• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpe y llamala sed que despierta tu cuerpo requerido  romper las reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo    
Ojos
Autor: Guillermo Capece  376 Lecturas
 Abro la puerta de mi casa, pero no hay puerta ni siquiera casa. Sí, un camino de tierra hacia la nada. Vengo a besar a mis animales del delirio. Para después seguir huyendo. Golpeo la puerta. Grito para que me abran. Pero no hay puerta; no hay nadie, ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible. Se oye una canción. Sólo es el alma de los desposeídos que llora.¿A dónde ir? Soy un hombre extraviado que se hace amigo de su exilio. Él conoce todos los momentos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas. Me acompañan ahora los colores del cercano campo. Iré allí, y me entregaré liviano a algún verdor que invite  a mi corazón para que dance.  Y la puerta de mi casa se abrirá sin duda como el ala de una paloma que llama.   GuillermoO  Direc.Nac.del Derecho de autor 
                  Era previsible que José tomara para sí las prendas que había dejado Manuel al partir. Pero José fue al tercer dia y sacó trajes, camisas, la remera rayada que tan bien lucía Manuel, las camperas casi sin estrenar, y los jean que colgaban de la percha que decía Hotel Río.José acomodó todo en una gran caja con mucha pena y remordimiento. Manuel ausente,pensaba. Manuel lejos, lejos. A mucha distancia.Había sido la gran desición de Manuel, y él no se había opuesto. Lo había mirado profundamente, eso sí, para saber si Manuel decía la verdad. Pero, recuerda ahora José mientras mira las capelladas tristes de los mocasines, mientras aparta los cinturones más bonitos y arregla cuidadosamente las rayas de los pantalones en el fondo de la caja, él había permanecido callado todo el tiempo, en tanto Manuel lo azotaba con aquella vieja historia de las momias fenicias que Manuel quería estudiar; con esas civilizaciones que le atronaban la sangre, para lo cual había que cruzar el océano,  sumergirse en viejas bibliotecas y conseguir determinada cantidad de dólares. Y había que separarse de todos.Porque había que irse. Cosa de dos o tres años, decía Manuel.La Universidad de Egipto publicaría su trabajo, y entonces todo sería más fácil, soñaba Manuel. Ahora José retiene entre sus manos la camisa azul, la más gastada, la que había usado Manuel aquella noche. Era fácil pensarlo, y también fácil repasar el inglés con Miss Wesson, aquella vieja rubia de los años del secundario, sosteniendo absurdas conversaciones que divertían tanto a Manuel. Y el hecho apasionante de trasladarse luego a Luxor o a Karnak, y viajar después a Turín llamado por las inmensas colecciones del Museo Egipcio, o a Berlín para admirar el perfil casi transparente de Nefertiti, lo deslumbraba.Pero- y José se lo había dicho en infinidad de conversaciones- lo que no era fácil era  trepar sobre las olas, tomar tanta distancia, temblar en mitad del mar, sonreír con una sonrisa incierta.Ahora José mete la mano en bolsillo de un jean de Manuel, y saca unos papeles.Y a la salida del cine aquella noche habían discutido: -viejo, por lo de las momias, parece mentira -había dicho después Manuel; claro por Amenofis o por Ramsés, o sus descendientes.Pero el mar estaba de por medio, estaba el miedo de por medio, y también el insoslayable deseo de José, de que Manuel interrumpiera para siempre el proyectado viaje a la sollitaria Abu Simbel. José lee la carta, la lee, mientras se olvida de apilar la ropa, mientras que una percha quedice Hotel Río se descuelga y cae al fondo del guardarropas. Pero Manuel, obstinado, sabía repetir a tiempo lo que creía que quería para sí: eso de la civilización del Nuevo Imperio, del Valle de los Reyes, de los tesoros robados a los faraones.Entonces José callaba.Y lee que la desición está tomada. Lee que se irá por mar. Lee también que el mar lo atrae,que la obscuridad de la noche lo atrae, y que la conjunción de ambas cosas es como una insolente verdad que acaba allí, donde el horizonte se quiebra obscuramente. José callaba, porque no tenía grandes sueños en la vida; se contentaba con poco, y era feliz.Entonces lee que la desición estaba tomada desde hace mucho, que en cualquier momento la obscuridad del mar lo cubriría...  y, piensa José, los jean se irían empapando de agua salada, como las lágrimas que ahora derrama; y la camisa gastada, la de aquella noche, quedaría como tremenda evidencia.     
