• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
Te recuerdo sembrando tu violín, Iván,el dibujo gris  de la ventanamientras la intemperie caía sobre tus hombros.Sabe que te estiras en el olfato de los gatos...Mañana hará treinta y seis años desde que te llevaron,y yo te escribo ahora con una piedra rabiosa,con una promesa, la más alta,por tu preciosa luz, por tu gorra de arena,por tu perfecta fiesta transparente.Ya desconocido, acude a mí con algo de polvo,con algo del temor con que te fuiste,con toda tu llama. Después, tu solo instinto quedó entre la casa. Abre alguna vez tus manos en mis manos,como una fruta.Sólo conociéndote puedo pensar que vuelas.En duermevela, viendo pasar los días,festejaré hasta la última gota de tus ojos. Dime callado de aquellos regresos,tu silvestre manera de oír el acecho de la lluvia.Dime que te has ido para volver en rebeldía;y en el aire suave estaré feliz de tanto abrazarte en tu camino.
Destino de Iván
Autor: Guillermo Capece  239 Lecturas
No te duermas sino de a momentos.Un ave recorre el airey envuelve hechizos con sus plumas.Ten un instante para que tus ojosvean lo que digo:el ave vuela cercana a tu lecho.No te duermas.Ten el ojo avisor.Pronto los animales de la irapasarán por tu memoriadispuesta a confundir la lejanía de un amorcon la renacida esperanza.Ahora queda este pobre tiempo para nosotros. Te he mentido.No me juzgues. Tengo amor todavía entre mis dedos.Vuelve a mis labios.Pronto será el amanecer cuando desovan los peces en los mares del caribe,cuando renace el tiempo y las angustias se espantan.Dame tu perdón. Hoy soy un ruego.
Ruego
Autor: Guillermo Capece  357 Lecturas
                                                                   A Maximiliano                                      Imanosque nombraron a mis ojos en la ligera noche de abril cariciasque hicieron huír a los hacedores de la muerte labios que besaron otros labios que besaron otros labios mano que guió mi mano en llamas y la llevó al encuentro apacible de los sexos                                                                                                                                II ni la belleza de Antinoo te hace sombra ni la fuerza de Adrianote es extrañapues belleza y fuerza te enoblecen un poco más y has caminado el mundoel jardín que todas las noches pongo bajo tu almohada yo te distingo cada vez que te nombroentoncestu nombre emerge entre las cosas y las hace únicas tengo abierta la puerta para la música que fatigan los altos navíoscuando pasean al borde de colores y reliquias te regalo mi perro de cobrey mi corazónque hace tiempo gira alrededor de la tierratambién el ave que canta en la siesta diciendo sus amores vencon tus largos dedos mojados en la lluviay ahora échate al río   deseo la desnudez de tu cuerpover cómo tu cuerpo habla en cada rincón del míomientrasanimales de ojos titilantes te observan y recitanaquellos versos que inventamos en dos noches seguidascuando el frío se retirabapobre y vencido
Alabanza
Autor: Guillermo Capece  320 Lecturas
                          I no sólo lo que amamos es lo que perdemosel pájaro cóncavo de nuestros sueñosvuelay dibuja un estampa desconocida en el cielo                        IIahora atiende mi súplica:mezcla tu razón con mis demandastiré la máscara a un costadoy ví lo cierto:amar es la aventura de los lobos(a cuanta sinrazón le llegael sorprendido trance)deja que cierre mis ojos en el aguay juega tu mano amorosa con mi sexo    hasta que yo despierte
Poema
Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
 en el muro una despedida:"sed de amparo cada noche"pero no hay respuestanadie escribeal ladodebajoencimani borra lo escritoen mis sueños    amparopara mis huesos   amparo el arlequín ríeno comprende lo antiguo de la queja
En el muro
Autor: Guillermo Capece  279 Lecturas
