• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
(Continuación)Julia estaba firme, segura. Él se sentía vacío, como si lo miraran calándolo en lo hondo de su cerebro. No sabía qué decir. Le habían robado las ideas, y un raro malestar lo cubría por entero. Se daba cuenta de que ella esperaba una respuesta, y estaba decidido a recorrer todo su cerebro para encontrarla. En tanto se paseaba por el living jugando con su llavero. Debía encontrar alguna idea.-Julia... vos no habrás pensado que yo dejé de quererte- las palabras se le amontonaban en la boca.Ella volvía a hacer  pesado el silencio.Por fin le dijo que tenían un dispar concepto de la felicidad, que hablaban diferentes lenguajes, que entre ellos existía una barrera que ahora se hacía evidente.Él la veía blanca, suave pero decidida............................................................................................................................  Sus ojos color de miel se enrojecían, así como sus mejillas, y se ponía francamente insoportablecuando al segundo whisky le seguían un tercero y un cuarto. Entonces hablaba sobre lo que había sido su amor con Sergio, y todo su pasado se le venía tumultuosamente encima; resultaba abrumador más que doloroso oírla.Era cuando la piel de Julia se espesaba, un ligero rictus se enmarcaba en sus labios, mientras insistía que la verdad le debía ser develada, a la par que otro whisky caía en el vaso.  Y era por la tarde cuando no sabiendo cómo manejar su angustia, llegaba a su departamento, chequeba para saber si su portero electrico estuviera conectado, controlaba el tuibo telefónicocomo si esperara a alguien, naciéndole la necesidad de sentir en su pecho el ardor de la bebida, mientras fumaba y pensaba en los tres años vividos junto a Sergio.Otras veces le pedía a Carol que la escuchara , o a alguna compañera del Colegio Marañín donde dictaba clases, o al vecino, o tocaba desesperadamente el timbre del portero para contarle lo mal que se sentía por la rotura de alguna canilla y que fuera urgente a arreglarla.Una vez allí invitaba al hombre con una copa y comenzaba con una pequeña historia de sí mismahasta que por fin se desbordaba, sin permitir que su interlocutor hiciera algún comentario, porque además éste no encontraba espacio para hacerlo.Ella había llegado a eso. (Ella,  quien  gustaba del diálogo, y quien -en otro momento- pensaraque se había separado de Sergio sin inconvenientes, quien hacía tiempo escribiera en una esquela: "soy feliz", por escribirlo nomás, por sentir desde el movimiento de su mano ese gozo que le nacía en el cuerpo, pues en momentos de dicha sentía todo su cuerpo sutilmente ocupado), ella, ahora estaba vencida, pero no exactamente vencida -pensaba- sino con un desasosiego blando, que le impedía ver con claridad todo cuanto le sucedía; por eso tenía que llevar aunque sea un trozo de verdad a su boca, deshacer con un vaso de alcohol las lágrimas que albergaba sin salida.    Un día don Ernesto Sabato la invitó a ver sus propias pinturas,pues le había interesado el temperamento suave y a la vez definido de sus óleos. Ella se transladó hasta Santos Lugares.-Pase- le dijo Sabato abriéndole la puerta. La tomó del brazo y pasearon por el jardín.-Me gusta que hagan ruido bajo los pies. Por eso no las dejo barrer- continuó Sabato refiriéndose a las hojas secas.-Pise, pise- siguió- y encontrará un placer que quizás no sea nuevo para usted, y seguramente estará enraizado en su infancia. Quizás cuando usted era pequeña jugaba en una plaza en otoño.Julia asintió.-Pienso que el placer que usted siente también debe ser trasladado a sus cuadros, junto con la textura y el color-dijo el maestro- es decir el placer debe ser evidenciable para el pintor y evidente para el observador- y miró de reojo a la invitada.