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Fui buscando esas palabras, las más bellas que encontré, las que expresan sentimientos, las que encierran el poder, de iluminar las penumbras, de dar consuelo y placer de acariciar como madre, de besar como mujer y sonreír como un niño de inocente candidez. Seleccioné esas palabras con celo, las reservé y las guardo en la memoria para confiarlas a él. Por ser la más pequeña, me tocó aguantar y sufrir las chanzas de Carlos, mi hermano. Era la consentida de papá y lo aceptaba con naturalidad, sin pensar que esa preferencia, pudiera atraerme celos fraternales. Antes de salir para su trabajo, dejaba en mi mesita de luz, unas monedas, sabía de mi gusto por algunas golosinas que evité comprar a partir del día que Carlos me mostró la foto de una mujerona robusta y peluda, de cabello rojizo y ensortijado, como el mío y aseguró que así me vería, si seguía comiendo tantos dulces. Cuando la vi, quedé tan impresionada que lloré toda la mañana, no fueron suficientes las palabras de mamá, para calmarme. Dejé los dulces y los alfajores con una determinación sorprendente para mis cinco años. Comencé a guardar el dinerillo, en una cajita de polvos de arroz, regalo de tía Sandra que conservaba el leve y delicado perfume con que yo la identificaba. Carlos, dispuesto a fastidiarme, entró a mi cuarto, en el momento que depositaba las monedas del día para acrecentar mi tesoro, sus ojos expresaron admiración y codicia, pero en mi inocencia no cabía la desconfianza Esa tarde, lo noté muy concentrado, cursaba el tercer grado y leía de corrido. Me impresionaba su conocimiento, lo envidiaba secretamente, me acerqué para ver su libro y contra su costumbre de cerrarlo para excluirme de su selecto mundo, me enseñó, cordial, los árboles que ilustraban la página. Esa amabilidad debió alertarme, -Ana –comentó – En Menlo Park, el señor Edison, sembró monedas. Primero salieron unas plantas que con el tiempo se convirtieron en estos árboles que ves, pero en vez de frutos, daban brillantes monedas de oro. Me miró directamente a los ojos, como para trasmitirme su intención, cosa que logró sin mayor esfuerzo. – Corrí a buscar mi cajita de polvos de arroz y escoltada por el muy bribón, enfilamos para el jardín. – ¡Un momento- dijo- esto debe ser un secreto!, si alguien más se entera, todo se malogra. Escuchó mi promesa de mantenerlo, sacó una azada del cuarto de herramientas y empezó a cavar. Una vez que las monedas fueron cubiertas por tierra, la aplasté y emparejé con mis manos, corrí a buscar la regadera para acelerar el crecimiento. Todas las mañanas, apenas terminado mi desayuno, corría para ver los progresos. Con tanto riego, empezó a salir un pasto apretado y tupido que observaba con inocente arrobo. La imaginación me representaba los futuros árboles, cargados de brillantes monedas que tintineaban al roce de la brisa. Me recuerdo, a la hora de la siesta, junto a la supuesta fortuna, contándole a mi muñeca, mis planes futuros. Le compraría un cochecito para pasearla y vestidos muy bonitos. Quiso el destino que papá enfermara, vivíamos al día, el dinero escaso, no era suficiente para comprar los remedios. Vi a mi madre triste y preocupada ante la difícil situación. Conmovida, abrazándola le dije: -Mamá, no estés triste, te daré todo mi dinero, porque soy muy rica. Ella acarició mi cabello y sonrió entre lágrimas. Corrí a buscar una cuchara y escarbé en la tierra húmeda. Me costó entender que había sido engañada, mamá, al enterarse, reprochó a mi hermano su actitud, pero no con el rigor que mi frustración exigía. No sentí dolor por la pérdida de las monedas, sí por el engaño y por las burlas de que sería objeto. Lavé mis manos percudidas de tierra. A la hora de cenar, no levanté la cabeza, para evitar la mirada burlona de quien me traicionó. Sentía una cosa en la garganta que me impidió tragar los alimentos, besé a mamá y me retiré, profundamente dolida. La voz de papá, que me hablaba con dulzura, me rescató del sueño, bien entrada la mañana. Atiné a preguntarle si ya estaba curado – Sí mi princesita, contestó, el amor de ustedes, mi familia, ha hecho el milagro. Me incorporé feliz mientras me acercaba las pantuflas. Después de asearme, fuimos a tomar el desayuno.- Carlos, dijo mi padre, una vez que terminamos, -tendrás que dar una explicación muy convincente para ser perdonado por ese acto abominable que cometiste con tu hermana. Lo estaba pasando muy mal, su cara se puso roja como un tomate, empezó a balbucear y no se entendía lo que hablaba. Pidió disculpas, prometió no hacerme más objeto de sus chanzas y burlas, después sacó de su bolsillo una caja de fósforos con monedas sucias de tierra. Estiró su mano para alcanzármelas, pero habían dejado de interesarme, ya no deseaba ser rica. Con algo que entonces ignoraba que fuera legítimo orgullo, le contesté: -Si lo que hiciste fue para quedarte con ellas, nada más, me las hubieras pedido. Papá, me levantó en sus brazos, me llenó de besos y escuché de sus labios el