Un cuento
Autor: Guillermo Capece  375 Lecturas
Para títengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisaque envuelve con finura de niñoaquellas palabras que alboraban en la noche. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros que se recuestan cuando escriben sus cartas a las nubes. Y las nubes, como porcelanas blancas,diciendo sus secretos. Para tíla proa de un barcogira nupcialmentecuando ocurren los amoresy despiertan. Háblame con esa ternura adueñadaa las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la lluvia cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero deseo,con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme. G.C.    
Deseo
Autor: Guillermo Capece  375 Lecturas
              REPARTO DE COSA AJENA EN EL MERCADO DE LOS LADRONES Nos han dicho que el Poder Ejecutivoes el Primer Podery que el Poder Legislativo que se repartenun grupo de sinvergüenzas fraccionado en "Gobierno" y "Oposición"es el Segundo Podery que la prostituída (pero siempre Honorable)Corte Suprema de Justiciaes el Tercer Poder.La prensa y la radio y la TV de los ricosse autonombran el Cuarto Poder, y desde luegomarchan tomadas de la mano de los demás poderes.Ahora nos salen con que la juventud nuevaoleraes el Quinto Poder.Y nos aseguran que por sobre todas las cosas y todos los poderesestá el Gran Poder de Dios."Ya están todos los poderes repartidos-nos dicen a manera de conclusión-no hay ya poder para nadie másy si alguien opina lo contariopara eso está el Ejército y la Guardia Nacional".Moralejas:1) El capitalismo es un gran mercado de poderesdonde sólo comercian los ladronesy es mortal hablar del verdadero dueñodel único poder: el pueblo.2) Para que el verdadero dueño del Podertenga en sus manos lo que le perteneceno deberá tan sólo echar a los ladrones del Templo Comercialporque se reorganizarían en los alrededores:por el contrario, deberá derribarel mercado sobre la cabeza de los mercaderes.                                  Roque Dalton
no se tu nombrepero tu mirada tiene la presenciade aquellos sentires presentes con un ramo de confesionesentro y salgode mis penas  de sur a nortemodula el vientoel latido de mi confinado centro todo se aquietamientras el teclado del pianose disuelvey de tus dedos desconocidosbrota un escondido vértigo y eres tú que me llamas   
Piano
Autor: Guillermo Capece  374 Lecturas
La suave brisa me convierte en pájaro.La hora de la tarde ayuda a pensar que estoy soñando,y que cerca de mi tumba,los cazadores en duermevelacolocados alrededor del vino, cantan.Cazadores y pájaro, lo mismo.El dibujo gris de mi ventanahabla a mi memoriacomo si yo fuera un pájaro que sueña. G.C. 
Ver pasar
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
  Fueron ojos los ojos que se entronaronpor el golpe de lo blanco de la espuma.Y me amaste como agua mansa que convoca a las plegarias,a la insondable busca del instinto. Matinales,tus trajes rumorosos vuelven a las blancas casas de Santorini.He oído tu voz,y en ella están los mástiles desaparecidos,las viejas cuevas y los trazos de gracia del viejo griego;y una noche en que míré el mar como quien se olvida                                            de sí para siempre.                                   Guillermo Capece                                   
Isla de Santorini
Autor: Guillermo Capece  370 Lecturas
 Otra vez el viejo juego.¿El caimán atrapa al sapo, o el sapo salta?Más alcohol en el fondo,donde me busco.Hace años que espero. El caimán siempre gana.
La espera
Autor: Guillermo Capece  370 Lecturas
La piel de tus ojos resbala sobre mi pecho cuando es invierno.Y en verano mis besos a tu boca acuden;pero en otoño me regalas el paisaje melancólico de la tarde,y en invierno no conocemos frío, sólo caricias nocturnas, y tu cara ríe.Y la lluvia es una espléndida cortina que nos hace correr hasta encontrar la primaveraen los ojos.Entonces esperamos la madrugada para ver los florecidos jardines en el alba. Y te das a mí con tu corazón secreto y tu alma donde las sombras fueron.No hay confusión: eres el lugar donde siempre quise estar.Nosotros no moriremos porque la tierra es nuestra, mora muy adentro.Entonces cantas una canción antes extraña, pero que ahora es clara:habla del amor de los seres que llevan una estrella en la mano,y en la otra la ofrenda que te brindocálidamente.                                                                      G.C.  