-Pero para eso- continuó- usted tiene que obtener nuevamente ese pequeño o gran gozo que significa hacer crujir las hojas secas, atesorarlo, y llevarlo como en una cajita dorada... hasta el cuadro.El ya no hablaba de literatura.Pasaron al taller y las telas que Sabato le mostró deslumbraron a Julia.La mayoría eran óleos, retratos de famosos. El trazo era vigoroso. Otros transparentaban tal angustia existencial que resultaba difícil mirarlos. Parecían expresionistas, y ella hubiera jurado ver en algunas, la influencia de................, pero no se atrevió a decirle nada.Almorzaron brevemente en el jardín; antes Sabato se habìa detenido a mostrarle una tela que le entusiasmaba sobremanera: se llamaba "La tierra roja". Obviamente era un paisaje de Misiones, donde el celeste se veía apenas en la parte superior, y los bermellones y marrones y verdes, ocupaban el mayor lugar.-No conozco el autor- dijo Sabato- no está firmado- me lo regaló en Misiones un joven llamado Inocencio, que es un escritor de gran futuro.La tierra roja era para Julia igual a esos días pasados junto a Sergio que se agolpaban en sus cerebro, donde los recuerdos pugnaban por presentarse alternativamente, pero sólo lograban mezclarse confusamente, síntoma del desorden con que había ocurrido todo. Con fastidio trató de apartar esos pensamientos, y dedicarse por entero a la conversación con don Ernesto.Mientras le mostraba unas fotos de sus nietos, y otra más obscura del perro que había tenido,plácidamente le dijo que quería alquilar una casita en la costa para pasar el verano. Si disponía de la suya. Quiero sentir el mar, murmuró casi don Ernesto.Otra vez la desorganización. Parecía que todo se ponía de acuerdo para sumergirla en una constante introspección.Le dijo que no. Que la había vendido. Y trató de ser compasiva con ella misma.El mundo estaba allí para que ella lo transformara, y ella no podía hacer nada con él, salvo dejarlo quieto y esperar que pasara.
Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el campo esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda.Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro recuerdo que su propio espejismo,como una fogata de memorias que se consume sin saberlo. Así,tú y yo, hemos de andar todos los caminos,pero juntos, sin abandonos, invadidos por la dulzura extrema de tus ojos.  
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  357 Lecturas
Ven. Atrévete a cruzar el río que sacude, y trae contigo las cuentas de agua de colores de cercaníacon las que jugábamos al alba.Ponte el hábito de humo que lucías echadoen el follaje del bosque en la lluvia. Yo elijo octubre para que vengas, porque en octubre estarán las mariposas maduras para obsequiarte,y el aire las atrapará,y hará con ellas una sola palabra,hasta que en mis ojos siga cayendo la avidez del instinto,y se hayan limpiado o no de sus maravillosas visiones. Ven, bajo la lluvia que nadie percibe,pero tú sí, porque la lluvia te conoce como alguien que ha sabido todos sus secretos. Cumple entonces con el cometido.Saca ese cuchillo de las doce,y con dulzura pero con impiedad,clávalo allí,donde mis audacias fueron múltiples,donde tengo más dolor que corazón,y despliega mi cuerpo en el momento más anónimo del amor.   
Modos prohibidos
Autor: Guillermo Capece  356 Lecturas
 Deja que el viento te cubra con mi sonrisa, o la de otro, es igual. Pero que a la pasión se sume tu boca complaciente, y tus manos lúbricas acaricien el cuerpo que has elegido esta vez, en un juego siempre armoniosohasta que llegues a mis brazos,y yo no necesite untar con celos tu figura,en el preludio de una tarde tibia en que tres cuerposse buscan,se juntany desean.   
