• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
Tú estás nombrándome con mi nombre de niño, ese nombre regalado alguna vez, cuando yo ignoraba el aplazamiento de las aguas para sobrevivir.Alguien canta antiguos himnos. Alguien está cantando en secretas sesiones.¿Quién llama a mi puerta para decir que no hay nadie?Hay una voz obligándome. ¿Qué pretende de mi hambre, de mi náusea, de la ficción de mí mismo?Busco una imprudencia y me obstino a vivir estos retazos,esta renuncia, este ultraje que sueña lo que es. Ahora,he venido a este lugar para sentirme inocente. 
 Qué muerte inmerecida,Pier Paolo;qué forma de fundirteentre las cosas,vos que volabas, y era tu compañerola luna.Cuando la luztemblaba en tu conciencia,cada muchacho hambrientote calmaba el hambre,cada cuerpo calientete daba la mano,y marchabas hacia arriba o hacia abajo,no sé,mirando la pupila de los niños.Te elevaban como ángely proyectabas tu vidaa cada comienzo de la aventura.Descansascon una palabraen la cabeza,con una flor en la mano,con una paloma enmudecidaen cada oreja.Más allá los que amastete dicen adiós,(los que tuviste entre tus brazos)y sollozas, tal vez desconsoladopor ver tanta tristezaal borde de los amigos fieles. Estabas escribiendo un viejo manualde palabras, de actos, de recuerdos,que quedo inconcluso.Allí se adivinaban los ecosde murciélagos, de arañas,de redondas y estallantes flores.Cada página era la historiadel hombre sobre su tierra. Cuando te llamaron para trazarel gran poema de la muerte,caminabas descalzo entre los pétalos,entre las ortigas;y no tuviste tiempo para despedirte:no dijiste adiós;tu voz salió sangrante y espumosapor una herida negra,y tambaleante quedó fijaen la conciencia de los hombres vivos. Ahora todo quedó mudo;bajas al fondo de tu tumbay llevasuna porción de magia,de sábanas inquietas, de manzanas azules ante la quietud del sol. El viento te saluda, las colinas de Roma borran tus tormentos, y tu sonrisa mira los espejos de la vida.Y se refleja.
 La nieve lleva un cargamento de flores entre mis ojos.Lo supe cuando la miseria en su terremoto último quemó sus naves.Estas rayas en mi piel dan pruebas de lo que hablo y digo :el cautiverio de mi cuerpo y sus silencios.¿A quién decirle que la realidad nos acusa de estar ciegospor no haber descubierto la rebeldía?(Un tiempo sin ruidos ha descendido sobre el mundo.)Alguna vez, mientras corría la esperanza,pasé ligero entre decepciones -substancias de la noche-y logré sobrevivir.Entonces se acuñaban fragmentos de colores en tu cuerpo:buscabas el trópico, dulce Úrsula; desde tus pupilas buscabas el fuego en su pozo,tu recuerdo torturante como ensoñaciones de Delvaux;buscabas el trópico... Ahora estoy solo, gritando socorro, culpable o sospechoso;mis límites abiertos a la ciudad que envolverá el insomnio,mareándome en la altura colosal de aquella cuerdapuesta allí para la locura y la desaparición.Lo más obscuro es el mármol con que está construída la caricia:daría mi sal inmediata por una limosna,yo,que recorrí las calles de la lejanía,con mis manos en el hospedaje de las vociferaciones,como si esperara algo -a tí, Úrsula-,quizá al amplio caballo que criaste,y esa pasión por el recuerdo.Yo,venerador de sitios vagabundos,he logrado vivir pasando sobre cautiverios. Narrar la historia de un silencio.Mira: mi corazón reverdece.Brillan aún los alimentos frios, las cáscaras naranjas,pero mi corazón reverdece como exigiéndome un milagro.Creer es aceptar que debajo de las máscaras existen lluvias desprendidas,pedacitos victoriosos de palomas de nácar,cortejos de coronaciónen los que te envolvías para no despertar,pumas verdes bajando hacia el desabrigo de nuestros cuerpos,y esa pasión por el recuerdo,un enigma compartido bebiendo la copa de agua sobresaltada de luz.Un lugar de arena para el deseo de narrar la historia,ese silencio que vuelve.
