La Duea
Publicado en Aug 27, 2009
Azarosos largos años, cuando nació, le auguraron, mañana cumple noventa, está caduco y cansado. No quiere celebraciones, ni visitas ni reuniones, lo dijo a Flora Avendaño, ella entendió sus razones. Lo conoce de muy niña, cuando a la hacienda llegó, desde una aldea olvidada, que el incendio consumió. Tiznada su piel oscura, en la mirada el terror, por lo que sus ojos vieron, cuando del río volvió. Era una cría rebelde pero en la hacienda cambió desde el nombre y las costumbres, a las creencias y el dios, La rígida disciplina, su carácter doblegó, aprendió a ayuno y fustazo, obediencia y sumisión. Entrenada en el servicio, para servir se quedó. Pasaron más de diez años, en los que se convirtió en una joven gacela que a preservarse, aprendió Fue en una noche de luna, que el destino los cruzó. El volvía de parranda, ella aguardaba al amor. Le iba quitando las ropas, empapadas de sudor, Al rozar su piel ardiente, su fuego, la contagió. Las estrellas se fugaron y la luna se escondió detrás de una densa nube por no ver lo que pasó. Fue amante de algunas noches, después a otra conoció, con el tiempo, fueron tantas y de todas se olvidó, tan sólo Flora Avendaño, en la hacienda perduró. Ahora es su confidente, la que su plato adereza, quien se encarga de su ropa, de su copa y de su mesa. La que pone paños fríos cuando hierve su cabeza, quien ahuyenta a sus fantasmas en las noches turbulentas, la que firme en su atalaya y dispuesta a lo que sea, lo protegerá de todo, como al cachorro, la fiera, así evitarle un disgusto, un dolor ó una tristeza. En lo profundo de su alma, intuye que sólo es ella, quien tiene, de su señor, las llaves de las miserias y con eso tiene todo, pues eso la hace “Su Dueña” Será el amo, mientras viva. Al hombre, un día, enterró junto al amor, que en su pecho, sediento, se marchitó, en el cuerpo sigue intacta, la marca que le dejó. Finalmente, recobrada, de esa sumisión atroz, aprendió a ver por sus ojos, que no es tarea menor. El corazón, la hizo esclava, el tiempo la liberó. Un día, como cualquiera, la visión, recuperó. Hoy ordenó, algo frugal, ligero para su mesa, para su cama, una virgen ¿ha perdido la cabeza? ¿Ó es que hurgando en sus recuerdos, despertó algo que lo tienta? Han salido unos criados a buscarla donde sea. Está en el ocaso el día y todavía no encuentran la doncella, que caliente, de su patrón, la osamenta. El pobre, está en puro hueso y así mismo no escarmienta. Ya le traen a la virgen, está del todo cubierta, que el ojo humano, no roce, ni mancille su pureza. La recuestan en la cama, perfumada para ella, con pétalos de mil flores, exóticas, de la selva. El aroma, penetrante, le causa dulce embriaguez, la niña, en el lecho, tiembla, aún sin saber porqué. Lentamente se sumerge, en profunda languidez. Dos criados traen al viejo, enredado entre sus huesos, en fina camisa de hilo, que le cubre el esqueleto. La eterna Flora Avendaño, quien fue, su primer amor, ha preparado el brebaje que resucita el vigor. Lo depositan al lado, de la doncella dormida, para alejarse en silencio y continuar con sus vidas. Los ungüentos y lociones, no alcanzaron a ocultar el agrio olor del pellejo, del viejo que aún quiere amar. Con memoriosa paciencia, tratará de recordar y su mano sarmentosa, con torpeza, acariciar. Abre los ojos, la niña, entre despierta y dormida, aparta la garra fría y de la cama se exilia. Bate sus brazos, el viejo, como queriéndola asir, sin conseguirlo, se agota, rendido, vuelve a dormir. El día bien avanzado, entran Flora y los criados. La virgen, duerme en la estera, el viejo, quieto, morado, entre pétalos marchitos y un rancio olor a pasado. .Haydée López jueves, 27 de agosto de 2009
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haydee
Flora, dedicó su vida a alguien que nunca la consideró. Ella conocía las debilidades de su amo y sabía que eso la haría irreemplazable. Los sentimiento se extinguieron, pero conservó algo más valioso, la llave de sus miserias.
Gracias por leer y acercarte.
haydée
raymundo