                                                             Mamá, alcánzame la pasión.                                                                       Miguel Ángel Groppo (de "Belladonna")Río de hierba y de sigilo. En esa tumba descansa mi madre, muerta por su propia mano, o por la mano de su madre.Ahora compraré flores con ropas ciudadanas pero estaré desnudo como ángel de la ensoñación.¿A qué dejarme recuerdos? ¿Para qué hacerme preguntas? El día de su muerte algo la despertóen la madrugada. Había sido un grito, o algo parecido, tal vez un alarido.Luego murió. Tengo miedo de las pesadillas: un sótano contiene a otro sótano, y éste a su vez a otro. Y en el fondo brillantes barandas conducen al fuego que no mata, que no es fuego, sino algo que deseca a los infelices que allí caen en busca de amor.Lo más terrible es lo temible del sueño:la pesadilla feroz de nuestro inconciente, impiadosa,que nos detiene en la sombra de las sombras, en lo oscuro del ser.Y es que no despertamos ni siquiera cuando una mano despaciosa nos ahorca,o el cadáver de los muertos nos hace ver lo que seremos.La muerte será igual, y para siempre.Pero no tiembles: no hay peligro de muerte por ahora, me digo. Los niños se asustan. Tú eres adulto y tienes la cabeza sobre los hombros. Nadie te la sacará, me digo.A menos que el niño que sufre en tu interior sea el Maléfico, más antiguo que tú mismo.Madre: nunca seré tus ojos ni tus manos. Soy el loco jardinero que hace licores con las plantasrojas de los cactus.Cincuenta mil niños mueren de hambre cada día, y yo subsistí, pero me harán polvo, voy a morir y desapareceré. Voy a morir el día en que la marea atraiga la penumbra y tus manos.Agua transparente sobre el musgo. Eso soy. ¿Quiién deseó mis abrazos? ¿Quién bajó desdeel camino y graciosamente dijo: "eres el elegido de los campos amados?" Nadie. Ahora el apuro del equlibrista. Yo sostengo el filo, con acuerdo o sin ellos. Ya el sabor infinito. Pero distintas aguas nos separan, aunque duela adentro la que habita. Llueve dentro de mi cuerpo y el tuyo está tan seco.Pronto será el amanecer, cuando desovan los peces en los mares del Caribe, cuando renace el tiempo y las angustias se espantan; la hora en que los cormoranes -extrañamente-  vuelan al nivel de las nubes.Tengo ropa nueva y afuera nadie me espera.No sé cómo despedirme, madre. Pero sé que me despido, que salgo por el camino entre lasramas de los años, solo. No me persigas.¿puedo estar tan sola?, me preguntas. No lo sé. Ése es un rato muy largo. No se sale de ahí fácilmente. Sin mengua de la piel, de los brazos, del rostro. El espectáculo es continuo.                               Guillermo Capece                  
Carta II
Autor: Guillermo Capece  355 Lecturas
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              desnudo sabe  a malva               los días pasan por sus ojos cuando mira el mar               deja que el viento le cubra como una sonrisa               en un juego armonioso mis manos serenas y libres               recorren su rostro              y lo toman como un vino sexual               su cuello y mi boca              llanto para mañana   no va a estar              no va a estar              pido que no necesite untar con celos su cuerpo             en el preludio de la tarde porque mañana            no va a estar                                             Guillermo Capece
  Los suicidas tienen las nocheshendidas en las carnesasíantes de ser suicidasfueron heridossabios locosniños santosy queriendo fugarfugaron hacia el todoo la nada.a qué decirel último beso lloradoa qué decirmano extendida   secretoflecha voladorahacia circunstancias imposiblesa qué decirvolverán los suicidassi no vuelvensi reposan o nodetrás del peregrino mantoo de las amistosas coronas empapadaspor la luz del fríoa qué decir si ya no regresala costumbre que tienen los suicidasde anunciar a cada hora su locuraaturde el pecho   lo deshace,y a no decir nuncacuándo es el momento de la muerte:ventana abiertao unas piedrecillassobre la mesa de luzy ya estáya paso todo o comienza
Suicidas
Autor: Guillermo Capece  355 Lecturas
Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el perdón esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda. Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra, y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro miedo que el de su propio espejismo, como una fogata de recuerdos que se consume sin saberlo.   G.C. 
