• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
  Anochece otra vez. No me pregunten cómo hago para vivir entre muertos que compiten por un trozo de camino. Sólo quiero decir que estoy un poco loco, que mi cerebro está loco, que ni siquiera los músicos de violín me salvan  de repetir y repetir los crímenes que cometo a la medianoche, cuando los duendes danzan.   Yo erguido pero trastocado,  más pequeño que mi fatiga, y aún más: con mi viejo abrazo triste que sólo una virtud detiene: cuando se prenden los océanos y las casas se despiden lentamente del puerto,y oigo tu voz.   Poco a poco tu cuerpo y mi cuerpo se tocan, se trocan, se recuerdan. Entonces le digo adiós a tu ausencia. Tranquilamente navegamos, tú sin mayor amor, sólo una estrella, no la noche a que aspiro. (Mi miedo trepa y baja en un juego que sólo mi corazón entiende.)  Pero no vengo a maldecir ni a maldecirme. Quiero apenas un poco de los grandes senderos. Estoy desterrado. Ocúltame. Yo fui el que robó arrebatos y cópulas,y en el fondo de tu nombre lloró tu rostro mío.     
Breve historia
Autor: Guillermo Capece  420 Lecturas
                                                                                                                    La vergüenza es un sentimiento revolucionario.                                                                                        Karl MarxLLevo colgados de mi corazónlos ojos de una perra y, más abajo,una carta de madre campesina. Cuando yo tenía doce años,algunos días, al anochecer,llevábamos al sótano a una perrasucia y pequeña. Con un cable le dábamos y luegocon las astillas y los hierros. (Era así.Era así.         Ella gemía,se arrastraba pidiendo, se orinaba,y nosotros la colgábamos para pegar mejor). Aquella perra iba con nosotros a las praderas y los cuestos. Eraveloz y nos amaba.  Cuando yo tenía quince años,un día, no sé cómo, llegó a míun sobre con la carta del soldado. Le escribía su madre. Lo recuerdo:"¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.No te puedo mandar ningún dinero..." Y, en el sobre, doblados, cinco sellosy papel de fumar para su hijo."Tu madre que te quiere."                                   No recuerdoel nombre de la madre del soldado. Aquella carta no llegó a su destino:yo robé al soldado su papel de fumary rompí las palabras que decíanel nombre de su madre.  Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,pero aunque tuviese el tamaño de la tierrano podría volver y despegarel cable de aquel vientre ni enviarla carta del soldado.
Lo que me gusta de tu cuerpoes el sexo.Lo que me gusta de tu sexoes la boca.Lo que me gusta de tu bocaes la lengua.Lo que me gusta de tu lenguaes la palabra.                     Julio Cortázar   
Nocheen que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio se estiray se acomoda a la noche misma,noche en la que la quietud de los árboles perecía al borde del abismoy el abismo todo era la noche;noche en que las cavernas más oscuras,temerosas, se volvieron blancas,noche en que saludé tu cabeza por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los sentirescaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no morir de hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gran gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el maullido de un magnífico gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la oscura Noche Bestial,entre noches eternas de basura. 
