• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
                                          A Leonor García Hernando, poeta argentina (1955-2001)  Delgada como un camello que unta su hocico en la nieveloca y verazcual la frase purpúrea que acompaña siempre los recovecos del instintoasíbajo unos versos con caricias agónicas,me conmueve tu fugura ausente,Leonor. Quiero quererte pero ya estás muertaaunque más viva que aquellosque miraban descascarándose sus trajes. Eras la "arboleda que divaga"(1)  el llanto que nutre lejanola leche de los árboles de higo. Quise quererte pero el tiempo obró muecas en silencio.Enterraste tu cuerpo prestamentete hundiste en la cueva sin pudoresestabas apurada por saber quién eras. Eras la princesa de aquellos tangosel ladrillo cerúleo"adiós adióssoy la que se retira sin experiencia del desastre" (1)Adiós, Leonor"no hay buenas palabras"(2)no hay palabras. Los hijos de los pájaros vuelven a otorgarnos dolores   estrellas húmedas como nosotros,la mansedumbre del pájaro muerto. G.C. Nota: (1) de " Tangos del Orfelinato. Tangos del Asesinato"         (2) de " La enagua cuelga de un clavo en la pared"  
 Yo, que desconozco los rezos,siento que mi enemigo me atrapa.Son los ojos entornados del lobo, habitados por ondulaciones del mal.   Es una trampa de la que no salgo, y sigo caminando,pero como en un cuadro envolvente,allá están otra vez las cuatro patas extranjeras, las patas sin límites del lobo.Sabiendo todo no logrará nada,ni la escarcha de mi sangre.   ¿Cómo sollozar sin ser visto por sus ojos?No es feliz mi corazón en celda.Mi lobo sabe que dentro de mí hay personas que dictan las palabras, y sin remordimientos,trazará paisajes, para que antes de huír robe mi cadáver y lo transporte entre gente sedienta y misteriosa.  Aún cansado está allí,con su silbo cruel e inútil,parecido a glicinas encendidas,como un pájaro pintado entre las sábanas,impotente para el vuelo, pero feroz en el color de su plumaje. Pregúntenme ahora qué deseo.Y diré que solamente la música de mi libertad, envolviéndome a mí, que soy lobo en voz baja,y que espera que mi cadáver caiga para devorarlo en desafío. 
Lobo
Autor: Guillermo Capece  502 Lecturas
 Vivo sin saber que la noche se ausenta cada vez que me invade como a un mar obligado en busca de su orilla.  De los nardos, de lo más pesado de la memoria, de las australes sombras, hasta la parte más indefensa de mi corazón, la noche, con sus cruzas de aguas silvestres, levantó el verano, y fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo.   Pienso en su encierro hasta que el alba regresa, en su impiedad con los hombres que mueren cuando refleja su reino entre múltiples estrellas, en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga.   Ahora, ella baja nocturnamente, y me condena a jugadas tercamente hechas, a un final impredecible. 
 Nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos. Entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero.  Vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz.  El que mira a través de tus ojosno es un ladrón,sino el que robó tus ojos. Habito roces,aviones que parten o no,lucesrelámpagos en mitad de una cuevaantes de convertirse en rito. "La mitad de mi corazón es tuyo",   dijiste.O de los diablos, digo,o de las sirenas terrestres. Aparece, dime de una vez. Cerraré los ojos para dejar de soñara un hombre que fue colgado de las cuerdas más infames,por sus renunciamientos. Si corres por la senda no mires atrás:la estatua de sal,el muro de sal,te esperan. G.C. 
  qué hay detràs de lo que hay ni un mueble ni una luna ni una causa. sí, un túnel telefónico: voz a voz sólo tu boca cierta. G.C.  
a pesar de todo
Autor: Guillermo Capece  488 Lecturas
 Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso, guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del bar de Humboldt.El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y remera negra. Silbaba. Las espaldas grandes retozaban dentro de su remera, y yo me acordé de García Lorca quien decía que un hombre de anchas espaldas debería ser feliz cuando se acostara, porque tomaba conciencia de lo poderosas que eran.Iba junto a una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: dos ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies perfectos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. Él hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que más me atraía era su silbo.-Guachito- le dije - ¿cómo era...? Tu, tururú, tu...¿y qué más?Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado y empezó a silbar.Soñé tocar el cielo con las manos. Había encontrado el pequeño sonajero de mi infancia.
