleró una serie de actitudes típicamente derechistas, que no fueron vistas como contrarias con la identidad de izquierda. Y no lo fueron porque en realidad eran eso, actitudes de derecha invisibles en un campo socialista hegemonizado por una versión derechista del marxismo. Por ejemplo, individuos o grupos que se regodeaban (y aún se regodean) en su deseo revolucionario podían ser machistas, racistas, homofóbicos o xenófobos. Como lo esencial se decidía en el cuestionamiento de la opresión de clase o en el combate contra la dependencia imperialista, se podía ser de derecha en otros sentidos, llamados "secundarios" o directamente denostados como preocupaciones "pequeño burguesas". Pero no solamente ser machista es ser de derecha -porque el machismo se basa en la subordinación y opresión de las mujeres- sino que ese talante suele ser denegado de lo que realmente es, vale decir, una práctica de dominación camuflada por el mencionado rasgo del marxismo de derecha. Un sujeto de derecha en su desprecio a los homosexuales, es un sujeto completamente de derecha. No es que su condición de izquierdista en cuanto lucha contra la explotación burguesa lo libere de su vertiente derechista homofóbica, porque la comprensión política que le permite esa doblez es propiamente de derecha. En efecto, en el hecho simple de reducir las otras opresiones a lo inesencial o secundario, el marxismo de derecha fundamenta la apología de los homofóbicos o los machistas que sonríen cuando se les señala su práctica opresiva. ¿Acaso no estaría probada su vocación emancipatoria por su militancia anticapitalista? La subordinación de las opresiones distintas a las del capital (la "centralidad de la lucha de clases") implica que el resto de las dominaciones son secundarias, es decir, que no son tan graves. Serán resueltas después de la revolución socialista. Tal actitud revela una indiferencia ante las opresiones múltiples de la existencia social. Ese es un rasgo de derecha. El marxismo de derecha tiene una especial afinidad con las explicaciones deterministas y estructuralistas, unidireccionales y lineales, que postulan el proceso de cambio como confrontación molar de grandes sujetos, definidos por caracteres simples, orientados por ideologías claras. Se extasía con los lenguajes hegelianos de Marx (las "leyes de movimiento del capital" extendidos a la "totalidad social") o sus traducciones positivistas ("los datos observables" de la confrontación de las "clases fundamentales"). El marxismo de derecha suele ser idealista, incluso en esa variante del idealismo que es el economicismo ramplón, donde la determinación económica aparece como causa "en última instancia" definitiva. El parentesco entre diestromarxismo y determinismo se explica porque esta aproximación es fatalista e incorregible, permite predicciones y anula la incertidumbre. ¿Qué otra noción de saber es más propia de la infalibilidad? El temperamento de derecha desea la seguridad absoluta y la complejidad del pensamiento le parece una concesión a la debilidad ideológica. Pensar es ceder. Dudar es claudicar. Revisar es traicionar. El quinto y último rasgo del marxismo de derecha es su intransigencia. Despacha en dos palabras a las teorías críticas que operan en zonas consideradas propias o en regiones sociales específicas. Así por ejemplo, considera al psicoanálisis o al feminismo, a la crítica ecológica o al giro lingüístico, como meras "teorías burguesas". Se resiste a conocerlas y a conversar sin prevenciones los usos radicalizados que algunas prácticas de esas teorías permiten. El marxismo de derecha, para conservarse igual a sí mismo, excluye toda apertura intelectual sincera. Cuando se muestra más astuto, acepta que se subordinen a su imperio. Por ejemplo, sucede en la lectura del Foucault de Vigilar y castigar como demógrafo de la acumulación del capital. La estrategia ha sido generalmente fallida porque pocas veces hubo una auténtica vocación de intercambio que modificara a las perspectivas en diálogo. Aconteció con el feminismo socialista o el psicoanálisis mezclado con pavlovismo, donde tanto el feminismo como el psicoanálisis perdían sus filos críticos. Es cierto que esto también sucedió con las otras posiciones políticas o teóricas, cuya apología no tengo intención de hacer. Aquí no las desarrollo porque me ocupo de una cierta forma del marxismo. La derecha en el marxismo está indistintamente ligada al extremismo revolucionario o al reformismo más oportunista. Sus cualidades pueden afectar cualquier variante de las opciones estratégicas. El marxismo de derecha tiene la extraña virtud de procrear antimarxistas. La experiencia subjetiva de compromiso con una práctica derechista del marxismo es al principio el mejor de