Lobo
Publicado en Sep 13, 2009
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La situación de inseguridad, ha llegado a un punto crucial. Las  noticias que circulan  sobre robos, saqueos y asaltos, cambian mi vida de serenidad apacible, en otra de inquietud y zozobras.
La casa que habito, en medio de las sierras chicas, rodeada de cerros y abundante follaje, se levanta sobre un terreno difícil de controlar por lo extenso y accidentado. Años atrás, reunía todas las condiciones que me indujeron a convertirla en  una vivienda  confortable y permanente.
Aquí, encontré la deseada  armonía y la tranquilidad para escribir, pintar, modelar y dedicarme a esas y a otras actividades más rústicas pero necesarias para sobrevivir. El difícil acceso fue un detalle importante que decidió mi elección. Actualmente, veo caras desconocidas y he sorprendido algunas fisgoneando por los alrededores.
Camino al pueblo a proveerme de comestibles, pienso obsesivamente en el modo de  protegerme  y mantener mi privacidad. Vivo sola, por elección  y  por primera vez,  siento la necesidad de buscar ayuda.
Una idea ronda mi pensamiento, se me ocurrió anoche, cuando mi oído, muy ejercitado ahora para reconocer los sonidos propios del lugar, captó  otros, ajenos. Algo ó  alguien extraño, con su indeseada presencia, alteró, el delicado equilibrio. Hasta pude escuchar a las aves que duermen en los árboles cercanos, inquietas, revolverse en sus nidos.
Preocupada, me mantuve despierta, intenté leer el libro que  recibí de mi mejor amigo, como regalo de cumpleaños. No pude concentrarme en la lectura, cerca del amanecer, conseguí dormir.
Cuando la  luz del sol  atraviesa mis párpados cerrados, aún con  la pesadez del mal dormir  grabada  en la cara, salto de la cama y me alisto para  caminar un largo trecho.
En la veterinaria del pueblo,  consulto con el profesional. Después de escucharme atento, me conduce hasta un galpón.  Sobre un colchón de paja, Lobo, un perro de aspecto salvaje y pelo negro hirsuto nos observa sin  interés aún cuando parece entender que hablamos de él.
 -Lo dejó, su amo meses atrás, con una pata destrozada,  además de otras heridas, me advierte.  Ahora está completamente curado, pero no vinieron a buscarlo,
Es un animal sano y fuerte. Necesita espacio y  alimento adecuado.
Observo sus mandíbulas poderosas y su dentadura completa y  sana, de animal joven,
 dócilmente,  se somete a las manos  del profesional que lo volvió a la vida.
Me impresiona su aspecto feroz. Entre una cantidad de perros que aturden con sus ladridos, acecha silencioso, impone con su sola presencia.
Es justamente lo que necesito, un temible guardián de afilados colmillos.
El veterinario me previene de la ferocidad del can. El hombre que lo llevó, muy malherido, individuo de aspecto poco recomendable, según sus palabras, provenía del monte.
Para sobrevivir, salía  a la caza  de chanchos salvajes, en caso de encontrar algún animal, destrozado,  examinaba con mucha atención los restos y las huellas cercanas.
Su fallo era inapelable, si  había sido un puma, no había otro más indicado para combatirlo.
Bien lo sabían los ganaderos de la zona  que contrataban sus servicios, sin dudar del resultado. El cazador, tenía en Lobo,  un  aliado invalorable, juntos hacían una dupla sincronizada y perfecta, hasta que  se desgració enfrentando solo, una piara de jabalíes.
Esa lucha, desigual, con los temibles chanchos salvajes, lo dejó muy malherido, la providencial llegada  del amo, que se tiró de la montura,  y salió en su defensa con la escopeta escupiendo fuego, espantó a los que sobrevivieron.
El hombre, se acercó, al verlo tan malherido, apoyó el caño de su revólver en  la cabeza, justo al medio, donde una línea marrón, divide el hirsuto pelo oscuro. El perro, levantó trabajosamente la testa y lamió la mano  pronta a ejecutarlo.
Algo se quebró en lo íntimo de su  ser primitivo  y brutal, que sonó parecido a un sollozo.
Cambió de idea, levantó al perro, lo cruzó sobre el lomo del caballo y montó  a la carrera para llegar al pueblo más cercano en busca de ayuda.
 
