La cancin de Carriego
Publicado en Mar 07, 2011
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                  El viejo confundía a Evaristo Carriego con Bettinoti. Entonces cantaba pobre mi madre querida, pensando en Carriego y en su vida triste en los alrededores de Palermo, donde él, don Alberto, arrastraba sus últimos años en uno de esos conventillos inmensos que ya no quedan en el antiguo barrio.
Doña Justina salía a gritarle: don Alberto, pase adentro que hace frío. Acuerdesé que no tiene edá para hacerse el joven.
Pero él seguía con los ojos pegados en algún árbol de esos enormes de la calle Honduras y sólo lo envolvía la nostalgia que se ataba a su cuello como un gran anillo apretado. Y quién sabe qué recuerdos. Y seguía canturreando: cuántos disgustos le daba.
 
El almacén que estaba enfrente, con su estaño machacado de puro gastado, lo veía entrar y el otro viejo, don Damián, le acercaba la copa de caña.
              -Buen día, don Damián
              -Buen día, respondia Damián, apenas, con su carácter hosco.
A partir de lo cual, don Alberto bebía a sorbitos su caña; tan lentamente que quizás estuviera dos o tres horas junto al mostrador, sin hablar con nadie, porque acodado miraba hacia la ventana enmarcada en gruesos volúmenes de madera, cantando bajito, como para no molestar: cuántos disgustos le daba.
 
Cuando llovía en Palermo, se formaban grandes charcos en casi toda la calle Honduras, y había que ir a los saltos, porque si la lluvia era muy fuerte, calle y vereda eran una sola extensión sin ningún tipo de límite.
Era entonces cuando el viejo, contrariando todos los consejos de doña Justina, salía con el pretexto de comprarse aquel cigarro que quería fumar desde la noche, o cruzarse hasta el almacén para llenar su botella con el medio litro que le alcanzaría para el almuerzo y la cena.
Cuando volvía tenía que oír los gritos de doña Justina, que dejando de atender alguno de sus chicos, se asomaba al patio común y le gritaba:
                - Don Alberto, con esta lluvia. ¡Parece mentira! ¡Un hombre grande como usté que
no se sepa cuidar!
Y mientras él disponía el medio litro sobre la mesa que de usada siempre tambaleaba, y agarraba el pan del estante sin prender la luz, aparecía el plato de sopa caliente traído por doña Justina, que decía:
                - Don Alberto, está bien, son las doce del día, pero con esta tormenta no se ve ni a un metro. Por qué no prende la luz, hombre. Por lo menos hasta que se vaya la oscuridá...
Pero el viejo no la oía; doña Justina broncaba y el plato terminaba allí nomás, en esa mesa tambaleante, porque el viejo no se ocupaba en tomarlo. Eso sí: para que doña Justina no dijera nada, la sopa iba a parar a la pileta.
Sólo pan y vino, pensaba don Alberto. Medio cigarro después de comer. Y una caña en el mostrador a la mañana.
Después... caminar por Honduras debajo de los árboles sin alejarse mucho, era como un regalo que se hacía, pensando otra vez que Carriego había hecho en ese barrio, los versos que él canturreaba como podía: pobre mi madre querida...
En ocasiones el paseo se extendía hasta Coronel Díaz, y allí se enfrentaba con una gorda de guardapolvo blanco en una esquina llena de colores.
                  -De ésas- le decía
Entonces llevaba a su pieza caléndulas amarillas, y la adornaba con flores; algunas en la mesa, otras arriba del ropero, y la más grande iba a parar a manos de doña Justina, que con gesto duro para ocultar el sentimiento, tomaba la flor y sin agradecerle, le decía:
                  -Usté cuidesé, don Alberto. No lo veo muy bien ultimamente.
Él sabía que ese era el agradecimiento de la mujer; por eso incurría una y otra vez en el obsequio.
 
 
Aquella Navidad había llenado de caléndulas la pieza, y medio pan dulce estaba trozado en una fuente. El medio litro se había convertido por gracia de don Damián, en una fresca botella de sidra. Pensaba invitar a doña Justina y a sus tres chicos. Mientras el viejo trataba de que la mesa no se bamboleara, colocándole un pedazo de papel en alguna pata, cantaba: cuantas veces escondida en un rincón la encontraba...
 