 Emiliano,ovillado bajo mi brazo,como si fuera un gato,duerme.De pronto, una cucaracha surca su espalda.Pero no es una cucaracha:son mis dedos que lo acarician.Emiliano sueña.Ese sueño opresor: va a dejarme, me lo ha dicho.Nunca más tendré un gato al cual acariciar. En la dura noche espero un maullido que nunca llega. Marzo es el mes más oscuro,pienso.
Poema simple
Autor: Guillermo Capece  339 Lecturas
 que quede la palabra desnudala que sirvesólo ésaésa sólola palabra que tiemble el corazóny que no sea escudoque surja de la nocheque no sea fugazla palabra que salte de la boca yDIGA la única que no pronuncie soysino somosla gozosa que salga de la soledad yse proyecteque no se aferrea los casosy que sea fiel a las cosasdecir alma decir pupilaspárpados miradauna palabraque haga bienque te nombrey que me nombreque en el curso de su vidase bañe en el río tres veceso ningunay que salga impecablepura cierta.
Ars Poetica
Autor: Guillermo Capece  333 Lecturas
 Otra vez el viejo juego.¿El caimán atrapa al sapo, o el sapo salta?Más alcohol en el fondo,donde me busco.Hace años que espero. El caimán siempre gana.
La espera
Autor: Guillermo Capece  366 Lecturas
 Viví una vida alrededor de tus ojos,cuando los más hermosos pájarosque transitaron los fiordos de Noruega,los extraños gorriones que violabanlos altos castillos de New York,cayerondevorándose las alas al igual que nosotrospobresque nos comimos nuestro amor.Quedada la tierra removida en los campos, esperando,los amarillos pétalos de la luna enterrados,las muescas hechas en la sangre de dioses corrompidos,las estuatas de sal en las que nos habíamos reflejado,los olores fuertes y dulces de nuestros cuerposcomo holocausto a la causa eterna de un amoren el que afirmábamos nuestra vida.Pero tus ojostus ojosno fueron inhumados por ninguna mano vengativa.Tus ojos están conmigo y yo lo sé:toda una vida cercándolos fue poco.
TUS OJOS
Autor: Guillermo Capece  335 Lecturas
 reapareces como una paloma confusa,y me traes los años pasados para que estén conmigo. nos vemos, no nos vemos nos miramos en todos los frentes;dicho en otras palabras: ¿reencuentro?sólo en el mapa de la memoria. cómo ahora se queja se aleja mi corazón,se queja bajo una baranda de nieves. Alguna vez, si nos encontrásemos en una habitación fina como un hilo,te diré cómo sucedieron las cosas.
Las cosas
Autor: Guillermo Capece  331 Lecturas
Lo que me gusta de tu cuerpoes el sexo.Lo que me gusta de tu sexoes la boca.Lo que me gusta de tu bocaes la lengua.Lo que me gusta de tu lenguaes la palabra.                     Julio Cortázar   
es la madrugadaalrededor  mixtura de aires tus ojos recuerdan viejos textos de sabiduría (no recuerdo haber amado así)  me acerco y sopla el vientoun arcano suave.tu voz queda rezagada frente a tu cuerpoque se ofrecey esquiva.afuera   los poseedores del dolormurmuran letanías.vagos milagros en toneles de vidrio esperanla palidez que adquieren los enfermos antes de su muerte  (no recuerdo haber amado así)  desnudo palabras atadas a tu cuello(aquellas que no dijiste),cavo trincheras en mi cuerpo  ybrota una alianza entre el vértigo y tu nombre,repetido entre sílabas amadas,cuando solitario te siento partir. pacientes las montañasse moverán hacia la nube que ahora habitas. Yo no recuerdo haber amado así.     
