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Te recuerdo sembrando tu violín, Iván,el dibujo gris de la ventanamientras la intemperie caía sobre tus hombros.Sabe que te estiras en el olfato de los gatos...Mañana hará treinta y seis años desde que te llevaron,y yo te escribo ahora con una piedra rabiosa,con una promesa, la más alta,por tu preciosa luz, por tu gorra de arena,por tu perfecta fiesta transparente.Ya desconocido, acude a mí con algo de polvo,con algo del temor con que te fuiste,con toda tu llama. Después, tu solo instinto quedó entre la casa. Abre alguna vez tus manos en mis manos,como una fruta.Sólo conociéndote puedo pensar que vuelas.En duermevela, viendo pasar los días,festejaré hasta la última gota de tus ojos. Dime callado de aquellos regresos,tu silvestre manera de oír el acecho de la lluvia.Dime que te has ido para volver en rebeldía;y en el aire suave estaré feliz de tanto abrazarte en tu camino. No te duermas sino de a momentos.Un ave recorre el airey envuelve hechizos con sus plumas.Ten un instante para que tus ojosvean lo que digo:el ave vuela cercana a tu lecho.No te duermas.Ten el ojo avisor.Pronto los animales de la irapasarán por tu memoriadispuesta a confundir la lejanía de un amorcon la renacida esperanza.Ahora queda este pobre tiempo para nosotros. Te he mentido.No me juzgues. Tengo amor todavía entre mis dedos.Vuelve a mis labios.Pronto será el amanecer cuando desovan los peces en los mares del caribe,cuando renace el tiempo y las angustias se espantan.Dame tu perdón. Hoy soy un ruego. A Maximiliano Imanosque nombraron a mis ojos en la ligera noche de abril cariciasque hicieron huír a los hacedores de la muerte labios que besaron otros labios que besaron otros labios mano que guió mi mano en llamas y la llevó al encuentro apacible de los sexos II ni la belleza de Antinoo te hace sombra ni la fuerza de Adrianote es extrañapues belleza y fuerza te enoblecen un poco más y has caminado el mundoel jardín que todas las noches pongo bajo tu almohada yo te distingo cada vez que te nombroentoncestu nombre emerge entre las cosas y las hace únicas tengo abierta la puerta para la música que fatigan los altos navíoscuando pasean al borde de colores y reliquias te regalo mi perro de cobrey mi corazónque hace tiempo gira alrededor de la tierratambién el ave que canta en la siesta diciendo sus amores vencon tus largos dedos mojados en la lluviay ahora échate al río deseo la desnudez de tu cuerpover cómo tu cuerpo habla en cada rincón del míomientrasanimales de ojos titilantes te observan y recitanaquellos versos que inventamos en dos noches seguidascuando el frío se retirabapobre y vencido I no sólo lo que amamos es lo que perdemosel pájaro cóncavo de nuestros sueñosvuelay dibuja un estampa desconocida en el cielo IIahora atiende mi súplica:mezcla tu razón con mis demandastiré la máscara a un costadoy ví lo cierto:amar es la aventura de los lobos(a cuanta sinrazón le llegael sorprendido trance)deja que cierre mis ojos en el aguay juega tu mano amorosa con mi sexo hasta que yo despierte en el muro una despedida:"sed de amparo cada noche"pero no hay respuestanadie escribeal ladodebajoencimani borra lo escritoen mis sueños amparopara mis huesos amparo el arlequín ríeno comprende lo antiguo de la queja Ese pájaro que en setiembre envolvía dulzura en su plumaje,y también el árbol en que se cobijaba,ese trino armonioso y esas plumas azules que a cada momento parecían manos dispuestas a volar a mi alma,ya no están.Serán azules todavía, pero el trino se volvió seco,las hojas del árbol cayeron,(me cansé de preguntar), el invierno se poseyó de mí.Es una historia vieja:cantaban los niños entonces,hace millones de años, pero yo admiraba ese trino de pájaro envolventecuyas notas sonaban como catedrales.Su estampa giraba en mi bolsillo rotoy las migas de pan eran las que él necesitaba.También le daba nueces a comer,pero él quería las cáscaras para hacer barquitos,y comía las flores que adornaban la mesa.Había un perro que permanecía quieto junto a él, pasando las horas.Navegaba solo en un espacio abierto.Pero esto fue hace millones de años.Ahora me cansé de hacer preguntas,y en nuestra vida no hallé certeza alguna.Hasta dudé de que el pájaro existiera,su trino era sólo un fantasma enrarecido.Sólo hay silencios sobre el puente que me unía a él.Y que los dos habíamos inventado, desmedidamente. Guillermo Capece Deja que el viento te cubra con mi sonrisa o la de otro, lo mismo da, pero que a la pasión se sume tu cuello erguido, y unas manos lúbricas acaricien el cuerpo elegido en un juego siempre armonioso, hasta que llegues a mis brazos, y que no necesite untar con celos tu figura en el ardor de tres cuerpos que se aman. Guillermo Capece Para Tito y AgnessaLlueve lentamente.Cerca de un árbol le muestro un pájaro caído.