                   El viejo confundía a Evaristo Carriego con Bettinoti. Entonces cantaba pobre mi madre querida, pensando en Carriego y en su vida triste en los alrededores de Palermo, donde él, don Alberto, arrastraba sus últimos años en uno de esos conventillos inmensos que ya no quedan en el antiguo barrio.Doña Justina salía a gritarle: don Alberto, pase adentro que hace frío. Acuerdesé que no tiene edá para hacerse el joven.Pero él seguía con los ojos pegados en algún árbol de esos enormes de la calle Honduras y sólo lo envolvía la nostalgia que se ataba a su cuello como un gran anillo apretado. Y quién sabe qué recuerdos. Y seguía canturreando: cuántos disgustos le daba. El almacén que estaba enfrente, con su estaño machacado de puro gastado, lo veía entrar y el otro viejo, don Damián, le acercaba la copa de caña.              -Buen día, don Damián              -Buen día, respondia Damián, apenas, con su carácter hosco.A partir de lo cual, don Alberto bebía a sorbitos su caña; tan lentamente que quizás estuviera dos o tres horas junto al mostrador, sin hablar con nadie, porque acodado miraba hacia la ventana enmarcada en gruesos volúmenes de madera, cantando bajito, como para no molestar: cuántos disgustos le daba. Cuando llovía en Palermo, se formaban grandes charcos en casi toda la calle Honduras, y había que ir a los saltos, porque si la lluvia era muy fuerte, calle y vereda eran una sola extensión sin ningún tipo de límite.Era entonces cuando el viejo, contrariando todos los consejos de doña Justina, salía con el pretexto de comprarse aquel cigarro que quería fumar desde la noche, o cruzarse hasta el almacén para llenar su botella con el medio litro que le alcanzaría para el almuerzo y la cena.Cuando volvía tenía que oír los gritos de doña Justina, que dejando de atender alguno de sus chicos, se asomaba al patio común y le gritaba:                - Don Alberto, con esta lluvia. ¡Parece mentira! ¡Un hombre grande como usté queno se sepa cuidar!Y mientras él disponía el medio litro sobre la mesa que de usada siempre tambaleaba, y agarraba el pan del estante sin prender la luz, aparecía el plato de sopa caliente traído por doña Justina, que decía:                - Don Alberto, está bien, son las doce del día, pero con esta tormenta no se ve ni a un metro. Por qué no prende la luz, hombre. Por lo menos hasta que se vaya la oscuridá...Pero el viejo no la oía; doña Justina broncaba y el plato terminaba allí nomás, en esa mesa tambaleante, porque el viejo no se ocupaba en tomarlo. Eso sí: para que doña Justina no dijera nada, la sopa iba a parar a la pileta.Sólo pan y vino, pensaba don Alberto. Medio cigarro después de comer. Y una caña en el mostrador a la mañana.Después... caminar por Honduras debajo de los árboles sin alejarse mucho, era como un regalo que se hacía, pensando otra vez que Carriego había hecho en ese barrio, los versos que él canturreaba como podía: pobre mi madre querida...En ocasiones el paseo se extendía hasta Coronel Díaz, y allí se enfrentaba con una gorda de guardapolvo blanco en una esquina llena de colores.                  -De ésas- le decíaEntonces llevaba a su pieza caléndulas amarillas, y la adornaba con flores; algunas en la mesa, otras arriba del ropero, y la más grande iba a parar a manos de doña Justina, que con gesto duro para ocultar el sentimiento, tomaba la flor y sin agradecerle, le decía:                  -Usté cuidesé, don Alberto. No lo veo muy bien ultimamente.Él sabía que ese era el agradecimiento de la mujer; por eso incurría una y otra vez en el obsequio.  Aquella Navidad había llenado de caléndulas la pieza, y medio pan dulce estaba trozado en una fuente. El medio litro se había convertido por gracia de don Damián, en una fresca botella de sidra. Pensaba invitar a doña Justina y a sus tres chicos. Mientras el viejo trataba de que la mesa no se bamboleara, colocándole un pedazo de papel en alguna pata, cantaba: cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Doña Justina llegó media hora antes de las doce, después de acostar a dos de sus niños. Comieron el pan dulce, las peladillas que ella comprara para la fiesta, y por fin, en las copas de pie alto que llevó la mujer, sirvieron la bebida. Charlaron de los vecinos, de lo poco que se cuidaba don Alberto, de lo linda que tenía arreglada la pieza con tantas flores.Don Alberto sonrió con una inmensa tristeza, y lo único que se le ocurrió preguntar fue si la mesa se bamboleaba, porque de ser así, buscaría un taco de madera y santo remedio.Doña Justina dijo que no, y él ya sabía que hubiera sido inútil, pues durante muchos años tuvo la mesa en esas condiciones y jamás se le ocurrió arreglarla.Después hubo un silencio. El viejo probó apenas la media copa que se había servido. El chico mayor de la mujer dormitaba sentado en la silla de paja, y los ojos del viejo se empezaron a oscurecer cada vez más. Hasta que ella dijo:                       -Es la sidra, don Alberto. No tome más, hagame caso.Y él nuevamente empezó a canturrear, esta vez como desde el fondo de sí mismo, tumbándose sobre la mesa: Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba, cuantas veces escondida en un rincón la encontraba... Una caléndula encima de la mesa se quedó esperando para que cuando fueran las doce don Alberto pudiera regalársela a doña Justina.                                    Guillermo Capece
Noche en que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio terrestre se estira y se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árboles perecía al borde del abismo y el abismo todo era la noche;noche en que las cavernas más oscuras, temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu figura por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los sentirescaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no morir de hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el último maullido de un gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la oscura Noche Bestial,entre noches eternas de basura.  
