• Toribio Alayza R.
Thor
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 Once años tenía mi primer amorcito, uñas mugre y almita vibrátil de colibrí. Bajo el sol bobalicón de mi pueblito la pecosita Titina jugaba a la mamá con su muñeca de biscuit satinado.  En las tardes, machucaba con prolija diligencia las hojitas del jacarandá. Así creía estrujar sus penitas de tiza y matemáticas que la piramidal monja acosadora  le encajaba a cachetada limpia frente al pizarrón. Cada tarde, de mayo a julio, Titina calentó mi oído con sus confidencias de mandil escolar y mentol para moretones.    Cuando el pequeño territorio medianero entre mi boca y mi nariz comenzó a sombrearse con el bozo adolescente, de sopetón me aburrí de sus pecas y de sus tiquismiquis untados de desdicha. Me fatigué de la voz de esa cosita de nada, de la intrascendente libélula Titina, tina, tontina. Entonces, hice mutis por el foro y... a nadar y a pescar en el mar de acero, ese espejo que ciñe mi aldea de antaño. Nunca más volví a ver ni a oler a la tontina.  El día que conocí a mi segunda noviecita me asombré en grande. Con solo pocos años encima y a ella le germinaban los primeros caldos de la divina sopa gris aderezada con el IQ de todo un Einstein. Descollaba en todas materias imaginables y  otras aún por quimerizar.   Irguiendo su meñique erudito, solía parlarme en un francés displicente que hacía morir de la risa a los ruiseñores que entre jolgorios y disfuerzos batían las ramas de las moreras de su callecita con faroles de luz de luna brava. En tanto los geranios ruborizados mecían sus cabezotas rebosando chirriante carmín desde sus macetas pendientes de los balcones con sus rejas bordadas, solo pretensiones de mudéjar.   Begoña, que así se llamaba mi flaquita sabelotodo, caminaba con la presteza que le daban sus catorce años a flor de piel capulí. Caminaba, espiga espigadita, bamboleando sus pechitos que comenzaban a brotarle con firmeza alardeando su dicha primaveral. Como soy lerdo de testa y lengua, le declamaba poemas de mi gran amigo, el poeta Juan Gonzalo (1), como si fuesen de mi numen personal:«Me gustas porque tienesel color de los patiosde las casas tranquilas Y más precisamente: me gustas porque tienes  el color de los patios de las casas tranquilascuando llega el verano...  Y más precisamente:me gustas porque tienes el color de los patios de las casas tranquilas en las tardes de enero cuando llega el verano.  Y más precisamente: me gustas porque te amo».                   Entonces, embelesada, Begoña  repletaba su boquita con espumosos suspiros, tan dulces, pero tan dulces que las abejitas revoloteaban sus labios para fabricar miel de rosas y magnolias. Yo, tremendo goloso, absorbía sin pausa ni tregua esa almibarada rosa pitiminí. Hasta que llegaba la burka nocturna para tragarse el incendio crepuscular con todo y sus incendiarios celajes que rielaban en las estáticas aguas del alto mar. Ataque de certera saeta embadurnada de pasión. Mi tenaz amor hacia mi doctorcita Begoña se agigantó hasta alcanzar inconmensurables dimensiones agronómicas. Mi corazón devino en un latifundio sembrado de cabo a rabo con  jazmín del cabo que embriagaba con su aroma alicorado. Y una de esas tardes detenidas en el espacio, Begoña y yo,  tendidos en la arena de la playa desierta, siempre frente al mar, casi en el mismo mar, nos propasamos a la de a verdad en el intercambio de caricias y lengüitas agitadas, hasta que pasó lo que tuvo que pasar.De retorno a nuestras casas, yo con la ufanía de macho recién estrenado y Begoña turbada, quizá compungida -o qué sé yo-, me farfulló cual Eva en el Paraíso recién perdido: •-     Hemos cometido pecado mortal. Reaccioné con mañosa presteza: •-     ¿Mortal, amorcito? ¿Acaso no somos seres mortales? ¿Entonces? Lo terrible hubiese sido haber caído en pecado inmortal.La inteligentísima, la eruditísima Begoña, la eminente docta por sus cuatro costados quedó perpleja, extraviada en un alelamiento de pronóstico indecible. El avieso sofisma de mi invención:"ad peccata aeternum" hizo tambalear la torre de marfil de su omnisciencia. Si señor, yo, un vulgar palurdo, yo solito había conseguido enturbiar el puchero gris de su privilegiado encéfalo. Como es obvio, Begoña quedó herida en la pepa de su ego. No toleró que mi escasez intelectiva pudiese arrinconarla en un jaque mate magistral. Jamás lo perdonó."Y ella me abandonó  disminuyendo en mi jardín una linda flor..."  Meses después un gran escándalo dio pábulo a que las beatas de gallinero convirtieran a mi pueblito en auténtica caldera del diablo: Begoña fue sorprendida en el catre personal del señor párroco, con el cura incluido, of course...Y no exactamente para rezar. ¿Sería este un pecado inmortal? Luego de unos meses, ahora en la atosigada Capital y bajo una garúa pegajosa conocí a la Jannina, una melódica italianita tañedora de arpa sinfónica, eminente intérprete de flauta traversa. Ella me familiarizó con Praetorius, Corelli, Moteverdi y toda la pléyade de músicos barrocos...  Quien sabe -nunca se sabe- alguna de esas nochecitas armónicas rememoraré más otras cositas de un corazón inflamado.  •(1)   "Exacta Dimensión", Juan Gonzalo Rose. Ω
Esta increíble ocurrencia me agarró -me sorprendió- en la casa de mi amigo Pipo Granados, durante una amena partidita de póquer. **LA SEÑORA DE SERVICIO SE ACERCA A LA MESA DE JUEGO PARA ANUNCIARME: *SEÑORA- Señor, lo llaman por teléfono.YO- ¿A mí? Eso es imposible. No le he dicho a nadie que he venido aquí.SEÑORA- Pues...no sé. Han preguntado por usted.YO- (AL TELÉFONO) ¿SÍ? ¿Quién habla?PANCHO- Hola, soy yo, Pancho. Estamos tomándonos un trago en La Favorita. Solo faltas tú. ¿Por qué no te vienes?YO- ¡Hombre! Ahora no puedo. Pero se puede saber cómo has adivinado que estoy en la casa de Granados. Yo vine aquí sin aviso y en mi casa no hay nadie.PANCHO- ¿Cómo nadie? No bromees, acabo de telefonear a tu número y alguien me dijo que estabas allí.YO- Te repito que es imposible. Mi departamento está cerrado. Te repito, no hay nadie...PANCHO- Pues me contestó un hombre y supuse que era un pariente tuyo. Lo único que me dijo es que estabas donde Granados y enseguida cortó.YO- Ah...no. De inmediato voy para allá, solo estoy a veinte minutos de mi casa...PANCHO- No pierdas tiempo. Haz la prueba, telefonea a tu casa y saldrás de dudas. ¿No te parece?YO- Tienes razón. Bien pensado, ya te contaré, Chau.NI BIEN COLGUE LLAMÉ A MI NÚMERO.VOZ- (ALGUIEN ME RESPONDE) ¿Sí? Diga... YO- ¿Contesta el 243569?VOZ- (IMPACIENTE) Sí, sí, sí... ¿con quién desea hablar?YO- (CON FURIOSA INTRIGA) ¿Y usted quién diablos es?VOZ- Eso no importa, el dueño de casa no está.YO- ¡Vaya noticia! ¡Claro que he salido! Habla el dueño de casa. ¡Diga quién es usted y qué hace en mi casa! ¿Cómo entró? VOZ- Ah... ¡Justamente, muy oportuno! ¡Qué bien que haya llamado!YO- ¿Cómo dice? VOZ- Precisamente, yo iba a llamarlo a usted. Es una emergencia. Hace un buen rato he estado buscando como loco las llaves de su escritorio. ¿Tendría la bondad de decirme donde están?YO- ¡Pero... qué? ¡Qué me está diciendo, oiga usted! Dice que... que desea... ¿qué...?VOZ- (INTERRUMPIENDO) Exactamente, no es que yo lo desee. Simplemente, es preciso que me diga dónde ha escondido esas llaves.YO¬- ¿Es preciso? ¿Y para qué?VOZ- ¿Cómo para qué? Pues, para no verme obligado a descerrajar los cajoncitos; lo cual, además de trabajoso, sería una verdadera lástima. Su escritorio es magnífico, realmente un mueble finísimo. Imagino que debe haberle costado una fortuna. Entonces, qué necesidad hay de destrozarlo...YO- Oiga... ¡Así es que usted es un vil ladrón! En este momento llamo a la policía y enseguida voy para allá.VOZ- (CON TONO SERENO) Sus amenazas, caballero, no me asustan en lo más mínimo. Antes que la policía y usted lleguen, me sobra el tiempo para largarme de aquí. Creo que su mejor decisión sería confiarme el lugar donde están las llaves.YO- ¡Usted es un miserable! ¡Un canalla! ¡Un hijo de...VOZ- Hombre... hombre... No reaccione así. Tranquilidad, por favor. Le estoy hablando sin arrebatos, con la mayor cortesía y con argumentos sensatos... y usted me insulta. En vez de estropear su escritorio estoy haciéndole una concesión. Dígame en que sitio están las llaves y ambos salimos ganando ¿no? Usted debía agradecerme y no usar esas expresiones groseras, tan ofensivas.YO- No puedo hablar de otra manera con individuos de su calaña.VOZ- Mida sus palabras, señor mío. No voy a contestar a sus injurias. Pero si usted no se comporta como persona cortés, me las pagará. La cosa es muy sencilla: destrozaré los tapices de todos sus sillones y su escritorio quedará en un estado lamentable y ni hablar de los libros de su biblioteca, ninguno quedará ileso. Nada de esto sucederá, si usted emplea el simple expediente de tratarme con la misma educación con que lo estoy tratando. YO- Esto sí que tiene gracia. Póngase en mi lugar, se mete a mi casa para robarme, me chantajea con hacer destrozos y encima me pide que lo trate como a un caballero. ¡Vaya desfachatez!VOZ- Soy una persona honorable y usted no va a ser agredido. ¿Qué le importará perder unos cuantos billetes? Sin embargo, aunque lo que encuentre no me saque de pobre, ese dinero me será vital para vivir. ¿Ahora me comprende?YO- (CONTENIÉNDOME) Está bien. Veo que usted es alguien con cierta inteligencia, o al menos lo parece. Incluso reconozco que tiene derecho a que yo le otorgue algo de efectivo por el trabajo, que sin duda le habrá costado mucho planificar para dar este golpe. Hasta habrá invertido algunos días para llevar a cabo su estrategia. Seguro que hasta ha tenido que realizar un seguimiento: estudiar mis costumbres, vigilar mis salidas...saber adónde estoy... VOZ- Ya lo creo. Es mi modus vivendi y en eso soy experto. La cosa no es tan sencilla como imagina la gente. Es todo un arte.YO- ¿Un arte? Si usted lo dice...Pues, bien. Hasta aquí lo voy comprendiendo. Pero lo que no atino a entender, es para qué necesita abrir los cajones de mi escritorio. VOZ- ¡Vaya! La cuestión es obvia...YO- Ah... y usted se figura que el dinero está en uno de esos cajones...VOZ- ¡Claro!YO- Pues, está equivocado. Mire le advierto que en casa solo guardo muy poco dinero. Dígame francamente cuales son sus aspiraciones.VOZ- ¿Cómo?YO- ¿Qué piensa llevarse de lo que me pertenece?VOZ- Pues bien, tranquilícese usted no pienso llevarme gran cosa. Solo me contentaría con unas cuantas piezas del juego de plata labrada, un anorak de piel y por supuesto su gorra, ya que combinan de maravilla. Ah... quizás también unos cuantos objetos de su escritorio. Además del dinero, claro está. YO- Mire amigo, le hablo con entera sinceridad: yo por varias razones que no vienen al caso enumerar, aprecio mucho esos objetos mientras que usted los vendería por una minucia, casi nada. VOZ- Tiene razón, quienes roban son esos explotadores, esos vampiros reducidores. Yo soy una simple herramienta que cumple con su labor. El capitalista siempre explota al trabajador.YO- ¿Ve usted? Entonces estamos de acuerdo. Acabaremos por entendernos, querido amigo. El dinero que tengo escondido es poca cosa, solo unos quinientos dólares. Si hacemos un trato de honor, usted puede llevarse cuatro billetes de cien, los dos de cincuenta me los deja para mis gastos urgentes. Le doy mi palabra que no lo denunciaré a la policía. Lo tomaré como un trato entre amigos, un negocio privado que a nadie interesa. ¿Acepta usted estos términos? VOZ- ¿Y usted no teme que me lleve su dinero además de todos los objetos que me interesen? ¿Tanta confianza le inspiro?YO- Estimado amigo, tengo la plena seguridad que de ninguna manera usted no haría eso. Como ve, tengo absoluta confianza en su honradez. Entonces estamos de acuerdo, ¿no?VOZ- Está bien.YO¬- ¿Solo se llevará los cuatrocientos y no tocará mis pertenencias? VOZ- Se lo prometo. Nada de objetos y le dejaré los dos billetes de cincuenta. ¿Conforme?YO- ¿Palabra de honor?VOZ- ¡Palabra de honor!YO- Muy bien. Gracias...Ahora, escúcheme bien: encima del escritorio hay un cajita azul. En su interior hay unos sobres y debajo de ellos están los dólares. Confiese usted que nunca se le hubiera ocurrido buscar el dinero ahí.VOZ- Lo confieso.YO- Ah... Y al irse de mi casa, no olvide de apagar la luz. Estoy pagando demasiado por la electricidad.VOZ- Descuide usted.YO- ¿Usted ha entrado por la puerta de servicio?VOZ- Sí, señor.YO- Muy bien. Entonces al salir, haga el favor de cerrarla bien, con doble llave. No vayan a entrar los ladrones.VOZ- Entendido. ¿Se le ofrece otra cosita?YO- Este.... Si se encuentra con el portero del edificio, dígale que usted ha venido a traerme unas pruebas de imprenta. Como soy escritor, acostumbro a recibirlas.VOZ- ¡Caramba! ¿Usted es escritor? Eso me interesa, algún día voy a llamarlo por teléfono para que me dé unos cuantos consejos, yo también trato de escribir...YO- Encantadísimo, llámeme cuando desee y nos ponemos de acuerdo. Entonces, adiós y que le vaya de lo mejor.VOZ- Gracias, amigo. ¿Dónde le dejo la llave de la entrada?YO- Debajo del felpudo con el letrero: «Bienvenido» Gracias y que tenga buenas noches.Ω
 qué tal noche tan nefasta mi dulce Nepomucename largaste de la casasin  dejarme sacarde la vieja alacenani la mitad del podrido salame,ese trozo que me corresponde•ay Nepotita eres mala y traicioneratienes corazón de piedrarecuerda que en la primaveradespués de la última guerrate pagué la mitad de la entrada del cinema•tampoco recuerdas aquella mañanaen  la mitad del siglo veintecuando te obsequié con una enemapara sacarte el dolor de vientre.muy a mi doliente mi pesarnada de eso has sabido aquilatar•ay nepomucenitahe llegado a la clara conclusión que ya no me quieres naditahas quemado hasta mi colchón.•te propongo que no me reprochespido tu sincera opiniónojalá me perdones y me quieras como talaprovecha no seas bruta que hoy estoy sentimental    •••
El enteco y malhumorado tamborilero repiqueteó el redoblante. Los palillos se hicieron invisibles al vibrar. Un público absorto y boquiabierto permanecía en un silencio angustioso.  Insonoridad sobrecogedora, casi metafísica. Impávida, imperceptiblemente sonriente, Bárbara La Salvaje - venusta cinturita y agresivos pechos de actriz italiana- enganchaba la barra  del pequeño trapecio con tan solo los empeines. El cuerpo invertido y los brazos abiertos -como crucificada de cabeza-  pendía a plomada en el vacío. La iluminaba el rayo de un potente reflector. Solo su cobriza cabellera volantusa, expandiéndose como un gran abanico, se ondulaba apenas agitada por la brisa de las alturas de la carpa. Aquel trapecio portátil tenía como único punto de sostén la obstinada dentadura  de su partenaire, quien, a su vez, se  aferraba con las corvas a un trapecio mayor.Agar ya no lo ama... y eso a Gualterio le importa un corno. Hoy, todas sus moléculas sentimentales han sido absorbidas por la domadora de perros. Agar no lo sabe. Y si se enterase... ¡qué diablos! Imposible pronosticar si Gualterio, más adentro de esa mandibulota de orangután, escondía un sordo rencor porque había convertido a Agar,-hoy su mujer- más famosa que él cuando se exhibía solo y  se hacía llamar Odín el Todopoderoso. En esos años de gloria perdida, cargaba inimaginable cantidad de kilos en objetos de toda naturaleza. Una vez llegó a elevar, gravitando de su obstinada dentadura, un piano de cola completo. Odín era, entonces, el ídolo inigualable; su número el más famoso del espectáculo, la estrella más disputada del mundo circense.  Laureles y dinero, ¿qué más se podría ambicionar?La Salvaje comenzó a mover los brazos rítmicamente de derecha a izquierda, grácil cual  el cisne del ballet. El nervioso redoble en el amarillento parche se intensificó, para crear un clímax vesánico. Y el trapecio comenzó a girar y girar cada vez a mayor velocidad. Pero Gualterio, siempre firme y seguro de mandíbulas, solo parecía sostener una simple alita de canario. Cuando el vertiginoso movimiento en tirabuzón cobró su mayor ímpetu, el cuerpo de Bárbara la Salvaje pareció adquirir proporciones cilíndricas. Mas de pronto, antes de que la muchedumbre terminara de estallar con un sobrecogedor baladro la barrena femenina comenzó y terminó su descenso brutal, hasta estrellarse en  la desnuda lona templada, sobre el haz de la tierra apisonada.  El cuerpo de La Salvaje, un desconcierto. Un informe promontorio de carne, de miembros sanguinolentos, de cuerdas de trapecio. Su cráneo seccionado en dos mitades mostraba, como en una cóncava fuente, una macabra gelatina de sesos.Cuando Gualterio la conoció, Agar era una mujercita etérea y frágil, una garza. Quince años floridos de lozanía y de pecaminoso candor. Una pieza maestra de orfebrería persa, con unos ojos de éxtasis religioso como solo una profana podría poseer. Un inolvidable día de sol achicharrante, Agar llevaba puesto un polito amarillo, cuya textura, delgada y adhesiva,  se le untaba a la piel como un baño de margarina. Sus frescos cachetes de mocosita sabrosa irradiaban resplandores  primaverales. Era un querubín travieso a quien Alá miraba con condescendiente complicidad.Una pálida mañana impregnada de yeso y abulia, bajo los cielos trujillanos, por fin Gualterio se atrevió a tomar el dedo meñique  de Agar. Besó tímidamente su diminuta yema y la niña convirtió su rostro en una manzanita de California . De inmediato creó una nerviosa sonrisa  y, para cambiar de tema, se hurgó un huequito de la nariz. Él se relamió los labios y chequeó su reloj. Estaba consciente que la chiquilla debía arreglarse para la vermut, donde oficiaba como asistenta del tragafuegos; en la vida real, su obeso padre. El angelito con vocación de pecado, aprovechó la pausa para correr como una gacela. Desapareció tras la cortina de su tienda anaranjada. Gualterio, impasible por fuera  pero enardecido en lo profundo, se propuso meditar. Dio media vuelta, trepó  una escalerilla de soga, llegó a la  pequeña plataforma más alta de la carpa, ahora vacía y casi en penumbras. Allí se sentó, apretó su fuerte quijada para sostener el peso más difícil de cargar: algo de rabia y mucho de amor. ¿Por qué debía resistir objetos tan absurdos como caja fuertes, bloques de plomo, de concreto...? ¿Por qué, carajo! Si sus deseos se realizaban, podría elevar por los aires a esa mujercita celestial. Me encargaría de entrenaría para que realice evoluciones de acrobacia en un trapecio forrado de encajes blancos, ornado con rositas pitiminí siempre frescas que yo mismo me encargaría de renovar para cada función. Así se decía el maduro forzudo, así imaginaba hasta el  último detalle de sus ensueños.        Un año después. Un lunes por la tarde. Cielo azul índigo. Descanso de la troupé. Atmósfera límpida y sombras gualdas. Gualterio amodorrado en una cantina de la calle Saphi. Acababa de escampar y los eucaliptos de Cuzco más brillantes que nunca. Fabulosa eclosión de cogollos verdes en los arbustos.  Gualterio sabroseó un buen buche de cerveza amarga y expelió un eructo helado. Todo era esmeralda, como la franja central del arco iris. Ahora sí, Gualterio pletórico de dicha  porque su carga preciosa de cada función sería ella y solo ella. Nunca más remontaría chatarra ni armatostes ridículos, objetos sin alma. Finalmente,  el público lo aplaudía como una dádiva piadosa al decadente forzudo y ya no al joven todopoderoso Odín. Con solo recordar sus últimas presentaciones en solitario sentía que sus dientes, capaces de sostener el propio planeta, se le removían en los alvéolos. Feliz de la vida, Agar se entusiasmó con la propuesta  y muy pronto aprendió los secretos del trapecio. Pero no solo eso, también  aceptó compartir tienda con Odín Se convirtió en su mujer.  Desde esa oportunidad un renovado Gualterio, todos los días se iba al descampado y orinaba contra el aire para demostrarse que su potencia era mayor que el más fuerte de los vendavales. Más tarde, se dirigía a su tienda para amar a su querida con pasión desaforada. Damas... caballeros... niños... ¡Ya llegó el circo a Arequipa!  Gualterio y Agar (ahora Barbara La Salvaje) se trenzan en el amor mejor que los Puerquitos Maravillosos que se refocilan en las jaulas de enfrente. La noche está muy bruja y más arequipeña aún. Agar... agresiva. Los grillos acallan el rozar de sus élitros... Agar meliflua. El viento despeina las canas del Misti... Agar científica. Un yaraví aplatana el alma de un obrero... Agar escandalosa. Los Puerquitos Maravillosos están exhaustos y duermen con profunda placidez. Pero Agar aun es una cobra virgen.  Ya son las seis de la clara mañana y un artesano labra un sólido sillar. Gualterio extenuado. Agar hambrienta porque ya no hay acción.El día que una plaga de langostas alfombró los campos y la calles de Chiclayo y no era raro encontrarlos en los roperos, en la sopa, en los repliegues de las axilas y hasta entre las piernas de la mujer amada, Gualterio se enteró de que Agar se venía entendiendo con el elegante ilusionista. Sin embargo, él quedó tan frío y estatuario como una cerámica precolombina. Hacía ya un buen tiempo que él  había notado que la británica Miss Darling, bella domadora de poodles y reciente contratación del circo, le hacía ojitos y lo tenía fascinado. Desde entonces Bárbara La Salvaje comenzó a serle una carga demasiado pesada. Cuando la sostenía por los aires lo invadía una absoluta indiferencia y un tedio innominado se concentraba en sus mandibulotas.Hasta que llegó el día nefasto. En plena función de gala -en la zona preferencial de la Plaza Grau de Lima-, Gualterio  no lo pudo evitar. Bostezó.▀
TEDIO
Autor: Toribio Alayza R.  254 Lecturas