Es la madrugada
Autor: Guillermo Capece  391 Lecturas
Vienen a mí  deshechos de mi sombra. un viejo puñal y su voz la voz de un puñal me persigue. desmantelado   qué hacer. frente a los visillos espío: ellos se están amando se aman   
Soledad
Autor: Guillermo Capece  656 Lecturas
Es inútil;no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendios que forman distantes jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños de la vida;no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.  Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé quedó cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de ese pájaro que vuela hacia el sol,y seduce.  Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia;me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón de los muertos,las brasas apagadas de la despedida.   Obtuve,sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito, y el calendario de agua visitado por el tiempo. Sospecho que algún ángel brotó su sangre y me baña de color hasta sangrarme.    
POEMA V
Autor: Guillermo Capece  359 Lecturas
En mi boca nocturna el amargo deseo porque caen los abrazos, y tu amor se hace pobre cubierto de mundos.Tu amor:¿sabrá que la ciudad vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre las constelaciones sin tu amor?  de quién eres, desolado?de quién? acaso de la furia?de la fuga? del silente frío de todos los inviernos?del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? Siento el amor esperándome, irrenunciable.Me es grato sentir su miedo.  Pero no serás;no serás tú, y yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo, una flor que huela al tiempo que nos queda,una fiesta transparente,un lenguaje encontrado en la mañana aquella en que tomaste mi abrazo y dormimos ciegamente hasta salvarnos.    
 ralátame la noche  te pedíestoy afiebrado para conceder alientoperdónamevoy muriendo en voz bajaeres tú que me acosas con palabras y caosamándome  dicesdices  yel vino deshojado de tu cuerpo abriendo memorias en mi pechote pide:cómo es la nochecuéntame qué parte de la vida es ésapor qué somos actorestú,  desnudo.tal vez tenga que soñarte nuevamentepero sin pensar en mi pielcerremos el infierno.hay quejas en las ramas de los árboleshay quejas en los árboles la fiebre no deja de ofrecerme remordimientos ya no creo en dioses    en las preguntas de los tigresni en tu imagen de aguabañándose en el cielo violeta de algun templo.el fallido nudo del amor me desgasta como el miedo a un hechizo de sombra.adivina ahora que duele mi contorno tan terrestre como tu cuerpocómo son tus manos humanas.yo las conozco.  adivina también quiénes somos.  
                  Era previsible que José tomara para sí las prendas que había dejado Manuel al partir. Pero José fue al tercer dia y sacó trajes, camisas, la remera rayada que tan bien lucía Manuel, las camperas casi sin estrenar, y los jean que colgaban de la percha que decía Hotel Río.José acomodó todo en una gran caja con mucha pena y remordimiento. Manuel ausente,pensaba. Manuel lejos, lejos. A mucha distancia.Había sido la gran desición de Manuel, y él no se había opuesto. Lo había mirado profundamente, eso sí, para saber si Manuel decía la verdad. Pero, recuerda ahora José mientras mira las capelladas tristes de los mocasines, mientras aparta los cinturones más bonitos y arregla cuidadosamente las rayas de los pantalones en el fondo de la caja, él había permanecido callado todo el tiempo, en tanto Manuel lo azotaba con aquella vieja historia de las momias fenicias que Manuel quería estudiar; con esas civilizaciones que le atronaban la sangre, para lo cual había que cruzar el océano,  sumergirse en viejas bibliotecas y conseguir determinada cantidad de dólares. Y había que separarse de todos.Porque había que irse. Cosa de dos o tres años, decía Manuel.La Universidad de Egipto publicaría su trabajo, y entonces todo sería más fácil, soñaba Manuel. Ahora José retiene entre sus manos la camisa azul, la más gastada, la que había usado Manuel aquella noche. Era fácil pensarlo, y también fácil repasar el inglés con Miss Wesson, aquella vieja rubia de los años del secundario, sosteniendo absurdas conversaciones que divertían tanto a Manuel. Y el hecho apasionante de trasladarse luego a Luxor o a Karnak, y viajar después a Turín llamado por las inmensas colecciones del Museo Egipcio, o a Berlín para admirar el perfil casi transparente de Nefertiti, lo deslumbraba.Pero- y José se lo había dicho en infinidad de conversaciones- lo que no era fácil era  trepar sobre las olas, tomar tanta distancia, temblar en mitad del mar, sonreír con una sonrisa incierta.Ahora José mete la mano en bolsillo de un jean de Manuel, y saca unos papeles.Y a la salida del cine aquella noche habían discutido: -viejo, por lo de las momias, parece mentira -había dicho después Manuel; claro por Amenofis o por Ramsés, o sus