El pasado me ata si dibujo el contorno de tu rostro y vuelvo a él, impensadamente, para entregarme como ofrenda conmovida, en sueños flotando entre las noches..., si dibujo el contorno de tu rostro, y siento que el pasado me ata.                                G.C.   
Círculo
Autor: Guillermo Capece  413 Lecturas
                                                 Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta que papá lo escondía.Antes no había pensado que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin permiso en mi pieza, hurgando y hurgando.Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía. Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme eso a mí? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo. Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas de sitio, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomaba el botellón, me servía agua, pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asutaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.) Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis. Aunque sea nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba. Pero ella no se hubiera ablandado si le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá. Una noche antes de navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no hiciera ruido porque el nene podía despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. " irá a tomar agua", me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero, más difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos.A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda. Revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podía esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia, no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los largos viajes que hacíamos por Copacabana, Acapulco y otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos a los casinos, llenos de luces y caireles; yo con esos vestidos elegantes y sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombre me miraban. Pasando, es cierto, por el momento ... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo negándome, negándome, diciéndole por favor aquí no, aquí no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios,no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no la hagas Juan Carlos, amor mio.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo esto estaba escrito en el diario, y ahora papá iba a tomarlo.Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada.Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos medecían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera. Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba otra vez que no lo hiciera allí, por favor que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años y estaba segura que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo , él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el dario que papá tomaba entre sus manos , y yo le decía por favor papá, no lo hagas, no lo hagas, si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá, por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis, y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros. Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera. De todas formas papá quería ayudarme. No había duda de eso.  ¿Pero cómo?"La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espíritu vale". "Dios es santo" , me contestó; "sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta,pronunció a continuación don Simón. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizó. Me dijo que papá quería ayudarme pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder. "Dios siempre es santo", pronunció. Y a la noche debía dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entre al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo, pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua; puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo. Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana.Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar."¿Papá, sos vos?", pregunté."¿Sos vos?"Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios.Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo,casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana sigiente.- G.C.        
¿Sos vos, papá?
Autor: Guillermo Capece  413 Lecturas
Tú estás nombrándome con mi nombre de niño, ese nombre regalado alguna vez, cuando yo ignoraba el aplazamiento de las aguas para sobrevivir.Alguien canta antiguos himnos. Alguien está cantando en secretas sesiones.¿Quién llama a mi puerta para decir que no hay nadie?Hay una voz obligándome. ¿Qué pretende de mi hambre, de mi náusea, de la ficción de mí mismo?Busco una imprudencia y me obstino a vivir estos retazos,esta renuncia, este ultraje que sueña lo que es. Ahora,he venido a este lugar para sentirme inocente. 
             I La luz de la lámpara aúlla su haz sobre mi duelo. Cada hoja de mi libro no es más que un soplo, y no las letras del poeta. Vuelvo enseguida a mi espanto. Vana faena, porque él, nunca abandonó mi carne.               II Iré en busca de razones de mi yo deshabitado, sin anuncios. ¿Quién es el ladrón? ¿Quién el canalla?Pero ¿quién es el que ama,el que manifiesta y no encuentra?(Si pudiera entenderque el amor es sólo una construcción de la soledad.)Doblo mi corazón sobre mi mano,manejo nubes, las lluvias y los llantos.Cae en los adoquines un viento noble y triste.Unos perros ladran. Yo camino hacia el apenas.      
Un viento noble
Autor: Guillermo Capece  411 Lecturas
   La suave brisa me convierte en pájaro. La hora de la tarde ayuda a pensar que estoy soñando, y que cerca de mi tumba, los cazadores, en duermevela, colocados alrededor del vino, cantan. Cazadores y pájaro, lo mismo. El dibujo gris de mi ventana habla a mi memoria como si yo fuera un pájaro que sueña.   GuillermoO  Direc.NAc.del Derecho de autor   
Ver pasar
Autor: Guillermo Capece  409 Lecturas
sé en qué adversidaden qué tiempodentro de cuál misteriose encadena tu alma vano es pensar que te debes a otroso que tus plantas no pisaronlo que el amor frecuenta miro las estrellasla esperanzada nube entre lo rojoy recuerdocuando leímos juntosla Comuna de París miro las líneas viejas de mi manodicen:Revolución no sólo en la Comuna,también en las almas.               (26.dic.2008)                        A Mastropiero, a partir de la pequeña conversación                                                        que tuvimos                                                        hace poco.              
