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Desde que ella se marchó, Su vida ha perdido el rumbo. Nada será lo que fue. Este mundo, no es su mundo. Se pasa mirando el techo en su cuarto silencioso, donde no entró más la luz desde que ella se marchó, dejándolo pesaroso. La buscó todos los días En sitios que frecuentaban Y en las noches angustiosas, en su triste y fría cama. El tiempo todo lo cura. El esclavo, la olvidó. Posible es que vuelva a serlo, Otra vez, se enamoró. No quiero oír tus excusas ni tus perversas mentiras. Olvídame y te vas ¡ya! Deja la luz encendida para que no me tropiece con todas esas falsías que has sembrado en mi camino, que no las quiero en mi vida. Ahora que ya te has ido, estoy mucho más tranquila. El aire es puro y la brisa, trae un aroma de lilas, suave, fragante, discreto. Las nieblas se han disipado, la luz se impone y vencidas, dejan que las cosas tomen el color de la alegría de volver a ser lo que eran. Todo retoma su rumbo y yo, que estaba perdida, encuentro el mío y entiendo el error en que vivía, buscando lo que perdí, donde nunca debería. Equivocar el camino, aprender de los errores,torcer el propio destino y encontrar liberaciones Hubo una loca de amor, que en mi pueblo recordaban.En el día de su boda, el novio, la abandonaba.Ella que tanto lo amaba, que puso en él, sus anhelos,se volvió Loca de Amor y no pudo hallar consuelo. Quien por su casa pasaba, no dejaba de escuchar,el llamado de la loca, nombrándolo sin cesar.Insistente, reiterada y sin ningún resultado.No comía, no dormía y el amor, la consumía. Su voz se volvió murmullo y el murmullo, se apagó.Una mañana de invierno, la llevaron a enterrar.El viento trajo la queja que pudieron escuchar,los que iban en el cortejo de la loca del lugar.Dicen que en noches serenas, se oye muy clara su voz,que llama, a través del tiempo, con vibraciones de amory se pierden, sin respuesta, sin eco, sin ilusión. Se incorporó despacio, suavemente, en la penumbra de su lecho tibio, el cuerpo, saturado de caricias y sensaciones de un encuentro ardiente Desbordante de dicha y amorosa, le confesó, muy quedo, en el oído -Hoy me has hecho Mujer, hoy he nacido Recién ahora se que es estar viva. Has despertado en mi todo el misterio dormido antes de haberte conocido. Encontré en ti, lo que siempre he buscado, el amante, el compañero y el amigo, El que me hace vibrar con apetencias y despierta con gozos, mis sentidos. Lo que antes conocí, lo que he vivido, dejó de figurar en mi conciencia. Confesiones vehementes y sinceras que sola escucha. El, está dormido. Ilusionada, anhelante ella aún espera. La respuesta es un sonoro ronquido. En un perdido pueblito del noreste cordobés, arribé un día de paso y me dió por conocer. Callecitas arboladas, polvorientas y calladas, casas de una sola planta, paredes descascaradas, detenidas en el tiempo, vieja aldeíta fantasma. En unas cinco manzanas, el pueblo se concentraba. Era todo lo que había, en esa tierra olvidada. Sin más, dispuse el regreso, con una última ojeada. Algo atrajo mi atención, una plaza abandonada, con pequeños monumentos y cruces desmoronadas. Me acerqué para observar, vi un nicho del que asomaba, cetrina, una calavera, con abejas que zumbaban y por sus cuencas vacías, activas, se desplazaban. A mi asombro respondió, una anciana que llegaba rosario en la mano izquierda, en la derecha, unas calas. -“En este lugar, la gente, en épocas ya pasadas, depositaba a sus muertos. Una joven artesana, esculpía monumentos y en las cruces estampaba, con profusión de arabescos, los datos que le acercaban.” Silenciosa, se alejó, tras decir esas palabras. Dejó la ofrenda de flores en un vaso abandonado, se arrodilló ante una tumba y esos labios surcados, por infinidad de arrugas, desglosaron un rosario. Sin buscar, de mi memoria, un poema de Machado, de adolescentes lecturas, que creí haber olvidado, surgió en clara referencia a mi poeta admirado y a la oscura calavera que en colmena, había trocado. ….. y las doradas abejas, iban fabricando en él con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel. Cantidades de billetes, de una gran bolsa, sacaba y en prolijos montoncitos, en la mesa, acomodaba. Cuando llegaba a los cien, en fajos, los enfajaba. El gozo, por lo que hacía, su cara, lo reflejaba. Debía andar con cuidado, todos los que le rodeaban, quisieran hincar el diente, en su fortuna, lograda, expoliando a los más pobres y dejándolos en banda. El ser estrábico, en mucho, a él, le beneficiaba, un ojo, contaba fajos, con el otro, vigilaba. De pronto, la incertidumbre, se apoderó de su alma. En su mano, temblorosa, un billete, le sobraba. ¿ Qué podía hacer con él?, en ningún fajo encajaba. Lo dejó sobre la mesa y bebió su vaso de agua. Un cuervo, que desde un árbol, atentamente, atisbaba, sin que cayera en la cuenta, se metió por la ventana. Se apoderó del billete. No le dió tiempo de nada. Tras el pájaro ladrón, salió furioso, el banquero. Pasó toda la mañana y sin lograr aprehenderlo. Malhumorado, agotado, a su casa está volviendo Para sumar más desgracias, no encontró más su dinero, Sólo una bolsa vacía, como el alma de su dueño. A la hermosa Margarita le dedicó una canción el cantante más mentado de toda la población. La población conocía, del cantante las historias, sus frecuentes amoríos y sus frecuentes discordias. Discordias que a sus oídos, llegaban día tras día. Margarita, registraba, pero como que no oía. Oía un día al cantante ya cansado de insistir. Ella fue a pasear al río para no tener que oír. Oír, es poco, mejor, aguantar su persistir. Con sus amigas paseaba, miraba el río correr. Correr, quiso, cuando vio que frente a ella estaba él. Con su guitarra entonaba canciones que la ultrajaban. Arrebató de las manos, la guitarra del cantor, y en medio de la corriente sin dudarlo, la arrojó. Ante el asombro de todos, el cantante se quedó mudo en medio de la calle. Nunca más la molestó. Después de tres largos años, te has cruzado en mi camino. ¿Ha sido casualidad, u otra vez, tu desatino? Te dije que nunca más, quería volverte a ver. Yo se porque te lo dije y vos, lo sabes también. Lo nuestro ha sido un fracaso. La culpa fue de los dos. No intentaré repetir, lo que me causó dolor. Sigue, entonces tu camino. No te vuelvas a mirar. Ni quieras ver en mis ojos… que no te dejé de amar.. Sería una dulce voz, la que cautivó su oído? El resplandor de sus ojos, morunos ojos y esquivos, que aprisionaron el alma de aquel triste peregrino? Su tez, de claro marfil, su boca, bien dibujada. La ensortijada melena, que el bello rostro, enmarcaba? Quizás, su talle ligero, su andar de diosa pagana y las tantas perfecciones que su figura, adornaban? Lo cierto, es que tras sus pasos, el peregrino, siguió y las horas, desgranaba, ansioso, bajo el balcón, sólo por verla, un momento, por una fugaz visión, que calmara los impulsos de su herido corazón. Ella no abrió su ventana, ni asomó por el balcón. Ni pensaba en el intruso, ni en su imagen reparó. De su rostro torturado, ni siquiera se acordó Ni despierta, ni dormida por su memoria cruzó. El tiempo, pasó inclemente, él en su lugar siguió, cubierto por el ramaje que brotaba del balcón, entre nuevas guías, hojas y flores en profusión. Una mañana, la hermosa, con ánimos, despertó. Dispuso cambios, mejoras, para la nueva estación. Los jardineros llegaron, ella misma, les mandó a podar la enredadera que su balcón, invadió. ¡Qué sorpresa se llevaron, los hombres que contrató! Descubriendo, entre las plantas, en ligada confusión, un tronco seco, esculpido, en forma de corazón. El destartalado camión, sube la cuesta con esfuerzo. En el viejo acoplado se hacinan hombres, mujeres y niños. Son los trabajadores golondrinas, familias completas, hombres, mujeres, solos o con sus hijos que van en procura de la escasa paga que obtendrán por su dedicación exclusiva, mientras dura la cosecha. En general, son personas jóvenes, sin capacitación laboral, la mayoría analfabeta o con escasa instrucción. Esto los coloca en una situación desfavorable, en la que el esfuerzo físico y la resistencia personal, son las condiciones exigidas por sus empleadores. Desde las provincias más pobres, se movilizan las migraciones estacionales que aumentan al acercarse la época de las cosechas. Muchos van por primera vez y la falta de mejores oportunidades, los obliga a engancharse con malas e informales condiciones laborales, magros ingresos y la inclusión de sus propios hijos, a los que se les asignan tareas iguales a las de sus mayores, transgrediendo la prohibición del