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BUENOS AIRES, jul 15 /2010- El Congreso de Argentina aprobó en la madrugada del jueves el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que convirtió al país en el primero de América Latina en extender a los homosexuales el derecho a casarse. Algunos jueces de paz, niegan su participación, amparándose en la Constitución. Mi conciencia, me lo impide, Usted. debe comprender, por más que me lo exigieran, siempre me voy a oponer. Me atengo a la Ley de Dios que la Biblia, la refleja, Una mujer + Un Hombre, componen una pareja. Es tan claro, como el agua, como el cristal, transparente, Quien no lo pueda entender, es sólo porque no quiere. Y que nadie me lo imponga. Ha agotado mi paciencia, Se que me asiste el derecho Y es “Objeción de Conciencia.” , Fue una tarde de setiembre de octubre ó tal vez de enero…, Lo que si tengo presente y eso sin duda, retengo, mi mascota, ese mal día, se escapó para los techos. La sabía muy capaz de provocar gran revuelo. Conociendo bien la tela y anticipando los hechos, corrí en procura de ayuda, amparada en mis derechos. Era un mono capuchino, que nunca deseé tenerlo, mascota que me dejaron, de guarda, sin yo quererlo Al no poder aceptar la lógica del encierro, el mico se me escapó, apenas lo dejé suelto. Desgarrando las cortinas, libre trepó hacia los techos. Llegaste en ese momento, que para mi, fue crucial. Pediste que me calmara y comenzaste a trepar por las paredes del frente. Yo dejé de respirar, el riesgo a que te expusiste, hizo que me sienta mal. Bajaste al cabo de un tiempo, eterno, fue para mi, Por cosas que me pasaron, he aprendido hasta a fingir Y cuando te vi distinto al que trepó la pared Ahora sucio y rotoso y sin el monito aquél que mansito volvió a casa a la hora de comer. Mientras, te jugaste entero y yo, sin saber qué hacer. Yo no quiero decir lo que no siento, ni fingir, ni mentir para agradarte, tal como soy, sin duda, has de aceptarme, tal como eres, sin duda, yo te acepto ¿Cómo saber de ti, si eres sincero? ¿Creeré todo, para ilusionarme? Feliz de mi, cuando dices amarme, como sentir que voy tocando el cielo. Es que dominas el juego de palabras y las sometes a tus voluntades para expresar aquello, que tu sabes, provocará el efecto, que tu quieres. Y yo, que soy sensible, a pesar mio, ¿Qué puedo hacer?.. tan sólo conformarme ¿Cómo escapar del lazo en que he caído? si lo que menos deseo, es liberarme. Quince años, juntos vividos y todo el bagaje, que supone compartir, con otro, ese mismo viaje. Compaginó en su memoria, momentos que ya pasaron, felices, tiernos, alegres… .. otros, más vale, olvidarlos. El tiempo de adaptación, de aceptar y comprender, de esperar y depender y ahuyentar la sensación de sentir como invasión, la presencia de otro ser. Sucede, es común que sea. “Al fin, ni somos parientes, de ignoto desconocido, pasaste a ser mi presente” Es como se dan las cosas, De los labios de su hombre, en el climax del amor..... la nombró con otro nombre.Fue la gran revelación. , El tiempo me va llevando al final de mi camino, Implacable, no detiene, su marcha, ni a mi destino. He vivido todo aquello que hace la vida más grata Y también el sufrimiento que fortalece ó que mata. Hubo gente que me amó, de eso quedaron constancias, en el alma, en la memoria, en mis satisfechas ansias. Nada me hace suponer, que yo tenga que morir, por ahora... con el tiempo, es posible que sea así. De todos modos, no estoy, apurando el desenlace, Si se demora… mejor. Voy feliz en este viaje mientras no haya un imprevisto, que acelere la cuestión, sigo alegre mi camino sin otra preocupación. El aire que hoy trae la brisa, es más tibio, más sereno. Al despertar, me ha besado en la cara y en el pelo. En una sensual caricia, ha envuelto, todo mi cuerpo, como amante enamorado con pleno consentimiento. Las plantas, en el jardín, como tras un largo sueño, sacudieron lo marchito que arrastran desde el invierno. Un renacido esplendor, las cubre de encantamiento, y pinta en gamas del verde lo que antes, estuvo seco. Esmeraldas del jardín que para su lucimiento, las ha cubierto el rocío, con perlas de brillo intenso, donde se quiebran los rayos, alucinantes de Febo. La mañana es una fiesta de promesas venturosas, La savia estalla en las plantas, que la vida, generosa, prodiga todos los años cuando bendice las eras. Se alegra mi corazón y el de que a este lugar llega, en busca del renacer de una nueva Primavera. El gitano seductor, se enfrentaba a su mujer , que celosa lo encaraba, por cuestiones del querer. A él, que en eso tiene escuela, nadie lo puede vencer. -Siempre has sido, para mi, un enigma indescifrable. Nunca pude comprenderte y lo juro, por tu madre, que traté constantemente, de hacerlo y es importante, que te enteres y que sepas que jamás quise engañarte. Si te dicen que me vieron en dudosas situaciones, Dile a los que eso te dicen, que te digan las razones de porqué me andan siguiendo, conqué oscuras intenciones, objetivos perseguidos y te den explicaciones. No me ocupo de sus vidas, de lo que hacen o que harán. Espero de ellos lo mismo y dejen de fastidiar. Ahora, hagamos las paces y una vez en su lugar los que te fueron con cuentos, iremos a festejar a un boliche que conozco, verás que a nada es igual es un verdadero hallazgo.¡ Me vas a felicitar! Me miras, no dices nada, pero hay algo en tu mirada que me dice lo que callas mejor que muchas palabras. ¡Qué entendimiento perfecto! Sin preámbulos verbales. Tu sonrisa y mi sonrisa, trasmiten felicidades. Mis manos entre las tuyas lánguidamente descansan, entregadas a tus besos, dulcemente acariciadas. Ahora buscas mis labios, los ofrezco sin reparos. ¿Porqué habría de ponerlos, Si es lo que tanto he deseado? Ni pido ni hago promesas de eterna fidelidad Sólo vivir el momento de felicidad fugaz -Se que no vas a creer si te digo lo que siento. Y no lo vas a creer, pues yo mismo no lo creo. Hace unos meses, nació, en mi pecho, un sentimiento. Creció hasta desbordar mi básico entendimiento. Es tan grande, tan profundo, tan bonito y diferente, que se ha instalado y deseo, se quede aquí para siempre. Mis amigos, suspicaces, me observan con pesimismo y les cuesta convencerse de que ya no soy el mismo. El que iba de flor en flor, libando las mil dulzuras, hasta el día en que la vi y se acabaron mis dudas, mis devaneos frecuentes, mi versátil apostura. Fue sólo verla y perder, por completo la cabeza. Un metejón importante, de esos que te hacen dar vuelta. Murmuran mis conocidos, que dejé de ser lo que era. Ella... es…. que puedo decir, es un sol, es una estrella. Cuando la veo llegar, comienza la primavera, aunque sea pleno invierno, llueva o hasta caiga piedra. Con decirte que he pensado, seriamente en el casorio Yo, que siempre me escurrí de enredarme en ese embrollo. Para anular este hechizo, es lo único aconsejable,. la convivencia, eso pienso, es lo más recomendable. Lograré el justo equilibrio, la razón me asistirá, Bien valdrá, este sacrificio, por tanta felicidad. Hijo de inmigrantes gringos que a Santa fe, habían venido, Juan Bautista Bairoletto, fue el Robin Hood argentino. Su padre, arrendó unas tierras, se instaló con la familia. El trabajo