Es inútil;no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendiosque parecen distantes jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños del sol;no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé quedó cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de esa alondra que vuela hacia el sur,y seduce.Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia;me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón a los muertos,y vi las brasas apagadas de una despedida.  Obtuve, sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito,y el calendario de agua visitado por el tiempo. Sospecho que algún ángel brotó su sangre y me baña de olor hasta sangrarme.                                              G.C. 
  se busca un lugar donde el humo sea recuerdo; el sabor, muchas horas en la vida; se busca un principio para la libertad y la risa.se buscanpequeñosbálsamostardíos. 
Se busca
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
Soy el camino de mí mismo y la desolación que se abraza a su senda, y tiembla, y borra las huellas para que no lo persigan. Estoy vacío de esos animales etruscos que me regaló la partida de unos ojosgirando al viento.   No puedo confiar en los sueños porque alguien les pone un asesino dentro.  Me acuno cuando no me veo pues la vergüenza tiene el ropaje largo de los locos.  Hoy es domingo, y he estado todo el día ausente.  
En mi boca nocturna el amargo deseoporque caen los abrazos,tu amor que se hace pobre cubierto de nudos, ¿sabrá que la ciudad vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre constelaciones del universo sin tu amor? ¿de quién eres, tú, desolado?¿de quién?¿acaso de la furia?¿de la fuga?¿del silente frío de los inviernos?¿del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? siento el amor esperándome, irrenunciable. pero no serás,no serás tú, porque yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo,una flor sesgada en otoño,una fiesta transparente,un lenguaje propio encontrado entre mañanas sin tumultos.                             Guillermo Capece                      
Preguntas
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
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 qué vértigo se lanza en mía mirartecomo si toda la vida empezarao terminaraen tu cuerpobrasa tersa y dulcemente ásperacamino obligadoa mis manosque nacenpor querer tocartecomo todo yoque soymás netamenteen la esperade la cancelación de la distanciacanción de un vientoaromado de almizcleen la imaginaciónde tu perfume
pronto vendrá la nochey hace falta olvido pequeña aguja de cristalmi amorquiso izarse en el agua a veces un toque de sedasólo por eso pregunto a todos si el corazón duelepregunto, y dicen que sí:su mirada latente y rojay triste sangrando visiones. entro a una sala vacía:es el cuerpo de un animal vivienteque intuye su hallada borrasca  rondan solitarios los mastines en ese instante la cosa sucede:en lo más inesperadoen el momento más salvaje de la sed-cuando nos bebemos el rostro-mi cabeza desmontada queda colgando entonces   el poema claudicante   se diluye.     
vendrá la noche
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
 Sólo me queda una gota de sangre,una roja inquieta gota de sangre.Sólo su sabor, su bronca suave, su ronco sonido.Esa gota quiero que nadie me la quite,que su frontera termine donde mi grito alimenta las márgenes de la vida,donde la noche solitaria me convence,donde una risa, un rostro a construír definen el tiempo inmediato de la duda.Más allá el misterio no alcanza;es la voz que nunca terminamos de escuchar,la fotografía opaca de un domingo,las sillas desvencijadas junto a la mesa de enero.(El tiempo tiene el umbral de la casa paterna.Y la casa está dentro del mismo barrio de los sueños.) De pronto nos hicimos viejos,y la quietud regresa, ese renunciamiento.   G.C. 
Año Nuevo 1998
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
Quién marcó las estrellas para que fueran águilas en el espacio? Qué atributos tiene la parca lluviapara embeber la tierra que dejaron tus huellas?  Por qué mi amor custodió una fe que ahora no poseo? Ramos de madera inquieta me dejaron unos ojos.Y una boca hablada me procura sensaciones pánicas de muerte,cuando doblo en una esquina,y el azar me traeotros alucinados ojosque me mirancomo si fueran mi pecado. 