trabajo infantil. El desarrollo creciente y sostenido de las economías regionales, demanda y absorbe la mano de obra estacional. El alto valle de Río Negro, en Argentina, con su producción frutícola de exportación y consumo interno, la vitivinicultura en la zona de Cuyo, las cítricas en la Mesopotamia, la oliva en La Rioja y Catamarca, Cítricos de exportación en Tucumán, arándanos en Entre Ríos y norte de Buenos Aires. En La Patagonia la producción de frutos rojos, cerezas, frambuesas y frutillas ha triplicado la demanda de trabajadores golondrina. El algodón y las oleaginosas que requerían un arduo trabajo personal, se hace con maquinarias que reducen la mano de obra a la supervisión y control de las mismas, lo que produjo la expulsión de cosechadores que fueron absorbidos por otros rubros en las economías regionales. Gitanos, en los caminos, los rostros curtidos, marcados demasiado pronto por las inclemencias del sol y el frío, acostumbrados a una vida que sólo les ofrece una perspectiva de sacrificios y rudos y agotadores trabajos, en condiciones precarias. Nacen, viven, procrean y mueren sin conocer otra. La única esperanza de cambio, está en la educación y la concientización de su valor como seres libres que deben hacer valer los derechos que los asisten para desarrollar todas sus capacidades, un comienzo para alejarlos del abandono, la desidia y los vicios, muy convenientes para quienes los explotan. Carlos Saavedra Lamas, fue un ser humano excepcional. De familia patricia, su vocación pacifista y conciliatoria, estuvo presente en los albores de su vida. Uno se sus maestros inspiradores, Joaquín V. González, en breves palabras, lo describe, “ …de exposición clara, fácil y elegante, revela una concepción mental nítida y precisa.” Recibido de abogado a los 25 años, en 1903, es distinguido con medalla de oro. En el discurso de colación de grado de su promoción, da a conocer su interés por los problemas sociales del país. En ejercicio de sus funciones, impulsa la sanción de leyes sociales y como diputado nacional, proyecta el Derecho Internacional Obrero Argentino. En 1910, contrae enlace con Rosa Sáenz Peña, hija y nieta de presidentes argentinos. En 1912 nace su único hijo, Carlos Roque. Durante la PG M, propugna la neutralidad y la paz, como proceso racional, coherente con su pensamiento, En junio de 1919, adhiere al Tratado de Versalles que establece la Paz Universal, basada en “Justicia para todos” y el respeto al hombre, como persona, no como mercancía. Toda la experiencia acumulada, internacional y docente, se incluye en el "Código Nacional del Trabajo" presentado a la conferencia de la OIT. En reconocimiento a sus indiscutibles valores, en 1928, es elegido, en Ginebra, Presidente de la Conferencia internacional del Trabajo. En la guerra entre Bolivia y Paraguay, desde la cancillería argentina, postula “la violencia no modifica los derechos” y proyecta el Pacto antibélico “Por la paz de las Américas” Propone una conciliación repudiando la guerra de conquista y el respeto por la libre determinación de los pueblos En setiembre de 1936, como presidente de la XIII Asamblea de las Naciones Unidas, se mantiene en su afán permanente de restablecer la paz. “ La paz es un bien inapreciable, indispensable para la vida de los hombres en su tránsito hacia las sombras” En ese mismo año recibe el Premio Nóbel de la Paz y la Cruz de la Legión de Honor de Francia, constituyéndose en el primer latinoamericano en recibir ambos honores. El viento azotó mi puerta, apenas te habías ido. Con violencia, la cerró y fue estruendoso el sonido. El corazón se alteró con semejante estampido. Quebró la serena paz, que dejaste, apenas ido. Volviste sobre tus pasos, también lo habías oído. Regresaste por saber, si algo malo había ocurrido. Ese gesto de atención, como otros que me das, brindan a mi corazón, certeza y seguridad. La certeza de saber, que lo mío, te interesa. La plena seguridad, de que por mi, siempre velas. Doy gracias por ese amparo, esa protección sin pausa de lo que pudiera herirme, como mi Ángel de la Guarda. Ese tal Amado Flores, de la zona del Abasto, Hombre guapo, si los hay, capaz de pelear maneado. Cargaba fierro y bufoso, en el tiempo de elecciones. No iba a estar desprevenido, enfrentándose a matones.La vida le enseñó pronto que en eso de competir, un hombre debe asumir el lugar que le tocó Desde un principio, el de él fue tortuoso y complicado y con mañas se apañó y seguir vivo, ha logrado. Cosido de cicatrices, por las viruelas, picado. Cuestiones de su pasado que esquivó con mucha suerte, aunque digan por ahí que hizo un pacto con la muerte. Se le conocen mujeres y en el camino quedaron. Sólo una en su corazón, como un cuchillo clavado, Es herida que no cierra y sangrante lo acompaña, que le persigue en la noche y le enturbia la mañana. Se va a aturdir, al boliche, con vino, ginebra y caña. Es el último en dejarlo. Para no pensar en ella. Pero tampoco olvidarla, a su pesar, la recuerda. Hoy salió de su bulín vestido con traje negro, Con su funyi, su puñal y un pañuelo blanco, al cuello. En el ceño, muy marcado, muestra la preocupación por cumplir, como se espera, esa frangosa misión que su mandamás le diera: acabar con un rival. Sabe bien que en ese trance, ya se termina su suerte Cansado, sin esperanzas irá a enfrentar a la muerte. Una gitana, hoy, me dijo que estoy muy enamorada. Eso yo ya lo sabía, no iba a considerarla. -Porque lo dicen tus ojos, con ese brillo especial, La alegría de vivir que tienes en tu mirar y revela tu sonrisa, que solo piensas en él y que eres correspondida, eso de lejos se ve. La gitana me lo dijo y le tengo que creer porque es la pura verdad. Pero tendré que aprender a disimular un poco, trasparentar, es perder, exponerse demasiado y no vaya a suceder, que por sincerar afectos, lo tenga que padecer. Agradecí a la gitana que tan bien interpretó mi sentir, mis emociones. Lo que le di, lo ganó. Corrió alegre a la cantina y vi que de allí salió tumbándose una petaca de whisky o vodka… era alcohol. A una amiga, que venía a mi encuentro, le gritó -Estás muy enamorada, desde lejos se te ve. Me lo dicen esos ojos, con ese brillo especial, La alegría de vivir, que tienes en tu mirar…….. Vendrá la noche a buscarme cuando mi día se apague. No voy a hacerla esperar, ni creo que eso le agrade Vendrá la noche, a buscarme, envuelta en oscuras galas. Será tal como la pintan con su filosa guadaña, que enarbola amenazante? O será todo patraña? Es su oficio, ella lo cumple, Eficiente y eficaz. Y nadie que ella llevara, se le intentó rebelar. Tampoco hubo arrepentidos que pugnaran por volver. Aquellos, los que se fueron, parece que están muy bien. Nunca, que sepa, han llegado, reclamos ni denunciantes, Eso, me hace suponer que deben estar campantes. Cúantas veces volví, sin darme cuenta, sin conducir mis pasos, ni guiarlos, sin que mi voluntad se interpusiera, al lugar de mis días encantados En la calle, ancha, tranquila, luminosa, busqué las risas, los llantos, las palabras, El eco del pasado ya no estaba, aunque en mi corazón, siguiera intacto La casa del abuelo, sus portones, sus altos ventanales y sus plantas, la madreselva que envolvía al muro, en abrazo de amante, enamorada. Un poco, más allá, mi propia casa, donde la infancia transcurrió, sin penas, como el muro, que envuelve acariciante y protege frondosa madreselva. Y aquél primer amor, el más ingenuo, el más dulce, el más tierno, el más osado, entre risas y juegos infantiles, el misterio de un beso, ha develado. Es aquí, en esta calle, entre estos muros, silenciosos, ajenos, donde yacen, mis sueños de la infancia, los afectos de siempre y mi añoranza. Blancanieves engañó, a varias generaciones, una de ellas, fue la mía. Esa situación, me impone, desentrañar la verdad, evidenciar las razones del caso y exponer otras posibles versiones. La madrastra, no era cruel ni envidiaba su belleza, era una buena mujer, pero falta de entereza. Blancanieves, caprichosa, celosa de su papá, inventaba ¡cada historia! para hacerla quedar mal. Como no lo conseguía, entrada en la adolescencia, esa etapa de la vida que confunde la conciencia, se imaginó perseguida y una noche se escapó, La madrastra, preocupada, su marido había viajado, sin móvil, sin Internet, ni fijo, salió a buscarla. Se perdió en el bosque oscuro, tenía algunas manzanas en una cesta de mimbre, por si hambrienta la encontraba. En medio del bosque oscuro, tropezó con una rama y en un charco fue a parar, ella tan fina y tan blanca. Embarrada se durmió, a su cestita, abrazada, La