descendientes.Pero el mar estaba de por medio, estaba el miedo de por medio, y también el insoslayable deseo de José, de que Manuel interrumpiera para siempre el proyectado viaje a la sollitaria Abu Simbel. José lee la carta, la lee, mientras se olvida de apilar la ropa, mientras que una percha quedice Hotel Río se descuelga y cae al fondo del guardarropas. Pero Manuel, obstinado, sabía repetir a tiempo lo que creía que quería para sí: eso de la civilización del Nuevo Imperio, del Valle de los Reyes, de los tesoros robados a los faraones.Entonces José callaba.Y lee que la desición está tomada. Lee que se irá por mar. Lee también que el mar lo atrae,que la obscuridad de la noche lo atrae, y que la conjunción de ambas cosas es como una insolente verdad que acaba allí, donde el horizonte se quiebra obscuramente. José callaba, porque no tenía grandes sueños en la vida; se contentaba con poco, y era feliz.Entonces lee que la desición estaba tomada desde hace mucho, que en cualquier momento la obscuridad del mar lo cubriría...  y, piensa José, los jean se irían empapando de agua salada, como las lágrimas que ahora derrama; y la camisa gastada, la de aquella noche, quedaría como tremenda evidencia.     
Un cuento
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
 Abro la puerta de mi casa pero no hay puerta ni siquiera casa. Hay un camino de tierra hacia el despojo. Vengo a besar a mis animalesdel delirio.A mis peces durmientes.Golpeo la puerta.  Grito para que me abran. Pero no hay nadie. Ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible. Se oye una canción.Pero es el alma hueca de los desposeídos  que llora. A dónde ir? Soy un niño extraviado que se hace amigo de su exilio.  Él conoce todos los secretos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas.                  - Los muertos. Mi canto es para ellos.      
Un poema
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas
       -Buenos días, papá- y era la tercera vez que lo repetía-; buenos días, papá-volvía a decir.Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo, y se internaba en el baño.La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Entonces trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvia en ella imaginando que era el maharajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día,vigésimo de diciembre.Ese diciembre que le calcinaba los huesos, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior,en la pileta de Ricardo.Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas nada más, porque al enfrentarse con el bidet,un chorrito indeciso se asomó por su pijita. Se la metió dentro del calzoncillo, se miró al  espejo, se hizo alguna íntima pregunta que no contestó, y salió para atravesar otra vez el pasillo.-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina:el mate,el café,el té, el vino. EL VINO. El vino era lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza, se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba,en lo llagado de su espalda, en Leticia, (en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. ¿Quién era él?Sí.Le gustaba vestir bien.Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo, siempre que mediara un golpe de teléfono. Y mientras tanto, ¿qué?. Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en Saint Tropez,y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo.Después... su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar, irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma,Milán, eran sin duda lindos lugares. Pero no era eso loque realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían, exactamente, el ritmo que le fijaban sus pequeñas manos.Pero ahora había pasado tanto tiempo... -Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos días, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente -queriendo deshacerse de ese raro remolino de angustia- buenos días, mamá... cómo estás hoy?, buena y linda como siempre, mamá; mi mamá. Aquí traje el papel para los barcos. Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que sentía,ni su gastada melancolía actual.  Él era un hombre simple, gozador delas cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía.No estaba claro para él por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o, en el mejor de los casos, leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces,¿qué era lo que en rigor lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto. Lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso de vino. El lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el lugar que ocupaba mamá en vida. -Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.-Buenos días, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.-Buenos días,papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente. -Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo.         