los mundos. Se posee una teoría total, una "filosofía"; se comparte el ideal revolucionario con un grupo de referencia, casi una secta, inmune a las seducciones burguesas; se posee un fin paradisíaco próximo que justifica todos los sacrificios; se sigue a líderes omniscientes que conocen la política y la historia. Se proclama una Doctrina. El marxismo de derecha, porque es verticalista, tradicionalista, unitario, propicia lo que en psicoanálisis se denomina transferencia, esto es, un lazo de amor que es también un vínculo de saber. Pero si el individuo que tanto recibió del marxismo en su versión de derecha logra comprender en qué había creído, suele desarrollar una aversión al marxismo. Esto se vio en innumerables conversiones de sinceros/as marxistas al campo de la antirrevolución, por no decir de la contrarrevolución más rabiosa. Y en cierto sentido tenían razón, porque lo que habían abrazado con amor era una ideología peligrosa. En resumen, el marxismo de derecha se caracteriza por su adoración del pasado, considera a la teoría marxista completa y autorreferente, su actitud es defensiva antes que creativa y propositiva y, finalmente, es intransigente. Asumido en forma colectiva o individual, el marxismo de derecha cultiva la subordinación a lo existente de la tradición marxista, a la jerarquía de su saber insuperable y no revisable, a las lealtades establecidas con los conceptos elaborados en los textos consagrados. Estimo que esta configuración cultural tiene una amplia validez para captar la manera de entender actualmente ciertos sectores que hoy se identifican con el marxismo, pues creyendo ser catequistas de una izquierda verbal o práctica son derechistas ideológicos. Se podría objetar que antes que un marxismo de derecha, hay una postura de derecha en el campo del marxismo. Como en todo área de la política, sería posible reconocer en el mundillo del marxismo una izquierda y una derecha, es decir, inclinaciones hacia el cambio igualitario y democrático e inclinaciones hacia la conservación jerárquica. Por lo tanto, la noción de marxismo de derecha se revelaría inexacta, dado que sería más riguroso destacar una posición interna dentro del campo heterogéneo del marxismo. Esa perspectiva tendría la ventaja de plantear una polémica dentro del marxismo y, por otra parte, eludiría esencializar a un "marxismo de izquierda". El planteo es interesante porque nos obliga a establecer qué es ese concepto, en apariencia risueño, del marxismo de izquierda. Hubo siempre una lucha entre izquierda y derecha en el terreno de la práctica política marxista, como en cualquier otra de la era de la modernidad. Creo que a grandes rasgos eso podría decirse de la lucha entre el trotskismo y el stalinismo, y en algún sentido entre el maoísmo y el sovietismo postestalinista. No obstante, estas afirmaciones son demasiado masivas e imprecisas. Exigen un trabajo de investigación histórico-política que desde luego aquí es imposible. Sin embargo, si es cierto que pueden identificarse fracciones de derecha e izquierda en la complejidad de toda obra teórica o grupo político marxistas, hay épocas y fases históricas en que el marxismo se derechiza. Como ya he indicado, esto no significa que una determinada estrategia careciera de consignas identificables con la izquierda. Sucede que el continente teórico marxista que legitimaba teóricamente esas políticas estaba colonizado por rasgos derechistas, hasta cubrir buena parte de su realidad discursiva y estratégica. Pienso que el momento más propicio para el marxismo de derecha es la época contemporánea. El fracaso de buena parte de los supuestos teórico-políticos de la izquierda marxista y la derrota de sus proyectos estratégicos ocurridos durante los últimos treinta años a lo largo de todo el planeta es la circunstancia material de mediano plazo que nutre al marxismo de derecha. La pesadumbre de un cierre epocal suscita la reafirmación de las antiguas creencias, defendidas como reminiscencias valiosas en un clima reaccionario. El triunfo del capitalismo compele a proteger los restos del naufragio, llama vacilante que merece ser conservada para encender las futuras hogueras de la lucha de clases. La ofensiva de la globalización y la postmodernización de la cultura inclinan a la afirmación de las críticas del capital, cuya centralidad -proclama ese marxismo- no debería ser desplazada por el culturalismo relativista y fragmentario que anula la totalidad, y por ende la idea de transformación mundial. Paradójicamente, el marxismo de derecha es solidario del postmodernismo que sostiene que si la sociedad es una totalidad imposible, la idea de revolución global es inviable. La situación argentina y latinoamericana añade sus propias razones: la desaparición de buena parte de lo mejor de una generación revolucionaria a manos de sangrientas dictaduras pro capitalistas y pro imperialistas suscita la reafirmación de las luchas pasadas, cuya crítica aparece como traición o cobardía; el abandono irritado y tantas veces irreflexivo del marxismo por la intelectualidad sobreviviente de los años setenta conduce, por reacción, a una afirmación maciza del materialismo histórico; el cinismo postmoderno que se burla de la voluntad revolucionaria y se afirma en lo existente; en fin, la dificultad de desarrollar teorías y prácticas nuevas que superen la fragmentación de los sectores críticos y radicalizados. Existen también motivos relacionados con las necesidades organizativas de los grupos políticos establecidos, que cultivan el marxismo de derecha como producto de conservatismos ideológicos y de lógicas de preservación burocrática. En esos partidos o grupos, se es diestromarxista porque el marxismo de derecha es lo más conveniente para reproducir prácticas anquilosadas. En efecto, se moviliza un abanico de declaraciones revolucionarias sin calar en la realidad difícil, convenciendo a los convencidos, con "grupos de formación", "cursos" y "seminarios", donde se repite lo de siempre, sumando créditos para los propietarios de la palabra autorizada, que coinciden generalmente con sus lugares en la jerarquía burocrática. Esto ocurre en los partidos como en los pequeños grupos. Sin embargo, no quiero decir que esto acontece en toda la izquierda. Por fortuna, y contra quienes celebran la muerte de la izquierda y del marxismo, hay procesos que tienden hacia otra dirección.
En los campos los gallos encienden el sol   y en las ciudades los relojes destruyen sueños   ¿quién me desterró de tanta tierra virgen? ¿quién hizo de mi ciudad una puta?
Será sombra mi lucha por conquistar la poesía esquiva por cambiar el mundo con un poema   sombra de perejil solitario en una maceta huérfana   pero en esa sombra descubro la única luz que puedo. .
El decálogo   Juan Carlos Onetti I.. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo. II. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo. III. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda. IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético. V. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar. VI. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo. VII. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios. VIII. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5? IX. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario. X. Mientan siempre. XI. No olviden que Hemingway escribió: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer." FIN
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre. Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia. Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: "En literatura no hay nada escrito". Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras. Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche. Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy. Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan. Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes. Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor. Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él. Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio. Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado. El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.
  Las primeras noticias dan cuenta que habrían muerto al menos diez personas.  Un barco con ayuda humanitaria destinado a la Franja de Gaza,  fue atacado brutal e ilegítimamente, por Israel.   Crimen de lesa humanidad, acto salvaje y sin justificación alguna.  ¿hasta cuándo?          
Buscaba la contradicción escasa el malestar provisorio la confrontación vacía     Buscaba una excusa para no pensar el mundo.     Buscaba no pensarse tan solitario como estoy yo,  en esta noche     donde también me falta un hijo.
Búsqueda.
Autor: Eduardo Fabio Asis  254 Lecturas
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Se cerró la puerta.   Del otro lado un tirano incendia mi fantasma.   Se cerró la puerta.   Y el humo denso veló mi retirada.   Se cerró la puerta.   Besé la última soledad del último tirano.
Era el patio de una casa antigua que nunca existió.   Era la casa paredes de aire y techo de cielo.   Era su ventana, y por allí asomé mis manos que nunca construyeron   un amparo para esta poesía mía que está afuera   muriendome.
Miento con la yema de mis dedos una profecía antigua sobre tu vientre. Escupir tu deseo como un río cuyo sonido se escapa de este poema. Y después de cruzar tu cuerpo en cuatro patas hundirte de poesía todos los sueños.