mejor elogio que recuerdo me hayan hecho en la vida:- “Ana es mi genio y figura” Las promesas de Carlos, no fueron cumplidas, muchas veces más tuve que sufrirlo y ya no estaba papá para ayudarme. La vida, me enseñó que es una forma de entrenamiento para crecer porque a medida que trascurre, van sucediendo hechos que nos enfrentan con gente poco escrupulosa y es necesario estar alerta. Me convertí en una mujer adulta, al recordar aquellos episodios, el del tesoro, me vuelve a la edad de la inocencia, Quiero leer en tus ojos. Que ellos mismos lo confirmen. Lo prefiero a tus palabras, estas podrían mentirme. Tus ojos me dicen todo, trasparentes y sinceros. No te sientas ofendido, si te digo lo que siento. Manejas bien el lenguaje, te sientes en tu elemento. Sabes usar las palabras y elaborar pensamientos muy bien logrados, a veces impecables, aunque inciertos. Adornas con tanto esmero tus encendidas arengas seductoras, convincentes y escasas de sentimiento. Quiero que sean tus ojos. Mejor que lo digan ellos si lo que tu boca dice, es en verdad lo que creo. Alguien, que vive muy lejos, tiró sus penas al mar, las arrastraron las olas, las que vienen, las que van. Caminaba por la playa, cuando las penas llegaban, traídas por la corriente y dejadas a mis plantas. Yo, que he lidiado con penas, las conozco demasiado, Las cargué sobre mis hombros y las retuve a mi lado pero no por mucho tiempo, simplemente por un rato, y no para masoquearme, sólo proponer un trato. Sentada junto a las penas, un cuento, inventaré donde ellas, serán penas, yo, actuaré, de yo, mujer porque quiero que comprendan y las haré comprender la importancia que detentan, cuando cumplen su papel. La belleza no sería si no es por la fealdad, Lo dulce, sin lo salado, El calor, sin frialdad Los vicios sin las virtudes La piedad sin la impiedad…. ¡Las penas, imprescindibles para la felicidad! Ellas me observan calladas, han dejado de penar ¡Pero siguen siendo penas, Lo serán hasta el final! Como “ males necesarios.” por los siglos de los siglos, con ese rol seguirán . Ya no mientas más Pinocho, que la nariz te ha crecido En ella salieron ramas, hojitas y han hecho un nido, una pareja de alondras que alli encontraron cobijo. Piensa, querido Pinocho que pronto vendrán sus hijos Es necesario que tengan, buenos ejemplos. Colijo, que si se enteran que mientes, se mudarán a otro sitio. Lo importante es que no mientas. La mentira es un delito Puede acarrear consecuencias fatales, porque es un vicio al que algunos se acostumbran y hasta se vuelven adictos. Todo lo que a mi me gusta, es lo que más me hace daño, como amarte, por ejemplo. En eso, nunca me engaño. Y aunque no seas para mi, lo que yo ansío que seas, si así lo dispuso Dios, será como Dios lo quiera. No sólo lo he de aceptar, con grande resignación. Lo que El disponga es la ley y yo, soy la sumisión El cielo se abrió en un desquicio de centellas y relámpagos que hicieron temblar a los despavoridos ángeles. En cimbreantes ondas, en las profundidades tenebrosas, estallaron las fuerzas subterráneas engendradoras de horripilantes seres que a saltos ó reptando, confundidos en la caótica noche, buscaron refugio en la oscuridad. El rojizo amanecer iluminó la tierra herida y resquebrajada. De sus entrañas todavía humeantes, emergieron criaturas deformes mezcla de humanoides y reptiles, espantadas de sí mismas y de las otras, volvieron a guarecerse en sus madrigueras. Esperarán la oscuridad para obviar diferencias y será propicia para establecer vínculos. Los engendros de las tinieblas, dominan la tierra nocturnal. Gertrudis termina de secar la vajilla y guarda cada elemento en su lugar, como Helga, su patrona le enseñó. Los platos hondos, a la izquierda de los playos, los de postre a la derecha. Los cubiertos, en el cajón con divisiones, cuchillos, tenedores, cucharas soperas, de postre y de café. Repasa la mesada con una rejilla impregnada de un agradable desinfectante que a la vez desodoriza y deja brillantes las superficies que toca. . Camina por el pasillo de servicio hasta su habitación, se quita el delantal y alisa su falda de lana. Del estante bajo del placard, saca un cepillo que frota enérgicamente sobre sus zapatos negros. Se coloca el abrigo y un pequeño sombrero de paño sobre sus cabellos escasos y descoloridos. Hurga en el pequeño bolso hasta encontrar la llave de la puerta de servicio. Se asegura de haberla cerrado y va hacia la calle por el sendero de grava. Antes de salir, sorprende a un gato vagabundo que ha conseguido rasgar las envolturas que tan cuidadosamente preparó para incinerar y por el agujero abierto, asoman los restos sanguinolentos de una mano, que el hambriento animal se empeña en mordisquear. El rostro de la mujer, palidece, toma una piedra de uno de los canteros del jardín, con un golpe seco la estrella en la cabeza del felino. Necesita varias bolsas de residuo para recomponer la estropeada y otras para meter al gato. Rocía todo con algo que huele a desinfectante para asegurarse que no se repita. El