Guachito silbador
Autor: Guillermo Capece  486 Lecturas
Mi madre comía tierra.Metía en su boca oscuros terrones,y los deglutía.Lo he dicho. Luego volvía a masticary nos daba en la boca disuelta en su saliva,a mi hermanita y a mí, una pasta imposible, que tan prontotragábamos como vomitábamos.  Nos dejaba en una cama sin sábanasy se iba.Nos levantábamos;íbamos hacia donde estaban nuestros vómitosy jugábamos con ellos.Hacíamos círculos con una pajitaen el charquito. (Nuestro juguete,nuestro pobre juguete.) Vendía su cuerpo en la calle,ella, nuestra madre.Pero estaba enferma, sucia y era fea.No volvía a casa por la noche,aunque en su paseo no encontrara a nadie. Mi hermanita y yotampoco encontramos a nadie... 
 escribo esto necesariamente para mí:pronto vendrá la nochey hace falta olvido pequeña aguja de cristalmi amorquiso izarse en el agua a veces un toque de sedasólo por eso pregunto a todos si el corazón dueleo sus pulsos lo condenan pregunto   y dicen que sí:su mirada amordazadasu boca ciega sangrando visiones entro en una sala vacía:es el cuerpo de un animal vivienteque intuye su hallada borrasca rondan solitarios los mastines en ese instante la cosa sucede:en lo más inesperadoen el momento más salvaje de la sed(cuando nos bebemos el rostro)mi cabeza desmontada queda colgando entonces   el poema claudicantese diluye    
escribo...
Autor: Guillermo Capece  479 Lecturas
Tomando una copa de vino me marchito. Esta espera -¿cuánto hace que espero?- aprieta mi corazón que apura sus latidos. Otra copa de vino en soledad,algunos cigarrillos,y me parto en dos, me sueño, me amo a mí mismo, tristemente, sin poder amarte porque estás lejos, y aún en presencia estás lejano. Quiero morirme de a poco, como me estoy muriendo ahora.  Me sirvo más vino; la tristeza se anuda a mis recuerdos; el estómago es una bolsa de amor, el cerebro dejó de pensar, pero siente:creo quevoy a morirme,y eso importa poco.  En mi sepulcrouna carta incesante.La abro. (Ahora que ya es tarde,tú dices que me amas.) Oye : da unos pasos.Dos o tres, los que puedas. Apuñala mi sepulcro,y baja,y bebe conmigo, ardiendo,tanto sabor amargo.         
Hay algo de agua en tus ojos,y en tu sexo algo de nutria salvaje. Ahora baila con mi alma,y yo los miraré a los dos;yo, viajero, quedaré quietoviendo en un charco caer un poco de lluvia,como un eremita extraño que deja caer su pena. Nada existe,ni es cierto.Ni tú, ni mi alma, ni la pequeña lluviaque desordena con alas pesadasel perdón que puse una tarde entre tus templadas manos.Qué habrá después de tus manos?Qué habrá después de la lluvia?Qué habrá después de tí mismo y de tu sexo transgresor de nutria salvaje?   
Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca.  Para tu boca preparé los besos más antiguos que se hicieron nuevos en tu arte de besar.  En tus pies he calzado flores griegasque delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu garganta en noches navideñas. Para tí los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio,y tú lo celebraste. Mi sexo enamoró tu sexo en largas noches donde tu cuerpo fulgíacomo cardúmenes en el nido del mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundir entre rocas amarillasen un ascender y descender de montañas. Ahora,alas, en una tarde,me llevarán donde tú lavas tu traje infinito de espumas.     