(Le sourire de Sophie)   Paris, 1962.  * * * * *Hoy el verde bulle a rabiar. Los árboles del Barrio Latino reverdecen en toda su potencia con los primeros brotes y cogollos de la primavera en agraz. La gente marca festivas trancadas por la amplia acera del Bulevar Saint Michel. Todos parecen estrenar miradas brillantes con un no sé qué de regocijo vital. Parlantes ubicuos difunden «Cuando calienta el sol». Un éxito de los Hermanos Rigual.  Estoy solitario en la terraza del bistró "La Favorite" de Saint Michel. Una esbelta criatura vestida de punta en blanco  (aquí entre nos, un dulce pimpollo) pasa a mi lado. Su cálido muslo roza ligeramente mi hombro. Me zambullo en la estela que deja su fragancia, la aspiro la hasta las heces y automáticamente entro en la región del virtual devaneo. Con cimbreante vaivén el angelito no parece caminar. No. Más bien desliza su estilizada figura, levita, flota hasta posarse, muy femenil toda ella, en una mesita adosada a la pared. Justo enfrente a la mía. Son las seis con veinticinco del aún soleado atardecer. La cabellera chivilla de la damita de blanco  se derrama en dos vertientes que encuadran la perfección oval de su rostro.  Tez fresca y limpia como la lluvia. Sin esperar su pedido, el garçon  le sirve una taza de té acompañada con croissants. Cómo le asienta ese rayo de sol crepuscular que recorta en diagonal su clásico perfil. Cuando oprime la boquita con la taza, su labio se convierte en el botón reventón de un alhelí patinado por el rocío.             * * *Ha pasado media hora y no le he quitado el ojo. Ella no ha dejado de chequear su relojito. Y cada vez con mayor ansiedad. Sospecho, algún mequetrefe ha dejado plantada a esta maravilla de la naturaleza. Deseo fervientemente acercarme, jugarme un lance. Soy tímido por naturaleza y, por inferencia, tanto más con las mujeres. Además, mi paupérrimo francés es de lástima. Entonces, para darme brío, termino mi intrépida copa de beaujolais (la cuarta de la tarde). Nada. No me atrevo ni de caulas. Parece que este carburante vinícola es inicuo para el estimulo de cualquier arresto donjuanesco. Ella, con extrema delicadeza, como para asir una mariposa por las alas, saca un pañuelito de su cartera y  enjuga una "furtiva lagrima" que aljofara su mejilla.  Sin pausa ni tregua, al advertir su congoja me embucho dos copas más. Ah, no. Ahora sí me aviento... ¡nadie ni nada me para!•-     Mademoiselle... ¿acaso está indispuesta?•-     Oh...oui, monsieur...estoy deshecha...Caramba, me sorprendí, mi osada comparecencia ante esta ricurita fue más simple de lo que imaginé. Envalentonado, sin solicitar su venia, tomé asiento a su lado. En cuanto mi princesita hubo de serenarse un poco, solo un poquitín, me narró -entre balbuceos lacrimosos- su desencantado drama.  Claro, algo predecible por trillado. Cuitas de amor y sus adláteres. Era la tercera vez que había sido desdeñada por un galancete del cual, dijo, estaba enamorada hasta el tuétano. En fin, como no me las doy de Corín Tellado mejor me salto esta prosaica valla. Más bien intentaré resumir la ocurrencia posterior en esa misma noche.            Mi estrategia persuasiva se desovilló sin palabreos ni esfuerzos, como nunca  hubiese soñado. El asunto es que, al cabo de poco tiempo la niña había cobrado total serenidad. Sin ambages, me confió, mi nombre es Sophie. Yo retruqué, nombre interesante... ¿sabes? "sophia", en griego clásico  significa sabiduría. Y con estas palabras ejecuté el gambito de lujo que se requería, una jugada de gran maestro. En un santiamén, resplandeció con una y única sonrisa exquisita. Y mi dubitativo corazón se iluminó hasta el último resquicio.        •••Nos paseamos de noche por el Quartier Latin. Surgieron callecitas escondidas, silenciosas. Ahora la amo como nunca. Cuando habla. Cuando queda en silencio. Cuando gesticula enigmática. En esta zona de la noche puede ocurrir cualquier cosa, hasta un prodigio. ¿Quieres que te rapte? le pregunté en la Rue Monsieur Le Prince. ¡No!, me respondió, impávida, como si le hubiese preguntado, tienes calor. De improviso saltó en un pie, mientras gritaba jubilosa, quiero divertirme, quiero olvidar, quiero bailar hasta morir. Llévame a una fiesta de disfraces. Hoy se celebra una en el club La Grande Severin , aquí cerquita. ¿Fiesta de disfraces? ¿y los disfraces...? inquirí. En la Rue Soufflot los alquilan, me informó. ‘Polichinelle', se llamaba el pequeño local. Olía a  pura naftalina y alcanfor. Nos recibió su dueño, un viejo rollizo, paticorto y cabezón, con gafas redondas de acero. Solícito y zalamero hasta la melosidad, nos atendió a conciencia. Fue extrayendo la mar de disfraces, bucaneros, Ulises y su Penélope, tiroleses, clowns, gitanos y payasos, María Antonieta y su Luis XVI, hawaianos, Napoleón y su Josefina, Quijote y su Dulcinea... en fin, todo un desfile de variopintos vestuarios. Empero, mi dulce Sophie los rechazaba sistemáticamente sin siquiera mirarlos. ¡Ya sé! exclamó de pronto Sophie. Pierrot y Colombina, eso es muy romántico ¿no?  Ah, por supuesto, sonrió el viejo, cómo no voy a tener eso. Colombina, Arlequín y Pierrot son los tres representantes de la Comedia Italiana. ¡mi bella tierra! Colombina, hija de Casandro, amante de Arlequín, personaje cómico, que lleva mascarilla negra, y traje hecho de retazos romboides multicolores. Casualmente, lo que son las cosas, acabo de alquilar un disfraz de Arlequín. Sophie quedó preciosa, más bella imposible, con su ropaje blanquinegro. Y yo, al ver mi facha en el espejo, sentí escalofríos de vergüenza. Me sentí como un grotesco fantoche pero, con tal de no contrariar a mi Colombina, no me quedó otra que salir resignado del probador. Pero mírate, estás lindo, me dijo mi maravillosa Colombina. ¡Un momento! terció el viejo, a ambos les falta algo imprescindible. Soltando resoplidos, el gordo trepó por una escala  y bajó una caja debidamente etiquetada. Jovencitos, nos dijo, ustedes tienen suerte. Justamente, acabo de adquirir unas máscaras de un látex muy especial. Son extremadamente realistas, además se adhieren a la piel de tal manera, que reproducen a la perfección los gestos y las expresiones. Nadie diría que son máscaras, tienen una textura idéntica al cutis. Dicho y hecho, nos embutió bajo la sutil epidermis del látex, que, en efecto, la sentí como mi propia piel. Al verme así, enmascarado, la Colombina se llevó la mano a la boca para evitar una risotada. Pero no pudo contener las lágrimas que, por ironía, también produce la risa desaforada. Me corroía la curiosidad para apreciar mi cara potiza. Regresé al probador para verme en el espejo. Quedé congelado, tenía una fisonomía abstracta, si cabe la expresión. Un rostro impasible de facciones regulares, increíblemente realista, perfectamente diseñado, pero... no tenía nada de humano. No expresaba tristeza, ni alegría, ni asombro. No obstante, en insólita contraposición, parecía tener vida propia.  Algo indecible. El impacto recibido, sumado a la incontenible y ahora descarada risa de Sophie, casi me produce un shock desbastador. Caí en un estado de suspensión en el uso del pensamiento. Y tanto fue así, que no recuerdo como llegamos a fiesta de La Grande Severin. El bullicio del salón del club y del revuelo que causó mi presencia, de sopetón me hizo salir del limbo en que me encontraba. Los muchachos y muchachas se mataban de la risa con solo verme. Luego, en grupos compactos me rodearon en una nube atronadora de crueles risotadas, me arrinconaron  como un ratón cercado por un grupo de gatos hambrientos. Comenzaron a darme vueltas y más vueltas hasta el vértigo, me empujaban, me pellizcaban, sin parar de burlarse y reírse a carcajada limpia. Y entre ese tumulto  avasallador, perdí por completo la orientación... pero también se refundió mi Colombina. Finalmente, cuando se cansaron de tanta burla y me dejaron tranquilo.Me encontré terriblemente aislado, con gran indignación y a la vez con cierto miedo. Fue entonces que percibí a  Sophie entre la multitud de parejas que bailaban con frenesí. Ella, sí, ella misma. Mi Colombina,  rodeaba con sus brazos el cuello de un Arlequín. Enseguida, ambos se despojaron de sus máscaras y se confundieron en un larguísimo y apasionado beso. En raciocinio instantáneo, caí en la cuenta de la comedia en la que yo había desempeñado el papel de víctima propiciatoria. Recordé lo que el dueño de ‘Polichinelle' había dicho sobre el disfraz de arlequín. Y no cabía duda, ella sabía muy bien que su galancete era el que lo había alquilado. Todo había sido una argucia de Sophie. La muy intrigante, con su airecito angelical, me había manipulado a su antojo. Mi instinto primitivo de macho engañado me impulsó a acercarme a la traidora para ponerle las orejas coloradas. Sin embargo -felizmente-, el muro humano que los rodeaba nuevamente comenzó a burlarse de mí. Esta situación me controló y paró en seco mis arrestos biliares. Me encerré en el baño de caballeros. Para mi suerte lo encontré vacío.  El espejo reflejó mi patética imagen. De una buena vez, resolví sacarme la maldita máscara pero me resultó imposible. Traté de arrancarla empleando todas las formas posibles. Ni con agua y jabón lo conseguí. Comprobé  que algo extraño había sucedido. Quizás, pensé aterrado, por una reacción química el  sudor de mi cara en contacto con el látex se había producido algún tipo de pegamento tremendamente fuerte. Fue tal mi desazón que no pude contener las lágrimas. Desesperado,  me cubrí la cara con las manos y salí del local huyendo como un delincuente. A esa hora la calle estaba desierta. Corría llorando como un condenado. Exhausto y con una angustia que me ahogaba, desemboqué en el bulevar Saint Germain. Para llegar a mi hotelito de la Rue de la Harpe me faltaba un buen trecho. Transpirando a chorros y arrastrando con torpeza las babuchas del disfraz, caí sentado en un sardinel. Y mientras lloraba amargamente rememoré una canción muy antigua. Mi familia ponía aquel primitivo disco de carbón de 78 rpm en uno de esos antiguos gramófonos RCA Víctor. Se escuchaba con tanta  frecuencia que a pesar de mis cortos años me la aprendí de paporreta: «Una noche triste estaba Pierrot,cantando a la luna sus quejas de amor,todas las estrellas lloraba con él,por la Colombina que fue tan infiel.Y yo que escuchaba su triste canción,le dije "tu pena...es mi pena de amor...somos compañeros del mismo dolor...por la Colombina que nos traicionó"...Pierrot...Pierrot...que cantas tu triste dolor,también de amor,canto la tristeza de mi corazón.Por una mujer hermosa y divinaque cruel... como Colombina,,,también destrozó mi amor.Ya ves...Pierrot...que daño nos causa el amor,pero, sin él...sin él nuestras Colombinasmorirían también.»Ω                                        
•-     Y tú, cómo te llamas.•-     Grimualda, señora.              •-      ¿Grimu... cómo? ¿Qué clase de nombre es ese? ¡María! Desde ahorita: "María", ese será tu nombre en esta casa... •-     (GESTO INTRADUCIBLE DE GRIMUALDA)•-     ¡Qué! ¿No te gusta? Pero acaso no sabes que María es el  santo nombre de la Virgen, qué más  quieres. •-     Sí, señora. Como usted diga.•-     Muy bien. Entonces,  María. Ahora acompáñame por las habitaciones para indicarte cuál será tu trabajo.• • •Doña Clotilde, ahora está en gran conversa con su nueva amiga.  Ivette Le Bournet, encumbrada dama de la socialité diplomática. Esa gentecita convive hacinada en sucuchos de cartones, tablas, latas y qué se yo. Ni siquiera una que otra teja. Casuchas miserables sobre la polvorosa tierra. Eso les encanta, su cerro. •La señorita Grimualda, natural de su amado cerro El Pino, acaba de ser admitida en la aristocrática mansión de doña Clotilde como "trabajadora del hogar". Eufemismo, claro que sí. Adecenta (en algo) la muy castiza acepción de sirvienta.  •Primer día de trabajo. Grimualda está a la espera de la doña. El ama de llaves la ha puesto al corriente de su labor y salario. Pero la señora Cloty es en extremo puntillosa. Exige dar en persona las instrucciones. Finiquitada su mística aromaterapia de tipo holístico y luego de sus abluciones con flores de Bach, la doña hace su ingreso a escena. Luce frescachona y fragante, embutida en un brillante salto de cama color melón ornado con coquetos bobos de encaje blanquísimo. Mira, María, con su erecto índice mandón, madame Cloty está ordenando. Primero lo primero. Limpiarás a conciencia mi dormitorio principal ¿Ya? Es tan grande que te tomará mucho tiempo dejarlo perfecto. Pero así me gusta y así te lo exijo ¿me comprendes? -Sí, señora, lo haré. Y Grimualda se  traga su propio refunfuño. Aunque nadie puede evitar que un arcano carajeo revolotee adentro de su testa. En este dormitorio cabría cuatro veces toda mi casita, donde dormimos  los diez. La señora diplomática sigue escuchando muy atenta. Y doña Clotilde, continúa con su pepitoria. ¡Uf! Esta nueva criada pertenece a esa tribu de pellejo tirando al pardo barroso. Gentecita oscura que disfruta habitando en los cerros, en el culo del mundo... ¡Quelle horreur! ¡Terrific, hija!  • • •Ahora, María, concéntrate bien y déjate de mirar lo que no te interesa. La doña prosigue con su manual de estrictas instrucciones. Este es el cuarto de baño de la suite. Aquí, en este lugar preferencial, vas a poner todo tu esmero. Sobre todo con la pileta de hidromasaje. Es de Carrara, un mármol precioso,  tan fino, que se raya con solo mirarlo. Mucho cuidadito ¿eh? Lo tendré en cuenta, no se preocupe, señora. Grimualda-María se contenta con  murmurar. Pero su lenguaje encefálico, no puede detener otra carajeada. Y nosotros, solo con nuestro jarrito, ahorrando el agua que trae el camión, se dice.El equipo lavavajilla funciona solito. Es totalmente automático. Basta programarlo con este botón ¿ves? Basta un clic y ya está... Se detiene solito. O sea que te vas de alivio. Habría que conocer las interioridades de Grimualda, para interpretar su maléfica sonrisa de silencio. Vieja de mierda, qué sabes tú de lavaderos con esas uñas coloradotas. Seguro has degollado a tu marido. •Madame Cloty, continúa derramando exquisiteces. La diplomática asiente y calla. Otorga lo que escucha. La muchacha que acabo de contratar... ¡ay! si la vieras con la tenida que se me presentó... ¡uf!  te mueres de un infarto. Un faldón vomitivo, todo corrugado, y una blusa apelmazada color caca. Algo asqueroso, hija. Creo que a la plebe le encanta esa ropa que aunque esté limpia siempre parece inmunda •Ahora, ama y sirvienta, continúan la tournée con los sagrados mandamientos de la Cloty. Tanto la sala de visitas y el corredor de losetas venecianas tienes que encerarlos hasta que brillen como espejo. La servidumbre nunca lo ha hecho bien. Espero que tú sepas usar la lustradora como se debe. Ah... Y para los rincones, te me pones en cuatro patas y me los frotas con la franela hasta que te duela el espinazo. ¿Me comprendes? Cómo mierda no te voy a comprender, cabrona. Quieres que me saque el ancho. Con esta muda requintada atragantada como espina en el alma, los ojos de Grimualda son tizones al rojo vivo. No obstante, ella sigue calladita, nomás.  Ignorando la terrible tormenta dentro de la cabeza de la criada, la doña  añade algo que se le olvido. Ahhh... y mientras limpias, fíjate si me encuentras las llaves de mi coche. Luego tengo que salir. Y la sola idea ya me está destrozando los nervios. Qué horror. Tú ni siquiera imaginas lo que es manejar en esa jungla de microbuses, motos, ómnibus, vendedores ambulantes, mendigos... ¡un martirio!  ¡algo insoportable! Pero qué sabrás tú de eso.  Una anda enloquecida con todos los compromisos que tiene que soplarse. A tal hora el coctel, a tal otra una cena, un matrimonio, un desfile de modas... En fin, agradece que tú no tienes que cumplir con nadie. Grimualda tiene que frenar en seco sus intenciones tanáticas. Mejor será sonreír de rabia. Blanca puta del carajo, quiero verte embutida en el microbús de la línea 486.  Y otra cosita, añade la Cloty, en la mañanita, fíjate si hay una buena provisión de frutas de la estación, yogur de todos los sabores. Pan integral, huevos, cereales, leche y jamón inglés... Ya lo sabes, si no tenemos lo esencial un desayuno no es un desayuno.  Claro, señora, estaré atenta. La erupción del volcán grimualdino parece inminente. Pero, vulcanóloga al fin, la flamante trabajadora del hogar toma sus previsiones. Le embute un tapón de paciencia a su furibundo cráter. Y si la mando a...No. No, a lo mejor me larga y me quedo sin chamba.  Grimualda sigue callando.•-     No.  No, es mejor no seguir con este odioso tema, querida amiga, Ivette. Uno tiene que resignarse a soportar a esta gentuza. De otro modo no sé quién haría el trabajo de mulas...  Brutas, repugnantes pero imprescindibles... ¿Tú que opinas, Ivette cherie?Ω        
GRIMUALDA
Autor: Toribio Alayza R.  286 Lecturas
Cinco y media de una desangelada mañana que congelaba hasta el ánima.  Y eso qué diantre le importa a Ponciano. A quien madruga... se dice. Y salta del catre como un resorte. Tiene que ser muy puntual. En su trabajo esa es la llave de oro. Además, como siempre, repitiendo su letanía, a quien madruga. Su mujer se rasquetea la panza, se refriega los ojos legañosos. Le pregunta, ¿Ya te despertaste? Ponciano contesta, No, acaso no ves que sigo durmiendo.    El hombre se lava la cara como gato. Se arropa. Baja un botellón de la repisa y sirve medio copón con aguardiente de caña, ese que patea como mula. Para él es como agua. Se embute un bizcocho con un café. Vuelta a llenar el copón, y adentro con la segunda, se dice. Y sale a la calle como un rayo.  En la esquina está el paradero del ómnibus con la infalible multitud de sufridos esperadores. Al fin llega el transporte. Todos pugnan por treparse. En un tris se repleta el carromato, se aglomeran  como pueden. Ponciano sonríe, hoy comienza bien el día, piensa. Veinte minutos con un tráfico endemoniado. El ómnibus se detiene. Ponciano se abre camino a codazos y se apea  en el paradero de la Plaza de La Libertad. Camina por la calle con premura. Llega al paradero del tranvía. Lo coge al vuelo y se mete en la masa humana que desborda el vagón. Treintaicinco minutos sobre rieles. Ponciano, baja del tranvía.  A toda carrera llega a la estación del metro. Otro viajecito incrustado en la pelota de pasajeros.  Baja y toma un microbús.  Y luego otro y otro... hasta que termina la hora punta.  Sudoroso y fatigado, Ponciano entra a una taberna. Consume una jarra de cerveza  y una salchicha. Luego, a paso cansino, regresa a su casa. Hola gorda, le dice a su mujer. Y cómo te fue hoy, Ponci. Por toda respuesta, el hombre hurga, uno por uno, los bolsillos de su abrigo, chaqueta y pantalón. Con indiferente parsimonia, como quien no quiere la cosa, va  depositando en la mesa pulseras, relojes, billeteras, collares, monedas. Como verás, Lola, nada mal, la cosecha ha sido abundante. Ay, que regio, entonces me  voy a que me peinen,  me maquillen,  chilló Lola goteándose de felicidad, y en la nochecita podemos ir al casino y de allí me llevas a comer a un buen restorán.  Ponciano, sonrió satisfecho,  Claro que sí caramelito mío, lo que tú quieras.Y de pronto, Ponciano soltó una estentórea carcajada.  De qué te ríes, cuál es la gracia, ella le preguntó intrigada. Nada, nada..., le dijo él, tratando de contener sus hipadas que lo ahogaba de la de risa. Solo me estoy acordando de la profesora de mi escuelita. Como yo acostumbraba tener las manos en mis bolsillos y ella me reñía diciéndome: «Tú deberías llamarte Manitas, ¡Las manos en los bolsillos! ¡Las manos siempre en los bolsillos! ¡Jamás conseguirás nada en la vida con las manos siempre en los bolsillos! ¡Nada!» Ω
M A N I T A S
Autor: Toribio Alayza R.  256 Lecturas
TAMARA, LA DAMA  alabadaalba malva aclara...ya gana  la mañana la mar calma plata rasada ¡ah! ¡•  ¡allá, la blanca casa! ¡ala! ¡vaya! hay gala! ¡hay parranda!•la gran bandaataca la zarabanda. •tras las barandas ámbar, la maja nacarada, alada, avanza hasta las altas arcadas.•alzan lanzas, alabardas,alabanzas, palmas para la amada dama Tamara. •nacarada, la dama blanca pasa la mampara hasta la sala saya azafrán, acanalada, manta grana, adamascada.   •¡bárbara la dama! salta, canta, danza, traza trabajadas pasadas. cancán, vals, la bamba, salsa, zarabanda  la pavana alargada la danza la avasalla hasta las cachas. •mas... al dar las campanadas, la cansada dama galana calla. •para la danza, acaba la alharaca. tanta jarana la aplatana.         • ¡bah! la dama ¡ah! Tamara va a la cama.¡la macana!  •   •  •                                                                                                                                                                                                                                                                                                      alabada alba malva aclara...ya gana  la mañana la mar calma plata rasada ¡ah! ¡•  ¡allá, la blanca casa! ¡ala! ¡vaya! hay gala! ¡hay parranda!•la gran bandaataca la zarabanda. •tras las barandas ámbar, la maja nacarada, alada, avanza hasta las altas arcadas.•alzan lanzas, alabardas,alabanzas, palmas para la amada dama Tamara. •nacarada, la dama blanca pasa la mampara hasta la sala saya azafrán, acanalada, manta grana, adamascada.   •¡bárbara la dama! salta, canta, danza, traza trabajadas pasadas. cancán, vals, la bamba, salsa, zarabanda  la pavana alargada la danza la avasalla hasta las cachas. •mas... al dar las campanadas, la cansada dama galana calla. •para la danza, acaba la alharaca. tanta jarana la aplatana.         • ¡bah! la dama ¡ah! Tamara va a la cama.¡la macana!  •   •  •                                                                                                                                                                                                                                                                                                       TAMARA, LA DAMA  alabadaalba malva aclara...ya gana  la mañana la mar calma plata rasada ¡ah! ¡•  ¡allá, la blanca casa! ¡ala! ¡vaya! hay gala! ¡hay parranda!•la gran bandaataca la zarabanda. •tras las barandas ámbar, la maja nacarada, alada, avanza hasta las altas arcadas.•alzan lanzas, alabardas,alabanzas, palmas para la amada dama Tamara. •nacarada, la dama blanca pasa la mampara hasta la sala saya azafrán, acanalada, manta grana, adamascada.   •¡bárbara la dama! salta, canta, danza, traza trabajadas pasadas. cancán, vals, la bamba, salsa, zarabanda  la pavana alargada la danza la avasalla hasta las cachas. •mas... al dar las campanadas, la cansada dama galana calla. •para la danza, acaba la alharaca. tanta jarana la aplatana.         • ¡bah! la dama ¡ah! Tamara va a la cama.¡la macana!  •   •  •                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             
TAMARA, LA DAMA
Autor: Toribio Alayza R.  298 Lecturas