-¿Está muerto?- me preguntas.-No lo sé; quizás esté quieto tramando un suicidio. Cuando despierte algo hará.-Hola, pájaro- dice apenas.Alejandro tiene los ojos borrados por la miel. Seguimos caminando.Yo aprieto su mano.-Papá... ¿voy a ver el pájaro alguna vez? Guillermo Capece Un lobo transporta un pedazo de amor muerto,... Francisco Madariaga Un lobo herido es un poema entre dientes.Roto en mil pedazos el lobo hubiera escapado,pero nada ocurrió.Ocurrió que quien escapó fui yo, pero sólo por un instante.Con obstinación puse mi almohada petrificada y esperé.Blanca por fuera como la harina seca de los pobres,mi almohada cantó una triste canción que escucho en mi memoria.Comenzaba: la vida es así. Guillermo Capece El lobo me escribe en letras amarillas, y es grato sentir el miedo provocado por sus fauces, por sus párpados en vuelo de su mirada de lobo. Es el amor esperándome irrenunciable. Pero yo no pido mucho: sólo el retumbo de su aullido y su piel de nieve: todo es gélido menos la boca del lobo. Guilermo Capece Oigo a un lobo aullar como hijo del sufrimiento,y en sus lágrimas hay espejos de todo lo que fue pasado.Bajará de su árbol a beber conmigo,a compartir mi modo de amar en las fuentes echadas sobre el bosque,y sus dos hermosos ojos infinitamente tendrán una cascada invisiblepor donde caen los pájaros ajenos.Frente a él estoy yo, trastocado, erguido,pero más pequeño que mi fatiga, y aún más:como un viejo ojo de lobo, esperando.Tengo frío. Y debo decirlo.Extenuada como arenas movedizas mi cabeza se vuelve crepusculary duele en el centro mismo del mundo.Oigo el silencio. Pero no es el silencio.Es el lobo que con sus suaves dolores de lobotrepa al árbol y baja como en un juego que solo mi corazón entiende.Aquí hemos de estar: yo con mis viejos botines de muérdago,él engalanado para un breve carnaval,con rincones de árboles y hojas de instantes de verdad y mentiras. Guillermo Capece Ardo en deseos de ver el arma que me mató.Pero los lobos se adueñaron de míy me arrojaron al fondo de la fiebre.Como en un acto falso de amor tomaron mi olvidada cabeza y la tiraron bajo calles, puertas,paredes vacías.Yo sabía de sus bellezas y sus culpas,pero nada pudo atravesar mi perpetuo abrazo endemoniado. Sin embargo:hoy soy mi corazón sustraído de la bolsa más austral;soy el olor, la mano que no acaba.Soy el sobresalto de la luna y el alimento primario de un consuelo que no llega.Hoy ellos son hiedras pegadas a mi saqueado cuerpo.Dientes blancos que fueron mis verdugos. Aquí mi desolación, mi urgente llamado a esas plantas que nacen en nuestras almascuando el cuerpo se ha acallado,y sólo queda el fruto silencioso de lo que no fue. Guillermo Capece Es otoño, y el malentendido entre las luces subsiste.Los montones de ramas esperan en un rincón del jardín. ¿A qué acallar las voces de lobos dispuestas al despojo?A pesar de todo el verde del jardín los atrae. En cada hombre existe la incuria pero tambiénla fuerza que adelanta. En mí, el desequilibrio se extiende como el de las bestiasbuscando comida entre las piedras.Porque yo también soy lobo,en la belleza del deseoy el temor del vértigo a la sangre. Guillermo Capece Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno. 8 planetas, (Plutón fue excluído por pluto.) Guillermo Capece ¿Y si el romance fuera humo perdiéndose en las murallas de una hermosa ciudad? ¿Y si las oraciones, las vanas respuestas a preguntas mal dichas, las canciones sin otro destinatario que la sinrazón y la duda? ¿Y si los vientos, los húmedos amaneceres estuvieran inventados, y cada día retrocediera a su noche? ¿Y si una cabaña equivocada en mitad del campo diera albergue a un dios inexistente? Mayor dolor no habría. No habría citas ni reclamos, ni pan para comer. Yaceré entre las sábanas hasta un día que se llame domingo. Después vendrá otro domingo, y otro. Al cuarto no lo esperaré: Yo estaré demasiado lejos. Pero algo de tu rostro estará siempre conmigo. Guillermo Capece El cristal despedazado es otra vez la copa vieja.El ave lateral vuela hacia atrás y es el gorrión que era.El agua se levanta y en la ceniza gris hay llamas. El cielo desnublado recupera la lluvia,y el muerto se intercala en el mundo por la grietaque trazó un descuidado.La mano desclava el oxidado puñaly César es. Recuperados por el pasado, los libros regresan a Alejandría. Es la absolución pretérita,la de Cain milagrosamente puro otra vezpor la magia de la piedra que vuelve,de la frente ya íntegra de Abel resucitado. También el desamor, el agrio desamor se triza y me