encargado de llevarlos carga los bultos en la caja de la camioneta.. . El camión se aleja calle abajo, rumbo al incinerador. Ahora puede decir que ha cumplido su tarea. En el camino se cruza con la señora Matilda. y Berta, su sobrina – Buenas tardes Gertrudis, ¿ Llevaron ya a su patrona? Con la cabeza baja, Gertrudis responde, - Si señora,. Se quedará hasta su convalecencia. Cuidaré de la casa hasta su regreso. Voy a la iglesia a rogar para que sea pronto. Saluda respetuosamente y se aleja. - Berta, querida, ¡Qué daría por tener una empleada como Gertrudis! Tan fiel y abnegada, Créeme, Helga no la merece, veinte años que trabaja para ella, siempre la trató peor que al perro y hasta la obligó a abortar cuando su hijo, ese canalla que murió en Marruecos, la embarazó. No le tuvo piedad ni consideración. - Creo en la Justicia Divina , pero a veces, siento tambalear mi fe. Las mujeres se alejan. La brisa del atardecer, juguetea con las hojas de los árboles.. Crucé aquel viejo sendero que a tu casa me llevaba, un frío día de enero… para qué, si ya, no estabas. Tu casa daba tristezas, tristezas que contagiaban, los árboles, deshojados, paredes descascaradas y un oprimente silencio que mi garganta cerraba. Comenzó a silbar el viento aquélla antigua canción que sonó como un lamento, el lamento de un adiós. Volví a cruzar el sendero de tu casa hacia la mía. El viento soplaba fuerte, su canción me perseguía quizá para recordarme que ya nunca serás mía. Aquél día me juraste que nunca me olvidarías. en mi pecho, sollozabas y triste, me repetías que en ese mismo lugar, en el que me despedías, me esperarías, ansiosa, por el resto de tu vida. Pasaron algunos años, de infiernos, que transcurrían con tu imagen como norte en las noches y en los días. Soportando lo indecible, sabe Dios lo que yo hacía, por procurar las riquezas que tu padre me exigía para acceder a tu lecho y gozar tus regalías. Al cabo de tantos años de sufrir y de sudar conseguí juntar el oro con el que iba a conquistar la voluntad de tu padre y conducirte al altar. No era el mismo que se fue, el que llegó cierto día. con un arcón de dinero, la piel ajada y curtida sabor amargo en la boca y la mirada sombría. En un relámpago vi, todo lo que no veía desde el día en que partí a perder el alma mía. Dejé el arcón en el suelo, con una nota prendida “Para amortizar favores, aunque nunca los reciba” El amor no se negocia, muy tarde lo comprendía Apurado trepé al barco, que a la mar me volvería, En mi pecho, el corazón, redoblaba de alegría aliviado de presiones que me amargaron la vida Hinchaba el viento las velas y el barco a la mar se hacía. Desde los primeros tiempos, los hombres se congregaron. En tribus, clanes, familias y pueblos, se organizaron. Bajo las leyes divinas, que su existencia rigieron, la de preservar la vida, siempre tuvo el primer puesto. Fue hasta que un joven rebelde, de la tribu de Judá transgredió con sus acciones, llevaba por nombre, Onán. Las leyes del matrimonio, lo obligaron a casar, después que murió su hermano, con su cuñada, Tamar. Al no haber otras opciones, sólo le restó aceptar. Dispuso su corazón, la ley divina, acatar, cuando surgió otra cuestión que lo hizo. volver atrás. Los hijos por él procreados, no serán hijos de Onán hijos del difunto hermano, lo serán y de Tamar. Primogenitura y bienes, todo, lo van a heredar Furioso, Onán, se rebela, no lo puede tolerar al saberse desplazado, su codicia, puede más. A las leyes del Talmud, será ajena su intención. No preñará a su mujer, aunque se lo ordene Dios. Sobre la tierra, eyacula, es una punible acción, desperdició la simiente, la vida no preservó, Dios castigó ese pecado, con la suya, se pagó. No me trates con desdenes, Ni pretendas que te ruegue. El amor es, o no es, sin que medien intereses. Tal vez, no eres para mi aunque me cueste aceptar, nunca he sido de rogar. Por donde vine, me iré. Seguiré solo el camino y sin mirar para atrás. Me guiarán las estrellas en el largo caminar. No perdí, ni busco nada. Lo que sea, así será. Amigos, siempre se encuentran, Amores…ya se verá. La mujer subió trabajosamente la cuesta. Cada día que pasaba, le costaba más hacer la caminata desde su rancho de adobes, hasta esa parte del cerro. Era un ritual obligado desde hacían exactamente, quince años. Aunque había pasado todo ese tiempo, se oprimía su corazón cuando la memoria reproducía, uno a uno, los momentos que precedieron el trágico acontecimiento. Fue una mañana especial. El cielo de la puna se veía más limpio y sereno que en mucho tiempo. Levantó a su guagua de pocos meses y con la destreza que da la costumbre, lo aseguró sobre la espalda, como hacen las mujeres del altiplano y pueden, con sus manos libres, dedicarse a otras labores. No olvidó su acuyico de coca, hábito ancestral, que da resistencia al hambre y a la fatiga y atenua los efectos del apunamiento. Se encaminó hacia el cerro a buscar entre las piedras los yuyos sanadores que su marido ofrecía a la venta en el poblado. Al llegar a una explanada, la guagua