Percibió la forma de las estrellas.Vió la cara de los astros.Un pez envuelto en dura batallahabló con él en ceremonias lujosas.Juntos decidieron la muerte de la Reina.Fueron por ella,y decretaron tres días de duelodespués de que la colgaran de un árbol del cementeriopara que estuviera cerca de la muerte.Orinaron juntos mientras reían.Luego el pez debió regresar a su río.Y a él lo acompañó un sabor a piedra.Un dolor en el cuerpo y en los dedos.Cada mañana,cuando pensaba en su madre,colgada de un árbol,muerta.         
Aventura
Autor: Guillermo Capece  408 Lecturas
  Yo,el que duerme por tus ojos,el que corre pòr las eternas piernas que le prestas,el que recita sólo las estrofas aquellasaprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciso vino azul;yo,porque tus manos están hechas de leyenda,vengo a tu sombra y digo:no lloraré; la fiesta ha terminado.Nada vale la penasi estás tan lejos y perdido,tiritando,bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana.Dame la libertad.La necesito.Para construírte cercano a míhe de buscar la tierra más desierta.El mar más temeroso es un niño sobre sus olas altas,y todos los misterios del mundo son inciertoscuando tu presencia llama.Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. Un definitivo recuerdo nos sostieney alza.                     Guillermo Capece        
Náufrago
Autor: Guillermo Capece  407 Lecturas
 Soy inocente.Los altos cementerios de la duda,el aire viejo,el humo, el desolado puerto,han visto nacer y crecer mi inocenciacomo un callado grito que todavía aturde.Soy inocente y lo sé.¿Lo sabrán otros?¿Querrán que yo me marche desoladamente?¿Que coloque mi pie en blanca sementeracomo una estaca bien  profunda y allí me detenga? Mañana, es decir, hoy, ya,los buitres volarán sobre mi libre cabeza. Para devorar la carne impredecible pelearán entre sí.Yo sabré acompañar tanto misterioy bajaré a repetir en silenciolo que demasiado sé:soy inocente.De culpa y cargo.Inocente. G.C. 
Inocente
Autor: Guillermo Capece  404 Lecturas
 el fallido nudo del amorme desgasta como el miedoa un hechizo de sombra Tal vez blandamente vea tu rostroentre países cavados en la tierra amanecerá algún dia sobre mis hombrosque hoy son desalientos pero ahora sólo pido que el miedo rebaje su impiedadante el sacrificiode tener que dejartepara siempre
Adiós
Autor: Guillermo Capece  401 Lecturas
El pasado me atasi dibujo el retorno de tu rostro,y vuelvo a él, impensadamente,para entregarme como ofrenda conmovida,como sueños trotando en las noches...,si dibujo el retorno de tu rostro,y siento que el pasado me ata. 
Señales
Autor: Guillermo Capece  401 Lecturas
          El viejo pescador que hay en mi recoge lunas en las terrazas    más iluminadas por la cruel pobreza.     El abrazo llega demasiado tarde, cuando dicen que vendrán a salvarme,    como si los espacios fueran voces de colmenas, o desvaríos de una plegaria.     Yo buscaba un punto de apoyo recostado en la celebración,    un curioso golpear sobre los fuegos hasta saber que allí estaban.     Pero nadie volverá de su distancia:    todo será otra vez la súbita emboscada del comienzo.         Guillermo Capece                                                                                      
 ralátame la noche  te pedíestoy afiebrado para conceder alientoperdónamevoy muriendo en voz bajaeres tú que me acosas con palabras y caosamándome  dicesdices  yel vino deshojado de tu cuerpo abriendo memorias en mi pechote pide:cómo es la nochecuéntame qué parte de la vida es ésapor qué somos actorestú,  desnudo.tal vez tenga que soñarte nuevamentepero sin pensar en mi pielcerremos el infierno.hay quejas en las ramas de los árboleshay quejas en los árboles la fiebre no deja de ofrecerme remordimientos ya no creo en dioses    en las preguntas de los tigresni en tu imagen de aguabañándose en el cielo violeta de algun templo.el fallido nudo del amor me desgasta como el miedo a un hechizo de sombra.adivina ahora que duele mi contorno tan terrestre como tu cuerpocómo son tus manos humanas.yo las conozco.  adivina también quiénes somos.  