quieres de nuevo. Daniel Herrendorf (de su libro El sueño de Dante) (1999) (Editorial Sudamericana) Su llamado de ceniza vuelve cada noche a la mitad de mi cuerpo desconocido. Baila con el viento hasta oír sus informes: una clamorosa oración en la boca de los árboles. Allí está ella, seduciendo. (En el camino brillaba su pequeño gato gris.) Guillermo Capece Esa puerta está cerrada para mí. Tal vez un golpe de viento, o quizás tu no deseo. Mi libertad hace que me cuele por el ojo de la cerradura. Trato de abrirla por dentro. Pero me acostumbro a mi encierro. Guillermo Capece De todos estos inefables actos,y también de esta huella perseguida,no ha quedado más que un repartirme entre arenas-Tocando bocas errabundas entraré a profesar mi miseria.Acaso un colosal pedido de auxilio sea como un rayo que no termine. Guillermo Capece El viejo confundía a Evaristo Carriego con Bettinoti. Entonces cantaba pobre mi madre querida, pensando en Carriego y en su vida triste en los alrededores de Palermo, donde él, don Alberto, arrastraba sus últimos años en uno de esos conventillos inmensos que ya no quedan en el antiguo barrio.Doña Justina salía a gritarle: don Alberto, pase adentro que hace frío. Acuerdesé que no tiene edá para hacerse el joven.Pero él seguía con los ojos pegados en algún árbol de esos enormes de la calle Honduras y sólo lo envolvía la nostalgia que se ataba a su cuello como un gran anillo apretado. Y quién sabe qué recuerdos. Y seguía canturreando: cuántos disgustos le daba. El almacén que estaba enfrente, con su estaño machacado de puro gastado, lo veía entrar y el otro viejo, don Damián, le acercaba la copa de caña. -Buen día, don Damián -Buen día, respondia Damián, apenas, con su carácter hosco.A partir de lo cual, don Alberto bebía a sorbitos su caña; tan lentamente que quizás estuviera dos o tres horas junto al mostrador, sin hablar con nadie, porque acodado miraba hacia la ventana enmarcada en gruesos volúmenes de madera, cantando bajito, como para no molestar: cuántos disgustos le daba. Cuando llovía en Palermo, se formaban grandes charcos en casi toda la calle Honduras, y había que ir a los saltos, porque si la lluvia era muy fuerte, calle y vereda eran una sola extensión sin ningún tipo de límite.Era entonces cuando el viejo, contrariando todos los consejos de doña Justina, salía con el pretexto de comprarse aquel cigarro que quería fumar desde la noche, o cruzarse hasta el almacén para llenar su botella con el medio litro que le alcanzaría para el almuerzo y la cena.Cuando volvía tenía que oír los gritos de doña Justina, que dejando de atender alguno de sus chicos, se asomaba al patio común y le gritaba: - Don Alberto, con esta lluvia. ¡Parece mentira! ¡Un hombre grande como usté queno se sepa cuidar!Y mientras él disponía el medio litro sobre la mesa que de usada siempre tambaleaba, y agarraba el pan del estante sin prender la luz, aparecía el plato de sopa caliente traído por doña Justina, que decía: - Don Alberto, está bien, son las doce del día, pero con esta tormenta no se ve ni a un metro. Por qué no prende la luz, hombre. Por lo menos hasta que se vaya la oscuridá...Pero el viejo no la oía; doña Justina broncaba y el plato terminaba allí nomás, en esa mesa tambaleante, porque el viejo no se ocupaba en tomarlo. Eso sí: para que doña Justina no dijera nada, la sopa iba a parar a la pileta.Sólo pan y vino, pensaba don Alberto. Medio cigarro después de comer. Y una caña en el mostrador a la mañana.Después... caminar por Honduras debajo de los árboles sin alejarse mucho, era como un regalo que se hacía, pensando otra vez que Carriego había hecho en ese barrio, los versos que él canturreaba como podía: pobre mi madre querida...En ocasiones el paseo se extendía hasta Coronel Díaz, y allí se enfrentaba con una gorda de guardapolvo blanco en una esquina llena de colores. -De ésas- le decíaEntonces llevaba a su pieza caléndulas amarillas, y la adornaba con flores; algunas en la mesa, otras arriba del ropero, y la más grande iba a parar a manos de doña Justina, que con gesto duro para ocultar el sentimiento, tomaba la flor y sin agradecerle, le decía: -Usté cuidesé, don Alberto. No lo veo muy bien ultimamente.