- En pago por los servicios, dejó un puñal con artística empuñadura de plata, su bien más preciado, sobre el mostrador y  pidió, con palabras entrecortadas, que no lo dejara sufrir.
  Sin esperar respuesta, montó su potro y desapareció por el mismo camino por donde llegó.
 
Lobo, se recuperó poco a poco de las heridas y la operación en la pierna quebrada, se resolvió satisfactoriamente. Su fuerte contextura  y la naturaleza, hicieron el resto.
Añora volver a  su  salvaje vida anterior. Cuando escucha los cascos de un caballo,  yergue las orejas y aguza los sentidos. No es  el que espera, vuelve a dormirse. Acumula reservas de sueño y descanso para cuando sea el momento.
 
El relato del veterinario, me conmueve y  también me persuade de que es Lobo, lo que necesito para mi protección. A pesar de sus intentos para disuadirme, insisto en llevarlo conmigo.
Dentro de un canil grande, lo traslado en una camioneta de alquiler, también llevo  alimentos y enseres. Ya en mi territorio,  sigo las indicaciones recibidas, lo ato con precaución a una larga cadena, próximo a la casa. Le acerco agua  y  algunos huesos con carne. Empieza a comer  sólo cuando me pierdo de vista. Los días siguientes, hago lo mismo y trato de acostumbrarlo a mi presencia, apenas me  ve, gruñe y enseña sus afilados, amenazantes colmillos, sin dar la menor señal de amistad.
 Empiezo a desatarlo por las noches, después de cenar, al principio con temor de que escape a buscar a su antiguo amo, pero a la mañana siguiente, lo descubro atravesado ante la puerta de la cocina.
La dieta que llevo, muy sana y agradable para mi gusto, consistente en verduras, cereales y frutas me obligó, apenas llegada a este sitio, a desmontar buena parte del terreno, para lograr mi  propia huerta.  Con  la ayuda de  herramientas  dejadas en la casa por  sus antiguos dueños, preparé el suelo. Abundan el mantillo y el estiércol seco, abonos naturales y de excelente calidad.  Planté estacas cada dos metros, y las cubrí con ramas espinudas, abundantes en los alrededores. Crucé hilos entre las estacas de donde cuelgan trozos de tela y  algunos cascabeles que  encontré en una caja. Es, lo puedo asegurar, más efectivo que un espantapájaros.
 En el extenso terreno, hay variedad de frutales: manzanos, durazneros, ciruelos, damascos, varias higueras y nogales añosos. Cuando llegué, encontré los árboles bastante descuidados, los podé,  hice injertos, combatí las plagas, enriquecí la tierra y  construí zanjas para proveerlos de  riego. También  hay cítricos, limoneros, naranjos y  pomelos que   exigen un cuidado especial en el invierno, para  sobrevivir a las heladas. El agua dejó de ser un problema desde que instalé un generador, con la bomba la llevo desde el arroyo cercano hasta  un canal de riego,  cuando la necesito. Ya es tiempo de trasplantar los almácigos de  zanahoria, nabos, lechuga, rabanitos y pimientos. Me encanta hacerlo con las manos desnudas, quedan ásperas y doloridas pero siento la tibieza y la energía de la tierra traspasar  la piel y confundirse con mi sangre, después, me  gratifica  con creces que  superan  todos  los esfuerzos y sacrificios.
Cada vez que recojo el  fruto en sazón para llevarlo a la boca, estoy cumpliendo un  rito ancestral. Saben de un modo especial, único, siento el orgullo de  haber participado aunque en mínimo grado,  junto a la naturaleza, del repetido milagro.
Sólo  atino a  agradecer  por esta venturosa  posibilidad.
Ahora, voy más seguido al pueblo a buscar  los huesos y la carne que  lobo devora en silencio, demuestra su preferencia cuando son frescos y sanguinolentos lo que me confirma su dieta viva de cazador. Mi decisión de traerlo, parece acertada, desaparecieron los indeseables, al menos no veo a ninguno por los alrededores.
Llega el otoño a la sierra, la estación más bella.  El verde cambia por toda la gama de amarillos y terracotas. Los hermosos fresnos, de  rugosa y oscura corteza, pierden sus hojas de matices diferentes que cubren el suelo como una mágica  y mullida alfombra.
 He cosechado manzanas  y los últimos duraznos, los acondiciono en  paja seca  así se conservan intactos hasta que disponga de tiempo  para elaborar exquisitos dulces y mermeladas artesanales. Una parte proveerá mi despensa, el resto será  para  la venta.
En la huerta, he sembrado acelga, cebolla y ajo.
 