 Ese pájaro que en setiembre envolvía dulzura en su plumaje,y también el árbol en que se cobijaba,ese trino armonioso y esas plumas azules que a cada momento parecían manos dispuestas a volar a mi alma,ya no están.Serán azules todavía, pero el trino se volvió seco,las hojas del árbol cayeron,(me cansé de preguntar), el invierno se poseyó de mí.Es una historia vieja:cantaban los niños entonces,hace millones de años, pero yo admiraba ese trino de pájaro envolventecuyas notas sonaban como catedrales.Su estampa giraba en mi bolsillo rotoy las migas de pan eran las que él necesitaba.También le daba nueces a comer,pero él quería las cáscaras para hacer barquitos,y comía las flores que adornaban la mesa.Había un perro que permanecía quieto junto a él, pasando las horas.Navegaba solo en un espacio abierto.Pero esto fue hace millones de años.Ahora me cansé de hacer preguntas,y en nuestra vida no hallé certeza alguna.Hasta dudé de que el pájaro existiera,su trino era sólo un fantasma enrarecido.Sólo hay silencios sobre el puente que me unía a él.Y que los dos habíamos inventado, desmedidamente.              Guillermo Capece                                    
Destrino
Autor: Guillermo Capece  853 Lecturas
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          Deja que el viento te cubra con mi sonrisa         o la de otro, lo mismo da,         pero que a la pasión se sume tu cuello erguido,         y unas manos lúbricas         acaricien el cuerpo elegido         en un juego siempre armonioso,         hasta que llegues a mis brazos,         y que no necesite untar con celos tu figura         en el ardor de tres cuerpos que se aman.                                          Guillermo Capece
Menage a trois
Autor: Guillermo Capece  1201 Lecturas
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                                Para Tito y AgnessaLlueve lentamente.Cerca de un árbol le muestro un pájaro caído.-¿Está muerto?- me preguntas.-No lo sé; quizás esté quieto tramando un suicidio. Cuando despierte algo hará.-Hola, pájaro- dice apenas.Alejandro tiene los ojos borrados por la miel. Seguimos caminando.Yo aprieto su mano.-Papá... ¿voy a ver el pájaro alguna vez?                          Guillermo Capece
                                           Un lobo transporta un pedazo de amor muerto,...                                                                          Francisco Madariaga Un lobo herido es un poema entre dientes.Roto en mil pedazos el lobo hubiera escapado,pero nada ocurrió.Ocurrió que quien escapó fui yo, pero sólo por un instante.Con obstinación puse mi almohada petrificada y esperé.Blanca por fuera como la harina seca de los pobres,mi almohada cantó una triste canción que escucho en mi memoria.Comenzaba: la vida es así.                                  Guillermo Capece
Historia del lobo
Autor: Guillermo Capece  1142 Lecturas
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      El lobo me escribe en letras amarillas,     y es grato sentir el miedo provocado por sus fauces,     por sus párpados en vuelo de su mirada de lobo.     Es el amor esperándome irrenunciable.     Pero yo no pido mucho:     sólo el retumbo de su aullido y su piel de nieve:     todo es gélido menos la boca del lobo.                                        Guilermo Capece    
Lobos IV
Autor: Guillermo Capece  653 Lecturas
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 Oigo a un lobo aullar como hijo del sufrimiento,y en sus lágrimas hay espejos de todo lo que fue pasado.Bajará de su árbol a beber conmigo,a compartir mi modo de amar en las fuentes echadas sobre el bosque,y sus dos hermosos ojos infinitamente tendrán una cascada invisiblepor donde caen los pájaros ajenos.Frente a él estoy yo, trastocado, erguido,pero más pequeño que mi fatiga, y aún más:como un viejo ojo de lobo, esperando.Tengo frío. Y debo decirlo.Extenuada como arenas movedizas mi cabeza se vuelve crepusculary duele en el centro mismo del mundo.Oigo el silencio. Pero no es el silencio.Es el lobo que con sus suaves dolores de lobotrepa al árbol y baja como en un juego que solo mi corazón entiende.Aquí hemos de estar: yo con mis viejos botines de muérdago,él engalanado para un breve carnaval,con rincones de árboles y hojas de instantes de verdad y mentiras.                                                 Guillermo Capece
Lobos III
Autor: Guillermo Capece  837 Lecturas