Él sabía que ese era el agradecimiento de la mujer; por eso incurría una y otra vez en el obsequio. Aquella Navidad había llenado de caléndulas la pieza, y medio pan dulce estaba trozado en una fuente. El medio litro se había convertido por gracia de don Damián, en una fresca botella de sidra. Pensaba invitar a doña Justina y a sus tres chicos. Mientras el viejo trataba de que la mesa no se bamboleara, colocándole un pedazo de papel en alguna pata, cantaba: cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Doña Justina llegó media hora antes de las doce, después de acostar a dos de sus niños. Comieron el pan dulce, las peladillas que ella comprara para la fiesta, y por fin, en las copas de pie alto que llevó la mujer, sirvieron la bebida. Charlaron de los vecinos, de lo poco que se cuidaba don Alberto, de lo linda que tenía arreglada la pieza con tantas flores.Don Alberto sonrió con una inmensa tristeza, y lo único que se le ocurrió preguntar fue si la mesa se bamboleaba, porque de ser así, buscaría un taco de madera y santo remedio.Doña Justina dijo que no, y él ya sabía que hubiera sido inútil, pues durante muchos años tuvo la mesa en esas condiciones y jamás se le ocurrió arreglarla.Después hubo un silencio. El viejo probó apenas la media copa que se había servido. El chico mayor de la mujer dormitaba sentado en la silla de paja, y los ojos del viejo se empezaron a oscurecer cada vez más. Hasta que ella dijo: -Es la sidra, don Alberto. No tome más, hagame caso.Y él nuevamente empezó a canturrear, esta vez como desde el fondo de sí mismo, tumbándose sobre la mesa: Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba, cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Una caléndula encima de la mesa se quedó esperando para que cuando fueran las doce don Alberto pudiera regalársela a doña Justina. Guillermo Capece Cazador de las nieves en domingofuiste un perpetuo salto en el inmenso viaje.Fuiste sonrisa que tañe en lo íntimo de tu cabellera secreta,el despertar de una noche en que tu piel oscura venía a mí a erizarse.Yo conocí el mar por haberme asomado a tus brazos,y la arena humedecida no era sino tu cuerpo.Tu garganta nombraba cada cosa.Pero el amor estaba hecho de relámpagos sinuosos,condenado a sembrar una copia de la noche,ahogándose por las piedras que lo circundaban.Algunas veces inunda mi cuerpo la nostalgia-cuando una pena labra el almay no se oyen más que recuerdos:pasos que fueron en una alcoba,murmullos de una risa infinita,y entonces - solo - vivo el pasado como una borrasca de la que no puedo despedirme.Con el tiempo envolviéndome la caraveo ahora tu rostro.Y lo lleno de transparencia: lo rojo de mi vino lo cubrepara que prolongue el territorio instantáneo de tu mirada. Guillermo Capece Te quise recurriendo a viejas fórmulas,a palabras que creí eruditas, a conocidas caricias.Pero la rosa estaba devorada en los atajos donde tu corazón florecía. Te quise cuando supe que la ruina de los parquessobre las que nos habíamos amado amanecieron intactas; y asi ocurrió en la innominadas noches,y en las vigilias ardientes que tuvimos.Pero el invierno construyó despojos,un último horizonte sobre la piedra muda.Habría que rehacer el cántico de tus manos,llamar tus ojos, seguir el ritmo inacabado de tu cuerpo,gritar tu cintura templando la ciudad entera.Quisiera ser un sólido animal que gire por la selva,la piel de un tigre, sus abrazos secretos;mezclarme en los dias que nos dimos el agua de beber,ser el ávido ramajedonde tu risa cante. Guillermo Capece a cada minuto surgen dudasqué haré entonces?cada palabra es una puertase abre o no según caprichospero en el mediopero en el miedoqueda tu boca cesante Atado al carmín de sus labios adivinaba el beso que no le había dado.Para mis animales quedará el pasto que fue verde.Yo me iré.Caminante solitarioalguien quiso acompañarme.No lo consiguió. Guillermo Capece adiós pequeño Davidtu visión hace de mi capael color macilento de los muertosadiós hasta ahorano veré tu caminopues debo arrojar mis ojos a las calandriasque viajan lejosentre montes y montañasentre montones de nubessurcandojardines de párpadospara tu voz irrealizada te miro y mi cuerpo recorreel juego de las nochesla sabiduría del ladróny la sed para pintar alturasdonde renacenlas raíces del cedroy la hierba pegadacon soles de sangre amarillaa mis pupilas adiós hasta ahora tus manos de colores fijosno verán mi negro plato de comida,y nada de pedir socorro:bailarán los impíos o fingirán que están bailandopara no verte en desmesurapara no vermepara no reconocerteen el contorno ávido Davidde tu nombre ahora baila soloyo contemplo en mi espejo de piedraesta mano que zambullereuniendo escarabajos agriospara nuestra cenadesnudos los dos como jóvenes hambrientos busca ya tu platoy tu rumbo nunca más tomaré mi vino junto a un sueño Guillermo Capece Esclavo. Encadenado al cobre, abstemio y ciego para el vino, ni con un lazo de miel te herí, ni mis soldados te hirieron. Sólo fue una batalla desgarrada, el coral de los sueños en la pequeña mano mágica del olvido. Guillermo Capece Calledonde habitan las atroces máscaras de la violencia,y las bocas