empezó a llorar. Sentada bajo la mezquina sombra de un cardón, le dio de mamar. Se satisfizo enseguida y se durmió. Para trepar más aliviada, en busca de otras especies que crecían a mayor altura, improvisó con la pañoleta un lugar, junto al cactus, para dejar al niño. Entre las ranuras de la piedra, aprovechando la escasa humedad que por allí se colaba, encontró muña-muña, matico, copa-copa, barba de piedra, vira-vira, rica- rica, entusiasmada por la profusión de yuyos, se iba alejando, sin notar que un cambio climático, empezaba a dar señales. Dió por terminada la tarea, metió otras hojas en la boca, aseguró el atadijo y comenzó el descenso. Un rayo, en seco, la cegó con su resplandor y enseguida el trueno sonó como un amenazante bramido que fue propagándose por los cerros de colores. A los saltos, bajó sin fijarse en los raspones y heridas que le producía, en brazos y piernas. el roce de las rocas, volvió a iluminar el cielo otro rayo que cayó muy cerca. Con espanto vió al cardón encenderse como una gran antorcha, el mismo que eligió para proteger a la guaguita de los rayos del sol. En su desesperación, por socorrerlo tropezó y su cabeza golpeó con la roca. Cuando recuperó el conocimiento, del cardón sólo quedaba un resto del tronco carbonizado y una espiral de humo que terminó diluyéndose en el aire. De la guagua un montoncito seco y retorcido, entre negras cenizas de los trapos que le sirvieron de cuna. Los restos, cuando llegó el marido, lo enterraron en el patio de su ranchito, bajo una cruz de cardón seco, hecha con sus manos ásperas y curtidas. Junto a lo que quedó del niño, enterraron sus sueños y las ilusiones de futuro. La chola, terminada la tarea de recolección, baja del cerro con un desgano infinito. Murmura una oración frente a los restos carbonizados. En la oprimente soledad de la puna, los altos cardones, se asemejan a mudos centinelas, que, indiferentes, contemplaran las tragedias de la vida, En Sao Pablo, una niñita, de pelo rubio dorado, no quería ser amiga de los negritos de al lado. Los negritos, muy amables, la invitaban a jugar La niña inflaba globos con su goma de mascar y en la cara de los niños, los hacía reventar. La niña, usaba un triciclo, de tres ruedas y algo más, Su padre, lo que pedía, enseguida iba a comprar para alegrar a su niña. Ella, siempre pedía más. Los negritos, le bruñían el triciclo de color. con la infundada esperanza de llegar a usárselo Lo primero le gustaba, pero prestárselos, ¡No! A medida que pasaba, el tiempo que ya pasó La niñez dejó la niña y en mujer, se convirtió. Los negritos se cansaron de humillarse y de rogar. armaron una comparsa y salieron a bailar. A todas las recepciones, a los negros invitaban Su contagiosa alegría, a todos los contagiaba. Y los negros muy felices a todas partes viajaban. Compraron triciclos de oro, también alguno de plata. La mujer de pelo rubio, no había cambiado nada, Caprichosa, demandante, nadie, nadie la aguantaba. Su padre pensó en casarla, pero nadie le gustaba, Cansado de renegar un día huyó de su casa La rubia se quedó sola, rodeada de cucarachas. No le gustaba limpiar, la mugre se acumulaba. Con su terrible carácter las sirvientas espantaba. Llegaron hasta su puerta, con triciclos de oro y plata Los negritos, ahora negros, un buen día a visitarla. Ella no los recibía. Cerraba puertas, ventanas para que nunca supieran que se volvió cucaracha Los negritos, ahora negros, pacientemente esperaban, pero tenían función y se fueron de su casa dejándole de regalo los triciclos de oro y plata. La Historia de cinco negros y la rubia, Cucaracha El día que no te nombre, el día que no te quiera, no seré más, quien yo soy. Es posible que no pueda. Es difícil de entender, ni yo misma lo comprendo como creció en mi interiorlo que ahora estoy sintiendo. Si ya eres parte de mi No se cómo ni porqué Hace un mes te conocí. Qué me pudo suceder? Algún hechizo será que ha trocado mi destino. Hoy no concibo la vida, si no te tengo conmigo. Cuando pasaste a mi lado se acrecentó mi esperanza, no me explico tu mudanza, ni siquiera me has mirado. ===== De lo nuestro, has olvidado, lo que selló nuestra alianza, lo que afianzó mi confianza en este amor que has falseado. ===== Me dejas muy agobiado. Sin tu amor no hay esperanza. Me voy triste y desolado. Nunca mas seré tu amado. Perdido en la lontananza, mi sentimiento, humillado Una vez amé y me amaron, pero el amor se extinguió. Caminé y arrojé al río las cenizas de ese amor. Volví a amar y a ser amada. En resguardar al amor, puse todos mis afanes sin cometer un error. Por exceso de cuidados, suele asfixiarse el amor. Y lo tuve que aprender a cambio de un gran dolor. Sin arriesgar sentimiento, dejo mi vida pasar, pero si tengo que amar pongo todo en el intento. . Si he transgredido la ley, impuesta por el Señor, quien te puso en mi camino tiene la culpa mayor. Si me aparté del sendero, de rectitud y de honor por seguir tras de tus pasos, olvidándome que yo, hice antes un juramento y al verte, se me borró. Perjuro, también