• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 (continuacion)  Pocos, poquísimos, sus pensamientos fueron urdiendo aquella posible historia: en cuanto terminara el año abordaría el avión. Bajar como un pájaro en Mar del Plata planeando sobre la costa no le iba a exigir mucho; aunque estuviera cargada de telas, sabría donde disponerlas, y la luz de Mar del Plata era lo que esperaba para que sus pinceles hablaran por ella.El sueño la fue venciendo y sacudió su mano como despidiéndose del día, mientras se cubrió con la sábana que olía a alhucemas, porque justamente esa mañana ella había puesto debajo de la almohada un ramito  que la regalara Sergio.El día siguiente comenzaría con una bella mañana, e iba a hacer todo lo que esperaba sobre su mesa de trabajo. "Por favor... por favor... no me deje, estoy solo...", le pidióEra un sueño común, como el de muchas noches, pero en éste, no sabía por qué, apareció el muchacho de La Cantábrica.A Julia no le llamaba la atención cuando el muchacho delgado como una rama, le repetía:"Estoy solo..." Ella se animó a tocarle el pelo, y pensó (soñó) con la infancia de ese muchacho en un día cualquiera. En el sueño miró hacia abajo y vió las zapatillas viejas de sus pies, y de nuevo oyó:"No tengo a nadie, no me deje..."Julia sintió un fuerte viento en su cara. Pero al igual que un viento, a medida que se acostumbraba a él, se hacía más tolerable. Miraba la tez oscura del joven, y sólo quería pensar en alguna escena parecida que le hubiera tocado vivir, recordarla con plenitud y compararla con la que estaba soñando, pero obstinadamente el muchacho volvía a decir:"Abraceme, por favor, tóqueme."Este final era más una orden, y claro que la turbaba. Julia comenzó acariciando los pómulos que bajaban al fondo de unos ojos temerosos. Cotinuó besándole las cejas y acariciándole el cuello, hasta que lo abrazó, y se oyó decir muy cerca del oído del otro:"Quiero que seas feliz." Cuando el despertador sonó quiso meterse de nuevo dentro del sueño, pero de golpe tuvo la certeza que allí había terminado, y que ese deseo de felicidad hacia aquel hombre estaba sobre todo dirigido a ella:"Quiero que seas feliz, Julia."Qué difícil era ser feliz. Sonrió. Pero lo que sí le había dejado el sueño era el leve sentimiento de la posesión de ese hombre joven, entrevisto como lleno de perfumes y colores, igual a la mesita oscura que ahora miraba en la sala, con fresias y peonías encima, marcándole un pedacito de ese sueño y de esa noche. Era su pequeña felicidad instantánea.Esa mañana pasaría horas buscando analogías entre maestros de diferentes épocas, para volcar los resultados en un trabajo que leería en la exposición de Mar del Plata. 
  la brisa me convierteen pájaro la hora de la tardeayuda a pensarque estoy soñandoy cerca de mi tumbaen duermevela   los cazadorescolocados alrededor del vinocantan  cazadores y pájarolo mismoel dibujo gris de mi ventanahabla a mi memoriacomo si yo fueraun pájaro que sueña   
 el bailarín de lo sueñossabe que los pájaros despiertancuando su manohace el ademán de la mañana y la lluvia ese presentimiento que es sólouna aventura para ser narrada tanto lo amé que las calles se llenaronde niños cantando su nombre ahora es inviernoy el llanto vuela como un triste violínfrente a mi pecado supe que pertenecía a los abrazos del mundo
Sin titulo
Autor: Guillermo Capece  344 Lecturas
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 he cultivado la flor más difícilgolpeaban sus pétalos y no quise oírlosme adueñaba de todos los silenciosahora soy el que en vano buscó algún deseo:acercarme a tu boca y beberla como un vino sexualpero soy el amante que recibe caricias prestadas que fugan hacia el olvidoquien corre con su angosto perro hacia un sueño sublime no me arrepiento de enterrar mis pies en humedalespero todo el que tenga amor en su mano izquierday en la derecha fuerza para darlodeje por favor   resplandores   soles finos   algunas abejas libadorassobre la vegetación que lentamente me cubre así estaré feliz de tener poco:lo delicado de tus aguas que me ciñenque yo amé con ventura celeste