enajenadas al miedoreviven sus bailes siniestros. Solitarias calles donde perros cimarronesparen los hijos de la lujuria,y los devoran en el momento más alto de la sangre.Calle por la que pasea la muerteen su carroza alhajada de tierra,iluminada por una luz que tirita en algún lugar distante;olvidándose de las caricias,de las guirnaldas en los vestidos de las muchachas,llamando a gritos a los efímeros amorespara despeñarlos en los acantilados cerca del río.Calle:aun en la contienda de los lobosnuestra voz golpea en las estrellas.Pasaste tu mano de tiempo sobre nosotroscontaste tus historias.Y somos todavia preguntas amontonadasque nos llaman y se van. Guillermo Capece he cultivado la flor más difícil golpeaban sus pétalos y no quise oírlos entonces me adueñaba de todos los silencios ahora soy el que en vano busca algún deseo: acercarme a su boca y beberla como un vino sexual pero soy el amante pobre que recibe caricias prestadas quien corre con su angosto perro hacia un sueño plateado no me arrepiento de no callar en cada poemade enterrar mis pies en humedalespero todo el que tenga amor en su mano izquierday en la derecha fuerza para darlo deje resplandores soles finos algunas abejas libadoras sobre la vegetación que lentamente me cubreasí estaré feliz de tener poco: lo delicado de tus aguas que me ciñentu belleza que no se atenúa con las sombras yo las amé con ventura celeste. Guillermo Capece abajo el herido de polvo entreteje palabras el poema se hace pero también reclama en algún universo posible estará el alma de ella el herido ha dejado de rodar pero ya no tiene a nadie no es el silencio el que aturde sino la voz de las cosas más extrañas ella está ebria: ella ama al veneno cada vez más cercano embebiéndolo todo ella está loca como las cosas más extrañas ¿qué queda en su choque con la vida? casi como en una salvación el herido de polvo muerde su destino abre una caja sin fondo y sumerge su máscara como último aposento en medio de su pecho un navío agota su definitivo viaje Guillermo Capece desnudo sabe a malva los días pasan por sus ojos cuando mira el mar deja que el viento le cubra como una sonrisa en un juego armonioso mis manos serenas y libres recorren su rostro y lo toman como un vino sexual su cuello y mi boca llanto para mañana no va a estar no va a estar pido que no necesite untar con celos su cuerpo en el preludio de la tarde porque mañana no va a estar Guillermo Capece Estoy sobre la tierra. Para ser hijo de sus manos desgajadas y tragar un pan desaliñado que no se brinda fácil, he multiplicado los suicidios.Mis rodillas han sentido el peso de un adiós,las lágrimas de muchas cobardías.Todo el cielo desplumado,mi sueño en el sueño de la sombra. Ah, bien se que el destierro se completa cada día, que del error a la verdad hay un pequeño margen, que el perdón es la venganza más extrema.La tierra es una mujer vencida:en las márgenes más engañosas de los ríospasea sus viejos pecados capitales,atrapada por el deseo insaciable de la furia. Noche sobre la noche. (Esa luz que vive a veces es la claridad que necesito.) Guillermo Capece IYa oscureció la tierra.Difícil es tener tu boca apretada.Tu estatura cerca de mi rostro.Sí, yo se. Es difícil.Se le caen a uno las montañas.Los lagos se hacen charcos diminutos.Todo es difícil.Compartir la sonrisa con vos.O este barco que nos quitan.¡A partir! ¡A partir!¿Pero cómo?Si nuestras plantas penetran en recodos de clausura.Alguien saldrá a gritarnos nuevamente.Debemos tener cuidado. Salvarnos. Pero ahora fumemos en silencio. IIEn qué quedó esa idea transparente,ese cuerpo sobre el que juramos tantas cosas sencillas.Una ilimitada ausencia marcó las señasde tus grandes ojos.Quedarse solo y recordar al otro díalas sombras de los pumas,las desoladas bestias persiguiéndose,hundiéndose conmigo como una gran casa de celos,sumergiéndose,perdiéndose conmigo.Arriba de los cielos, más arriba,la mitad de tu cuerpo fulguraba.Quienes somos, sino aquello que fuimos,sino el pasado de iguales invasiones,de iguales lejanías. Guillermo Capece El rostro sereno de una mujerme mira.Sus ojos tienen la piedad que necesito,y sus labios, quizá, el amor que yo deshecho.No me siento invitado a ese amor,extraño para mí.Pero es demasiado bella como para no comprenderque sus pequeños senos me atraen.