Caminando
Autor: Guillermo Capece  368 Lecturas
Subyugan como el cansancio de los puertosestas despedidas, estos reencuentros,estas formas violáceas de la muerte. Si no fuera asíen el jardín de tu frentehabría palomas bebiendo. GuillermoO Direc.NAc. del Derecho de autor 
Palomas bebiendo
Autor: Guillermo Capece  368 Lecturas
Quédate un momento conmigo. Tan sólo hasta que el sol aparezca.Soy culpable de vivir el terror perdurable de la oscuridad y tú lo espantas.Qué rutas de tumultuosos miedos habré heredado, qué posesiones me atraena través de locas ensoñaciones; quédate conmigo.Eres una flor nacida para el tacto.Siento la belleza de este día asustado por la culpa de otro día que no regresará.Por favor: quédate conmigo.El momento de escribir este poema, hasta que la mañana apoye en mí sus brazos y sienta el sol en mi cuerpo.Entonces, en el remolino del amanecer, en el penetrante amanecer,pasarás esa puerta. No ahora.Ahora pon tu mano en mi frente, mi frente en el agua, mi aguaen medio del mar.Tal vez otro día comprenda las mudanzas, los festejos de esas callessonando como cuernos de caza; ahora quédate conmigo.Y libérate de lo invisible, suave ser que me acompaña.Siento el vapor de lo oscuro; la vida es un pedazo de bala que pasa por mi boca, mi voz adolece; quédate conmigo...Escribo este poema y soy el que ama las olas mas temibles.Sobrellevo el milagro de lo imperfecto, de lo que yo mismo desconozco.Ahora es medianoche, y como quien se arroja en la tormenta,busco las huellas que alguien como yo ha nombrado.No iré sobre las piedras. No me lo pidas.Tan sólo es el lugar cobarde del amor. Quédate conmigo. 
¿Hasta cuándo los tigres que me habitancomerán de mi cuerpo?Yo que soñaba con caminos,acepto ahora las costumbres de fragmentaciones y de ecos. Ni siquiera los buenos mensajeros me eseñaron las rimas de la noche.  Náufrago en el espejo,ya no espero. 
De nada
Autor: Guillermo Capece  366 Lecturas
       Porque no hay que hacerle asco a la vida, le decía yo los otros días a los muchachos. Carajo: a mí sí que me pateó fuerte. Pero con todo, siempre avanti. Y sí, Pirulo: fijate que si no hubiera sido por la poca suerte que tuve al debutar en el Palermo Palace, ya estaría cantando en la radio.Allí me llevó el caradura del Nene. Me presentó al palurdo ése que se puso a reír, pero después cuando me escuchó le dijo algo al oído, y a la semana siguiente yo debutaba como El gorila cantor, vestido con una piel de mono. Atorrante el palurdo ése.Estaba en la cosa y sabía como enyenarse de guita. Vos conocés la voz que tengo, Pirulo. Me sale de adentro, como si fuera un rezo: por eso elegí ponerme Carlos Dergal, pero el palurdo quiso un nombre que fuera golpe.-Dejate el Dergal, si querés- me dijo- pero para la promoción yo te pongo El gorila cantor, y me salís con piel de mono.El Nene me convenció, y como él era siempre el encargado de llevarme a todos lados, me empujó al Once a comprar un género marrón para que doña Julia me hiciera la piel de mono.El domingo que vino a buscarme para ensayar, yo hacía rato que me había despertado, y me encontró en la cama cantando Shusheta, tanto como para hacer entrar en calor a la garganta.-Servime una caña, Nene -le dije- y servite otra vos.Me preguntó si tenía miedo. A mí preguntarme si tenía miedo... Después me alcanzó la silla y me sentó.¿Sabés Pirulo que lo primero en que pensé fue en el traje? Aunque no me gustara salir disfrazado,porque era asqueroso ponerme la piel de mono... ¡necesitaba ver el traje!-Dámelo- le dije.Me acuerdo que el Nene abrió el paquete y allí estaba: marroncito y suave. Un verdadero traje de mono.¿Sabés que me emocionó y quise probármelo enseguida? El Nene me preguntó si me ayudaba. -No- le dije- yo puedo solo. Porque a veces también me sale el orgullo delante del Nene.  Y arrimó la silla al espejo para que me viera; y la puta, Pirulo, ¡tan mal no me quedaba! Pero había algo que no pegaba: Carlos Dergal no podía salir vestido con una piel de mono, ¡ni soñando! "Claro", me dijo el palurdo después. "Eso lo sabe cualquiera, pibe. Tu futuro está en promocionarte como El gorila cantor."  