 MATERIA DE POESIAQué importan los versos que escribiré mañanaahora cierra los ojos y bésame carne de madrigaldeja que palpe ciego el filo de tus piernaspara cuando tenga que evocarte en el papelcruza entera por mi garganta profundaentrégame tus ojos voraces tus dientes asesinosquítame el alma con un susurro de brumas acariciadasy deja que salte hacia tu sangreel animal que acecha preso entre tus pechosQué importa el poema donde fluirás inmaculada al albaahora dame la húmeda certeza de que la noche es nuestray de que estamos vivosahora posa ferozmente desnudapara el madrigal donde sin falta florecerás mañana.
es la madrugadaalrededor  mixtura de aires tus ojos recuerdan viejos textos de sabiduría (no recuerdo haber amado así)  me acerco y sopla el vientoun arcano suave.tu voz queda rezagada frente a tu cuerpoque se ofrecey esquiva.afuera   los poseedores del dolormurmuran letanías.vagos milagros en toneles de vidrio esperanla palidez que adquieren los enfermos antes de su muerte  (no recuerdo haber amado así)  desnudo palabras atadas a tu cuello(aquellas que no dijiste),cavo trincheras en mi cuerpo  ybrota una alianza entre el vértigo y tu nombre,repetido entre sílabas amadas,cuando solitario te siento partir. pacientes las montañasse moverán hacia la nube que ahora habitas. Yo no recuerdo haber amado así.     
Es la madrugada
Autor: Guillermo Capece  394 Lecturas
 descifrar nombres es otro encantamiento que olvidotal vez unoel más recienteel más cuidadosurgecuandouna flor llovizname cubre como un lazoy me entrego caminanteal fríoa las laderas de mi cuerpoa las silenciosas memorias de tu sal.
la soledad de quienestá vacío y no pide reparo la piel de tu boca cuando se agranda mi lengua sobre tus párpadosojos oscurosnegros incesantesdos voces   mil vecesmi deseo sobre tu cuerpotu cuerpo como deseo pero no hay luzapenas un pequeño faroliluminael nudo de la sogala soga en la garganta   
 Un hombre llora debajo de mi piel,sueña que alguien alquila su boca para dormir un sueño,y yo soy ese hombre.Un hombre salta sobre su sangre desatándose un antiguo lazo que lo abarca,y yo soy ese hombre. Me interpreto a mi mismo cuando quemo algo de mi cuerpo,o creo en el continuo reconteo de estrellas, enigma de algún pobre cuyos andrajosson vestidos sublevados, pétalos de una gran renunciación. Caen desde gran altura los nidos de las piedras anunciando otro ayer y otra mañana.Es el momento de partir buscando la orilla impalpable de la carne. Huyo hacia el abrazo que jamás pudimos dar.Imposible que mi rumbo quede quieto.  Lo ahogado es un secreto deslizándose.                             Guillermo Capece
Esas instancias
Autor: Guillermo Capece  392 Lecturas
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Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y los frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca. Para tu boca preparé los besos más antiguosque se hicieron nuevos en tu arte de besar. En tus pies he calzado flores griegasque delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu gargantaen noches navideñas. Para ti los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio,y tú lo celebraste. Mi sexo sacudió tu sexo en largas sesiones donde tu cuerpo fulgíacomo cardúmenes en el fondo del mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundirentre rocas amarillas en un ascender y descender de montañas.  Ahora, alas, en una tarde,me llevarán donde tú lavas tu vestido de espumas.                                 Guillermo Capece 
Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y dolido pensamiento,podrán borrar lo que en el alma siento,más cercano a mi mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a ti, y con suave movimiento,he de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:no me viste señero, duro, ardientea solas con el alma dolorida? Y de repente el  corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.                                  G.C.NOTA: el proximo 25 de octubre se cumplirán75 años de su muerte, en Mar del Plata.