UNA DAMA LLAMADA SUEGRA----------------Vengo de pasar unos días en un paraje del litoral. Alquilé una rústica cabaña situada en lo alto de un acantilado con una vista al mar del ¡para qué te cuento! Quitaba el aliento. A unos cincuenta metros se alzaba otra cabaña más grande y ostentosa que la mía. Divisé muy a la distancia a una pareja de edad avanzada que la ocupaba. En consecuencia, aparte del lejano ronroneo de las olas, allá muy abajo, todo era quietud y absoluto silencio, el ámbito ideal para escrutar con profundidad los meandros de mis interioridades inorgánicas. O sea, eso que suelen llamar espíritu.La meta primordial: deshacerme cuanto antes de esa bola plúmbica de la cotidianidad que se pasea por todo el cuerpo para coagularse bajo los estratos fisiológicos y hasta llega a obliterar las circunvoluciones del cerebro y aledaños. El objetivo final -quizá utópico-: reencontrar la inocencia adánica perdida. Facultad que todos atesoramos en algún impreciso núcleo de nuestro antiguo interior ("l'uomo solo ascolta la voce antica"). Un estado blanco de "buen salvaje" que con el transcurrir del tiempo y sus calamidades "civilizadas" se va extinguiendo para dar paso al ego dominante.IIEn los dos primeros días de mi estada cubrí el primer tramo. El de la purificación. Una previa ablución con el agua lustral de la introspección para remover escombros Es decir, el rito propiciatorio que el Génesis designa con el simbólico nombre de "aguas", pero que nada tiene que ver con la especial combinación de oxígeno e hidrógeno.IIIDía tercero. Permanecí estático en mi ventana ante un crepúsculo de frenesí, cuando un impertinente golpeteo de puerta me sacó de la abstracción. Era el señor vecino que venía a invitarme, para que, al día siguiente, fuese a tomar un vino en terraza de su cabaña. ¿Cómo negarme? IVCuarto día. Ocho de la noche de cielo límpido, hora de la cita. Me recibió su esposa, una mujer menudita de rostro perfectamente oval, tez suave aunque marchita por una urdimbre de infinitas arrugas y un cabello cano ligeramente ondulado. Un par de lamparines con luz ambarina y el lejano sonido de una pavana barroca de Purcell ponían un particular toque de afabilidad al ambiente de la terraza. Todo confluía para pasar una amable velada bajo el firmamento estrellado. Tomé asiento en un sillón de hierro forjado entretejido con anea. No tardó en aparecer mi anfitrión. Un anciano bonachón, aun bien plantado, de mirada huidiza color celeste-agua y prominentes orejas de soplador. Luego de intercambiar nuestros nombres, iniciamos una charla repleta de típicas intrascendencias. Mientras hablábamos, la esposa fue acomodando en la mesita de centro una botella de excelente tinto con sus respectivas copas de cristal y un generoso piqueo de quesos, paté, prosciutto, pasas con nueces y galletitas de soda. Hasta el momento, nuestro diálogo no había pasado de un cordial protocolo, con temas sin miga. Hasta que el espíritu de Baco dio pista libre al tema en cuestión. Mi vecino monologó a su entero placer con verba inflamada. Escuchémoslo:»Jamás he visto una persona tan vituperada, tan escarnecida, oiga usted, como aquella que desempeña el muy noble oficio de madre política. No obstante sus muchas virtudes y grandezas, la suegra suele ser blanco persistente de mitos perversos y sobre todo de malintencionados chistes. Es cosa del diario tildarla de arpía, de víbora y otros vilipendios aun más grotescos y ofensivos. Es claro, como en todo orden humano y social existen excepciones de la regla, aunque este comportamiento no tiene nada que ver con el rol de suegra sino de la calidad personal de la misma. »Lamento mencionarlo, pero en mi caso tuve poca o ninguna fortuna. ¡Vaya que el destino me premió con una joyita de suegra! Ni bien regresamos de nuestra luna de miel en Europa, ella se instaló en nuestra casa con el propósito de nunca más marcharse. Desde ese preciso momento, gradualmente se fue apoderando de nuestras vidas y de las decisiones de nuestro hogar Regimentaba a entero capricho la economía, nos marcaba los horarios según su conveniencia, decidía el menú de cada día, nos controlaba al milímetro y nos trataba como infantes dando órdenes a grito pelado. »Tuve que ser ecuánime para poder soportar esta situación por más de un año. Hasta que tomé la decisión adecuada. Eché mano de una solución que no la indispusiera conmigo, que no afectara su autoestima, siempre respetando sus derechos como ser humano. Aplicando un sistema de mi creación para la convivencia pacífica, hasta la actualidad mi madre política no nos da problemas. Ahora siempre se siente tranquila, se ha convertido en una mujer muy dulce y siempre guarda un prudente silencio. En fin, es una dama de maravilla que no se inmiscuye en nuestras vidas. Por ello, yo la quiero mucho, cada día más. Venga, venga conmigo, entremos a la cabaña para que la conozca...«VBastante intrigado, ingresé a la salita de la cabaña. El ambiente interior, de la pieza también estaba iluminado a media luz, La atmósfera rezumaba una mixtura de olores indefinidos. Algo entre pachulí rancio con cebollas y sahumerio de iglesia. Sea lo que fuere, se respiraba una hedentina que no gratificó en nada mi hipersensible olfato. El lugar estaba amoblado y decorado a la antigua, recargadas las paredes de cuadros con retratos de personajes del tiempo de Ñangué. Definitivamente, esta pareja no había venido a pasar unos días de verano sino que radicaba aquí. Sobre el respaldar de un sillón de terciopelo granate se asomaba una nuca con cabello negro chivillo con apenas unas hebras blancas en los aladares. Peinaba exactamente igual a la esposa de mi anfitrión. Rodeamos el sillón hasta quedar frente a la suegra. Me llamó la atención que esta dama aparentaba ser mucho menor que su hija Ella estaba bordando con puntadas algo torpes unos enormes gladiolos multicolores en un lienzo. Ni siquiera se percató de nuestra presencia. Mi vecino posó su mano regordeta sobre su hombro para anunciarle:- Mamita, este amigo ha venido a conocerte...Pero la bordadora ni se inmutó. Continuaba impasible con su labor. - ¡Ah, caramba! Olvidé que mi suegrita necesita de su estímulo.Sobre la marcha, el viejo se aproximó a un fino "chiffonnier", abrió un cajoncito y sacó un estuche de cuero marrón de donde extrajo un adminículo semejante a un modelo antiguo de teléfono celular. Y dijo:- Ahora sí, ya verá usted que dulce en mi suegrita. VILo que ocurrió enseguida acrecentó mi perplejidad hasta lo indecible. El viejo se calzó unas gruesas antiparras, observó con detención el misterioso aparatito. Pulsó un par de botones, lo dirigió hacia su suegra y luego presionó una tecla roja. Sin duda, era un control remoto o algo semejante. Como por arte de birlí biloque la dama elevó majestuosamente su cabeza, me miró con ojos de ternera satisfecha y me obsequió una afable sonrisa. Con una voz cantarina pronunció fluidamente: - Es un verdadero honor conocerlo, estimado señor. Mi deseo es que usted se sienta como en su propio hogar y que mi angelito lo esté tratando como usted se merece. - El angelito soy yo. -agregó el viejo con un mohín de nenito consentido- ¿Qué le parece mi mamacita querida? ¿acaso no es una verdadera maravilla?¡Qué diantres iba a contestar! Si ni siquiera podía articular palabra, tenía la boca reseca y la lengua trabada. Temblaba sin poder controlarme, el corazón me palpitaba, sudaba copiosamente: todos los síntomas de un patatús ¿Acaso esa ‘cosa' era una muñeca electrónica? Imposible. Yo había visitado el famoso museo de cera de Madame Tussaud y ninguna de las réplicas de los ‘famosos' era tan perfecta, tan extremadamente natural. Además, la elasticidad de su piel, sus movimientos, su gestos, la fidelidad de la voz... todo, todo era exactamente igual al de un ser vivito y coleando. Cuando la vista se me nublaba y sentí la inminencia de un vértigo. Al verme tambalear el viejo me empuñó el brazo, diciéndome:- Bueno, usted está un poco agitado. No es para menos, acaba de ser testigo de un prodigio. Además, es mejor que dejemos descansar a mi viejita. Como habrá comprobado al ver a mi suegra, no queda ni rastro de aquella mujer insoportable que le conté. Y todo ello gracias a una estrategia magistral y a la aplicación de un sistema inédito de cuya propiedad también soy autor. Pero qué le pasa hombre ¿por qué está tan rígido, tan nervioso? Es mejor que regresemos a la terraza. Usted necesita un vinito... O, mejor aún, alguito más fuerte... No sé qué pasó en los instantes siguientes. Fue un tiempo muerto del que no tengo memoria. Solo sé que me encontré en la terraza con un grueso vaso de whisky puro en la mano. Lo bebí ansiosamente de un solo trago. Aspiré varias veces el aire fresco de la noche y poco a poco fui saliendo del letargo. Hasta que, finalmente, mi mente consiguió aclararse pero a medias. Aún no me encontraba apto para vomitar mis negras inquietudes y protestas por aquella aberración. Con un ademán, el viejo me invitó a reclinarme en el silletón. Descorchó otra botella de vino, repletó su copa y comenzó a beber lentamente aunque con avidez de dipsómano. Ni bien la secó, me atravesó con las aguachentas aguas de sus ojitos resabiosos y volvió a tomar la palabra con un insoportable airecito de pedantería. - No me extraña su ofuscamiento, estimado amigo. Pero, vamos, reflexione. Usted es un hombre privilegiado, acaba de presenciar un innovador y exclusivo producto de mi erudición, obra y gracia de mis profundos conocimientos en múltiples disciplinas de los más importantes campos del conocimiento: genética, mecánica cuántica, química, física nuclear, electrónica y otras materias aún desconocidas en los círculos científicos del mundo... Claro, también estoy dotado de una creatividad sin frenos ni fronteras, así como de un pragmatismo sólido y debidamente fundamentado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, con un resuello destemplado y un metal de voz que no reconocí como mío, protesté:- ¡Usted ha convertido un cadáver en robot! ¡Esto es una aberración, una vesania!- ¡Ey! ¡Ey! No se me ponga bravo, muchachón. Antes de emitir un juicio desatinado... ¿qué cosa ha dicho? ¿aberración, dice usted? De ninguna manera. Mi mamacita vive intacta y feliz en cuerpo y alma. Solo se encuentra en estado de suspensión, similar al de una crisálida de mariposa en su capullo. O, con mayor propiedad, como el embrión dentro de la semilla rodeada por un cotiledón, invisible para el no iniciado. Está latencia pertenece a una dimensión letárgica de la que, en el momento menos esperado, brotará como una bella flor, como un ser transfigurado, que los místicos conocen como la aparición de "un espíritu nuevo". Mi obra maestra consiste en haber anulado sus imperfecciones psicofísicas para transformarla en una excepcional mutante de orden superior, superdotada e inmortal. Ahora dígame usted si soy un loco maligno o un científico calificado que ha aplicado una tecnología de avanzada. ¿Satisfecho, caballerito? ¿O acaso requiere mayores especificaciones? Esta perorata sumada al sometimiento enervante de conocer aquel engendro parlante, un tétrico cadáver embalsamado, me originó un verdadero caos mental. Y para colmar mi desasosiego, la mezcla del vino y whisky en la barriga había empeorado la poca lucidez mental que me quedaba. Aún así, de lo que estaba seguro, es que toda esa teoría de "mutantes superiores", era algo estúpido, pura charlatanería de un desquiciado. Por lo tanto, decidí huir inmediatamente de ese lugar. Pero antes de irme, obligado por mi conciencia, despilfarré mi última fuente de energía, elevando mi protesta:- Lo único que sé, es que usted ha profanado un cuerpo humano y eso es ir contra las leyes humanas y divinas. Y no digo más. Me voy. Cuando intenté largarme, el viejo se cuadró frente a mí y levantando su bracito como quien acusa al cielo, sentenció: - Si su dios benévolo no tiene en sus manos protectoras el mundo de su creación, alguien como yo tenía que ocuparse de esa imprescindible tarea. Solo he cumplido con mi deber al aplicar mi superlativo sentido del verdadero humanismo y así perfeccionar la raza humana...¡Basta, no quiero oírlo! le grité. Y puse los pies en polvorosa hacia mi cabaña. Me refugié entre sus cuatro paredes con el corazón que parecía catapultarse hacia la boca. VIINi un día más, ni un minuto más ¡esto se acabó! -decidí-.De una buena vez me largo y ahorita mismo, aunque me sienta aturdido y deba manejar de noche. Dicho y hecho, cerré ventanas y cortinas y cuando comenzaba a empacar las cuatro cosas que había traído, escuché un tímido toc-toc. ¡Maldición, otra vez el viejo! -supuse-. Si no era él quién demontres podía ser. Muerto de miedo dudé abrir, pero los golpes, aunque suaves, eran incesantes. Entonces decidí recibirlo, esta vez para mandarlo a la... bien lejos. Despegué la puerta y al ver a quien vi casi me da un infarto. ¿Era una visión fantástica? No, no señor. Era el cadáver de la suegra... pero no tenía nada de muerta solo estaba muerta de nervios. No sabía donde poner sus manitas y esbozando sonrisilla meliflua, murmuró con secretismo de confesionario:- Perdóneme señor, vengo a disculparme por la situación tan engorrosa y desagradable que usted ha tenido que soportar. Lo único que quiero decirle es que mi padre se encuentra en una prolongada terapia psiquiátrica y...- ¿Su padre? ¿Cómo su padre usted no es... o era su suegra...?- No señor, ¡que va! ¿Acaso usted cree que a mi edad yo podría ser la madre de dos ancianos? Lo que pasa es que mi padre no se cansa de inventar historias descabelladas, él cree que son auténticas y nos exige actuar en este y otros sainetes. Dice que la humanidad está enferma y su misión es redimirla. Créame, aparte de su enfermedad psíquica su intensión es sincera. Para desarrollar sus fantasías exige que mi madre y yo lo obedezcamos sin chistar. De lo contrario se pone violento y es capaz de agredirnos En lo que va de esta temporada, usted es la tercera víctima de estos episodios. El terapeuta ha indicado que le sigamos la cuerda durante su tratamiento. Dice que mi padre es una réplica exacta de Don Quijote....- ¿Del Quijote? ¿Pero qué tiene que ver el Quijote con esta patraña sinsentido? - Pues, el doctor dice, que así como don Quijote se volvió loco por leer tantos libros de caballería, de la misma forma, cuando mi papá se jubiló, le dio la manía de leer día y noche novelas de ciencia ficción. Hasta que empezó a pensar y a actuar como sus personajes, completamente desconectado de realidad. Pero no crea, por ratos está muy normal y es muy inteligente y culto y además...La mujer continuó hablando pero yo ya no la escuchaba. Simplemente me sentía ridículo, manipulado por un viejo chiflado. No obstante, cuando quedé solo en la cabaña, comencé a reírme de mí mismo por la ingenuidad con la que había caído, tal como un chorlito en una trampa descerebrada.VIIIDurante el viaje de regreso, mientras tomaba la carretera rumbo a la ciudad, pensé que la literatura de ciencia ficción se ha constituido como la mitología de nuestro tiempo. Estos relatos modernos se apoyan en dos premisas esenciales: imaginación y rigor lógico. Esta última resulta determinante, ya que las historias han de ofrecer no solo una perfecta adecuación psicológica sino también una urdimbre científica y, hasta cierto punto, con argumentos posibles de hacerse realidad. Por ello, recordé una frase que tengo anotada: »Los locos abren la puerta del éxito a la ciencia«                                                       *F I N*
LA SUEGRA
Autor: Toribio Alayza R.  283 Lecturas
A T E N E A (Juguete escénico) * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *(OCURRIÓ EL AÑO 1957) LA  SECRETARIA ENTRA A MI DESPACHOSECRETARIA- Lo busca una muchacha. YO- ¿De quién se trata? SECRETARIA-  De Atenea. YO- ¿Cómo dice? Debe ser una loca. Dígale que estoy ocupado. Si quiere verme que espere.SECRETARIA- Yo le advertí que tiene que pedir cita para ser recibida, pero es una jovencita muy insistente  YO-  (IMPACIENTE) Bien... Entonces, hágala pasar ATENEA INGRESA MUY DECIDIDA   ATENEA- Muy buenas tardes, querido amigo ¿qué tal? YO- ¿Qué tal? Pues, muy bien, ¿y usted? ¿Con quien tengo el gusto de hablar?   ATENEA- ¿Cómo? ¿Acaso no se acuerda de Atenea? YO- ¿La diosa griega de la sabiduría?ATENEA- Y también de las artes YO-  (BURLÓN) Caramba, nunca imaginé que Atenea fuera una chica tan joven y bonita.ATENEA- No, amigo. Soy yo, la Atenea que el mes pasado le envió unos poemas, que usted nunca los publicó. Solo me contestó dos veces en la sección  "Correspondencia". YO- Ah... bueno, ya lo voy recordando... ATENEA- ¿No le extrañó mi seudónimo.YO-  Sí, claro. Es bastante... original. ATENEA- ¿Puedo sentarme?YO- Por supuesto.ATENEA- (TOMANDO ASIENTO) ¿Le parece interesante mi seudónimo? YO- Creo que es sugerente. (PAUSA INCÓMODA)ATENEA- Bien, le recordaré que en su primera respuesta usted escribió: »Su poema avergonzaría hasta a un camionero ignorante« Los lectores deben haberse reído mucho... ¿no cree?YO­-  Y por lo visto usted viene a pedirme explicaciones.ATENEA-  Qué ocurrencia. Lo que me ha motivado a visitarlo  fue la segunda respuesta. De esa sí se acordará ¿no? YO- Vagamente... solo algo...ATENEA- Le refrescaré la memoria, usted escribió: »Renuncie de una vez por todas, abandone la poesía. Le aconsejamos que se dedique a otra ocupación«         YO- ¿Y qué? ¿Usted esta conforme con ese consejo?ATENEA-  Sí, muy conforme. Pero a lo que vengo ahora es para que me diga a qué ocupación debo dedicarme.YO-  ¿Y cómo voy a saberlo?ATENEA- (CON INDIGNADO ASOMBRO) ¡Cómo! ¡Ah, no! Si me ha dicho que cambie de oficio ahora tiene la obligación moral de orientarme ¿comprende usted? YO- La verdad es que no del todo.(ATENEA COGE UN CIGARRILLO EGIPCIO DE LA CIGARRERA DE MI ESCRITORIO)ATENEA- ¿Me da fuego? (LE ENTREGO MI ENCENDEDOR DE ORO)ATENEA- Me ha cerrado, por decirlo así, las puertas del Parnaso, entonces usted ha contraído la responsabilidad de decirme cual será mi porvenir.YO- Para eso necesitaría saber en qué se siente eficiente.ATENEA- Para todo.YO- Eso es demasiado. Señorita, usted debe elegir algo concreto. ¿Cuál es su actividad preferida?ATENEA-  (CON APLOMO) La literaria.YO- Sí... pero como le dije... ATENEA- Si no puedo ser una gran poeta... aceptaría, por ejemplo, ser secretaria de su revista.YO- Ya tengo una.ATENEA- No importa, la despide.YO-  ¡Qué fácil! ¿Y con qué pretexto?ATENEA-  Simple. Por ejemplo, la acusa de haber perdido algún documento importante y asunto concluido.YO- (CON HUMILDAD) Su idea es genial  Déjeme pensarlo.     II INGRESA EL EDITOR RESPONSABLE    YO- ¿Cómo le fue en la gestión?EDITOR-  La censura no permite la publicación de la poesíaYO- ¿Cómo? Cada día recortan más la libertadEDITOR- Así es la dictadura, ya lo sabe ATENEA-  (PONIENDOSE DE PIE) No se preocupe... Deje eso por mi cuenta ese asunto, yo lo resuelvoYO- ¿Está diciendo que usted puede obtener un permiso?ATENEA- Por supuesto. Me basta hablar con Reyna, ese general maneja a su antojo los permisos de prensa. El me debe muchos favores, no se atreverá a negármelo, ni se preocupe.EDITOR- ¿Se puede saber quién es usted, jovencita?ATENEA- La persona indicada para resolver este y otros problemas. Por ejemplo, tengo entendido que los impuestos han subido el precio del papel ¿no? ¿A qué precio lo compran ustedes?EDITOR-  Esa es una información privada, señorita...YO-  Haremos una excepción. La resma de cuché está a 150 EL EDITOR MALHUMORADO SE RETIRA DE ESCENA.ATENEA- ¡Ah, no! Eso es una barbaridad. Tengo un amigo que hará un importante descuento. Permítame su teléfono...YO-  (TRATO DE IMPEDIR SU LLAMADA, PERO ELLA NO ME DA TIEMPO Y MARCA EL NÚMERO)ATENEA- (POR TEÉFONO)  Hola Coco, soy yo. Mira, aquí estoy con el director de la revista Primicias Literarias y te llamo para que le hagas una buena rebaja. El paga 150 por resma de cuché... ¿Qué? ¿Cinco por ciento? No, el quince... Nada, nada, no seas tacaño. Tengo un gran interés en esto porque es más que posible que me den un puesto en esta revista... El quince por ciento y ni una palabra más. ¡Eso es! (TAPANDO LA BOCINA)  Listo, arreglado, ¡el quince! (A  MÍ)- (DE INMEDIATO CONTINÚA SU DIÁLOGO CON SU AMIGO COCO) ATENEA- Perfecto, Coquito. Oye, anoche te estuvimos esperando en el pub... ¡Ah...cuándo no, lo que pasa es que eres un gran mujeriego. Bueno, ya nos vemos. (CUELGA EL FONO. NOS MIRA  ESPERANDO NUESTRA REACCIÓN)YO- ¿Qué puedo decirle? Veo que usted tiene muy buenos contactos. Voy a sacar el block de pedidos para enviarlo a la empresa de su amigo  (ME VOY A TRAER EL TALONARIO) ATENEA SE APODERA DE MI SILLÓN Y PONE SUS LINDAS PIERNAS SOBRE MI ESCRITORIO)  IIIATENEA-  Otro detalle... amigo mío, he notado que su revista no tiene avisos de bancos.YO- A los bancos no les interesa las pequeñas revistas. Y menos si son literarias.ATENEA-  Ahora todos los bancos están expropiados. Entonces solo es cuestión de apelar al ministro de economía. YO- Eso es imposible... ¿usted cree que me va a escuchar? ¡Difícil!ATENEA-  ¡Ja! Facilito, es mi tío. ¿Me permite? (VUELVE A REALIZAR OTRA LLAMADA)    ATENEA- Hola Anita, soy yo. Comunícame con mi tío... ¿en una reunión?... No importa, dile que es urgente... Bien, espero.YO-  Creo que su tío se va a enojar. ¿Por qué no lo llama más tarde?ATENEA- ¿Enojarse conmigo? Eso nunca... (SE INTERRUMPE) ¿Tío? Oye te estoy llamando desde la redacción de la revista Primicias Literarias. Le he prometido a su director que cualquiera de los bancos del estado pueden favorecer a esta revista con algún aviso pagado... Sí, ya sé que los bancos no anuncian en revistas literarias, pero si tú lo ordenas no pueden negarse... ¿El precio de una página? (ME INTERROGA CON LA MIRADA) YO-   100 dólares, pero podemos transar en 80...ATENEA- (CONTINÚA EL DIALOGO CON SU TÍO) Solo cuesta 300 dólares, una bicoca...YO- Hágale una rebajita...ATENEA ME DICE "NO" CON LA CABEZA  ATENEA- ¿Seis aviso de una página? ¡Perfecto tío! Eres un amorsote.CUELGA EL AURICULARATENEA-  Listo y frito. Ya tiene medio año de avisaje garantizado. Qué le parece...YO- ¡Un milagro! ATENEA-  Ni tanto. Si hago unas cuantas llamadas más podría multiplicar el número de avisos. ¿Qué dice?YO-  No sé qué decir, usted es fantástica.  Veo que usted tiene muy buenas relaciones...ATENEA­- (SONRIE HALAGADA) Sí. No son malas. Ya sabe, en lo que pueda serle útil, estoy a su entera disposición. Ahora dígame con la mano en el corazón ¿le convengo como secretaria de Primicias Literarias?YO- Sería un gran honor para nosotros...ATENEA- Pues bien; no hay más que hablarYO- ¡Usted es admirable! Entonces, ya sabe, ya tiene el puesto asegurado.ATENEA- Usted dirá cuando comienzo, podrá llamarme por teléfono ¿eh?YO-  Eso no será nada fácil.ATENEA- ¿Por qué? Le dejo mi número, siempre estoy en casa.YO- Porque... A propósito ¿conoce usted al director de la red telefónica?ATENEA- ¿A don Ramiro Diaz del Arco?... Pero si es íntimo de mi papá.   YO- ¿Sí? ¡Qué alivio! Hace tres días que han cortado mi línea telefónica y estoy incomunicado, aislado. Y como comprenderá, para el buen funcionamiento de una revista eso es fatal...(ELLA ME MIRA  CON ASOMBRADA, DESPUES  CON UNA INCREDULIDAD QUE SE CONVIERTE EN INDIGNACIÓN)ATENEA- (TARTAMUDEANDO) Luego... quiere decir que... que todas mis llamadas  por este teléfono... IVYo no le digo nada. Ni siquiera puedo sostenerle la mirada. Ella se acerca al diván y acaricia el tapiz del respaldo. Después se dirige a la ventana, levanta el visillo, mira hacia un punto indefinido. Recorre con paso trémulo la oficina. Se detiene junto a mi escritorio, coge un fósforo del cenicero, lo somete a un minucioso examen  y lo tira a suelo. Vuelve a acariciar el diván. Toma su cartera, se arregla el pelo y sin abrir la boca se va.No tuvimos que cambiar de secretaria.  CIERRA TELÓN RÁPIDO  
A T E N E A
Autor: Toribio Alayza R.  324 Lecturas