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  Ardo en deseos de ver el arma que me mató.Pero los lobos se adueñaron de míy me arrojaron al fondo de la fiebre.Como en un acto falso de amor tomaron mi olvidada cabeza y la tiraron bajo calles, puertas,paredes vacías.Yo sabía de sus bellezas y sus culpas,pero nada pudo atravesar mi perpetuo abrazo endemoniado. Sin embargo:hoy soy mi corazón sustraído de la bolsa más austral;soy el olor, la mano que no acaba.Soy el sobresalto de la luna y el alimento primario de un consuelo que no llega.Hoy ellos son hiedras pegadas a mi saqueado cuerpo.Dientes blancos que fueron mis verdugos. Aquí mi desolación, mi urgente llamado a esas plantas que nacen en nuestras almascuando el cuerpo se ha acallado,y sólo queda el fruto silencioso de lo que no fue.                                                  Guillermo Capece
Lobos I I
Autor: Guillermo Capece  684 Lecturas
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Es otoño, y el malentendido entre las luces subsiste.Los montones de ramas esperan en un rincón del jardín. ¿A qué acallar las voces de lobos dispuestas al despojo?A pesar de todo el verde del jardín los atrae. En cada hombre existe la incuria pero tambiénla fuerza que adelanta. En mí, el desequilibrio se extiende como el de las bestiasbuscando comida entre las piedras.Porque yo también soy lobo,en la belleza del deseoy el temor del vértigo a la sangre.                                                                                      Guillermo Capece 
Lobos
Autor: Guillermo Capece  1100 Lecturas
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          Mercurio,    Venus,    Tierra,    Marte,    Júpiter,    Saturno,    Urano,    Neptuno.    8 planetas, (Plutón fue excluído por pluto.)                              Guillermo Capece
Discriminaciones
Autor: Guillermo Capece  262 Lecturas
          ¿Y si el romance fuera humo          perdiéndose en las murallas          de una hermosa ciudad?           ¿Y si las oraciones,          las vanas respuestas          a preguntas mal dichas,          las canciones sin otro destinatario          que la sinrazón y la duda?           ¿Y si los vientos,          los húmedos amaneceres          estuvieran inventados,          y cada día retrocediera a su noche?           ¿Y si una cabaña equivocada          en mitad del campo diera albergue          a un dios inexistente?           Mayor dolor no habría.          No habría citas ni reclamos,          ni pan para comer.          Yaceré entre las sábanas         hasta un día que se llame domingo.        Después vendrá otro domingo, y otro.         Al cuarto no lo esperaré:         Yo estaré demasiado lejos.         Pero algo de tu rostro estará siempre conmigo.    Guillermo Capece                                                                                                                                                    
El cristal despedazado es otra vez la copa vieja.El ave lateral vuela hacia atrás y es el gorrión que era.El agua se levanta y en la ceniza gris hay llamas. El cielo desnublado recupera la lluvia,y el muerto se intercala en el mundo por la grietaque trazó un descuidado.La mano desclava el oxidado puñaly César es. Recuperados por el pasado, los libros regresan a Alejandría. Es la absolución pretérita,la de Cain milagrosamente puro otra vezpor la magia de la piedra que vuelve,de la frente ya íntegra de Abel resucitado. También el desamor, el agrio desamor se triza                               y me quieres de nuevo.                      Daniel Herrendorf (de su libro El sueño de Dante) (1999)                                                (Editorial Sudamericana)
                               Su llamado de ceniza vuelve cada noche               a la mitad de mi cuerpo desconocido.               Baila con el viento hasta oír sus informes:               una clamorosa oración en la boca de los árboles.               Allí está ella, seduciendo.                (En el camino brillaba su pequeño gato gris.)                                          Guillermo Capece                   
La muerte
Autor: Guillermo Capece  1277 Lecturas
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          Esa puerta está cerrada para mí.          Tal vez un golpe de viento,          o quizás tu no deseo.           Mi libertad hace que me cuele          por el ojo de la cerradura. Trato de abrirla por dentro.          Pero me acostumbro a mi encierro.                            Guillermo Capece    