despertó una canción que siete enanos cantaban apenas aclaró el día. Palas y picos llevaban, para sacar los diamantes de una mina clausurada, es lo que ella pudo oír, mientras se desperezaba. Marchó por la misma senda abierta por los enanos. Una casita pequeña, divisó, en medio de un claro. Por una ventana baja, la madrastra se agachó, y vio a su hijastra bailando sobre un pequeño sillón. Llamó a la puerta. Al abrir, Blancanieves, se asustó Llena de costras de barro, no era la que conoció. Salió dando alaridos. Una historia se inventó Que en una bruja malvada, la madrastra se trocó, la manzana envenenada que para ella preparó, Que un príncipe llegaría a darle el beso de amor Que la oportuna caída del ataúd, la salvó. Cuando el padre regresó, escuchó las dos versiones. La de su su mujer, creyó, no había muchas opciones. Sabía de Blancanieves, todas las fabulaciones. Ella cambió con el tiempo, como suele suceder. Hizo terapia grupal y fue una digna mujer. Detrás de mis hijos iba, / ellos eran muy pequeños, o lo soñé y en mi sueño,/ la imagen se repetía. Los perdí por un momento / un descuido, un desatino, una piedra del camino / que desvió mi pensamiento. Después los volví a encontrar / más ya, como adolescentes. El tiempo, pasó inclemente,/ no lo pude remediar. Veo, hoy, mi rostro angustiado / reflejado en el espejo Los niños de ayer, son hombres / y yo, me veo tan viejo.... Hoy no voy a reclamarte por tanto haberte querido. Si te amé fue por amarte, no que lo hayas merecido. De todos modos, te cuento, que mi amor por ti, arrancó de un profundo sentimiento y eso fue, mientras duró. Ahora que ya lo sabes, por habértelo informado, agrego, también, que aquello, pertenece a lo pasado. De las malas experiencias, separo lo negativo. Nos dejan una enseñanza. Es el saldo positivo. Después de tanto sufrir desamor y desengaños, llegará el tiempo feliz.... aunque tarde algunos años. Apagó el último cigarrillo. Sus pensamientos, fueron deshaciéndose como las volutas de humo. Cada día transcurrido, lo acercaba más al objetivo propuesto. Sin poder evitarlo, enfocó la mirada sobre el arma reglamentaria. Esta vez no vacilaría en descargarla en el maldito que destruyó su vida. No quería recordar, pero era inútil. Las imágenes, los gritos, toda la confusión de sentirse arrastrado y despojado con violencia del uniforme, de sus prendas íntimas, tirado boca abajo sobre el piso de una celda y abusado, se mantenían nítidas a pesar de los años. Ya pasaron siete y ni una noche en soledad, que el recuerdo de la humillación sufrida, dejara de arrancarle amargas lágrimas de impotencia. Entonces, con veintidós años, egresado del Servicio Penitenciario Federal con grado de oficial, recibió su nombramiento para iniciarse en el escalafón administrativo de la Unidad Penitenciaría de su ciudad. Ingresó con el entusiasmo de la juventud y el ingenuo propósito de llevar a la práctica todo lo que aprendió, en teoría, sobre la necesidad de cambiar arcaicos procedimientos penitenciales y trabajar duro para reinsertar a quienes, en algún momento de su vida, erraron el camino. Era un convencido de que con esfuerzo, la resocialización de los internos, era no sólo posible sino necesaria. Sus compañeros, en general, no compartían su pensamiento, ni se interesaba en el tema. Se limitaban a cumplir un horario sin involucrarse en ilusorios rescates. Los que estaban dentro, eran irredimibles. Los intentos para cambiarlos, estaban condenados al fracaso. El fatídico día en que se desató su tragedia personal, fue un sábado en que cumplía doble turno. Hasta su oficina llegó un rumor de que algo no andaba bien en el sector de máxima seguridad. Era habitual, los fines de semana, surgían problemas asociados a las inminentes visitas que esperaban los presos, sus ansiedades y conflictos se potenciaban. Sin pensarlo dos veces, dejó su lugar de trabajo y se dirigió al sector norte por el amplio pasillo. Al llegar a Enfermería, la puerta entreabierta, le hizo recordar que necesitaba un antiácido para aliviar una incipiente gastritis. En busca del médico de guardia, traspasó el umbral y sintió un fuerte golpe que lo hizo trastabillar. Nuevos golpes, la fugaz visión de un rostro moreno y unos ojos azules, fríos y crueles. Sintió que lo arrastraban por el suelo y sobre él se desplomó la noche. Tuvo asistencia médica y sicológica, toda la que necesitó. No fue suficiente. Fue asignado a otra repartición en otro establecimiento. Apenas incorporado, elaboró un plan de venganza. Tuvo acceso a la minuciosa información de su caso y de su verdugo, uno de los internos peligrosos, que con eso, agregó años a su sentencia. No había la mínima duda. El ADN del violador, coincidía en un ciento por ciento con las evidencias encontradas en el examen médico legal. Faltaban cuatro días, solamente cuatro días……. No pegó los ojos en toda la noche. Recién al amanecer se durmió. La luz del sol que entraba por las hendijas de la persiana, lo despertó. Sacudió la cabeza. Se vistió de prisa, palpó su arma, lista y preparada. Estacionó cerca de la parada del bus que debía, inevitablemente, tomar el maldito. Desde donde se apostó, dominaba, la puerta de la prisión y cualquier lugar, sin posibilidad de que se vulnerara su vigilancia. Todo estaba planificado. Lo seguiría en su coche paso a paso para finalmente concretar su venganza. No tardó en salir. Lo hizo solo, pero aunque hubieran sido cien, entre todos, lo mismo habría podido reconocerlo. Con paso elástico, se dirigió hasta la parada, enseguida llegó el bus, que se apresuró a tomar. Bajó en Estación Once. Dejó el auto y sin perderlo de vista, lo siguió a pié. Lo vio detenerse en un quiosco a comprar cigarros, más allá, en un puesto de panchos. Llevó la comida y una lata de cerveza hasta un banco de la plaza Miserere. Como un chico, no se cansaba de mirar. Recorrió la zona comercial de punta a punta, compró algunas revistas, golosinas y ya anocheciendo, agotado, buscó un albergue en un hotelucho de mala muerte. Cansado y muy cerca de concretar su objetivo, esperó un par de horas. Preguntó a la bruja que regenteaba el lugar por Enzo Bargal, la mujer le dio el número de la pieza y con un gesto le indicó el lugar. No tuvo dificultad para forzar la puerta. Por la ventana abierta, la luz y los ruidos de la calle, entraban a raudales. Lo encontró dormido, desnudo sobre la cama, con una revista en la mano. Sus sueños debían ser felices, por la placidez de su expresión. Sacó el arma reglamentaria, calculó la distancia… . La depositó sobre una silla. Se quitó la camisa, el pantalón, el boxer y se acostó … de espaldas a su verdugo. Me visto toda de blanco esperando al bienamado. ¿Será que lo quiero tanto, por ser un hombre casado? Me hago a veces la pregunta Prefiero no responder. ¿Porque siempre estoy buscando lo que no voy a tener? Y si acaso, lo tuviera, ya no lo voy a querer? Soy, de las enamoradas, difícil de conformar, siempre escojo para mi, lo imposible de lograr Soy como esa soñadora que se niega a despertar. Enciendo velas azules. Esencias en los rincones. La música que nos gusta, a los dos, muy tenue, se oye. Las copas sobre la mesa, El vino descorcharás, cuando llegues y en mi boca, la tuya se saciará. Tengo preparada la valija. Miro a mi alrededor, ya nada me pertenece. Objetos que estuvieron junto a mi durante tantos años, los que en algún momento concentraron mi atención y en los que invertí tiempo y dinero. Muebles, tapices, alfombras, colecciones de monedas, estampillas, libros, discos....... Miro por la ventana el jardín, bastante descuidado ahora, ocupó muchas horas de mi vida, pero me brindó grandes satisfacciones. Era difícil encontrar flores tan bellas y lozanas como las cultivadas por mi mano, y plantas de adorno con follaje saludable, de un verde resplandeciente. Puedo decir con orgullo que fue el resultado de aprendizajes, investigaciones y experimentos. No siempre obtuve el fin buscado pero la tenacidad me llevó muy cerca. En la pared, sobre la chimenea, desde una foto que tiene muchos años, sonríen mis cuatro hijos. Recuerdo ese día, como si fuera hoy, después de cortar el pasto, los acomodé sobre una manta, Román, el mayor, atrás, sostiene entre sus brazos a Eva, la más pequeña, adelante, Sergio y Pilar, con su muñeca de piernas largas. Centré la imagen y apreté el disparador. La llevé a revelar y nos gustó tanto que la hice ampliar y enmarcar. Elegimos para ubicarla, el lugar más importante de la casa. Los cuatro partieron, Román a Holanda, Sergio y Pilar a Australia, Eva a Sudáfrica. Cada uno en busca de un mejor destino. Aunque el corazón trató de retenerlos, la razón dejó las puertas abiertas de par en par. Eva, la menor, intentó de todo para no irse, dio clases de música, hizo arreglos y adaptaciones para orquestas y conjuntos populares y hasta formó parte de uno como tecladista, le insumió tiempo, energía y obtuvo disgustos sin compensaciones, eso la decidió a buscar nuevos horizontes. Hace tres años, se radicó en Johannesburgo, allí trabaja y continúa sus estudios con sacrificio pero con buenas posibilidades. Estoy en paz. Di todo lo que tenía. Para que cumplan su sueño: hipotequé mi casa, uno a uno vendí lo adquirido a través de muchos años, incluso la computadora con la que diariamente nos comunicábamos. No estoy arrepentida, el hecho de saber que ya nada poseo, me llena de sosiego, me siento liviana, etérea...... ¡Ahora puedo decir que soy libre!. ¡He cortado las ataduras que me sujetaban a los bienes terrenales.! El auto que viene por mi, se detiene frente a la casa y se anuncia con dos bocinazos. Estiro mi brazo y desprendo el retrato de mis hijos. Lo llevo conmigo. Es personal No está incluído en el inventario. Llaman a la puerta. Es la asistente del geriátrico. Me saluda y levanta la valija con mis pertenencias.