DECLARACIÓN SENSATA.En principio soy un hombre de principios. No estoy seguro de cuales principios pero al fin y al cabo son principios y no fines. O sea, es cuestión de acomodarlos y tirar para adelante por esta existencia tan morrocotuda. Para ser más explícito lo expresaré sin orden ni concierto. Estas son algunas de las bases que me sirven como pista de despegue rumbo a un destino que desconozco... quizás a ningún sitio. Solo Dios lo sabe. ¿Lo sabe?, ¿lo sabrá? Mmm...Debido a que la operación de eso que le llaman  pensar no es mi fuerte ni bucear en los meandros filosóficos es mi debilidad, simplemente intentaré enunciar algunas de estas basas (con "a" así en femenino o mejor "bases" también en femenino, para que no me juzguen como un insecto homofóbico).  En primera instancia -aunque para el producto el orden tiene "0" de valor-, diremos que el amor requiere demasiado amor para ser aplicado en su auténtica dimensión. Porque si hay amor a medias, entonces no es amor auténtico. Con rigurosa modestia, sin exageraciones, prefiero practicar cierta estimación a los sentimientos exorbitantes hacia personas, animales o cosas que nos rodean o quizás ni eso. ¿O somos nosotros los que los rodeamos? Será, pues, que mi corazón está  preso y aherrojado con cadena de hierro a las sinrazones de las anti-leyes de la relativa relatividad. Cómo será, pues. Mejor ni tocar este punto.No importa, yo comprendo que no me comprenda nadie y me bastan y sobran argumentos persuasivos. Ahora bien, tuve un sueño que no tuvo nada de sueño. Más bien se trataría de un ensueño impensado, aunque quizás o más seguro una vivencia posible que pudo o no acontecer. En cierto sentido, fue una realidad que todavía no ha acaecido, pero que sucederá en el día y  en el momento preciso, eso lo tengo claro. Acaeció el viernes a medianoche, cuando de pronto me vi vagabundeando por calles que no había visto en mi vida, ni siquiera en el cine o fotografías. Caminaba a paso cansino por un pueblito bastante miserable. Fue en aquel momento que vi a un viejo apoltronado en la puerta de su tugurio. El hombre se la pasaba zangoloteando su viejo corpachón en una desvencijada silla mecedora. Para colmo casi no paraba de hacer morisquetas a las que se sumaba un tenaz  tic   en su cogote. También le daba por hacer fintas como quien espanta bichos voladores que, por cierto, no lo acosaba insecto alguno. Se abanicaba frenéticamente con la tapa de una vieja caja de zapatos. Aunque de pronto fingió dormitarse. No obstante su ojo izquierdo se encapotó herméticamente bajo un grueso párpado plagado de carnosidades. Pero su sanguinolento ojo derecho permanecía abierto, vigilante,  vigilando cada uno de mis movimientos. Supuse que el viejo era un acechador paranoico que no me quitaba su torva mirada. Mira que te mira, es que él era tan, pero tan...tantán. Esta extravagante actitud me hizo sospechar que él llevaba muy dentro de su desvalida carcasa -invisible como un feto esperpéntico- a un taimado asesino en potencia cuya obsesión era hallar la fórmula perfecta para liquidarme. No dudé que él estaba planeando una estrategia aséptica para eliminarme sin dejar huella alguna. Es decir, ansiaba efectuar un crimen perfecto.   Como se imaginará usted, yo no cesaba de preguntarme cuál sería la razón para odiarme de tal manera, puesto que yo nada había hecho para merecerlo. Esta terrible dubitación me llevó a imbuirme en profundas disquisiciones. Repentinamente tuve la convicción de que él no tenía solo un móvil sino que eran varios para desear borrarme de la faz de esta tierra. Lamentablemente, me dije, la cosa ya no tiene remedio. Me encuentro arrepentido con toda el alma de mis falsas conclusiones sin tener prueba alguna contra el pobre viejo. ¿Pero de me qué vale llorar lágrimas de sangre, cuando ya no hay nada que hacer?  Quizás he de pagar mis muchos defectos que guardo  dentro de mi negro corazón. Y cancelarlo con mi  propia vida, no hay forma de cambiar el destino.  Pero antes de confirmar mis terribles especulaciones debo dejar por escrito algunos de los indicios por los que deduje que este viejo me aborrece a muerte. Todas las apariencias me indican que al anciano lo devoraba la versión más abyecta que posee la envidia. Valga el ejemplo: mientras que él solo se cubría con harapos mugrientos, pringados con secreciones dignas de toda sospecha, yo siempre me destaco por el impoluto aseo de mi cuerpo y la sobria elegancia de mis atuendos. Que recuerde, jamás he dejado de lucir bien emperifollado. Siempre he lucido mi persona con una suntuosa levita de paño azul eléctrico que combina armoniosamente con mi sombrero tricornio color magenta. Lógico, pues, hay que artificiar el tarascón atávico del arte que lo adorna a uno ¿no? ¿Dime ahora si este solo detalle no es un motivo más que suficiente para que este carcamal naufragara en el receloso mar de la envidia? Pero aún hay otra importantísima causal para que viviera devorando hasta la pepa del pútrido fruto que produce el árbol de los celos. Ojo, pestaña y ceja: yo soy joven, apuesto, romántico, instruido y mozarteano. Fíjate que a mis veintitrés años he llegado a ser un músico infernal. Hasta las estrellas del cielo palidecen cuando me escuchan interpretar mi infinito repertorio. Y es que he llegado a dominar la mar de instrumentos de cuerda y de viento. Toco con la mano izquierda la guitarra y el cajón. Y con la mano derecha la ocarina y el saxofón. Bien me lo dijo mi madre: hijito lindo, esas extraordinarias dotes se las debes a tu finada abuelita, discapacitada la pobre. Como carecía de brazos, tañía la cítara con los dedos de los pies, en tanto que con la boca soplaba una pequeña armónica sujeta a sus antiparras de ciega. Ella fue digna de admiración donde y cuando se presentara, sobre todo cuando interpretaba a Strauss, a los Beatles, a Beethoven, a Pérez Prado, a Schönberg así como al gran Agustín Lara, además a muchos otros monstruos de la Alta Escuela, tal como Les Luthiers & David und Betsabé Sinphonie. El  caso,  en este caso mi propio caso, el espantoso anciano quería y debía matarme sin dudas ni arrepentimientos. ¿Por qué diantres? Pues porque así lo manda la ley de la rebelión de la sevicia humana, que dicta: "En ausencia de cuerpo ajeno que estorbe, cero competitividad " . No obstante existe otra causal de orden metafísico  -por lo tanto, disuelto y nebuloso en criterios ambiguos-  el vejete estaba persuadido de que la Madre Naturaleza requería a ultranza del crimen para justificar la inutilidad de una existencia más perfecta que la propia Natura. Y, modestia aparte, ese ser perfecto soy yo.  Para aclarar esta aparente galimatías, lo obviaré: el viejo se sentía lo suficientemente reprimido como para desear la implosión de sus pasiones y así poder catapultarse de su hibernal universo en el que  vegetaba. Suponía que de esta guisa hallaría la plenitud  arcádica. La libertad que le reclamaba a su dios personal no era la de los principios sino de los instintos.(En cierta oportunidad, que todavía no ha llegado, el viejo me envió una mugrienta esquelita con una letra casi indescifrable: La  justicia y la ética no tienen existencia, solo es real la divinidad de todos los actos imperantes Cuatro de la mañana de algún día.Justo al frente del antro donde vive el viejo, se halla la única cantina-varieté de este poblado. Es en este establecimiento donde noche tras noche he venido evidenciando mis habilidades de músico virtuoso. A esa pusilánime hora del incierto amanecer algunos parroquianos que aún restaban decidieron  pagar su consumo y retirarse de "La Encantadora"  (así se llama este cuchitril). Uno por uno, en fila india, macheteó con palmadas de hipotética estima las opulentas espaldas del patrón y dueño, don Medardo,  un inquietante Minotauro que en cierta oportunidad se fajó contra cincuenta patanes y los echó a la basura.Los parroquianos, muy zalameros, le iban diciendo que la velada en su bar estado de lo mejor, sumamente interesante, la mar de pedagógica y otros camelos  totalmente absurdos. Ignoro a que vino tanto aspaviento, tanta cursilería si las cosas había transcurrido igual de monótonas como todas las noches, habitualmente rezumadas con el hálito letal de un aguardiente de mala madre. En fin, solo eran melosos cumplidos  para justificar sus estúpidas chácharas soeces, sus divagaciones gaseosas, sin la suficiente potencia para perforar la duramadre -égida de la racionalidad- de aquellas seseras maceradas en alcohol.           Las alas de mariposa de las puertas batientes se agitaron una y otra vez, en tanto otro grupo rezagado también fueron saliendo del bar. Zonzamente el patrón escudriñaba con su mirada a cada uno de los parroquianos como si no los conociera.  Sin embargo siempre eran los mismos borrachos de cada noche. Finalmente, se fueron todos, excepto el patrón y claro mi propia persona. En virtud a mi riqueza interior y a mi aguzada facultad para la introspección en su más profundo nivel, continué atornillado abrazado a mi querida guitarra gitana. Así, imbuido en mi concentración,  iba libando con lentitud a sorbitos tranquilos mi único trago de toda la extensa velada. Cada lágrima de esa pócima corrosiva, eso sí, tremendamente meditada y estupendamente administrada.  De esta manera efectuaba sesudamente una óptima reingeniería de las secreciones glandulares del raciocinio teleología cósmica (ojo: no teología)  Solo una copa, insisto, porque además, era imprescindible cautelar mi seguridad  y mantenerme absolutamente lúcido, en estado de alerta. Caso contrario,  el viejo de enfrente aprovecharía mi turbación etílica para atacarme con una piedra o con su palo, tantas veces como fuese necesario para cumplir su cometido. Al filo del alba, surgió la imprecisa voz de un claro despertar que me fue soplando muy quedamente, amigo mío,  anticípate y mata a ese viejo orate antes de que sea demasiado tarde. Comprendí que no era un mandato, nada imperativo, que lo ligase a la libre voluntad de mi albedrío. No obstante, el preclaro poder que dominaba mi pensamiento, la fuerza inasible que tanto me había concedido, el temor pertinaz a un acto de sangre que jamás me hubiese atrevido a desear, casi debió haber percutido en la carga de pólvora de mi resistencia. Fue en ese momento, cuando sentí a mi lado una invisible e ingrávida presencia, quizás mi doble en la dimensión antimateria. Esa presencia levantó su apodíctico índice hizo que se remecieran  mis entrañas y hasta la última célula de mi humanidad. Este superlativo ademán fue relievado de inmediato por una fulminante ordenanza, debes convertirte en rebelde metafísico pero de ninguna manera en un criminal frustrado de piara de Némesis. Cuando esta presencia se diluyó en la infinitud,   mil y una cavilaciones fecundaron mi luminoso cerebro. Indubitablemente, una de estas mil y una disquisiciones, la más rotunda y omnisciente debía ser parida cuanto antes. Apliqué la lógica deductiva, para arribar a la conclusión de que las dudas son dubitaciones de las dudas.  Ahora la situación se presentaba tanto o más cristalina que las propias aguas de la Fontana  de los Vientos del Origen. Bruscamente se interrumpió mi estado de ensimismada iluminación. Tras de mí se abrió la portezuela verde que daba a la trastienda, donde vivía el Patrón. La iluminación del interior de la habitación dibujó a contraluz una silueta contundente que rellenó el hueco de la puerta. De reojo, advertí que esa silueta le pertenecía a un hombre que no era de la aldea, se trataba, pues, de un forastero tupidamente barbado. Traía el pelo húmedo y la bragueta del pantalón en desorden. Se acercó a mi lugar masticando infectos pensamientos que identifiqué con facilidad. Por ello, pasé de largo mi mirada hacia otra parte, como para demostrarle que  su compañía no me interesaba un pepino. El forastero, por su parte, por el simple gusto de hacerse notorio, descerrajó un sonoro jugo de flemas. Su correoso limazo tatuó el piso de cemento, muy cerca de mi pie, un amorfo atlas con relieves gelatinosos. Orondo, con sonrisilla distraída, enarcó los huecos de su nariz y chupó el viciado oxígeno que repletaba el ambiente. Como vio que ni con esas manifestaciones conseguí mi atención, me dirigió la palabra:•-      Disculpe usted, mi amigo, pero es que vengo de pasar horas muy gratas, deliciosas diría. Por eso quisiera compartir esta noche de gozo con usted.  ¿Sabe? La hija del patrón y yo hemos hecho prodigios en la cama. Esta sí que fue mi gran noche. Usted se extrañará que se lo confíe ya que apenas lo conozco. Pero, recuerde, apenas llegué a este magnífico bar le solicité que interpretara "Pavana para una infanta difunta", de Maurice Ravel y usted  le arrancó una vida prodigiosa a su instrumento. Adoro a las infantas, más aún si están vivitas y meneadoras. En compensación a su prestación armónica, el día de mañana usted recibirá un óbolo  de mi generoso bolsillo. Así y todo, vuelvo a pedirle que excuse la intromisión. Pero cuando un cuerpo está satisfecho... bueno, uno quiere que todos sean felices.Apuré el último suspiro de mi trago y articulé cada palabra de mi contestación con el más gentil de mis registros bucales:•-      Es halagüeño que usted me haya elegido como depositario de su placer. Pero, a la vez, me es absolutamente ingrato haberlo escuchado. Y si su ánimo no estuviese tan alterado por la lubricidad, se percataría que no ha sido nada atinado hablar de este  controvertido tópico.Cuando el semblante del forastero comenzó a desfigurarse con un rictus desafiante. En ese justo momento y en mi beneficio, el patrón-Minotauro se aproximó  a mi mesa. Para que no se enterara del contenido de nuestro diálogo, inventé una salida algo absurda:•-      Oiga forastero -­le espeté, casi a gritos- , lo que usted me está pidiendo es una locura. Aún así, por mera cortesía, le puedo mostrar la belleza del bosque de eucaliptus. Aunque debido al aguacero, el monte debe estar totalmente fangoso.El forastero, que no había advertido la proximidad del patrón, se sorprendió de mi salida fuera de lugar. Enseguida, cuando proceso mi astuto ardid, mutó su asombro por una sonrisa de perturbada inteligencia, y me dijo:•-      Al diablo, cuando escampa el aire se purifica y no importa que los pies se embadurnen con el cieno en tanto los pulmones se vivifican. Entonces, ni una palabra más... ¡andando!  siquiera barruntaba que este canalla lo había convertido en un padre deshonrado. Por su parte, el forastero, no encontraba palabras para responderle. Simplemente, le hizo una exagerada venia  y permaneció inclinado interminables segundos. Tuve que darle un recio empellón para llevármelo afuera.Una vez en el exterior, vimos a la hacendosa Clarisa, la hermosa criadita era una cosita atrevida, una delicada avecilla de algún paraíso encantado, una doncella casi etérea.  No obstante, ella, muy concentrada en su recia faena, estaba en cuatro patas dándole con cepillo y lejía al pringue del embaldosado  del pórtico. Llevaba un sencillo vestido de percalina blanca que traslucía las sinuosidades de su figura. En cada rítmica pasada del cepillo, sus pechitos de niña virgen se mecían con la deliciosa sincronía de letíficos badajos de campanitas de plata. El sinvergüenza del forastero me hizo un guiñó, adivinando mis extraviados pensamientos. Luego. Se quedó quieto como una estatua libidinosa, mirándola con apetito, como si no hubiese descargado sus instintos en esa noche de placer. Era insaciable.Nuevamente tuve que  remecerlo para que no se comiese de un bocado a la criadita. Finalmente avanzamos por la rúa aún desierta. Con extremo disimulo, lance un disimulado reojo hacia la covacha del viejo para certificar si aún mantenía su mirada asesina. Cosa inaudita, su sitio permanecía vacío. Este vejete que jamás se movía de su desvencijada mecedora así anocheciera, lloviera o tronara.  Estaba tan arraigado a su lugar como un centenario ficus, como una roca que no la inquieta ni la peor de las borrascas. ¿Qué le habría pasado?  ¿Habrá muerto?                          Esta posibilidad hizo que mi corazón latiera con jubiloso estruendo. Muerto o grave, qué maravilla, grité a todo pulmón. El forastero ni siquiera me miró. Entonces, para llamar su atención, doble mis piernas y levanté los brazos con todas mi fuerza. Las coyunturas me crujieron con el mismo contento que castañuelas andaluzas. Lancé al aire mi sobrero tricornio para recibirlo con jactancia en la cabeza. Pero el forastero seguía sin inmutarse, simplemente seguía caminando con la cabeza gacha, rumiaba  sin duda sus peripecias  en el tálamo con la hija del patrón. Lo estimulé con un suave golpecito en la espalda. Nada,  ni siquiera  me dio un atisbo de cortés atención. En cambió me asombré cuando comenzó a dar tremendas trancadas. ¡Ahora cómo podría seguirle paso!La atmósfera  lucía casi diáfana. Ahora se podía apreciar nítidamente sus calancas ejecutando un irreprochable paso de ganso, al estilo de las tropas nacionalsocialistas. Este individuo es nazi hasta los tuétanos, supuse. Al llegar a la calle Los Floripondios, pude escuchar que tarareaba muy quedamente una tonada marcialmente monótona. ¿Ahora qué se proponía este nazi?,  ¿ofenderme?  Claro que yo tenía la opción de prescindir del paseo y de su estúpida cantata. Pero su actitud me intrigaba. ¿Por qué me ignoraba? De pronto, como si hubiese escuchado mis pensamientos, al verme rezagado,  con tonante voz de mando el forastero exclamó ¡Compañía! ¡Alt...! Y se detuvo en seco, en posición de firmes. Una vez que me vio a su lado, volvió a rugir ¡Compañía, march...! Y arrancó de nuevo con su intransigente paso teutón.Mis fuerzas no daban para más esfuerzos. Ya estaba tomando la decisión de retornar a mi cuartito, para sumergirme en la tibieza de mis sábanas y que este extraño desorientado se las viera por sí mismo en ese recodo del camino. Una vez a solas, bien arropado en mi camita, me mofaría de su arrogancia, apagaría la lámpara del velador para no ver el reflejo de su imagen en mi valiosos espejo con marco de pan de oro, que se inclina con elegancia frente a mi lecho. Luego de un sueño reparador, al despertar caería en cuenta de que toda esta trama solo había sido un mal sueño.Hermosa perspectiva.Cuando me decidí a abandonarlo, dude de si debía o no despedirme. Entonces creí oportuno alcanzarlo, ponerme delante de él para esperarlo con los brazos abiertos para darle un conceptuoso abrazo de despedida, sin pizca de rencor o de aversión. Al percibir mi afabilidad de caballero, el forastero aminoró su paso y se detuvo. Hizo unos misteriosos guiños y con la mano derecha dibujó en el aire extraños signos undulantes que no llegué a comprender en absoluto. Barrunté serían señales arcanas con las que me expresaba algo. Un algo que ye no comprendí ni quería hacerlo. Me llenaba de temor.•-      ¿Qué me quiere decir con esa extraña mímica? , pregunté.•-      Nada, nada.  Solo deseaba conocer su opinión acerca del pimpollo que fregaba el piso de la cantina. ¿En realidad es una criada?•-      Sí, una pobre criadita, es sordomuda.•-      Tal vez tenga usted razón. Y aunque no la tenga, la cara de la muchachita me recordó a la hija del general de mi glorioso Regimiento.                Ahora tenía la plena certeza: este forastero era militar. Y si  es que pertenecía a cualquier fuerza castrense, si era un hombre de armas de seguro debía poseer una. Y si la tiene puede dispararla. Y si puede hacerlo, entonces puede matar a quienquiera. Ergo, si yo le he otorgado mi generoso valimiento para librarlo del minotauro, puesto que si él se llega a enterar de lo que este forastero le ha hecho a su virginal hijita, no hay duda que se vengará de su canallada. Formulada esta teoría -justo en ese mismo instante-, mi yo antimateria se hizo escuchar:•-      ¿Ves? El destino está en nuestras manos. He ahí nuestro sicario, pídele al forastero que de una buena vez acabe con el viejo. Es nuestra oportunidad de oro. ¡Aprovéchala!Pensé en la mecedora, pensé en su tenaz balanceo, pensé en el viejo y sus viscosos ojos de molusco loco, visualicé acurrucada en su pútrido corazón la sed asesina que se traslucía por su apergaminado hueso frontal. En esas estaba, cuando mi yo antimateria volvió a la carga:•-       Recapacita, tienes en tus garras a este militarcillo, no se puede negar. Y si lo hiciera, tú lo chantajeas amenazándolo de esta guisa: Mata al viejo y si no lo haces yo le cuento al feroz patrón la cochinada que le has infligido a su hijita, la luz de sus ojos. Pero si cumples con mi pedido yo puedo poner en tus manos a la apetitosa Clarisa, la criadita sordomuda. Para mi es fácil hacerlo, ¿qué me dices? ¿te satisface mi propuesta?Ante esta iniciativa a la que me empujaba mi doble antimateria, guardé respetuoso silencio, mientras mi cerebro hervía con mil y una disquisiciones encontradas. Y mientras sucedía este caos de dudas, el forastero había seguido parloteándome sabe Dios de qué. Ahora él hombre tenía el cuello y el rostro abochornado, mientras el centelleo de sus ojos no cesaba de lanzarme dardos, como incitándome a que le formule la propuesta para matar al viejo y devorarse a la Clarisa. Pero en vista y razón que este no era el momento oportuno para dispararle mi solicitud con su chantaje más, se me ocurrió un brillante tejemaneje. Primero tenía que humillarlo hasta que  -como hacen en el toreo- bajarle la testuz. Como el forastero no podía leer mis pensamientos, yo lancé al aire variopintos suspiros tal como debe hacerse en un día de crimen. Luego le espeté:•-      Mire usted, querido forastero, la verdad es que mi físico no da más. Nunca podré seguir su enérgico paso de vencedor. Mire usted, le propongo más bien que me suba a sus viriles hombros para servirme de cabalgadura. Me sacaré la correa para valerme de ella como eficiente rienda que lo guiará hasta el bosque de eucaliptus.•-      ¡Estupenda idea, amigo! -exclamó con impredecible entusiasmo- Yo pertenezco al cuerpo de caballería, así es que conozco a la perfección el comportamiento de los equinos.Y diciendo esto, sin más ni más, se puso de cuclillas y yo con suma facilidad lo monté como si no fuese la primera vez que lo hacía. Enseguida, ensarté mi cinturón de cuero entre su dentadura y presioné con firmeza mis rodillas a su cogote, y ajusté mis piernas a la altura de sus riñones. Luego de un ¡arre caballito! lo acicateé con los tobillos. Obediente y servil, mi corcel trotó con el elegante manoteo de un caballo de paso purasangre. Realmente, el forastero se mostraba más tratable como caballo que como persona. Cuando fui aflojando la rienda y presioné mis talones en sus ijares, mi solípedo obedeció. Aligeró la velocidad de su trote sin perder la suavidad de su amblar. La luz del día ya era más que suficiente para poder bajar con seguridad por el empinado sendero plagado de peñascos puntiagudos.Lamentablemente, la digestión de mi corcel era muy mala, el hecho de que no parara de soltar sonoras ventosidades no era la clase de aventura con la que yo había soñado. No obstante, pese a estas irregularidades gástricas, yo me sentía cual un opulento mercader persa. Se me antojó detenerme un instante. Procedí a sofrenarlo halando la brida con decisión de amo y señor. El caballo, muy obediente, se detuvo en seco. Qué admirable docilidad.Me volví para otear el poblado. Vi que aún la luz amarillenta de las lámparas de aceite aún titilaban en algunas ventanas. A la distancia, por la otra ribera del río, distinguí a un ser humano caminando con una gran tea en la mano. Pero como esta persona me era indiferente, me apresuré a espolear con las rodillas al caballo. Y ya no volví a mirar atrás.Entretanto, encontré sumamente grato esta salutífera cabalgata por aire puro que me hacía respirarlo a raudales. Y para hacer más salvaje mi paseo, ordené al cielo que soplara todavía más fuertes ráfagas de viento contrario. Me obedeció al instante. Yo reí y grité encorajinado: ¡Viva el lujo y quien lo trujo!Una vez saciados mis pulmones con montonales de oxígeno vital, extraje de mi bolso  las tijeras  para cortar el ventarrón. Nuevamente la brisa mañanera regreso convertida en dulce aura acariciadora. Mi piel irradió felicidad por todos los poros. Entonces, me provoco estrangular el cuello de mi cabalgadura, pero el bridón siguió su camino como si no sintiera el apretónMe arrepentí de haberlo torturado con tanta rudeza. Recuperé mi buen estado de ánimo, porque aprecié que los rayos del sol se filtraban con alegría sin par por entre las copas de los enormes árboles con sus hojas aljofaradas por el rocío del alba. Entonces, ordené que el tiempo se detuviera en este instante mágico para disfrutarlo hasta las heces. Ahora debía redondear mi plan:•-      ¡Ay de mí! ¿de mí qué hay? -chillé como lo hacen en las tragedias griegas- Si no aparece nadie para venir en mi ayuda, entonces nadie aparecerá. Y solté unos lagrimones de culebrón de teleteatro. Me salió perfecto. Tan profesional me resultó el dramatismo de mi actuación, que  la garganta de la montaña se abrió como los pétalos de un botón para convertirse en  una gran rosa olorosa que me cantó una soberbia melodía:•-      "Oh, intrépido jineteal fin hallasteal piadoso ayudadorde los músicos-aedos.No más esperas.No más lamentaciones.No más angustias.De una vez, anímate,formula tu deseoque es el deseode los dioses¡serás escuchado!Por alguna razón, que nunca he llegado a comprender, el forastero-caballuno mancó feamente y cayó por tierra cual fardo de plomo. Comprobé que tenía un espantoso hematoma en la rodilla. Aproveche esta circunstancia y prorrumpí en grandes voces apelando a los buitres montañeros. Muy sumisas las horribles aves negras se posaron levemente alrededor del forastero para cuidarlo, mostrando sus graves picos amarillos. No encontraba respuesta cabal del por qué mi caballo-forastero lucía los ojos desorbitados, si la luz del amanecer se veía preciosa. Observaba solo unas pocas nubes frágiles confinadas en las capas superiores que la brisa arrastraba y estiraba como un velo sutilmente bordado. Aunque, franqueándome, poco o nada me importaba el terror que paralizaba a este forastero. Y como la montaña es vanidosa y vengativa me vi obligado a amainar sus arrestos. Así pues, levanté armoniosamente los brazos hacia sus riscos y salmodié una bucólica plegaria:•-      "Sí, claro que sí, por supuesto montaña, eres glamorosa y los bosques de tu ladera occidental son nutricios. Me alegran el espíritu y me levantan el corazón hasta integrarlo a sus panorámicos misterios. ¡Aleluya! También tus coloridas flores me satisfacen y entonan mi alma cual sinfonía angélica. Y la hierba del de tu prado ha crecido y es fuerte. Me refrescas. Y aquel aguerrido matorral que matiza tu maternal falda, pincha la piel de manera tan inesperada que hace brincar nuestro pensamiento.  