era muy duro. Juan apenas era un niño. Tuvo que dejar la escuela, había que colaborar. Murió su madre pero él no se permitió llorar. Su orfandad como una herida, fue lenta en cicatrizar. En su carita de gringo, mirada limpia y sincera, vestido como gauchito, peón en tierras ajenas. Apenas adolescente, inició una relación. con una joven bonita que en un burdel conoció. Para su muy mala suerte ahí mismo se presentó un cabo al que la chica, varias veces despreció. Amenazó fiero a Juan, que si lo volvía a ver rondando por el lugar, se las vería con él. No era fácil de asustar, se burló de sus palabras. Pero si no había una razón, era fácil inventarla. Arrestó el cabo, a Juan y en presencia de su amada, le propinó una paliza para doblegarle el alma. Repuesto de sus heridas, no de aquella humillación, Volvió el muchacho a buscarla y en el pueblo se mostró para que el cabo supiera que no sentía temor. No tardó en llegar y al punto, nuevamente lo insultó, de un lonjazo traicionero, del caballo, lo volteó. Le apuntó Juan y certero, en la garganta le dio. Los testigos asombrados del drama que se jugaba, la atropellada carrera del caballo con su carga que se esfumó entre el polvo que los cascos levantaban. Las circunstancias lo empujan, hizo lo que no pensaba Cansado de tanto huir, de esconderse, de ser presa de tanto inescrupuloso en busca de arma certera, nunca fue gatillo fácil, la vida, lo puso a prueba. Pide, le dan garantías y a la justicia se entrega. A Juan le cuesta entender porqué la justicia es lenta, Mientras el tiempo transcurre y el sigue tras de una reja. Él, que ama la inmensidad por los eternos caminos sobre su potro alazán, en busca de otros destinos. Los testimonios abundan, que lo dan por inocente le otorgan la libertad. Tarde. Ahora es diferente. Descreído de la justicia, Juan se convierte en bandido y reparte entre los pobres lo que le saca a los ricos. La gente humilde, lo ayuda y le ofrece protección Lo esconden y lo proveen, si amerita la ocasión. Él retribuye con creces si la situación permite y se establece un acuerdo secreto, tácito y firme. El instinto que señala al inocente, en el humilde, es un instinto preciso, muchas veces infalible. Prófugo, huyendo sin pausa, bebiéndose los caminos, con sabuesos tras sus pasos, traicioneros asesinos que le tienden una trampa y le marcan un destino. Otra vez, no volverá a sufrir en la prisión. El arma apunta hacia si. Es su última decisión. Detrás de los ventanales de su morada, ella mira. Porque detrás, lo supone, hay una vida, distinta. Distinta a la que conoce, a su manera, distinta, No será mejor ni peor, sencillamente, distinta. Ha visto gente pasar, de todas las cofradías, Apurados, abatidos, preocupados sin medida, Lo presiente en esos ceños, en esas caras fruncidas con arrugas acentuadas y las miradas vacías. Nadie ha detenido el paso, en esa poblada vía, ni cruzado su mirada, ni ofrecido una sonrisa. Todos marchan apurados, como siempre, cada día. Entre inexpresivos rostros, uno, distinto, la mira, se acerca hasta su ventana y hasta ensaya una sonrisa. Ella piensa...” las ilusiones no están, después de todo, perdidas.. alguien sonrió de aquel lado”. La esperanza renacida, seduce a su corazón que tan poco necesita, para acelerar el ritmo, aunque sean fantasías. El único que sonrió, trae en su mano y agita algo que busca vender... Ella baja su cortina. Cuando tu gentil presencia, con el tiempo, se diluya, es natural que suceda y acontece con frecuencia. Cuando tus diarios rezongos, habituales, en los viejos, se instalen en esta casa para ser tus compañeros. Cuando esos días serenos de los tiempos compartidos, monótonos y triviales, ahoguen las alegrías. Tus pasos lentos, pausados, para evitar el cansancio, busquen los medicamentos que el médico ha recetado, para combatir el reuma, la artrosis, la osteoporosis, la gripe, arterioesclerosis, recuperar la memoria… en un listado sin fin…. Sabes, en esos momentos, estaré lejos de aquí. Por tanto haberte querido, ¿me darás una razón, una breve aclaración, para explicarme tu olvido? Si yo todo te lo he dado, hasta mi propio apellido hasta el alma, te he entregado y no conforme, te has ido. Rebobino lo pasado, para encontrarme un defecto, que pueda justificar, esta ignominia que has hecho. Y sin embargo, no encuentro, nada que avale tu olvido, nada para reprocharme, ni te he dado algún motivo para que de mi te alejes y me induzcas al suicidio. Creo que aquí se concluye.¡ Esto no da para más!. Lo terrible de esta historia que acaba de terminar No me queda otra salida, ¡Tendré que ir a laburar! No me vengas a buscar, ni pretendas que te quiera. Ya te quise, alguna vez y me abrumó la experiencia. No lo volvería a hacer, ni loca, lo consintiera, Ni ebria me has de tener, si el alcohol, me confundiera. Voy de tropiezo en tropiezo, sorteando los pedregales, que puso mi mala suerte para que vuelva a encontrarte. Y me sumerjo en el río para lavar de mi piel, esos roces y esos besos que ahora saben a hiel. A la iglesia fui a pedir un bote de agua bendita, aspergé todo mi cuerpo, para borrar tus caricias. Mi piel, la froté con piedras para sacarme tus huellas, Las que me dejaste un día y como brasas, me queman. Para arrancarte de mí, flagelo todo mi cuerpo. Lo martirizo de día y en las noches lo condeno. Para agregar amarguras y no restarme un tormento se desvive por volver a fundirse con tu cuerpo A la virgen del Pilar, le pedí que vos me quieras. Esa virgen milagrosa, me tiene en lista de espera. Mi paciencia no se agota, en cuestiones del querer. Orando paso las noches y eso lo sabes muy bien. Regresas de madrugada, me asomo por el balcón y me arrojas, con un beso, una rosa o un malvón. Cuando se secan, los guardo, de tantos, tengo un cajón y el papel que lo envolvía, cuando arrojaste un bombón. Después que cierras tu puerta, a la cama vuelvo yo a besar, enamorada, el tallo de cualquier flor, que arrojaste y de tu mano, aún conserva el calor. Para calmar tu sed hoy he buscado, entre la fronda, el manantial prohibido, por las ásperas rocas, he subido y heridas, estas manos, han sangrado. Satisfecho, por haberlo encontrado para ti, sin pensar en lo sufrido, el agua milagrosa he conseguido. y a tu boca, pura y fresca, la he llevado. Silencio es la respuesta que me has dado. Indiferencia solo he recibido. No ha sido mi intención ser bien pagado. Por el esfuerzo, al menos, bien mirado. Pero no, nada de eso ha sucedido Y aquí estoy, andrajoso y amargado El hombre enfoca su vida hacia el triunfo personal No soy quién para decirle si eso está bien, o está mal.Se lo va a decir el tiempo, pero como andan las cosas, se podría adelantar que de nuevo se equivoca. En pos de lo que persigue, deja mucho en el camino, Pero nada que le diga, hará cambiar su destino. Si se ha fijado una meta, ciego hacia ella irá Y derribará murallas para poderla alcanzar. Aunque su costo sea alto y tenga que renunciar a alegrías cotidianas, la voluntad va por más. Si el hombre es perseverante, seguro que llegará a donde fijó su meta y tal vez, un poco más. Contados son los que llegan. ¡Tanto se debe luchar! lo que dejó en el camino… mejor es no recordar. En la cima de la gloria, de su triunfo personal. Si se da