Doña Justina llegó media hora antes de las doce, después de acostar a dos de sus niños. Comieron el pan dulce, las peladillas que ella comprara para la fiesta, y por fin, en las copas de pie alto que llevó la mujer, sirvieron la bebida. Charlaron de los vecinos, de lo poco que se cuidaba don Alberto, de lo linda que tenía arreglada la pieza con tantas flores.
Don Alberto sonrió con una inmensa tristeza, y lo único que se le ocurrió preguntar fue si la mesa se bamboleaba, porque de ser así, buscaría un taco de madera y santo remedio.
Doña Justina dijo que no, y él ya sabía que hubiera sido inútil, pues durante muchos años tuvo la mesa en esas condiciones y jamás se le ocurrió arreglarla.
Después hubo un silencio. El viejo probó apenas la media copa que se había servido. El chico mayor de la mujer dormitaba sentado en la silla de paja, y los ojos del viejo se empezaron a oscurecer cada vez más. Hasta que ella dijo:
                       -Es la sidra, don Alberto. No tome más, hagame caso.
Y él nuevamente empezó a canturrear, esta vez como desde el fondo de sí mismo, tumbándose sobre la mesa: Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba, cuantas veces escondida en un rincón la encontraba...

 
Una caléndula encima de la mesa se quedó esperando para que cuando fueran las doce don Alberto pudiera regalársela a doña Justina.
                                    Guillermo Capece
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Palabras Clave: Extrao caso de un Edipo no resuelto ja.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


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Comentarios (8)add comment
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Guillermo Capece

Fabio:
como siempre tan amable, gracias; ya que te gusto el cuento te invito a que vayas a mi escrito "El gran banquete o Dibujando mariposas a la luz de la luna" (cont.) Parte 9
Es parte de un cuento largo o de una cosa que queria ser una novela y que quedo en el camino. En esa parte estas vos como personaje; claro que no es el real, sino puesto en otro contexto.
Si tenes tiempo leelo, decime que te parecio.
Saludos
Guillermo
Responder
March 22, 2011
 

Eduardo Fabio Asis

epa... que nostalgia! me encantó entrar en el túnel del tiempo así.... y en realidad, no hace tanto de aquéllo... la solidaridad de la doña, la soledad del don.... que hermoso escrito. Un placer leerte.
Responder
March 22, 2011
 

Guillermo Capece

Gustavo Adolfo:
obligatorio ser poeta con esos nombres!
Gracias por tu lectura, y por lo que decis de la nostalgia que, casi, esta incluida como un personaje mas.
Abrazo
Guillermo
Responder
March 21, 2011
 

Gustavo Adolfo Vaca Narvaja

Un relato donde la nostalgia se mezcla con la realidad. Y....¿cuantas cosas quedan de aquellos tiempos?
Felicitaciones
Responder
March 20, 2011
 

Guillermo Capece

Alma:
agradezco mucho tu comentario hacia el poema escrito.
Gracias por tu cariño tmb.
Abrazo
Guillermo
Responder
March 17, 2011
 

alma

amigo guillermo un estilo que te hace grande amigo, un texto que refleja verdad acompañado de nostalgia y hace pensar y recordar al lector, mis sinceras felicitaciones de corazon....... tu amiga que te quiere........... alma.
Responder
March 17, 2011
 

Guillermo Capece

Daniel F.:
gracias; como habras advertido este es un cuento escrito hace bastante. El "don" y la "doña" ya no se usan, pero decadas atras (no muchas), era de uso cotidiano. Como decis bien el barrio ha cambiado muchisimo: donde antes habia esos conventillos y almacenes ahora hay edificios con altura descomunal, para negocios de las inmobiliarias y firmas afines, pero lo unico que no cambio son las inundaciones, je.
Los hermosos árboles de la avenida Honduras están (por ahora), y es una maravilla verlos florecer de color naranja todas las primaveras. Extrañamente la casa en que vivio Carriego, amigo del padre de Borges, quedo en pie. Ahora es un pequeñisimo museo y una Biblioteca de Poesia a la que a veces concurro.
Abrazo
Guillermo
Responder
March 08, 2011
 

Daniel Florentino Lpez


¡Costumbrismo del bueno!
Qué influyentes son las mujeres
en nuestras vidas, tanto
como las letras de Carriego
para ese hombre que buscaba
a su madre y su perdón
en doña Justina
Qué quedó de ese Palermo que ahora
es Hollywood o Soho
Sólo lo podes saber vos
que caminas sus calles,
las de Carriego
Un abrazo
Daniel


Responder
March 08, 2011
 

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