Ah... pero tú, ensortijado río eres el que me produce el más insondable de los placeres. Y tanto que jamás temeré entregarte mi existencia confiado en la plata de tus aguas flexibles. Luego de haberme desgañitado diez veces seguidas con estas vibrantes loas, a las que acompañaba humildemente con pequeñas sacudidas de la esbeltez de este cuerpo mío, dejé menear mi cabeza para , de paso, observar la reacción del forastero malherido y en sutil posición ligeramente yacente. En provechando de estas proficuas circunstancias, cerré los ojos y expresé a viva voz:•-      Pero ni tú montaña, flor, hierba, matorral, río ni nada ni nadie que los circunde podéis socorrerme o sacarme de este trance que me orada hasta el tuétano del pertinaz agobio. Al menos os ruego que inspiréis a algún valeroso guerrero para que venga en mi ayuda...  Hice una dramática pausa mientras solapadamente le echaba un reojo al forastero. Comprobé que las cuencas de sus ojos se hallaban humedecidas por causa del derrame de un borbotón de perlas en estado líquido. Y en su rodar  iban dejando una tortuosa impronta en su curtida tez. No hay caso, lo había conmovido hasta sus mismos compañones. Mi causa andaba por óptimo camino: el forastero fue soltando una a una las mismas palabras que yo quería oír.•-      Señor genio musical -musitó-  lo exhorto a que me confíe cuál es el entripado que atormenta su lírico corazón... ¿será posible que yo pueda aliviarlo?•-      No lo creo -repuse con la conveniente hipocresía del caso. Solo podríaSacarme de este pozo de dolor un hombre sensible como Virgilio y valeroso como Odiseo, alguien con el corazón de león de Ricardo, alguien capaz de jugarse la vida por este musiquillo que nada vale... Algún héroe que posea la visión del azor espiritual para desentrañar este encerrizado tormento que viene royendo hasta las bases  de mi alma.   Ahora sí. En definitiva, había acertado al pulsar la cuerda precisa: la clave bien temperada. Al instante el forastero emitió la melopea que yo le había inspirado:•-      Olvida o no sabe, señor músico, que yo soy un soldado varias veces condecorado con la Cruz de Honor por mi valor indestructible en los todos frentes de batalla  que se puedan imaginar. Nada me arredra cuando hay que luchar por una causa noble, aún a costa de entregar la vida.Rasquetee adrede una de mis orejas, si mal no recuerdo, la izquierda. Fingí a la perfección hallarme un estado de profunda cavilación. Luego de plúmbicos instantes, ex profeso farfullé entumeciendo el tono de  mi voz:•-      Alguien me quiere matar y para evitarlo habría que anticiparse.•-      ¿Anticiparse? ¿qué entiende usted por anticiparse?•-      Muy simple - espeté en tono neutro- , habría que acabar con la vida mi virtual verdugo.•-      Pero... -le flaqueó la voz, trastabilló, se enrolló como una culebra a la defensiva- ¿A quién habría que matar? ¿... y usted pretende que yo asesine así como así a un ser humano?  •-      Y qué remedio queda, o yo o él.•-      Oiga amigo, si esa persona quiere matarlo usted puede prevenir a la autoridad de su pueblo.Con esa inspiración histriónica con la que a los dioses les plugo dotarme, ejecuté una mímesis que transmitía mi absoluta desilusión.•-      Claro, ya lo barruntaba. De antemano supuse que usted buscaría el camino más fácil, también... el más  cobarde. Raciocine usted varón ingenuo,  con qué pruebas podría acusar las intenciones de un vejestorio decrépito que ni siquiera se puede mover de su sitio.•-      Ah, carajo. Además su enemigo es un inerme anciano. Mire usted, yo me he batido con el arrojo de un espartano cuando de guerrear se trataba, pero eso de asesinar...•-      Ya veo, se amilana por poca cosa, qué tal mirmillón de pacotilla es usted.•-      Óigame  bien caballerito, no le permito ofensas de ese calibre. Soy un soldado bravío, no un homicida. Según veo usted no cree en Dios...•-      ¡Vaya! ¡Mire quién viene a hablar de Dios! Un crápula seductor, un violador de doncellas virtuosas... •-      Vamos por partes, don insolente. Una cosa es... y otra muy diferente...Un flotante mohín azorado ensombreció las facciones antes gallardas de mi mariscal vengador, ahora sí lo tenía arrinconado contra mi acero y la pared de sus vicios lascivos. Solo me restaba debilitar la voz de ese su dios particular. Ahora había que aplicarle el puyazo definitivo.•-      Piénselo, medite, ese dios tan titubeante que usted se ha creado le hace confundir la lógica de sus pasiones con la nobilísima acción de acabar con un individuo a todas luces nocivo. Recuerde que la falsa virtud y el vicio se confunden en el féretro. Sucede que usted trata de invertir el orden tradicional del razonamiento al colocar la conclusión antes que las premisas.•-      Yo... yo estoy mareado. Sería más interesante si consiguiera entender de qué se trata todo lo que me está diciendo. Solo le estoy afirmándole que yo no mato a la gente por presunciones de un chiflado. Reconózcalo, usted no está en sus cabales.•-      ¡Basta! -grité airado, y proseguí con la flor negra de mi estrategia- No existe divinidad que sea amigo incondicional de los seres humanos. Todos los dioses son homicidas, lo cual nos obliga a corresponderles con un deicidio cuando sea necesario. Créame, los dioses matan por igual a inocentes y culpables, por lo tanto aprobarán con júbilo a un valiente que se mata en honor de la verdadera justicia.•-      Lo que ocurre -me dijo con ironía-, es que usted se está cagando de miedo. Pero sepa que yo no conozco qué es el miedo. Eso de meditar en calma un plan sangriento, es un ministerio que no se comprende.•-      No sea necio. Usted debe terminar con ese viejo...Y como señal de mi absoluta superioridad, me incliné  para tamborilear sus encogidos genitales con mis estilizados dedos de artista. Al ver la determinación de mi desenfadada actitud, el forastero quedó perdido en el umbrío bosque de un total desconcierto. De seguro nadie en su vida lo había tratado de macho a macho. No obstante, para mi sorpresa reaccionó.•-      Y si usted cree ser la víctima de un viejito baldado, no entiendo el porqué quiere embarrarme a mí y no toma justicia por sus propios medios. Total, es un ser indefenso.•-      No me haga sonreír de pena. Si yo lo mato me juzgarán y me ejecutarán sin remedio.  Por antonomasia yo sería el único sospechoso. Todo el pueblo conoce el odio que reina entrambos. Pero si un extraño como usted lo mata y sigue su camino jamás sospecharán de mí. Ya me cuidaré de buscar la coartada perfecta para que todos me vean a la hora que usted esté cumpliendo con su deber. El forastero se quedó sin argumentos en contra, ni teóricos ni fácticos. La mollera no le daba para mayores trámites. Pero si seguía en sus trece, emperrechinado en su negativa, yo tenía otro naipe bajo la mesa.  Ahora sí, la carta decisiva. Siguiendo a pie juntilla los pérfidos consejos de mi yo antimateria, tuve la osadía de iniciar el más vil de los gambitos. El chantaje. El forastero escuchó  mi amenaza,  asimiló su contenido y sonrió con cínica ironía. Entonces, golpeó con deslumbrante cinismo cada una de sus sílabas:•-      Sépalo usted, amado mío. Si yo pasé una deliciosa sesión en el tálamo de la virtuosa damita de ese bar de mala muerte, el mismo donde usted dilapida su arte musical, se debió  a que yo solté una generosa remuneración que satisfizo con creces al mismísimo patrón de "La Encantadora". No tiene más que preguntarle.Como se ha de comprender, quedé perplejo. Los colores carmesí, que trae consigo la vergüenza propia tiñeron mi rostro y compungieron mi espíritu. Vaya, me dije, Así es que  la degeneración del minotauro  ha arribado al colmo de prostituir a su propia hija. Si bien tenía la cara incendiada por el rubor, mi cuerpo estaba congelado por el escándalo. Mas de pronto, a mi desesperada señal a mi yo antimateria, en el acto me envío un cálido ventarrón que me devolvió la ecuanimidad. Ya repuesto, rebusqué en el bolsillo de los recursos desesperados la nueva baraja devastadora.•-      Escuche señor forastero, para este humilde músico que le está parlando le es en extremo sencillo ponerle en el catre a la ricotona Clarisa. Una palabra y un juramento de usted bastarían para que usted disfrute a su entero antojo a la doncella que saciará sus apetitos carnales.Al escucharme, el rostro del forastero se incendió. Se le espumaron las comisuras, sus ojitos de crica se saturaron con las maromas de inquietos espermatozoides virtuales y la pira satánica de su pene entró en combustión.  De su caverna bucal se enarboló una repentina erupción en forma de eructo, que impregnó el aire circundante con efluvios de solfatara. Excitado, se atusó su barbado carrillo y prorrumpió su respuesta cascabeleando su espasmódica voz pletórica de lubricidad:•-      ¡Ajá! Refocilándose se entiende la gente. Ahora sí su oferta me viene tentando. Lo que ocurre es que usted ha comenzado por la zeta en lugar de iniciar con la a. Si usted me sirve al bomboncito ese en fuente grande              de inmediato cerramos el trato. Descuide, si usted cumple, yo me bajo a ese miserable viejo de un solo tiro en medio de las cejas.En nuestro camino de retorno, mis sesos comenzaron a funcionar con la precisión de un reloj suizo. La operación debería ejecutarse con una estrategia limpia y segura. Nadie nos debería ver juntos, así es que deberíamos ingresar al poblado a través de un caminito secreto, que circunvalaba las bardas traseras de la casuchas. En la tarde, luego de llenar mi vientre que venía gimiendo de hambre, buscaría la Clarisa para llevarla por la razón o la fuerza a mi covacha. De pronto, como siempre oportuno, emergió mi  yo antimateria:•-      ¡Cuidado! -me susurró en las de oír- Piensa... ¿qué pasaría si el forastero se manduca a la virgencita y huye sin cumplir su cometido? Tienes que buscar la solución...Reflexioné. Y ¡cataplúm! surgió la brillante solución: Debía condicionarlo.•-      En este tipo de tratados, uno debe garantizarse de que ambas partes deberán cumplir al pie de la letra lo estipulado. Ergo, debo asegurarme que usted realizará su misión en forma impecable. Para ello usted tendrá que dejarme en prenda algún objeto de valor. Pasará la noche con Clarisa y mañana, luego de haber liquidado al veterano, yo se lo devolveré en el bosque de eucaliptus.•-      ¡Hombre! Amigo músico, creo que estamos entre caballeros. ¿Acaso no le basta mi palabra!•-      No.•-      Pues mire usted, debajo de mi chaqueta llevo dos armas. Con una de ellas ejecutaré a la víctima y usted puede quedarse con la otra. Es un valioso revolver con cacha de oro y marfil. Una pieza de colección, algo invaluable. ¿Será suficiente?•-      Sí.              En razón de mi habilidad para comunicarme con la Clarisa, yo era el único poblador al que la sordomudita entendía a la perfección, ya que poseo una extraordinaria habilidad gestual y una mímica la mar de expresiva. Por supuesto que se demudó hasta el punto de pescar un patatús. No entendía razones cuando le propuse lo que tenía que hacer con el forastero. Ni mis súplicas, ni mi llanto, ni siquiera le importó un rábano el argumento de que el viejo era una birria para la buena salud del pueblo y que dependía de ella para salvarle el pellejo. Nada conmovía a la maldita virtuosa.En ese momento recordé que bajo mi elegante levita llevaba una formidable arma y no dudé en aplastarle su naricita respingona con el monstruoso cañón. Con sugestiva mímica la amenacé de muerte si no cumplía  con la ley que el destino le tenía marcado. La Clarisa gimoteó como una ovejita desamparada y hasta se atrevió a proferir detestables ruidos guturales. Algo indigno para el sensible oído de un genio musical como lo soy yo.  No se convencía de firmeza de mi designio a prueba de estruendos por desagradables que ellos truenen. Antes bien se desesperó, trinó, pataleó, se orinó y hasta intentó atacarme. Mi única alternativa fue activar el percutor del revólver y reflexionar que el mismo Dios hablaba por mi intermedio. Que cueste lo que costare ella tenía que pasar por la prueba del desvirgue. Recién entonces comprendió que era inexorable de su inmolación en aras de un bien glorioso. Dócil, aunque tiritando, hipando y lloriqueando, ingresó a mi cuartucho a la espera de su espectacular desvirgue.En tanto el forastero cumplía con su doble propósito -despacharse a la Clarisa y liquidar al viejo-, yo, por mi parte, con mis instrumentos encima congregaría a los principales y a la gente representativa del poblacho. Sin cobrar un centavo le ofrendaría lo mejor de mi repertorio, un concierto magistral, lo suficientemente prolongado para que me sirviera de coartada.Caminé a paso ligero hacia "La Encantadora" con el fin de recoger mis instrumentos musicales. Obligatoriamente tuve que pasar por la madriguera del viejo. Con desbordante júbilo estaba dispuesto a resistir la que sería su última mirada de odio asesino. Cuando llegué frente a su eterno cubil, oh sorpresa. Su silla mecedora se encontraba vacía y un grupo de personas cariacontecidas se agolpaba frente a la casucha, guardando un silencio sepulcral. Al advertir mi presencia, salieron a mi paso cuatro lugareños llevando en hombros un tosco ataúd. Lo seguía un contristado cortejo presidido por el cura párroco bisbiseando las oraciones pertinentes de su breviario. En efecto, era obvio que el muertito había muerto por su cuenta, de muerte natural. Pero para rebasar asombros y colmar los colmos, ni bien advirtieron mi presencia varias personas me rodearon, me abrazaron, me cuchicheaban:•-      Era un hombre justo y sabio.•-      Es una gran pérdida para usted.•-      Pobre amigo músico, usted debe estar desolado.•-      Yo sé  muy bien lo que es perder un papacito.•-      No hay duda, su señor padre estará gozando de la gloria de Dios. Estas fueron como estocadas que me sacaron de quicio. Quedé petrificado. Un algo me distorsionó la visión, sentí terribles escalofríos que trepaban desde mi hueso sacro hasta el occipucio. Luego de un vahído en el que perdí la consciencia. Hasta que los asistentes me reanimaron y deduje que todo esto debería ser un mal sueño, un inconmensurable error. Hasta que se me acercó una señora que me hizo entrega de los documentos del viejo. Allí figuraba su nombre y apellido. No había caso, el finadito se llamaba igual que yo. Reflexioné... recordé... cuando solo era un adolescente, me dijo mi mamá: •-      A tu padre le debe haberle ocurrido un terrible accidente, porque un día se fue de safari a Namibia, en África... y nunca más regresó. En esas lucubraciones me encontraba, cuando uno de los presentes, mientras me palmeaba el hombro, me sugirió que me sumara al cortejo, rumbo al cementerio del poblado. •-      Sí... sí...ahorita- balbucee con los nervios más templados que las cuerdas de mi guitarra gitana-, pero antes debo cumplir una impostergable diligencia. Continúen su marcha que enseguida les daré el alcance.Cuando quedé solo comprendí que las terribles miradas del ancianito, mi viejito, no eran de encono ni de aborrecimiento. No, señor. Eran de puro amor.  De súbito la sangre invadió mis ojos. Sentí un odio mortal hacia el forastero. Ese maldito iba a asesinar a mi padre sin más motivo que satisfacer sus sórdidos instintos con la indefensa Clarisa, una palomita virtuosa y sordomudita. El muy cobarde...No lo dude ni un segundo. Ordené al viento que soplara a mi favor para acelerar mi carrera. Así pude llegar volando a mi cuarto y de un solo patadón abrí la puerta. Sin mediar palabra ni guardar miramientos vacié el tambor del volver sobre el semidesnudo corpachón del forastero, que cayó por los suelos como un saco de plomo agujereado.ºº ºº ºº ººNo sé cuanto tiempo ha pasado. Ahora que estoy escribiendo esta lamentable historia de amor y dolor, con solo levantar la mirada, veo por entre los barrotes de mi calabozo. Ahora veo la plaza del pueblo. Un poco más arriba aprecio el límpido cielo azul añil. Al mismo centro de la plaza advierto que unos sujetos están terminando de erigir la horca que debe terminar con mi vida y mis gloriosas interpretaciones musicales. Entonces he vuelvo a mirar la cúpula celeste y en el mismo zenit se esboza la dulce mirada de mi viejito. Me está esperando con ansias que llegue a su lado para que yo le brinde lo más sublime de mi repertorio musical. Y claro, por supuesto, este concierto obtendrá el acompañamiento de las célicas arpas y el maravilloso argento de los clarines de los más connotados serafines y querubines. Ahora mis grandes colegas.  F   I   N                                                                    
Desde el púlpito, palabras del sacerdote: «Hoy en día la sociedad materialista y su incomprensible egoísmo conductual...  -Mami ¿a la salida me compras un helado?-Cállate, en la iglesia no se habla...Y no te saques los mocos  «Hoy, que se ha perdido la sensibilidad para amar al prójimo como a sí mismo...  •-     Don Héctor, ¿qué le parece  lo de los aranceles? •-     ¡Hombre! A este paso ese senador nos va a arruinar...  «Hoy, que se ha olvidado aquella virtud que une a los hombres y los engrandece ante los ojos de su Divino Hacedor...     •-     Martha... ¿supiste que el marido de Claudia la abandonó? •-     No me digas... pero qué barbaridad...! Era de esperarse. Seguro se largo con esa... con la amante.   «Hoy más que nunca, hermanos míos, que estamos reunidos en la casa de Dios, es imprescindible tomar consciencia  de los valores sagrados que...  Como siempre aburrida, indiferente, la feligresía soportaba el sermón de la misa dominical. Pero no todos. En la última banca del templo, casi inadvertido, el humilde don Juanito sentía que cada pensamiento expresado por el cura lo hacía vibrar en lo más profundo de su sensibilidad. Hasta derramó unos lagrimones que le salaron la boca y le estrujaron el alma.  Esperó con ardiente paciencia para recibir la comunión. Apenas la hostia tocó su lengua, lo invadió una fuerza sobrenatural que vigorizó su espíritu y  ensanchó a plenitud su corazón, para acoger a un desbordante sentimiento de amor al prójimo. Terminada la misa, Juanito, exultante, marcó el paso hacia su vivienda siguiendo el compás de una alegre tonada que producía su propio silbido. Qué bien silbaba Juanito.¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯Seis y media del lunes. Luego de una taza de té y un solo pan, Juanito llegó a su trabajo con más puntualidad que nunca. Exactamente a las siete y media salió el camión de reparto de la compañía distribuidora de una gaseosa de gran demanda. Juanito y un colega, cumplían la misión de bajar de ese camión las cajas contenedoras de botellas, apilar los envases en sendas carretillas para luego depositarlas en tiendas y supermercados. A media jornada, antes de regresar a la embotelladora, el camión detuvo su marcha en el local de una pequeña bodega. Había que dejar solo un par de cajas, por lo que Juanito, siempre acomedido, se ofreció a cumplir con esa tarea. Cuando su carretilla cruzaba a la acera para ingresar a la tienda, se le acercó una andrajosa viejecita. Con ojos suplicantes, la menuda mujer musitó:•-     Hijito, ¿quizás darías una gaseosita a esta pobre anciana con sed pero sin dinero para pagar?Un relámpago de luz divina iluminó el corazón de Juanito. Había llegado el momento de poner en acción el propósito de su vida: amar al prójimo. •-     Pero cómo no, abuelita... ¡no faltaba más!De inmediato, Juanito destapó la botella y se la entregó a la  mendicante.  Con avidez nunca vista, ella secó la botellita de un solo trago. ¡Vaya, que estaba sedienta la pobrecita! -  pensó don Juanito.  Ni siquiera pasó un instante y una bocanada de humo blanco y brillante, resplandeciente como un sol, envolvió a la anciana. La humareda, tal como vino, rápidamente se disipó. Juanito, estupefacto, no podía creerlo. Al igual que los cuentos de su niñez, la que fuera una raída pordiosera, se había transformado en una joven angelical, una visión fulgurante,  un ser del otro mundo. •-     Gracias, amiguito. En realidad yo soy un hada buena. Tú has sido generoso conmigo. Pide un deseo y será concedido.Terriblemente conturbado por este prodigio, sin poder hilvanar pensamiento alguno, Juanito hizo lo indecible para concentrarse. Los deseos se le venían a la mente sobreponiéndose vertiginosamente. El hada buena, rompió el embarazoso silencio:•-     Eso sí, puedo concederte un solo deseo. ¡Solo uno! No te equivoques porque perderías esta oportunidad de oro. Todo le daba vueltas al sombrado don Juanito. Primera vez en su vida que recibía tan increíble oferta. Entonces, tratando de serenarse, reflexionó, voy a pedirle algo que me permita favorecer a mi prójimo de por vida. Todo lo que deseo es ser un hombre con mucho dinero, con el fin de dedicarlo hasta el último centavo a los más necesitados...•-     Querida hada buena, quiero ser el dueño de la empresa embotelladora para la que trabajo...•-     Oye hombrecito, te pedí no equivocarte. Un verdadero empresario jamás hubiera regalado sus productos. Los empresarios "venden",  jamás regalan. Lo que una persona recibe sin haber trabajado, otra persona deberá haber trabajado para ello. ¿Me comprendes?Don Juanito era una pan de Dios pero de tonto no tenía nada. Por ello se le vino a la mente una práctica común en el negocio. La conocía muy bien  porque la había visto muchas veces durante sus quince años trabajando en la embotelladora.•-     Pero sí, claro que eso lo sé. Lo mío fue un truco comercial, querida hada buena, una estrategia de marketing. Un muestreo, pura promoción publicitaria, pues...                                                 •-     Segundo error. Un empresario jamás desperdicia su publicidad en un público objetivo anciano y sin dinero. Ese segmento pertenece a la clase D en la escala socioeconómica. Los viejos indigentes no consume nada. •-     Lo siento mucho, pero te irías a la ruina, la embotelladora quebraría, tus obreros quedarían en la calle, familias sin pan....¡Oh, no!•-     Pe...pero... yo podría...•-     Como hada buena no puedo permitirlo... Sigue siendo una persona humilde y generosa y ganarás el cielo. Eso será mejor para todos... ¡Adiós buen hombre! Y ¡blump! Una nube espesa y gris cubrió por completo a la mágica mujer y en el acto su figura se disolvió. Juanito, quedó mirando con desolación la botella vacía... ¿cómo podía pasarle algo así?¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯Pasados unos segundos, don Juanito despertó de su estado letárgico. Entonces corrió, brincó, toreó los autos, tropezó con varios peatones, hasta llegar jadeando a la comisaría más cercana. Con la lengua afuera, se acercó a la mesa de partes y con furia desmedida, gritó:•-     ¡Vengo a denunciar a una inmunda vieja que con el cuento del hada buena me robó una gaseosa!Los policías se miraron conteniendo la risa. Uno de ellos, se llevó el dedo índice a la sien para hacer la inequívoca señal que todos conocemos.Ω           
