Oct 17, 2012 Oct 16, 2012 Oct 15, 2012 |
Tu piel es una delgada barrera entre la profunda calma que percibo en tu voz profunda, gestos tranquilos o tu la postura relajada; y el aura de ansiedad contenida que puedo sentir en tu cercanía, Extraño. Esa intensidad reprimida en tu pecho, y que afloraría con el simple rose de los dedos de una desconocida. A pesar de la máscara que durante un tiempo asimilé como tu verdadero rostro, puedo ver que no sos un humano más que transita por la vida, sino que en realidad anhelas quedarte quieto un minuto y gritar. Gritar fuerte, con voz extensa. De esa manera en la que jamás te lo hubieras permitido. Sintiendo que se aceleran los latidos de tu corazón, azotado por la energía que se libera poco a poco, notando un sudor delgado y frío que acaricia tu frente con burla. Y esa molestia general que provoca saber que tu cuerpo es demasiado pequeño para todo lo que necesitas dejar ir en este momento, en este instante. Ahora. Y deseas, en ese momento, poder gritar con todo el cuerpo. Y con solo desearlo, lo conseguís. Escuchando el ensordecedor alarido que expresa tu alma, pasando por alto tu cuerpo material, débil, quieto, tieso. Sin necesidad de fingir, sin necesidad de pretender. Fundiéndote entre la felicidad de las metas alcanzadas y tu oculto sufrimiento. Cuando tu voz se apaga en el ronco suspiro de una garganta ardiendo, de un cuerpo en llamas… puedes ver que no había nadie ahí para escucharte. Y eso, ya no te parece un alivio. Porque liberada la ansiedad provocada por las inquietudes que temes enfrentar, te das cuenta que se trataba sólo de un engaño. El verdadero peso sobre tus hombros, es una desgarradora soledad, que de tanto estar ahí se volvió una compañía incondicional. Te veo, Extraño. Tal vez mejor de lo que te ves. Has encontrado una flor marchita. Mustia, débil, frágil. Alguna vez tuvo perfume, color. Sus pétalos solían estar enteros, tersos, y su belleza tan intensa parecía irradiar luz. Hoy se escurren entre tus dedos los resabios de lo que fue. Puedes imaginarlo, y te hiere no haberla visto en su esplendor. Deseas curarla, como si fuera un esbozo en vez de cenizas. Ves en ella piedras basamentales, en vez de ruinas. Somos humanos. Simples mortales. No podemos cambiar el pasado; no podemos darle vida a lo que ya murió. Podemos, vanamente, hundirnos en el deseo de perseguir lo inalcanzable, llamarlo “sueño”, y desear se vuelva realidad. Puedes secar una lágrima, pero no evitarás el llanto. Puedes regar una semilla, pero no hacerla germinar. Puedes oler ahora esa flor, pero no sentirás el aroma que alguna vez tuvo. ¿Qué has hecho conmigo, que no puedo desprenderme del recuerdo de tus labios? Tan solo te bastó una caricia para derribar mis muros, para hacerme arder en una pasión que me consume. ¿Qué has hecho conmigo, que sucumbo en el delirio de un deseo mayor a cualquier fuerza? Qué me hundo en la locura de pasar todos los límites por besarte una vez más. ¿Qué le has hecho a mi piel, que clama por el contacto con la tuya? Y a mi mente, que se ha quedado atrapada entre tus piernas. A mi voluntad, a mis principios y a mi seguridad… pude entender que se quemaron con el fuego que despertamos al tocarnos, pero no puedo recordar cuándo y cómo sucedió. ¿Qué le ha pasado a mis manos, que recorren mi cuerpo honrando el eco que dejó el tuyo? ¿Qué vas a hacer conmigo, cuando me rinda a tus pies, sin poner la menor resistencia? No rindo culto haciendo honor a tu existencia. Demasiado ocupada victimizándome de la mía, regodeándome en mi dolor. Por soberbia, por orgullo. Y no voltearé el rostro para obnubilarme con tus ojos, para perderme en tu mirada dulce que destella la más pura sinceridad. No voy a ceder. Hacerlo implicaría que debo decidir. Decidir, que debo pensar. Pensar, que obedezco a mi deber. La obediencia requiere completitud, y estoy destrozada. Si hubieras aparecido en mi vida antes de que cayera en pedazos, en este momento estaríamos fundiéndonos en uno, perdiéndonos en la vasta mente del otro. Voltear a verte cuando aún arden mis heridas, sería roer poco a poco lo que quedó de mí. Te quiero, pero no te daré oportunidad de lastimarme. Mi corazón es un obsequio maltratado, percudido, roto, emparchado. Racionalmente, creo que sos diferente, que sos sincero. Emocionalmente, tengo miedo de esa creencia. Creerlo, implicaría que confío. Confiar, que opté por arriesgarme. Y arriesgarme, que sos más importante para mí, que yo misma. Agotada de oír la ensordecedora voz de mis pensamientos, que tiempo atrás susurraban y ahora gritan clamando auxilio. Porque están atrapados en sí mismos, perdidos en sus propias palabras. Creen que podrán salir, pero sólo causan dolor. Y miedo. Fue entonces cuando salté al vacío. Sin pensar, sin analizar. Sin hacer las cosas que hubiera hecho antes. Tomé impulso y salté, con los brazos extendidos, hacia el vacío desde el cual tu esencia me llamaba. Me dejé caer, esperando encontrarte, creyendo que estarías allí… Me dejé caer, y ahora caigo. En mi vertiginoso acercamiento al final, todos mis pensamientos se apagaron. Y el salto fue tan liberador que no me importó cuál sería el impacto ni cuánto dolería. Obedecí, dejándome llevar por mis sentidos, turbados por el encanto que emanabas. Por la luz de tus ojos, por la música de tu voz, por la magia de tus palabras. Me dejé caer, y ahora caigo. Y el reciente silencio de mi mente, es asaltado por el eco de una sola pregunta.
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