Hoy, Lobo recibió la última ración, mañana debo ir al pueblo a buscar  más.
Se anuncia el invierno, es necesaria una buena provisión de leña seca.
 No es bueno que el frío, muy intenso en estos parajes, nos encuentre desprevenidos.
 Todos los días salgo con rústicos guantes de trabajo que protegen mis manos de astillas y espinas.  Acomodo las ramas, que arrastro hasta el cobertizo, sobre una especie de angarilla hecha con  troncos de  siempre verde, separo las delgadas que arden con facilidad, de las gruesas  que demoran más tiempo en consumirse y dan más calor, especiales para alimentar la salamandra que mantiene toda la casa a una  agradable temperatura. Los días en invierno, son muy cortos y hay que saber aprovecharlos. Acostumbro levantarme muy temprano, apenas las primeras luces se insinúan. Después de un sabroso desayuno, empieza  la actividad. ¡Hay tantas cosas para hacer! Si necesito  algo del pueblo, preparo una ayuda memoria, trato de hacerlo una vez por semana, si la compra es importante, me la traen, si es poco, la  cargo en mi bolso, en el viaje se pasa la mañana. Las tardes son más productivas. Preparo el pan, las conservas y mermeladas y  hago una inspección de mi territorio. En el taller de manualidades, tengo la mejor luz natural de toda la casa, una mesa de trabajo, recipientes llenos de lápices y papel para esbozos y dibujos. Un caballete con la tela lista, espera que mi perezosa musa despierte y  de una vez, proceda a avivar mi debilitada inspiración. Tarros con pinceles, cajas con pomos y frascos de pintura, todo en su lugar,  están listos para la ocasión. En una batea, cuidadosamente tapada, descansa la arcilla que bajo la presión de mis manos tomará la forma que mi caprichosa inspiración le dé.
Junto a la ventana, el escritorio de mi abuela Delfina, que a su vez, heredó de otra Delfina, que fue su abuela, por lo que deduzco, es una legítima antiguedad.
Es de exquisito diseño, una joya que deseé conservar. En una de las esquinas, tiene grabado el nombre de su primera dueña.  Sobre la  pulida madera, incrustada con finos arabescos de metal, escribo relatos y las impresiones que acuden a mi memoria. A veces, acaricio  la brillante superficie e invoco la presencia de mis antepasadas, magníficas mujeres. Creo que están conformes de saber que su descendiente, mantiene los principios inculcados por los mayores.

Ahora mi refugio está en orden y deseo que siga así por mucho tiempo.
 Ayer, al atardecer me alejé a buscar leños y  vi  a Lobo, desenterrar unas hediondas carroñas. Giró amenazante  al descubrirme. Del hocico babeante colgaba  un jirón de trapo, en el suelo, desparramadas, había una cantidad de setas podridas.
Traté de calmar mi  inquietud.
Escuché en el pueblo, comentarios sobre la desaparición desde hace una semana  de un sujeto, Ramoncito, no muy normal, que recorre la sierra en busca de hongos comestibles.
La casi confirmada sospecha, me decide a ir al pueblo y dar cuenta del macabro hallazgo.  Busco  mi campera, al intentar salir, el perro, que parece adivinar mis intenciones, con  fiero aspecto, gruñe interponiéndose en mi camino. Despacio, retrocedo, entro a la casa y pongo doble cerrojo.
 