(Una belleza que no se atenúa con la hondura de sus ojos.)Suenan hermosas sus palabras:la historia de cuando era niña y jugabaen el patio de su casa con una perritaque un día fugó y enseguida se hizo invierno en su alma.La tardecita cubría de marrón intenso los muebles,y ella lloró durante años en aquel cuarto.Allí,en ese lejano idilio de la infancia,nos encontramos los doscomo pájaros usurpados por la misma herida. Guillermo Capece Me oprime esta vasta espera. Habla de mi condenación y de un dominio. Del hastío por el que cursan las plantas, los licores, las gratas miradas. Y de un terror: el destello de haberme dividido, mezclado entre cenizas; un momento pequeño en que avisoro la muerte. Guillermo Capece Me importa saber si más allá de tus brazos crece un pájaro sin alas.Si la nieve y tus besos son muestras de un mundo que se quema a mediodía.Me importa saber si tus labios giran preguntas al silencioo son un gran ofrecimiento para que el mar los llevehacia un lugar donde los anhelos se rescatan. Para dejar de amar me encerraré en un círculo violento,en una mañana espesa de olores pronunciados,en una casa en la que cada siete días escriba tu nombre en la tormenta. Necesito saber en qué lugar habita el beso arrasado de los inocentes de la tierra. En una mañana roja veré el campo,y sobre el campo tu estatua magnífica devorada por el alba.Yo necesito una luz que me revierta,que nazca frontalmente de una luna dibujada en el libroque leímos en la infancia. Guillermo Capece Debajo de mis manos crece la caricia que una vez guardé y el tiempo acudió para borrarla;también las indispensables cosas que nos hacen sentir únicos:un libro, la llave vieja, esa canción a lo lejos. He crecido frente a mis propios polvorinescomo un gran pez que llora ante su sombra. Ahora sé que los adioses también mueren. Cuando quiero llamarte mi cuerpo se incendia en el cielo instantáneode la duda. Pero el tiempo es una garganta que ahueca tu nombre,o lo retiene para compartirlo con las aves que despejan el verano. Eres mi trago parroquial, amado,y esos jirones como última chance. Mi alimento son hojas que cayeron del universo el día en que te conocí. Guillermo Capece Prefiero detenerme antes de llegar a tu ciudad,para no volver a mirar tu rostro.Tú y yo sabemos que nuestras manos que nos apretabanno son las mismas.Sin embargo, las oblicuas regiones de los sueñosme indican el lugar donde siempre estás detrás de las ausencias.No conozco otra manera de anuciarte:amor entre los dientes. Hábitos de himnos. Breve ley del universo.No cede mi insensata, mi inútil lucha de quererte.Dejo palabras tiradas en la noche: espadas, tintas, reconciliaciones,minuto a minuto, campo entrando en la música.Dejo la única mutilación del amor.Dejo sonrisas, amigos, envejecidas cartas.Dejo la nulidad de tu belleza.Voy a una ciudad de páramos dentro de una nieve ciega y amarilla. Guillermo Capece El viejo pescador que hay en mi recoge lunas en las terrazas más iluminadas por la cruel pobreza. El abrazo llega demasiado tarde, cuando dicen que vendrán a salvarme, como si los espacios fueran voces de colmenas, o desvaríos de una plegaria. Yo buscaba un punto de apoyo recostado en la celebración, un curioso golpear sobre los fuegos hasta saber que allí estaban. Pero nadie volverá de su distancia: todo será otra vez la súbita emboscada del comienzo. Guillermo Capece Un hombre gay me dijo una vez: "Me hubiera gustado tener un hijo, pero ya estoy viejo. No tendría fuerzas para educarlo. Sólo tendría cariño, pero tú sabes -me dijo- el amor no sirve cuando uno es viejo." Entraban muchachos con sus pantalones brevísimos, y sus bellos pies casi desnudos. "Habría que modificar al mundo" -añadió-. Estábamos en un café. Me fui sin saludar, acaso mordiéndome los puños. Guillermo Capece Para titengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisa,cuando envuelve, con finura de niño,aquellas plantas que temblaron en la nieve. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros cuando escriben sus cartas a las nubes.Y las nubes como porcelanas blancas me dicen tus secretos. Para ti la proa de un barco gira nupcialmente, cuando ocurren las aurorasy despiertan. Háblame con esa ternura adueñada a las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la llovizna cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero te ruego, con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme. Guillermo Capece Yo,el que duerme por tus ojos,el que recita sólo las estrofas aquellasaprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciado vino azul; yo,porque ahora estás hecho de memorias,vengo a tu sombra y digo:no lloraré;la fiesta ha terminado.Nada vale la penasi estas tan lejos y perdido,tiritando, bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana.Dame la libertad.La necesito.Para construírte cercano a míbusqué la tierra más desierta.Todos los misterios del mundo son inciertoscuando tu recuerdo llama. Como miel, maná recién caído del cielo, frutas con formas ridículaspara llegar al límite de tu corazón lujoso,pero no puedo. Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. Ahora una definitiva forma nos envuelve;nos sostiene el náufrago que estos versos me dicta. Guillermo Capece I Un hombre que consuma ratasno es digno de cualquier miradapero ese hombre que consume ratasno ha sido besado nunca en la noche II Dos palomas en vuelo dispuestas a dejarun pequeño cangrejo entre los labios de un ser que amó y sigue amando.Pero los labios están tiznados casi ausentesy miran, cómo el evanescente volar de las palomashuye hacia otro fuego IIIAh, la Ausencia me mata me mata este cuerpo: una pequeña avellana que riza tu pelo lloroso; cientos de águilas con sus alas maltrechas persiguen tu aliento entre las espesas tierras del mar.Yo amé tu sexo envidiado por los labios de dementes desgarradosque se juntaban en la calle para aumentar el placer de verlo como a un vaso de licor bebido a la hora de la sed infame.Sólo las águilas comprendían mi acto de desesperada lujuria,mi deseo endemoniado partido en mis carnes en penumbras.Ellas compartían conmigo como en un acto de fiebreel calor de libar el aire de tus brazos peregrinosque sólo sirvieron para trizar las penas de unos cuantos díasy poder amarnos.Ahora es vacío.Desnudo, cierro los ojos de mis ojosmuerdo otra sangre antes de que los maleficios crien escorpiones en tus hombros; canciones insolentes se expanden en mi boca;un hombre en un bar corre sobre el teclado de un piano como si huyera de sí mismo.Yo me dedico a mirar ardorosamenteel tiempo que pasa. Guillermo Capece Reapareces como una paloma confusa,y me traes los años pasados para que estén conmigo. Nos vemos. No nos vemos. Nos miramos en todos los frentes;dicho en otras palabras: ¿reencuentro?Sólo en el mapa de la memoria. Cómo ahora se queja se aleja mi cuerpo,se queja bajo una baranda de frío. Alguna vez, si nos encontrásemos en mitad de una habitaciónfina como un hilo,te diré cómo sucedieron las cosas. Guillermo Capece , ¿Qué derrota antigua, impidió nuestro encuentro? Nuestras vidas se parecen a la noche de Cartago, que Roma nunca entendió. Te amé como no se debe que es el único modo de amar. Ya no importa que la lluvia cae incesante sobre mi suelo sin ninguna flor. Guardo en mi memoria el árbol en cuya sombra nos recostamos para hacer la paz. Juro por los dioses que no existen que te amaré de Norte a Sur. Aunque habites el Oeste sangrante y yo te susurre amor desde Este, mi ser. Ven.Atrévete a cruzar el río que sacude,y trae contigo las cuentas de agua de colorescon las que jugábamos al alba.Ponte el hábito de humo que lucías echado en el follaje de bosques en la lluvia. Yo elijo octubre para que vengas,porque en octubre las mariposas maduraspara obsequiarte estarán listashasta que el aire las atrape,y las transforme en un sola palabra,hasta que en mis ojossiga cayendo la avidez del instinto,y se hayan limpiado o node sus maravillosas visiones. Ven, bajo el castigo que nadie percibe,pero tú sí, porque el castigo te conocecomo alguien que ha pactado en secreto. Cumple entonces con el cometido.Saca ese cuchillo de las doce,y con dulzura pero con impiedad,clávalo allí,donde mis audacias fueron múltiples,donde tengo más dolor que corazón,y despliega mi cuerpo prontamenteen el momento más anónimo del amor. Guillermo Capece En realidad los suicidas tienen razón, pero están equivocados. Tienen razón porque los problemas terminan con la muerte. Están equivocados porque los problemas no se solucionan con ella, es más, perviven… como una voz ultramarina que buscara una sirena… no dejaría de ser una voz, acaso poética, pero sin oídos que la escuchen.- El suicidio es suprimir mi yo en el mundo, porque no se pudo suprimir el mundo que me oprime. Tiene la dignidad del coraje absoluto, o de la cobardía absoluta, pero eso sí, no caben dudas, es el único absoluto absolutísimo que un ser humano puede brindar.- El velorio de los suicidas, es una ceremonia auténticamente horrible. Parece una cita de culpables, un hazme-llorar donde las lágrimas no son de dolor, sino también de culpa, de impotencia, de rabia. El velorio es algo que quizás acompañó al suicida, en su imaginación, como una de esas satisfacciones humanas que muy pocos, sólo los suicidas, pueden darse.- Pero no quiero hacer una apología. El suicidio termina en un fracaso, después del triunfo aparente, ¿por qué?, porque el tiempo, nos hace olvidarnos del suicida… de él y de la forma en que murió. En eso, los suicidas se parecen a todos los que moriremos de muerte natural. Ya ven, no hay trampas que valgan frente a ese destino que tenemos todos: el olvido. Ah… me voy a suicidar un poco (voy a dormir unas horas) y cuando resucite… leeré sus numerosos comentarios.