Pero yo no soy sietemesino; yo soy normal, hermano. Sólo que me faltan las manos y nací con las piernas cortas, pero no soy sietemesino, por eso las cosas me tenían que ir bien, ¿me entendés?Cuando debuté estaba más contento que un novio. El locutor gritaba:-Y ahora con todos ustedes... ¡El gorila cantorrr! ¡El gorila cantorrr...!Y ahi aparecí yo, con mi traje de mono luciente, en mi sillita empujada por el Nene, y te aseguro que estaba más contento que yo.Después vino lo que ya sabés. Empecé con Shusheta..., hice La última curda. El público estaba pegado al escenario para verme. Cuando empecé con el valsecito ese que nunca más voy a cantar, sentí que por debajo del traje de mono me corría algo caliente.Miré al guitarrista por si se daba cuenta. Pero él seguía en lo suyo. Y yo déle con la letra, pero un poco nervioso por la gente que la tenía tan cerca. Y después fue como un chorrito, Pirulo, unchorrito nomas que me llenó de miedo. Pero mientras cantaba el valsecito pensaba: nadie se va a dar cuenta, total es del mismo color del traje de mono. Pero oí la primera carcajada y fue terrible. El olor empezaba a salir de la tarima y llegaba al público, y yo sentía que me mojaba cada vez más.Y el guitarrista meta con el valsecito. Y yo meta con la letra, pero olvidándola por momentos, mirando la reacción de la gente. Las cosas que me decían, hermano. Cagón de mierda, me gritaban, Gorila cagón! A mí, Pirulo, a Carlos Dergal, al gran Carlos Dergal.Y veía que la gente se levantaba y se iba, que una botella errando su camino caia en la cabeza del guitarrista que me puteaba y también se iba. Quedaba yo solo frente a mi destino, Pirulo, yo solo.  Enseguida entró el palurdo, y en vez de componer las cosas, me empujo con fuerza la sillita hasta la salida donde estaba el Nene, y le gritó:-¡Vos y tu amigo se van a la puta madre que los reparió!Y ni siquiera me tiró un papel para limpiarme. Con el traje de mono puesto el Nene me llevó hasta la pensión. ¿Y sabés qué hice cuando me quedé solo mirándome en el espejo y limpiándome la mierda como podía? Me puse a llorar como un pendejo pensando en todos esos hijos de puta que andan sueltos, y se ríen de la desgracia de uno, como vos te reís ahora, y yo siento que no hay nada que hacerle, Pirulo, se rién, y no hay nada que hacerle.                                 Guillermo Capece (año 1979)
Piedrita blanca,  guijarrito, cómo estás, mi vulnerable piedrecita? ¿Cómo estás? Voy a curar tu hambre.Trae ese cuchillo, por favor. Ése, el más filoso,el de punta más aguda.Te lo hundiré en tu último deseo para que respiresdesoladotu inmediata muerte.    
Hola
Autor: Guillermo Capece  365 Lecturas
No veo más que a un niño callando su nombre,mientras la ciudad grita en lo inesperado de la noche. Cuando todos queman hojas a sus piesel niño florece dentro de la lluvia.  La locura de ser otro se agiganta cuando estoy solo. 
Islas
Autor: Guillermo Capece  364 Lecturas
Camina corazón antiguo,la belleza del sol ya es opaca.Candados a mi corazón,y en mi sexo pulseras vanidosas,pues sólo el contacto con su bocalo amontona como si fuera un ave brava.También sus ojos  -porque con solo escuchar sus ojos lo sé-,y sus anheladas manos donde han habido dudas y naufragios,harán, que esta noche,mi cumpleaños canteal amigo que ha venido a desearme.    
sé en que adversidaden qué tiempodentro de cuál misteriose encadena tu alma vano es pensar que te debes a otroso que tus plantas no pisaronlo que el amor frecuenta miro las estrellasla  esperanzada nube tras lo rojoy recuerdo un encuentro entre tus ojos y los mioslos labios pudorosos temblandoahora que te entregas a lo ignoradoque te vasen lo impalpable de la noche.por lo menosdeja que la noche se deshojeque gire es espiral hasta que el alba grite y venacuéstate conmigo. 
DESPEDIDA
Autor: Guillermo Capece  364 Lecturas
Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca. Para tu boca preparé los besos más antiguos que se hicieron nuevos en tu arte de besar. En tus pies he calzado flores griegas que delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu garganta en noches navideñas. Para tí los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio, y tú lo celebraste. Mi sexo enamoró tu sexo en largas sesiones donde tu cuerpo fulgíaentre cardúmenes en el nido de algún mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundirentre rocas amarillas en un ascender y descender de montañas. Ahora,alas, en una tarde,me llevarán silente donde lavas tu traje de espumas infinitas.                                                                   G.C. 