 Aquella manera de mirar la aurora,de ver el mar oscurecido,ese mar que me domina y sigue,que tiene los atributos de la muerte,devorador de misterios,caballo sonoro de innúmeras cabezas,que también golpea con la cresta porfiada de la vida;esa manera de mirar el mar,como pidiendo socorro desde lo más profundo,como saltando sobre el vacío entre dos islas,esa manera salada y doloridapor amarlo demasiado,hoy está aquí, me pertenece.Después,en todos los sueñosel mar es un hechicero que pasea su sentencia de eternidad,que engaña con viejas sales de viejos terremotos;y vuelvo a perseguirlo,a sentir su mentida pureza.No puedo dejar de mirarlo.Me atrae cuando se nutre del viento,cuando se vacía en olas opuestas,a cada instante,cuando vomita los mástiles de majestuosos jardines hundidos,cuando con sus gritos evoca antiguas catástrofesde las que fuera dueño.Vuelvo a mirarlo como una vez lo vi:enarcándose como una dulce fiera;en el aire, en el aire, en el aire.            Guillermo Capece                      
El hechizo
Autor: Guillermo Capece  472 Lecturas
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 Nocheen que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio celeste se estiray se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árbolesperecía al borde del abismoy el abismo todo era la noche; noche en que las cavernas más obscuras,temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu cabeza por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los silencioscaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no sentir el hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gran gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el único maullido de un magnífico gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la purísima Noche Bestial,entre noches eternas de basura.                                   Guillermo Capece
                                    Para Carol,para Marité, para daih,para Annita Feuemberg, para Fabio, para Inocencio, para Hoz, para Miguel C.                                                                                                                                                                                                                       ......"me gustan las mariposas y los perros..."En las suaves noches de luna nocturna,él no buscaba estrellas en el mar,sino mariposas,perros blancos.Caminaba, y cerraba la boca para que las ramas del bosque no lo dañaran....Sobre la sombra de un árbol, echado,inquieto sobre el color de la luna,veía volar los hijos de los pájarosy entonces cantaba....Así cómo se llamaba no recuerdo;recuerdo sí que en sus manos atrapaba el transcurrir del tiempo,y que me ofrecía la ralladura de un limón para que comiéramos....Cuanto lo amé tampoco recuerdo;recuerdo sí que pasábamos nuestras tardessubidos a un castillo de portal pesado y armaduras de cobre,y que las nubes brunas volaban en nuestro entorno exclamando oracionesque cautivaban el amor tranquilo que nos dábamos....Murió una tarde en que se apagaron los peces del estero.Miles de mariposas lo alzaron entre peonías,y se asombró cuando yo le llevédos perros blancos que había robado,y que acompañaron, perezosos, su cortejo. 
                                                                             Recuento Ya no soy el de ayer, el tiempo pasa.Mi verso se ha tornado transparente.Por las tardes me vienen de repentebruscos deseos de volver a casa.  La pasión que ensimisma y la que abrasase alejaron de mí; ahora es la mentequien disfruta, nocturna, indiferente,con los cuerpos que el día me rechaza. No deploro el amor, que me fue ajeno;sino el deseo, que redime, inviertey modifica todo lo que toca. Escrituras, pasiones y venenofaltaron a mi vida y a mi suerte.Y el roce de una manos, y una boca.         Severo Sarduy
Revisa mi ojos:algo se mueve dentro de ellos en enmarañada trama. Me siento separado de la tierra,con fuego en las pupilas.Acabo de matar a un hombre.No sé qué designio me guió,pero hubo una luz trágica en mi puño,una pasión insatisfecha,una pluma de ave tocando el fondo de mi garganta.Oír voces desatadas destinadas a uno,-atributos de poseído-bailando sobre palabras desesperadas.Oye,revisa mis ojos.Qué idioma debo hablar sino el de mis entrañas.Maté a un hombre. A Sebastián.No me arrepiento.Aquí está la sangre ineludible, el duro pozo.Fue una tropilla de angustias acosándome el pecho(tan investido de tiempo,de terror de hombre solo),y un momento pequeño en que apreté el gatillohasta la fiereza inflexible de la bala.Maté a un hombre.Mira ahora mi cuerpo lánguido lejos de algún paraíso. Mira la nieve caer sobre mis ojos.Me llamo Sebastián y mis ojos lloran.  