  De todos estos inefables actos,y también de esta huella perseguida,no ha quedado más que un repartirme entre arenas-Tocando bocas errabundas entraré a profesar mi miseria.Acaso un colosal pedido de auxilio sea como un rayo que no termine.                                         Guillermo Capece
Doy fe
Autor: Guillermo Capece  1241 Lecturas
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                   El viejo confundía a Evaristo Carriego con Bettinoti. Entonces cantaba pobre mi madre querida, pensando en Carriego y en su vida triste en los alrededores de Palermo, donde él, don Alberto, arrastraba sus últimos años en uno de esos conventillos inmensos que ya no quedan en el antiguo barrio.Doña Justina salía a gritarle: don Alberto, pase adentro que hace frío. Acuerdesé que no tiene edá para hacerse el joven.Pero él seguía con los ojos pegados en algún árbol de esos enormes de la calle Honduras y sólo lo envolvía la nostalgia que se ataba a su cuello como un gran anillo apretado. Y quién sabe qué recuerdos. Y seguía canturreando: cuántos disgustos le daba. El almacén que estaba enfrente, con su estaño machacado de puro gastado, lo veía entrar y el otro viejo, don Damián, le acercaba la copa de caña.              -Buen día, don Damián              -Buen día, respondia Damián, apenas, con su carácter hosco.A partir de lo cual, don Alberto bebía a sorbitos su caña; tan lentamente que quizás estuviera dos o tres horas junto al mostrador, sin hablar con nadie, porque acodado miraba hacia la ventana enmarcada en gruesos volúmenes de madera, cantando bajito, como para no molestar: cuántos disgustos le daba. Cuando llovía en Palermo, se formaban grandes charcos en casi toda la calle Honduras, y había que ir a los saltos, porque si la lluvia era muy fuerte, calle y vereda eran una sola extensión sin ningún tipo de límite.Era entonces cuando el viejo, contrariando todos los consejos de doña Justina, salía con el pretexto de comprarse aquel cigarro que quería fumar desde la noche, o cruzarse hasta el almacén para llenar su botella con el medio litro que le alcanzaría para el almuerzo y la cena.Cuando volvía tenía que oír los gritos de doña Justina, que dejando de atender alguno de sus chicos, se asomaba al patio común y le gritaba:                - Don Alberto, con esta lluvia. ¡Parece mentira! ¡Un hombre grande como usté queno se sepa cuidar!Y mientras él disponía el medio litro sobre la mesa que de usada siempre tambaleaba, y agarraba el pan del estante sin prender la luz, aparecía el plato de sopa caliente traído por doña Justina, que decía:                - Don Alberto, está bien, son las doce del día, pero con esta tormenta no se ve ni a un metro. Por qué no prende la luz, hombre. Por lo menos hasta que se vaya la oscuridá...Pero el viejo no la oía; doña Justina broncaba y el plato terminaba allí nomás, en esa mesa tambaleante, porque el viejo no se ocupaba en tomarlo. Eso sí: para que doña Justina no dijera nada, la sopa iba a parar a la pileta.Sólo pan y vino, pensaba don Alberto. Medio cigarro después de comer. Y una caña en el mostrador a la mañana.Después... caminar por Honduras debajo de los árboles sin alejarse mucho, era como un regalo que se hacía, pensando otra vez que Carriego había hecho en ese barrio, los versos que él canturreaba como podía: pobre mi madre querida...En ocasiones el paseo se extendía hasta Coronel Díaz, y allí se enfrentaba con una gorda de guardapolvo blanco en una esquina llena de colores.                  -De ésas- le decíaEntonces llevaba a su pieza caléndulas amarillas, y la adornaba con flores; algunas en la mesa, otras arriba del ropero, y la más grande iba a parar a manos de doña Justina, que con gesto duro para ocultar el sentimiento, tomaba la flor y sin agradecerle, le decía:                  -Usté cuidesé, don Alberto. No lo veo muy bien ultimamente.Él sabía que ese era el agradecimiento de la mujer; por eso incurría una y otra vez en el obsequio.  