mientras llegastengo que inundar el miedofabricar un hechiceromentir que existo tu manotocará el fondo de mi pieldonde las aguas precipitanen cascadas invisiblessobre pájaros ajenos las grietas de mi pielson insolentes   respiran sofocadamenteintervienen en un juego de naipesdonde alguien pierdedonde alguien ganadonde caballos al galopeme arrastrancon suaves golpessin perdón ni dudashablan como silbandotedios y adversidadesy yo me sientorápidamenteangustiado corrompido y alegre mi caricia agotada habla de tí(aquella vez cuando pudimos crear hoguerasy quedamos más huérfanosque nuestros encuentrosmás dañados que nuestro posible    amor intacto)  Si alguna vez llegarasrecuerda tocar mi pielmirar hacia un rincónnunca acabadomi cabeza doleráen el centro mismo del mundoyo estaré comiendo mi pobre pan de arrozestaré bordeándote  el deseoconstruyéndome a mí mismotu regreso así hemos de estar:yo con mis viejos botines de muérdago sudadotu engalanado para un breve carnavalcon lugares de árboles y hojas de instantes pero ahora ahora mismoquitaré esa luz que se ahinca en mi frentepara no vertetalladoen mi sangre                      Guillermo Capece
tu regreso
Autor: Guillermo Capece  264 Lecturas
  Anochece otra vez. No me pregunten cómo hago para vivir entre muertos que compiten por un trozo de camino. Sólo quiero decir que estoy un poco loco, que mi cerebro está loco, que ni siquiera los músicos de violín me salvan  de repetir y repetir los crímenes que cometo a la medianoche, cuando los duendes danzan.   Yo erguido pero trastocado,  más pequeño que mi fatiga, y aún más: con mi viejo abrazo triste que sólo una virtud detiene: cuando se prenden los océanos y las casas se despiden lentamente del puerto,y oigo tu voz.   Poco a poco tu cuerpo y mi cuerpo se tocan, se trocan, se recuerdan. Entonces le digo adiós a tu ausencia. Tranquilamente navegamos, tú sin mayor amor, sólo una estrella, no la noche a que aspiro. (Mi miedo trepa y baja en un juego que sólo mi corazón entiende.)  Pero no vengo a maldecir ni a maldecirme. Quiero apenas un poco de los grandes senderos. Estoy desterrado. Ocúltame. Yo fui el que robó arrebatos y cópulas,y en el fondo de tu nombre lloró tu rostro mío.     
Breve historia
Autor: Guillermo Capece  423 Lecturas
Escribir al alba:"Mojados tus ojos en harina morada,siento el brevísimo rayo de luzsin que lastime la sonrisa prohibida,tu sonrisa que tiene la edad de tus piernasconcretas,de donde salen frascos de tiernos venenosque se beben a sí mismos. En las mañanas de verano me gusta mirar el mismo sueño:el alba de tus brazos natales,brindando esos cercanos momentosa mi cuerpo.Abrigo rojo aprendidoentre dos ilusiones,entre dos frentes desnudas,vuelto el amor hacia la gracia,las dudas muertas,y el júbilo vivo al amanecer."      
Escribir al alba
Autor: Guillermo Capece  377 Lecturas
La piel de tus ojos resbala sobre mi pecho cuando es invierno.Y en verano mis besos a tu boca acuden;pero en otoño me regalas el paisaje melancólico de la tarde,y en invierno no conocemos frío, sólo caricias nocturnas, y tu cara ríe.Y la lluvia es una espléndida cortina que nos hace correr hasta encontrar la primaveraen los ojos.Entonces esperamos la madrugada para ver los florecidos jardines en el alba. Y te das a mí con tu corazón secreto y tu alma donde las sombras fueron.No hay confusión: eres el lugar donde siempre quise estar.Nosotros no moriremos porque la tierra es nuestra, mora muy adentro.Entonces cantas una canción antes extraña, pero que ahora es clara:habla del amor de los seres que llevan una estrella en la mano,y en la otra la ofrenda que te brindocálidamente.                                                                      G.C.  