 Náufrago.Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,cabalga como barco hundido en mi sangreuna ciudad cuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo. Comprendo que todo se fue.De la manera gris de la aventura,la luna y su obscuro mérito partieron:tu íntima forma de muchacho, una risa a menudo sombra,los últimos dulcísimos abrazos.Y no salimos a habitar el aire.Otra vez las copas se llenaron de enmudecidos labios,y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preanuncios de todos los escándalos.Desnudo,sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,viéndome a mí mismo transitar las calles enmarañadas de árboles y casas,como si las puertas se hubieran cerrado al unísonoy sólo quedaran copias de lo que fueron;desnudo y náufrago trato de abrazar la necesidad de una bocay sus nocturnos ecos;el denso tembladeral que me acompañame deja también sólo,y soy un cerrado lecho de arena donde convergen las fantasías y todos los reproches. Cielo de medianoche: es invierno y todo apresura mi duelo.                                                     Guillermo Capece  
Náufrago
Autor: Guillermo Capece  463 Lecturas
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 Subyugan como el cansancio de los puertos estas despedidas, estos reencuentros, estas formas violáceas de la muerte.   Si no fuera así, en el jardín de tu frente habría palomas bebiendo. 
Palomas bebiendo
Autor: Guillermo Capece  462 Lecturas
 Ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpey llamala sed que despierta tu cuerpo requerido romper la reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo 
Ojos
Autor: Guillermo Capece  460 Lecturas
 El armonioso paso de la noche une silencios.Un cuerpo espera quieto,mientras que en las paredesuna multitud de sombras dibuja el canto de los solos.Alguien está por morir en ese cuarto.Alguien que no tiene abrigo ni socorro.Nadie vió nunca tanta oscuridad,ni estuvo antes tan ciego para descifrar los penosos documentos de la muerte.El transitado cuerpo pide con su mirada,pero a su alrededor un temblor callado la recoge y pasa. 
 Vivo sin saber que la noche se ausenta cada vez que me invade como un mar obligado,buscando su orilla. De los nardos, de lo más pesado de la memoria,de las australes sombras,hasta la parte más indefensa de mi corazón,el viento,con sus cruzas de aves silvestres levantó al verano,y la noche fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo. Pienso en su encierro agonizante hasta que el alba llama,en su impiedad con los hombres que mueren cuando refleja su reino entre múltiples estrellas,en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga. Ahora,ella baja nocturnamente,y me condena a jugadas tercamente hechas,a un final impredecible.                                  Guillermo Capece                             
llueve. el día atardece, marchito. mi soledad se inflama. quiero ser viento, pero me hermano con la roca; soy algo de fuego y lluvia. piso la tierra y mi culpa al mismo tiempo. las nubes se unen. deseo el olvido perdurable como una gran amnesia cubriéndome el alma.             hoy soy agua que siempre muere ahogada.   
Siento
Autor: Guillermo Capece  456 Lecturas
 Y la ciudad, ahora,es como un planoDe mis humillaciones y fracasos;Desde esta puerta he visto los ocasosY ante este mármol he aguardado en vano.Aquí el incierto ayer y el hoy distintoMe han deparado los comunes casosDe toda suerte humana, aquí mis pasosUrden su incalculable laberinto.Aquí la tarde cenicienta esperaEl fruto que le debe la mañana;Aquí mi sombra en la no menos vanaSombra final se perderá, ligera.No nos une el amor sino el espanto;Será por eso que la quiero tanto.