No dormí en toda la noche.
Ya amanece, me decido a salir
De la tierra, se levanta una bruma que entorpece la visión. Bajo hasta el cobertizo  para buscar unos leños, tarea que debí hacer ayer. Piso un tablón que cede con sordo crujido de madera seca y atrapa mi pie derecho, Las astillas penetran en la carne  desgarrándola.
 El dolor que siento se me hace insoportable, creo que además me disloqué el tobillo,
no consigo incorporarme.
A duras penas, arrastrándome, consigo llegar hasta la puerta, empujo y miro tras de mí.
Un reguero de sangre chorrea del miembro herido. Me paraliza el temor, debe ser una arteria.
.
 Como ascuas en el turbio amanecer, veo los ardientes ojos. Los temibles dientes, como estacas amarillas, acostumbrados a desgarrar y a triturar. Escucho un jadeo y el húmedo y  cálido aliento muy cerca.......
 
Ya no siento temor...  ni noción del tiempo que pasa...
Voy sumergiéndome en esa profunda  laxitud que  anula las sensaciones... 
La piadosa inconsciencia   enturbia mi visión.......
 
La luz naciente se impone sobre las tinieblas, mientras la áspera lengua del perro bebe la vida que se escapa.
 
Al cuarto día de internación, la  Dra. Pascassi,  que me derivó al sanatorio, donde trabaja  tres días a la semana, llega a saludarme y se interesa, muy gentilmente, por mi estado, Le respondo  con un hilo de voz, que aún me siento débil y dolorida  pero  muy contenta de seguir perteneciendo al mundo de los vivos. Lo que no tengo  claro es cómo llegué hasta aquí.
En mi cerebro, quedaron latentes las últimas impresiones que viví antes de ceder, todo
 mezclado como en una nebulosa. El dolor, el temor creciente, la sensación de impotencia y finalmente la entrega total y absoluta, los pasos que inexorablemente me conducirían al final. Me sentía deslizar trabajosamente por un terreno desparejo  y mi cuerpo se estremecía anticipándose a cada sacudida. Como acompañamiento de fondo el persistente jadeo de Lobo, que  no me provocaba temor y su lengua, que ya no sentía tan áspera, tratando de restañar la sangre de mis heridas. Traté de pedir ayuda sin conseguirlo, no podía emitir palabra, entonces escuché lejanas voces que se confundían  con los ladridos de Lobo. Allí se bloqueó mi memoria. Era todo lo que podía recordar
Sonríe la Dra. y me acerca un vaso de agua que agradezco porque siento seca la garganta.
Llega el turno de ella. Acerca una silla,  busca  un  papel  y comienza a leer:
        “Ante mí, oficial de turno de la localidad de Agua De Oro, siendo las 08 hrs. del día  26 de junio, del año en curso, se presentan  el Sr. Florentino Bettelo, argentino,  soltero, de 20 años y el Sr, Lucio Acuña arg., soltero de 24 años ambos con domicilio en esta localidad, declaran  que camino a  cumplir sus horarios de trabajo, en las dependencias de la Cooperativa de Agua y Servicios esta madrugada, fueron testigos de un hecho insólito:- Un perro de  pelaje negro, de  fiero aspecto, arrastraba con dificultad una improvisada angarilla construída de ramas. Lo hacía mordiendo la que sobresalía  en el medio, con sus poderosas mandíbulas. De trecho en trecho se detenía para acomodar la carga  empujándola con el hocico. Al percatarse de nuestra presencia, vino hacia nosotros, lo que nos hizo temer por nuestra integridad, pero sólo quería llamar la atención porque ladraba y volvía  a su carga.
 Fuimos tras él, siguió ladrando pero sin demostrar agresividad. Pudimos comprobar que trasportaba un ser humano, de sexo femenino, que al parecer, por la impresionante palidez, había fallecido recientemente. El perro no dejaba de ladrar, corría alrededor nuestro y lamía la sangre que  la mujer perdía de una herida en la pierna derecha. La sorpresa nos paralizó y no atinábamos a hacer nada. El Sr. Jorge Díaz, vecino de la zona, que, afortunadamente pasaba por el lugar, detuvo el auto de su propiedad y se ofreció a llevar a la víctima hasta el dispensario del pueblo. El perro, siguió detrás del coche y después que la bajamos, se echó  junto a la puerta del consultorio.”
 