un breve respiro sólo por reflexionar, En ese trance, la vida, le exige su condición. Está muy sólo. La cima, es la incomunicación. Quiera el cielo que mantengas, por siempre, el alma de niño, la mirada trasparente, el trato amable y sencillo. Así es como quiero verte, como fuiste de pequeño, amado por conocidos respetado por ajenos. La estrella, esa que te guía, solamente por tu bien, orienta siempre tus pasos que eligen obedecer. Que nada empañe, ni enturbie la luminosa armonía que emana de tu vivir en paz y sana alegría. Saberlo, me hace feliz, Te adueñas de mi cariño. Permita Dios, que conserves, por siempre, el alma de niño, Me he resignado a perderte, aunque olvidarte, no puedo. Cómo podría olvidarte si en el corazón te llevo? Nada, de la vida, espero. Que es lo que puedo esperar? Si desde que te marchaste nadie ocupó tu lugar. Y se que no volverás Esa ha sido y es mi suerte Querer como te he querido y terminar por perderte. Debo dar gracias al cielo Por haberte conocido No muchos tienen mi suerte, Querer como te he querido. Con tu recuerdo me basta para afrontar al destino, aunque tenga que seguir en soledad, mi camino, Hoy abrí de par en par, las puertas y las ventanas. Que entre a raudales el sol y el aire de la mañana. Necesito renovar la atmósfera que respiro, limpiarla de malas ondas y ahuyentar lo negativo. Ardientes rayos de sol, se quiebran en los espejos y ponen notas de luz en paredes y azulejos. Los caireles de cristal, en donde inciden los rayos multiplican resplandores y hay brillo descontrolado. Estoy algo enceguecida. Tras los párpados cerrados, percibo ardiente , la luz, que parece traspasarlos. Vuelvo a la normalidad, Recupero mi visión, El negro vuelve a ser negro y el color vuelve al color. Fue un cariño tan bonito aquel que un día me diste. Otro día se acabó. El porqué, no lo dijiste. Con el amor propio herido, nada quise preguntar. Como sin darle importancia, partí sin mirar atrás. Te perdiste por la senda que el destino te marcó. Un sollozo contenido, en mi garganta quedó Cada uno fue por su ruta Cada uno tras de su sino. Pero tu recuerdo, vuelve como venciendo al olvido. El tiempo pasó inclemente, se llevó las primaveras Nos ha dejado el otoño y el invierno, está a la espera. Fue difícil para vos, aceptar mi despedida. También lo fue para mí. Era algo que me debía. Nunca es bueno prolongar una situación ficticia, yo no te podía amar ni vivir de una mentira. Y mirándote a los ojos te dije lo que sentía, Solo era amor fraternal y no lo que pretendías. Con sinceridad, no alcanza. Eso pude comprobar, cuando te vi enfurecido, sin poderte controlar. Mi serenidad, se impuso. No esperaba maldiciones, hasta que oí, de tu boca, -"Ojalá que te enamores!” Recuérdame alguna vez O todas las que tu quieras Yo lo sentiré en mi piel, como caricia ligera. Calmará mi incertidumbre, dudas y algo de temor que suelo sentir a veces, cuando me falta tu amor. No digas que me equivoco, que falla mi percepción, Argumentos destinados a aumentar mi confusión, la tristeza y esta angustia que oprimen mi corazón. Recuérdame cuando miras, el cielo, al atardecer. El mismo cielo que juntos, nos vio por primera vez Y en las estrelladas noches, quiero que mires, también yo miraré el mismo cielo..... aunque conmigo no estés. Cúantas veces volví, sin darme cuenta, Sin conducir mis pasos, ni guiarlos, Sin que mi voluntad se interpusiera, al lugar de mis días encantados En la calle, ancha, tranquila, luminosa, busqué las risas, los llantos, las palabras. El eco del pasado ya no estaba, aunque en mi corazón, siguiera intacto La casa del abuelo, sus portones, sus altos ventanales y sus plantas, la madreselva que envolvía al muro, en abrazo de amante, enamorada. Un poco, más allá, mi propia casa, donde la infancia transcurrió, sin penas, como el muro, que envuelve acariciante y protege frondosa madreselva. Y aquél primer amor, el más ingenuo, el más dulce, el más tierno, el más osado, entre risas y juegos infantiles, el misterio de un beso, ha develado. Es aquí, en esta calle, entre estos muros, silenciosos, ajenos, donde yacen, mis sueños de la infancia, los afectos de siempre.. y mi añoranza. No he venido para verte, ni para pedirte nada. Me trajeron los recuerdos y una profunda nostalgia. Aquí, entre estas paredes, se quedó parte de mi alma, el día que decidiste, que abandonara esta casa. Tu amor ya se había ido por puertas y por ventanas, detrás de una fantasía y no supiste evitarla. Bien podía suceder que la ilusión se agotara y enfrentar la realidad, sería lo que quedara. O bien pudieras hallar en aquella tentación, lo que llenara tu vida de perdurable emoción. Hiciste lo que deseabas. No te quise detener, para que vieras, por vos, que errar, causa padecer. Por lo que me toca ver, no te fue como pensabas. Eso suele suceder. Y aquí, no ha pasado nada. No me alegra tu tristeza, Ni verte con esa facha. Pero me voy convencido que estabas equivocada Sobre un burrito gris plata, sentadita, va María. José jala de una cuerda, si el burrito se desvía. ¡Apura el paso, borrico, que debemos encontrar un lugar para María, cansada de tanto andar!. No te distraigas, burrito, mirando las mariposas. Dice José, preocupado, al ver sufrir a su esposa. Solo encuentran un pesebre, donde repose María. Está por llegar El Niño. Ruega a Dios y en él confía. La brisa trae fragancias de sándalos y de inciensos. El lugar se ha transformado Porque el Niño está naciendo. Ángeles bajan cantando a compartir el momento. El tiempo se ha detenido La tierra, se ha vuelto cielo. Y quedé pensando en ti cuando ya habías partido, La emoción nunca se ausenta, Aumenta cuando te has ido. Puede que eso sea amor, Puede que sea delirio. Solo se que si no estás, lo mismo, yo te percibo. A solas, hablo contigo, Si alguien llegara a escuchar dirá que me he vuelto loca y me querrán encerrar. No hagas caso, lo que digan. Nadie podría entender que solo me vuelvo loca si no me quieres querer. Eso no sucederá tu me quieres, yo te quiero es lo que debe importarnos, lo demás, es puro cuento. Tras un detenido examen, que me ocupó, en la mañana, dedicado a observar, las arrugas de mi cara, vi. en este mapa facial, con la visión aumentada, algo que me interesó, aunque no me lo esperaba, los estragos que provocan acciones buenas y malas. En la frente, alcanzo a ver, sorpresas y desconfianzas. En el ceño, la fatiga, el enojo, la amenaza, por alguna travesura que me dejó sin palabras. Alrededor de los ojos, acentúan la mirada y dan una sensación, de madurez, sazonada con experiencias de gozos que trascienden desde al alma, un cúmulo de ansiedades, de deseos y distancias. En los rictus de la boca, alegrías, añoranzas, sonrisas acariciantes, algunas intencionadas, y rechinar de los dientes por paciencias agotadas. En el detenido examen, que me ocupó, esta mañana, logré este mapa facial, que es la historia, bien contada de la vida que he vivido y no deseo cambiarla, con ella siento que estoy, del todo identificada. Me abstengo de los retoques, de la cosmética vana, de picaduras de avispa y siliconas variadas. Me muestro, tal como soy, a nadie le envidio nada. Cada ser llega a este mundo, con una misión marcada. He decidido aceptarme, como soy, no