 I    la vida es una canallada. II   ése era un tigre que, cuando llegaba el verano, solía apantallarse con un abanico.  III  con el abuelo Tito siempre jugábamos a ver quién se comía antes el plato de tallarines que había servido mamá. IV  un hombre caminó hasta la cima de la montaña. Y allí se detuvo. buscó en su bolsillo, y luego desistió de arrojarse al vacío. 
4minicuentos4
Autor: Guillermo Capece  363 Lecturas
 Abro la puerta de mi casa pero no hay puerta ni siquiera casa. Hay un camino de tierra hacia el despojo. Vengo a besar a mis animalesdel delirio.A mis peces durmientes.Golpeo la puerta.  Grito para que me abran. Pero no hay nadie. Ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible. Se oye una canción.Pero es el alma hueca de los desposeídos  que llora. A dónde ir? Soy un niño extraviado que se hace amigo de su exilio.  Él conoce todos los secretos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas.                  - Los muertos. Mi canto es para ellos.      
Un poema
Autor: Guillermo Capece  363 Lecturas
Es inútil;no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendios que forman distantes jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños de la vida;no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.  Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé quedó cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de ese pájaro que vuela hacia el sol,y seduce.  Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia;me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón de los muertos,las brasas apagadas de la despedida.   Obtuve,sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito, y el calendario de agua visitado por el tiempo. Sospecho que algún ángel brotó su sangre y me baña de color hasta sangrarme.    
POEMA V
Autor: Guillermo Capece  363 Lecturas
                                     "perdoname Majo", de un graffiti en las calles Carranza                                      y Paraguay, de Buenos Aires.        Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa.     (Me voy retirando, Majo:     en la inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.)     En qué año nací, Majo?     Hace un año? Acaso un mes?     Soy un ciego en algún punto del paraíso.     Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi oscuridad y vuelva a ser el absurdo caminante que te esperaba:mi corazón en el pecho levemente en marcha:"bienvenida, Majo".  No me compares con el aire,  ni con el final de un cuento nunca leído a la luz del sol en plena noche,porque aire y sol son partes del universo,y yo estoy -hace apenas dos minutos- más allá de todo cosmos,viendo con ojos de ciego,nuestros cuerpos untados con aceites chinospara alejar el poderoso olor a la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí.De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejohace apenas dos minutos.  La vida es esto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente; un gran tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor. Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas. Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde en que llovía. Yo conozco la zeta,última letra con la que escribo"zálvenme".   
Arma blanca
Autor: Guillermo Capece  363 Lecturas
Al principio era como una luz enceguecedora. Casi algo que molestaba y maravillaba a la vez. Algo como la liberación. Después, y a medida que se iba acostumbrando, venían esos colores y sonidos esperados por él, conocidos,y eran grandes campanadas metálicas. Don. Din.No. Más fuerte: Don.Don. No todavía, mucho más fuerte: ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!Entonces, sólo entonces, Mauricio caía al fondo de un blando colchón de plumas, y las plumas lo emplumaban como si fuera una gallina, o un pavo real, o una abeja con pesados colores de plumas que se iban adhiriendo suavemente a su cuerpo blanco, casi transparente, tan transparente que Mauricio podía ver, como si estuviera dentro de un espejo maravilloso, su corazón, la vesícula, sus riñones.Y todo se emplumaba de colores diferentes; el cuerpo entero, por dentro y por fuera. Su delgada cara y sus hombros, sus testículos y sus pies, sus pulmones y su cerebro.Aquí no paraba la cosa. Sabía que ahora venía quizas uno de los momentos más felices, cuando las plumas empezaban a caer (sólo las de afuera); pero no era dulce, era más bien fiero, doloroso. Porque las plumas no se desgajaban suavemente, sino que caían tironeadas por Ángela; pero no era Ángela, sino algo que se parecía a Ángela, a su bronca, a su odio, a su dolor, o a su amor. Entonces era el primer tirón, un suave desgarramiento: tal vez de la frente, tal vez del brazo, y salían algunas