me llaman. Tal vez sea con razón. Quebranté la fe jurada, juré en falso y aquí estoy Estrujándote en mis brazos. No encuentro otra solución Entre todas mis condenas, elijo este mal menor. No encuentro en mi corazón, signos de haberte querido. Ni en mi memoria retengo, recuerdos de amores idos. Si algún día nos quisimos, eso ya se terminó y tuve la precaución de dejarlo definido. A otra cosa, mariposa. Tu contigo, yo conmigo. Ojalá, no se te ocurra, Que sigamos siendo amigos. No guardo rencor alguno. Lo pasado ya pasó, Enterrado está mejor. Por su sendero cada uno. Que todo te sea leve y que logres ser feliz. Lo mismo voy a intentar. Dios querrá que sea así. Volveré, solamente para verte. No lo sabrás porque estarás dormido. Sellaré mi promesa con un beso, un beso húmedo, mojado de rocío. Después me iré por el camino oscuro, que está obligado a hacer el que ha vivido En otro tiempo, me amabas y vivimos con firme sentimiento y amor puro. Ahora, no. Ahora todo es diferente Solo soy una sombra sin destino, un ánima que avanza hacia el olvido pero quiso antes, dejar sobre tu frente, un beso leve, fugaz, definitivo. Quien más te ama, te herirá, me dijo mi madre un día. Ahora se que es verdad. aunque antes no lo creía. Lo que dijiste, no alcanza, si vamos a analizar, ni para herir, ni matar, tampoco para ofender. En las cosas del querer, esto nos suele pasar. Cuando la cifra es impar, siempre puede suceder, quien sobra debe aceptar, si no, desaparecer. No quisiera agregar más. No hay culpable ni inocente. Sigue feliz tu camino. Que Dios te tenga presente. Después que el amor se va, el alma, sin rumbo, queda, sin saber lo que será, en un futuro de pena. En busca de algún recuerdo, deambula por los rincones, que la conecte a un pasado de encendidas emociones. No se resigna al olvido. Cuando fue amor verdadero, mantiene, como un tesoro, vivencias que compartieron Si llegara un nuevo amor, el alma se vuelve cauta, con temor de repetir experiencias fracasadas. Partí sin mirar atrás, sólo recuerdos, llevaba, Recuerdos de algún amor, amor que se deshojaba entre el polvo del camino y el viento de la mañana. En el viaje, comprendí, lo mucho que yo dejaba. entre las frías paredes de aquélla casa cerrada. Dejaba mis ilusiones y buena parte de mi alma Sin poderla reprimir, una lágrima, brotaba, y otras más iban cayendo, sin que pudiera hacer nada. Una niña que observó, a su madre, preguntaba: ¿por qué llora la señora? ¿será porque nadie la ama? ¿Si le ofrezco mi muñeca, se aclarará su mirada? Y me la llegó a dejar sólo por verme calmada. Sonreí de la ocurrencia, entre lágrimas saladas. Ella se puso contenta, al ver que ya no lloraba Le devolví su muñeca. El camino, me esperaba Es tiempo de Navidad. Junto a todos los amigos, felices por esta fecha que nos encuentra reunidos. Es tiempo de Navidad Y muy buena la ocasión de proponernos ahora, ser cada día mejor. Es tiempo de Navidad nuestras copas, levantemos y en un brindis, coincidamos por lograr un mundo nuevo. Me acarició, dulcemente y me dejó malherida. No pude recuperar la vertical de mi vida. No voy a esperar por otras de esas, sus dulces caricias. Con una fue suficiente, para arruinarme la vida. Y sigo pensando en él Y él, ni siquiera me mira. ¿Sabrá que es suya la culpa, de tanta ilusión perdida? Como tantas otras veces, salió a esperarle al camino, con un vestidito blanco, mantilla de encaje fino, zapatos de tacón alto y anillo de compromiso. El que un día él, le obsequió con un radiante zafiro. Chavales que la conocen, se acercan a festejarle, ¡Ole, por la linda moza! ¡ Bendita sea tu madre! Sonríe a sus conocidos, jamás les hace un desaire. Camina hacia la estación, el tren no tarda en llegar. Los viajeros se dispersan, pero el que espera, no está. Es tarde, todos se fueron, ella, sigue en su lugar. Su vestido, está arrugado, la mantilla, deslució, el zafiro del anillo, lentamente se opacó. El tren ha vuelto a partir y sigue esperándolo. Llega a buscarla su madre, tras sus pasos, dócil, va. La acuesta en su tibia cama mientras le canta la nana, que de niña, la arrulló. Pero ya no es una niña, es una mujer mayor. Dulcemente se ha dormido. El sueño le dibujó, en la boca, una sonrisa, que despierta, no logró, al escuchar sus palabras y el sonido de su voz, en amoroso mensaje que el oído registró: - “Vuelve a esperarme, mañana, que yo vendré a la estación”. En el cielo, amenazante, las nubes se desplazaban. En oscuros remolinos, sobre si mismas, giraban. Por un momento, el silencio y la visión, embargaban al corazón de temores, de miedos y desconfianzas. Y no era sólo por mi, a mi pequeño, llevaba, abrazado contra el pecho. Con su manita apretaba un mechón de mis cabellos , que el viento, le arrebataba. Mi corazón, junto al suyo, mi temor le trasladaba, sin poderlo contener. Sus ojazos, reflejaban, todo lo que yo sentía, la misma desesperanza. Un silbido, escalofriante, de otra dimensión, venido,heló la sangre, en mis venas y laceró mis oídos. Un furioso torbellino, se movía a mis