• raul ramirez vásquez
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            EL TRAJE NUMERO 28   Entró al baño rascándose los genitales, orinó aún medio dormido, abrió el caño, se echó agua a la cara, carraspeó, levantó la mirada, se observó en el espejo y ...........sintió que el esqueleto se le escapaba de la carne, los ojos violaron sus fronteras sacudidos por el pánico, dio dos pasos hacia atrás como huyendo de la agresión. No entendía lo que ocurría. Sin duda era él, pero....... ¡no lo era!. La imagen que se reflejaba hacia sus mismos movimientos, igual  que él chorreaba agua de la cara, tenía la misma pijama, se tocaba la cabeza lo mismo que él, pero no eran sus ojos, ni su pelo, ni su nariz. Algo estaba pasando con el espejo. Procedió a limpiarlo desesperadamente pero ¡no era él, por Dios, no era él!  .Observó sus manos, no eran las suyas, su sortija, apretaba inusitadamente su dedo anular, la pulsera también estaba en su sitio, pero ¡no eran sus manos! gritaba pleno de pavor. Eran gruesas, toscas, limpias si, pero no tenían huella alguna del trabajo de su manicurista. ¡Esas no podían ser sus manos!. Llamó desesperadamente a su mujer pero recordó enseguida que estaba con sus hijos y nietos en la casa de playa.Se miró los pies y no los encontró, sólo vio unos dedos enormes como de Botero. Eran mas bien dos paquetes desordenados de dedos. ¡Eso no le podía estar pasando!. Debía existir alguna explicación razonable, era un empresario inteligente, su opinión era frecuentemente solicitada a propósito de diversos temas, debía encontrar alguna explicación. Seguramente se trataba de algún malestar sicológico que hacia que viera cosas que en realidad no ocurrían, era sin duda algún tipo de alucinación. Tenía que lograr una cita urgente con su siquiatra, pues no podía gastar su valioso tiempo mirando en el espejo a ese cholo de mierda.Llamó a su secretaria que al no reconocerle la voz le colgó hasta en tres oportunidades. Pensó que lo mejor era tranquilizarse, ir a su oficina y desde allí pedir cita con el Dr. Romero, su siquiatra, y así, al final del día, dejaría de ver tonterías. Se duchó, afeitó, proceso inútil esta vez, se perfumó y pasó al ritual de escoger su terno entre los 87 que tenía.Decidió que sería el del colgador número 28, un gris con líneas azules casi imperceptibles, el día anterior se había comprado una camisa y una corbata que combinarían bien. Se peinó lo mejor que pudo aunque el espejo le seguía devolviendo la imagen de ese cholo con pelos parados, pero se consolaba pensando que sólo eran ideas suyas, que pronto las cosas volverían a la normalidad.Al ponerse el pantalón el pánico volvió a derretirle los huesos. Le quedaba largo y bailaba dentro de él. Corrió hacia la balanza y descubrió con horror que marcaba 67 kilos. ¿Cómo podía, en un solo día, haber bajado 28 kilos?, eso era imposible. Se descubrió sospechando que eso de la alucinación, aquello de que eran ideas suyas, podía no ser cierto.Subió a su auto y se dirigió a su oficina, quiso entrar pero los guardias de la puerta intentaron detenerlo pues lo que vieron fue a un extraño manejando el auto del doctor. Logró huir maldiciendo a esa gente que todos los días le hacía exageradas reverencias y que ahora se atrevían a tratarlo con autoridad y desprecio, como si fuera un delincuente. Con el dinero que tenía en el bolsillo logró comer y un lugar donde dormir en el que no le pidieron documento de identidad, pues del hotel al cual iba a veces lo echaron y requisaron sus papeles indicando que eran robados. Mientras tanto, todos los esfuerzos que hizo para ser reconocido terminaron en maltratos y persecuciones. Fue a su casa de verano donde estaba su esposa y apenas ésta lo vio en el carro llamó a la policía. Similares resultados obtuvo visitando a sus socios y a su abogado. Recibió e hizo varias llamadas por su celular y nadie le reconocía la voz. En unas de las llamadas que hizo a su esposa le contestó alguien que dijo ser policía y que le propuso no meterse en problemas, que devolviera o dejara el carro en algún lugar y que dijera si sabía donde estaba el doctor. En su confusión y desesperación optó por dejar el carro en una cochera y por deambular sin saber que hacer. Después de algún tiempo el dinero se le fue acabando y entonces no tuvo más remedio que adaptarse a su situación y tratar de sobrevivir.La parte blanca de la ciudad lo agredía permanentemente por lo que terminó refugiándose en la choledad propia de su cuerpo. Su cerebro le hizo un escándalo cuando se vio semana tras semana en el absurdo gimnasio de lavar carros para poder comer y más cuando se encontró como adoptado por una pandilla de menesterosos que por alguna incomprensible razón le brindaron un lugar donde vivir y una especie de comunidad a la cual pertenecer. Los primeros días esa gente apestaba tanto que casi no podía respirar, pero debía soportarlo, el tener un lugar donde dormir y comer lo obligaban. Lo peor vino al cabo de unas semanas cuando a esa comunidad, que vivía a orillas del río Rimac, llegó la hija del que actuaba como líder y que en un mal momento se enamoró de él, lo perseguía por todas partes con su gruesa cintura, muelas picadas, ropa sucia y su hablar pastoso y extraño. Le daba tanto, pero tanto asco.Durante todo ese tiempo se preguntaba si a alguien más le había pasado eso, ¿porqué a él?, y ¿porqué con ese cuerpo?, si al menos hubiera sido con otra persona, incluso una mujer, hasta divertido pudo ser, si fuese temporal; pero ¿porqué tuvo que ser ese cuerpo y esa cara? y ¿hasta cuándo duraría?. Otras veces se preguntaba ¿y si tuviera un hijo con la chola, como sería? ¿Completamente cholo como correspondía a sus cuerpos, o sacaría algo de un anterior fisonomía?Cinco años de esa extraña vida terminaron por llevarlo al hospital. Se moría, hubiera querido que sea de olvido, pero era de una enfermedad de pobre y, moribundo, le pidió a la chola enamorada, que siempre estaba a su lado como un lastre, que le llevara un espejo. Se miró en él y sintiendo cercana la muerte pensó, con el alma enfangada de resentimiento ¡muérete, cholo de mierda!  .Pero no se murió, junto con la conciencia recobró su antigua cuerpo. Loco de emoción abandonó a la chola, robó algunas ropas del hospital, se fue a su casa pensando pagar el taxi ahí, pero no lo dejaron entrar y como no pudo pagar se armó un escándalo. Armó otros en reiteradas oportunidades y la policía lo echó varias veces del lugar. Visitó a quien era su abogado de confianza quien le comunicó que su familia había logrado que se le declare judicialmente muerto, su patrimonio se había distribuido entre sus herederos, su esposa, viuda, se había vuelto a casar precisamente con uno de sus socios, éstos por su lado habían distribuido los poderes de las empresas a favor de varias personas, entre ellas sus hijas y yernos. En suma nadie lo quería vivo, ni siquiera el abogado, a quien eran otros los que ahora le pagaban.Tragándose el miedo peleó, gritó, insultó, golpeó y fue golpeado, con un poco más de respeto, eso si, pero igual fue golpeado durante meses, hasta que se convenció que nada le devolvería la vida anterior y, entonces, sin tener donde caerse muerto, pues hasta su tumba ya había sido utilizada, dominado por una enorme depresión, otra vez en su lecho de muerte, con la misma chola a su lado, con la misma enfermedad de pobre y con la idea de que ahora si le daba gusto morirse, se murió pensando: ¡mejor hubiera sido seguir siendo cholo¡.                                                                                  Raúl Ramírez Vásquez                                                                                  Lima, agosto de 2009
No siendo un filósofo (seres extraños que casi dan miedo), ni un sacerdote (también extraños pero que no dan miedo), puede parecer una audacia de mi parte colocarme frente a la computadora y dejar ir los dedos pretendiendo sostener algunas ideas sobre un tema tan complicado como es el de la Ética. Cada vez que escuchamos a alguien o leemos un libro sobre este asunto, algo en nuestro interior nos invita a huir o a acomodarnos bien porque sospechamos que se va a recibir una especie de sermón respecto de lo que es bueno y de lo que es malo de la vida. Casi como si de un juez moral se tratase, como si el requerido estuviese iluminado por una suerte de especial sabiduría que le permite discernir entre el bien y el mal. Debo confesar que no tengo esa capacidad (no soy filósofo), ni esa vocación (no soy sacerdote) ni siquiera soy un pecador destacado que, según como se vea, podría ser hasta un mérito, soy más bien un pecador común y corriente. No puedo, entonces, dictar recetas para discenir entre el bien y el mal.  A lo más que me voy a atrever es a sostener que la cuestión tiene relación directa con la libertad (tesoro más divino que la juventud) del ser humano, por lo tanto no puedo sugerir ser ciudadanos bien o mal pensantes, sólo puedo alentar la ilusión de que todos seamos personas libre pensadoras.Supongo que no es casualidad que los libros de ética que se despojan de su pretensión científica, que bajan de la estratósfera filosófica en la que suele tratarse el tema y lo desarrollan de un modo terrenal, o preferiría decir simple, fácil de entender, hayan sido escritos por autores que han optado por llamar a sus hijos en sus títulos. Aristóteles, escribió "Ética a Nicómaco" su hijo y, más modernamente, Fernando Savater, escritor español, produjo "Ética para Amador", también su hijo. Esta circunstancia me invita a confirmar algo que resulta más o menos aceptado: La ética, puede ser que se pretenda, pero no se enseña bien en la escuela, ni en la universidad, la ética nos la enseñan bien o no nos la enseñan, en la cuna. No hago esta afirmación en el sentido de que en nuestra madurez no podamos aprender algo sobre ética, sino en el sentido que es la infancia la etapa de la vida durante la cual se prepara nuestra alma para que nos sea posible aprender todo lo que a lo largo de nuestra vida podamos sobre tan espinoso asunto. Afirmo esto pensando en la madre que le dice al niño que no mienta o que devuelva el juguete que ha tomado porque le gustó a pesar de no ser suyo. Son ese tipo de enseñanzas las que preparan el terreno para saber optar moralmente en la vida, puesto que la vida, en cierto sentido, no es más que una sucesión interminable de opciones.De manera que aquí no se trata de enseñar nada, ni de dar lecciones de ética a nadie. Lo que cada uno aprendió sobre este tema o la capacidad para aprender, ya está en sus conciencias desde la infancia. De lo que se trata, y esa es mi pretensión, es de compartir con Uds. el fenómeno de la ética como búsqueda de la felicidad, como herramienta para llegar a ella. Quiero sostener que la ética describe un escenario en el que partiendo de lo bueno y a través del ejercicio de nuestra libertad, llegamos (o