En viaje
Autor: Guillermo Capece  839 Lecturas
Dulcísimo extremo de tu piel tus dedos son lasgos caminos hacia las cosas. Así, habituadas a maravillarse cuando las tocas, poco a poco se adornan de día, y cuando los llamo, las noches se vuelven espacios límpidos, llanuras imprevistas. Ellos están o se ocultan, albergan secretos de amantes, ignoradas ponencias en la vida, y fuertes nudillos con los que golpeaste aquella puerta que no se abrió, ¿recuerdas? Te regalo azahares para que los toques, viejas estrellas que quisieron reencarnarse, tierra blanca para tu tacto blanco; además, ciertas preguntas que no están en mis labios, y sobre todo la efímera noche de mayo en que tus manos me tocaron.  En el pudor de mi pobreza y tu cita, la caricia que hoy evoco es sólo la inutil cacería de un horizonte en vuelo .   
Palabras
Autor: Guillermo Capece  429 Lecturas
 Estas en mí como un color pintado para el campo   No estás en mí como una moneda fugada   Huyes de mí como la canción que se quiere evocar y el tiempo detiene  No me amaste y te amé sin que nos diéramos cuenta   Todas las manos ausentes se aunaban para acariarme   
Poema breve
Autor: Guillermo Capece  383 Lecturas
sé en que adversidaden qué tiempodentro de cuál misteriose encadena tu alma vano es pensar que te debes a otroso que tus plantas no pisaronlo que el amor frecuenta miro las estrellasla  esperanzada nube tras lo rojoy recuerdo un encuentro entre tus ojos y los mioslos labios pudorosos temblandoahora que te entregas a lo ignoradoque te vasen lo impalpable de la noche.por lo menosdeja que la noche se deshojeque gire es espiral hasta que el alba grite y venacuéstate conmigo. 
DESPEDIDA
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas
 una vez tomé ese tren cantan borrachos en la madrugada los gatos salen de la noche y espían el paisaje trac-trac   trac-trac ah   si se quema el amor   si se viene la muerte con su nube tan oscura antiquísimopor las vías rueda un tren ociosoque lleva a niguna parte del Deseo  el paisaje siempre el mismo: esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen los sueños   tienen los trenes la insinuación de las penasrápìdo ahora  por ese tren corre una lagartija blue (azul o tristeza?) y por las ventanillas   el valle trac-trac   trac-trac  para que el amor no se hunda para que la muerte huya musitando trac-trac   trac-trac    
Tren
Autor: Guillermo Capece  337 Lecturas
 I    la vida es una canallada. II   ése era un tigre que, cuando llegaba el verano, solía apantallarse con un abanico.  III  con el abuelo Tito siempre jugábamos a ver quién se comía antes el plato de tallarines que había servido mamá. IV  un hombre caminó hasta la cima de la montaña. Y allí se detuvo. buscó en su bolsillo, y luego desistió de arrojarse al vacío. 
4minicuentos4
Autor: Guillermo Capece  357 Lecturas
borrar el signo borrar la pena. puedo tocar el deseo de tus ojos. que alguien se apiade de lo que no fuide lo que no hice.  con vino suave la caricia. debajo de mi cuerpo las garras.  la presencia  de lo pasado aún abunda en mi pecho. .....................................................................................................borrar el signo borrar la pena.  pude tocar el deseo de tus ojos. que alguien se apiade de lo que no fui,de lo que no hice. con vino suave la caricia.debajo de mi cuerpo las garras. la presencia de lo pasado aún abunda en mi pecho. 
Borrar
Autor: Guillermo Capece  374 Lecturas
 Me oprime esta vasta espera. Habla de mi condenación y de un dominio. Del hastío por el que cursan las plantas, los licores, las gratas miradas.    Y de un terror: el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas; un momento pequeño en que avisoro la muerte. ....................................................... Me oprime esta vasta espera.Habla de mi condenación y de un dominio.Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,las gratas miradas. Y de un terror:el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas;un momento pequeño en que avisoro la muerte. 
 ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpe y llamala sed que despierta tu cuerpo requerido  romper las reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo    
Ojos
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
 Ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpey llamala sed que despierta tu cuerpo requerido romper la reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo 
Ojos
Autor: Guillermo Capece  460 Lecturas
 Deja que el viento te cubra con mi sonrisa, o la de otro, es igual. Pero que a la pasión se sume tu boca complaciente, y tus manos lúbricas acaricien el cuerpo que has elegido esta vez, en un juego siempre armoniosohasta que llegues a mis brazos,y yo no necesite untar con celos tu figura,en el preludio de una tarde tibia en que tres cuerposse buscan,se juntany desean.   
 ella está loca como las cosas más extrañas,abajo el herido de polvo entreteje las palabras.el poema se hacepero también reclama.en algún universo posible estará el alma de ella.el herido ha dejado de rodarpero ya no tiene a nadie.no es el silencio lo que aturdesino la voz de las cosas más extrañas.ella está ebria:ella ama al veneno cada vez más cercano.casi como en una salvaciónel herido de polvo muerde su destierro.ella abre una caja sin fondoy como último delirio sumerge su máscara aún latiendo. 
 Mi corazón abreva lejos.Me doy por muerto.Yo golpeo mis tripas.Miro la lluvia que me sigue.Inútilmente recompongo mi traje blanquecino.De a pòco mis escasas monedas se obscurecen.Muy quieto observola enramada luz;me enmaraño en hojas de la noche,y salgo a pedir limosna entre los pobres.Soy Juan, el sucio,que me ofrece fumar.Su mano llagada estrecha la mía,y me enaltece.(Su mano más limpia que la mano de un banquero.)Y soy también la cantante loca que en la plaza se aplaude,y muere, tras telón, de frío. Yo, alejado,puedo tocar el deseo de tus ojos,creyendo que el amores un caminante que siempre regresa. (Si volvierascomo una gota de lluvia,como un palacioo una tardecita apenas.)
Recuerdo
Autor: Guillermo Capece  317 Lecturas
                                  Juan Dichoso, changador de feria, vivía en el                                      morro Babilonia en una casilla sin número                                  Una noche entró al bar Veinte de Noviembre                                  Bebió                                  Cantó                                   Bailó                                  Después se tiró al lago Rodrigo de Freitas y                                         murió ahogado.                                                             Manuel  BandeiraPorque no te dieron más que dos monedas,dos látigos en tu frente,tú creíste que estabas muerto,que tu destino era la seda lujosa de la muerte,y bebiste,cantaste,bailaste con ella en escandalosa cita.Tal vez se amaron antes de la definitiva llamada.Tal vez hicieron juntos el solitario proyectodel camino hacia el lago,pero consideraste lo otro:la pavorosa atracción de su voz de sirenaque te llevaba al agua,apretadas las dos monedas en tu puño.En la marea angosta sumergiste tus pies.Tus ojos huecos como sombrapor un momento se extrañaron.Pero ella te empujaba suavemente,y tu coraje de siempre rodócomo el cobre que apretabas."¿Nunca más veré la mañana?""¿Nuca más tendré la mirada de mis hijos?""¿Dónde está el sonido de la voz lejana de mi madre?""¿No hay entre mis fantasmas alguno que me salve?"Despojado,dijiste:"me llamo Juan Dichoso,pero la dicha fue para mí un mantel cerradopor el antojo de los otros,y ahora, yo, Juan, empiezo a entregar la simpleza de mi nombre breve."                                      
Destino de Juan
Autor: Guillermo Capece  305 Lecturas
  Los suicidas tienen las nocheshendidas en las carnesasíantes de ser suicidasfueron heridossabios locosniños santosy queriendo fugarfugaron hacia el todoo la nada.a qué decirel último beso lloradoa qué decirmano extendida   secretoflecha voladorahacia circunstancias imposiblesa qué decirvolverán los suicidassi no vuelvensi reposan o nodetrás del peregrino mantoo de las amistosas coronas empapadaspor la luz del fríoa qué decir si ya no regresala costumbre que tienen los suicidasde anunciar a cada hora su locuraaturde el pecho   lo deshace,y a no decir nuncacuándo es el momento de la muerte:ventana abiertao unas piedrecillassobre la mesa de luzy ya estáya paso todo o comienza
Suicidas
Autor: Guillermo Capece  351 Lecturas
  qué hay detrás de lo que hayni un muebleni una lunani una causa sí   un túnel telefónico:voz a vozsólo tu boca cierta
A pesar de todo
Autor: Guillermo Capece  328 Lecturas
 borrar el signoborrar la pena.que alguien se apiadade lo que no fui, de lo que no hice. con vino suave la cariciadebajo de mi cuerpo las garras. la presencia de lo pasadoaún abunda en mi pecho.