espaldas, absorbiendo y arrojando, lo que a su paso, encontraba. Apreté fuerte a mi niño y de rodillas, caí, cubriéndolo con el cuerpo y sentía tras de mi, una fuerza incontenible, imposible de eludir. Ni se el tiempo que pasó, no lo podría decir. El silbo, no se escuchaba, cuando los ojos abrí. Desolación y silencio tras su carrera dejó.La furia de aquel tornado, nuestras vidas, respetó. Con mi niñito dormido, le di gracias, al Señor Siento que desnudas mi alma, con una sola mirada y otras muchas me condenas, con una sola palabra. Es que tienes el poder de derribar mis murallas, de avasallar mis defensas y de conquistar mi plaza. Y yo, ¿qué podría hacer, si me encuentro desahuciada? Entregada sin remedio al influjo de tu espada. Algo me decía que sus intenciones eran las peores. No es que yo tenga poderes especiales.Lo vi desde mi ventana, acercarse por atrás, lento, observando cada movimiento, a la espera de la ocasión justa, para precipitarse y atacarlas sin darles la oportunidad de escapar. Fue así, como lo cuento. Con un grito que me paralizó, se precipitó sobre ellas y sin compasión las mató. Las pobres hormigas, sin siquiera darse cuenta, pasaron a mejor vida. Aquel árbol que yo viera,no daba flores ni frutos,Ni era buena su madera,era un árbol, como muchos. Sin embargo eran sus hojas, pendientes de finas ramas,que atrajeron mi atención,cuando las vi que danzaban.y era tan sutil la danza tanta armonía de ver! De entretenida que estaba partió, sin mi, el viejo tren. Los avatares del destino, que la había elegido para consumar su obra, la trasladaron desde su añorado Tucumán, hacia el Río de la Plata. Allí, más aún que en su amada provincia, la vida, para una mujer humilde, carente de instrucción y de relaciones era extremadamente dura. Recién comenzaba el siglo XIX. Las restricciones laborales, sociales y comerciales, impuestas por el Virrey, en nombre de Su Majestad Española, abrumadoras para los residentes de sus extensas colonias de América, se potenciaban para sus habitantes nativos. Manuela era una mujer fuerte y saludable, tenía las manos curtidas por el trabajo, la tez oscura. El rostro aindiado se iluminaba con los destellos de su mirada. Una más entre tantas que desde los estratos más humildes de una incipiente sociedad, comenzaban silenciosamente, a construir los cimientos del futuro. Cuántas mañanas la vieron pasar hacia el arroyo, junto a otras mujeres de su misma condición, entonando una copla, con el atado de ropa sucia, que una vez lavada sobre las piedras, extendía para que se blanqueara a la luz del sol. Una vez limpia y seca, pasado el mediodía, regresaba a su rancho para seguir con sus otras ocupaciones. Planchar, cuidar de la pequeña huerta, preparar la mazamorra las sabrosas empanadas y los pastelitos que deleitaban a una clientela que continuamente aumentaba. No escatimaba esfuerzos y se daba tiempo para todo, hasta para ponerse linda y esperar ansiosa la llegada del amado, las pequeñas compensaciones de la vida. Corrían rumores sobre la incursión de barcos ingleses que habían sido avistados próximos a las costas de Quilmes. La ciudad, desprotegida, el virrey sin tomar medidas adecuadas para contrarrestar un posible ataque, en sus arcas, el oro que debía ser enviado a España, era un motivo más que suficiente para alertar de una segura invasión. . Los acontecimientos se precipitaron, el 24 de junio, las naves inglesas al mando del comodoro Popham llegaron a la Ensenada de Barragán, Liniers ordenó abrir fuego, lo que les impidió el desembarco. Las naves al mando de Beresford, al día siguiente ocuparon las barrancas de Quilmes después de dispersar a Pedro de Arce, quien les salió al encuentro con sus milicianos. El virrey, no tomó ninguna medida para proteger la ciudad, pero puso a salvo los caudales despachándolos en varias carretas hacia Luján. Con los ingleses pisándole los talones, siguió huyendo con el tesoro y su familia, con fuerte escolta, a buscar refugio en Córdoba. El día 27, Beresford entró en Buenos Aires y asumió el cargo de gobernador. El esposo de Manuela, como todos los hijos del país, no podía ocultar su impotencia. Mientras ella le ofrecía un mate, hablaba sobre su decisión de unirse a las fuerzas del capitán de navío, Santiago de Liniers. Como la mayoría de los que se alistaban para la defensa, carecía de armas y de preparación militar. Suplirían las carencias con el entusiasmo y el valor que les confería el deber de recuperar la tierra que los vió nacer y la certeza de estar haciendo lo correcto. Manuela, callada y atenta, asintió con los ojos húmedos y un presentimiento nefasto que ahuyentó con un gesto de su mano. Ahí mismo tomó también una decisión irrevocable: acompañarlo en la defensa del terruño. Su noble corazón no admitía que sólo él se expusiera al peligro. Estaban unidos para las buenas y para las otras. Nada dijo, temía un rechazo, ya se las ingeniaría para planear la forma de ayudar, podía llevar agua y alimentos, siempre se puede encontrar una manera de hacerlo si hay voluntad, y