etica, felicidad, libertad
Publicado en Aug 18, 2009
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No siendo un filósofo (seres extraños que casi dan miedo), ni un sacerdote (también extraños pero que no dan miedo), puede parecer una audacia de mi parte colocarme frente a la computadora y dejar ir los dedos pretendiendo sostener algunas ideas sobre un tema tan complicado como es el de la Ética.
Cada vez que escuchamos a alguien o leemos un libro sobre este asunto, algo en nuestro interior nos invita a huir o a acomodarnos bien porque sospechamos que se va a recibir una especie de sermón respecto de lo que es bueno y de lo que es malo de la vida. Casi como si de un juez moral se tratase, como si el requerido estuviese iluminado por una suerte de especial sabiduría que le permite discernir entre el bien y el mal. Debo confesar que no tengo esa capacidad (no soy filósofo), ni esa vocación (no soy sacerdote) ni siquiera soy un pecador destacado que, según como se vea, podría ser hasta un mérito, soy más bien un pecador común y corriente. No puedo, entonces, dictar recetas para discenir entre el bien y el mal.  A lo más que me voy a atrever es a sostener que la cuestión tiene relación directa con la libertad (tesoro más divino que la juventud) del ser humano, por lo tanto no puedo sugerir ser ciudadanos bien o mal pensantes, sólo puedo alentar la ilusión de que todos seamos personas libre pensadoras.
Supongo que no es casualidad que los libros de ética que se despojan de su pretensión científica, que bajan de la estratósfera filosófica en la que suele tratarse el tema y lo desarrollan de un modo terrenal, o preferiría decir simple, fácil de entender, hayan sido escritos por autores que han optado por llamar a sus hijos en sus títulos. Aristóteles, escribió "Ética a Nicómaco" su hijo y, más modernamente, Fernando Savater, escritor español, produjo "Ética para Amador", también su hijo.
Esta circunstancia me invita a confirmar algo que resulta más o menos aceptado: La ética, puede ser que se pretenda, pero no se enseña bien en la escuela, ni en la universidad, la ética nos la enseñan bien o no nos la enseñan, en la cuna. No hago esta afirmación en el sentido de que en nuestra madurez no podamos aprender algo sobre ética, sino en el sentido que es la infancia la etapa de la vida durante la cual se prepara nuestra alma para que nos sea posible aprender todo lo que a lo largo de nuestra vida podamos sobre tan espinoso asunto. Afirmo esto pensando en la madre que le dice al niño que no mienta o que devuelva el juguete que ha tomado porque le gustó a pesar de no ser suyo. Son ese tipo de enseñanzas las que preparan el terreno para saber optar moralmente en la vida, puesto que la vida, en cierto sentido, no es más que una sucesión interminable de opciones.
De manera que aquí no se trata de enseñar nada, ni de dar lecciones de ética a nadie. Lo que cada uno aprendió sobre este tema o la capacidad para aprender, ya está en sus conciencias desde la infancia. De lo que se trata, y esa es mi pretensión, es de compartir con Uds. el fenómeno de la ética como búsqueda de la felicidad, como herramienta para llegar a ella. Quiero sostener que la ética describe un escenario en el que partiendo de lo bueno y a través del ejercicio de nuestra libertad, llegamos (o pretendemos llegar) a la felicidad. Tenemos así el origen, la ruta y el destino de la ética.
Para esto vamos a comenzar por dejar de lado a la religión. Yo soy tan religioso como cualquiera, pero estimo que la religión tiene su propia ética y de lo que se trata ahora es de razonar en relación a una ética más amplia, una que resulte aplicable cualquiera que sea nuestra religión e incluso para la persona no religiosa (casi escribo no creyente, pero me pareció demasiado inexacto, pues en rigor todos creemos siempre en algo).
También vamos a dejar de lado todas las elaboraciones filosóficas que se han hecho, no por menosprecio, sino más bien porque no tengo la capacidad para entenderlas en gran parte por carecer de la formación profesional necesaria. Me confieso incapaz de entender la ética absolutista, en la que Dios tiene siempre la última palabra, la virtud platónica, el estoicismo, el utilitarismo, el emotivismo, la ética aplicada, la ética situacionista y tantas otras que elaboran y reelaboran conceptos que para una mente simple como la mía o como la de la joven madre, antes aludida, resultan totalmente incomprensibles.