Bestial
Autor: Eduardo Fabio Asis  207 Lecturas
Quiero una mujer de pie incendiando un río.   Quiero una mujer caminando sobre el fuego mío.   Quiero una mujer distinta a los laberintos.   Quiero una mujer que me mate mientras esté vivo.
 Solicité a Verano Brisas que leyera dos intentos poéticos míos.  Con alegría y asombro, recibí un mensaje privado suyo, y como verán, me autorizó a publicarlo, si yo quería.  No es muy frecuente recibir ... en pocas palabras, opiniones claras y sinceras.   Se comparta o no su apreciación, me parece útil ponerla a disposición de los amigos textaleros.  Las reproduzco textualmente: Apreciado Eduardo: Leí los dos poemas y preferí comentártelos por este medio, y no en público. Claro que si deseas estos comentarios en el portal, basta que los tomes de aquí, pues no tengo objeción. Me parece que no están mal hechos y tienen cierta gracia, pero conozco tus capacidades y espero más de ti. Te sales demasiado fácilmente del asunto y no los desarrollas hasta el final. Quizás si los dejas reposar un tiempo, puedes luego reeditarlos, cuando encuentres la manera de trabajarlos mejor, y parte sin novedad. Muchos textos tardan años para que se den por terminados, y así como algunos salen de un tirón y quedan excelentes, otros necesitan mucho trabajo para corregirlos. Nunca te afanes demasiado cuando estés creando, porque el artista no trabaja contra el tiempo sino para él. Una sugerencia con amistad y respeto: Jamás te engolosines con las alabanzas, pues aunque algunas son de buena fe, otras llevan la adulación y el veneno en sus entrañas. Eso sin contar con la ignorancia generalizada en la mayoría de las personas, y una superficialidad y ligereza que dan tristeza. Suerte y pulso, querido Eduardo. Un abrazo de Verano.       
Anhelo bellos cálidos días entretenimientos frugales golosas hembras inigualables juegos kairóticos llenarme musicalmente nunca ñoño,  ocuparme poético, quien razona sueños tremendos uvas verdaderas whisky xilofón y ¡zorra! ¡zorra! zooooooorrrrraaaaaa         
Audaz bebo cuestiones difíciles eludiendo frágiles glorias humanas. Incluso juego kairós, lluvia musical. Nacer ñoño, o poeta, que ronronea sueños tímidos: ubícame vivo Winchester xenofóbico  ya zumba…¡zaz!  
Por esas andanzas del silencio alguna vez su nombre conquistó mi voz débil.   Y musité cada letra inaugurando en el vacío la palabra que lo habita.   Pronuncié Dios,  casi al azar, y mi garganta abrió en el muro una ventana.  
Los creyentes católicos,  estamos siendo conducidos autoritariamente,  a encerrarnos en viejos prejuicios que parecían superados, afirmándonos en la desvalorización atroz de todos los no católicos, creyentes y ateos.-   Basta leer la extensa carta del teólogo Hans Kung,  basta leerla con un solo ojo, poniendo el otro en la realidad,  para advertir que este teólogo,  amigo del Papa, está sanamente atento al signo de los tiempos,  y al pavoroso desatino de la Curia Romana.-   No estamos viviendo un “ataque” por seguir a Cristo,  con más tolerancia que la esperable, nos están haciendo saber…    los “otros”…  que precisamente los estamos ultrajando, flagelando… es decir, según nuestra fe, “nosotros” estamos crucificando a Cristo en ellos.-     Recomiendo la lectura del texto de Hans Kung,  y,  brevitatis causa,  doy por reproducidas y adhiero, íntima y fervorosamente, a dicho texto.-  Lo tengo publicado en esta página.     Rezo para que los Obispos lean esa carta …   y para que nosotros,  fieles cristianos, exijamos los cambios, con humildad y firmeza.   Algo huele mal….    en Roma  ¿es posible que alguien no lo advierta?     
Ahora te pienso,  abuelo alto como un árbol solitario y en la corteza tallar mi nombre para que otros reconozcan que soy tu nieto inderogable.       Eras un turco más que vendía peines en las calles de largas cabelleras en el antiguo Buenos Aires.   Pero no eras un turco, como decían, sino un sirio y no vendías peines, sino la alegría de mirarse en el espejo con la cabeza prolija.   Supe de vos que enamorabas mujeres hermosas, solteras y casadas,  gozosas y frígidas,  y alguna vez , me engendraste un padre, en mi abuela siciliana.     Ahora te pienso, abuelo y no puedo aceptar que cuando yo nací había sido arrancado, tu árbol, y mi vida retoñaba desde tu ausencia, desabuelado.    