eso, a ella le sobraba. Continúa..... -Yo no tengo condiciones, ni nací para estudiar, Le dice Juan a su padre, que llega de trabajar -¡No quiero ir más al colegio, no me pueden obligar! -Está bien no te preocupes, lo que deba ser será. Si lo tienes decidido, nadie te va a presionar. No tendrás que ir a la escuela, si no quieres estudiar. La alegría del muchacho, es difícil de ocultar Ni en sueños, él suponía que pudiera doblegar el carácter de su padre, con tanta facilidad. El discurso preparado, no tuvo que recordar. Su gran triunfo, a los amigos, se muere por comentar, aunque antes, lo para en seco, el llamado del papá. - Acércate, todavía, tenemos que conversar. ¡En esta casa se estudia, la otra opción es trabajar! ¡Los ignorantes y vagos aquí no tienen lugar! Será mejor que te vayas tempranito a descansar La jornada que te espera, mañana… ya lo verás. no será fácil y espero que la puedas soportar. - Peeero…. Yo nunca hice nada, dónde me van a tomar? -Nadie ha nacido sabiendo, mañana vas a empezar, harás lo que se te ordene y nada de protestar! -….Padre, si me lo permite, lo debo considerar, Me parece que, el colegio, es de veras, mi lugar. Allí estoy con mis iguales. ¡Yo necesito estudiar y prepararme si debo, más tarde ir a trabajar! Conseguiré algo más digno que no lo haga disgustar. -¡Ningún trabajo es indigno, ni es deshonra trabajar! Tienes el gran privilegio de poderte preparar El momento de tu siembra, lo tienes que aprovechar. Sabrás si lo hiciste bien, al tiempo de cosechar. Saluda Juan a su padre. En su cuarto, muy formal, busca los libros de clase. Así empezará a sembrar. Tal vez hoy me recuerdes y hagas una llamada, esperaré con ansias para escuchar tu voz, de lo que tu me digas, no perderé detalle y por las inflexiones, sabré si aún hay amor. Tal vez, si no me llamas, recibiré una carta, escrita por tu mano y allí podré saber, todo lo que me quieres, todo lo que me extrañas…. Mi corazón, sus ansias, tendrá que contener y en ascendente ritmo, el que tu amor le imponga habrá de serenarse para no enloquecer. Si no llamas, ni escribes, si ya no me recuerdas, tal vez he imaginado lo que nunca será. Tendré que conformarme con recordar tu imagen y el eco de palabras, que no pronunciarás. Hoy quiso mi mala suerte, que me cruzara contigo. Yo, te creía olvidado…Sólo verte y se han venido en torrente, los recuerdos, de aquello que hemos vivido. Sentí mi rostro cubrirse de una palidez mortal, el porqué de esta emoción, preferí no averiguar. Te acercaste… el corazón, perdió el ritmo y su latir, eran golpes de tambor, delatando mi sentir. Tuve impulsos de escapar. No era esa la solución, Mis piernas no respondieron, volviéndose de algodón. Dueño de la situación, tu sonrisa seductora, me ocultó la luz del sol dejándome ciega y sola. Prisionera de tu abrazo, sentí acercarse mi hora. De nuevo caí en el lazo de tu pérfido accionar Y para mi mala suerte, no hay nada que quiera más. -¡Mira, cómo corre el tiempo! -Exclamaste al encontrarnos. Si pasaron veinte abriles, desde que nos separamos. - Pero no has cambiado, nada, eres la misma de ayer!- Ese ayer fue hace veinte años, sonrío y finjo creer. Las apariencias, engañan, de aquélla ingenua, que fue, quizás la imagen perdura, por dentro, se volvió hiel. - Me sorprende mucho verte, los años te tratan bien. Tus cabellos pintan canas, un buen bronceado en tu piel. Eres el “Hombre Maduro” que consagra la mujer.- Hay emoción en tus ojos y la delata tu voz Y por momentos olvidas, que quien se fue, no fui yo. Me invitas a acompañarte a tomar un buen café. Te agradezco y me disculpo.- Me esperan, no podrá ser- Insistes, pero es inútil, tengo mucho que perder y no arriesgo lo que tengo, por lo que no he de tener. Resignado, me preguntas - ¿Habrá una próxima vez? Evasiva, me sonrío. Prefiero no responder. Me alejo sin despedida. Igual que hace veinte abriles. Cuando de mi, te alejabas, amargándome la vida. Está el columpio vacío, donde solía encontrarte, con la mirada perdida y la mente en cualquier parte. Impulsaba tu columpio para volverte de Marte y pasado el breve susto, me pedías que te hamaque. Me subyugó, tantas veces la dulce paz que emanaba, del gorjeo de tu risa, del entorno que creaba, esa atmósfera sutil, el aura que te rodeaba, el candor de tu mirar, que todo lo iluminaba. Pero no eras de este mundo, lo sabías, lo aceptabas Ibas sembrando alegrías, por el lugar que pasabas, las disfruté y aún cosecho de tu ejemplo y tus palabras. Tan silencioso, tan triste, ha quedado este lugar, los árboles y las plantas, tu hamaca, el viejo rosal, los lugares cotidianos que solimos frecuentar La tarde se volvió noche, el ave, muda quedó tu columpio se detuvo y nadie más lo impulsó. Las sombras se han adueñado del parque, ya oscureció. La luna, tras una nube, triste, quizás, se ocultó. Meció al columpio, la brisa, leve rechinar, se oyó. La ilusión de que volvieras y ocuparas tu lugar, puso un nudo en mi garganta y me impidió respirar. Es más de lo que resisto y no quisiera llorar. Ay mi tonto