Aquella Navidad había llenado de caléndulas la pieza, y medio pan dulce estaba trozado en una fuente. El medio litro se había convertido por gracia de don Damián, en una fresca botella de sidra. Pensaba invitar a doña Justina y a sus tres chicos. Mientras el viejo trataba de que la mesa no se bamboleara, colocándole un pedazo de papel en alguna pata, cantaba: cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Doña Justina llegó media hora antes de las doce, después de acostar a dos de sus niños. Comieron el pan dulce, las peladillas que ella comprara para la fiesta, y por fin, en las copas de pie alto que llevó la mujer, sirvieron la bebida. Charlaron de los vecinos, de lo poco que se cuidaba don Alberto, de lo linda que tenía arreglada la pieza con tantas flores.Don Alberto sonrió con una inmensa tristeza, y lo único que se le ocurrió preguntar fue si la mesa se bamboleaba, porque de ser así, buscaría un taco de madera y santo remedio.Doña Justina dijo que no, y él ya sabía que hubiera sido inútil, pues durante muchos años tuvo la mesa en esas condiciones y jamás se le ocurrió arreglarla.Después hubo un silencio. El viejo probó apenas la media copa que se había servido. El chico mayor de la mujer dormitaba sentado en la silla de paja, y los ojos del viejo se empezaron a oscurecer cada vez más. Hasta que ella dijo:                       -Es la sidra, don Alberto. No tome más, hagame caso.Y él nuevamente empezó a canturrear, esta vez como desde el fondo de sí mismo, tumbándose sobre la mesa: Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba, cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Una caléndula encima de la mesa se quedó esperando para que cuando fueran las doce don Alberto pudiera regalársela a doña Justina.                                    Guillermo Capece
Cazador de las nieves en domingofuiste un perpetuo salto en el inmenso viaje.Fuiste sonrisa que tañe en lo íntimo de tu cabellera secreta,el despertar de una noche en que tu piel oscura venía a mí a erizarse.Yo conocí el mar por haberme asomado a tus brazos,y la arena humedecida no era sino tu cuerpo.Tu garganta nombraba cada cosa.Pero el amor estaba hecho de relámpagos sinuosos,condenado a sembrar una copia de la noche,ahogándose por las piedras que lo circundaban.Algunas veces inunda mi cuerpo la nostalgia-cuando una pena labra el almay no se oyen más que recuerdos:pasos que fueron en una alcoba,murmullos de una risa infinita,y entonces - solo - vivo el pasado  como una borrasca de la que no puedo despedirme.Con el tiempo envolviéndome la caraveo ahora tu rostro.Y lo lleno de transparencia: lo rojo de mi vino lo cubrepara que prolongue el territorio instantáneo de tu mirada.                                         Guillermo Capece  
 Te quise recurriendo a viejas fórmulas,a palabras que creí eruditas, a conocidas caricias.Pero la rosa estaba devorada en los atajos donde tu corazón florecía. Te quise cuando supe que la ruina de los parquessobre las que nos habíamos amado amanecieron intactas; y asi ocurrió en la innominadas noches,y en las vigilias ardientes  que tuvimos.Pero el invierno construyó despojos,un último horizonte sobre la piedra muda.Habría que rehacer el cántico de tus manos,llamar tus ojos, seguir el ritmo inacabado de tu cuerpo,gritar tu cintura templando la ciudad entera.Quisiera ser un sólido animal que gire por la selva,la piel de un tigre, sus abrazos secretos;mezclarme en los dias que nos dimos el agua de beber,ser el ávido ramajedonde tu risa cante.                              Guillermo Capece
Te quise
Autor: Guillermo Capece  1439 Lecturas
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   a cada minuto surgen dudasqué haré entonces?cada palabra es una puertase abre o no según caprichospero en el mediopero en el miedoqueda tu boca cesante
Tu boca
Autor: Guillermo Capece  303 Lecturas
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  Atado al carmín de sus labios adivinaba el beso que no le había dado.Para mis animales quedará el pasto que fue verde.Yo me iré.Caminante solitarioalguien quiso acompañarme.No lo consiguió.                      Guillermo Capece 
Mujer
Autor: Guillermo Capece  712 Lecturas