Antiguos esclavistas, basados en Génesis 9,27, sostenían que la esclavitud, además de ser natural, era un mandato divino.-     Actuales homofóbicos, sostienen similares argumentos, para negarle a un hombre casarse con otro hombre, para negarle a una mujer, casarse con otra mujer.-     Si Dios existe, no es una mancha de tinta, sino que su gloria, reside en el ser humano feliz.-   Tiene media sanción la ley denominada “del matrimonio gay”, en la Argentina.  Si el Senado la aprueba, estará reconociendo el amanecer. De lo contrario, estará encarcelando el sol.    Jurídicamente es inadmisible una “capitis diminutio” sobre la persona diferente, que le impida contraer matrimonio, si así lo quiere.  Desde el punto de vista religioso,  sería importante que leyeran, los  Señores Senadores,  el libro “La Iglesia ante la Homosexualidad”  de quien era sacerdote jesuita, John Mc Neill, amparado por el padre Arrupe, Superior, y tristemente expulsado, de modo injusto, por el cardenal Ratzinger.-     Por si no alcanzan a leerlo,  he aquí  un resumen:    la homosexualidad no es un pecado, la homofobia si.  El poder lo tienen los señores senadores, esta vez,  ejérzanlo como manda su conciencia, quizás, como Dios mismo lo quiere. 
    Primero:   está en contra de la naturaleza.   ¿acaso los homosexuales son seres artificiales? ¿acaso los homosexuales no comen y duermen, no respiran y cantan, no sueñan y se bañan, no mueren como morirán algún día los homofóbicos?   Segundo: está prohibido por la biblia.   ¿se tomaron el trabajo de leer el interesante aporte en contrario del padre John Mc Neil, amparado por el superior jesuita en olor de santidad, padre Arrupe, y expulsado por el lamentable cardenal Ratzinger (vivo, en olor de error permanente)?   ¿saben lo que dijo el mismísimo Rey David ante la muerte de su amigo Jonatan?   ¿saben que Jesús nunca se refirió a la homosexualidad?   ¿saben que San Pablo es el único que condena, pero no a los “afeminados”, como se tradujo erróneamente,  sino a los que practicaban culto a divinidades extrañas?   ¿leyeron al ex sacerdote John Mc Neill sobre las traducciones alteradas del texto paulino?   Tercero:   afectará a los niños.   ¿no es mejor que los niños, desde muy pequeños, conozcan la verdad, y sepan que hay personas diferentes, antes que mentirles?   ¿por qué estafar a la infancia, y hacerles creer que todos somos iguales?   La lista continúa, pero muchos prefieren el placer de condenar a los demás, y la satisfacción de mantenerse en sus prejuicios.  La homofobia, es un pecado, la homosexualidad, no.
Algunos sostienen,  con obstinada ignorancia, que “Fuga y Misterio” de Piazzola, es solamente música, una combinación agradable de sonidos, un ensamble bien logrado de ruido y silencio.-   Quienes afirman dogmáticamente este desatino,  sostienen igualmente, que Astor Piazzola, era solamente un ser humano.-   Desconocen la impronta del ángel sobre la vida cotidiana, reniegan del sabor que tienen las regiones del universo, antes de la mirada humana.  Son incapaces de violar los secretos hondos para los que nació cada persona.  No son malas gentes, son simples números que engrosan la verdad de los censos, se suman de uno en uno, y a largo plazo, son millones.-   Pero unos pocos,  en el mundo entero, empiezan a escuchar “Fuga y Misterio” con los oídos del alma…-   No soy nadie para develar secretos que tu mismo puedes alcanzar ahora.  Por eso te instigo, te ordeno y te destino…    que dejes de leer este escrito y escuches, ahora mismo, Fuga y Misterio…    de Piazzola y después hablamos.    