pretendemos llegar) a la felicidad. Tenemos así el origen, la ruta y el destino de la ética.Para esto vamos a comenzar por dejar de lado a la religión. Yo soy tan religioso como cualquiera, pero estimo que la religión tiene su propia ética y de lo que se trata ahora es de razonar en relación a una ética más amplia, una que resulte aplicable cualquiera que sea nuestra religión e incluso para la persona no religiosa (casi escribo no creyente, pero me pareció demasiado inexacto, pues en rigor todos creemos siempre en algo).También vamos a dejar de lado todas las elaboraciones filosóficas que se han hecho, no por menosprecio, sino más bien porque no tengo la capacidad para entenderlas en gran parte por carecer de la formación profesional necesaria. Me confieso incapaz de entender la ética absolutista, en la que Dios tiene siempre la última palabra, la virtud platónica, el estoicismo, el utilitarismo, el emotivismo, la ética aplicada, la ética situacionista y tantas otras que elaboran y reelaboran conceptos que para una mente simple como la mía o como la de la joven madre, antes aludida, resultan totalmente incomprensibles. Sucede que en nuestra conducta rutinaria los alcances filosóficos no cuentan sino desde muy arriba. Thomas Cathcart, en su libro "Platón y un ornitorrinco entran en un bar" (altamente recomendable), señala, en broma por supuesto, pero ignoro con cuanto de verdad, que un día San Agustín, que hasta poco antes había sido un joven díscolo, mujeriego y que disfrutaba de otras virtudes similares y claro, envidiables, había sido, sin embargo, tocado por la vara divina de la virtud y se encontraba rezando y meditando muy concentradamente; en el ánimo de pedir ayuda celestial para vencer las tentaciones que aún lo acosaban exclamó, estirando los brazos hacia el cielo "Señor, hazme casto", justamente en el momento que cerca de él pasaba una joven muy atractiva, cuyo caminar hizo que el futuro santo acotara "pero, después".     Bueno, poniéndonos un poco más serios, lo primero que se debe señalar es que la ética es un concepto que tiene que ver con el hombre en sociedad. Si sufrimos un accidente de aviación en la selva peruana y por uno de esos milagros que nos hacen creer en Dios, resultamos el único sobreviviente, como ya ocurrió a la jovencita Juliane Koepcke, en 1971, lo primero que tendríamos que aprender es a vivir de nuevo, acomodarnos a nuestra nueva situación. En tal caso, no tendríamos a quién engañar, decir la verdad no tendría sentido porque no tendríamos a quién decírsela, no tendríamos manera de atentar contra la vida, la salud o el prestigio de otras personas y, en consecuencia, la ética como concepto sería inútil. Lo bueno y lo malo no formarían parte de nuestras preocupaciones cotidianas. Nuestra preocupación fundamental sería sobrevivir.Otra cosa ocurrirá si caminando en el lecho de un rio, perdidas ya las esperanzas de ser algún día rescatados, descubrimos huellas humanas. Pasado el momento de la inicial y loca alegría que seguramente nos dominaría, entenderemos que, a partir de ese instante, nuestras decisiones podrán afectar a otras personas; ya no se trata simplemente de sobrevivir de cualquier manera, tendremos que determinar si ese ser humano va a ser un compañero o un enemigo y tendremos que desarrollar, de algún modo, reglas de convivencia, inclusive si fueran leyes de enfrentamiento y discordia.Siendo que el hombre es un animal social, se encuentra rodeado de otros seres humanos frente a los cuales debe tener una manera de relacionarse. Esta manera, para decirlo en términos generales, debe ser una buena manera, por que seguramente producirá efectos positivos y dejaremos de lado otro tipo de relaciones, llamémoslas "malas" que, por lo general, producirán consecuencias negativas. Saber lo que nos conviene, es decir, distinguir entre lo bueno y lo malo es probablemente nuestro primer concepto o problema. Pero recordemos que es un problema social. No es problema para el sobreviviente del accidente, es uno del hombre en sociedad.Es un problema por varios motivos pero quiero llamar su atención, por ahora, sobre dos de ellos: primero, porque con toda seguridad encontraremos otras personas que tengan una opinión diferente de la nuestra respecto de lo que es bueno y lo que es malo y, en segundo lugar, por que algo que en una circunstancia puede ser considerado bueno, en otra, ser apreciada como malo. Diferencias de personas y diferencias de  tiempo.La mentira por ejemplo, normalmente se acepta como algo malo (recordemos las reiteradas lecciones de la joven madre), pero en algunas circunstancias, para aliviar a un enfermo, por ejemplo, puede permitirse; ya no sería considerado algo tan malo. Quizás por eso es que cuando Moisés bajó del monte con la famosa tabla, la de los 10 mandamientos, allí no estaba la mentira, por lo menos según la versión de la Biblia que tenemos en casa, en la que se indica el mandamiento de "No levantarás falso testimonio contra tu prójimo", lo que claramente deja de lado muchos tipos de mentira. Quizás por esta misma acotación bíblica es que la mentira parece un pecadillo y a veces, ni eso. Estoy seguro que si se hiciese una encuesta sobre el tema las opiniones serían bien diferentes. Alguien, por ejemplo, podría sostener que cuando el marido le miente a su mujer es un terrible pecado, una enorme deslealtad, pero cuando la mujer le miente al marido, nadie se da cuenta.Estas consideraciones me alientan