 La Dra. Ana Pascassi, a cargo en ese momento, comprobó que el estado de la paciente era muy comprometido por la cantidad de sangre perdida. Casi no tenía pulso y los signos vitales estaban al límite. Sin demora, tomó los recaudos del caso y con dificultad, logró estabilizarla. Enseguida consiguió una ambulancia para que fuera  trasladada a un sanatorio de la ciudad de Córdoba, donde iniciaría su recuperación.
Cuando la ambulancia se perdió de vista, el perro se levantó y  buscó el camino de regreso.
 
Con los ojos húmedos, acabo de escuchar cada una de las palabras de este informe que Ana leyó. Fueron música para mis oídos y  me hicieron recobrar la confianza  en  los seres que me rodean.
 
Estoy  de vuelta en casa, felizmente en vías de recuperación, con algunas incapacidades que poco a poco se revertirán. Necesito aclarar una  cuestión con respecto a Lobo. El informe, lo presenta como el héroe de la historia. No es mi intención menoscabar su acción  pero antes de consagrarlo necesito averiguar qué fue de aquel  hombre desaparecido.
La Dra. llega en visita profesional, ya la considero una amiga.  Su interés por mi salud, es permanente. Sonríe, dice que tiene una sorpresa para mí.
 Sale y regresa  enseguida con una muchacha  de unos veintitantos años.
- Ella es Antonia, la presenta, se encarga de mantener mi casa en orden. Es de mi mayor confianza, muy limpia y trabajadora. Sabe tomar la presión, colocar inyecciones y cuidar enfermos, lo aprendió de mí. Se quedará en su casa, mientras la necesite, apenas esté recuperada y pueda valerse por sí misma, volverá conmigo.
Estoy feliz de contar con Antonia, siempre atenta, se anticipa a mis necesidades. Estableció una buena relación con Lobo que ni siquiera gruñe cuando se le acerca.. 
-Hoy, feliz e inesperadamente, se aclaró todo. Le  pregunto a Antonia  por la comida  que prefiere su patrona, porque deseo  invitarla este mediodía. –Pasta, - contesta, -y con una buena salsa.
Le recomiendo que disponga de lo necesario.-¿Hay hongos, Señora.?, a la Dra. le encantan, comenta. Mientras pienso dónde guardé los de la última cosecha, sigue  con su parloteo
–si no se acuerda, tendremos que pedírselos a  Ramoncito. – ¿Qué dijiste? pregunto 
-Ramoncito, es mi tío, es algo retrasado, aclara tocándose la sien, se perdió hace unos meses, busca hongos de pino, siempre lo hace en otoño. Volvía con una bolsa llena cuando le salió un perro enorme que lo quiso devorar....Se asustó tanto que  tiró la bolsa para entretener al perro y echó a correr por el monte, se hizo de noche  y siguió corre que te corre, internándose cada vez más.  La cuestión es que apareció días después todo magullado, rotoso y  lo peor sin los  hongos que le habían encargado.
Con su relato, sin saberlo me devuelve la paz.
-¡Ahora recuerdo dónde puse los hongos! No tendremos que pedírselos a Ramoncito-digo- ¡A lucirse, Antonia, vamos, que  hay que agasajar a tu patrona!
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Descripción

La decisiva accin de un perro salvaje, salva una vida.

Palabras Clave: Aislamiento agradecido.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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