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 adiós   pequeño Davidtu visión hace de mi capael color macilento de los muertosadiós hasta ahorano veré tu caminopues debo arrojar mis ojos a las calandriasque viajan lejosentre montes y montañasentre montones de nubessurcandojardines de párpadospara tu voz irrealizada te miro y mi cuerpo recorreel juego de las nochesla sabiduría del ladróny la sed para pintar alturasdonde renacenlas raíces del cedroy la hierba pegadacon soles de sangre amarillaa mis pupilas adiós hasta ahora tus manos de colores fijosno verán mi negro plato de comida,y nada de pedir socorro:bailarán los impíos o fingirán que están bailandopara no verte en desmesurapara no vermepara no reconocerteen el contorno ávido   Davidde tu nombre ahora baila soloyo contemplo en mi espejo de piedraesta mano que zambullereuniendo escarabajos agriospara nuestra cenadesnudos los dos como jóvenes hambrientos busca ya tu platoy tu rumbo  nunca más tomaré mi vino junto a un sueño                                   Guillermo Capece
Baila solo
Autor: Guillermo Capece  313 Lecturas
                     Esclavo.              Encadenado al cobre,              abstemio y ciego para el vino,              ni con un lazo de miel te herí,              ni mis soldados te hirieron.              Sólo fue una batalla desgarrada,              el coral de los sueños en la pequeña mano mágica del olvido.                                                  Guillermo Capece
 Calledonde habitan las atroces máscaras de la violencia,y las bocas enajenadas al miedoreviven sus bailes siniestros. Solitarias calles donde perros cimarronesparen los hijos de la lujuria,y los devoran en el momento más alto de la sangre.Calle por la que pasea la muerteen su carroza alhajada de tierra,iluminada por una luz que tirita en algún lugar distante;olvidándose de las caricias,de las guirnaldas en los vestidos de las muchachas,llamando a gritos a los efímeros amorespara despeñarlos en los acantilados cerca del río.Calle:aun en la contienda de los lobosnuestra voz golpea en las estrellas.Pasaste tu mano de tiempo sobre nosotroscontaste tus historias.Y somos todavia preguntas amontonadasque nos llaman y se van.                             Guillermo Capece
Calle
Autor: Guillermo Capece  242 Lecturas
 he cultivado la flor más difícil golpeaban sus pétalos y no quise oírlos entonces me adueñaba de todos los silencios ahora soy el que en vano busca algún deseo: acercarme a su boca y beberla como un vino sexual pero soy el amante pobre que recibe caricias prestadas quien corre con su angosto perro hacia un sueño plateado  no me arrepiento de no callar en cada poemade enterrar mis pies en humedalespero todo el que tenga amor en su mano izquierday en la derecha fuerza para darlo deje resplandores   soles finos   algunas abejas libadoras sobre la vegetación que lentamente me cubreasí estaré feliz de tener poco: lo delicado de tus aguas que me ciñentu belleza que no se atenúa con las sombras  yo las amé con ventura celeste.          Guillermo Capece                                                                                           
Aquellos momentos
Autor: Guillermo Capece  308 Lecturas
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                 abajo   el herido de polvo        entreteje palabras         el poema se hace        pero también reclama         en algún universo posible        estará el alma de ella         el herido ha dejado de rodar        pero ya no tiene a nadie         no es el silencio el que aturde        sino la voz de las cosas más extrañas         ella está ebria:        ella ama al veneno        cada vez más cercano        embebiéndolo todo        ella está loca como las cosas más extrañas         ¿qué queda         en su choque con la vida?         casi como en una salvación        el herido de polvo        muerde su destino        abre una caja sin fondo        y sumerge su máscara        como último aposento         en medio de su pecho un navío agota su definitivo viaje                                                    Guillermo Capece
Un poema
Autor: Guillermo Capece  1068 Lecturas