 La primera lluvia de otoño preguntará su destino.¿A dónde ir?Inhabituada a su caída,¿a dónde ir?Fugaz, quizá, o copiosa, como el alma de ciertos amantes,lo mismo que el amante,terminará su cita con la tierra,apagadamente,y en el momento más querido dirá adiós,y se perderá,perseguida, húmeda,entre las nubes. (Ah, si pudiera entender que el amor es una construcción de la soledad.)  Guillermo Capece                         
Noche de marzo
Autor: Guillermo Capece  449 Lecturas
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En la medianoche la novia de la muertecabalga.Nueve horas buscando los marfiles,el perfil fino del agua indecisa.Nueve horas en que los designiosfueron acequias de lo oculto. Pude morir pero ardí en mis ojos inexistentes,oh, garra.  Oh, vida.¿Qué quedará de mí?¿A quién acudir con mi soliloquio de penitente? Me sujeta la insistencia de mi sangre.Aún así, tengo la sensación marinera de los largos viajes.    Guillermo Capece                                                 
Medianoche
Autor: Guillermo Capece  448 Lecturas
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Lluevemansamentesobre mi corazónalgunas arrugasescribo lo mismo:tus labios lejanosy me repito:tus labios lejanossoy Guillermo   un hombre cargado de simplezaspero también   el gladiadorel que operó en la ciéganapara tantear un cielo nocturno donde un planeta gira sin saberloy obtuvo una sola respuesta:"la suerte está echada".   
Soy un hombre encerrado en su cuarto de espejos.Soy José.Estoy cargado de bramidos, de adioses insolentes.Me abruma el miedo a la tormenta.Tiemblo cuando sale el sol,me apuñalan las sombras.La risa ajena me daña,me divide la lluvia.Soy José.Me aman las tinieblas cuando ofrendoal dios escandaloso de la angustiami corazón lleno de presagios.Oigo un grito inmenso: "eres José,el que tuvo el corazón de extrañas mariposas enjauladas en el miedo,el que con su ausencia quemó la luz de los campos, e hizo vibrar sus deseosen consonancia con la fragilidad de los altos navíos!"Oigo extrañas cuitas narradasque el aire duplica y devuelve en iguales sinrazones.Todo es la magia invertida:el pozo mostrando su fondo como principio inevitable.La sangre tironeando al corazón;el proceso ineludible del castigo,porque soy un hombre preso y extrañamente libre.Soy José, mal de la noche, rabioso en una espera que no terminarásino cuando cuaje mi garganta. Tal vez todo suceda mañana.                           Guillermo Capece
Destino de José
Autor: Guillermo Capece  446 Lecturas
Mamá,dónde está tu hijo,enredado, sordo.Como cuando era niño,me buscaban y estaba sentado al lomo de una mula,lejos.Ahora perduro entre mis propias ascuas...,soy un hombre cargado de simplezas.Mamá empieza a llover,no tuve tu amparo,y mi mula de niño se empapa,levanta la cabeza,pareciera que sonríe,pero también ella llora.Es cierto:tú estás ocupada, muy ocupadaen mecerte tus alasrotas de cuando eras una niña. Una vez conocí el mar, mamá.Ya no me acuerdo; me dijeron que era como un río,pero más profundo,no como fue tu cariñosedentario y débil,evanescente, austero, huidizo,inútil como esta lluvia que cae.Vendiste mis sueños, mamá.Me diste tu locura. Mamá,dónde está tu hijo.Una música de óboeme recorre el cuerpo;fugado yo  con mi culpame atrevo a morir.Con su garganta de piel heladaahora el silencio es el que acude.                                      G.C.   