 Sólo me queda una gota de sangre,una roja inquieta gota de sangre.Sólo su sabor, su bronca suave, su ronco sonido.Esa gota quiero que nadie me la quite,que su frontera termine donde mi grito alimenta las márgenes de la vida,donde la noche solitaria me convence,donde una risa, un rostro a construír definen el tiempo inmediato de la duda.Más allá el misterio no alcanza;es la voz que nunca terminamos de escuchar,la fotografía opaca de un domingo,las sillas desvencijadas junto a la mesa de enero.(El tiempo tiene el umbral de la casa paterna.Y la casa está dentro del mismo barrio de los sueños.) De pronto nos hicimos viejos,y la quietud regresa, ese renunciamiento.   G.C. 
Año Nuevo 1998
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
 Nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos. Entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero.  Vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz.  El que mira a través de tus ojosno es un ladrón,sino el que robó tus ojos. Habito roces,aviones que parten o no,lucesrelámpagos en mitad de una cuevaantes de convertirse en rito. "La mitad de mi corazón es tuyo",   dijiste.O de los diablos, digo,o de las sirenas terrestres. Aparece, dime de una vez. Cerraré los ojos para dejar de soñara un hombre que fue colgado de las cuerdas más infames,por sus renunciamientos. Si corres por la senda no mires atrás:la estatua de sal,el muro de sal,te esperan. G.C. 
 Vivo sin saber que la noche se mueve cada vez que me invadecomo un mar obligado en busca de su orilla. De los nardos, de lo más pesado de la memoria,hasta la parte más indefensa de mi corazón,la noche,con sus cruzas de aves silvestres, levantó el verano,y fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo. Pienso en su encierro total hasta que el alba regresa,en su impiedad para con los hombres que muerencuando refleja su reino entre múltiples estrellas,en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga.   Ahora,ella baja nocturnamente,y me condena a jugadas tercamente hechas,y a un final impredecible. G.C. 
         Por los ojos escribo en la ciudad de los labios,cuando se evocan los placeres, y tu beso..., como magnífico instante.En la ciudad de los labios amé tus brazos heridos, y sólo por tu estancia entre las flores que derrochaban melancolías,quedaba rezagado el murmullo del hambriento. Yo tenía necesidad de tanto. Por eso había comprado para tí las cuatro lágrimas que derramé en la siesta,un mantel de nácar que tenía plantado un árbol por los duendes cuyas raíces ocupaban el mundo.(Yo tenía necesidad de esa música.)Y compré una casa a orillas de mi corazón invisible,que no fue habitadasino por la desesperación de nuestra sed. De momento comemos del plato de nuestra hambre,y la caricia que fue cúspide,ahora es la opaca sensación de nuestro cansado amor. G.C. 
Decepción
Autor: Guillermo Capece  540 Lecturas
 Regresa a ese mar que te contuvocomo capítulo mínimo de una noche.Invocaremos las más sagradas piedras,aquellas que se deshacen sobre los sueños que tuvimos.Regresa, regresa.Aunque yo sepa que lo que ha cursado su destinono vuelve,regresa. Dame un sueño,una luz para poder mirartedesde los atardeceres, que es tu color cuando se disuelve y agrega todo el tiempo en que estuvimos juntos.Estoy loco de ausencia,esa  voz que ignoramos desde siempre; regresa. Te espero con la música que olas inventaron  desesperadamente, hasta inscribirse en tu piel:un caracol quemándose en la cintura de un marvertiginoso y antiguo. G.C.  