-¿ Sólo esto?- Me pregunta compungida -Claro, -le respondo.- De ahora en adelante voy a ser libre. Caminábamos sin rumbo. Ninguno de nosotros conocía el lugar a donde nos llevaría el deseo de aventuras. Con trece años y la posibilidad de darle a ese día feriado un sentido distinto, burlamos la autoridad de los mayores y partimos a la madrugada, cuando todos dormían y la oscuridad favorecía nuestro propósito. El calor, pasado mediodía, era insoportable. Sumado a la sed, el hambre y el cansancio, no podíamos estar peor. Diego, Manuel, Mariano y yo, desfallecidos, buscamos el reparo del único árbol que pudimos encontrar. Alguien sugirió que en pleno monte, a donde llegamos después de agotar las reservas físicas, conseguiríamos perdices, vizcachas, armadillos, en último caso, algunas palomas que al volver, nos evitarían la paliza segura por abandonar las tareas asignadas y escaparnos sin permiso de los viejos. Calculé que serían pasadas las dos de la tarde, llevábamos ocho horas de caminar sin descanso, sin comida ni bebida. Me separé del grupo, con la boca seca, salí en busca de algo que mitigara esa atroz sensación. Los pastos, duros, no auguraban nada de lo que necesitábamos con urgencia, pero era tan grande mi ansiedad que no podía estar quieto. Bebía las gotas saladas, que desde la frente se escurrían hasta mi boca. A mi alrededor, se extendía el monte achaparrado con pequeños arbustos de ramas secas y retorcidas como garras extendidas, clamando al cielo por el milagro de la lluvia. Vencido, desfalleciente, con la ropa llena de abrojos, decidí pegar la vuelta para reunirme con los muchachos. Algo que sonó como un relincho, llamó mi atención, descubrí un sendero que sin pensarlo dos veces, atravesé, con renovada esperanza. Ahí nomás se levantaba un rancho en aparentes buenas condiciones, me acerqué golpeando las palmas. Un hombre, con atuendo de campo, camisa blanca, bombacha y chaleco negros, sombrero de fieltro y botas de montar, sostenía en su mano una fusta y con la otra, acariciaba el cogote de su potro que lo estiraba para beber de un balde. Tuve el impulso de precipitarme hacia el balde. Como adivinando mi intención, con un movimiento de la cabeza, el patrón me indicó el lugar, en donde un gran cántaro, entre plantas de un verde lustroso, mantenía la frescura de su maravilloso contenido. Un jarro enlozado, de color azul, atado con una cadenita, colgaba del costado del recipiente. Lo saqué chorreando el agua transparente y creo que en mi vida, nunca algo me supo tan bien. Repetí la acción, satisfecho. Lo sumergí otra vez y dejé escurrir el líquido por mi cabeza y cara, entonces fue cuando vi., en el fondo del jarro, una luna y tres pequeñas estrellas. Al mirar con detenimiento, comprobé que ese efecto lo creaban las cachaduras del enlozado. La camisa quedó empapada y alivió mi sofoco. El hombre, silencioso, entró a su rancho y al momento apareció con un enorme pan. Apoyándolo contra su pecho, con un cuchillo de mango de hasta, cortó una generosa rebanada que me ofreció. Las gallinas se ocuparon de las migas que caían al piso. Si el agua me supo bien, la superó el exquisito sabor de ese pan casero, que aún tenía en su gruesa corteza, cenizas adheridas. Devoré el pan, me ofreció otra tajada que corrió la misma suerte. Agradecí efusivamente, él siguió con su tarea, sin decir una palabra, no lo encontré raro, más bien propio de las personas montaraces. Satisfechas las necesidades, volví en busca de mis compañeros. Estaban en el mismo lugar y tan cansados y agobiados como cuando los dejé. Al verme tan animado, preguntaron la razón. -¡Vamos allí! gritaron, con el poco aliento que les quedaba, cuando terminé mi relato. Fui guiándolos entre los churquis, la esperanza de llevar algo para saciar la sed y los vacíos estómagos, aceleró la llegada. En vano, busqué el sendero que me condujo hacia el rancho. Mi sentido de la orientación me indicaba que ese era el lugar. Los pastos, altos, secos y duros arañaban brazos y piernas, yo no cejaba en mi intento de llegar hasta el rancho que les había descrito con tanto detalle y en tan breve lapso se había esfumado. Ese era el lugar, por donde estaba seguro, se abría el sendero, pero allí un extenso pajonal dificultaba el paso. Lo atravesé y a los saltos llegué hasta donde estaba enclavado el rancho. Ruinosos escombros, tapados por la áspera maleza, era todo lo que encontramos. Corrí hasta donde casi oculto entre el follaje el bendito cántaro sació mi angustiosa sed, nada de eso había. Removí los yuyos sin poder convencerme, mi mano tropezó con algo que estaba medio enterrado, y a puro forcejeo salió a la luz. Era la resquebrajada pared de un viejo cántaro unida por una oxidada cadena al jarro descolorido. Con el faldón de la camisa, limpié el fondo terroso del recipiente, donde, con un poco de imaginación, se podía ver una luna rodeada de estrellas. El viento empezó a soplar. En silencio, hicimos el penoso camino de regreso. Haydée Viernes, 15 de agosto de 2008 Fui a buscar, sin saber lo que buscaba, para el alma entristecida, alivio, lo encontré donde anidan los silencios. Era la paz que a mi vida le faltaba. Muy seguro de triunfar, Va con su flauta, Marsías, Imprudente, en su arrogancia, A Apolo, lo desafía. El dios del Sol, con su lira, acepta el reto y afina.El aire, a su alrededor, se convierte en melodía. Los jueces fallan, Apolo, en ese arte descuella. Marsías baja la testa, cometió un fatal error, no hay piedad y no hay perdón, el ganador, lo degüella. Subí por la Avda. Alvear a paso rápido. Sólo a mi, se me ocurre la idea de salir a correr en una fría madrugada de domingo, en vez de quedarme a disfrutar de mi tibia cama. Muy poca gente. Al doblar por Caseros lo vi. Estaba sentado en el bar de la esquina, tomando un café. Me prometí no decirle que eso era imposible. Los muertos, no se sientan en los bares y tampoco toman café. Entré y me senté frente suyo. Me sonrió con naturalidad, sin sorpresa, como si hubiéramos pasado la noche juntos. Pero él tenía dos años de muerto, aunque no lo parecía, lucía bastante bien. - Dónde estuviste todo este tiempo? -Pregunté para forzar una respuesta. -Por ahí- contestó con vaguedad. No insistí, resucitado o no, mantenía su feo hábito de no responder preguntas comprometedoras. Pidió otro café para él y ni siquiera me preguntó si yo quería algo. Fastidiada por su actitud, me levanté para irme. -Adiós, le dije. - Él siguió sonriendo. Caminé unos cincuenta metros, pero la curiosidad pudo más y retrocedí. A través del cristal se me ocurrió mirar desde afuera. Ya no estaba. En la mesa que ocupamos, las sillas estaban sobre la mesa, como en las otras. Di la vuelta para entrar. En las puertas, herméticas, el cartel de CERRADO, indicaba la hora de apertura y cierre del establecimiento. Aún faltaban 25mn. para abrir. Sobre un burrito gris plata, sentadita, va María. José jala de una cuerda, si el burrito se desvía. ¡Apura el paso, borrico, que debemos encontrar un lugar para María, cansada de tanto andar!. No te distraigas, burrito, mirando las mariposas. Dice José, preocupado, al ver sufrir a su esposa. Solo encuentran un pesebre, donde repose María. Está por llegar El Niño. Ruega a Dios y en él confía. La brisa trae fragancias de sándalos y de inciensos. El lugar se ha transformado Porque el Niño está