disfrazada de algo que nunca seré y que no sirve de nada. La inteligencia es un don y debemos cultivarla. Como forma de expresión, el uso de la palabra. Amerita comprensión. Sabremos valorizarla. Me dedicaré a escribir, con la mente despejada. Si alguien quisiera acercarse, sin apuro ni desgana, con la mínima atención, para entender de qué trata, si le agrada, le conmueve. Si no le provoca nada, tal vez, en un nuevo intento, procuraré conformarla. Lo mismo, seré feliz. Encontré lo que buscaba, la manera de expresar, todo aquello que nos pasa. ¡Como ha cambiado mi vida desde que te estoy queriendo! Ni yo mismo se quién soy, Ni a qué me estoy pareciendo. De situaciones como estas, no registro otra experiencia, aunque tengo que asumir que he perdido la vergüenza De noche me invade un miedo que antes nunca conocí y me sacuden las dudas por no saber más de ti. Solo cuando estoy contigo cede el gran padecimiento y tu adorada presencia acrecienta el sentimiento. Desnudo, ante ti me expongo, con total sinceridad, que sepas todo de mí: mi fuerza y debilidad. Mucho depende de ti, que me quieras y quererte para desear mas la vida…. para ahuyentar a la muerte No pido a los Reyes Magos que me dejen un regalo. Con los que papá me trae, tengo mas que demasiado. Les escribiré una carta para hacérselo saber, Ya tengo más de la cuenta. Muchos desean tener. Los Reyes, tal vez, no saben, aunque debieran saber, hay tantos niños que esperan y van perdiendo la fe cuando en sus rotos zapatos, no encuentran ni un alfiler. Ellos viven pobremente, no tienen para comer y los Reyes nunca llegan y ellos dejan de creer y se vuelven resentidos, la vida es bastante cruel Todo lo bueno es ajeno, Para ellos, es padecer. Piensen, los que nos gobiernan, Todo vuelve en este hacer El que llena sus bolsillos, con dinero mal habido, para vivir con holgura, ha robado y ha mentido. Cuando muere, nada lleva, ni necesita tener. Producto de su rapiña otros disfrutan por él. Seguro, no lo sabía, ni siquiera sospechaba, lo mucho que la quería y de ese amor, se burlaba. Cansada de sus ofensas, de ofrecer sin recibir, resentido el corazón, ante tanta indiferencia. Decidió arrancar, de si, ese amor que la humillaba, que no la hacía sentir, lo que su alma reclamaba. Sabe Dios que nunca es fácil, desterrar al sentimiento, arraigado en lo profundo, a prueba de cualquier viento. Sangrante la herida abierta, provocó angustia y dolor, confió en el paso del tiempo, que cierra heridas de amor. Un día partió del pueblo, temprano, al amanecer, sin despedirse de nadie, con un bolso, subió al tren. Su mirada barrió el pueblo que un día la vio nacer. Sin lágrimas y sin pena, supo que no iba a volver. Un capítulo, en su vida que fue solo, padecer. Rumores de la partida, llegaron a sus oídos, al principio, no creyó, pensando que eran delirios, estrategias de mujer que anda en busca de marido. Si estaba muerta por él, lo amaba con devoción, hasta el punto de olvidarse de su propia condición recogiendo las migajas que cuando él quiso, le dio. Y así fue pasando el tiempo, sin noticias ni señales de aquella que se marchó por no seguir con sus males. En las noches, una sombra, se ve pasar por su calle y en la ventana de reja, donde solía esperarle, se apoya, la triste sombra y aguarda por si Ella sale, con su infinita dulzura a ahuyentarle los pesares. Aunque todo eso ya fue. Por desgracia se hizo tarde Maldice su mala suerte porque no supo apreciarle. Arroyito de Aguas de Oro, de agûita mansa y serenaque en los veranos lluviosos, se vuelven densas y arteras.Mis propios ojos han visto, ésas que fueron serenas,arrastrar puentes y casas, árboles y grandes piedras,desbordarse de su cauce, rugir igual que las fierasy perderse en la espesura, sin que nada las contenga.Luego, cuando el río baja y sus agùitas se aquietan,torna el arroyo a su cauce que ya pasó la tormentay vuelve a ser transparente... se pueden mirar las piedras y los pequeños guijarros que cambiaron de querenciacuando la fuerte corriente, de un lado al otro los lleva. Así es mi arroyo, tranquilo y en ocasión, tempestuosoy vuelve a ser transparente, el mismo que yo conozco. Lo que sucedió aquella tarde, marcó mi vida. A partir de ahí, no busco explicaciones para ciertas cosas que suceden, ignoro a qué atribuirlas y no intento darles un significado mágico ó milagroso, simplemente, las acepto y me satisface haberlas experimentado. Llevo en mi dedo anular, la prueba irrefutable de lo que viví. Pasó mucho tiempo, pero todavía, cuando debo enfrentarme a una situación difícil o dolorosa, aprieto entre mis manos este delicado anillo, entonces, me invade una sensación de paz y sosiego... . Mi primera maestra, fue mi madre. Eran los años dorados en que merecía toda su dedicación. Como hija única, consentida y mimada, igual que lo fue ella, la veía como una hada maravillosa que vivía pendiente de mis necesidades y también de mis caprichos. De mi parte, correspondía a la altura de las circunstancias y me esmeraba para alcanzar cada una de las metas que me fijaba. Cuando fui mayor, recién tuve conciencia de mi egoísmo, que en esa época ya se insinuaba y creció a medida que fueron desarrollándose los acontecimientos. Todo lo que se me antojaba, lo conseguía. Estaba muy conforme con ese estilo de vida y ni por casualidad me ocurría pensar que pudiera cambiar. Pero como todo lo bueno tiene fin, tuve que asumirlo y resignarme a las vueltas de la vida. Cumplí siete años. Desde ese momento empezaron a cambiar muchas cosas y algunas me alarmaban porque tenían que ver con la figura de mamá, menuda y delicada. Cada vez que su breve cintura se ensanchaba, llegaba un nuevo hermanito. Nació Aníbal, el primero. Se ganó ese nombre porque papá admiraba al Aníbal cartaginés, personaje valiente y decidido que había tenido en jaque a los romanos durante mucho tiempo, su campaña con elefantes y guerreros, a través de los Pirineos y de los Alpes, fue una gesta valerosa aunque terminó con la destrucción de Cartago y su suicidio en Bitinia. Yo, veía a nuestro Aníbal, tan diminuto e indefenso, en su cuna y me parecía que el nombre le quedaba demasiado grande. Siguieron dos niños más, con muy breve intervalo, el mínimo requerido en estos casos. La familia, se volvió numerosa de repente. Mi vida, cambió como la de todos los que habitábamos aquélla hermosa vivienda perfumada de jazmines. A toda hora se escuchaba llantos de niños. Las personas que ayudaban en casa, corrían de aquí para allá, el médico, pasaba más tiempo con nosotros que con sus propios hijos, él mismo lo decía. Mamá había cambiado, estaba muy delgada y consumida, no se la oía reír ni cantar. Para que mi educación no se resintiera, papá, contrató una profesora que todos los días a las ocho en punto de la mañana, se hacía cargo de mi educación.. A las doce, servían el almuerzo, que compartíamos juntas, después si mamá lo autorizaba, salíamos a caminar, o me llevaba hasta el parque para jugar en las hamacas. A las cinco de la tarde, el maestro de piano, llegaba con los brazos cargados de partituras. Era un hombrecito calvo, muy nervioso y siempre apurado, tenía alumnos repartidos por toda la ciudad. Me enseñaba solfeo, ejecución, composición, la correcta posición