 Sucede que en nuestra conducta rutinaria los alcances filosóficos no cuentan sino desde muy arriba. Thomas Cathcart, en su libro "Platón y un ornitorrinco entran en un bar" (altamente recomendable), señala, en broma por supuesto, pero ignoro con cuanto de verdad, que un día San Agustín, que hasta poco antes había sido un joven díscolo, mujeriego y que disfrutaba de otras virtudes similares y claro, envidiables, había sido, sin embargo, tocado por la vara divina de la virtud y se encontraba rezando y meditando muy concentradamente; en el ánimo de pedir ayuda celestial para vencer las tentaciones que aún lo acosaban exclamó, estirando los brazos hacia el cielo "Señor, hazme casto", justamente en el momento que cerca de él pasaba una joven muy atractiva, cuyo caminar hizo que el futuro santo acotara "pero, después".    
Bueno, poniéndonos un poco más serios, lo primero que se debe señalar es que la ética es un concepto que tiene que ver con el hombre en sociedad. Si sufrimos un accidente de aviación en la selva peruana y por uno de esos milagros que nos hacen creer en Dios, resultamos el único sobreviviente, como ya ocurrió a la jovencita Juliane Koepcke, en 1971, lo primero que tendríamos que aprender es a vivir de nuevo, acomodarnos a nuestra nueva situación. En tal caso, no tendríamos a quién engañar, decir la verdad no tendría sentido porque no tendríamos a quién decírsela, no tendríamos manera de atentar contra la vida, la salud o el prestigio de otras personas y, en consecuencia, la ética como concepto sería inútil. Lo bueno y lo malo no formarían parte de nuestras preocupaciones cotidianas. Nuestra preocupación fundamental sería sobrevivir.
Otra cosa ocurrirá si caminando en el lecho de un rio, perdidas ya las esperanzas de ser algún día rescatados, descubrimos huellas humanas. Pasado el momento de la inicial y loca alegría que seguramente nos dominaría, entenderemos que, a partir de ese instante, nuestras decisiones podrán afectar a otras personas; ya no se trata simplemente de sobrevivir de cualquier manera, tendremos que determinar si ese ser humano va a ser un compañero o un enemigo y tendremos que desarrollar, de algún modo, reglas de convivencia, inclusive si fueran leyes de enfrentamiento y discordia.
Siendo que el hombre es un animal social, se encuentra rodeado de otros seres humanos frente a los cuales debe tener una manera de relacionarse. Esta manera, para decirlo en términos generales, debe ser una buena manera, por que seguramente producirá efectos positivos y dejaremos de lado otro tipo de relaciones, llamémoslas "malas" que, por lo general, producirán consecuencias negativas. Saber lo que nos conviene, es decir, distinguir entre lo bueno y lo malo es probablemente nuestro primer concepto o problema. Pero recordemos que es un problema social. No es problema para el sobreviviente del accidente, es uno del hombre en sociedad.
Es un problema por varios motivos pero quiero llamar su atención, por ahora, sobre dos de ellos: primero, porque con toda seguridad encontraremos otras personas que tengan una opinión diferente de la nuestra respecto de lo que es bueno y lo que es malo y, en segundo lugar, por que algo que en una circunstancia puede ser considerado bueno, en otra, ser apreciada como malo. Diferencias de personas y diferencias de  tiempo.
La mentira por ejemplo, normalmente se acepta como algo malo (recordemos las reiteradas lecciones de la joven madre), pero en algunas circunstancias, para aliviar a un enfermo, por ejemplo, puede permitirse; ya no sería considerado algo tan malo. Quizás por eso es que cuando Moisés bajó del monte con la famosa tabla, la de los 10 mandamientos, allí no estaba la mentira, por lo menos según la versión de la Biblia que tenemos en casa, en la que se indica el mandamiento de "No levantarás falso testimonio contra tu prójimo", lo que claramente deja de lado muchos tipos de mentira. Quizás por esta misma acotación bíblica es que la mentira parece un pecadillo y a veces, ni eso. Estoy seguro que si se hiciese una encuesta sobre el tema las opiniones serían bien diferentes. Alguien, por ejemplo, podría sostener que cuando el marido le miente a su mujer es un terrible pecado, una enorme deslealtad, pero cuando la mujer le miente al marido, nadie se da cuenta.