naciendo. Ángeles bajan cantando a compartir el momento. El tiempo se ha detenido La tierra, se ha vuelto cielo. El calor de tu beso, en mi mejilla, persistió cuando ya te habías ido, como aquel roce fugaz de tu rodilla, casual o no, aceleró el latido. Aleteaban, sutiles mariposas, provocando en mi interior, cosquillas Me dejaste pensando, tantas cosas…. Fue premeditación? Solo descuido? Tal vez un artilugio de tu mente Por ver mi reacción a aquel estímulo? Será una fantasía que yo aliento para ahuyentar la soledad que pesa, No quisiera esperar lo que no llega, Ni ilusionarme con cuentos de princesa Amame, Alfredo Con estas palabras, desgarrada por el dolor de la inminente y definitiva separación, Violeta se despide de Alfredo su amante. La música, acompaña ese episodio con toda la emotividad que el genio de Verdi le trasmite. Me puse en la piel de Violeta, sin problemas, es virtual. Dejé a mis lágrimas, tanto tiempo contenidas, desbordar y de ese modo conseguí humedecer, un poco, no como hubiera deseado, las desmayadas plantas de mi agostado jardín. Mañana escucharé a Desdémona, ingenua e inocente, tratar, en vano de defenderse de las intrigas que el pérfido Yago tramó para hundir a Otelo en las profundidades del infierno. Voy acumular más lágrimas, con idéntico fin. Espero que sigan mi ejemplo en esta emergencia hídrica y, entre todos los de lágrima fácil, contribuyamos a crear un microclima que mantenga la humedad y atraiga la ansiada lluvia. ¿Qué hiciste Anita? ¿Que hiciste? ¡Dibujaste en la pared! ¡y para colmo has usado las fibras que te compré! Está bien, sigue pintando, voy a quedarme callada, No quiero frustrar los sueños de quien pueda ser mañana, una célebre pintora o una artista renombrada, que de lustre al apellido y que al ser entrevistada, difunda a los cuatro vientos, que sufrió de intolerancia y que ha sido incomprendida desde su más tierna infancia. Mientras tanto, nuestra casa, está bastante cambiada, con fibras, muchos colores y con crayones, pintada.. ¡También pintaste la mesa! ¡Y las sillas tapizadas!….. ¡Creo que voy a llorar. Mejor, reiré a carcajadas! Si, es mejor que me ría, si feliz te hace rayar y dibujar las paredes y con crayones pintar…. ¡Sigue, que tal vez mañana, famosa artista, serás. Yo, como ahora, orgullosa y complaciente mamá La situación de inseguridad, ha llegado a un punto crucial. Las noticias que circulan sobre robos, saqueos y asaltos, cambian mi vida de serenidad apacible, en otra de inquietud y zozobras. La casa que habito, en medio de las sierras chicas, rodeada de cerros y abundante follaje, se levanta sobre un terreno difícil de controlar por lo extenso y accidentado. Años atrás, reunía todas las condiciones que me indujeron a convertirla en una vivienda confortable y permanente. Aquí, encontré la deseada armonía y la tranquilidad para escribir, pintar, modelar y dedicarme a esas y a otras actividades más rústicas pero necesarias para sobrevivir. El difícil acceso fue un detalle importante que decidió mi elección. Actualmente, veo caras desconocidas y he sorprendido algunas fisgoneando por los alrededores. Camino al pueblo a proveerme de comestibles, pienso obsesivamente en el modo de protegerme y mantener mi privacidad. Vivo sola, por elección y por primera vez, siento la necesidad de buscar ayuda. Una idea ronda mi pensamiento, se me ocurrió anoche, cuando mi oído, muy ejercitado ahora para reconocer los sonidos propios del lugar, captó otros, ajenos. Algo ó alguien extraño, con su indeseada presencia, alteró, el delicado equilibrio. Hasta pude escuchar a las aves que duermen en los árboles cercanos, inquietas, revolverse en sus nidos. Preocupada, me mantuve despierta, intenté leer el libro que recibí de mi mejor amigo, como regalo de cumpleaños. No pude concentrarme en la lectura, cerca del amanecer, conseguí dormir. Cuando la luz del sol atraviesa mis párpados cerrados, aún con la pesadez del mal dormir grabada en la cara, salto de la cama y me alisto para caminar un largo trecho. En la veterinaria del pueblo, consulto con el profesional. Después de escucharme atento, me conduce hasta un galpón. Sobre un colchón de paja, Lobo, un perro de aspecto salvaje y pelo negro hirsuto nos observa sin interés aún cuando parece entender que hablamos de él. -Lo dejó, su amo meses atrás, con una pata destrozada, además de otras heridas, me advierte. Ahora está completamente curado, pero no vinieron a buscarlo, Es un animal sano y fuerte. Necesita espacio y alimento adecuado. Observo sus mandíbulas poderosas y su dentadura completa y sana, de animal joven, dócilmente, se somete a las manos del profesional que lo volvió a la vida. Me impresiona su aspecto feroz. Entre una cantidad de perros que aturden con sus ladridos, acecha silencioso, impone con su sola presencia. Es justamente lo que necesito, un temible guardián de afilados colmillos. El veterinario me previene de la ferocidad del can. El hombre que lo llevó, muy malherido, individuo de aspecto poco recomendable, según sus palabras, provenía del monte. Para sobrevivir, salía a la caza de chanchos salvajes, en caso de encontrar algún animal, destrozado, examinaba con mucha atención los restos y las huellas cercanas. Su fallo era inapelable, si había sido un puma, no había otro más indicado para combatirlo. Bien lo sabían los ganaderos de la zona que contrataban sus servicios, sin dudar del resultado. El cazador, tenía en Lobo, un aliado invalorable, juntos hacían una dupla sincronizada y perfecta, hasta que se desgració enfrentando solo, una piara de jabalíes. Esa lucha, desigual, con los temibles chanchos salvajes, lo dejó muy malherido, la providencial llegada del amo, que se tiró de la montura, y salió en su defensa con la escopeta escupiendo fuego, espantó a los que sobrevivieron. El hombre, se acercó, al verlo tan malherido, apoyó el caño de su revólver en la cabeza, justo al medio, donde una línea marrón, divide el hirsuto pelo oscuro. El perro, levantó trabajosamente la testa y lamió la mano pronta a ejecutarlo. Algo se quebró en lo íntimo de su ser primitivo y brutal, que sonó parecido a un sollozo. Cambió de idea, levantó al perro, lo cruzó sobre el lomo del caballo y montó a la carrera para llegar al pueblo más cercano en busca de ayuda. - En pago por los servicios, dejó un puñal con artística empuñadura de plata, su bien más preciado, sobre el mostrador y pidió, con palabras entrecortadas, que no lo dejara sufrir. Sin esperar respuesta, montó su potro y desapareció por el mismo camino por donde llegó. Lobo, se recuperó poco a poco de las heridas y la operación en la pierna quebrada, se resolvió satisfactoriamente. Su fuerte contextura y la naturaleza, hicieron el resto. Añora volver a su salvaje vida anterior. Cuando escucha los cascos de un caballo, yergue las orejas y aguza los sentidos. No es el que espera, vuelve a dormirse. Acumula reservas de sueño y descanso para cuando sea el momento. El relato del veterinario, me conmueve y también me persuade de que es Lobo, lo que necesito para mi protección. A pesar de sus intentos para disuadirme, insisto en llevarlo conmigo. Dentro de un canil grande, lo traslado en una camioneta de alquiler, también llevo alimentos y enseres. Ya en mi territorio, sigo las indicaciones recibidas, lo ato con precaución a una larga cadena, próximo a la casa. Le acerco agua y algunos huesos con carne. Empieza a comer sólo cuando me pierdo de vista. Los días siguientes, hago lo mismo y trato de acostumbrarlo a mi presencia, apenas me ve, gruñe y enseña sus afilados, amenazantes colmillos, sin dar la menor señal de amistad. Empiezo a desatarlo por las noches, después de cenar, al principio con temor de que escape a buscar a su antiguo amo, pero a la mañana siguiente, lo descubro atravesado ante la puerta de la cocina. La dieta que llevo, muy sana y agradable para mi gusto, consistente en verduras, cereales y frutas me obligó, apenas llegada a este sitio, a desmontar buena parte del terreno, para lograr mi propia huerta. Con la ayuda de herramientas dejadas en la casa por sus antiguos dueños, preparé el suelo. Abundan el mantillo y el estiércol seco, abonos naturales y de excelente calidad. Planté estacas cada dos metros, y las cubrí con ramas espinudas, abundantes en los alrededores. Crucé hilos entre las estacas de donde cuelgan trozos de tela y algunos cascabeles que encontré en una caja. Es, lo puedo asegurar, más efectivo que un espantapájaros. En el extenso terreno, hay variedad de frutales: manzanos, durazneros, ciruelos, damascos, varias higueras y nogales añosos. Cuando