del cuerpo, de las manos, de los dedos y me torturaba con las escalas. Una tarde, concluida mi clase de piano, fui a descansar a la galería, mamá daba el pecho a Joaquín de dos meses, su última adquisición, acerqué mi rostro al suyo para besarla y sentí húmeda la mejilla. Sorprendida y alarmada, porque nunca la había visto llorar, pregunté cuál era el motivo. Con la voz quebrada, contestó que debía hacer un largo viaje. - ¡Qué bueno! exclamé, voy a preparar mis cosas. Entrecortada por los sollozos, su respuesta me detuvo en seco. – No es necesario, viajaré sola. Había notado, con infantil desazón, que a medida que nacían mis hermanos, mis demandas y mis gustos ya no eran satisfechos como cuando era hija única. Mis padres casi no reparaban en mí, y en ocasiones, ni siquiera tenía, como en años anteriores mis vestidos impecables, colgados del perchero. Tampoco me preparaban mis comidas preferidas y para colmo de males, mamá tenía intención de irse sola a vaya a saber dónde. Fue la gota que colmó el vaso. Llené una valija con ropa, algunos libros y juguetes, mi muñeca preferida y un frasco de colonia inglesa, regalo de mi madrina. Mandé a Panchita, la muchacha encargada de la limpieza, a buscar un coche y salí a la galería con mi valija. En el zaguán, me topé con papá que llegaba muy nervioso. Me preguntó a dónde iba. -Aquí ya no se puede vivir, contesté, hay demasiados niños llorones y ya que mamá se va sola, yo también. Esto último lo dije en actitud desafiante. Me arrebató la valija de las manos y la estrelló contra la pared. El impacto, hizo que se abriera y desparramara todo por el piso. El frasco de colonia cayó al suelo estrepitosamente junto a mi ropa, vidrios rotos y el fragante contenido estúpidamente desperdiciado. ¡Tanto que la dosificaba para hacerla durar y ahora se escurría entre las baldosas! En ese momento, odié a mi padre por su violenta actitud, después, todo sucedió tan rápido, la enfermedad de mamá, su muerte y la nueva vida con los abuelos, que tras enterrar a su hija única, se hicieron cargo de sus cuatro nietos, una calamidad que no les dio respiro ni tiempo, para elaborar su duelo. La triste mañana que velaban sus restos, fui a buscar leche tibia para Joaquín, mi hermanito menor, oí a Herminia, la cocinera, decir, refiriéndose a mi padre, que no soportaría dormir sólo ni una semana, su comentario se truncó bruscamente a mi llegada. . Confieso que me hubiera gustado saber más, consideraba a mi padre un hombre fuerte, seguro y sin temores y lo que había oído, echaba por tierra esa consideración, de todos modos, no me atreví a preguntar, esa mujer, al decir de mamá, cocinaba como los dioses, razón por la que permanecía en casa, pero su lengua era de temer. Contra mi deseo, no pregunté nada, pero quedé muy intrigada. Meses después, encontré explicación a sus dichos. Mi padre, de nuevo dispuesto a contraer nupcias, para evitarse las complicaciones que seguramente le acarrearían tres niños pequeños y una hija algo mayor, se desentendió de sus cuatro vástagos y los cedió a los abuelos. Recién advertí la catástrofe en que nos sumía la muerte de mamá, cuando debimos abandonar nuestra hermosa residencia, en la ciudad de Jujuy. Dentro de sus amplias y luminosas habitaciones y en sus jardines donde el persistente aroma de las flores y el trino de los pájaros embargaba los sentidos, había transcurrido mi vida desde que tenía memoria. Los abuelos, que vivían a pocas cuadras de nosotros, decidieron trasladarse a su finca de Uquía, cercana a Humahuaca. Allí había mucho espacio y todo lo necesario para que sus nietos pudieran vivir bien. La realidad, era que abuela, dolida por la actitud de papá, temía que nos cruzáramos con su nueva mujer, en una pequeña ciudad era muy posible, lo consideraba una afrenta y su orgullo, no lo podía tolerar. En esos días, cumplí diez años. La muerte de mamá, me hizo madurar de golpe, junto a mis hermanitos, contenidos y cuidados, viajamos a Uquía A papá, lo perdoné, antes que padre era hombre, como dijo la cocinera, no lo podía evitar. Sin embargo, debo reconocer, que costeó los mejores colegios para nosotros, sus hijos y constantemente se preocupó por nuestras vidas, aún cuando lo veíamos muy poco. Próximo el año lectivo, tuve que convencer a mis abuelos y también a papá, de la urgencia de ingresar a un buen colegio donde continuar los estudios, irregulares, mientras duró la enfermedad de mamá. Elegí el Colegio del Huerto en la ciudad de Jujuy, donde mamá había cursado los suyos. Siempre tuvo fama de albergar a las niñas y jóvenes de las familias tradicionales de la ciudad. Era una buena razón, más que suficiente para que aprobaran mi petición. Sería en calidad de interna, le aclaré a mi padre para evitar que se opusiera. Ansiosa, con el equipaje listo, me despedí de abuelos y hermanos y viajé en tren, acompañada por la hermana de mi abuela que tenía la misión de llevarme hasta el mismo colegio. La Abadesa, una mujer alta y de severo aspecto, me recibió con un discurso que remató con su frase predilecta: “Las puertas de esta casa son tan estrechas para entrar, como anchas para salir” Después de darme instrucciones, órdenes y consejos me acompañó hasta el dormitorio que iba a compartir con otras niñas más ó menos, de mi edad. Así comencé una nueva y provechosa etapa. Mi carácter sociable, hizo posible una rápida integración. Generosamente, mis compañeras, me pusieron al tanto de la rutina. Recuperé el tiempo perdido y me afané en asimilar las enseñanzas impartidas. Teníamos muchas horas dedicadas a meditar y orar. Mi naturaleza activa e inquieta no era compatible con tan pasiva actitud. Esa obligación excluyente, me aburría tanto que ideé una manera de evadirme, sin evidenciarlo. Ponía cara de devota y dejaba vagar mi imaginación, repasaba mentalmente las lecciones, inventaba y adaptaba cuentos para relatárselos más tarde a mis compañeras. Así, en apariencias, cumplía las condiciones exigidas en ese sagrado recinto. La educación y la instrucción que se impartía, eran de excelente nivel y lógica consecuencia del esmero y dedicación puesto por maestras y profesoras. Al terminar el año lectivo, volví a la casa de mis abuelos a pasar las fiestas en familia. El reencuentro con mis hermanos fue emocionante y también algo fastidioso. Me trataban respetuosamente por la diferencia de edad y por lo que significaba, para ellos, estudiar y vivir lejos de casa. Rivalizaron por mostrarme todo lo que aprendieron durante mi ausencia. Al principio, la ansiedad, los puso insoportables. Conté hasta diez, y recordé lo que mamá hacía en estos casos, atendí al que menos se puso en evidencia. Les di a entender, que no era cuestión de gritar sino de mostrar educación y compostura. En la extensa propiedad, por donde corrían cristalinos arroyos que bajaban de la montaña, tenía mi abuelo su molino al que acudían los agricultores de la región a llevar el grano para la muela. Mi tarea, en tiempo de vacaciones, como nieta mayor y responsable, consistía en cobrarles, de acuerdo a la cantidad de cereal que traían a moler. También, clasificar la fruta, duraznos, ciruelas, manzana y uvas que se daban en abundancia. La mejor, era para la mesa, la madura para hacer dulces y