Regresa a ese mar
Autor: Guillermo Capece  541 Lecturas
 Abro la puerta de mi casa, pero no hay puerta ni siquiera casa. Sí, un camino de tierra hacia la nada. Vengo a besar a mis animales del delirio. Para después seguir huyendo. Golpeo la puerta. Grito para que me abran. Pero no hay puerta; no hay nadie, ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible. Se oye una canción. Sólo es el alma de los desposeídos que llora.¿A dónde ir? Soy un hombre extraviado que se hace amigo de su exilio. Él conoce todos los momentos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas. Me acompañan ahora los colores del cercano campo. Iré allí, y me entregaré liviano a algún verdor que invite  a mi corazón para que dance.  Y la puerta de mi casa se abrirá sin duda como el ala de una paloma que llama.   GuillermoO  Direc.Nac.del Derecho de autor 
 El alcohol me hace ver tus ojos celestes verdes para el amor violetas dulces después de llorar negros temblando caravanas de recuerdos el alcohol te hace a mi vera una promesa cuándo una mentira ahora el alcohol en el fondo interminables tus ojossuelen desvanecerse cuando los llamocuentos los minutoslos centavosy tus ojos me rodean plateadosmás alcohol en el fondotus ojos me rodeaninterminables tus ojos  suéltalos de ellos es el mundo éste mundo que se oculta a los humanos pero que es único y es el que compartimos de tus ojos es este mundo y la casa que no nos cobija  un gran amor brujo la embriaguez en los espesos márgenes de mi persona el alcohol en medio de ángeles reunidos estos instantes de fuego que trae la memoria perdurablemente tus ojos  hacen daño me miran      
Como si la muerte hubiera herido tus ojos,como si el mar te helara con espinasy te dejara soledad en franca arena,así,rotundamente te quiero.   Ahora sé que eres feliz, mientras yo me enmaraño en hojas de la nochealguien protege tus días. Pero nadie conoce mi forma de amar:amo con desespero,amo con la inmediata angustia de perder,cuando una flor llovizna,me cubre con un lazo,y lo que encuentro,es un adiós inacabable,como si un pájaro de luto cantara sólo en las auroras amargas,como si la muerte hubiera herido de súbito a mi corazón pleno de reminiscenciasy no tuviera nada más en qué envolverme. Dime que caen los días. Que no tengo que esperar a que cambies de nombre.Que golpeas  ya a mi puerta,y tampoco soy yo el que te abre. Guillermo CApeceDirec.Nac. del Derecho de autor    
Confesiones
Autor: Guillermo Capece  676 Lecturas
gg              Mi madre comía tierra.Metía en su boca terrones oscuros, y los deglutía.Lo he dicho. Luego de masticar nos daba en la boca, disuelta en su saliva,a mi hermanita y a mi,una pasta imposible que tan pronto comíamos como vomitábamos. Nos dejaba en una cama sin sábanas,y se iba. Nos levantábamos;íbamos donde estaban nuestros vómitosy jugábamos con ellos.Hacíamos círculos con una pajita en el charquito. (Nuestro juguete,nuestro pobre juguete.) Vendía su cuerpo en la calle,ella, nuestra madre.Pero estaba enferma y sucia. No volvía a casa esa noche.Aunque en su paseo no encontrara a nadie. Mi hermanita y yotampoco encontramos a nadie. GuillermoODirec.Na.del Derecho de autor                 
Cuento-poema
Autor: Guillermo Capece  634 Lecturas
   Cómo decirte que te amo/que en tu mundo yo he prendido una flor nueva/robada en los torreones donde el viento juega con las nubes/cómo decirte que tu corazón late junto al mío/ bajo los días oscuros/yo sé de tu inquietud y de tu miedo/pero debes hacer silencio/aprovechar la dicha nueva/y si puedes,/amarme aunque sea un cargamento de espinas/donde las aguas se precipitan/en cascadas invisibles/sobre pájaros ajenos que cantan sólo en las auroras amargas/las nubes se traicionan unas a otrasy forman otro cielo// Un dulce y temeroso perfume/llega entonces a envolverme/y veo tu rostro desnudo,mientras            sobre nosotros                                caen                                     los días.  GuillermoDC.N. del derecho de autor 
           Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el campo esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda.Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro recuerdo que su propio espejismo,como una fogata de recuerdos que se consume sin saberlo.                                                 Guillermo Capece  
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  925 Lecturas