- Chau! P.D: publicar para que nadie comente nada, acaso sea, suicidarse de veras. Salud! Esa noche era distinta. Howard, estaba solo… completamente. Quería acción, sentirse otro. Más bien, quería ser otra, o … sinceramente, quería ser la que era, puta, puta, muy puta, siquiera por una noche.- Ya no tenía la mirada atenta de mamá, que le encontraba ropa interior femenina en los lugares más insólitos, y le amonestaba… “Howard, eres un hombre” “Howard, basta de jugar a la nena, sino le digo todo a papá”. Quizás esa noche, después de todo, Howard no estaba solo, al contrario, Howard estaba consigo mismo, con “Helen”. Ese era el personaje que a Howard en realidad lo acompañaba. Su otra parte. Mejor dicho, su parte verdadera, él era ella, él era Helen.- Vistió sus diminutas ropitas interiores, en su cuerpito que ya disfrutaba plenamente. Ceñida de sedas y topacio, de chanel nº 5 y tacos altos. Venía el mejor momento. Atravesar el umbral de la puerta, y … por primera vez, salir al mundo, siendo la que es, siendo la que soy, se dijo, con aire de triunfo.- Las primeras miradas, lejos de ser censurantes, fueron agradablemente curiosas. La peluca rubia iluminaba la noche oscura. Un niño de la calle le lanzó un silbido sensual, ella siguió sin hacerle caso, no le gustaban los niños. Quería hombres, hombres recios y tiernos, hombres maduros y deseosos… de su cuerpo depilado, de su alma desnuda.- En la esquina, detenida frente a un semáforo, la abordó un transeúnte… “ven conmigo nena esta noche… tengo mi auto a media cuadra… acompáñame”…Con ese hombre, solamente con ese hombre, ella… toda tabú, no hubiera aceptado jamás. Era el papá de Howard, que acaso deseó a Helen, secretamente… siempre.- Esa noche no era distinta. Era la misma noche de siempre, con la luna vestida de luna.- Cada mañana tengo la vida reconstruida. desde que compartimos la ternura y la alcoba.Nuestro espejo, me devuelve tu imagen, de senos turgentes.y el reflejo de tu sonrisa diafana, como la vida misma.Me contemplo en tu mirar, y la calma me habita.Estas en las delicias de mis horas, dias,..y me convocan a inventar un futuro a tu lado.Nuestras soledades encontraron su destino.el olvido emigro.nuevamente sale a la caza de otro ser perdido. No vuelvas a caminarpor la senda en que perdistetus mejores ilusiones.Aquello ya pasó. No vuelvas a la misma puertaque te adentró engañadoen los besos traicioneros.Aquello ya pasó. No vuelvas a creer sofismas huerosde teorías cerradas en el aire.Aquello ya pasó. Los errores del pasadoallá quedaron,no volvamos a pisar el mismo polvode los caminos perdidos. (de "La caza del viento") Enrique González Matas En la vida debemos darnos el valor y el respeto con eso no me refiero a las personas gay si no aquellas personas que no toleran dicha personalidad, porque ofender a un ser igual a ti? Porque humillar a una persona que tiene tus mismos derechos? La cuestión no es apoyar lo que ellos hagan si no , brindar nuestra solidaridad y obtener los beneficios positivos que nos pueda ofrecer ese tipo de personas y agregarlos a mi vida y los malos , solo debemos botarlo y olvidarnos de que esa persona comparte otras creencias que yo . Porque debemos ofender a una persona que llego a este mundo sin preferencia sexual , así como tu sientes algo por tu sexo opuesto otros lo sienten con su mismo sexo .si cada ser humano hace esta dinámica puedo prometer que en el mundo haya paz pero cada cabeza es un mundo y hay personas que no se pueden manejar .
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martin yuri callisaya miranda
saludos
Hoz Leudnadez
Silvia Ins Mazziotti
Seelvy
Niain
A veces me faltan pulmones para respirarlos...
Gracias por el último detalle, muchas gracias
Annita
Muy alegre de verte por mis lares.
Afectuoso abrazo
Guillermo Capece
Guillermo Capece
eres tan bella como en la fotografia?
Miel
Miel
Estoy paseando por tus textos y noto, con alegría y gratitud, tu loable entusiasmo por publicar la poesía de nuestros valores latinoamericanos. Va un gran saludo y mi promesa de pasar a leerlos con calma con la dedicacion que se merecen. A raíz de tu mención a la gran poeta, estoy dedicada al estudio de Alejandra Pizarnik con mayor profundidad
Muchas gracias por compartir tus conocimientos con nosotros. Me complace mucho saber quecontamos con un amigo cuya vasta cultura literaria nos motiva y orienta hacia algo nuevo cada días.
Y sí, hay que tener mucho cuidado con los adjetivos. Pueden enriquecer inmensamente, pero mal utilizados puden matar, como expresa Huidobro. Hay un pequeño fragmento de Carpentier sobre los adjetivos, veré si lo puedo encontrar.
Un abrazo muy cordial,
Miel
Francisco Perez