Poema
Autor: Guillermo Capece  445 Lecturas
Vienen a mí deshechos de mi sombra un viejo puñal y su voz la voz de un puñal me persigue desmantelado   qué hacer frente a los visillos espío ellos se están amando se aman la tierra frente a miun intenso perfume me impide acercarmesilencioellos se están amando
Vienen a mí
Autor: Guillermo Capece  441 Lecturas
pronto vendrá la noche y hace falta olvido  pequeña aguja de cristal mi amor quiso izarse en el agua  a veces un toque de seda sólo por eso pregunto a todos si el corazón duele o sus pulsos lo condenan pregunto,y dicen que sí:tiene su mirada latente y roja y triste sangrando visiones   entro en una sala vacía: es el cuerpo de un animal viviente que intuye su hallada borrasca   rondan solitarios los mastines  en ese instante la cosa sucede: en lo más inesperado en el momento más salvaje de la sed -cuando nos bebemos el rostro- mi cabeza desmontada queda colgando  entonces   el poema claudicante   se diluye.   G.C.      
Se diluye
Autor: Guillermo Capece  438 Lecturas
 Mi sombra se pasea mirando la noche que tiembla bajo los ojos de miel de los muertos. Son bravuras extremas de ella, que, como la evolución de un trompo,definitivamente fenece. Leo en las palmas de mis manos el sabor de las nubes cuando lloran en invierno. Es un llanto mágico que se abre cuando muero, porque mis plegarias extranjerasno alcanzan al cielo, y mi corazón se enfría. Entoncesquiero destruírme pues los lagos de mis ojos se desbordan en la soledadque yo les doy, y que mi sombra aprueba.  Ella podría defenderme, pero se queda quieta, mi sombra. Una aviesa paloma construye su nido en mi boca. No lo apruebo,pero no hago nada por salvarme. Entonces, pronto, acude la muerte,tenaz, cenagosa.Yo, impávido, casi soñando,la recibo como un niño. G.C. 
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.En mis labios ya están, invisibles, tus labios.                               William Ospina Nota de G. Capece : cómo me hubiera gustado escribir estos simples y delicados versos.                                
Dulcísimo extremo de tu piel tus dedos son lasgos caminos hacia las cosas. Así, habituadas a maravillarse cuando las tocas, poco a poco se adornan de día, y cuando los llamo, las noches se vuelven espacios límpidos, llanuras imprevistas. Ellos están o se ocultan, albergan secretos de amantes, ignoradas ponencias en la vida, y fuertes nudillos con los que golpeaste aquella puerta que no se abrió, ¿recuerdas? Te regalo azahares para que los toques, viejas estrellas que quisieron reencarnarse, tierra blanca para tu tacto blanco; además, ciertas preguntas que no están en mis labios, y sobre todo la efímera noche de mayo en que tus manos me tocaron.  En el pudor de mi pobreza y tu cita, la caricia que hoy evoco es sólo la inutil cacería de un horizonte en vuelo .   
Palabras
Autor: Guillermo Capece  429 Lecturas
                                       Juan Dichoso, changador de feria, vivía en el morro                                           Babilonia en una casilla sin número                          Una noche entró al bar Veinte de Noviembre                                      Bebió                                      Cantó                                      Bailó .Después se tiró al lago Rodrigo de Freitas                                     y murió ahogado.                                                                             Manuel Bandeira  Porque no te dieron más que dos monedas, dos látigos en tu frente,tú creiste que estabas muerto,que tu destino era la seda lujosa de la muerte,y bebiste,cantaste, bailaste con ella, en escandalosa cita.Tal vez se amaron antes de la definitiva llamada.Tal vez hicieron juntos el solitario proyecto del camino hacia el lago,pero considerando lo otro:la pavorosa atracción de su voz de sirena que te llevaba al agua,apretadas las dos monedas en tu puño.En la marea angosta sumergiste tus pies.Tus ojos huecos como sombra por un momento se extrañaron.Pero ella te empujaba suavemente,y tu coraje de siempre rodócomo el cobre que apretabas."¿Nunca más veré la mañana?""¿Nunca más tendré la mirada de mis hijos?""¿Dónde está el sonido de la voz lejana de mi madre?""¿No hay entre mis fantasmas alguno que me salve?" Despojado,dijiste:"Me llamo Juan Dichoso,pero la dicha fue para mí un mantel cerradoen el antojo de los otros,y ahora , yo, Juan, empiezo a entregar la simpleza de mi nombre breve."     