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 Un poco de aromoy otro poco de perdón,mis ojos rodarán por tu cuello,y sé que en el tumulto de tu breve huída,encontraré el templo buscado,donde manzanas y caneladen a mi cuerpo el olorque tanto necesitas.                                    Guillermo Capece
Pequeño poema
Autor: Guillermo Capece  898 Lecturas
                Yo deseaba caminar por el jardín de la señora Eulalia, o encontrarme con don José, asi de improviso, tal vez en la calle, para despuntar juntos esas conversaciones que no nos llevaban a ninguna parte, pero que sin embargo nos entretenían. Y también soñaba con volver a conducir el forcito hasta el empalme, como todos los fines de semana, para ver a Mabel.Pero era imposible: había que estarse ahí, aguantarse a que lo vinieran a limpiar, a clavarle agujas por las zonas más insospechadas del cuerpo; a que los doctorcitos lo olfatearan como si uno fuera un hueso podrido. Y aguantarse también a la caba de la Sala Cuatro que tenía prohibido tener revistas, y cuando pescaba alguna la hacía pedazos o se la llevaba.Todo empezó a andar mal la vez que yo me di cuenta: no fue una visión rápida, como si una lamparita se prendiera, no; fue mas bien una noche en vela, acompañada por una mañana angustiante, seguida por otra noche con posibilidades de dormir, pero impidiéndomelo el viejo de la 407, Sala Cuatro, que se moría, se moría, y no había nadie a su lado, ni la caba para quitarle al viejo el Clarín que hacía tiempo no leía, y sin mirarlo, decirle que estaba prohibido.Me fui dando cuenta de a poco: yo también iba a morirme, sin ganas de comer el puré o la sopita liviana, como decía la mucama.Entonces entraba la luz de la luna por la ventana y azulaba la pieza.  La sala parecía nevada por el azul. Y era cuando yo tenía ganas de levantarme, salir, por lo menos ir a despedirme de la séñora Eulalia; sentía ganas de encontrarme como de paso con don José y decirle simplemente: "Vió don José, la vida es así", porque la resignación me había ganado, la resignación era toda mi alma, y seguramente también el cáncer que me pudría. Y hasta tenía ganas de acariciar a mi forcito y dar un último paseo hasta el empalme para ver a Mabel.Pero estaba en esa cama que lo único lindo que tenía era esa luz que la cubría, y yo pensaba en la luna y las estrellas ... Pero, ¡carajo!, ¡qué me importaban las estrellas! Sólo deseaba dormir tranquilo, y mentiras que estaba resignado: quería vivir, pero sabía que con desearlo no lo iba a conseguir. Los médicos no me lo decían, la caba esquivaba mi mirada; la monja solamente hablaba de Dios. Pero en el fondo yo ya lo sabía, y seguro que me iba a encontrar en algún lado con el viejo de la 407, Sala Cuatro y juntos, por lo menos, putearíamos a la caba. Y soñé que me moría, que la caba veía algo rojo dentro de mi boca, y lo sacaba, desparramándolo por la habitación mientras un raro lagarto estaba atento para devorarlo.Otras veces soñaba que Mabel me reanimaba: soplaba en mi boca porque me faltaba el aire, y era como si el aire de Mabel no me alcanzara, y la muerte fuera eso nada más: un golpe negro en el corazón, y dejar de respirar para siempre.Y de día eran angustias diferentes pero parecidas; era observar la cama 407 que había estado ocupada por el viejo, y verla ocupada por otro moribundo, pero joven, demasiado joven para sufrir su dolor, y además tener que aguantar las humillaciones de los mediquitos y de las enfermeras. Se llamaba Manuel, y yo sabía que también Manuel iba a morir.Pero el dolor de Manuel era llorado por una hermosa parentela, que se retiraba de su cama cada vez que Manuel preguntaba con su mirada.Es tonto decirlo, quizas insignificante, pero yo envidiaba a Manuel, porque su recortado territorio, estaba siempre ocupado con alguien: una rubia que lloraba con una dulzura que producía extasis; una mujer mayor que ocupaba pañuelos y pañuelos, y que vaciaba frascos de colonia en la cabeza de Manuel; y por fin por un niño con cara de paz, ignorante tal vez de la tragedia, haciendo globos con su chicle que a veces estiraba hasta donde alcanzaba el brazo. Yo estaba solo. La señora Eulalia no se acordaría de mi, siempre tan preocupada por sus geranios y sus plantitas de estación. En cuanto a Mabel era como una compañía de fin de semana, una tierna amiga con la que se hablaba de cosas ligeras y fáciles; inútil