En principio soy un hombre de principios. No estoy seguro de cuales principios pero al fin y al cabo son principios y no fines. O sea, es cuestión de acomodarlos y tirar para adelante por esta existencia tan morrocotuda. Para ser más explícito lo expresaré sin orden ni concierto. Estas son algunas de las bases que me sirven como pista de despegue rumbo a un destino que desconozco... quizás a ningún sitio. Solo Dios lo sabe. ¿Lo sabe?, ¿lo sabrá? Mmm… Debido a que la operación de eso que le llaman  pensar no es mi fuerte ni bucear en los meandros filosóficos es mi debilidad, simplemente intentaré enunciar algunas de estas basas (con “a” así en femenino o mejor “bases” también en femenino, para que no me juzguen como un insecto homofóbico).   En primera instancia –aunque para el producto el orden tiene “0” de valor–, diremos que el amor requiere demasiado amor para ser aplicado en su auténtica dimensión. Porque si hay amor a medias, entonces no es amor auténtico. Con rigurosa modestia, sin exageraciones, prefiero practicar cierta estimación a los sentimientos exorbitantes hacia personas, animales o cosas que nos rodean o quizás ni eso. ¿O somos nosotros los que los rodeamos? Será, pues, que mi corazón está  preso y aherrojado con cadena de hierro a las sinrazones de las anti-leyes de la relativa relatividad. Cómo será, pues. Mejor ni tocar este punto. No importa, yo comprendo que no me comprenda nadie y me bastan y sobran argumentos persuasivos. Ahora bien, tuve un sueño que no tuvo nada de sueño. Más bien se trataría de un ensueño impensado, aunque quizás o más seguro una vivencia posible que pudo o no acontecer. En cierto sentido, fue una realidad que todavía no ha acaecido, pero que sucederá en el día y  en el momento preciso, eso lo tengo claro. Acaeció el viernes a medianoche, cuando de pronto me vi vagabundeando por calles que no había visto en mi vida, ni siquiera en el cine o fotografías. Caminaba a paso cansino por un pueblito bastante miserable. Fue en aquel momento que vi a un viejo apoltronado en la puerta de su tugurio. El hombre se la pasaba zangoloteando su viejo corpachón en una desvencijada silla mecedora. Para colmo casi no paraba de hacer morisquetas a las que se sumaba un tenaz  tic   en su cogote. También le daba por hacer fintas como quien espanta bichos voladores que, por cierto, no lo acosaba insecto alguno. Se abanicaba frenéticamente con la tapa de una vieja caja de zapatos. Aunque de pronto fingió  dormitarse. No obstante su ojo izquierdo se encapotó herméticamente bajo un grueso párpado plagado de carnosidades. Pero su sanguinolento ojo derecho permanecía abierto, vigilante,  vigilando cada uno de mis movimientos. Supuse que el viejo era un acechador paranoico que no me quitaba su torva mirada. Mira que te mira, es que él era tan, pero tan…tantán. Esta extravagante actitud me hizo sospechar que él llevaba muy dentro de su desvalida carcasa –invisible como un feto esperpéntico– a un taimado asesino en potencia cuya obsesión era hallar la fórmula perfecta para liquidarme. No dudé que él estaba planeando una estrategia aséptica para eliminarme sin dejar huella alguna. Es decir, ansiaba efectuar un crimen perfecto.   Como se imaginará usted, yo no cesaba de preguntarme cuál sería la razón para odiarme de tal manera, puesto que yo nada había hecho para merecerlo. Esta terrible dubitación me llevó a imbuirme en profundas disquisiciones. Repentinamente tuve la convicción de que él no tenía solo un móvil sino que eran varios para desear borrarme de la faz de esta tierra. Lamentablemente, me dije, la cosa ya no tiene remedio. Me encuentro arrepentido con toda el alma de mis falsas conclusiones sin tener prueba alguna contra el pobre viejo. ¿Pero de me qué vale llorar lágrimas de sangre, cuando ya no hay nada que hacer?  Quizás he de pagar mis muchos defectos que guardo  dentro de mi negro corazón. Y cancelarlo con mi  propia vida, no hay forma de cambiar el destino.  Pero antes de confirmar mis terribles especulaciones debo dejar por escrito algunos de los indicios por los que deduje que este viejo me aborrece a muerte. Todas las apariencias me indican que al anciano lo devoraba la versión más abyecta que posee la envidia. Valga el ejemplo: mientras que él solo se cubría con harapos mugrientos, pringados con secreciones dignas de toda sospecha, yo siempre me destaco por el impoluto aseo de mi cuerpo y la sobria elegancia de mis atuendos. Que recuerde, jamás he dejado de lucir bien emperifollado. Siempre he lucido mi persona con una suntuosa levita de paño azul eléctrico que combina armoniosamente con mi sombrero tricornio color magenta. Lógico, pues, hay que artificiar el tarascón atávico del arte que lo adorna a uno ¿no? ¿Dime ahora si este solo detalle no es un motivo más que suficiente para que este carcamal naufragara en el receloso mar de la envidia? Pero aún hay otra importantísima causal para que viviera devorando hasta la pepa del pútrido fruto que produce el árbol de los celos. Ojo, pestaña y ceja: yo soy joven, apuesto, romántico, instruido y mozarteano. Fíjate que a mis veintitrés años he llegado a ser un músico infernal. Hasta las estrellas del cielo palidecen cuando me escuchan interpretar mi infinito repertorio. Y es que he llegado a dominar la mar de instrumentos de cuerda y de viento. Toco con la mano izquierda la guitarra y el cajón. Y con la mano derecha la ocarina y el saxofón. Bien me lo dijo mi madre: hijito lindo, esas extraordinarias dotes se las debes a tu finada abuelita, discapacitada la pobre. Como carecía de brazos, tañía la cítara con los dedos de los pies, en tanto que con la boca soplaba una pequeña armónica sujeta a sus antiparras de ciega. Ella fue digna de admiración donde y cuando se presentara, sobre todo cuando interpretaba a Strauss, a los Beatles, a Beethoven, a Pérez Prado, a Schönberg así como al gran Agustín Lara, además a muchos otros monstruos de la Alta Escuela, tal como Les Luthiers & David und Betsabé Sinphonie. El  caso,  en este caso mi propio caso, el espantoso anciano quería y debía matarme sin dudas ni arrepentimientos. ¿Por qué diantres? Pues porque así lo manda la ley de la rebelión de la sevicia humana, que dicta: “En ausencia de cuerpo ajeno que estorbe, cero competitividad ” . No obstante existe otra causal de orden metafísico  –por lo tanto, disuelto y nebuloso en criterios ambiguos–  el vejete estaba persuadido de que la Madre Naturaleza requería a ultranza del crimen para justificar la inutilidad de una existencia más perfecta que la propia Natura. Y, modestia aparte, ese ser perfecto soy yo.  Para aclarar esta aparente galimatías, lo obviaré: el viejo se sentía lo suficientemente reprimido como para desear la implosión de sus pasiones y así poder catapultarse de su hibernal universo en el que  vegetaba. Suponía que de esta guisa hallaría la plenitud  arcádica. La libertad que le reclamaba a su dios personal no era la de los principios sino de los instintos. (En cierta oportunidad, que todavía no ha llegado, el viejo me envió una mugrienta esquelita con una letra casi indescifrable: La  justicia y la ética no tienen existencia, solo es real la divinidad de todos los actos imperantes Cuatro de la mañana de algún día. Justo al frente del antro donde vive el viejo, se halla la única cantina-varieté de este poblado. Es en este establecimiento donde noche tras noche he venido evidenciando mis habilidades de músico virtuoso. A esa pusilánime hora del incierto amanecer algunos parroquianos que aún restaban decidieron  pagar su consumo y retirarse de “La Encantadora”  (así se llama este cuchitril). Uno por uno, en fila india, macheteó con palmadas de hipotética estima las opulentas espaldas del patrón y dueño, don Medardo,  un inquietante Minotauro que en cierta oportunidad se fajó contra cincuenta patanes y los echó a la basura. Los parroquianos, muy zalameros, le iban diciendo que la velada en su bar estado de lo mejor, sumamente interesante, la mar de pedagógica y otros camelos  totalmente absurdos. Ignoro a que vino tanto aspaviento, tanta cursilería si las cosas había transcurrido igual de monótonas como todas las noches, habitualmente rezumadas con el hálito letal de un aguardiente de mala madre. En fin, solo eran melosos cumplidos  para justificar sus estúpidas chácharas soeces, sus divagaciones gaseosas, sin la suficiente potencia para perforar la duramadre –égida de la racionalidad– de aquellas seseras maceradas en alcohol.           Las alas de mariposa de las puertas batientes se agitaron una y otra vez, en tanto otro grupo rezagado también fueron saliendo del bar. Zonzamente el patrón escudriñaba con su mirada a cada uno de los parroquianos como si no los conociera.  Sin embargo siempre eran los mismos borrachos de cada noche. Finalmente, se fueron todos, excepto el patrón y claro mi propia persona. En virtud a mi riqueza interior y a mi aguzada facultad para la introspección en su más profundo nivel, continué atornillado abrazado a mi querida guitarra gitana. Así, imbuido en mi concentración,  iba libando con lentitud a sorbitos tranquilos mi único trago de toda la extensa velada. Cada lágrima de esa pócima corrosiva, eso sí, tremendamente meditada y estupendamente administrada.  De esta manera efectuaba sesudamente una óptima reingeniería de las secreciones glandulares del raciocinio teleología cósmica (ojo: no teología)  Solo una copa, insisto, porque además, era imprescindible cautelar mi seguridad  y mantenerme absolutamente lúcido, en estado de alerta. Caso contrario,  el viejo de enfrente aprovecharía mi turbación etílica para atacarme con una piedra o con su palo, tantas veces como fuese necesario para cumplir su cometido. Al filo del alba, surgió la imprecisa voz de un claro despertar que me fue soplando muy quedamente, amigo mío,  anticípate y mata a ese viejo orate antes de que sea demasiado tarde. Comprendí que no era un mandato, nada imperativo, que lo ligase a la libre voluntad de mi albedrío. No obstante, el preclaro poder que dominaba mi pensamiento, la fuerza inasible que tanto me había concedido, el temor pertinaz a un acto de sangre que jamás me hubiese atrevido a desear, casi debió haber percutido en la carga de pólvora de mi resistencia. Fue en ese momento, cuando sentí a mi lado una invisible e ingrávida presencia, quizás mi doble en la dimensión antimateria. Esa presencia levantó su apodíctico índice hizo que se remecieran  mis entrañas y hasta la última célula de mi humanidad. Este superlativo ademán fue relievado de inmediato por una fulminante ordenanza, debes convertirte en rebelde metafísico pero de ninguna manera en un criminal frustrado de piara de Némesis. Cuando esta presencia se diluyó en la infinitud,   mil y una cavilaciones fecundaron mi luminoso cerebro. Indubitablemente, una de estas mil y una disquisiciones, la más rotunda y omnisciente debía ser parida cuanto antes. Apliqué la lógica deductiva, para arribar a la conclusión de que las dudas son dubitaciones de las dudas.  Ahora la situación se presentaba tanto o más cristalina que las propias aguas de la Fontana  de los Vientos del Origen. Bruscamente se interrumpió mi estado de ensimismada iluminación. Tras de mí se abrió la portezuela verde que daba a la trastienda, donde vivía el Patrón. La iluminación del interior de la habitación dibujó a contraluz una silueta contundente que rellenó el hueco de la puerta. De reojo, advertí que esa silueta le pertenecía a un hombre que no era de la aldea, se trataba, pues, de un forastero tupidamente barbado. Traía el pelo húmedo y la bragueta del pantalón en desorden. Se acercó a mi lugar masticando infectos pensamientos que identifiqué con facilidad. Por ello, pasé de largo mi mirada hacia otra parte, como para demostrarle que  su compañía no me interesaba un pepino. El forastero, por su parte, por el simple gusto de hacerse notorio, descerrajó un sonoro jugo de flemas. Su correoso limazo tatuó el piso de cemento, muy cerca de mi pie, un amorfo atlas con relieves gelatinosos. Orondo, con sonrisilla distraída, enarcó los huecos de su nariz y chupó el viciado oxígeno que repletaba el ambiente. Como vio que ni con esas manifestaciones conseguí mi atención, me dirigió la palabra: –      Disculpe usted, mi amigo, pero es que vengo de pasar horas muy gratas, deliciosas diría. Por eso quisiera compartir esta noche de gozo con usted.  ¿Sabe? La hija del patrón y yo hemos hecho prodigios en la cama. Esta sí que fue mi gran noche. Usted se extrañará que se lo confíe ya que apenas lo conozco. Pero, recuerde, apenas llegué a este magnífico bar le solicité que interpretara “Pavana para una infanta difunta”, de Maurice Ravel y usted  le arrancó una vida prodigiosa a su instrumento. Adoro a las infantas, más aún si están vivitas y meneadoras. En compensación a su prestación armónica, el día de mañana usted recibirá un óbolo  de mi generoso bolsillo. Así y todo, vuelvo a pedirle que excuse la intromisión. Pero cuando un cuerpo está satisfecho… bueno, uno quiere que todos sean felices. Apuré el último suspiro de mi trago y articulé cada palabra de mi contestación con el más gentil de mis registros bucales: –      Es halagüeño que usted me haya elegido como depositario de su placer. Pero, a la vez, me es absolutamente ingrato haberlo escuchado. Y si su ánimo no estuviese tan alterado por la lubricidad, se percataría que no ha sido nada atinado hablar de este  controvertido tópico. Cuando el semblante del forastero comenzó a desfigurarse con un rictus desafiante. En ese justo momento y en mi beneficio, el patrón-Minotauro se aproximó  a mi mesa. Para que no se enterara del contenido de nuestro diálogo, inventé una salida algo absurda: –      Oiga forastero –­le espeté, casi a gritos– , lo que usted me está pidiendo es una locura. Aún así, por mera cortesía, le puedo mostrar la belleza del bosque de eucaliptus. Aunque debido al aguacero, el monte debe estar totalmente fangoso. El forastero, que no había advertido la proximidad del patrón, se sorprendió de mi salida fuera de lugar. Enseguida, cuando proceso mi astuto ardid, mutó su asombro por una sonrisa de perturbada inteligencia, y me dijo: –      Al diablo, cuando escampa el aire se purifica y no importa que los pies se embadurnen con el cieno en tanto los pulmones se vivifican. Entonces, ni una palabra más… ¡andando!  siquiera barruntaba que este canalla lo había convertido en un padre deshonrado. Por su parte, el forastero, no encontraba palabras para responderle. Simplemente, le hizo una exagerada venia  y permaneció inclinado interminables segundos. Tuve que darle un recio empellón para llevármelo afuera. Una vez en el exterior, vimos a la hacendosa Clarisa, la hermosa criadita era una cosita atrevida, una delicada avecilla de algún paraíso encantado, una doncella casi etérea.  No obstante, ella, muy concentrada en su recia faena, estaba en cuatro patas dándole con cepillo y lejía al pringue del embaldosado  del pórtico. Llevaba un sencillo vestido de percalina blanca que traslucía las sinuosidades de su figura. En cada rítmica pasada del cepillo, sus pechitos de niña virgen se mecían con la deliciosa sincronía de letíficos badajos de campanitas de plata. El sinvergüenza del forastero me hizo un guiñó, adivinando mis extraviados pensamientos. Luego. Se quedó quieto como una estatua libidinosa, mirándola con apetito, como si no hubiese descargado sus instintos en esa noche de placer. Era insaciable. Nuevamente tuve que  remecerlo para que no se comiese de un bocado a la criadita. Finalmente avanzamos por la rúa aún desierta. Con extremo disimulo, lance un disimulado reojo hacia la covacha del viejo para certificar si aún mantenía su mirada asesina. Cosa inaudita, su sitio permanecía vacío. Este vejete que jamás se movía de su desvencijada mecedora así anocheciera, lloviera o tronara.  Estaba tan arraigado a su lugar como un centenario ficus, como una roca que no la inquieta ni la peor de las borrascas. ¿Qué le habría pasado?  ¿Habrá muerto?                           Esta posibilidad hizo que mi corazón latiera con jubiloso estruendo. Muerto o grave, qué maravilla, grité a todo pulmón. El forastero ni siquiera me miró. Entonces, para llamar su atención, doble mis piernas y levanté los brazos con todas mi fuerza. Las coyunturas me crujieron con el mismo contento que castañuelas andaluzas. Lancé al aire mi sobrero tricornio para recibirlo con jactancia en la cabeza. Pero el forastero seguía sin inmutarse, simplemente seguía caminando con la cabeza gacha, rumiaba  sin duda sus peripecias  en el tálamo con la hija del patrón. Lo estimulé con un suave golpecito en la espalda. Nada,  ni siquiera  me dio un atisbo de cortés atención. En cambió me asombré cuando comenzó a dar tremendas trancadas. ¡Ahora cómo podría seguirle paso! La atmósfera  lucía casi diáfana. Ahora se podía apreciar nítidamente sus calancas ejecutando un irreprochable paso de ganso, al estilo de las tropas nacionalsocialistas. Este individuo es nazi hasta los tuétanos, supuse. Al llegar a la calle Los Floripondios, pude escuchar que tarareaba muy quedamente una tonada marcialmente monótona. ¿Ahora qué se proponía este nazi?,  ¿ofenderme?  Claro que yo tenía la opción de prescindir del paseo y de su estúpida cantata. Pero su actitud me intrigaba. ¿Por qué me ignoraba? De pronto, como si hubiese escuchado mis pensamientos, al verme rezagado,  con tonante voz de mando el forastero exclamó ¡Compañía! ¡Alt…! Y se detuvo en seco, en posición de firmes. Una vez que me vio a su lado, volvió a rugir ¡Compañía, march…! Y arrancó de nuevo con su intransigente paso teutón. Mis fuerzas no daban para más esfuerzos. Ya estaba tomando la decisión de retornar a mi cuartito, para sumergirme en la tibieza de mis sábanas y que este extraño desorientado se las viera por sí mismo en ese recodo del camino. Una vez a solas, bien arropado en mi camita, me mofaría de su arrogancia, apagaría la lámpara del velador para no ver el reflejo de su imagen en mi valiosos espejo con marco de pan de oro, que se inclina con elegancia frente a mi lecho. Luego de un sueño reparador, al despertar caería en cuenta de que toda esta trama solo había sido un mal sueño. Hermosa perspectiva. Cuando me decidí a abandonarlo, dude de si debía o no despedirme. Entonces creí oportuno alcanzarlo, ponerme delante de él para esperarlo con los brazos abiertos para darle un conceptuoso abrazo de despedida, sin pizca de rencor o de aversión. Al percibir mi afabilidad de caballero, el forastero aminoró su paso y se detuvo. Hizo unos misteriosos guiños y con la mano derecha dibujó en el aire extraños signos undulantes que no llegué a comprender en absoluto. Barrunté serían señales arcanas con las que me expresaba algo. Un algo que ye no comprendí ni quería hacerlo. Me llenaba de temor. –      ¿Qué me quiere decir con esa extraña mímica? , pregunté. –      Nada, nada.  Solo deseaba conocer su opinión acerca del pimpollo que fregaba el piso de la cantina. ¿En realidad es una criada? –      Sí, una pobre criadita, es sordomuda. –      Tal vez tenga usted razón. Y aunque no la tenga, la cara de la muchachita me recordó a la hija del general de mi glorioso Regimiento.                 Ahora tenía la plena certeza: este forastero era militar. Y si  es que pertenecía a cualquier fuerza castrense, si era un hombre de armas de seguro debía poseer una. Y si la tiene puede dispararla. Y si puede hacerlo, entonces puede matar a quienquiera. Ergo, si yo le he otorgado mi generoso valimiento para librarlo del minotauro, puesto que si él se llega a enterar de lo que este forastero le ha hecho a su virginal hijita, no hay duda que se vengará de su canallada. Formulada esta teoría –justo en ese mismo instante–, mi yo antimateria se hizo escuchar: –      ¿Ves? El destino está en nuestras manos. He ahí nuestro sicario, pídele al forastero que de una buena vez acabe con el viejo. Es nuestra oportunidad de oro. ¡Aprovéchala! Pensé en la mecedora, pensé en su tenaz balanceo, pensé en el viejo y sus viscosos ojos de molusco loco, visualicé acurrucada en su pútrido corazón la sed asesina que se traslucía por su apergaminado hueso frontal. En esas estaba, cuando mi yo antimateria volvió a la carga: –       Recapacita, tienes en tus garras a este militarcillo, no se puede negar. Y si lo hiciera, tú lo chantajeas amenazándolo de esta guisa: Mata al viejo y si no lo haces yo le cuento al feroz patrón la cochinada que le has infligido a su hijita, la luz de sus ojos. Pero si cumples con mi pedido yo puedo poner en tus manos a la apetitosa Clarisa, la criadita sordomuda. Para mi es fácil hacerlo, ¿qué me dices? ¿te satisface mi propuesta? Ante esta iniciativa a la que me empujaba mi doble antimateria, guardé respetuoso silencio, mientras mi cerebro hervía con mil y una disquisiciones encontradas. Y mientras sucedía este caos de dudas, el forastero había seguido parloteándome sabe Dios de qué. Ahora él hombre tenía el cuello y el rostro abochornado, mientras el centelleo de sus ojos no cesaba de lanzarme dardos, como incitándome a que le formule la propuesta para matar al viejo y devorarse a la Clarisa. Pero en vista y razón que este no era el momento oportuno para dispararle mi solicitud con su chantaje más, se me ocurrió un brillante tejemaneje. Primero tenía que humillarlo hasta que  –como hacen en el toreo– bajarle la testuz. Como el forastero no podía leer mis pensamientos, yo lancé al aire variopintos suspiros tal como debe hacerse en un día de crimen. Luego le espeté: –      Mire usted, querido forastero, la verdad es que mi físico no da más. Nunca podré seguir su enérgico paso de vencedor. Mire usted, le propongo más bien que me suba a sus viriles hombros para servirme de cabalgadura. Me sacaré la correa para valerme de ella como eficiente rienda que lo guiará hasta el bosque de eucaliptus. –      ¡Estupenda idea, amigo! –exclamó con impredecible entusiasmo– Yo pertenezco al cuerpo de caballería, así es que conozco a la perfección el comportamiento de los equinos. Y diciendo esto, sin más ni más, se puso de cuclillas y yo con suma facilidad lo monté como si no fuese la primera vez que lo hacía. Enseguida, ensarté mi cinturón de cuero entre su dentadura y presioné con firmeza mis rodillas a su cogote, y ajusté mis piernas a la altura de sus riñones. Luego de un ¡arre caballito! lo acicateé con los tobillos. Obediente y servil, mi corcel trotó con el elegante manoteo de un caballo de paso purasangre. Realmente, el forastero se mostraba más tratable como caballo que como persona. Cuando fui aflojando la rienda y presioné mis talones en sus ijares, mi solípedo obedeció. Aligeró la velocidad de su trote sin perder la suavidad de su amblar. La luz del día ya era más que suficiente para poder bajar con seguridad por el empinado sendero plagado de peñascos puntiagudos. Lamentablemente, la digestión de mi corcel era muy mala, el hecho de que no parara de soltar sonoras ventosidades no era la clase de aventura con la que yo había soñado. No obstante, pese a estas irregularidades gástricas, yo me sentía cual un opulento mercader persa. Se me antojó detenerme un instante. Procedí a sofrenarlo halando la brida con decisión de amo y señor. El caballo, muy obediente, se detuvo en seco. Qué admirable docilidad. Me volví para otear el poblado. Vi que aún la luz amarillenta de las lámparas de aceite aún titilaban en algunas ventanas. A la distancia, por la otra ribera del río, distinguí a un ser humano caminando con una gran tea en la mano. Pero como esta persona me era indiferente, me apresuré a espolear con las rodillas al caballo. Y ya no volví a mirar atrás. Entretanto, encontré sumamente grato esta salutífera cabalgata por aire puro que me hacía respirarlo a raudales. Y para hacer más salvaje mi paseo, ordené al cielo que soplara todavía más fuertes ráfagas de viento contrario. Me obedeció al instante. Yo reí y grité encorajinado: ¡Viva el lujo y quien lo trujo! Una vez saciados mis pulmones con montonales de oxígeno vital, extraje de mi bolso  las tijeras  para cortar el ventarrón. Nuevamente la brisa mañanera regreso convertida en dulce aura acariciadora. Mi piel irradió felicidad por todos los poros. Entonces, me provoco estrangular el cuello de mi cabalgadura, pero el bridón siguió su camino como si no sintiera el apretón Me arrepentí de haberlo torturado con tanta rudeza. Recuperé mi buen estado de ánimo, porque aprecié que los rayos del sol se filtraban con alegría sin par por entre las copas de los enormes árboles con sus hojas aljofaradas por el rocío del alba. Entonces, ordené que el tiempo se detuviera en este instante mágico para disfrutarlo hasta las heces. Ahora debía redondear mi plan: –      ¡Ay de mí! ¿de mí qué hay? –chillé como lo hacen en las tragedias griegas– Si no aparece nadie para venir en mi ayuda, entonces nadie aparecerá. Y solté unos lagrimones de culebrón de teleteatro. Me salió perfecto. Tan profesional me resultó el dramatismo de mi actuación, que  la garganta de la montaña se abrió como los pétalos de un botón para convertirse en  una gran rosa olorosa que me cantó una soberbia melodía: –      “Oh, intrépido jinete al fin hallaste al piadoso ayudador de los músicos-aedos. No más esperas. No más lamentaciones. No más angustias. De una vez, anímate, formula tu deseo que es el deseo de los dioses ¡serás escuchado! Por alguna razón, que nunca he llegado a comprender, el forastero-caballuno mancó feamente y cayó por tierra cual fardo de plomo. Comprobé que tenía un espantoso hematoma en la rodilla. Aproveche esta circunstancia y prorrumpí en grandes voces apelando a los buitres montañeros. Muy sumisas las horribles aves negras se posaron levemente alrededor del forastero para cuidarlo, mostrando sus graves picos amarillos. No encontraba respuesta cabal del por qué mi caballo-forastero lucía los ojos desorbitados, si la luz del amanecer se veía preciosa. Observaba solo unas pocas nubes frágiles confinadas en las capas superiores que la brisa arrastraba y estiraba como un velo sutilmente bordado. Aunque, franqueándome, poco o nada me importaba el terror que paralizaba a este forastero. Y como la montaña es vanidosa y vengativa me vi obligado a amainar sus arrestos. Así pues, levanté armoniosamente los brazos hacia sus riscos y salmodié una bucólica plegaria: –      “Sí, claro que sí, por supuesto montaña, eres glamorosa y los bosques de tu ladera occidental son nutricios. Me alegran el espíritu y me levantan el corazón hasta integrarlo a sus panorámicos misterios. ¡Aleluya! También tus coloridas flores me satisfacen y entonan mi alma cual sinfonía angélica. Y la hierba del de tu prado ha crecido y es fuerte. Me refrescas. Y aquel aguerrido matorral que matiza tu maternal falda, pincha la piel de manera tan inesperada que hace brincar nuestro pensamiento.  