llegué, encontré los árboles bastante descuidados, los podé, hice injertos, combatí las plagas, enriquecí la tierra y construí zanjas para proveerlos de riego. También hay cítricos, limoneros, naranjos y pomelos que exigen un cuidado especial en el invierno, para sobrevivir a las heladas. El agua dejó de ser un problema desde que instalé un generador, con la bomba la llevo desde el arroyo cercano hasta un canal de riego, cuando la necesito. Ya es tiempo de trasplantar los almácigos de zanahoria, nabos, lechuga, rabanitos y pimientos. Me encanta hacerlo con las manos desnudas, quedan ásperas y doloridas pero siento la tibieza y la energía de la tierra traspasar la piel y confundirse con mi sangre, después, me gratifica con creces que superan todos los esfuerzos y sacrificios. Cada vez que recojo el fruto en sazón para llevarlo a la boca, estoy cumpliendo un rito ancestral. Saben de un modo especial, único, siento el orgullo de haber participado aunque en mínimo grado, junto a la naturaleza, del repetido milagro. Sólo atino a agradecer por esta venturosa posibilidad. Ahora, voy más seguido al pueblo a buscar los huesos y la carne que lobo devora en silencio, demuestra su preferencia cuando son frescos y sanguinolentos lo que me confirma su dieta viva de cazador. Mi decisión de traerlo, parece acertada, desaparecieron los indeseables, al menos no veo a ninguno por los alrededores. Llega el otoño a la sierra, la estación más bella. El verde cambia por toda la gama de amarillos y terracotas. Los hermosos fresnos, de rugosa y oscura corteza, pierden sus hojas de matices diferentes que cubren el suelo como una mágica y mullida alfombra. He cosechado manzanas y los últimos duraznos, los acondiciono en paja seca así se conservan intactos hasta que disponga de tiempo para elaborar exquisitos dulces y mermeladas artesanales. Una parte proveerá mi despensa, el resto será para la venta. En la huerta, he sembrado acelga, cebolla y ajo. Hoy, Lobo recibió la última ración, mañana debo ir al pueblo a buscar más. Se anuncia el invierno, es necesaria una buena provisión de leña seca. No es bueno que el frío, muy intenso en estos parajes, nos encuentre desprevenidos. Todos los días salgo con rústicos guantes de trabajo que protegen mis manos de astillas y espinas. Acomodo las ramas, que arrastro hasta el cobertizo, sobre una especie de angarilla hecha con troncos de siempre verde, separo las delgadas que arden con facilidad, de las gruesas que demoran más tiempo en consumirse y dan más calor, especiales para alimentar la salamandra que mantiene toda la casa a una agradable temperatura. Los días en invierno, son muy cortos y hay que saber aprovecharlos. Acostumbro levantarme muy temprano, apenas las primeras luces se insinúan. Después de un sabroso desayuno, empieza la actividad. ¡Hay tantas cosas para hacer! Si necesito algo del pueblo, preparo una ayuda memoria, trato de hacerlo una vez por semana, si la compra es importante, me la traen, si es poco, la cargo en mi bolso, en el viaje se pasa la mañana. Las tardes son más productivas. Preparo el pan, las conservas y mermeladas y hago una inspección de mi territorio. En el taller de manualidades, tengo la mejor luz natural de toda la casa, una mesa de trabajo, recipientes llenos de lápices y papel para esbozos y dibujos. Un caballete con la tela lista, espera que mi perezosa musa despierte y de una vez, proceda a avivar mi debilitada inspiración. Tarros con pinceles, cajas con pomos y frascos de pintura, todo en su lugar, están listos para la ocasión. En una batea, cuidadosamente tapada, descansa la arcilla que bajo la presión de mis manos tomará la forma que mi caprichosa inspiración le dé. Junto a la ventana, el escritorio de mi abuela Delfina, que a su vez, heredó de otra Delfina, que fue su abuela, por lo que deduzco, es una legítima antiguedad. Es de exquisito diseño, una joya que deseé conservar. En una de las esquinas, tiene grabado el nombre de su primera dueña. Sobre la pulida madera, incrustada con finos arabescos de metal, escribo relatos y las impresiones que acuden a mi memoria. A veces, acaricio la brillante superficie e invoco la presencia de mis antepasadas, magníficas mujeres. Creo que están conformes de saber que su descendiente, mantiene los principios inculcados por los mayores. Ahora mi refugio está en orden y deseo que siga así por mucho tiempo. Ayer, al atardecer me alejé a buscar leños y vi a Lobo, desenterrar unas hediondas carroñas. Giró amenazante al descubrirme. Del hocico babeante colgaba un jirón de trapo, en el suelo, desparramadas, había una cantidad de setas podridas. Traté de calmar mi inquietud. Escuché en el pueblo, comentarios sobre la desaparición desde hace una semana de un sujeto, Ramoncito, no muy normal, que recorre la sierra en busca de hongos comestibles. La casi confirmada sospecha, me decide a ir al pueblo y dar cuenta del macabro hallazgo. Busco mi campera, al intentar salir, el perro, que parece adivinar mis intenciones, con fiero aspecto, gruñe interponiéndose en mi camino. Despacio, retrocedo, entro a la casa y pongo doble cerrojo. No dormí en toda la noche. Ya amanece, me decido a salir De la tierra, se levanta una bruma que entorpece la visión. Bajo hasta el cobertizo para buscar unos leños, tarea que debí hacer ayer. Piso un tablón que cede con sordo crujido de madera seca y atrapa mi pie derecho, Las astillas penetran en la carne desgarrándola. El dolor que siento se me hace insoportable, creo que además me disloqué el tobillo, no consigo incorporarme. A duras penas, arrastrándome, consigo llegar hasta la puerta, empujo y miro tras de mí. Un reguero de sangre chorrea del miembro herido. Me paraliza el temor, debe ser una arteria. . Como ascuas en el turbio amanecer, veo los ardientes ojos. Los temibles dientes, como estacas amarillas, acostumbrados a desgarrar y a triturar. Escucho un jadeo y el húmedo y cálido aliento muy cerca....... Ya no siento temor... ni noción del tiempo que pasa... Voy sumergiéndome en esa profunda laxitud que anula las sensaciones... La piadosa inconsciencia enturbia mi visión....... La luz naciente se impone sobre las tinieblas, mientras la áspera lengua del perro bebe la vida que se escapa. Al cuarto día de internación, la Dra. Pascassi, que me derivó al sanatorio, donde trabaja tres días a la semana, llega a saludarme y se interesa, muy gentilmente, por mi estado, Le respondo con un hilo de voz, que aún me siento débil y dolorida pero muy contenta de seguir perteneciendo al mundo de los vivos. Lo que no tengo claro es cómo llegué hasta aquí. En mi cerebro, quedaron latentes las últimas impresiones que viví antes de ceder, todo mezclado como en una nebulosa. El dolor, el temor creciente, la sensación de impotencia y finalmente la entrega total y absoluta, los pasos que inexorablemente me conducirían al final. Me sentía deslizar trabajosamente por un terreno desparejo y mi cuerpo se estremecía anticipándose a cada sacudida. Como acompañamiento de fondo el persistente jadeo de Lobo, que no me provocaba temor y su lengua, que ya no sentía tan áspera, tratando de restañar la sangre de mis heridas. Traté de pedir ayuda sin conseguirlo, no podía emitir palabra, entonces escuché lejanas voces que se confundían con los ladridos de Lobo. Allí se bloqueó mi memoria. Era todo lo que podía recordar Sonríe la Dra. y me acerca un vaso de agua que agradezco porque siento seca la garganta. Llega el turno de ella. Acerca una silla, busca un papel y comienza a leer: “Ante mí, oficial de turno de la localidad de Agua De Oro, siendo las 08 hrs. del día 26 de junio, del año en curso, se presentan el Sr. Florentino Bettelo, argentino, soltero, de 20 años y el Sr, Lucio Acuña arg., soltero de 24 años ambos con domicilio en esta localidad, declaran que camino a cumplir sus horarios de trabajo, en las dependencias de la Cooperativa de Agua y Servicios esta madrugada, fueron testigos de un hecho insólito:- Un perro de pelaje negro, de fiero aspecto, arrastraba con dificultad una improvisada angarilla construída de ramas. Lo hacía mordiendo la que sobresalía en el medio, con sus poderosas mandíbulas. De trecho en trecho se detenía para acomodar la carga empujándola con el hocico. Al percatarse de nuestra presencia, vino hacia nosotros, lo que nos hizo temer por nuestra integridad, pero sólo quería llamar la atención porque ladraba y volvía a su carga. Fuimos tras él, siguió ladrando pero sin demostrar agresividad. Pudimos comprobar que trasportaba un ser humano, de sexo femenino, que al parecer, por la