incomodarla.Todo era mirar el techo: aquella pequeña rajadura que le hacía recordar el rostro de don José; pobre, qué viejo era. Qué tonto era en sus respuestas, tan obvias, tan poco razonables... Sin embargo, qué lindo sería que viniera a visitarme para charlar naderías.De manera que lo único que restaba era envidiar a Manuel, desear ser Manuel, pensar en alguna rubia que hubiera pasado por mi vida, pensar en mi madre, y en Tito,mi sobrino, desfachatado y locuaz como el muchacho del chicle. Todas las noches los sueños volvían a mí con sus pisadas tenues al principio, para desencadenarse en pesadillas donde veía el confluír de varios ríos, y yo en el medio, tratando de nadar; Mabel ahogándose cerca de mí, pero a pesar de eso tendiéndome una mano, queriéndome salvar, aunque distante, cada vez más distante, cada vez menos Mabel.Me despertaba gritando, con sed en la boca, y tenía la necesidad inmediata de mirar hacia la 407 a ver si Manuel estaba, si se movía. Luego me tranquilizaba, pero sabía que a la noche siguiente mi pesadilla iba a terminar justo en el borde de la cama de Manuel, en el momento en que lo percibiera con vida. Ése era el límite.¿Y cuando Manuel no estuviera? Aunque bien podría desaparecer yo antes que él. A menos que todo sombríamente coincidiera, y Manuel y yo... En ese caso pensaba que por caridad, y porque yo había preguntado muchas veces por él, y además por el hecho de coincidir raramente en el día y en la hora, sus deudos se repatirían también en mi cama, y alguien, quizá la rubia, quizá la madre, me cerraran dignamente los ojos y un pañuelo de colonia inglesa me mojaría la frente, hasta que viniera la caba a arrancármelo.A partir de ahí los caminos serían diferentes. Él se iría a una bóveda o a un nicho. Yo seguramente iría a parar a una bodega, a un sótano, o a una mesa de estudiantes, si nadie me reclamaba.Poco después vino el suero, gota a gota alimentando mi cuerpo, gota a gota sosteniéndome, para que hasta el final, hasta que no se pudiera más, fuera algo parecido a un hombre.   Por aquellos días cambiaron a la caba. Me di cuenta porque mi otro compañero de cama, el de la 409, Sala Cuatro, leía las revistas en cualquier momento, y también porque vi a la caba reemplazante cambiándome la botella de suero sonriéndome.Todas las mañanas me registraba el pulso, controlaba si las gotitas bajaban, me hacía la cama. Aquí se producía un extraño hecho que me desconcertaba. Quiero decir que la nueva caba, cuyo nombre lamentablemente no sabía, me hacía cosquillas en las plantas de los pies para que yo los encogiera. Así ella estiraba más cómodamente la sábana, la metía debajo del colchón, y se iba.Todos los días la misma actitud: apartaba dos sábanas del montón, se dirigía a mi cama, me rascaba la punta de los pies, y terminaba su tarea con toda facilidad.Al principio pensé que las cabas eran todas personas extrañamente enfermas, y que las elegían así a propósito. O que a las más raras las mandaban a cuidar enfermos moribundos como castigo.Después pensé que a raíz de su propia enfermedad no podían tenerles respeto a los moribundos, porque para ellas era lo mismo cuidar de un gato o un perro que de un hombre próximo a morir. En realidad a mí me faltaban fuerzas para enfrentarla, para decirle eso de la compasión y de la piedad que ella había olvidado, porque sentía una nube girándome por la cabeza, y los dolores se hacían cada vez más intensos, sobre todo ése, que habiendo bajado por todo el cuerpo, ahora parecía detenido en el hígado. Sí; mi fin estaba próximo. Ni siquiera podía incorporarme para ver la cama de Manuel,y reconocer si todavía estaba él, o ya era reemplazado por otro.  Mucho después pensé, y ya cuando el suero había hecho su parte, cuando me pude incorporar para ver -ahora sí, claramente- la cama de Manuel vacía, e imaginarme a Manuel no encerrado en un nicho, sino dando vueltas por el aire, contento con su libertad, recitando a gritos estrofas de algún verso mal aprendido en el Nacional, repartiendo flores a los vivos (las mismas que le habían llevado a su velatorio), pensé, digo, que tal vez no me estaba muriendo. Y fue como una pequeña llamita de dicha, una llamita elemental, alimentada quizá por algún susurro de Manuel, o por un verso mal dicho, o por una flor caída al costado de mi cama. Sin duda Manuel estaba detrás de esto, sobre todo, cuando Clara, la caba, seguía insistiendo en hacerme cosquillas en los pies, cada vez que venía a cambiarme la sábana.                                        Guillermo Capece (1976)