mermeladas y una cantidad se separaba para consumir seca. Concluida mi tarea, después de rendirle cuenta al abuelo, de lo recaudado, me perdía en la cocina, ahí aprendí de Encarnación, la cocinera salteña, que siempre acompañó a mis abuelos, a cortar el durazno como se pela una naranja, hasta el hueso y preparar muñecas, que dejábamos secar, no era muy difícil en un clima tan desprovisto de humedad, también charqui, finas tajadas de carne de llama que cortaba y salaba para que resistieran hasta el momento de su consumo. Ya, en ese tiempo, curaba los cuartos traseros de ese camélido que, estacionado convenientemente, sabía como el jamón de cerdo. A la hora de la siesta, me gustaba verla preparar el pan. Lo hacía una vez por semana para toda la familia. En una gran batea, disponía la masa, previamente leudada, con sus hábiles manos la golpeaba y estiraba hasta que quedaba lisa y suave, entonces, cortaba un trozo y con ella, me dejaba preparar muñequitos para mis hermanos. Los colocábamos en chapas engrasadas, separados porque nuevamente tenían que leudar, como el resto del pan antes de cocinarlos. No había mucha leña para el horno porque los árboles de la zona, son escasos, el cardón, es un gran cactus con el que se fabrican muebles y se revisten paredes, pero no tiene gran valor calórico. El abuelo, con un peón, iba en busca de la leña que le dejaba en la estación, la gente del ferrocarril. El marido de Encar, como la llamábamos para abreviar, Paulo, era arriero, lo veíamos al regreso de sus prolongadas andanzas, ella, que conocía sus gustos, lo esperaba con un pastel muy sabroso, que nos invitaba a paladear, una especialidad, de masa dulce, cubierta de merengue y con un relleno semejante al de las empanadas, de carne de llama ó de gallina. Aguardábamos impacientes el momento en que lo sacaba del horno crujiente y apetitoso, y lo desmoldaba sobre una de las antiguas fuentes de plata de mi abuela. Era todo un ritual, mientras el pastel se enfriaba, el relato de alguna de sus historias, nos hacía más soportable la espera. Paulo, después de guardar el ganado y asearse, se arrimaba a la cocina. Con el sombrero en la mano, en el quicio de la puerta, saludaba primero a los patrones, mis abuelos, quienes lo invitaban a pasar, a su mujer y después a los niños que alborotábamos a su alrededor. No tenían hijos, siempre traía alfeñiques, tabletas de miel u otro sencillo presente. El aroma, delicado y apetitoso, de la comida invadía todo, como anticipo del placer que enseguida, íbamos a compartir. Recuerdo aquélla vez que el deseado pastel, como nosotros, esperó en vano. Paulo, no llegó, ni los regalos ni su humilde presencia asomándose a la puerta de la amplia cocina. Días interminables pasaron hasta que otro arriero, trajo la infausta noticia: Paulo se había desbarrancado en un difícil paso de la cordillera. Sus restos no pudieron ser recuperados. Encarnación buscó unos pantalones y camisas que le pertenecieron en vida y les dio sepultura junto al pastel que tanto le gustaba y ninguno de nosotros se atrevió a comer. Volví al colegio ansiosa y feliz por reencontrar a mis amigas De todas ellas, Delfina, la más querida, despertó, apenas la conocí, mi admiración por su delicada, etérea belleza, no parecía de este mundo, la dulzura y el buen carácter eran el sello de su personalidad. Noté su extrema delgadez, apenas comía, repartía entre nosotras, eternamente hambrientas, sus alimentos y también las golosinas que recibía de su casa. En el grupo que formábamos, además de centrar la atención por su natural sencillez, un halo, intangible y misterioso la rodeaba, algo que en ese momento yo no tuve la capacidad de analizar, pero sí de intuir. Un par de años menor que ella, buscaba insistente su compañía para encontrar un refugio en la dulzura de su trato y de sus palabras cuando la nostalgia embargaba mi alma. A veces, creyéndose a salvo de miradas indiscretas, la observé traslucir un estado de paz y felicidad que no eran terrenales. Como ante la presencia de algo misterioso e inasible, no me atreví a perturbar. No he vuelto a ver esa expresión, en persona alguna, al cabo de mi larga vida. Una noche, en mitad de un sueño profundo, desperté y la vi de rodillas, con el rostro en éxtasis, iluminado por un rayo de luna, ya no pude dormir, esa visión conmovió mi alma. Al día siguiente, en un momento de recreo, propuse en tono de broma, pero movida por un extraño, desconocido impulso, hacer un pacto. La que muriera primero, debía, de algún modo, manifestarse y contar lo que sucedía en el más allá. Un silencio profundo, mezcla de temor a lo desconocido y de trasgresión a las rígidas normas del colegio, siguió a mi propuesta, el sonido de la campana, nos volvió a la realidad. Luego de formar filas, entramos al aula, ellas cabizbajas y pensativas, yo firme en mi decisión. Esa noche, después de las oraciones, tomadas de la mano derecha, con la izquierda sobre el corazón, juramos cumplir lo pactado. Terminó el año y comenzó otro. En el acto inicial del ciclo lectivo, nos enteramos de algo irreparable, la muerte de Delfina. Mis compañeras, que conocían la entrañable amistad que le profesaba, se sorprendieron al verme tan serena. En ese momento, me pareció algo natural, era un ángel de paso y no éramos dignas de tenerla entre nosotras. Ya al conocerla tuve la certeza de lo inasible. Rogamos por su alma y todas lo hicimos con profunda y sincera devoción, convencidas de que alguien con sus calidades, debía estar bien en el lugar que Dios le hubiera asignado. Nos preparábamos para terminar el año lectivo. Prefería estudiar sola, así me podía concentrar mejor, evitaba distracciones y me abocaba a los temas que más me interesaban. Una tarde de examen, lo terminé antes que mis compañeras. Después de entregarlo para su corrección, salí del aula. Mis pasos me condujeron a la capilla, solitaria a esa hora. Una desconocida atracción me llevó frente a un altar secundario. Allí vi a Delfina, tal como esa noche en que súbitamente desperté. Su rostro bellísimo, iluminado por un rayo de luz que se filtraba por el vitral. Con expresión de serena felicidad, giró la cabeza lentamente hacia mí y sonrió con su dulzura habitual. Delfina cumplía lo pactado. Me encontraron horas más tarde, absorta, apretado entre mis manos, sin recordar cómo llegó, el delicado anillo con sus iniciales. La madre superiora, se alarmó al ver mi extrema palidez, según lo que me dijeron. Verdaderamente, me sentía muy bien, más aún cuando para volverme a la realidad, me notificaron del resultado sobresaliente de mi examen lo que consolidó mi ego y me gratificó por la dedicación y esfuerzo puesto en el estudio. Fui sometida a un examen médico y después al meticuloso interrogatorio de la abadesa en presencia de mi padre y el cura párroco. Me limité a decir lo que relaté, sin mencionar el anillo. El buen doctor, aconsejó que un mes de vida familiar, en compañía de los míos, sería el cable a tierra para alejarme de tan extrañas divagaciones. Mi cable a tierra era mi recuerdo y el anillo de Delfina. Preparé mi equipaje, como tantas veces, avalada por mis profesoras que atribuían mi estado a un exceso de estudio. Nada más alejado de la realidad, pero en fin, anticipaba