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  354 Lecturas
 Es otoño, y el malentendido entre las luces, subsiste.Las ramas en un rincón del jardín se opacan. ¿A qué acallar las bocas de lobos dispuestas al despojo?En cada hombre existe la incuria pero también la fuerza que adelanta. En mí , el desequilibrio se extiende como en las bestiasbuscando comida entre las piedras.Porque yo también soy lobo, entre la belleza del deseoy la riqueza del vértigo de la sangre.                                     Guillermo Capece
  es la madrugadaalrededor   mixtura de aires tus ojos recuerdanviejos textos de sabiduría no recuerdo haber amado así me acerco y sopla el vientoun arcano suavetu voz queda rezagada frente a tu cuerpoque se ofrece y esquivaafuera   los poseedores del dolormurmuran letaníasvagos milagros en toneles de vidrio esperanla palidez que adquieren los enfermos antes de la muerte no recuerdo haber amado así desnudo palabras atadas a tu cuello(aquellas que no dijiste)cavo trincheras en mi cuerpo   ypor la tarde brota una alianza entre el vértigo y tu nombrecuando   solitario   te veo partir                             Guillermo Capece
Es la madrugada
Autor: Guillermo Capece  353 Lecturas
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 La piel de tus ojos resbala sobre mi pecho cuando es invierno.Y en verano tus besos a mi boca acuden;pero en otoño me ragalas el paisaje nostalgioso de la tarde,y en invierno no conocemos el frío sino las caricias nocturnas, y tu cara ríe.Y la lluvia es una espléndida cortina que nos hace correr hasta encontrar la primavera.Entonces esperamos la madrugada para ver los jardines florecidos en el alba.Es cuando me conmueve la sed de beberte los brazos peregrinos.Y te das a mí con tu corazón secreto y tu alma donde las sombras fueron.No hay confusión. Eres el lugar donde siempre quise estar.Nosotros no moriremos porque la tierra es nuestra, mora muy adentro.Entonces cantas una canción antes extraña, pero que ahora es clara:habla del amor de los seres que llevan una estrella en la mano,y en la otra la ofrenda que te brindocálidamente.                                             Guillermo Capece
Las estaciones
Autor: Guillermo Capece  353 Lecturas
Me deleitaba con el último espacio de la noche mientras amanecía.Entonces yo buscaba miradas, sabor a párpados.Era una larga espera, de años.Porque en la noche yo cantaba a los árboles,a las lucecitas,a las flores de súbito nacidas.Solía hundirme en melodía y humos, buscando el amor. Y en cambio te encontré a tí,que eres amado. Ahora soy quien recibe caricias que fugan hacia la nada, el que corre con su angosto perro hacia los pasillos de los soles finos.Algunas pocas abejas libadorasme empujan entre sueños hirientes y sublimes.   Pero siento que a mi alrededor, perversamente,el tiempo agoniza.  
En cambio
Autor: Guillermo Capece  353 Lecturas
 pero de tanto mirar tus ojoshe perdido los míos en tus manos de tanto acariciartesupe que mi tacto dominaba el universo de tanto amarte te perdírecuperandola aventura triste de estar solo apenas sé si tu boca se abrecuando besas (prolijamenteun tigre hurga el fondo de tu gargantay te mueres muriendo como yovencido)                         Guillermo Capece  
Pero de tanto
Autor: Guillermo Capece  352 Lecturas
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Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados. Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te di a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrocharon sus ansiasal ver el flujo de tus ojos celestes. Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluviapodrá decircuánto te he amado. G.C.  
 Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso,guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del Bar Humboldt.El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y una remera negra. Silbaba. La espalda grande retozaba dentro de su remera. Me acorde del Tano Fiorelli cuando me dijo que García Lorca explicaba que un hombre de espalda ancha debería ser feliz cuando se acostara porque se daba cuenta de lo poderosa que eran; esto me lo dijo el Tano Fiorelli, porque yo, de libro niaí.Iba al lado de una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: 2 ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies hermosos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al  guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. El hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que mas me atraía era su silbo.-Guachito- le dije- ¿cómo era...?  Tu, tururú, tu... ¿y qué más? Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado, y empezó a silbar.Me pareció tocar el cielo con las manos. Había encontrado el colorido sonajero de mi infancia.