Amigo:oficiemos nuestro último encuentro: aquí te dejo una sandalia,una sóla, la que usé hasta ahora;tres botones de mi camisa rota;un hipocampo que nada en el mar de nuestros cuerpos,y que cacé -y no por capricho- para tí; y las aceitunas bañadas en azúcar que a tí te gustaban.... Aquí te dejo recortes de mi alma....Y un poquito, sólo un poquito de mi atribulada sangrepara que vean que los desclasados, los vulnerables, los que siempre tuvimos frío,también amamos.Mi saliva plateada hará riego en tu parque verde.Creeme: la vida no es así como la vivimos; es mejor.Hay música en las calles, la gente camina y a veces encuentra una estrella,fresca, recién caída, con la que puede levantar un castillo.Pero es cierto: nosotros no pudimos.Quién se llevó todo? Los poderosos nos maldijeron?Qué angustia nos poseyó y obligó al ocaso? A las turbias decepciones?Pero ahora digo:hagamos una revolución;la Revolución de los Débiles, de los ignorados, de los desencantados, de los desposeídos.Allí estaremos entre tantos, tú y yo, en avalancha,y así sabremos que no hará falta nada, ni el fulgor conmovido del verano.                                     G.C. 
Carta
Autor: Guillermo Capece  389 Lecturas
 en la madrugada cabalga la novia de la muerte nueve horas buscando el perfil del agua indecisa nueve horas en que los designios eran acequias de secretos pude morir pero ardí en mis ojosplagados de seres que cantaban maravillosas auroras                             ..ríen esas muchachas de aceitehechas para la tristeza y el tumultoAmalia e Inésllamándomesumisas siemprellamándome                            ..cómo acudir con mi soliloquio de penitente                          me sujeta la inexistencia de mi sangre aún así tengo la sensación marinera de los largos viajes.                         
Viajes
Autor: Guillermo Capece  387 Lecturas
 ella está loca como las cosas más extrañas,abajo el herido de polvo entreteje las palabras.el poema se hacepero también reclama.en algún universo posible estará el alma de ella.el herido ha dejado de rodarpero ya no tiene a nadie.no es el silencio lo que aturdesino la voz de las cosas más extrañas.ella está ebria:ella ama al veneno cada vez más cercano.casi como en una salvaciónel herido de polvo muerde su destierro.ella abre una caja sin fondoy como último delirio sumerge su máscara aún latiendo. 
 Estas en mí como un color pintado para el campo   No estás en mí como una moneda fugada   Huyes de mí como la canción que se quiere evocar y el tiempo detiene  No me amaste y te amé sin que nos diéramos cuenta   Todas las manos ausentes se aunaban para acariarme   
Poema breve
Autor: Guillermo Capece  385 Lecturas
Dulcísimo extremo de tu pieltus dedos son largos caminos hacia las cosas.Así,habituadas a maravillarlas cuando las tocas,poco a poco se adornan de día... Cuando beso tus manos las noches se vuelven espacios íntimos,llanuras imprevistas.Tus dedos están o se ocultan,albergan secretos de amantes,ignoradas ponencias de la vida,y fuertes nudillos con los que golpeaste aquella puerta que no se abrió, ¿recuerdas?.Te regalo azahares para que los toques,viejas estrellas que quisieron reencarnarse,tierra blanca para tu tacto blanco;además, ciertas preguntas que no están en mis labios,y, sobre todo, la efímera noche de mayo en que tus manos me tocaron... En el pudor de mi pobreza,la caricia que hoy evocoes sólo la inútil cacería de un horizonte en vuelo.                                            G.C.  
Palabras
Autor: Guillermo Capece  384 Lecturas
 por una hoja cubierto, no más,tu cuerpo de varón no fue buscado por mujer ni por el ángel caído.Porque esa tarde,  hermoso,-como la hermosura de lo primero visto-incienso para tus pies, flores suavespara tu sexo de barro,te fueron otorgados,después que dejaste una pequeña parte de tu cuerpo,para una mujer que descubrió antes que tú,que eras magnífico.                                          G.C. 
Adán
Autor: Guillermo Capece  381 Lecturas
 El miedo a la locura me arrastra a cometer otro delito cuando me asomo al paisaje y arde como si yo fuera el culpable. Yo sentí el amor que ama y el que destruye, y creí que del espejo no regresaría. La lluvia me despoja en mitad de un camino que no entiendo,pero el hueso queda exhumando la necesidad del amor. Todo mi tren es un largo viaje como un juguete secreto:esa otra zona, ese otro ritmo que impone lo surcado en la espesuramarca la distancia que yo habito. (Las letanías de la muerte no son la muerte misma, pero traen montañas desrtruyéndose,faros ajenos a pique, la iniciación glacial de un calendario.)   La imposibilidad crece cuando el tumulto nos reclama y el minotauro de la locuracomienza a arder en la cabeza del ser más inocente.