impresionante palidez, había fallecido recientemente. El perro no dejaba de ladrar, corría alrededor nuestro y lamía la sangre que la mujer perdía de una herida en la pierna derecha. La sorpresa nos paralizó y no atinábamos a hacer nada. El Sr. Jorge Díaz, vecino de la zona, que, afortunadamente pasaba por el lugar, detuvo el auto de su propiedad y se ofreció a llevar a la víctima hasta el dispensario del pueblo. El perro, siguió detrás del coche y después que la bajamos, se echó junto a la puerta del consultorio.” La Dra. Ana Pascassi, a cargo en ese momento, comprobó que el estado de la paciente era muy comprometido por la cantidad de sangre perdida. Casi no tenía pulso y los signos vitales estaban al límite. Sin demora, tomó los recaudos del caso y con dificultad, logró estabilizarla. Enseguida consiguió una ambulancia para que fuera trasladada a un sanatorio de la ciudad de Córdoba, donde iniciaría su recuperación. Cuando la ambulancia se perdió de vista, el perro se levantó y buscó el camino de regreso. Con los ojos húmedos, acabo de escuchar cada una de las palabras de este informe que Ana leyó. Fueron música para mis oídos y me hicieron recobrar la confianza en los seres que me rodean. Estoy de vuelta en casa, felizmente en vías de recuperación, con algunas incapacidades que poco a poco se revertirán. Necesito aclarar una cuestión con respecto a Lobo. El informe, lo presenta como el héroe de la historia. No es mi intención menoscabar su acción pero antes de consagrarlo necesito averiguar qué fue de aquel hombre desaparecido. La Dra. llega en visita profesional, ya la considero una amiga. Su interés por mi salud, es permanente. Sonríe, dice que tiene una sorpresa para mí. Sale y regresa enseguida con una muchacha de unos veintitantos años. - Ella es Antonia, la presenta, se encarga de mantener mi casa en orden. Es de mi mayor confianza, muy limpia y trabajadora. Sabe tomar la presión, colocar inyecciones y cuidar enfermos, lo aprendió de mí. Se quedará en su casa, mientras la necesite, apenas esté recuperada y pueda valerse por sí misma, volverá conmigo. Estoy feliz de contar con Antonia, siempre atenta, se anticipa a mis necesidades. Estableció una buena relación con Lobo que ni siquiera gruñe cuando se le acerca.. -Hoy, feliz e inesperadamente, se aclaró todo. Le pregunto a Antonia por la comida que prefiere su patrona, porque deseo invitarla este mediodía. –Pasta, - contesta, -y con una buena salsa. Le recomiendo que disponga de lo necesario.-¿Hay hongos, Señora.?, a la Dra. le encantan, comenta. Mientras pienso dónde guardé los de la última cosecha, sigue con su parloteo –si no se acuerda, tendremos que pedírselos a Ramoncito. – ¿Qué dijiste? pregunto -Ramoncito, es mi tío, es algo retrasado, aclara tocándose la sien, se perdió hace unos meses, busca hongos de pino, siempre lo hace en otoño. Volvía con una bolsa llena cuando le salió un perro enorme que lo quiso devorar....Se asustó tanto que tiró la bolsa para entretener al perro y echó a correr por el monte, se hizo de noche y siguió corre que te corre, internándose cada vez más. La cuestión es que apareció días después todo magullado, rotoso y lo peor sin los hongos que le habían encargado. Con su relato, sin saberlo me devuelve la paz. -¡Ahora recuerdo dónde puse los hongos! No tendremos que pedírselos a Ramoncito-digo- ¡A lucirse, Antonia, vamos, que hay que agasajar a tu patrona! El hombre de rostro moreno, pulcro y bien vestido, después de asegurarse por los señalizadores que estaba en la dirección correcta, entró al bar. Ocupó una silla frente al ventanal que da a Avda. Corrientes y Gallardo y pidió un café. No podía ocultar su inquietud. Su mirada pasaba de la esfera de su reloj de pulsera a la ventana, como si esperara, ansiosamente a alguien. Los transeúntes pasaban en interminable caravana algunos cansados y tristes, otros alegres, hablando y gesticulando, al término de un día agotador. Pasó una hora, el hombre en espera, pidió otro y otro café. El caudal de gente, disminuía con el correr de las horas. Seguía pegado a la silla, junto al ventanal , el rostro más relajado, las miradas al reloj, se espaciaban al transcurrir de las horas, hasta que no pudo controlar el profundo abatimiento y un ahogado gemido, desgarró el silencio del viejo bar. En el café del frente, sobre Avda Corrientes y Angel Gallardo, estos acontecimientos, se reproducían, casi en perfecta sincronía, sólo que los protagonizaba una mujer. Abismos son los ojos que yo adoro, insondables, abismos de la mar a los que este loco, se ha asomado, más no quisieron su imagen reflejar Pregunto, a los que saben, las razones, qué misterios, de qué hechizos dispondrá. si con sólo mirar, me hizo su esclavo, si me sonriera… no quiero ni pensar. Hay un médico que trata, los problemas del amor. Según dicen, los resuelve y a muchos, recuperó. Si el sentimiento profundo, no tiene correspondencia Si te aturde y te obsesiona, alguna pasión intensa, Si no logras olvidar y eso escapa a tu control, pertinente es consultar, al susodicho doctor. Deduce de tus palabras, el problema que te aqueja. Para tratar, él dispone, más de su vasta experiencia, aromas, imágenes, música, la palabra que te alienta electrodos selectivos que anulan en tu cabeza, emociones negativas que profundizan tus penas. Los rencores, las envidias, el odio y las frustraciones se pueden eliminar en unas cuantas sesiones. El tratamiento es costoso, debe abonarse al contado, luego, todo seguirá, de acuerdo a los resultados. Por ser la más pequeña, me tocó aguantar y sufrir las chanzas de Carlos, mi hermano. Era la consentida de papá y lo aceptaba con naturalidad, sin pensar que esa preferencia, pudiera atraerme celos fraternales. Antes de salir para su trabajo, dejaba en mi mesita de luz, unas monedas, sabía de mi gusto por algunas golosinas que evité comprar a partir del día que Carlos me mostró la foto de una mujerona robusta y peluda, de cabello rojizo y ensortijado, como el mío y aseguró que así me vería, si seguía comiendo tantos dulces. Cuando la vi, quedé tan impresionada que lloré toda la mañana, no fueron suficientes las palabras de mamá, para calmarme. Dejé los dulces y los alfajores con una determinación sorprendente para mis cinco años. Comencé a guardar el dinerillo, en una cajita de polvos de arroz, regalo de tía Sandra que conservaba el leve y delicado perfume con que yo la identificaba. Carlos, dispuesto a fastidiarme, entró a mi cuarto, en el momento que depositaba las monedas del día para acrecentar mi tesoro, sus ojos expresaron admiración y codicia, pero en mi inocencia no cabía la desconfianza Esa tarde, lo noté muy concentrado, cursaba el tercer grado y leía de corrido. Me impresionaba su conocimiento, lo envidiaba secretamente, me acerqué para ver su libro y contra su costumbre de cerrarlo para excluirme de su selecto mundo, me enseñó, cordial, los árboles que ilustraban la página. Esa amabilidad debió alertarme, -Ana –comentó – En Menlo Park, el señor Edison, sembró monedas. Primero salieron unas plantas que con el tiempo se convirtieron en estos árboles que ves, pero en vez de frutos, daban brillantes monedas de oro. Me miró directamente a los ojos, como para trasmitirme su intención, cosa que logró sin mayor esfuerzo. – Corrí a buscar mi cajita de polvos de arroz y escoltada por el muy bribón, enfilamos para el jardín. – ¡Un momento- dijo- esto debe ser un secreto!, si alguien más se entera, todo se malogra. Escuchó mi promesa de mantenerlo, sacó una azada del cuarto de herramientas y empezó a cavar. Una vez que las monedas fueron cubiertas por tierra, la aplasté y emparejé con mis manos, corrí a buscar la regadera para acelerar el crecimiento. Todas las mañanas, apenas terminado mi desayuno, corría para ver los progresos. Con tanto riego, empezó a salir un pasto apretado y tupido que observaba con inocente arrobo. La imaginación me representaba los futuros árboles, cargados de brillantes monedas que tintineaban al roce de la brisa. Me recuerdo, a la hora de la siesta, junto a la supuesta fortuna, contándole a mi muñeca, mis planes futuros. Le compraría un cochecito para pasearla y vestidos muy bonitos. Quiso el destino que papá enfermara, vivíamos al día, el dinero escaso, no era suficiente para comprar los remedios. Vi a mi madre triste y preocupada ante la difícil situación. Conmovida, abrazándola le dije: -Mamá, no estés triste, te daré todo mi dinero, porque soy muy rica. Ella acarició mi cabello y sonrió entre lágrimas. Corrí a buscar una cuchara y escarbé en la tierra húmeda. Me costó entender que había sido engañada, mamá, al enterarse, reprochó a mi hermano su actitud, pero no con el rigor que mi frustración exigía. No sentí dolor por la pérdida de las monedas, sí por el engaño y por las burlas de que sería objeto. Lavé mis manos percudidas de tierra. A la hora de cenar, no levanté la cabeza, para evitar la mirada burlona de quien me traicionó. Sentía una cosa en la garganta que me impidió tragar los alimentos, besé a mamá y me retiré, profundamente dolida. La voz de papá, que me hablaba con dulzura, me rescató del sueño, bien entrada la mañana. Atiné a preguntarle si ya estaba curado – Sí mi princesita, contestó, el amor de ustedes, mi familia, ha hecho el milagro. Me incorporé feliz mientras me acercaba las pantuflas. Después de asearme, fuimos a tomar el desayuno.