Conozco una mujer esdrújula hasta la médula que anda como un error por la vida escondiendo su acento.   Ella se siente muy grave de antiguas heridas que no resuelve.   Y los demás la consideran aguda. Se sabe que los demás, siempre son necios.   Para mi es una lámpara no porque la ampara un ángel o su misterio sino porque me ilumina cuando entro en su cueva.   Esa mujer es un escándalo de la ortografía   porque esconde al mundo que yo soy su acento.
HASTA EL FINAL   Vi un perro negro muerto en la calle, aplastado en medio de la acera, manchado, porque nevaba.   Vi la vida, allí mismo, y no había más que eso: la coartada del inocente: pagarlo todo.   Sentí en la nieve la vida y me vi morir como un animal que se resiste hasta lo último   hasta el deseo de ser rematado,   hasta el gemido final, el que pide perdón por todo crimen ajeno:                                                  el que perdona a dios.  
Te conmino desnuda de los nueve espejos. Te obligo prisionera del vuelo de los pájaros. Te zumbo todos los silencios del universo. Y cuando expire el momento deseado. Ordeno que mueras. Ordeno que vivas, si quiero.  
Una flor sin corola descarnada y sola extraña la vida   Un vuelo sin alas abstracta llama emula pájaros   Instante sin tiempo pleno y fecundo sueña el poema
Cuando nos roben la lunaalgunos estarán mirando la tierra. En el incendio actual de la Grecia milenariaquieren corromper el fuego con papel pintado. Arduos alumnos de Pitágorasdigan No, no me fallen. Que aquí,  en el año uno, en Buenos Airesnos apagaron con agua poco santa. Que allí,  en el año diez, en Atenaslucirá la antorcha hasta su destino último.  Y desde las cenizas del capitalismo derrotadovencerá esta vez, el hombre y la mujer.   Y será fiesta eterna el OlimpoHelenos y Huarpescelebrando.
Nadie lo sabeen tus ojos oscurosvive mi luz Siento nacercuando me miras fuerteun no se qué Quiero vivirtu mirada de marnaufragio azul
Para un aprendiz de escritor, para un balbuceador profesional de poquedades, para un emisario de la nada que busca el oído de ninguno...  susurrar un escrito cualquiera es un acto estúpido de magia mayor.-A ello me avoco brevemente, en esta segunda parte, que si la primera salió como el culo, no puede ser menos.-Lego a todo aquel que me lea, la alta erudición que nunca tuve, la perfecta forma escrita que jamás logré, y la alegría que ahora me embarga.-No esperes a mañana para escupir mi tumba.  Estoy tácito como sujeto de este escrito aberrante.  Tus insultos, tu admirable desprecio, los necesito, para saber que al menos, en la reprobación, estoy escribiendo. Hay algo, solamente una cosa importante, que me gustaría decir, y no se hacerlo bien, aunque lo intento. Bástame decirte por ahora, una cosa:   es un lugar común de nuestros días, afirmar que Dios no existe.   Te puedo asegurar que tengo la constancia plena de su existencia y por eso escribo.   Doy testimonio que una vez miré que caía una estrella,   corrí a la Biblia y leí...     "Yo veía a Satanás caer como una estrella, antes que el mundo existiera"...  Jesús, el Cristo.-Desde entonces... no supe que hacer, no supe otra cosa que hacer para lograr transmitir la experiencia...  con palabras. Y ya lo ven, apenas si puedo balbucear este escrito torpe. Pero es verdad, y me consuelo saber que no miento.
Nadie afirma del agua que se trata de una "cantidad húmeda". Tampoco se dice del aire que sea "un  determinado número de átomos de oxígeno y gases raros". Sin embargo,  al tiempo lo asociamos con una medición. Y perdemos, con ello, el tiempo. El tiempo no es el giro de la tierra sobre sí misma (día, noche) ni la vuelta alrededor del sol (año).  Ese es un aspecto, el mero aspecto aritmético.-El tiempo es otra cosa.  Es aquello que me falta para recibir un beso, aquello que me sobra en mi deseo de ser besado, aquello que nunca conforma mi boca, cuando se produce el beso.-Lamentablemente para la especie humana, hemos desexualizado nuestra noción de tiempo. Siendo como somos seres sexuados, al hacerlo, nos ha resultado imposible atraparlo en un concepto.  San Agustín decía "si no me preguntan, sé lo que es, pero si me lo preguntan, lo ignoro".-   Yo puedo decir aquello que el genial Agustín calló  (en el pozo oscuro donde cayó).  Pero prefiero no decirlo, porque no me das un beso, estimada lectora, estimado lector.-     Si ocurriese, prometo una segunda entrega en el mismo sentido.