Los juegos
Autor: Guillermo Capece  380 Lecturas
 (continuación) Y Robertito contó que ese hombre hosco se comunicaba con su hija con la que estaba enemistado a través de breves esquelas que hacía colocar en la tumba de su padre. Ella las recogía algún domingo, y allí mismo las respondía. Él tenía siempre algún mandadero en quien confiaba.-Ahora el mandadero sos vos- le dijo. Y continuó: -Esta forma de comunicarse a través de un muerto lleva muchos años, y antes el mandadero fui yo. Él está al tanto de mi secreto. Más de una vez me ha visto bajar al sótano con alguien, me ha espiado entre los árboles esperando mi salida.-Aunque jamás dijo nada a nadie temo que cuando está loco divulgue el lugar de mi encuentro, y con quién me encuentro: ultimamente fue con su hija.- añadió Robertito para el asombro de su amigo.-¿La de los mensajes?-Sí. Un día fui al cementerio a colocar el mensaje que me había dado Fuego, y la vi por primera vez. Estaba llorando sobre una tumba en desorden y terminaba de levantar un mensaje. "No, le dije yo. Ése ya es viejo. Tome éste."Y vi una mujer absolutamente hermosa, indefensa. Enseguida supe que sufría, y la consolé como pude, poniéndole mi saco sobre los hombros, ofreciéndole cigarrillos. Ella dejó que yo actuara. Me pidió que yo mismo contestara aquel mensaje del que era portador porque ella no podía hacerlo.Era hermosa, tenía un cuello alto y blanco. Salimos abrazados del cementerio, y yo la invité a visitarme. Con respecto al viejo, nos cuidaríamos, lo que agregaría más agudeza a nuestros encuentros.Sergio lo miró seriamente y estalló:-¡Son una serie de locuras, es insoportable oírte! -su respiración se hacía dificultosa.Eran muchas confesiones para un solo día, y si bien el cigarrillo lo aliviaba, sentía un raro malestar en el estómago.-La locura es que no puedas entenderme, amigo -contestó Robertito algo arrepentido de las confidencias que se arremolinaban en los oídos de Sergio.  
                          I no sólo lo que amamos es lo que perdemosel pájaro cóncavo de nuestros sueñosvuelay dibuja un estampa desconocida en el cielo                        IIahora atiende mi súplica:mezcla tu razón con mis demandastiré la máscara a un costadoy ví lo cierto:amar es la aventura de los lobos(a cuanta sinrazón le llegael sorprendido trance)deja que cierre mis ojos en el aguay juega tu mano amorosa con mi sexo    hasta que yo despierte
Poema
Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
borrar el signo borrar la pena. puedo tocar el deseo de tus ojos. que alguien se apiade de lo que no fuide lo que no hice.  con vino suave la caricia. debajo de mi cuerpo las garras.  la presencia  de lo pasado aún abunda en mi pecho. .....................................................................................................borrar el signo borrar la pena.  pude tocar el deseo de tus ojos. que alguien se apiade de lo que no fui,de lo que no hice. con vino suave la caricia.debajo de mi cuerpo las garras. la presencia de lo pasado aún abunda en mi pecho. 
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Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
                                  Con besos y palabras                                  Su boca siguió el rumbo de sus ojos                                                                   Paul Eluarddesata la boca de los pecesadolescente  mueve tus iluminados rocespara que las cuerdascon las que anudaste los ocasosadolescentesiembren el relato de tus caricias dí que amaste a una espadaa un tren ociosoa una ventana abierta donde la arena castigaa una soga anudada a un grito antiquísimopor las vías rueda un trenque no lleva a ninguna parte el paisaje siempre es el mismo:esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen tus sueños adolescente dí que en el planeta aguahas de miraraquellos amados y últimos ojos (cuánto tiempo  esperastepara deshacerte de tu pequeño pasado) en una mano llevas auras de coloresy en la otra extrañas avesque hablan de la ausencia del vueloadolescentemira en la calle sus adoquines ardientesy sumérgete en el ahora que las mañanas te ofrecen.                                                                               
adolescente
Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados... Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te dí a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrochaban sus ansiasal ver el flujo de tus celestes ojos... Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluvia podrá decircuánto te quise.                                                        G.C. 
 ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpe y llamala sed que despierta tu cuerpo requerido  romper las reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo    
Ojos
Autor: Guillermo Capece  375 Lecturas

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