mi regreso para encontrarme con mis hermanitos y abuelos a los que extrañaba muchísimo. Aproveché esos días de descanso para visitar a la madre de Delfina en compañía de mi abuela. Viajamos a su casa de Yala, un lugar encantador a unos cincuenta Kms. de la ciudad de Jujuy. Nos recibió emocionada y conmovida. Habían llegado a sus oídos, algunos rumores que deseaba confirmar. Me retuvo entre sus brazos, que me recordaron a los de mamá. Ante su insistencia, volví a relatar lo que ya sabía, pero quería escuchar de mis labios. A ella, le conté todo. Cuando abrió el estuche con el anillo, que llevé para dejárselo muy a mi pesar, lo acercó a sus ojos para ver hasta el mínimo detalle. Desapareció el color de sus mejillas. Estupefacta, perturbada aunque convencida de su legitimidad, sacó fuerzas de su dolor. Con los ojos húmedos contó que al aproximarse el fin, Delfina, pidió ser enterrada con su anillo. Ella misma, se encargó de dar cumplimiento a su última voluntad. Los que asombrados, escuchábamos, nos sumimos en un prolongado silencio. En tácito acuerdo, al no encontrar una explicación racional, aceptaron el hecho. Al despedirnos, ya más tranquila, su generosidad, me permitió conservarlo. Desde ese día, lo considero mi talismán, la evidencia de un Pacto Sellado. Jamás me separé de él. Lo considero mi bien más preciado. He dejado instrucciones para llevarlo conmigo el día de mi muerte. Deseo que mi voluntad sea respetada No tienes que decírmelo. Sé con certeza cuando dejaste de amarme. El aire, entonces, se volvió denso, asfixiante, secó mi piel y por las grietas, se metió dentro, agostó lo que encontró a su paso hasta llegar al corazón. Fue misericordioso. Evitó el sufrimiento de desgarrarme de a poco. Ahora estoy cual me ves. No espero nada porque nada puedo dar. Me desprendo de una etapa, la mejor de mi vida que compartimos juntos descubriéndonos, asombrados por nuestras coincidencias y nuestra contradicciones, por la infinita ternura que despertó en mí tu devoción incondicional y tu incondicional entrega... cuando el dolor lacere mi alma, no abrevaré en los recuerdos. Si pudiera borrarlos de mi memoria… Olvido, haz que tu manto cubra mis noches en vela, cuando las brisas del campo me traigan aromas de ella. Cuando vibre en mis oídos, la armonía de su voz con renovadas promesas y juramentos de amor. Cuando su piel y la mía, fundidas en el abrazo, entre caricias ardientes, me sujeten a su lado. Cuando su imagen me acose, sin que nada pueda hacer por borrar de mi memoria lo que no puedo tener. Cúbreme pues, con tu manto, Misericordioso Olvido Y tal vez, cuando despierte, llegue a ser lo que no ha sido. Azarosos largos años, cuando nació, le auguraron, mañana cumple noventa, está caduco y cansado. No quiere celebraciones, ni visitas ni reuniones, lo dijo a Flora Avendaño, ella entendió sus razones. Lo conoce de muy niña, cuando a la hacienda llegó, desde una aldea olvidada, que el incendio consumió. Tiznada su piel oscura, en la mirada el terror, por lo que sus ojos vieron, cuando del río volvió. Era una cría rebelde pero en la hacienda cambió desde el nombre y las costumbres, a las creencias y el dios, La rígida disciplina, su carácter doblegó, aprendió a ayuno y fustazo, obediencia y sumisión. Entrenada en el servicio, para servir se quedó. Pasaron más de diez años, en los que se convirtió en una joven gacela que a preservarse, aprendió Fue en una noche de luna, que el destino los cruzó. El volvía de parranda, ella aguardaba al amor. Le iba quitando las ropas, empapadas de sudor, Al rozar su piel ardiente, su fuego, la contagió. Las estrellas se fugaron y la luna se escondió detrás de una densa nube por no ver lo que pasó. Fue amante de algunas noches, después a otra conoció, con el tiempo, fueron tantas y de todas se olvidó, tan sólo Flora Avendaño, en la hacienda perduró. Ahora es su confidente, la que su plato adereza, quien se encarga de su ropa, de su copa y de su mesa. La que pone paños fríos cuando hierve su cabeza, quien ahuyenta a sus fantasmas en las noches turbulentas, la que firme en su atalaya y dispuesta a lo que sea, lo protegerá de todo, como al cachorro, la fiera, así evitarle un disgusto, un dolor ó una tristeza. En lo profundo de su alma, intuye que sólo es ella, quien tiene, de su señor, las llaves de las miserias y con eso tiene todo, pues eso la hace “Su Dueña” Será el amo, mientras viva. Al hombre, un día, enterró junto al amor, que en su pecho, sediento, se marchitó, en el cuerpo sigue intacta, la marca que le dejó. Finalmente, recobrada, de esa sumisión atroz, aprendió a ver por sus ojos, que no es tarea menor. El corazón, la hizo esclava, el tiempo la liberó. Un día, como cualquiera, la visión, recuperó. Hoy ordenó, algo frugal, ligero para su mesa, para su cama, una virgen ¿ha perdido la cabeza? ¿Ó es que hurgando en sus recuerdos, despertó algo que lo tienta? Han salido unos criados a buscarla donde sea. Está en el ocaso el día y todavía no encuentran la doncella, que caliente, de su patrón, la osamenta. El pobre, está en puro hueso y así mismo no escarmienta. Ya le traen a la virgen, está del todo cubierta, que el ojo humano, no roce, ni mancille su pureza. La recuestan en la cama, perfumada para ella, con pétalos de mil flores, exóticas, de la selva. El aroma, penetrante, le causa dulce embriaguez, la niña, en el lecho, tiembla, aún sin saber porqué. Lentamente se sumerge, en profunda languidez. Dos criados traen al viejo, enredado entre sus huesos, en fina camisa de hilo, que le cubre el esqueleto. La eterna Flora Avendaño, quien fue, su primer amor, ha preparado el brebaje que resucita el vigor. Lo depositan al lado, de la doncella dormida, para alejarse en silencio y continuar con sus vidas. Los ungüentos y lociones, no alcanzaron a ocultar el agrio olor del pellejo, del viejo que aún quiere amar. Con memoriosa paciencia, tratará de recordar y su mano sarmentosa, con torpeza, acariciar. Abre los ojos, la niña, entre despierta y dormida, aparta la garra fría y de la cama se exilia. Bate sus brazos, el viejo, como queriéndola asir, sin conseguirlo, se agota, rendido, vuelve a dormir. El día bien avanzado, entran Flora y los criados. La virgen, duerme en la estera, el viejo, quieto, morado, entre pétalos marchitos y un rancio olor a pasado. .Haydée López jueves, 27 de agosto de 2009 En Burgos muere Felipe, también llamado” El Hermoso” de Juana, frívolo esposo. Yerto y frío, la conmueve. Se unieron en matrimonio como entonces se estilaba por intereses de estado que sus padres concertaban. Cambiaron una mirada, se desearon con pasión, los casaron de inmediato. En Lille se hizo la unión. Varios niños da a luz Juana, en preñeces repetidas, es una madre fecunda, cualidad desconocida en mujeres de la realeza que mueren al dar la vida. Ella pare, donde sea, por no dejar a Felipe cortejar a otras mujeres, como su rango le exige. Lo persigue día y noche, lo convierte en su obsesión Felipe joven, mundano, no le brinda su atención. Viaja a la corte de Flandes, escapa de su mujer, allí la vida es distinta, para quien busca placer. Juana sufre por los, celos un tormento verdadero tras los pasos de Felipe que hace vida de soltero rodeado de hermosas