corazón, deja ya de suspirar, Si él no se acuerda de ti, ¿qué es lo que esperas lograr?. Las cosas que no han de ser, no las debemos forzar, Agua que no has de beber, déjala correr, nomás. Y ya no pienses en él, si en su corazón no estás y te empeñas en sufrir y no haces más que penar. Ay, mi tonto corazón, cómo quisiera cambiar esta amarga situación y que dejes de llorar. Tienes que saber que yo, necesito descansar. Ahora quiero dormir, sólo dormir, sin soñar. Sólo dormir, sin pensar… Dormir y no despertar.. Tuvo por padre al Rigor, por madre, la Penitencia. Su vida más que una vida, fue expiar las culpas ajenas y cargar en este viaje, breve, con su mala estrella. No supo de buenos tratos, de cariños ni de afectos, ni de alentar fantasías, ni de elaborar proyectos. Abusos, penas, castigos, sufrió con resignación, Su destino, estaba escrito, al momento en que nació. Los astros y los arcanos, no estaban de buen humor, Hubo caos en el cosmos y de él nadie se ocupó. Resultó ser el efecto de un pecado de omisión. Llegó a hombre y cierto día, a una joven conoció. Ella, era toda dulzura, suave como el algodón. Lo envolvió en una mirada de puro y tierno candor. Bajo sus toscos vestidos, aquél hijo del rigor, como una hoja en la tormenta, sin saber porqué, tembló. Dejó lo que estaba haciendo y por la calle, corrió. Sentía del lado izquierdo, galopar el corazón, al acelerado ritmo que esa visión provocó. Llegó a la orilla del río y al agacharse miró la imagen que reflejaban, las aguas, copiándolo. Algo, dentro de su pecho, como cristal, se quebró. Ella tan fina, tan bella. El, tosco, feo, un pendón, indigno hasta de besar el ruedo de su faldón. Y para ser consecuente con la historia de su vida, en medio de la corriente, se convirtió en un suicida. Es como una aguda espina que nace de mi interior, me desgarra por adentro sin ninguna compasión. Busca expresarse, y me obliga a ser su fiel servidor las veces que necesita mi pluma, a veces mi voz. Y no tengo otro camino que a su poder, someterme para calmar la tortura con la que suele escocerme. Y grito las injusticias que se cometen a diario, los abusos, corrupciones y algunos otros estragos. Los padeceres que sufren algunos desheredados Y aquellos que del amor, son siempre los olvidados. Después de ese desahogo, me siento mucho mejor, Vuelve la calma a mi vida, la espina se vuelve flor Las heridas cicatrizan y se extingue el resquemor En afán de ser feliz, que concibo valedero, cometí algunas acciones, de las que no me arrepiento, como ser, despreocuparme de todo lo rutinario, que lejos de dar placer, se convierte en un tormento. Dejé de tender las camas, de preparar los almuerzos, de sacudir las alfombras, visitar a los enfermos, tener la loza brillante, cepillarme los cabellos, responder a invitaciones y de controlar mi peso, entre tantas otras cosas que ahora ya no recuerdo, Al cabo, por no hacer nada, me sobraba tanto tiempo, que podía regodearme, hasta de mis pensamientos, algo, que no acostumbraba, por estar siempre, pendiendo, de lo que pueda decir, alguien que no está de acuerdo. Disfruté de las mañanas, y de las tardes, gocé. En las noches encantadas, mirando el cielo, pasé horas del más puro gozo y cerca del amanecer, mi alma inmortal, saturada del inefable placer, de observar constelaciones, investigar y aprehender, en un dulce y manso sueño se dejaba retener. Curioso es. Los que me amaban, ó eso me hacían creer, fueron los más reticentes y ajenos a comprender mis nuevas modalidades y el deseo de crecer.
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Oscar Franco
http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,43735/task,view_text/
Por favor difundelo si pudieses. gracias.
Pascual Vizcaino Ruiz
Alejandro
Es usted muy déspota en su comentario del texto indiferencia divina?, sobre todo si tenemos en cuenta que la autora deja claro que los desastres naturales son muy comunes y crea toda su reflexión acerca de cómo el ser humano pasa de su pregunta hacia un Dios al que considera responsable a la dolorosa conclusión que es su irresponsabilidad la que acelera los procesos llevándolos a desastres.
Bastante arbitraria resulta usted al decir… le “concedo responsabilidad al hombre” por favor señora si usted lee, ve televisión o se molesta en averiguar, se podrá encontrar con un cumulo de estudios e informes que demuestran como las acciones de la humanidad ha afectado el equilibrio natural que provocan desastres.
Parece ser que usted no se entero del objetivo de la reunión de presidentes de países en Copenhague... por favor señora antes de atacar o trata de ridiculizar a alguien primero analícelo, porque podría ser usted quien terminara haciendo el ridículo.
Alexandro
Oscar Franco
Te invito a leer y comentar alguno de mis poemas espero te gusten.
Un saludo y feiz años nuevo 2010.
www.somosgoogle.blogspot.com
www.oscarfrancoquintanilla.blogspot.com
Francisco Prez
Veneno
haydee
Seguro que van a sobrar las anécdotas y encontrarás un buen argumento para tus relatos.
Gracias!
Serena