En mi boca nocturna el amargo deseo porque caen los abrazos, y tu amor se hace pobre cubierto de mundos.Tu amor:¿sabrá que la ciudad vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre las constelaciones sin tu amor?  de quién eres, desolado?de quién? acaso de la furia?de la fuga? del silente frío de todos los inviernos?del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? Siento el amor esperándome, irrenunciable.Me es grato sentir su miedo.  Pero no serás;no serás tú, y yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo, una flor que huela al tiempo que nos queda,una fiesta transparente,un lenguaje encontrado en la mañana aquella en que tomaste mi abrazo y dormimos ciegamente hasta salvarnos.    
Viví una vida alrededor de tus ojos cuando los más hermosos pájaros que transitaron los fiordos de Noruega, los extraños gorriones que violaban los altos castillos de New York cayeron devorándose las alas igual que nosotros pobres que nos comimos nuestro amor. Quedaba la tierra removida en los cementerios de la espera, las estatuas en las que nos habíamos reflejado los olores fuertes y dulces de nuestros cuerpos como holocausto a la causa eterna de un amor en la que afirmábamos nuestra vida. Pero tus ojos tus ojos no fueron inhumados por ninguna mano vengativa. Tus ojos está conmigo y yo lo sé: toda una vida cercándolos fue poco. GuillermoO Direc.Nac. del Derecho de autor    
Nuestro amor
Autor: Guillermo Capece  352 Lecturas
Ila luz de la lámparaaúlla su haz de duelocada hoja de mi librono es más que un soploy no las letras del poetavuelvo enseguida a perseguirtevana tarea   porque tújamás abandonaste mi carne IIuna música de oboeme recorre el cuerpoes el silencioel que acudehuidizome atrevoa morir IIIAh, si pudiera entenderque el amor es sólo una construcción                                de la soledad                           Guillermo Capece
Me asomo al puerto y me abarca como una sonrisa. Quiero dejar silencios en lo pródigo de las naves fondeadas, mientras el río titila. Te asombras de que nadie venga a salvarte; y los gatos cercanos señalan el largo camino hacia Éfeso. Sin embargo los amantes cavilan bajo la luna: tal vez un gran perdón, y ninguna, ninguna pregunta.   
Alma,tu boca se hace luz en mi boca.Tu sonrisa se parece a un territorio que late,surcado por navíos de madera.Suena el vello suave de tus brazoscomo una canción voladora,y tus audaces deseos no son más que plegarias.Por tu sombra camina el oriente,y una azucena anunciada traza el dibujo de tu lengua.Alma. Y acaso por amartebusco un silencio olvidado.  
Alma
Autor: Guillermo Capece  350 Lecturas
he cultivado la flor más difícilgolpeban sus pétalos y no quise oírlosentonces me adueñaba de todos los silenciosahora soy el que en vano busca algún deseo:acercarme a tu boca y beberla como a un vino sexualporque soy el amante pobre que recibe caricias prestadasque corre con su angosto perro hacia un sueño plateadono me arrepiento de callar en cada poemade enterrar mis pies en humedales,pero todo el que tenga amor en su mano izquierda y fuerza para darlodeje resplandoressoles finosalgunas abejas libadorassobre la vegetación que lentamente me cubreasí estaré feliz de tener mucho: lo delicado de tus aguas que me ciñeny lo que no se atenúa con las sombras: tu belleza perdida yo las amé con ventura celeste  
Aquellos momentos
Autor: Guillermo Capece  350 Lecturas
Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco y es corvatura de páramo; lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos,imaginamos un bálsamo en la siesta.Pero lo definitivo rueda al pie de los recuerdos que todavía subsisten.A veces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que alguna vez fue:la luz que perduraba en melancolía al enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos,que amenguaban mis labios en el azar de un beso. Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus sombras,enmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse al fuego entregó  su violenta mano a la devoración;el que existió sobre relámpagos y los apagó para la locura del amor.  Pero se acerca mi remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación, me llaman. G.C.   