a llegar a estas alturas a una conclusión y es que en el tema que ahora nos preocupa no existe unanimidad. Lo único en lo que podemos estar de acuerdo, es en que no estamos de acuerdo.El hecho que Dios permita esta ausencia de unanimidad nos invita a abordar un segundo concepto. La vida no está fatalmente determinada, se nos otorgó el llamado libre albedrío y, en consecuencia, podemos no siempre decidir lo que nos va a pasar, pero si la que va a ser nuestra reacción ante los sucesos que se produzcan. Si dominamos el sentir común (los miedos de la masa por ejemplo) si nos liberamos de la moda o el qué dirán, seguramente reaccionaremos como nuestra conciencia indique frente a hechos que no podemos controlar. Claro que a veces es difícil, a veces nuestro sentido del deber entra en conflicto con nuestra necesidad inmediata, con nuestra carne, el primero le puede decir a las segundas "no pienses eso" refiriéndose a algo incorrecto y las otras tercas, dale que dale, que piensa precisamente eso. Todos hemos sufrido, y espero que sigamos sufriendo por mucho tiempo la dificultad de evitar hacer cosas malas, entre otras cosas porque no somos lo suficientemente viejos como para no poder hacerlas, como para que ya no tenga sentido luchar contra las tentaciones.Es este punto voy a tomar el ejemplo de Savater que recuerda a Héctor y la Guerra de Troya. Como todos sabemos dentro de la multitud de enfrentamientos que se desarrollaron en dicha guerra destaca el de Héctor con Aquiles. Debo confesar que cuando era niño y leía La Ilíada, mi héroe favorito era el troyano, más de una vez y frente al espejo hasta sufría las heridas y, finalmente moría como él, pero era mi favorito no por que, como alguno podría pensar, me solidarizara con el derrotado, sino más bien por que para mi ese si era un héroe, ese si se arriesgaba, si era valiente, no como Aquiles que de héroe no tenía nada, pelear sabiendo que nadie podrá vencerlo no tiene gracia, simplemente no le encuentro el mérito. Claro que esta idea no será aceptada por quienes sientan que el mérito está precisamente en ganar y solo en ganar, sin importar la manera.Regresando a Héctor, resulta que éste sabía que iba a morir y, sin embargo, salió a enfrentar a Aquiles. Pudo no salir, pudo decirle a Paris "oye tu eres el que te robaste y disfrutaste de la hermosa Helena, así que baja de la muralla y pelea tu", pudo decidir dejar de ser un héroe y huir con su familia, pero prefirió quedarse sabiendo que su final estaba cerca. Seguro que en la noche anterior al enfrentamiento su mente terca pensaba, dale que dale, que había que huir. Pues bien, él prefirió quedarse y enfrentar su destino. Su decisión fue libre. Y este es el concepto al que quería aludir, el de la libertad.Para hablar de ética es necesario considerar el concepto de libertad. Si todos hiciésemos las cosas porque así está determinado, no tendría sentido decir que se han hecho correcta o incorrectamente, simplemente habría que decir que se hacen "por que así es" o "porque así está determinado". El león caza y come seres casi vivos porque así está determinado, las abejas obreras existen para servir a la reina, porque así está determinado, las hormigas caminan en interminables filas llevando sus alimentos porque así está determinado, yo obedezco siempre a mi esposa porque así está determinado. Con el hombre las cosas son diferentes, por lo menos con el hombre libre (no es el caso de aquellos que tienen esposas dominantes; pido disculpas a mi esposa por la alusión anterior, por lo demás falsa (ojalá me crean)). Nuestra conducta no está determinada. Dios nos dio libertad, así nos pintó Dios y Dios es un buen pintor.... Lo malo es que Satanás también.Y aludo a Satanás simplemente para entender que la existencia de la alternativa entre portarnos bien o portarnos mal, supone necesariamente el ejercicio de la libertad. Todos tenemos un angelito que nos dicen lo que debemos hacer, pero también un diablillo que muchas veces nos tienta. Suele ocurrir que con el angelito nos hacemos los sordos, como que no lo escuchamos bien, algo en la comunicación interfiere; mientras que a veces el diablillo no termina de hablar y ya estamos actuando según su consejo. Hay una distancia entre lo que hacemos o no, porque se nos permite o prohibe y lo que hacemos o no porque queremos. Cuando uno dice yo no he asesinado, ni he robado a nadie, no estamos hablando de ética. Esas son cosas que no hacemos no porque no queremos (a veces podrían incluso no faltarnos ganas), sino porque estamos impedidos de hacerlo.  Ahí nos movemos en ámbitos legales, no éticos. Actuamos o no por coacción, no por decisión propia.La ética supone necesariamente el ejercicio de la libertad. No hacemos algo, a pesar que tenemos la libertad de hacerlo porque consideramos que es incorrecto. También tenemos la libertad de equivocarnos y debemos aceptar la carga que toda libertad supone, que es la de pagar las consecuencias de nuestro error.La ética de un hombre libre (ya hemos señalado que solo puede haber ética en un hombre libre) no tiene relación alguna con los castigos y con los premios repartidos por la autoridad, terrena o divina, da igual.Se trata, por supuesto, de "hacer lo que querramos", siendo que esto, sin embargo, no es tan simple. Los seres humanos por naturaleza queremos vivir bien, queremos que nuestra vida sea una sucesión de satisfacciones y no de sufrimientos, pensamos que si hay que enfrentar