Desierto
Autor: Guillermo Capece  299 Lecturas
 Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso,guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del Bar Humboldt.El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y una remera negra. Silbaba. La espalda grande retozaba dentro de su remera. Me acorde del Tano Fiorelli cuando me dijo que García Lorca explicaba que un hombre de espalda ancha debería ser feliz cuando se acostara porque se daba cuenta de lo poderosa que eran; esto me lo dijo el Tano Fiorelli, porque yo, de libro niaí.Iba al lado de una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: 2 ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies hermosos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al  guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. El hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que mas me atraía era su silbo.-Guachito- le dije- ¿cómo era...?  Tu, tururú, tu... ¿y qué más? Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado, y empezó a silbar.Me pareció tocar el cielo con las manos. Había encontrado el colorido sonajero de mi infancia.
 Se busca un lugar donde el humo sea recuerdo verde.El sabor, muchas horas en la vida. Se buscaun principio para la libertad y la risa. Se buscanpequeñosbálsamostardíos.
 El miedo a la locura me arrastra a cometer otro delito cuando me asomo al paisaje y arde como si yo fuera el culpable. Yo sentí el amor que ama y el que destruye, y creí que del espejo no regresaría. La lluvia me despoja en mitad de un camino que no entiendo,pero el hueso queda exhumando la necesidad del amor. Todo mi tren es un largo viaje como un juguete secreto:esa otra zona, ese otro ritmo que impone lo surcado en la espesuramarca la distancia que yo habito. (Las letanías de la muerte no son la muerte misma, pero traen montañas desrtruyéndose,faros ajenos a pique, la iniciación glacial de un calendario.)   La imposibilidad crece cuando el tumulto nos reclama y el minotauro de la locuracomienza a arder en la cabeza del ser más inocente.
Los juegos
Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
 En la belleza de quien ya no está se forja el poema primero,mientras hablo de suertes pasadas,de paisajes altivos -Praga-,y de alguna caricia que el placer conserva. Tengo la fortuna de querer la oscuridad,como esos castillos volantes quieren la suya. Entonces recupero lo que dijeron desde adentro las palabras,y las suelto como a un violín que repite melodías en tardes ausentes y lluviosas.Esas tardes de Malá Strana. Siento mis deseos cuando sueño cierto barco deshecho en el Moldavaque no termina de naufragar. Encontrémonos   Encontrémonos Dónde nació este lazo cuyo cordón de amor es la zona más hermosa de mi saqueda playa. 
En Praga
Autor: Guillermo Capece  575 Lecturas
 Toma esta voz apremianteque te ofrezco;este asesino que bebe su embate de hielo,sólo para comprender,la mezquina sombrade estar vivo.
Mi destino
Autor: Guillermo Capece  544 Lecturas
 Las torres transmiten entre sí el misterio.Adornado por la historia, un niño, que se llama Guglielmo,sale de la iglesia, y corre.Sobre una colina, viejos castillos medievales.En la plaza de la Cisternael niño vuelve hacia mí, y me pregunta algo.Yo a mi vez le pregunto.Sobre las torres, un silencio inacabable.                                 Guillermo Capece
 Territorio de pájarosmi memoria,se acerca a tu vigilia. Caballos de colores amplios,los recuerdos,cancelan otros ojos. Quizás haya sido un magoquien me habló de típor vez primera,pues no fue el loboque llegué a alimentarcon el polvo azulrecogido de tu cuerpo. Viajo al paísdonde las miradasson pedazos de huellas. Me detengoen el puente de mis manos,y escribo astillas,puños, sinsabores,para que el olvido diga su sangre de bronce. Yo sólo máscaras.Cuando saco una salta otra,y otra, y otra.Hasta que por finsólo huesos.

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