Sala Cuatro
Autor: Guillermo Capece  322 Lecturas
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  corre lo gris del díala libertad no se viveel parque suma lo infinitoa tu penay aún no te ha ocurrido nadapero todo pesaporque abandonaste tu corazónentre hojas torturadasy no quieres volverte avanza este viejo día y hoy tampoco cumpliste con tu deseo de besarlo          Guillermo Capece
  La sombra de tu cuerpo se demora,eco fragante, centro de este lechodonde mi amor te abrió la voz y el pechobuscando el balbuceo de otra aurora. No te olvidan las sábanas, añorasu lino el rubio juego, tu deshechopelo de espigas, el ardido trechodonde la flor de la delicia mora. Bajo un silencio de topacio, el ríode nuestra doble fuga arde en su espumacada vez que mi mano se reposa en este lecho donde fuiste mío.Tu queja vuelve sobre tanta plumacomo tu sangre desde tanta rosa.                                      Julio Cortázar 
En esta estación que no es inviernotengo toda la ansiedad al no poder encontrarteentre tanta gente que se busca.Por qué fijamos ese destino que nos ata,donde no sabemos si definitivamente hemos de ser uno.En secreto te amo, pero estoy sordo; inmenso y complejo nuestro amorbaja por las vías de un tren perdido,y a secas muerde unos labios deshabitadoscon huellas de otros amores.  Pasa gente sin calmar mi dolor porque no te hallo.Pasan vendedores de frutas, de globos,de cinturas, de malogrados días,y la esquina, de pronto solitaria, se abre hacia un pationunca perdonado,igual a la esquina donde yo te esperéy tal vez estuviste.Ahora los vendedores de ilusiones pasan riéndosede mi pesar. Mientras yo secretamente los maldigo.                              Guillermo Capece  
Desencuentro
Autor: Guillermo Capece  887 Lecturas
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   a cada minuto surgen dudasqué haré entonces?cada palabra es una puertase abre o no según caprichospero en el mediopero en el miedoqueda tu boca cesante
Tu boca
Autor: Guillermo Capece  304 Lecturas
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  Revisa mis ojos:algo se mueve en ellos en enmarañada trama.Me siento separado de la tierra, con fuego en las pupilas.Acabo de matar a un hombre.No sé qué designio me guió,pero hubo una luz trágica en mi puño,una pasión insatisfecha,una pluma de ave tocando el fondo de mi garganta,voces anudadas dirigidas a uno-atributos de poseído-bailando sobre palabras extranjeras.Oye, revisa mis ojos. Qué idioma debo hablar sino el de mis entrañas.Maté a un hombre. A Sebastián.No me arrepiento.Aquí está la sangre ineludible, el duro pozo.Fue una tropilla de angustia acosándome el pecho(tan investido de tiempo,de terror de hombre solo),y un momento pequeño en que apreté el gatillohasta la fiereza inflexible de la bala.Maté a un hombre.Mira ahora mi cuerpo lánguido lejos de algún paraíso inabordable.Mira la nieve caer sobre mis ojos.Me llamo Sebastián y mis ojos lloran.                               Guillermo Capece
  mamádónde está tu hijocomo cuando era chicome buscaban y estabasentado al lomo de una mula   lejosahora   perdido entre mis propias ascuassoy un hombre cargado de simplezasmamáempieza a llovery mi mula de niño se empapalevanta su cabezapareciera que sonríepero también ella llora una vez conocí el mar   mamáya no me acuerdome dijeron que era como un ríopero más profundorío austero como fue tu cariño sedentario y débilevanescentehuidizo como esa lluvia que caemamádónde está tu hijouna música de oboe me recorre el cuerpofugado yome atrevo a morir   ahora es el silencio el que acude.  Guillermo Capece     
Carta
Autor: Guillermo Capece  315 Lecturas
 en el muro una despedida:"sed de amparo cada noche"pero no hay respuestanadie escribeal ladodebajoencimani borra lo escritoen mis sueños    amparopara mis huesos   amparo el arlequín ríeno comprende lo antiguo de la queja
En el muro
Autor: Guillermo Capece  281 Lecturas
Lluevemansamentesobre mi corazónalgunas arrugasescribo lo mismo:tus labios lejanosy me repito:tus labios lejanossoy Guillermo   un hombre cargado de simplezaspero también   el gladiadorel que operó en la ciéganapara tantear un cielo nocturno donde un planeta gira sin saberloy obtuvo una sola respuesta:"la suerte está echada".   