damas, codiciado caballero. Enferma retorna a España, a refugiarse en su madre Deja hijos y marido allá en la corte de Flandes. Isabel, acongojada, al ver deprimida a Juana recurre a sus consejeros y procura consolarla. Cuando la pena es de amor, al no ser correspondido, huelgan todas las palabras que se puedan haber dicho. El equilibrio se rompe, se pierde la sensatez Si la cordura se esfuma, lo peor va a suceder. Siempre triste, siempre sola, sumida en la desazón Nada le importa en la vida, si le falta el corazón, a quien se lo había confiado, no le dio ningún valor. Y vaga por los rincones con la mirada perdida Los consejos le resbalan, se siente sola y vencida. Mueren sus nobles hermanos, después los sigue Isabel, Juana será la heredera de una imponente Babel. Por desentenderse, Juana, Fernando asume el poder, Llega Felipe de Flandes, y lo reclama para él. En un juego de pelota, Felipe, va a competir, acalorado termina y es comienzo de su fin, después de beber el agua que alguien le hiciera servir. En breve tiempo, el Hermoso, abandonó el mundo cruel Dejó a sus hijos, a Juana y a su afán de ser el Rey Fernando ve satisfecho, concretarse el plan forjado Su hija sin ton ni son y su yerno ya finado, en sus manos el poder, el camino despejado. Juana escucha la noticia de la voz de un emisario Imperturbable, serena. Comienza un nuevo calvario. Se murmura en todas partes de las rarezas de Juana. Esa reina tan fecunda, heredera afortunada, de ignotos vastos dominios, de títulos y medallas que la tienen sin cuidado porque no le importan nada. Ella implora que la dejen acompañar a su esposo por monótonos caminos, hacia su eterno reposo. En las noches, Juana ordena, que se haga abrir el cajón Teme que roben el cuerpo, objeto de su pasión. Abrazada a los despojos, le hablan de resignación, Extraña, absurda palabra, sin cabida en su dolor Nocturnal y silenciosa, va funesta caravana, que no se acerquen mujeres, es su insistente plegaria. Camina lenta y pesada, por su habitual gravidez El ataúd hace abrir y al cadáver, abrazada, no siente el asco mortal de la carne putrefacta, ni percibe la envolvente fetidez que todo abarca. Cuando se duerme, los monjes, vuelven a cerrar la caja Y la conducen al lecho, improvisado con mantas. Hasta la siguiente noche, que repetirá la trama. Ensanchada la cintura, la semilla que sembró, el difunto, ha germinado y Catalina, nació, Llegados a Torquemada, comienza el parto de Juana, Dando a luz a Catalina, quien vivirá desterrada, acompañará a su madre hasta que sea desposada por Juan, rey de Portugal y a su reino trasportada. Encerrada en Tordesillas otra vez Juana está sola. .Ambula por los rincones triste, angustiada, sombría, partió bien de madrugada su querida Catalina. Nadie tiene piedad de ella, nadie acude a su lamento Nadie viene a consolar su fatídico tormento. Ella que nació princesa y heredó poder y gloria, aislada y lejos del mundo, ha perdido su memoria. ¡Qué malhadado destino, la vida le deparó! ¡Qué interminable es el tiempo de desventura y dolor! Sin permitir que la aseen ni cambien sus vestiduras, la piel enferma y llagada y la mente desquiciada, así termina sus días quien nació tan bienamada. ¡Qué malhadado destino, la suerte le deparó a quien nació en cuna de oro y en triste celda, acabó! Sostenía, entre dos dedos manchados de nicotina, el resto de un cigarrillo. Expulsó el humo y saludó. Sus ojos se cruzaron con los míos y una nube roja, se instaló en mis mejillas. La primera vez que lo veía, en mis doce años. Me embargó una sensación desconocida, al levantar la vista, me encontré con la suya, algo burlona y sobradora. Atiné a balbucear algo y desaparecí. A partir de ese día, nos cruzamos en varias ocasiones. Traté de evitarlo. En vano, había despertado mi femineidad . ¿Cómo una simple mirada, pudo cambiar tantas cosas y acelerar los tiempos? Olvidé a mis amigos, renuncié a los juegos y a los vestidos que me sujetaban a la niñez. Frente al espejo, ensayé actitudes de adulta disfrazada con ropa de mi hermana mayor, ante el asombro de mamá, que me descubrió en plena función. En mi cuarto, cerrado para no revelar secretos, imaginé situaciones en que ambos éramos protagonistas. En esa fantasía me vi brillante, ingeniosa y divertida. La realidad, en cambio evidenció mi torpeza y timidez. Elegí la soledad. Para lograrlo, salía del colegio, después que todas mis compañeras. Una de esas tardes, lo encontré al doblar una esquina. ¡Me sentí tan ridícula en el uniforme escolar!. El rubor tiñó de nuevo mis mejillas. Dominé el impulso de echar a correr. Saqué fuerzas, no sé de dónde y lo miré a los ojos, ahora ni burlones ni sobradores. Descubrí sí una boca bien dibujada y una sonrisa agradable y simpática. De ahí salieron las palabras más dulces y también las más tontas que escuché de un hombre, porque él tenía dieciocho, seis más que yo. Caminamos hasta la plaza. Como en tácito acuerdo, nos sentamos en un banco, sin hablar. ¡Ya había dicho todo!. Empezó a oscurecer, me acompañó hasta la puerta de casa. Ya éramos novios. Si no contesté tus mails, Ni respondí tus mensajes, Si te hartaste de llamar Y no salí a abrir mi puerta, No insistas y olvídame... Es seguro que estoy muerta. Vives en mi pensamiento y no lo puedo evitar. Digo en voz baja tu nombre y el eco, lo hace vibrar. Trato de no recordarte, de no mirar para atrás pero tu imagen me alcanza y es imposible olvidar. Te veo a cada momento, sonriendo, alegre ó callada, siempre dentro de mi mente, por donde quiera que vaya. Nunca voy a renegar del amor que has inspirado. Es un amor verdadero, aunque lo hayas condenado. ¿Que será, después sin ti, cuando te gane el olvido? ¿seguiré tras de tus huellas, rodando por los caminos?
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Oscar Franco
http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,43735/task,view_text/
Por favor difundelo si pudieses. gracias.
Pascual Vizcaino Ruiz
Alejandro
Es usted muy déspota en su comentario del texto indiferencia divina?, sobre todo si tenemos en cuenta que la autora deja claro que los desastres naturales son muy comunes y crea toda su reflexión acerca de cómo el ser humano pasa de su pregunta hacia un Dios al que considera responsable a la dolorosa conclusión que es su irresponsabilidad la que acelera los procesos llevándolos a desastres.
Bastante arbitraria resulta usted al decir… le “concedo responsabilidad al hombre” por favor señora si usted lee, ve televisión o se molesta en averiguar, se podrá encontrar con un cumulo de estudios e informes que demuestran como las acciones de la humanidad ha afectado el equilibrio natural que provocan desastres.
Parece ser que usted no se entero del objetivo de la reunión de presidentes de países en Copenhague... por favor señora antes de atacar o trata de ridiculizar a alguien primero analícelo, porque podría ser usted quien terminara haciendo el ridículo.
Alexandro
Oscar Franco
Te invito a leer y comentar alguno de mis poemas espero te gusten.
Un saludo y feiz años nuevo 2010.
www.somosgoogle.blogspot.com
www.oscarfrancoquintanilla.blogspot.com
Francisco Prez
Veneno
haydee
Seguro que van a sobrar las anécdotas y encontrarás un buen argumento para tus relatos.
Gracias!
Serena