Estas consideraciones me alientan a llegar a estas alturas a una conclusión y es que en el tema que ahora nos preocupa no existe unanimidad. Lo único en lo que podemos estar de acuerdo, es en que no estamos de acuerdo.
El hecho que Dios permita esta ausencia de unanimidad nos invita a abordar un segundo concepto. La vida no está fatalmente determinada, se nos otorgó el llamado libre albedrío y, en consecuencia, podemos no siempre decidir lo que nos va a pasar, pero si la que va a ser nuestra reacción ante los sucesos que se produzcan. Si dominamos el sentir común (los miedos de la masa por ejemplo) si nos liberamos de la moda o el qué dirán, seguramente reaccionaremos como nuestra conciencia indique frente a hechos que no podemos controlar. Claro que a veces es difícil, a veces nuestro sentido del deber entra en conflicto con nuestra necesidad inmediata, con nuestra carne, el primero le puede decir a las segundas "no pienses eso" refiriéndose a algo incorrecto y las otras tercas, dale que dale, que piensa precisamente eso. Todos hemos sufrido, y espero que sigamos sufriendo por mucho tiempo la dificultad de evitar hacer cosas malas, entre otras cosas porque no somos lo suficientemente viejos como para no poder hacerlas, como para que ya no tenga sentido luchar contra las tentaciones.
Es este punto voy a tomar el ejemplo de Savater que recuerda a Héctor y la Guerra de Troya. Como todos sabemos dentro de la multitud de enfrentamientos que se desarrollaron en dicha guerra destaca el de Héctor con Aquiles. Debo confesar que cuando era niño y leía La Ilíada, mi héroe favorito era el troyano, más de una vez y frente al espejo hasta sufría las heridas y, finalmente moría como él, pero era mi favorito no por que, como alguno podría pensar, me solidarizara con el derrotado, sino más bien por que para mi ese si era un héroe, ese si se arriesgaba, si era valiente, no como Aquiles que de héroe no tenía nada, pelear sabiendo que nadie podrá vencerlo no tiene gracia, simplemente no le encuentro el mérito. Claro que esta idea no será aceptada por quienes sientan que el mérito está precisamente en ganar y solo en ganar, sin importar la manera.
Regresando a Héctor, resulta que éste sabía que iba a morir y, sin embargo, salió a enfrentar a Aquiles. Pudo no salir, pudo decirle a Paris "oye tu eres el que te robaste y disfrutaste de la hermosa Helena, así que baja de la muralla y pelea tu", pudo decidir dejar de ser un héroe y huir con su familia, pero prefirió quedarse sabiendo que su final estaba cerca. Seguro que en la noche anterior al enfrentamiento su mente terca pensaba, dale que dale, que había que huir. Pues bien, él prefirió quedarse y enfrentar su destino. Su decisión fue libre. Y este es el concepto al que quería aludir, el de la libertad.
Para hablar de ética es necesario considerar el concepto de libertad. Si todos hiciésemos las cosas porque así está determinado, no tendría sentido decir que se han hecho correcta o incorrectamente, simplemente habría que decir que se hacen "por que así es" o "porque así está determinado". El león caza y come seres casi vivos porque así está determinado, las abejas obreras existen para servir a la reina, porque así está determinado, las hormigas caminan en interminables filas llevando sus alimentos porque así está determinado, yo obedezco siempre a mi esposa porque así está determinado.
Con el hombre las cosas son diferentes, por lo menos con el hombre libre (no es el caso de aquellos que tienen esposas dominantes; pido disculpas a mi esposa por la alusión anterior, por lo demás falsa (ojalá me crean)). Nuestra conducta no está determinada. Dios nos dio libertad, así nos pintó Dios y Dios es un buen pintor.... Lo malo es que Satanás también.
Y aludo a Satanás simplemente para entender que la existencia de la alternativa entre portarnos bien o portarnos mal, supone necesariamente el ejercicio de la libertad. Todos tenemos un angelito que nos dicen lo que debemos hacer, pero también un diablillo que muchas veces nos tienta. Suele ocurrir que con el angelito nos hacemos los sordos, como que no lo escuchamos bien, algo en la comunicación interfiere; mientras que a veces el diablillo no termina de hablar y ya estamos actuando según su consejo.