Vienen a mí deshechos de mi sombra un viejo puñal y su voz la voz de un puñal me persigue desmantelado   qué hacer frente a los visillos espío ellos se están amando se aman la tierra frente a miun intenso perfume me impide acercarmesilencioellos se están amando
Vienen a mí
Autor: Guillermo Capece  446 Lecturas
Suelo escuchar las débiles sensaciones de  los pájaros,los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión                                               de una tarde cualquiera.Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo                                              en el final de unos ojos.Sólo tuve la falta del verano y la exigua sonrisa de un niño                                              invocando el hastío.Una flor nacida del silencio en alguna cosnpiración nocturna.Sí, la vida tiene dolorosos avatares:miel y miedo por mitades hasta desolarse ella misma en una miradaque yo descubro por ser el más oculto de los hombres.En la luz que me abandona cuando trazo un poema que también es pérdidacomo mi lejana sangre.Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinacioneslas viejas fotografías que repasamos en nuestra memoria.Lo que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.                                                    Guillermo Capece                       
Desposeído
Autor: Guillermo Capece  358 Lecturas
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 Ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpey llamala sed que despierta tu cuerpo requerido romper la reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo 
Ojos
Autor: Guillermo Capece  464 Lecturas
 Estas en mí como un color pintado para el campo   No estás en mí como una moneda fugada   Huyes de mí como la canción que se quiere evocar y el tiempo detiene  No me amaste y te amé sin que nos diéramos cuenta   Todas las manos ausentes se aunaban para acariarme   
Poema breve
Autor: Guillermo Capece  386 Lecturas
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.En mis labios ya están, invisibles, tus labios.                               William Ospina Nota de G. Capece : cómo me hubiera gustado escribir estos simples y delicados versos.                                
 reapareces como una paloma confusa,y me traes los años pasados para que estén conmigo. nos vemos, no nos vemos nos miramos en todos los frentes;dicho en otras palabras: ¿reencuentro?sólo en el mapa de la memoria. cómo ahora se queja se aleja mi corazón,se queja bajo una baranda de nieves. Alguna vez, si nos encontrásemos en una habitación fina como un hilo,te diré cómo sucedieron las cosas.
Las cosas
Autor: Guillermo Capece  334 Lecturas
en el muro una despedida "sed de amparo cada noche" pero no hay respuestanadie escribe al lado debajoencima ni borra lo escrito  en mis sueños amparo para mis huesos amparo  el arlequín ríe no comprende lo antiguo de la queja. 
En el muro
Autor: Guillermo Capece  337 Lecturas
  se busca un lugar donde el humo sea recuerdo; el sabor, muchas horas en la vida; se busca un principio para la libertad y la risa.se buscanpequeñosbálsamostardíos. 
Se busca
Autor: Guillermo Capece  369 Lecturas
 descifrar nombres es otro encantamiento que olvidotal vez unoel más recienteel más cuidadosurgecuandouna flor llovizname cubre como un lazoy me entrego caminanteal fríoa las laderas de mi cuerpoa las silenciosas memorias de tu sal.
El pasado me atasi dibujo el retorno de tu rostro,y vuelvo a él, impensadamente,para entregarme como ofrenda conmovida,como sueños trotando en las noches...,si dibujo el retorno de tu rostro,y siento que el pasado me ata. 
Señales
Autor: Guillermo Capece  404 Lecturas
no se tu nombrepero tu mirada tiene la presenciade aquellos sentires presentes con un ramo de confesionesentro y salgode mis penas  de sur a nortemodula el vientoel latido de mi confinado centro todo se aquietamientras el teclado del pianose disuelvey de tus dedos desconocidosbrota un escondido vértigo y eres tú que me llamas   
Piano
Autor: Guillermo Capece  374 Lecturas

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