 Alguien está bailandoentre la nieblatal vez buscando con quien hablar;es tan sensual y hermosoel sonido frágil de sus pies,tan bello el contorno de sus brazos,tan atroz la oscuridadque si te acercasverásque está cavando una tumba.Extraído de "Maldiciones" (Antología poética), La Plata, 2001
 Los extraviados buscan sensaciones, no su condenación. El problema de ser distinto radica en el mundo. De pronto el desvarío tortura la gran casadonde habita el silencio,y ausentes nos miramos en la cara de los otros. De este lado del muro sentimos aún más la soledad.                              Atilio Jorge Catelpoggi        
Transcurren los días,y los datos recogidos se asemejan a envíos de la noche.Tiñen el corazón de hiel.Quién acude a tu llamado?Hombre o mujer, quién?Esa música reincidentete aturde como un sismo.Nada de lo que quieras oír sera dicho.La sombra quedará para tu sangre,profeta de ti mismo.Vestido de caballo de humo fino-relinchos o cánticos antiguos-buscas ese lugar,ese tiempo,donde dormir parado. No absuelves a la muerte,a tus padres atados a los paños fríosde la muerte;y tú llevándoles flores que no son floressino números, y rostros y reclamos.Te absuelves tú sólobuscando revancha para tu vida.Sin embargo huyes con los brazos vencidos;y sueñas con poseer el viejo sueño aquél,inútilmente vestido de caballo de humo fino.Y ya sólo esperasuna voz, para urdir las palabrasque darán comienzo a tu eco; una voz que te acerque sólo a un abrazo,que dé significado al cielo ardiente que con sus alas te abarca.    
Autobiografía
Autor: Guillermo Capece  348 Lecturas
 he cultivado la flor más difícilgolpeaban sus pétalos y no quise oírlosme adueñaba de todos los silenciosahora soy el que en vano buscó algún deseo:acercarme a tu boca y beberla como un vino sexualpero soy el amante que recibe caricias prestadas que fugan hacia el olvidoquien corre con su angosto perro hacia un sueño sublime no me arrepiento de enterrar mis pies en humedalespero todo el que tenga amor en su mano izquierday en la derecha fuerza para darlodeje por favor   resplandores   soles finos   algunas abejas libadorassobre la vegetación que lentamente me cubre así estaré feliz de tener poco:lo delicado de tus aguas que me ciñenque yo amé con ventura celeste
corre lo gris del día la libertad no se vive el parque suma lo infinito a tu pena y aún no te ha ocurrido nada pero todo sucede porque abandonaste tu aliento entre hojas asustadas y no quieres volverte  avanza este viejo díay tampoco cumpliste hoycon tu deseo de besarlo.      
Decisiones
Autor: Guillermo Capece  346 Lecturas
 Vivo enbarcándome entre lobos.  Mi rostro copiado me acecha.  Yo fui el que corrió sin remedio traficando miserias.  Dos minutos de cielo solamente.  Lo demás fue un pan zurcido para que alcanzara.   
Lobos I I I
Autor: Guillermo Capece  346 Lecturas
 I lagartotomo sol en la tardetú no me escuchas   ausente túyo sólo miro recuerdosy me anudo como boa a mi cuelloasombrándome   pidiéndome socorropero en voz baja (para que nadie me escuche)y con la fiebre fríade agosto  IIhaber tocado tu sexo hasta caérsemelas lágrimasy que en sus escalas más altasfueraalgo que ya no amaba lugares   cualquier caminomuros para que el amor no se vaya fueronbrisadas estrellas   la unión de los cuerposde los ojos de los labioscomo espaldas despidiendo instantes luego la ruptura de una ciudad a olvidarse y el desierto con su puñal infinito.  
Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco, y es corvatura de páramo; lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos imaginamos un bálsamo para la siesta.Pero lo definitivo rueda al pie de los recuerdos que todavía protegen.Entonces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que alguna vez fue:la luz que perdura en melancolía al oír pasos ajenos que recuerdan otros pasos;el enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos, que amenguan mis labios en el azar de un beso.Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus sombras,enmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse el fuego entregó su violenta mano a los dioses para su devoración;el que existió sobre brillantes relámpagos y los apagó para la locura del amor.Pero se acerca el remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación me llaman.  
 el bailarín de lo sueñossabe que los pájaros despiertancuando su manohace el ademán de la mañana y la lluvia ese presentimiento que es sólouna aventura para ser narrada tanto lo amé que las calles se llenaronde niños cantando su nombre ahora es inviernoy el llanto vuela como un triste violínfrente a mi pecado supe que pertenecía a los abrazos del mundo
Sin titulo
Autor: Guillermo Capece  343 Lecturas
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 Emiliano,ovillado bajo mi brazo,como si fuera un gato,duerme.De pronto, una cucaracha surca su espalda.Pero no es una cucaracha:son mis dedos que lo acarician.Emiliano sueña.Ese sueño opresor: va a dejarme, me lo ha dicho.Nunca más tendré un gato al cual acariciar. En la dura noche espero un maullido que nunca llega. Marzo es el mes más oscuro,pienso.
Poema simple
Autor: Guillermo Capece  342 Lecturas
 Hijo de la carencia,inmensamenteme es necesariala libertad.El tiempo escapay mi encierro duele como una borracheracometida que me toca.Los dueños del mundo cagan en las almas.Y sus torturas son enmascaradas:juegan a la muerte con sonrisas,fabulan rosas donde hay escombro,no hay ruedas que girenal canto de la verdad.Pero los dueños del poderno sabenque el mundo continuará haciendo sonar piedras ambarinas que canten como grillos y pesen como muros para contemplar una nueva realidad, donde ellos vean que están ciegos, y que cada vez, un viento loable que sopla despacio pero sostenidamente, los enmudece para siempre.                        Guillermo Capece   
Estafa
Autor: Guillermo Capece  342 Lecturas
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                          Amé todas las pérdidas.                          Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.                                                      Antonio Gamoneda (español, contemp.) Ahora sólo vive en las cartasesos minúsculos solesque fueron alguna vezpasos en mi alma Qué haré yo con tantas cartas?cada una obtuvo su respuestapero lo que no se respondees tu olvido.     
Aquel amor
Autor: Guillermo Capece  342 Lecturas
Me oprime esta vasta espera.Habla de mi condenación y de un dominio.Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,las gratas miradas. Y de un terror:el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas;un momento pequeño en que avisoro la muerte. 