Ah… pero tú, ensortijado río eres el que me produce el más insondable de los placeres. Y tanto que jamás temeré entregarte mi existencia confiado en la plata de tus aguas flexibles. Luego de haberme desgañitado diez veces seguidas con estas vibrantes loas, a las que acompañaba humildemente con pequeñas sacudidas de la esbeltez de este cuerpo mío, dejé menear mi cabeza para , de paso, observar la reacción del forastero malherido y en sutil posición ligeramente yacente. En provechando de estas proficuas circunstancias, cerré los ojos y expresé a viva voz: –      Pero ni tú montaña, flor, hierba, matorral, río ni nada ni nadie que los circunde podéis socorrerme o sacarme de este trance que me orada hasta el tuétano del pertinaz agobio. Al menos os ruego que inspiréis a algún valeroso guerrero para que venga en mi ayuda…   Hice una dramática pausa mientras solapadamente le echaba un reojo al forastero. Comprobé que las cuencas de sus ojos se hallaban humedecidas por causa del derrame de un borbotón de perlas en estado líquido. Y en su rodar  iban dejando una tortuosa impronta en su curtida tez. No hay caso, lo había conmovido hasta sus mismos compañones. Mi causa andaba por óptimo camino: el forastero fue soltando una a una las mismas palabras que yo quería oír. –      Señor genio musical –musitó–  lo exhorto a que me confíe cuál es el entripado que atormenta su lírico corazón… ¿será posible que yo pueda aliviarlo? –      No lo creo –repuse con la conveniente hipocresía del caso. Solo podría Sacarme de este pozo de dolor un hombre sensible como Virgilio y valeroso como Odiseo, alguien con el corazón de león de Ricardo, alguien capaz de jugarse la vida por este musiquillo que nada vale… Algún héroe que posea la visión del azor espiritual para desentrañar este encerrizado tormento que viene royendo hasta las bases  de mi alma.   Ahora sí. En definitiva, había acertado al pulsar la cuerda precisa: la clave bien temperada. Al instante el forastero emitió la melopea que yo le había inspirado: –      Olvida o no sabe, señor músico, que yo soy un soldado varias veces condecorado con la Cruz de Honor por mi valor indestructible en los todos frentes de batalla  que se puedan imaginar. Nada me arredra cuando hay que luchar por una causa noble, aún a costa de entregar la vida. Rasquetee adrede una de mis orejas, si mal no recuerdo, la izquierda. Fingí a la perfección hallarme un estado de profunda cavilación. Luego de plúmbicos instantes, ex profeso farfullé entumeciendo el tono de  mi voz: –      Alguien me quiere matar y para evitarlo habría que anticiparse. –      ¿Anticiparse? ¿qué entiende usted por anticiparse? –      Muy simple – espeté en tono neutro– , habría que acabar con la vida mi virtual verdugo. –      Pero… –le flaqueó la voz, trastabilló, se enrolló como una culebra a la defensiva– ¿A quién habría que matar? ¿… y usted pretende que yo asesine así como así a un ser humano?  –      Y qué remedio queda, o yo o él. –      Oiga amigo, si esa persona quiere matarlo usted puede prevenir a la autoridad de su pueblo. Con esa inspiración histriónica con la que a los dioses les plugo dotarme, ejecuté una mímesis que transmitía mi absoluta desilusión. –      Claro, ya lo barruntaba. De antemano supuse que usted buscaría el camino más fácil, también… el más  cobarde. Raciocine usted varón ingenuo,  con qué pruebas podría acusar las intenciones de un vejestorio decrépito que ni siquiera se puede mover de su sitio. –      Ah, carajo. Además su enemigo es un inerme anciano. Mire usted, yo me he batido con el arrojo de un espartano cuando de guerrear se trataba, pero eso de asesinar… –      Ya veo, se amilana por poca cosa, qué tal mirmillón de pacotilla es usted. –      Óigame  bien caballerito, no le permito ofensas de ese calibre. Soy un soldado bravío, no un homicida. Según veo usted no cree en Dios… –      ¡Vaya! ¡Mire quién viene a hablar de Dios! Un crápula seductor, un violador de doncellas virtuosas… –      Vamos por partes, don insolente. Una cosa es… y otra muy diferente… Un flotante mohín azorado ensombreció las facciones antes gallardas de mi mariscal vengador, ahora sí lo tenía arrinconado contra mi acero y la pared de sus vicios lascivos. Solo me restaba debilitar la voz de ese su dios particular. Ahora había que aplicarle el puyazo definitivo. –      Piénselo, medite, ese dios tan titubeante que usted se ha creado le hace confundir la lógica de sus pasiones con la nobilísima acción de acabar con un individuo a todas luces nocivo. Recuerde que la falsa virtud y el vicio se confunden en el féretro. Sucede que usted trata de invertir el orden tradicional del razonamiento al colocar la conclusión antes que las premisas. –      Yo… yo estoy mareado. Sería más interesante si consiguiera entender de qué se trata todo lo que me está diciendo. Solo le estoy afirmándole que yo no mato a la gente por presunciones de un chiflado. Reconózcalo, usted no está en sus cabales. –      ¡Basta! –grité airado, y proseguí con la flor negra de mi estrategia– No existe divinidad que sea amigo incondicional de los seres humanos. Todos los dioses son homicidas, lo cual nos obliga a corresponderles con un deicidio cuando sea necesario. Créame, los dioses matan por igual a inocentes y culpables, por lo tanto aprobarán con júbilo a un valiente que se mata en honor de la verdadera justicia. –      Lo que ocurre –me dijo con ironía–, es que usted se está cagando de miedo. Pero sepa que yo no conozco qué es el miedo. Eso de meditar en calma un plan sangriento, es un ministerio que no se comprende. –      No sea necio. Usted debe terminar con ese viejo… Y como señal de mi absoluta superioridad, me incliné  para tamborilear sus encogidos genitales con mis estilizados dedos de artista. Al ver la determinación de mi desenfadada actitud, el forastero quedó perdido en el umbrío bosque de un total desconcierto. De seguro nadie en su vida lo había tratado de macho a macho. No obstante, para mi sorpresa reaccionó. –      Y si usted cree ser la víctima de un viejito baldado, no entiendo el porqué quiere embarrarme a mí y no toma justicia por sus propios medios. Total, es un ser indefenso. –      No me haga sonreír de pena. Si yo lo mato me juzgarán y me ejecutarán sin remedio.  Por antonomasia yo sería el único sospechoso. Todo el pueblo conoce el odio que reina entrambos. Pero si un extraño como usted lo mata y sigue su camino jamás sospecharán de mí. Ya me cuidaré de buscar la coartada perfecta para que todos me vean a la hora que usted esté cumpliendo con su deber. El forastero se quedó sin argumentos en contra, ni teóricos ni fácticos. La mollera no le daba para mayores trámites. Pero si seguía en sus trece, emperrechinado en su negativa, yo tenía otro naipe bajo la mesa.  Ahora sí, la carta decisiva. Siguiendo a pie juntilla los pérfidos consejos de mi yo antimateria, tuve la osadía de iniciar el más vil de los gambitos. El chantaje. El forastero escuchó  mi amenaza,  asimiló su contenido y sonrió con cínica ironía. Entonces, golpeó con deslumbrante cinismo cada una de sus sílabas: –      Sépalo usted, amado mío. Si yo pasé una deliciosa sesión en el tálamo de la virtuosa damita de ese bar de mala muerte, el mismo donde usted dilapida su arte musical, se debió  a que yo solté una generosa remuneración que satisfizo con creces al mismísimo patrón de “La Encantadora”. No tiene más que preguntarle. Como se ha de comprender, quedé perplejo. Los colores carmesí, que trae consigo la vergüenza propia tiñeron mi rostro y compungieron mi espíritu. Vaya, me dije, Así es que  la degeneración del minotauro  ha arribado al colmo de prostituir a su propia hija. Si bien tenía la cara incendiada por el rubor, mi cuerpo estaba congelado por el escándalo. Mas de pronto, a mi desesperada señal a mi yo antimateria, en el acto me envío un cálido ventarrón que me devolvió la ecuanimidad. Ya repuesto, rebusqué en el bolsillo de los recursos desesperados la nueva baraja devastadora. –      Escuche señor forastero, para este humilde músico que le está parlando le es en extremo sencillo ponerle en el catre a la ricotona Clarisa. Una palabra y un juramento de usted bastarían para que usted disfrute a su entero antojo a la doncella que saciará sus apetitos carnales. Al escucharme, el rostro del forastero se incendió. Se le espumaron las comisuras, sus ojitos de crica se saturaron con las maromas de inquietos espermatozoides virtuales y la pira satánica de su pene entró en combustión.  De su caverna bucal se enarboló una repentina erupción en forma de eructo, que impregnó el aire circundante con efluvios de solfatara. Excitado, se atusó su barbado carrillo y prorrumpió su respuesta cascabeleando su espasmódica voz pletórica de lubricidad: –      ¡Ajá! Refocilándose se entiende la gente. Ahora sí su oferta me viene tentando. Lo que ocurre es que usted ha comenzado por la zeta en lugar de iniciar con la a. Si usted me sirve al bomboncito ese en fuente grande              de inmediato cerramos el trato. Descuide, si usted cumple, yo me bajo a ese miserable viejo de un solo tiro en medio de las cejas. En nuestro camino de retorno, mis sesos comenzaron a funcionar con la precisión de un reloj suizo. La operación debería ejecutarse con una estrategia limpia y segura. Nadie nos debería ver juntos, así es que deberíamos ingresar al poblado a través de un caminito secreto, que circunvalaba las bardas traseras de la casuchas. En la tarde, luego de llenar mi vientre que venía gimiendo de hambre, buscaría la Clarisa para llevarla por la razón o la fuerza a mi covacha. De pronto, como siempre oportuno, emergió mi  yo antimateria: –      ¡Cuidado! –me susurró en las de oír– Piensa… ¿qué pasaría si el forastero se manduca a la virgencita y huye sin cumplir su cometido? Tienes que buscar la solución… Reflexioné. Y ¡cataplúm! surgió la brillante solución: Debía condicionarlo. –      En este tipo de tratados, uno debe garantizarse de que ambas partes deberán cumplir al pie de la letra lo estipulado. Ergo, debo asegurarme que usted realizará su misión en forma impecable. Para ello usted tendrá que dejarme en prenda algún objeto de valor. Pasará la noche con Clarisa y mañana, luego de haber liquidado al veterano, yo se lo devolveré en el bosque de eucaliptus. –      ¡Hombre! Amigo músico, creo que estamos entre caballeros. ¿Acaso no le basta mi palabra! –      No. –      Pues mire usted, debajo de mi chaqueta llevo dos armas. Con una de ellas ejecutaré a la víctima y usted puede quedarse con la otra. Es un valioso revolver con cacha de oro y marfil. Una pieza de colección, algo invaluable. ¿Será suficiente? –      Sí.               En razón de mi habilidad para comunicarme con la Clarisa, yo era el único poblador al que la sordomudita entendía a la perfección, ya que poseo una extraordinaria habilidad gestual y una mímica la mar de expresiva. Por supuesto que se demudó hasta el punto de pescar un patatús. No entendía razones cuando le propuse lo que tenía que hacer con el forastero. Ni mis súplicas, ni mi llanto, ni siquiera le importó un rábano el argumento de que el viejo era una birria para la buena salud del pueblo y que dependía de ella para salvarle el pellejo. Nada conmovía a la maldita virtuosa. En ese momento recordé que bajo mi elegante levita llevaba una formidable arma y no dudé en aplastarle su naricita respingona con el monstruoso cañón. Con sugestiva mímica la amenacé de muerte si no cumplía  con la ley que el destino le tenía marcado. La Clarisa gimoteó como una ovejita desamparada y hasta se atrevió a proferir detestables ruidos guturales. Algo indigno para el sensible oído de un genio musical como lo soy yo.  No se convencía de firmeza de mi designio a prueba de estruendos por desagradables que ellos truenen. Antes bien se desesperó, trinó, pataleó, se orinó y hasta intentó atacarme. Mi única alternativa fue activar el percutor del revólver y reflexionar que el mismo Dios hablaba por mi intermedio. Que cueste lo que costare ella tenía que pasar por la prueba del desvirgue. Recién entonces comprendió que era inexorable de su inmolación en aras de un bien glorioso. Dócil, aunque tiritando, hipando y lloriqueando, ingresó a mi cuartucho a la espera de su espectacular desvirgue. En tanto el forastero cumplía con su doble propósito –despacharse a la Clarisa y liquidar al viejo–, yo, por mi parte, con mis instrumentos encima congregaría a los principales y a la gente representativa del poblacho. Sin cobrar un centavo le ofrendaría lo mejor de mi repertorio, un concierto magistral, lo suficientemente prolongado para que me sirviera de coartada. Caminé a paso ligero hacia “La Encantadora” con el fin de recoger mis instrumentos musicales. Obligatoriamente tuve que pasar por la madriguera del viejo. Con desbordante júbilo estaba dispuesto a resistir la que sería su última mirada de odio asesino. Cuando llegué frente a su eterno cubil, oh sorpresa. Su silla mecedora se encontraba vacía y un grupo de personas cariacontecidas se agolpaba frente a la casucha, guardando un silencio sepulcral. Al advertir mi presencia, salieron a mi paso cuatro lugareños llevando en hombros un tosco ataúd. Lo seguía un contristado cortejo presidido por el cura párroco bisbiseando las oraciones pertinentes de su breviario. En efecto, era obvio que el muertito había muerto por su cuenta, de muerte natural. Pero para rebasar asombros y colmar los colmos, ni bien advirtieron mi presencia varias personas me rodearon, me abrazaron, me cuchicheaban: –      Era un hombre justo y sabio. –      Es una gran pérdida para usted. –      Pobre amigo músico, usted debe estar desolado. –      Yo sé  muy bien lo que es perder un papacito. –      No hay duda, su señor padre estará gozando de la gloria de Dios. Estas fueron como estocadas que me sacaron de quicio. Quedé petrificado. Un algo me distorsionó la visión, sentí terribles escalofríos que trepaban desde mi hueso sacro hasta el occipucio. Luego de un vahído en el que perdí la consciencia. Hasta que los asistentes me reanimaron y deduje que todo esto debería ser un mal sueño, un inconmensurable error. Hasta que se me acercó una señora que me hizo entrega de los documentos del viejo. Allí figuraba su nombre y apellido. No había caso, el finadito se llamaba igual que yo. Reflexioné… recordé… cuando solo era un adolescente, me dijo mi mamá: –      A tu padre le debe haberle ocurrido un terrible accidente, porque un día se fue de safari a Namibia, en África… y nunca más regresó. En esas lucubraciones me encontraba, cuando uno de los presentes, mientras me palmeaba el hombro, me sugirió que me sumara al cortejo, rumbo al cementerio del poblado. –      Sí… sí…ahorita– balbucee con los nervios más templados que las cuerdas de mi guitarra gitana–, pero antes debo cumplir una impostergable diligencia. Continúen su marcha que enseguida les daré el alcance. Cuando quedé solo comprendí que las terribles miradas del ancianito, mi viejito, no eran de encono ni de aborrecimiento. No, señor. Eran de puro amor.  De súbito la sangre invadió mis ojos. Sentí un odio mortal hacia el forastero. Ese maldito iba a asesinar a mi padre sin más motivo que satisfacer sus sórdidos instintos con la indefensa Clarisa, una palomita virtuosa y sordomudita. El muy cobarde… No lo dude ni un segundo. Ordené al viento que soplara a mi favor para acelerar mi carrera. Así pude llegar volando a mi cuarto y de un solo patadón abrí la puerta. Sin mediar palabra ni guardar miramientos vacié el tambor del volver sobre el semidesnudo corpachón del forastero, que cayó por los suelos como un saco de plomo agujereado. ºº ºº ºº ºº No sé cuanto tiempo ha pasado. Ahora que estoy escribiendo esta lamentable historia de amor y dolor, con solo levantar la mirada, veo por entre los barrotes de mi calabozo. Ahora veo la plaza del pueblo. Un poco más arriba aprecio el límpido cielo azul añil. Al mismo centro de la plaza advierto que unos sujetos están terminando de erigir la horca que debe terminar con mi vida y mis gloriosas interpretaciones musicales. Entonces he vuelvo a mirar la cúpula celeste y en el mismo zenit se esboza la dulce mirada de mi viejito. Me está esperando con ansias que llegue a su lado para que yo le brinde lo más sublime de mi repertorio musical. Y claro, por supuesto, este concierto obtendrá el acompañamiento de las célicas arpas y el maravilloso argento de los clarines de los más connotados serafines y querubines. Ahora mis grandes colegas.   F   I   N                                                                   
ANTOJITO DE PAPÁ BALTAZÁººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººperdón que me encapricheoh bella Ubelesmina vida míadulce esposa idealhoy muero por un cebichede esos criollazos cebichazosque solo tú te sabes mandar♥y si lueguito de tragáu lo persigue un lomito saltaucon harto juguito pa' mojá'♥...y también  pa' arrempujálas papitas y el arrocito graneau del costausoy capaz de perdonatepor esta vez na'má' esa trentacinco patadaque te tenía de darpor vorverme esta semanatres veces tarde al hogar♥vamo, vamopichoncita  Ubelesminacaramelito de papá Baltazá ponte ya a trabajá♥diuna vez por toas déjate de bausear métete a la cocina   y por hoy basta de fregá a papito Batazá♥solo por hoy usa esa tutuma  que pa que lo sepas también sirve pa' pensá.  ♥     ♥      ♥ Y si lueguito lo persigue un lomito saltauCon harto juguito pa' mojá'...y también  pa' arrempujálas papitas y el arrocito graneau del costauSoy capaz de perdonarPor esta vez na'má' Esas trentacinco patadaQue te tenía de darPor volverme esta semanaTres veces tarde al hogarVamo, vamoPichoncita  UbelesminaCaramelito de papá Baltazar Ponte a trabajáDiuna vez para de bausear Métete a la cocina   Y por hoy déjate de fregá solo por hoy usa esa tutuma  pa'  pensá.  rY si lueguito lo persigue un lomito saltauCon harto juguito pa' mojá'...y también  pa' arrempujálas papitas y el arrocito graneau del costauSoy capaz de perdonarPor esta vez na'má' Esas trentacinco patadaQue te tenía de darPor volverme esta semanaTres veces tarde al hogarVamo, vamoPichoncita  UbelesminaCaramelito de papá Baltazá Ponte a trabajápara de bausear Métete a la cocina   Y déjate de fregá solo por hoy Ubelita de mi mondongo•Por los  mil diablosPara de rebuznáY usa la tutuma   que también sirvepa'  pensá.  
 º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º escribo a punta de tintas olvidadas. espectros de algún susurro indescifrable tramada sobre la piel del rosal que quiere y debe florecer  •    amontono silencios desconcertantes silencios ciegossilencios mudos ráfagas de pensamiento difíciles vaguedad pausada de incierto ego•  oleaje minucioso de ignotas presencias disímilesmezcla inocente de néctar con venenos letales  •  rincones de una voz que no llego a descubrir. catacumbas  de  ecos con sabor a desdichahuella tatuada en la piedra inmemorial de la vidaacaso el impulso vital  de un poema en flor•  -y por qué no- brisa que viene del mar aliento de algún bardo helado de amormagnético grito silente en el oído muerto•  la tragedia es no encontrar la palabra viva de la razón para escribirla sobre el lienzo en blanco del silencio del estruendo cerebralque marchita que mata al corazón.   ••        •    •
 sereno balcón colgado en la tardetiestos sonrojados de geraniosjaula que desborda trinos de canarios. •niña de trenzas  filigrana de oroesperas esperas con esperanza•balcón de la tarde colgado en el sueñola niña en vigilia oteandola enroscada rúa del puebloel jinete veloz ya se acerca galopando ya llega al trote de su ternura •es la hora de cabellera rubia de esta tarde tan duende tarde tan ansiada  colgada en el balcón de la niña•balcón colgado en saudades largos besos de atardecerestrasluz de flamas crepúsculos  eufóricos amores gimientes•balcón de la tarde de morisca balaustradadiscretas rejillasesconden amores•me traes a mienteslejanos ecos de caricias sin retorno•cuántas tardes de mis días cuelgan en el tiempo de balcones insospechadosde lagrimones adolescentes•quietud de balcón colgado en el crepuscularsonrojados de geraniosjaula que desborda trinos de canarios.Enamorados. EnaEnammorados jacaradas. 