padeceres, está bien siempre que sea por un valor o un bienestar superior, que haga que nuestro sufrimiento valga la pena. La buena vida humana debe ser buena, pero también debe ser humana. Si le falta una de las dos no es nada. La humanización supone un proceso recíproco en el que yo brindo humanidad y recibo humanidad, solo así la vida puede ser buena y ahí encontramos el principal límite a aquello de "hacer lo que querramos"En qué consiste esa buena vida humana? Yo puedo decir que me encanta el pan con chicharrón, para mi comérmelo es signo de buena vida (¡sin camote por favor y con una buena taza de café!), otro dirá que disfruta de un buen sauna, al de más allá le encantará la posibilidad de salir de viaje de vez en cuando, o de leer un buen libro, alguien incluso podría señalar que es el acostarse con su estrella de cine favorita. Todo eso y mucho más forma parte de lo que uno puede llamar "una buena vida humana". Pero ocurre que podríamos vivir bien sin comer el pan con chicharrón, los vegetarianos dirían que incluso mejor,  también podríamos tener una buena vida sin el sauna, los viajes o el libro, nos daría alguna pena, pero nada que haga la vida insoportable. Por aquel que se quiere acostar con la estrella de cine no nos preocupemos porque nunca va a poder optar entre hacerlo o no.La verdad es que podemos pasar sin esas cosas que a veces le dan un sabor agradable a nuestra vida. Hay algo, sin embargo, sin lo cual no podemos pasar, salvo que asumamos el riesgo de regresar al sobreviviente de la selva del que a estas alturas ya nos hemos olvidado: no podemos pasar sin los demás seres humanos. Por esa razón es que la verdadera buena vida y el sentido correcto de aquello de "hacer lo que querramos" suponen relaciones correctas con los demás. No digo necesariamente relaciones amistosas, no podemos ser amigos de todos, ojalá pudiésemos. Me limito a aludir a relaciones correctas. Que las relaciones de amor, sean relaciones de amor correctas, que las relaciones de amistad sean relaciones de amistad correctas y que las relaciones de simple sociabilidad sean también correctas, entendiendo por correcto aquello que permite su sostenimiento y fortalecimiento.Resulta entonces que por un lado somos libres y por otro nos interesan los demás. En ese interés radica la razón por la cual somos capaces de sentir remordimiento cuando obramos mal. Si no fuésemos libres no podríamos sentir remordimientos, puesto que no tendríamos ninguna responsabilidad por nuestros actos y si los demás no nos interesaran, tampoco, esta vez por egoísmo entendido negativamente. Libertad y responsabilidad son dos caras de la misma moneda. No podemos hacernos irresponsables de lo malo que se hizo y pretender quedarnos con los méritos de lo bueno que nos tocó. La libertad como cualidad del hombre libre, supone hacernos responsables por lo que uno hace, sea bueno o malo. Lo contrario supone recibir humanidad, pero no otorgarla con todo lo de inequitativo que esto es y, finalmente, insostenibleLa noche del día que actuamos mal, de aquel en que hemos recibido humanidad, pero hemos sido incapaces de darla, cuando entramos a la cama nos puede pasar una de dos cosas: o dormimos tranquilos como una cara de hipócrita impresionante o, de pronto, una pregunta se acerca sigilosa como si fuera una araña, se mete a nuestro lado y no nos deja dormir. A esa araña la llamaremos remordimiento.Lo que provoca el remordimiento es en el fondo un cierto sentido de egoísmo. Recuerden que queremos vivir una buena vida humana, esto es, conservar nuestros amores, nuestros amigos y todo lo que resulta valioso para nosotros. Dar y recibir humanidad, dentro de lo cual involucramos cariño, atención, amor. Si hacemos algo que lo pone en peligro, tendremos la libertad de arrepentirnos porque no queremos perder. Si por el contrario, provocamos la ruptura será porque no nos importa perder, seguramente porque aquello que corremos el riesgo de perder no es valioso para nosotros. Sería bueno estar prevenido pues nos podemos equivocar y, en ese caso, deberemos pagar las consecuencias, para comenzar, con el arrepentimiento.El vivir una buena vida humana, el entendernos con los demás, el ejercicio de nuestra libertad son factores necesarios para que podamos sentir remordimiento ante nuestro error. Ese sentimiento sólo puede producirse a través de la capacidad que tengamos de ponernos en el lugar del otro, es decir, tomarlo en serio, entender sus razones. No se trata de darle siempre la razón, eso sería ingenuidad o debilidad (que no es propio del hombre libre), sino de considerar su posición con buena fe. Considerar a la otra persona, tratar de entender su posición es, me parece, el principal atributo de la ética.No parece casualidad que los regímenes políticos más autoritarios y menos éticos, sean los preferidos por el tipo de personas que no son capaces de ejercer su libertad plenamente, es decir, asumiendo su responsabilidad; y a la inversa, tampoco es casualidad que para los políticos autoritarios el ciudadano preferido sea el que le traslada a la autoridad toda la responsabilidad y, en consecuencia, el poder. Los ciudadanos que quieren que la autoridad lo haga todo, y la autoridad que quiere un ciudadano sumiso, constituyen el círculo perfecto de la cobardía ciudadana de un lado y del abuso del otro. Ese es, por mucho que algunos no lo quieran ver, el peor régimen de todos, por muchas razones, principalmente, porque