Destino de Juan
Autor: Guillermo Capece  429 Lecturas
 Debajo de mis manos crece la caricia que una vez guardé y el tiempo acudió para borrarla;también las indispensables cosas que nos hacen sentir únicos:un libro, la llave vieja, esa canción a lo lejos. He crecido frente a mis propios polvorinescomo un gran pez que llora ante su sombra. Ahora sé que los adioses también mueren. Cuando quiero llamarte mi cuerpo se incendia en el cielo instantáneode la duda. Pero el tiempo es una garganta que ahueca tu nombre,o lo retiene para compartirlo con las aves que despejan el verano. Eres mi trago parroquial, amado,y esos jirones como última chance. Mi alimento son hojas que cayeron del universo el día en que te conocí.                                                                    Guillermo Capece
El miedo a la locura me arrastra a cometer otro delito cuando me asomo al paisaje y arde como si yo fuera el culpable.  Yo sentí el amor que ama y el que destruye, y creí que del espejo no regresaría.  La lluvia me despoja en mitad de un camino que no entiendo,pero el hueso queda exhumando la necesidad del amor.  Todo mi tren es un largo viaje como un juguete secreto:esa otra zona, ese otro ritmo que impone lo surcado en la espesura,marca la distancia que yo habito.  (Las letanías de la muerte no son la muerte misma,pero traen montañas destruyéndose, faros ajenos a pique,la iniciación glacial de un calendario.)  La imposibilidad crece cuando el tumulto nos reclama y el minotauro de la locura comienza a arder en la cabeza del ser más inocente.                                                                                                                                                                                       G.C.   
Hay algo de agua en tus ojos,y en tu sexo algo de nutria salvaje. Ahora baila con mi alma, y yo los miraré a los dos;yo, viajero, quedaré quietoviendo en un charco caer un poco de lluvia,como un eremita extraño que deja correr su pena.  Nada existe, ni es cierto.Ni tú, ni mi alma, ni la pequeña lluviaque desordena con pesadas alasel perdón que puse una tarde entre tus manos.  
 despuéscuando mis brazos se hayan dormidoven a mí(no ceso de escribirlo)con flores rojas a turbarme el alma  trescientos sueños comotrescientos caballos derrumbados  será cierto que así es el invierno  lo que antes fue canción y bodasahora es doblez   una enorme ciudadcayéndose  te pedí tan poco(no ceso de escribirlo)recibí delirios  muroslaberintosviolentamente laberintosun color de hienapersiguiéndomeecos de la sombra de una hienala sombra de la risa de una hienapersiguiéndome  queda el recurso de llorar ahorapero qué lágrimas poner en mis ojossino las que tú trajisteal entrar al mundo  G.C.       
después
Autor: Guillermo Capece  423 Lecturas
Suelo escuchar las débiles sensaciones de los pájaros,los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión de una tarde cualquiera.Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo en el final de unos ojos.Tuve la falta de un verano y la exigua sonrisa de un niño invocando el hastío.Una flor nacida del silencio en alguna conspiración antigua.Sí, la vida tiene dolorosos avatares:miel y miedo por mitades hasta desolarse en una mirada que yo sólo descubroal ser el más oculto de los hombres.En la luz que me abandona cuando trazo un poemaque se parece a ese perro lejano que ladra todas las noches en mi cuarto a las once y cincoy que también es pérdida como mi sangre. Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinacioneslas viejas fotografías que repasamos en nuestra memoria.Lo que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.                                                         Guillermo Capece                                                      

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