plumas con el girón arrancado.Mauricio empezaba a gritar despacito, caso complacido, y entrecerraba los ojos; los entrecerraba o los cerraba, como en éxtasis, y decía palabras incomprensibles, pero sentia miedo de sentirse descarnado. Y casi era la felicidad. Porque después la operación era más fuerte. Ángela desgarraba, partía, clavaba sus uñas; Ángela-demonio utilizaba sus manos, clavaba sus uñas y sus dientes. Y las plumas volvían a caer. Pero también los girones de piel, escupidos por los hermosos dientes de la dulce Ángela. Las campanadas metálicas se hacían de seda, y los colores giraban de un violeta espeso a un rojo perfecto. Ángela-demonio presidía la ceremonia como única oficiante, sobre Mauricio acostado en el suelo, boca arriba, boca abajo.Y ahora, con toda la furia, terminaba de arrancar la piel de los testículos, y sólo quedaba piel en las palmas de las manos.Aquí Mauricio gritaba enloquecido pues veía libre sus músculos, sus tendones, y con las palmas quería acariciar a Ángela que se negaba, que permanecía impávida, de pie,oficiando y oficiando interminablemente, cubierta por ese charco rojo que a Mauricio le taladraba los ojos.Después venía la ceremonia más codiciada por Mauricio: Ángela-demonio, Ángela-mutante,se acercaba despacio como una nube francamente rosada por el encierro del sol, y comenzaba la devoración.Un músculo del antebrazo, una vena del cuello, y Mauricio gemía, y entre dolor y placer, casi decía: "Ángela, Ángela", o "me muero, me marchito, dejame, por favor".Pero sabía que Ángela era implacable. Y le gustaba que así fuera. Los gritos de Mauricio se hacían insostenibles.Por lo tanto ya se sabía que Ángela lo besaría interminablemente, hasta comerle la lengua, hasta arrastrarle el paladar, y Maricio se iba a quedar sin paladar y tal vez sin labios. Ahora venía, junto con todo el terror, ese música de Smétana que le parecía campos floridos, quietud, mansedumbre.Ángela feérica y distante, demonio fugaz y persistente, capaz de derribarlo todo con una mirada; Ángela apenas fría, con sus uñas rojas y su pelo tan azul.Y era maravilloso, casi insolente para Ángela acercarse para ver la dulce cara que tenía Mauricio en ese instante. Casi sin cara, apenas ojos verdes,apenas cejas, apenas pestañas, apenas orejas atentas a los timbales y a las cuerdas dialogando entre sí. Pero tan complacido, tan quejoso, tan niño, que a Ángela (esta vez sólo Ángela) le daban ganas de sostenerlo entre sus brazos  y cantarle la misma melodía que se escuchaba retumbar en las paredes. Y luego las paredes caían, pero suavemente, sin estrépito, y Mauricio ya sabía. Ése era el otro y definitivo momento: cuando toda la habitación se abría a la ciudad. Las cuatro paredes borradas por el viento.Ése era el mometo en que Ángela vestida de azul, subía hasta las esferas más azules, y lo poseía casi quietamente, toda Ángela, pero pelo y piel, ella sí piel.Era el mometo tangencial y breve en que Ángela lo poseía, lo anonadaba, o quizas fuera el demonio que lo poseyera; no rojo, no negro, sino circustancial y todopoderoso. O tal vez fueran ambos. Mauricio nuca recordaba con precisión esos momentos. Pero los esperaba al final de la ceremonia.Sabía que eran suyos y únicos. Sabía que podían tardar o irrumpir súbitamente, como por ejemplo en los momentos en que todavía podía besar con su lengua caliente a Ángela o al demonio, o aún después, mucho después, cuando frente al espejo fuera carnadura fresca, rítmico cimbrear de músculos y venas.Y Mauricio también sabía que el momento llegaba cuando la melodia de Smétana se tornaba hambrienta y las paredes del cuarto desaparecían. Después, todo se iba diluyendo. El color azul era celeste, luego blanco, luego sólo la luz de la bombita eléctrica. Las paredes se recomponían y volvían a sostener los cuadros de Gerónimo Bosch. Mauricio se levanta lentamente, se mira al espejo, tal vez sonría; se viste con la misma lentitud. Sabe que dentro de pocos minutos Ángela (¿Ángela?) tocará el timbre y el la besará apasionadamente.                    Guillermo Capece    (1976)
La ceremonia
Autor: Guillermo Capece  362 Lecturas
 Me oprime esta vasta espera. Habla de mi condenación y de un dominio. Del hastío por el que cursan las plantas, los licores, las gratas miradas.    Y de un terror: el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas; un momento pequeño en que avisoro la muerte. ....................................................... Me oprime esta vasta espera.Habla de mi condenación y de un dominio.Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,las gratas miradas. Y de un terror:el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas;un momento pequeño en que avisoro la muerte. 