     apareciste con la brisadel atardecercálida tu manoposaste  en la  helada tristeza de mi silencio•de amortus ojos enfebrecidos con gotasde ternurainvadiste mi espacio grisde soledad•  entoncesen la magia de un instanteel sol irradiósu último el más brillante de sus suspirosrielando en los maresde mi felicidad•    peroese sol radianteno se ocultó noel incendiariose había metidoen el silenciode mi corazón.     •        •          •                     
INSTANTE
Autor: Toribio Alayza R.  401 Lecturas
Una madrugada desierta el doctor Sevilla inmerso en el revoltijo de su mundo interior, atravesó a alta velocidad  la intersección de dos avenidas importantes de la ciudad. Y, aún peor, haciendo caso omiso al stop perentorio del semáforo. Como por ensalmo apareció una Harley Davidson, rebasó a su viejo Chevrolet y con la inequívoca señal policíaca le ordenaban detenerse. El uniformado se apeó de la moto. Con parsimonia, se acercó al coche y su encasquetada cabeza se inclinó hasta alcanzar el mismo nivel de la augusta calva del infractor.-Conque estamos apuraditos... ¿no conoce el reglamento?-Bueno, es que... la verdad...Como a esta hora...-Positivo caballero, lo comprendo.  Pero usted ha cometido doble falta y no puedo evitar ponerle la respectiva multa. -Proceda, jefe. Cumpla con su deber.-Bien, usted es una persona consecuente. Pero, veamos, ¿se puede saber que motivación lo ha llevado a excederse en el límite de velocidad. ¿Acaso su inconsciente lo impulsa a huir de algo? Quizás usted esté intentando dejar atrás un mal recuerdo, algo de su infancia... no sé... alguna cosa de la que quiere liberarse... -Así es, sargento. Mi niñez ha sido un infierno. Un padre alcohólico, incomprensión de mi madre, represión, castigos inhumanos y una pobreza rayana en miseria. Y por si fuera poco mi mujer...-Bien, bien amigo mío...permítame que ingrese a su auto. Cuénteme al detalle su historia. Yo también desearía confiarle la tragedia de mi vida...El semáforo siguió jugueteando largamente con sus luces tricolores, hasta que los primeros peatones intrigados curioseaban la insólita escena que ocurría dentro del viejo Chevrolet:    El doctor Sevilla y el policía lloraban a moco tendido.Ω
 Apenas asoma la inspiradora noche de Extremadura los Adalides Amantes impetuosos desenfundan sables. Refulgen orondos, provocadores aceros en la espesura. •Desde aquellas gélidas regiones de los Alpes Nobleshasta arribar a la inmensidad de los profundos mares resuenan apasionados golpes de certeros mandobles.•  Sorprendidas por la febril batalla las altas estrellas contemplan absortas el nervio erótico del guerrear,titilan con sus fuegos cual curiosas luciérnagas bellas. •  Su majestad el sol se alza por encima del verde prado. La amorosa lid de esta mágica noche pronto se abate. Los bravos Adalides del Amor Nocturno han triunfado.  Ω                                                                                                              
de súbito,como quien no quiere la cosa quizá en duermevelaaparece ella•  nunca se sabe de dóndey menos para qué propósitoella es inevitable llega como  un lamposin ser llamada•la torturadora se encarnala muy endiablada.la sorprendentela misteriosa esa, esta o aquellano responde a una voluntadno a un reflejo condicionadonosimplemente ella se cuela•en algún momentoel menos pensado decide clavarse al centro de algún lugar en un recoveco innominado•es la intrusaque nos sorprende.sin consentimientopara fermentar cerebrosapachurrar sesos •o quizás aposentarseen algún recoveco del alma.de repente con esa luz instantáneainquietainasiblevoluptuosa o torturanteo instantánea como el eroscomo espejismo solar brilla hasta el deslumbre. •y el hombre... ¡pobre marionetade sus propias palabras!sin que él mismo lo sepale llega primero como hipótesis.luego lo reduce a observadory lo obliga a ser plagiario de sus propios pensamientos. •ella es la intrusa •  es la inspiración.  •es la musa la gran y potente intrusa la que nos obliga a llenar papelesqueriéndolo o no (yo calladito la obedezco para evitar el insomnio)¡qué remedio!    Ω    
LA INTRUSA
Autor: Toribio Alayza R.  489 Lecturas
Querido papá, estoy feliz de la vida. Figúrate que salió en el periódico un aviso solicitando los servicios de un escritor de guiones con experiencia y que era necesario enviar un trabajo como muestra, sin importar el tema ni la extensión del mismo. Como sabes yo nunca he  escrito nada de nada pero de lo que sI estoy convencido es que me sobra  talento (lo heredé de ti papá, gracias papito, muchas gracias) Entonces, ni corto ni perezoso lo escribí en dos patadas y de inmediato lo envié al correo-e: escritordeguiones@cinemaparadiso.com  Creo que mi trabajo es impecable, por lo que estoy segurísimo que me contratarán. Pero, como siempre, necesito tu sabia opinión para dormir tranquilo y asegurarme el puesto de escritor de guiones. Mira aquí te presento mi trabajo: •-        ­- - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   •-        - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   •-        - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   •-        - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   •-        - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   •-        - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --  •-         - - -  - - - -  - - - -- ------- - --- - - - - - - - •-        ----- - -- - - - - ------ ---- ­- -- - --- - - --   ¿Qué opinas papi? ¿Acaso no son guiones perfectos? ¿Ves como tu hijo no te podía fallar?  Espero ansioso tu sabia opinión. El viernes estaré de vuelta, dile a mimami que me prepare mi sopita preferida. Recibe micariñoso besito. Tu bebe que te quiere mucho:•-     Pupi•-         
la alquimia de tu encéfaloprocesa igual que la mía.son exactas.ahora que visito tu castillode luz y fuegode agua viva.olvidamos hasta la tierra paridora.cuando adredevisito tu estanciacuando penetrohasta los fondos de tu alcobami dios materialno soslaya siempre siempreacierta tu enigmáticopunto de éxtasis.a veces me cuelopor la puerta prohibida,donde menos se espera.y siempre siempre encuentrola médula vibrantevestida de sorpresa de miel pura y consagrada por eso nunca he podidoni querido salir de tu mansiónde humana dimensión.nuestra alquimiaes exacta.quédatenunca te vayasdel mágico lugar donde se agitala sangre,que es icorde dioses innominados.embriagadosde tanto amar quédate profundamenteporque eresmi drogami licormi café de la tardemi aroma pendencieroel venenoque mata con dulzura.la alquimia de tu encéfaloprocesa igual que la mía.son exactasambas cantan a dúomelodías descalzas,poemarios desnudospalabras nunca develadas.quédate siempre.Profundamenteamada mía.
 Has despertado en mi ensoñarcierta canciónmisteriosamelodía  cosquillosa  en mi orejaquisquillosa y en  mi almaatrevidas emocionesprodigiosos diapasones de inventados sones.•Hoy quiero acuarelarpinturita de adorarsilueta de ti, mujer,primorosa criaturamiel de luna capulí Mujer, síMujer para saborearteen plato hondo de bohemio cristalcon cuchara  de oro.•Amarteen tu esencia femenil.Amar rama de amor  he de inventara  manos mágicas tu venusta cinturita.•Y en el cáliz de tu orejitahe de susurrar un rumoroso  palpitante silencio triunfal.Ω  
CIERTA CANCIÓN
Autor: Toribio Alayza R.  302 Lecturas
Salí temprano del trabajo. La tardecita estaba muy bruja y aproveché para llevar de paseo a Warmi. Llegamos al parque. Como no podía ser de otra manera, mi perrita se puso a olfatear algún tesoro perruno en el césped. Estaba ejerciendo su derecho canino. La  dejé estar a su entero placer. Warmi y yo nos situamos a la espalda de una banca donde platicaban dos ancianos. Mínimo, 80 años por cabeza. No, no acostumbro escuchar conversaciones ajenas. Pero en toda regla siempre cabe algún contrabando. Una vez oído lo que escuché, ipso facto decidí regresar a casa para reproducir al pie de la letra el diálogo de estos antiguos caballeros. Tengo el alto honor de trascribirlo:   VIEJO 1 - ¡Eh...sssí, puesh! El mundo... como que ha cambiado...(PAUSA LARGA)VIEJO 2 -  ¿Dónde?VIEJO 1 - ¿Dónde qué?VIEJO 2 - ¿Dónde el mundo ha cambiado? (NUEVA PAUSA)VIEJO 1 - ¡En el mundo! ¿Dónde va a ser?VIEJO 2 - Ah... ¿también? VIEJO 1 - ¿Cómo "también"? ¡¡¡Pero cómo que "también"!!!VIEJO 2 -  Claro, también.VIEJO 1 - Pero don Maximiliano... ¿Dónde puede cambiar el mundo como no sea en el mundo? ¿Es que a usted se le ocurre otro sitio?VIEJO 2 - Sí.VIEJO 1 -  Será, pues, en Marte o Venus...VIEJO 2 - No. En mi casa, ¿o por qué cree que estoy ahora, aquí, con usted?Ω  
me reclino y medito sobre el collado ardiente.con dignidad soporto el sol que escose mi piel. estoy engendrando mi espíritu para darte vida. •disfruto de una dicha inmensa al  resbalarme  por tu garganta seca, quizá desgastada por la vida. •tu pecho caliente es mi dulce cuna. me complace más que las frías bodegas donde yazgo. ¿escuchas el eco resonante de los domingos? ¿ el gorjear de la esperanza tinta de mi seno violento? •pon los codos en la mesa y remángate. aflójate el cinturón que te ciñe.en cada regalado sorbo me glorificarás. te alegraré como cascabel festivo. •degustas con calma y fruición. y pondré en tu boca palabras amenas. esas que guardabas con cierta timidez.  •daré fuerza al corazón, calor a tu rostro.quitaré la melancolía, te aliviaré en el camino.pondré coraje al que carece de valor.haré olvidar todos los pesares. •encenderé los ojos de tu mujer, la llenaré de dicha. devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores.seré para ese frágil atleta de la vidael aceite que pule los brazos del luchador. •regalaré a tu paladar toda mi vegetal ambrosía. el precioso néctar que destila el sembrador. y recuerda...de nuestro amor nacerá la poesía que elevará una bella florla más preciosa...  ¡la auténtica!Ω
SONATA A LA UVA
Autor: Toribio Alayza R.  304 Lecturas
17/12/2010EL INVISIBLE  tócame soy realidadun sutil golpecito de tu manohará el prodigio.trinaré la rapsodia dicha suprema.sabré que para tiexistosoy alguienque reconocesque me sientes.que no soy abstractocosa invisibleindiferentepor favortócame que soy realidad(tócame soy solo  tuyo)Ω
EL INVISIBLE
Autor: Toribio Alayza R.  289 Lecturas
no hay viernes que no amellega el viernes viene otro día que es mañanay sigo amando•amor panal de rica miel•soy uno de mil moscas que acuden a él  •vidacorazón y almaprendido quedo preso de patas en él•en el néctar que es el amar amo el amor el amor me amaesa dulce flor me reclama • quiero amar no sé por qué quizásme da la gana •toda la semanamis amores cuaternariosadoran la sencilla poderosa arma  armar amor amor desarmadorme roba la calma y el alma•no hay viernes sin amor el organismo reclamaamo con rabia  a la amadade cada semanadesde el viernesa las de nunca acabaramo como bestiacada mañana de seis a cualquier horala hora de caerpresa de patas en él•con ellas  amo hasta el otro amaneceren el eternal espiral del nunca acabar.     •    •    • 
Picaflor & AMOR
Autor: Toribio Alayza R.  269 Lecturas
 Recuerdoaquella última primavera. La última.∆paseaba bajo la luna llena,agobiado por el airesuave, embriagador.caminaba lento,apenas escuchandosilenciosas ablucionesdel agua dormida.agua y lunapulidas,enorme cofrede cristal.demencia lunar .∆  los árboles solitarios, desnudos,arañando el cielo.las plazas sin sombra.y las largas rutas polvorientasalejándosede medianoche en media noche,más azules que el oxígeno.∆  los rostros de los escasosviandanteseran gemas talladascon aristas de sangre indiferente.el panadero frente a su horno,amasando la materia primasolo para la gente que  veía el amanecer.el amante presuroso -asolapado- para volver a su casa,cubierto con un argentadocasco de remordimientosy resquemores.∆  los enorme carteles cinematográficos, dormidos,con magnificencia  fantasmalrobada a la luna que se deslizabasobre los nervios,tensa como en un arco.∆  recuerdoesa última primavera.recuerdo cuando llegué al puente de palosy vi las aguas sarcásticasfluyendo en las arteriassalpicadas en platay flanqueadas  de sombrasque apelaban...(me apelaban)para saltar a su húmedo vientre,a su líquido vacío∆  no recuerdo más.∆  al abrir los ojosla primavera se había hecho oscuridad.solo vi destellar la blancurade la enfermera bienhechora,sacándome la fiebre del cuerpo.∆  pero yo ya había perdido el alma,(para siempre)  o o o o o    
EL PUENTE
Autor: Toribio Alayza R.  407 Lecturas
*****Todos, absolutamente todos los fundos del valle  que rodean al suyo cuentan con una impresionante variedad de huecos. En el de Jaun Prez no existe ningún huequito. Toda su tierra es una sosa planicie. Esta carencia de oquedades llena de zozobra al pobre hombre. Casi está por perder la razón. Nervioso y temblequeando mordisquea obsesivamente sus pancitos untados con margarina al granel. Alguien se le aproxima dando de alaridos:-¡Jaun... Jauncito! ¡Te has sacado el premio mayor de la lotería!El golpe de suerte da una jubilosa voltereta al drama. Jaun cobró su premio. De inmediato contactó con The Hole Wordwoks. Ink. Ordena  un hueco de dimensiones incontrastables. Algo nunca visto en el Continente. Existe un único contratiempo, su confección demandará sesenta días. Jaun razona: Acaso no lo he esperado la mitad de mi vida. Entonces se reconforta con la lenitiva frase de Cervantes: "Confía en el tiempo que suele dar dulce salida a muchas amargas dificultades". Pronto, en efecto, llega el gran día. El agente vendedor le comunica que en vista de las dimensiones del hueco solicitado es indispensable contratar un poderoso vehículo de carga para transportarlo hasta su fundo:-Un Mack T318 LR Maxitorque, triple eje, sería ideal.El camión llegó a la fábrica, en las estribaciones de los Andes. Una poderosa grúa deposita el superhuecazo en el Mack. Emprende su lenta marcha hacia la Costa. La carretera es de bajada lo que alivia el esfuerzo del motor. Lamentablemente, en una curva cerrada las cadenas ceden y el hueco se cae del camión. Se debe aplicar la reversa para orientar la tolva al borde del hueco. El piloto, algo torpe, acelera más de lo conveniente y el camión se cae al tremendo hueco... y  el Mack desapareció ad vita aeternum. Jaun Prez, filosofa: -Jamás hay que perder la cabeza por un hueco. ***
•En el aire hay una sospecha de alborada mientras la barca surca la oscuridad. •-     - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -Un mundo perdido. Ráfagas de viento. Gusto de sal del mar invisible. Solo queda esperar el alba. Luz tímida que ya se alza desde alguna parte. Se va abriendo paso en la negrura inane del ámbito. Cruel  frío. Muerde las carnes ateridas. La visión se ahonda hasta distinguir  algo que empieza a separarse en lontananza con pálido estremecimiento  ºUn listón de un amarillo de ranúnculo se va espesando gradualmente hasta convertirse en un rayo. Cae con lentitud entre espesas masas de nubes confinadas en el Oriente  ºAlrededor de la lancha crece al vaivén del agua la agitación de las colonias de aves. Con la torpeza de una puerta que se entreabre por la brisa el amanecer se cierne sobre ese mundo del Génesis  ºLas tinieblas se van replegando. Un instante más...  y surge una delicada escalinata,  botones de oro, descienden suavemente desde el mismo cielo. Toca con levedad el horizonte anublado. Guía a los espíritus perdidos en el entorno informe de esta albufera intemporal.  ºMalva intenso. Oro viejo cálido. Nubes que viran del pálido amarillo al verde transparente. El agua ha comenzado a desperezarse Suspenso, inercia, luchando por la posesión de una mente adormilada. Cargo despacio la escopeta. Oigo el chapoteo  de una pareja de aves. Quedan inmóviles. Perplejas. Flotan al pairo  ºDisparo sin cesar... Pronto la barca se repleta con los cadáveres mojados de mis víctimas desaladas. Ahora  la sangre corre. Sus picos, rotos manchan las tablas y sus maravillosas plumas marchitas por la muerte. ºLentamente enciendo un cigarrillo. Por primera vez soy libre de las sombras presagiosas, llenas de  premoniciones. Libre de respirar, De pensar... una vez más.ºQué extraordinaria es la perspectiva de la muerte cerrándose sobre el libre ejercicio de la inteligencia ¿civilizada...? en su crueldad. ºEs como una cortina de acero separándonos del futuro. Un mañana que se alimenta de esperanzas y deseos. Acaricio mi barba naciente y con serenidad compruebo que -entre los plumajes sanguinolentos- yace inerme ese cuerpo de la mujer amada. Esa carne que un día poseí junto a su alma. ºAhora ella nunca jamás será la carnada de nadie.  Ω
SANGRE DE CELOS
Autor: Toribio Alayza R.  275 Lecturas
 (Drama en un acto, en una escena y un sórdido desenlace)º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º º   BETTY.-         Papi, tal como te dije, ya llegó Alfredito y...PAPÁ.-                      Está bien,  hazlo pasar.ALFREDO ENTRA A LA LUJOSA SALA DEL MILLONARIO ANSELMO ZARTELLINIALFREDO.- Buenas noches señor, soy el enamorado de su hija y...PAPÁ.-          Sé perfectamente quien es usted. Ahorremos palabras,   Vamos al punto.ALFREDO.-  Bueno señor, como usted diga. Desde hace cuatro años Betty y yo nos queremos y somos my felices. Por eso hemos decidido...PAPÁ.-          ¡Al grano, al grano!ALFREDO-    Está bien, como usted diga. He venido a solicitarle su permiso para...PAPÁ.-                      Mire joven, eso ya lo sé. Antes de darle mi conformidad debo hacerle algunas preguntas.ALFREDO.-  Las que usted desee...PAPÁ.-          ¿Qué edad tiene?ALFREDO.-  Treintaicinco años, señor...PAPÁ.-          ¡Vaya! Bastante viejo para mi hija.ALFREDO.-              A mi edad se es más responsable y...PAPÁ.           ¡Esos son cuentos!  ¿Y usted  tendrá  algún título universitario o técnico...?ALFREDO.-  No señor, solo tengo un buen puesto en el Ministerio de la Industria.PAPA.-          Ajá... ¿y a qué le llamamos "buen puesto"? ALFREDO.-  Soy subsecretario del importante Departamento de Patentes.PAPÁ.-          ¿Y a eso le llama usted "importante"?ALFREDO.-  Al menos, gano bien...PAPÁ.-          ¿Y a que le llama usted "bien"?ALFREDO.-     Mil quinientos  dólares. Catorce sueldos al año, más un plus por Navidad PAPÁ.-                      ¡Oiga, pero eso es una miseria!  ¿Cree que va poder mantener a mi adorada hija? ¡No me haga reír! ALFREDO.-              Nos arreglaremos, señor. Betty lo sabe y está conforme.PAPÁ.-          Mire usted caballerito, con esa ridiculez se van directamente al fracaso.ALFREDO.- Pero señor, ella y yo nos amamos y...PAPÁ.-          ¿Amor? Déjese de estupideces.   A mi hija con esa miseria  no le alcanza ni para papel higiénico.                                                ALFREDO,  RABIOSO Y RESENTIDO, SE DIRIGIÓ A LA PUERTA DE CALLE... BETTY LE SALIÓ AL ENCUENTRO. MUY CURIOSA LE PREGUNTÓ:BETTY.-         Amorcito... ¿qué te dijo mi papi?ALFREDO.-    ¡Que eres una cagona!ALFREDO DESAPARECIÓ TIRANDO TREMENDO PORTAZO    ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº
PEDIDA DE MANO
Autor: Toribio Alayza R.  340 Lecturas
 (experiencia NO TAN esotérica)_________________________ Agobiado por abrumadora pesantez de párpados apenas si los pude despegar. Lo poco que pude vislumbrar semejaba el interior de una brumosa concavidad espectral. Solo percibía imprecisos esbatimentos subacuáticos, un ámbito incierto, sombras desfallecidas veladas por un denso fluido frondio. Muy cerca de mí surgió una baba oleosa y palpitante que ascendía despaciosamente hacia alguna superficie ignota, tal como los tintes de una acuarela en remojo que se diluyen y ascienden sumergidos en agua por largo tiempo.   Necesitaba a toda costa detectar algún  indicio de mi paradero. Afiné la atención cuanto pude. Sospeché que así debería ser la visión primigenia de un feto inmerso en líquido amniótico. Quizá, pensé, me encuentro en pleno proceso de reencarnación. Pero tal cosa era absurda, puesto que tenía perfecta memoria de todo mi pasado y para poder reencarnarse primero se tiene que morir... y yo estaba seguro de que aún no había efectuado el trascendental paso hacia el reino de tanatos. De pronto, me asaltó una consideración nada edificante. Barajé la posibilidad de haberme enquistado como una larva  y que boyaba o me sumergía en un plasma de alta densidad. Recordando la teoría del sabio de Princeton, me pregunté: ¿estaré enquistado en algún vórtice espacial innominado? ¿en alguna indeterminada curvatura del cosmos? ¿en la interfaz donde se juntan las dimensiones del espacio, el tiempo  y, posiblemente, la energía vital? En fin, mil dudas semejantes sin respuestas que se extraviaban en regiones desconocidas, más allá de mis paupérrimos conocimientos. Pero era tan intensa mi corrosiva curiosidad que no cesaba de hacerme preguntas y más preguntas: ¿Acaso mi alma -si es que el alma existe- se ha liberado para conformar mi yo en un encriptado ideoplasma?  ¿Me habré transformado en una flatulencia detenida en un tramo del tubo rectal de algún gigante sideral a la espera de que expulse su huayco fecal hasta  arrastrar mi ente hacia la inmensidad galáctica?De súbito, sentí un vahído en conjunto a una vertiginosa fuerza magnética que me absorbió hasta extinguirme en las profundidades de un pozo o un agujero negro. Ignoro el tiempo en el que quedé estático o inconsciente en ese inusitado estrato laberíntico.  Al retomar conciencia, advertí que ya no me encontraba en tan abstracta circunstancia. Desperté de sopetón para abrir los ojos de la razón.  Recién entonces pude tomar clara percepción de lo que me ocurría.  Simplemente me encontraba hondamente concentrado en mi primer ejercicio de meditación profunda, debidamente ayudado por más de botella y media de ron de caña.* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *       
toda una primaveratodo un otoñola tuve a ella retozandoentre mis brazosºni siquiera sentíamosel rugir el viento amarilloni el constante traqueteode las desvencijadas carretas sin cesar  trepando a la vera de nuestro nidoºsolo escuchábamossuspiros gozososlatir apresuradode nuestros corazones unidos en armoníadel  glorioso  dúo del bienquerer ºmas nuestra dichaterminó con  la estación  º el otoñocomo en un ensalmose llevó a mi amada y se dio inicioal lúgubre inviernode los poetas solitariosahondó hasta el fondola negrura de mis penasºy me preguntopara quién se engalanarála próxima primaveraº invierno patio penumbrososombras verde parduzcasla naturaleza gimeºel fárrago de un ventarrón desalmadoahueca el cortinaje  fatídica mortajacongelas el hueso ºrememoro a mi niñahermosa criaturaevanescentela veo en el instantedesprenderse de sus transparenciasetérea vestidurade diosa venusinaºen sigilomi mente me traesu silueta luminosaa contraluz de la ventanaella pensativaescribe poemasen papeles de sedaºsin tan siquiera consultar al espejo mágicoque todo lo sabeél me reflejatodos los sentimientosde su corazón latienteºsíél me confíatu dama te amamás que nunca todavíaºpiensoen alguna arcana mansión ella vivirá en lo sucesivopensará en nuestras horas de dichaºde prontopresagiosaella frunce el ceñomientras mis ojosla buscan obstinadosen el lado vacíode aquel lechodonde se agazapa un fugaz rayo de luna. *   *   *     
PAVO AL COÑAC (receta 2012-2013)  > >> > Paso 1:  Un pavo fresco de 5 Kg., como para 6 personas. Una botella de buen COÑAC, sal, pimienta, romero, aceite de oliva y unas tiras de tocino.> >> >> >> > Paso 2: Envolver el pavo con el tocino, el romero, atarlo, echarle sal, pimienta y añadir un chorrito de aceite de oliva.> >> >> >> > Paso 3: Pre-calentar el horno a temperatura 7 (en una escala de 10) durante 10 minutos.> >> >> >> > Paso 4: Mientras el horno calienta, meterse un buen buche de COÑAC para que uno se ponga "Sabrosón".> >> >> >> > Paso 5: Poner el pavo en un bandeja y meterlo al horno.> >> >> >> > Paso 6: Servirse dos vasos más de COÑAC bien despachados y embuchárselos al hilo.> >> >> >> > Paso 7: Subir la temperatura del jorno a marca 8 desbues de 20 minutos para hasar el babito.> >> >> >> > Paso 8: Zambarse otroooos tress basos de COÑAQUITO >> >> > Paso 9: Desbuéss de bedia ora, hornar el abro y gondrolarr la goxión del bavo de mielda ???> >> >> >> > Paso 10: Tobar la bodeya de COÑAC y echarse un buen chorrrro dedrás de la gorbata.> >> >> >> > Paso 11: Despueshh de bedia hora, titubear hasta el  orno, abrir la buta buerta del borno y boltar, no voldear, no voltar.... en fin, boner el buto babo en el otro sentido.> >> >> >> > Paso 12: Quemarse la mano con la buerta de mierrrda del borno al cerrarla hasta las hueasss.> >> >> >> > Paso 13: Intentar sentarse en la silla, shubarse 5 ó 6 COÑCS de vasso o al condrario, ya no sssse.....> >> >> >> > Paso 14: Gocer, no coger, no cocerrrr el babo > >> durante 4 horas más.> >> >> >> > Paso 15: Redirar el horno del babo, hip!!!!!! Gué ...¡gue tal hipo de bierda!> >> >> >> > Paso 16: Echarse otra buena shorreteada de COGNIAL encima.> >> >> >> > Paso 17: Indendar sagar el babo del borno de bierda  odra bez, porgue no funsionó a la primera.> >> >> >> > Paso 18: Regoger el bavo gue se ha gaido al shuelo, enjuagarlo con trapo shusio y beterlo sobre el blado o la gandejja.> >> >> >> > Paso 19: Sagarse la bierda al bisar el sshargo de grasa en en la cerámeca de la bocina e indendar lebandarse del shuelo.> >> >> >> > Paso 20: Arrastrarshe hashta la cama y dorbir doda la nossshhe.......(¿Goño,,,¿ónde stá la cama ?).> >> >> >> > Paso 21: A la mañana siguiente, despertarse con una  resaca maldita y encontrar el pavo en la cama.> >> >> >> > Paso 22: Comerse el pavo frío con un poco de mayonesa, no olvidar sacar los trozos medio carbonizados y  limpiar, por 2 horas, la cagada que> >> > se hizo en la cocina la noche anterior.F    I    M
PAVO AL COÑAC
Autor: Toribio Alayza R.  326 Lecturas

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