En vano me quiso engañar la bella literatura.  No. No moriré como mueren las rosas o los jazmines. Moriré como mueren las personas, y se pudrirá mi carne y la comerán los gusanos.- Una lápida austera, desabrida incluso, tapará de la vista de los curiosos ...   el horrendo espectáculo. Y será así, hasta las cenizas últimas. ¿Qué será de mis intentos literarios?  Seguirán como ahora, sin ser leídos, seguirán siendo nada. Mi lápida no dirá..."aquí yace un poeta"  como tampoco nadie lo dice ahora, y sin embargo, sé que lo he sido, sé que lo soy, aunque el coro del mundo, repite incesante,  que no.-Yo trabajé, aunque siempre en el fracaso, infatigablemente el otro lado de las palabras. Pulí la piedra que nunca construyó la muralla... pero la labré con voracidad implacable.  ¿Qué importa que siempre haya sido derrotado?   Aunque parezca mentira, aunque toda la razón designe lo contrario, aunque no se crea... soy, después de todo, aunque nadie lo diga, un poeta feliz...  y eso, sólo eso, me basta para existir. Feliz en este instante que escribo naderías para nadie. Feliz en este  instante que tanto se parece a la eternidad. Feliz en este instante que habré de recordar, solito y contento, cuando mi aparente cerebro ya no sea.   Porque no se recuerda con el cerebro o el corazón material, se recuerda con el poema, más aún, con el que nadie lee, con el más ruin, con el más despreciable, como este escrito rígido, que a nadie convence y a ninguno emociona.-Nunca hallé la palabra perfecta en el poema perfecto que creara la lectura perfecta.   Me endiosa saber que lo intenté,  y no me asusta estar perfectamente seguro que nunca lo logré.  Soy feliz, eso sí,  aunque escribo como escribo, como el culo.  Y ya no sé que más decir...
árbol desnudomi mirada no alcanzapara enhojarte
La gata oscurapasea por el techosu soledad. Fiel al encantomenea en cuatro patas¡no ser mujer! Libre de miedosalta sobre mi sueñoesfumándose.
A veces puedodescubrir en tu calmamis propios rasgos. A veces quieroatrapar tu presenciaen soledad. A veces mueroy jamás me ha ocurridoresucitar.
No me ultrajes el poemaque todavía no lo salvoque todavía no lo puedoque todavía no me nace. Una tras otraaborto y abortolas mínimas palabrasde mi diccionario. Escribo para escapar urgentedel hijo que nunca tuvey desde la nadame está acusando. Aunque soy un hombre, escribo,es decir, soy una madre.Pero el poema, tampoco así,me nace.
Me sorprende que los "amaneceres" gocen de tanta y tan buena repercusión literaria. El amanecer sepulta a nuestros ojos, a la delicada luna, que también, en materia literaria, tiene lo suyo. Entonces, en qué quedamos...   ¿amanecer o luna?       A nadie se le escape que después de amanecer, viene el encendido de la ciudad, con sus fauces infernales. Los niños son arrancados de sus camas y entregados a la pérfida escuela. Los adultos salen a buscar al dinero, es decir, al diablo.  Poetas despistados, en el mundo entero, siguen sin embargo...    ¡ay poesía!  cantando al amanecer. Por mi parte, prefiero cantarle a la oscuridad y que amanezca cuando deba, es decir, cuando yo tenga que morir. No antes.-   
Tampoco soyun amanecer vacío de solalgún clavo en busca del martillo eficazo una hendiduraen la pared huérfana de clavodonde un cuadrose sostiene sólo por la miradade aquel que lo contempla. Pero estoy cansado porque nadie me lee. Crucifico mi tiemposaboreando la posibilidad de la palabra exactay nunca, me sale el poema. Quedo muerto,sin resucitar poeta.¡Nadie me lee!

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