- Carlos, dijo mi padre, una vez que terminamos, -tendrás que dar una explicación muy convincente para ser perdonado por ese acto abominable que cometiste con tu hermana. Lo estaba pasando muy mal, su cara se puso roja como un tomate, empezó a balbucear y no se entendía lo que hablaba. Pidió disculpas, prometió no hacerme más objeto de sus chanzas y burlas, después sacó de su bolsillo una caja de fósforos con monedas sucias de tierra. Estiró su mano para alcanzármelas, pero habían dejado de interesarme, ya no deseaba ser rica. Con algo que entonces ignoraba que fuera legítimo orgullo, le contesté: -Si lo que hiciste fue para quedarte con ellas, nada más, me las hubieras pedido. Papá, me levantó en sus brazos, me llenó de besos y escuché de sus labios el mejor elogio que recuerdo me hayan hecho en la vida:- “Ana es mi genio y figura” Las promesas de Carlos, no fueron cumplidas, muchas veces más tuve que sufrirlo y ya no estaba papá para ayudarme. La vida, me enseñó que es una forma de entrenamiento para crecer porque a medida que trascurre, van sucediendo hechos que nos enfrentan con gente poco escrupulosa y es necesario estar alerta. Me convertí en una mujer adulta, al recordar aquellos episodios, el del tesoro, me vuelve a la edad de la inocencia, Si es verdad que todo tiene un propósito, en la vida, el mío ha sido encontrarte y con eso, estoy cumplida. Ya no pido nada más y me siento bendecida por este amor que recibo, que hace felices mis días y desparrama su luz que tiene algo de divina.Es por ser luz del amor, que a donde vaya, ilumina y deja allí donde pasa, una estela de alegría. Si no es pedir demasiado, una cosa más querría, Que mañana me recuerden, al cambiar de cofradía, como ese rayo de luz, que tibiamente ilumina y junto a su claridad, también deja una sonrisa. Hijo de inmigrantes gringos que a Santa fe, habían venido, Juan Bautista Bairoletto, fue el Robin Hood argentino. Su padre, arrendó unas tierras, se instaló con la familia. El trabajo era muy duro. Juan apenas era un niño. Tuvo que dejar la escuela, había que colaborar. Murió su madre pero él no se permitió llorar. Su orfandad como una herida, fue lenta en cicatrizar. En su carita de gringo, mirada limpia y sincera, vestido como gauchito, peón en tierras ajenas. Apenas adolescente, inició una relación. con una joven bonita que en un burdel conoció. Para su muy mala suerte ahí mismo se presentó un cabo al que la chica, varias veces despreció. Amenazó fiero a Juan, que si lo volvía a ver rondando por el lugar, se las vería con él. No era fácil de asustar, se burló de sus palabras. Pero si no había una razón, era fácil inventarla. Arrestó el cabo, a Juan y en presencia de su amada, le propinó una paliza para doblegarle el alma. Repuesto de sus heridas, no de aquella humillación, Volvió el muchacho a buscarla y en el pueblo se mostró para que el cabo supiera que no sentía temor. No tardó en llegar y al punto, nuevamente lo insultó, de un lonjazo traicionero, del caballo, lo volteó. Le apuntó Juan y certero, en la garganta le dio. Los testigos asombrados del drama que se jugaba, la atropellada carrera del caballo con su carga que se esfumó entre el polvo que los cascos levantaban. Las circunstancias lo empujan, hizo lo que no pensaba Cansado de tanto huir, de esconderse, de ser presa de tanto inescrupuloso en busca de arma certera, nunca fue gatillo fácil, la vida, lo puso a prueba. Pide, le dan garantías y a la justicia se entrega. A Juan le cuesta entender porqué la justicia es lenta, Mientras el tiempo transcurre y el sigue tras de una reja. Él, que ama la inmensidad por los eternos caminos sobre su potro alazán, en busca de otros destinos. Los testimonios abundan, que lo dan por inocente le otorgan la libertad. Tarde. Ahora es diferente. Descreído de la justicia, Juan se convierte en bandido y reparte entre los pobres lo que le saca a los ricos. La gente humilde, lo ayuda y le ofrece protección Lo esconden y lo proveen, si amerita la ocasión. Él retribuye con creces si la situación permite y se establece un acuerdo secreto, tácito y firme. El instinto que señala al inocente, en el humilde, es un instinto preciso, muchas veces infalible. Prófugo, huyendo sin pausa, bebiéndose los caminos, con sabuesos tras sus pasos, traicioneros asesinos que le tienden una trampa y le marcan un destino. Otra vez, no volverá a sufrir en la prisión. El arma apunta hacia si. Es su última decisión. Quien más te ame, te ha de herir, me lo dijo una gitana Como no soy de creer en palabras que se pagan a la zíngara olvidé y también a sus palabras. Ese que decía amarme, que su corazón me daba, que los martes, a la noche, sus canciones entonaba, junto al balcón, dulcemente, mientras yo me dormitaba. Los jueves, bajaba estrellas y en mi jardín las dejaba para que al levantarme, alegraran mis mañanas. Los sábados, del invierno, de flores, cubría el balcón y al despertar, parecía que el invierno terminó. Los domingos, junto a mi, tomaba la comunión y a casa me acompañaba, hablándome de su amor. Ese, que decía amarme, con tanta expresión de amor, se fue tras de una gitana que la suerte le leyó. Y segura estoy, que ella, lo mismo que a mi, le habló. España, la medieval, en el pasado y presente. Con antiguas construcciones, catedrales imponentes de góticas estructuras, majestuosas y solemnes de los arcos apuntados y vitrales historiados. Dignas artes que perduran, refinados artesanos, le otorgan belleza y luz, a viejos, oscuros claustros Sobre los puentes que llegan hasta los grandes portales de guarnecidos castillos de los señores feudales, sus almenas y atalayas desde las que se domina a quién entra y a quién sale y lo que abarca la vista. En la Puebla de Sanabria., Alberca de Salamanca, de estrechas calles tortuosas, empedradas y gastadas Los pasos de caminantes pulieron sus piedras lajas. Medina del Campo tiene en Valladolid, murallas recias, fosos y las torres almenadas, testigos de escaramuzas violentas y despiadadas Los árabes, poseedores del legado cultural científico y literario del viejo mundo oriental, llevaron ese bagaje y el cambio fundamental que lento, pero seguro a España, logró cambiar. Notable contribución en cultura y pensamiento la exaltación creadora, tuvo su mejor momento.
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Oscar Franco
http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,43735/task,view_text/
Por favor difundelo si pudieses. gracias.
Pascual Vizcaino Ruiz
Alejandro
Es usted muy déspota en su comentario del texto indiferencia divina?, sobre todo si tenemos en cuenta que la autora deja claro que los desastres naturales son muy comunes y crea toda su reflexión acerca de cómo el ser humano pasa de su pregunta hacia un Dios al que considera responsable a la dolorosa conclusión que es su irresponsabilidad la que acelera los procesos llevándolos a desastres.
Bastante arbitraria resulta usted al decir… le “concedo responsabilidad al hombre” por favor señora si usted lee, ve televisión o se molesta en averiguar, se podrá encontrar con un cumulo de estudios e informes que demuestran como las acciones de la humanidad ha afectado el equilibrio natural que provocan desastres.
Parece ser que usted no se entero del objetivo de la reunión de presidentes de países en Copenhague... por favor señora antes de atacar o trata de ridiculizar a alguien primero analícelo, porque podría ser usted quien terminara haciendo el ridículo.
Alexandro
Oscar Franco
Te invito a leer y comentar alguno de mis poemas espero te gusten.
Un saludo y feiz años nuevo 2010.
www.somosgoogle.blogspot.com
www.oscarfrancoquintanilla.blogspot.com
Francisco Prez
Veneno
haydee
Seguro que van a sobrar las anécdotas y encontrarás un buen argumento para tus relatos.
Gracias!
Serena