Soy el exiliado de algún sueño imposible.Los abrazosque acudieron como oficio de los dioses hoy son parcelas divididas en mi pechootiendas de pájaros para la venta o resurrección. Quítame este extraño traje de luto,ampárame,hasta borrar el mendigo que hay en mí.Ayúdame a vertir mi pequeña cosecha en una tierraque no sea minúscula,que no duela el alma.Hasta que la luz, ahora velada,me impulse a salir del pozo de silencios, me cubra para obtener nuevas razones,y pueda sostener, otra vez, tu cabeza entre mis manos.   Ahora sueña mi nombre.Dilo. G.C.  
Nuevo poema
Autor: Guillermo Capece  362 Lecturas
Ese pájaro que en septiembre envolvía dulzura en su plumaje,el enhiesto árbol en que se cobijaba, ese trino armonioso y esas plumas azules que a cada momentoparecían alas dispuestas a volar hacia mi alma,ya no están.Serán azules todavía.Pero el trino se volvió seco.Las hojas se cayeron.Yo me cansé de preguntar.El invierno se poseyó de mí. Es una historia vieja:cantaban los niños entonces,hace millones de años;y yo admiraba ese trino envolvente cuyas notas sonaban como catedrales envueltas en caricias.El pájaro giraba alrededor de mi bolsillo roto,y las migas de pan eran las que él quería.También le daba nueces a comer,pero él deseaba las cáscaras como barquitos,para navegar lejos hasta Londres o Pekín.Y comía las flores que adornaban la mesa.Había un perro infinito que permanecía quieto junto a él.Navegaba solo en un espacio abiertoque era el cuarto donde yo yacía.Pero esto fue hace millones de años.Ahora me cansé de hacer preguntas.Y no hallé certeza alguna.Hasta dudé de que el pájaro existiera.Su trino quiza era un fantasma enrarecido. Ahora hay silencio y silencio sobre el puente que nos unía,y al que los dos, seguramente, habíamos inventado.     
No te duermas sino de a momentos.Un ave recorre el airey envuelve hechizos con sus plumas.Ten un instante para que tus ojosvean lo que digo:el ave vuela cercana a tu lecho.No te duermas.Ten el ojo avisor.Pronto los animales de la irapasarán por tu memoriadispuesta a confundir la lejanía de un amorcon la renacida esperanza.Ahora queda este pobre tiempo para nosotros. Te he mentido.No me juzgues. Tengo amor todavía entre mis dedos.Vuelve a mis labios.Pronto será el amanecer cuando desovan los peces en los mares del caribe,cuando renace el tiempo y las angustias se espantan.Dame tu perdón. Hoy soy un ruego.
Ruego
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas
Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el campo esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda.Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro recuerdo que su propio espejismo,como una fogata de memorias que se consume sin saberlo. Así,tú y yo, hemos de andar todos los caminos,pero juntos, sin abandonos, invadidos por la dulzura extrema de tus ojos.  
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas
Bacoúltimos días del amorsatisfecho sólo por el llantoBacome sumo a tu implacable quererdame de beber el enigma   piedra o pasto-sonidos de aquellos encuentros-para que sostenga mi díacomo en un culto secreto no me he ocupado de mísino cuando tiemblocuando sospecho que ultimanmis deseos(cansado de desear)entonces   Baco   me beboa grandes sorbos   a grandes miedosa grandes huracanes o pensamientos dibújame tu cuerpoo has de mí brebajespara aliviar verdades o supersticionesdonde el amor se abriguey crezcan racimospara tus plenas cosechas.  G-C.      
no busco casani un lugarcitoni piedras preciosasni distrito ni tropas caminé seis horaspara palpar un rostroy ni siquiera eso alcanzó sostener mis manosduró seis mesestres añostres vidasen el afán de buscar una orillay encontrar sólo la mirada empotrada del silencio 
no busco casa
Autor: Guillermo Capece  359 Lecturas
tu disfraz blancocelebrado entre piedraspude tocarlobuscar tu historia en éldeseándote pero al tercer díala lluvia  en silencio  fuela forma muy precisa de tu muerte 
Telón
Autor: Guillermo Capece  359 Lecturas

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