Hay una distancia entre lo que hacemos o no, porque se nos permite o prohibe y lo que hacemos o no porque queremos. Cuando uno dice yo no he asesinado, ni he robado a nadie, no estamos hablando de ética. Esas son cosas que no hacemos no porque no queremos (a veces podrían incluso no faltarnos ganas), sino porque estamos impedidos de hacerlo.  Ahí nos movemos en ámbitos legales, no éticos. Actuamos o no por coacción, no por decisión propia.
La ética supone necesariamente el ejercicio de la libertad. No hacemos algo, a pesar que tenemos la libertad de hacerlo porque consideramos que es incorrecto. También tenemos la libertad de equivocarnos y debemos aceptar la carga que toda libertad supone, que es la de pagar las consecuencias de nuestro error.
La ética de un hombre libre (ya hemos señalado que solo puede haber ética en un hombre libre) no tiene relación alguna con los castigos y con los premios repartidos por la autoridad, terrena o divina, da igual.
Se trata, por supuesto, de "hacer lo que querramos", siendo que esto, sin embargo, no es tan simple. Los seres humanos por naturaleza queremos vivir bien, queremos que nuestra vida sea una sucesión de satisfacciones y no de sufrimientos, pensamos que si hay que enfrentar padeceres, está bien siempre que sea por un valor o un bienestar superior, que haga que nuestro sufrimiento valga la pena.
La buena vida humana debe ser buena, pero también debe ser humana. Si le falta una de las dos no es nada. La humanización supone un proceso recíproco en el que yo brindo humanidad y recibo humanidad, solo así la vida puede ser buena y ahí encontramos el principal límite a aquello de "hacer lo que querramos"
En qué consiste esa buena vida humana? Yo puedo decir que me encanta el pan con chicharrón, para mi comérmelo es signo de buena vida (¡sin camote por favor y con una buena taza de café!), otro dirá que disfruta de un buen sauna, al de más allá le encantará la posibilidad de salir de viaje de vez en cuando, o de leer un buen libro, alguien incluso podría señalar que es el acostarse con su estrella de cine favorita. Todo eso y mucho más forma parte de lo que uno puede llamar "una buena vida humana". Pero ocurre que podríamos vivir bien sin comer el pan con chicharrón, los vegetarianos dirían que incluso mejor,  también podríamos tener una buena vida sin el sauna, los viajes o el libro, nos daría alguna pena, pero nada que haga la vida insoportable. Por aquel que se quiere acostar con la estrella de cine no nos preocupemos porque nunca va a poder optar entre hacerlo o no.
La verdad es que podemos pasar sin esas cosas que a veces le dan un sabor agradable a nuestra vida. Hay algo, sin embargo, sin lo cual no podemos pasar, salvo que asumamos el riesgo de regresar al sobreviviente de la selva del que a estas alturas ya nos hemos olvidado: no podemos pasar sin los demás seres humanos.
Por esa razón es que la verdadera buena vida y el sentido correcto de aquello de "hacer lo que querramos" suponen relaciones correctas con los demás. No digo necesariamente relaciones amistosas, no podemos ser amigos de todos, ojalá pudiésemos. Me limito a aludir a relaciones correctas. Que las relaciones de amor, sean relaciones de amor correctas, que las relaciones de amistad sean relaciones de amistad correctas y que las relaciones de simple sociabilidad sean también correctas, entendiendo por correcto aquello que permite su sostenimiento y fortalecimiento.
Resulta entonces que por un lado somos libres y por otro nos interesan los demás. En ese interés radica la razón por la cual somos capaces de sentir remordimiento cuando obramos mal. Si no fuésemos libres no podríamos sentir remordimientos, puesto que no tendríamos ninguna responsabilidad por nuestros actos y si los demás no nos interesaran, tampoco, esta vez por egoísmo entendido negativamente. Libertad y responsabilidad son dos caras de la misma moneda. No podemos hacernos irresponsables de lo malo que se hizo y pretender quedarnos con los méritos de lo bueno que nos tocó. La libertad como cualidad del hombre libre, supone hacernos responsables por lo que uno hace, sea bueno o malo. Lo contrario supone recibir humanidad, pero no otorgarla con todo lo de inequitativo que esto es y, finalmente, insostenible
La noche del día que actuamos mal, de aquel en que hemos recibido humanidad, pero hemos sido incapaces de darla, cuando entramos a la cama nos puede pasar una de dos cosas: o dormimos tranquilos como una cara de hipócrita impresionante o, de pronto, una pregunta se acerca sigilosa como si fuera una araña, se mete a nuestro lado y no nos deja dormir. A esa araña la llamaremos remordimiento.