son regímenes que limitan la libertad.En este entorno no suenan extraños discursos que dicen "si los hombres empezaran a obrar por su cuenta, todo el orden social se vería transtornado". No faltan las expresiones científicas y literarias en el sentido de que el mundo del futuro será uno tan cómodo para todos que no se nos exigirá ninguna responsabilidad. Ojalá que el ser humano tenga prevención frente a esas propuestas por que lo más probable es que vayan acompañadas de un enorme recorte de la libertad. En ese escenario no importará qué es bueno y qué es malo, ni siquiera importará la felicidad por que nos la darán en pastillas y los conflictos humanos estarán resueltos de antemano. En ese escenario la ética sería un concepto inútil.Yo tengo una costumbre que he adquirido en los últimos años, la de pretender dar consejos a la gente más joven (pretensión tonta de un viejo que cree que le harán caso, se dirá). Por eso a veces, cuando converso con parejas de esposos que recién inician su aventura conyugal y animado por una buena copa de pisco, les propongo que se peleen, que se peleen bastante, que se peleen cada vez que puedan y cuando me miran asombrados y quizás alarmados agrego "es que la reconciliación es riquísima", arrastrando la ese todo lo posible. Imagínense lo que nos perderíamos si los conflictos humanos estuviesen resueltos. Digo esto sin ningún interés que se me pueda adjudicar por el hecho de ser abogado. Existe un escritor quizás inconcientemente relacionado con la tendencia a la que aludí antes, que señala a propósito de la ética que ".....las veneradas leyes deontológicas, cuyos artículos, capítulos, párrafos, puntos, aunque complejos, enfrentados a la experiencia de los siglos habrían acabado por reducirse a siete palabras: No te metas donde no te llaman....." (vamos, ni que fueran palabras mágicas). Esa es sólo una opinión claro, yo por mi parte creo que muchas veces es imperativo, por ética, meterse donde no nos llaman, como otras lo es, huir de donde nos llaman a gritos.En todo lo expresado hasta ahora he tratado de ceñirme a la tesis original en el sentido de que la ética describe un escenario en el que partiendo de lo bueno y a través del ejercicio de nuestra libertad, pretendemos llegar a la felicidad.Pero ¿quién nos dice qué es bueno o malo? Y ¿quién nos indica donde está la felicidad?. Hemos afirmado que la ruta para llegar de uno al otro es la libertad, pero dónde está el punto de origen y dónde el destino?.Tremendo problema, porque nadie nos lo va a poder decir, salvo que renunciemos a nuestra libertad y aceptemos que otro nos imponga dichos conceptos. En ese entendido ya no podremos hablar de ética, ni de libertad, ni de responsabilidad, ni de felicidad.Creo que lo bueno y lo malo, así como la idea de felicidad, está en la conciencia de cada uno de nosotros. No es posible imponerla a través de regulaciones y reglamentos, cuando eso ocurre nos introducimos en otra disciplina que es la del derecho que regula la conductas humanas, respecto de las cuales el legislador decidió considerar un área de la moral o de la conducta susceptible de ser impuesta por coacción. En las conductas humanas más íntimas, en las que el legislador entiende que la coacción no funciona, estamos en el campo de la libertad y, por lo tanto, de la ética. Por eso estimo que es inevitable concluir que la conciencia de cada uno es la que nos tiene que decir, a cada paso, lo que es bueno, cómo debemos vivir una buena vida humana, cómo debemos relacionarnos con los demás, escenario fundamental donde la ética funciona o no, cómo debemos ponernos en el lugar del otro, cómo debemos ejercer nuestra libertad, en qué casos arrepentirnos y, por último, qué hacer para poder dormir tranquilos. Con todo ello quizás, solo quizás, cuando lleguemos a viejos, cuando nos encontremos en las orillas de la muerte, cuando nuestras últimas oraciones estén en el camino de la tierra al cielo, revisando entonces lo que fue nuestra vida, quizás podamos decir que hemos alcanzado la felicidad.Creo que la fuente de lo bueno y de lo malo y de nuestra felicidad, están en nuestra propia e individual conciencia. Es ella la que nos tiene que decir cómo aplicar lo que se puede considerar la máxima de la ética universal, esto es: Compórtate con los demás de la manera como deseas que ellos se comporten contigo. Esas, en mi concepto, serán más de siete, pero si son palabras mágicas.                                                                                   Raúl Ramírez Vásquez                                                                                  Lima, agosto de 2009