 una vez tomé ese tren cantan borrachos en la madrugada los gatos salen de la noche y espían el paisaje trac-trac   trac-trac ah   si se quema el amor   si se viene la muerte con su nube tan oscura antiquísimopor las vías rueda un tren ociosoque lleva a niguna parte del Deseo  el paisaje siempre el mismo: esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen los sueños   tienen los trenes la insinuación de las penasrápìdo ahora  por ese tren corre una lagartija blue (azul o tristeza?) y por las ventanillas   el valle trac-trac   trac-trac  para que el amor no se hunda para que la muerte huya musitando trac-trac   trac-trac    
Tren
Autor: Guillermo Capece  340 Lecturas
nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos  entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero  vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz el que mira a través de tus ojos no es un ladrónsino el que robó tus ojos habito roces   aviones que parten o nolucesrelámpagos en mitad de una cueva antes de convertirse en rito "la mitad de mi corazón es tuyo", dijiste o de los diablos, digo  o de las sirenas terrestres aparece   dime de una vez cerraré los ojos para dejar de soñar a un hombre colgado de las cuerdas más infames,por sus renunciamientos  si corres por la senda no mires hacia atrásla estatua de salel muro de salte esperan      
nadie
Autor: Guillermo Capece  340 Lecturas
Hay instantes en que reconozco mi instinto,y vuelo sobre el tiempo, pesadillas de un demente arropándose en el miedo. Así los viajes son refugios para medir la sangre,o días en que se esparce el hastío flotando en parcelas imperfectas del alma. Sin embargo percibo los primeros designios:esa mano hechizando al hombre que miró su espejo,la mesa abandonada por el arrebato de la enajenación del hambre,y el cuerpo destrozado, para que la victoria reconozca su propio límite. Cuando lo líquido de mi piel escapa, el pálido inventario al que acudo en sitios como éste,me enardece,porque suena un humo triste entre los dedos,y fatigosamente lloro, como repitiendo frases ajenas, sin destino ni perduración.  Con los rastros de mi última sonrisa me concedo la tentación de ser otro.                                                                       (Texto editado)    
Poema IV
Autor: Guillermo Capece  340 Lecturas
 La nieve lleva un cargamento de flores entre mis ojos.Lo supe cuando la miseria en su terremoto último quemó sus naves.Estas rayas en mi piel dan pruebas de lo que hablo y digo :el cautiverio de mi cuerpo y sus silencios.¿A quién decirle que la realidad nos acusa de estar ciegospor no haber descubierto la rebeldía?(Un tiempo sin ruidos ha descendido sobre el mundo.)Alguna vez, mientras corría la esperanza,pasé ligero entre decepciones -substancias de la noche-y logré sobrevivir.Entonces se acuñaban fragmentos de colores en tu cuerpo:buscabas el trópico, dulce Úrsula; desde tus pupilas buscabas el fuego en su pozo,tu recuerdo torturante como ensoñaciones de Delvaux;buscabas el trópico... Ahora estoy solo, gritando socorro, culpable o sospechoso;mis límites abiertos a la ciudad que envolverá el insomnio,mareándome en la altura colosal de aquella cuerdapuesta allí para la locura y la desaparición.Lo más obscuro es el mármol con que está construída la caricia:daría mi sal inmediata por una limosna,yo,que recorrí las calles de la lejanía,con mis manos en el hospedaje de las vociferaciones,como si esperara algo -a tí, Úrsula-,quizá al amplio caballo que criaste,y esa pasión por el recuerdo.Yo,venerador de sitios vagabundos,he logrado vivir pasando sobre cautiverios. Narrar la historia de un silencio.Mira: mi corazón reverdece.Brillan aún los alimentos frios, las cáscaras naranjas,pero mi corazón reverdece como exigiéndome un milagro.Creer es aceptar que debajo de las máscaras existen lluvias desprendidas,pedacitos victoriosos de palomas de nácar,cortejos de coronaciónen los que te envolvías para no despertar,pumas verdes bajando hacia el desabrigo de nuestros cuerpos,y esa pasión por el recuerdo,un enigma compartido bebiendo la copa de agua sobresaltada de luz.Un lugar de arena para el deseo de narrar la historia,ese silencio que vuelve.
 Náufrago.Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,cabalga como un barco hundido en mi sangre,una ciudad cuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo.  Comprendo que todo se fue.De la manera gris de la aventura, la luna y su oscuro mérito partieron:tu íntima forma de alegría,una risa a menudo sombra.  Y no salimos a habitar el aire.Otra vez las copas se llenaron de enmudecidos labios,y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preludios de todos los escándalos.Desnudo,sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,viéndome a mí mismo transitar las calles enmarañadas de árboles y casas,como si las puertas se hubieran cerrado al unísono,y sólo quedaran copias de lo que fueron;desnudo y náufrago trato de abrazar la necesidad de una bocay sus nocturnos ecos.Y soy un cerrado lecho de arena donde convergen los reproches y todos los recuerdos.  Cielo de medianoche; es invierno, y todo apresura mi duelo.   

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