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              desnudo sabe  a malva               los días pasan por sus ojos cuando mira el mar               deja que el viento le cubra como una sonrisa               en un juego armonioso mis manos serenas y libres               recorren su rostro              y lo toman como un vino sexual               su cuello y mi boca              llanto para mañana   no va a estar              no va a estar              pido que no necesite untar con celos su cuerpo             en el preludio de la tarde porque mañana            no va a estar                                             Guillermo Capece
          Estoy sobre la tierra.          Para ser hijo de sus manos desgajadas          y tragar un pan desaliñado que no se brinda fácil,          he multiplicado los suicidios.Mis rodillas han sentido el peso de un adiós,las lágrimas de muchas cobardías.Todo el cielo desplumado,mi sueño en el sueño de la sombra.          Ah, bien se          que el destierro se completa cada día,          que del error a la verdad hay un pequeño margen,          que el perdón es la venganza más extrema.La tierra es una mujer vencida:en las márgenes más engañosas de los ríospasea sus viejos pecados capitales,atrapada por el deseo insaciable de la furia.          Noche sobre la noche.          (Esa luz que vive a veces          es la claridad que necesito.)                                     Guillermo Capece
Yo necesito
Autor: Guillermo Capece  1007 Lecturas
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                          IYa oscureció la tierra.Difícil es tener tu boca apretada.Tu estatura cerca de mi rostro.Sí, yo se. Es difícil.Se le caen a uno las montañas.Los lagos se hacen charcos diminutos.Todo es difícil.Compartir la sonrisa con vos.O este barco que nos quitan.¡A partir! ¡A partir!¿Pero cómo?Si nuestras plantas penetran en recodos de clausura.Alguien saldrá a gritarnos nuevamente.Debemos tener cuidado. Salvarnos. Pero ahora fumemos en silencio.                                                 IIEn qué quedó esa idea transparente,ese cuerpo sobre el que juramos tantas cosas sencillas.Una ilimitada ausencia marcó las señasde tus grandes ojos.Quedarse solo y recordar al otro díalas sombras de los pumas,las desoladas bestias persiguiéndose,hundiéndose conmigo como una gran casa de celos,sumergiéndose,perdiéndose conmigo.Arriba de los cielos, más arriba,la mitad de tu cuerpo fulguraba.Quienes somos, sino aquello que fuimos,sino el pasado de iguales invasiones,de iguales lejanías.                              Guillermo Capece
Dospoemasdos
Autor: Guillermo Capece  1710 Lecturas
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El rostro sereno de una mujerme mira.Sus ojos tienen la piedad que necesito,y sus labios, quizá, el amor que yo deshecho.No me siento invitado a ese amor,extraño para mí.Pero es demasiado bella como para no comprenderque sus pequeños senos me atraen.(Una belleza que no se atenúa con la hondura de sus ojos.)Suenan hermosas sus palabras:la historia de cuando era niña y jugabaen el patio de su casa con una perritaque un día fugó y enseguida se hizo invierno en su alma.La tardecita cubría de marrón intenso los muebles,y ella lloró durante años en aquel cuarto.Allí,en ese lejano idilio de la infancia,nos encontramos los doscomo pájaros usurpados por la misma herida.                          Guillermo Capece                                                            
Soledad
Autor: Guillermo Capece  1125 Lecturas
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       Me oprime esta vasta espera.     Habla de mi condenación y de un dominio.     Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,     las gratas miradas.      Y de un terror: el destello de haberme dividido,     mezclado entre cenizas;     un momento pequeño en que avisoro la muerte.                                             Guillermo Capece
 Me importa saber si más allá de tus brazos crece un pájaro sin alas.Si la nieve y tus besos son muestras de un mundo que se quema a mediodía.Me importa saber si tus labios giran preguntas al silencioo son un gran ofrecimiento para que el mar los llevehacia un lugar donde los anhelos se rescatan. Para dejar de amar me encerraré en un círculo violento,en una mañana espesa de olores pronunciados,en una casa en la que cada siete días escriba tu nombre en la tormenta. Necesito saber en qué lugar habita el beso arrasado de los inocentes de la tierra. En una mañana roja veré el campo,y sobre el campo tu estatua magnífica devorada por el alba.Yo necesito una luz que me revierta,que nazca frontalmente de una luna dibujada en el libroque leímos en la infancia.                                  Guillermo Capece                                                        