LA IGLESIA DEL DISIMULO¿Quieres o no perder tu virginidad? le preguntó violentamente y adoptando una pose casi sacerdotal, agregó: ¡si quieres hacerlo, antes tienes que tirarte una bomba, pero no cualquiera, tiene que ser una bomba mística! Y así, casi jalándolo, como si fuera necesario frente a su débil resistencia, lo introdujo en un bar por cuya puerta pasaban. Bajaron unas escaleras que grada tras grada se iban ensanchando, uno iba confiado, ingresaba a un lugar familiar y en el que todos lo conocían; el otro, asustado, al fin y al cabo sería su primera vez, nunca había visitado un establecimiento como ese y no sabía muy bien cómo debía actuar, dónde poner las manos, hacia dónde dirigirse, cómo parecer más hombre. ¡Esa noche tenía que parecer muy hombre! Se trataba de un ambiente intencionalmente oscurecido. Desde una barra central en forma de herradura se dominaba todo el lugar, en el que imperaba un fuerte olor a aserrín mojado, tanto que casi podía sentirse en el paladar. Lo primero que vieron fue a un viejo encorvado con perfil de cuchillo al que parecía que lo único que respetaba, por ahora, era la muerte; era tan serio que parecía imposible que pudiera sonreír. Más allá se encontraba un evidente embaucador, fingiéndose santo, tratando de convencer a la chica que lo acompañaba de tomarse un trago exótico. ¡No te pasará nada malo, mamita!, era la manoseada frase que repetía a cada momento, falsa para cualquiera que la escuchara, inclusive para la joven, pues bien mirada, en su vestir, en sus gestos y en su dominio de la situación, había que concluir que ingenua no era, y quien sabe, el sorprendido termine siendo el que ahora derramaba gestos de conquistador. Otra mesa era ocupada por dos parejas, por su actitud no podría señalarse con seguridad quién era pareja de quién, los cuatro se manifestaban muy animados y dispuestos a pasar una noche especial. Ellas acercaban entre si sus cabezas tirándose un poco hacia atrás, cada una buscando una muda complicidad en la otra y con las manos en el borde de la mesa como si quisieran ponerle límites al territorio varonil y ellos con los codos encima, con alguna precaución, pues cojeaba a pesar del papel doblado que el mozo, ahora invisible, había puesto debajo de una de las patas, los torsos hacia delante, sentados más bien en los bordes anteriores de las sillas, pretendiendo asaltar el espacio del que ellas retrocedían.Mas allá cuatro hombres de diferentes edades habían abandonado la charla sobre fútbol y ahora sólo hablaban de mujeres, al comienzo burlonamente de las ansiosas y, después ya borrachos, de las traidoras, pero sólo de mujeres. Todos los que compartían el lugar expresaban una rara mezcla de relajo y ansiedad, o mejor dicho, parecían buscar ansiosamente el relajo, con los codos sobre la barra o las mesas, en fila o en círculo, ordenados, cumpliendo un mismo rito, gesticulando, riendo, algunos gritando, siguiendo un mismo ritmo, una misma cadencia, mirando cada tanto hacia arriba del mostrador donde botellas, copas, vasos y la cabeza triste y disecada de un toro los observaban como guiñándoles un ojo y con ello renovando la eterna relación de complicidad y dependencia entre el licor, el heroísmo, la ebriedad y el olvido.¿Dime será necesario? preguntó con la esperanza que le dijeran que no.¿Qué cosa? ¿Tirarte la bomba o dejar la virginidad?En realidad su amigo ignoraba que estaba más asustado de la posibilidad de llegar borracho a casa que de estrenarse en el sexo. Después de todo su madre se daría cuenta únicamente de la borrachea, salvo que una vez más ejerciera esa rara virtud de leer su mente mirándolo fijamente a los ojos, lo que desde niño no dejaba de asombrarlo. La recordaba innumerables veces lanzándole la frase "mírame a los ojos" y en todos los casos, sin excepción alguna, las pupilas de su madre obligándolo a entregar muy rápido y barata la verdad.El escándalo y la tortura que le esperaban. Pero era preferible la indignación materna por la borrachera, con la esperanza que ello pudiera esconder el otro pecado. Después de todo ella siempre le había enseñado que el hombre, al igual que la mujer, debía ser piadoso y llegar virgen al matrimonio, que esa cualidad no era privilegio de las mujeres como todo el mundo creía. Su madre sentiría merecer el cielo si sus hijos llevaran una vida monacal. Llegar borracho a casa sería como traicionarla, es verdad, pero perder su virginidad era peor, era como matar sus ilusiones, para ella ese era el pecado con menos perdón. En fin, si lo de la borrachera era necesario para su amigo, que se le iba a hacer; pero rogaba que su madre no se diera cuenta de lo otro.Los pasos que llegaban firmes y seguros, titubeantes se iban, luego de algunas botellas, al compás de la música de fondo que contribuía con el ritmo necesario para que todos los presentes hicieran exactamente lo mismo. Todos mentían con igual disciplina, desinhibían sus espíritus con similar rigor, curioseaban a los vecinos con la misma malicia y no faltaban hombres y mujeres que miraban la compañía ajena casi sin disimular su vocación de infidelidad. En suma, todos reían ruidosa y falsamente y se acercaban, cada uno a su manera, a ese estado de sopor que antecede a la embriaguez absoluta. En ese ambiente nuestro amigo seguía dudando, pero al igual que todos, orando en esa iglesia del disimulo.Después de varias horas, ninguno de los dos sabía cuantas, salieron de allí ebrios, arrastrando su incapacidad de mantenerse en pie, uno, jurando que lo mejor era hacerlo borrachos, sin saber qué y el otro, rogando que su madre no se percatara del pecado, sin recordar cuál. En algún resquicio no ebrio de su mente sabía que esa noche no sería su primera vez.                                                       Raúl Ramírez Vásquez                                                       Lima, agosto de 2009
                   LAS GRADAS QUE NO CRUJÍANSospechaba estar al final de un largo viaje, en realidad no tenía conciencia del mismo, ni de su duración, ni de los lugares en que pudo haber estado, su memoria estaba como vacía, le desesperaba que el único recuerdo, aunque vago e incierto, fuera el del lugar hacia el cual precisamente se estaba dirigiendo, le parecía que era su casa, se convenció de ello cuando mirando hacía la puerta acudieron a su memoria la letra de los boleros que no hacía mucho tiempo le dieron poesía a su juventud. Se sentía cansado, sobre todo de ausencia, ésta le imponía un peso emocional difícil de soportar. Subió las escaleras como flotando, las gradas de madera no crujían como de costumbre, estaba aturdido, se sentía como recién salido de un banco de niebla y lo acompañaba algo parecido a un sudor antiguo en sus ropas. Llegó a la puerta, no tenia idea de dónde estaba la llave de modo que tocó el timbre, al hacerlo observó extrañado que su dedo índice parecía derretirse. Asombrado no supo que hacer, sólo atinó a esperar.Al cabo de unos minutos sin que le abrieran la puerta y entendiendo que nadie le abriría pues reparó que el timbre no había funcionado, optó por golpear con la mano. En ese instante le ocurrió algo que le pareció ya le había pasado antes, pero no podía recordar cuándo, ni dónde, ni en qué circunstancia. Su mano pasó a través de la puerta, la madera tornó tan suave como el velo de una telaraña, tanto que sólo la sintió como un leve cosquilleo. A la mano le siguió involuntariamente el brazo, el hombro, el tronco, la cabeza, todo su cuerpo; sin saber cómo ya estaba dentro del departamento y se encontró en un sitio familiar y extraño al mismo tiempo, sintiéndose de pronto invadido y aturdido por un júbilo de voces y de gritos, en un lugar más iluminado, con más colores de lo que él recordaba, con ruidos diferentes, con olores dulzones que, según observó, procedían de unas pajillas que echaban humo.Dos niños desconocidos parecían hipnotizados frente a una caja que tenía una especie de pantalla que brillaba y cambiaba rápidamente de imágenes, ubicada en el mismo lugar donde se recordaba a si mismo sentado al lado de su enorme radio, escuchando música cuando lograba imponer su voluntad, las radionovelas cuando era su esposa la que salía ganando o las noticias, cuando a ambos los dominaba la angustia por las novedades sobre la guerra de Vietnam en la que, finalmente, murieron dos de sus hermanos. Ahora veía a esos dos niños como enfrascados también en un conflicto, era evidente que competían, mejor se diría que luchaban por algo y que se desesperaban por no perder, accionando con furor esas extrañas palancas y botones que tenían en las manos y usándolas como si fueran espadas cual dos gladiadores que, ociosos, peleaban sentados.-Te gané - afirmó triunfante uno de ellos, poniéndose violentamente de pie y al hacerlo tirando la silla al suelo.- Idiota, es la primera vez que me ganas, en realidad no puedes conmigo - protestó el otro.El barullo y los empujones se impusieron, definitivamente esos dos niños no querían y quizá no sabían dialogar. Del dormitorio, que se encontraba al fondo de un pasadizo, donde pudo ver la actitud desmayada de una mujer joven, salió sin embargo una voz enérgica y autoritaria mandándolos callar y como no obedecieran, el hombre cuya voz había escuchado se acercó y tocó apenas la caja lo que hizo que la pantalla se oscureciera al instante, al tiempo que decía:- Basta ya, hace rato que su madre les dijo que dejen de jugar y que se cambien de ropa, que vamos a ver a la abuela.         El rostro de ese hombre, vestido con ropas algo extrañas, le producía algún tipo de reminiscencia, además, ahora estaba seguro que esa era su casa, pero entonces se preguntó ¿dónde estaba su esposa? y sus hijos?, ellos eran un poco más pequeños que esos niños, pero, donde estaban?, quizás se habían mudado?, cómo saberlo?. Un instante antes había tratado de hablar con esas personas, pero ellos parecían no escucharlo, ni verlo, simplemente lo ignoraban, era como si él no estuviera allí. Acaso estaba soñando todo eso?. Se sentía como un ser ausente e incapaz de distinguir entre lo que realmente observaba y sentía y lo que sólo imaginaba.- Papá, para qué vamos a ver a la abuela, no es su santo y para la navidad falta mucho - protestó aburrido uno de los niños.- Ella quiere vernos, últimamente se está acordando de tu abuelo, hoy sería su cumpleaños y me ha pedido que lleve las fotos de su matrimonio que quiere verlas, así que trae la que está sobre mi cómoda, métela en la bolsa que está en la mesa del comedor y vamos ya - ordenó el padre secamente.Cuando el niño regresaba con la foto alcanzó a ver la imagen que traía entre las manos, la reconoció al instante, estaba amarilla, antigua, maltratada, pero se notaba claramente que era la foto más importante de su matrimonio, aquella en la que aparecía el sacerdote dándoles la bendición mientras ellos no dejaban de mirarse a los ojos.Recién entonces descubrió porqué sentía como que flotaba, porqué atravesaba las puertas sin sentirlas, porqué no lo escuchaban, ni veían, intentó entonces por un momento reír de impotencia, llorar al siguiente, pero no pudo hacer ninguna de las dos cosas, descubrió con ansiedad que en realidad, estaba muerto. Se ató entonces al cuello los boleros enloquecidos de su juventud, sintió que en un hombro se le acomodaba el alma, sobre el otro los recuerdos que de pronto lo invadían en oleadas violentas y dolorosas y se marchó a buscar a sus hermanos pisando escaleras de madera que seguían sin crujir.                                                                       Raúl Ramírez Vásquez                                                                       Lima, agosto de 2009

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