 Debajo de mis manos crece la caricia que una vez guardé y el tiempo acudió para borrarla;también las indispensables cosas que nos hacen sentir únicos:un libro, la llave vieja, esa canción a lo lejos. He crecido frente a mis propios polvorinescomo un gran pez que llora ante su sombra. Ahora sé que los adioses también mueren. Cuando quiero llamarte mi cuerpo se incendia en el cielo instantáneode la duda. Pero el tiempo es una garganta que ahueca tu nombre,o lo retiene para compartirlo con las aves que despejan el verano. Eres mi trago parroquial, amado,y esos jirones como última chance. Mi alimento son hojas que cayeron del universo el día en que te conocí.                                                                    Guillermo Capece
Prefiero detenerme antes de llegar a tu ciudad,para no volver a mirar tu rostro.Tú y yo sabemos que nuestras manos que nos apretabanno son las mismas.Sin embargo, las oblicuas regiones de los sueñosme indican el lugar donde siempre estás detrás de las ausencias.No conozco otra manera de anuciarte:amor entre los dientes. Hábitos de himnos. Breve ley del universo.No cede mi insensata, mi inútil lucha de quererte.Dejo palabras tiradas en la noche: espadas, tintas, reconciliaciones,minuto a minuto, campo entrando en la música.Dejo la única mutilación del amor.Dejo sonrisas, amigos, envejecidas cartas.Dejo la nulidad de tu belleza.Voy a una ciudad de páramos dentro de una nieve ciega y amarilla.                                          Guillermo Capece
Decisiones
Autor: Guillermo Capece  1001 Lecturas
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          El viejo pescador que hay en mi recoge lunas en las terrazas    más iluminadas por la cruel pobreza.     El abrazo llega demasiado tarde, cuando dicen que vendrán a salvarme,    como si los espacios fueran voces de colmenas, o desvaríos de una plegaria.     Yo buscaba un punto de apoyo recostado en la celebración,    un curioso golpear sobre los fuegos hasta saber que allí estaban.     Pero nadie volverá de su distancia:    todo será otra vez la súbita emboscada del comienzo.         Guillermo Capece                                                                                      
               Un hombre gay me dijo una vez:              "Me hubiera gustado tener un hijo,              pero ya estoy viejo.              No tendría fuerzas para educarlo.              Sólo tendría cariño,              pero tú sabes  -me dijo-              el amor no sirve cuando uno es viejo."              Entraban muchachos con sus pantalones brevísimos,              y sus bellos pies casi desnudos.              "Habría que modificar al mundo" -añadió-.              Estábamos en un café.              Me fui sin saludar,              acaso mordiéndome los puños.                                            Guillermo Capece                                                     
Revelación
Autor: Guillermo Capece  1357 Lecturas
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Para titengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisa,cuando envuelve, con finura de niño,aquellas plantas que temblaron en la nieve. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros cuando escriben sus cartas a las nubes.Y las nubes como porcelanas blancas me dicen tus secretos. Para ti la proa de un barco gira nupcialmente, cuando ocurren las aurorasy despiertan. Háblame con esa ternura adueñada a las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la llovizna cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero te ruego, con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme.                                        Guillermo Capece     
Berzo
Autor: Guillermo Capece  537 Lecturas
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