Lo que provoca el remordimiento es en el fondo un cierto sentido de egoísmo. Recuerden que queremos vivir una buena vida humana, esto es, conservar nuestros amores, nuestros amigos y todo lo que resulta valioso para nosotros. Dar y recibir humanidad, dentro de lo cual involucramos cariño, atención, amor. Si hacemos algo que lo pone en peligro, tendremos la libertad de arrepentirnos porque no queremos perder. Si por el contrario, provocamos la ruptura será porque no nos importa perder, seguramente porque aquello que corremos el riesgo de perder no es valioso para nosotros. Sería bueno estar prevenido pues nos podemos equivocar y, en ese caso, deberemos pagar las consecuencias, para comenzar, con el arrepentimiento.
El vivir una buena vida humana, el entendernos con los demás, el ejercicio de nuestra libertad son factores necesarios para que podamos sentir remordimiento ante nuestro error. Ese sentimiento sólo puede producirse a través de la capacidad que tengamos de ponernos en el lugar del otro, es decir, tomarlo en serio, entender sus razones. No se trata de darle siempre la razón, eso sería ingenuidad o debilidad (que no es propio del hombre libre), sino de considerar su posición con buena fe. Considerar a la otra persona, tratar de entender su posición es, me parece, el principal atributo de la ética.
No parece casualidad que los regímenes políticos más autoritarios y menos éticos, sean los preferidos por el tipo de personas que no son capaces de ejercer su libertad plenamente, es decir, asumiendo su responsabilidad; y a la inversa, tampoco es casualidad que para los políticos autoritarios el ciudadano preferido sea el que le traslada a la autoridad toda la responsabilidad y, en consecuencia, el poder. Los ciudadanos que quieren que la autoridad lo haga todo, y la autoridad que quiere un ciudadano sumiso, constituyen el círculo perfecto de la cobardía ciudadana de un lado y del abuso del otro. Ese es, por mucho que algunos no lo quieran ver, el peor régimen de todos, por muchas razones, principalmente, porque son regímenes que limitan la libertad.
En este entorno no suenan extraños discursos que dicen "si los hombres empezaran a obrar por su cuenta, todo el orden social se vería transtornado". No faltan las expresiones científicas y literarias en el sentido de que el mundo del futuro será uno tan cómodo para todos que no se nos exigirá ninguna responsabilidad. Ojalá que el ser humano tenga prevención frente a esas propuestas por que lo más probable es que vayan acompañadas de un enorme recorte de la libertad. En ese escenario no importará qué es bueno y qué es malo, ni siquiera importará la felicidad por que nos la darán en pastillas y los conflictos humanos estarán resueltos de antemano. En ese escenario la ética sería un concepto inútil.
Yo tengo una costumbre que he adquirido en los últimos años, la de pretender dar consejos a la gente más joven (pretensión tonta de un viejo que cree que le harán caso, se dirá). Por eso a veces, cuando converso con parejas de esposos que recién inician su aventura conyugal y animado por una buena copa de pisco, les propongo que se peleen, que se peleen bastante, que se peleen cada vez que puedan y cuando me miran asombrados y quizás alarmados agrego "es que la reconciliación es riquísima", arrastrando la ese todo lo posible. Imagínense lo que nos perderíamos si los conflictos humanos estuviesen resueltos. Digo esto sin ningún interés que se me pueda adjudicar por el hecho de ser abogado.
Existe un escritor quizás inconcientemente relacionado con la tendencia a la que aludí antes, que señala a propósito de la ética que ".....las veneradas leyes deontológicas, cuyos artículos, capítulos, párrafos, puntos, aunque complejos, enfrentados a la experiencia de los siglos habrían acabado por reducirse a siete palabras: No te metas donde no te llaman....." (vamos, ni que fueran palabras mágicas). Esa es sólo una opinión claro, yo por mi parte creo que muchas veces es imperativo, por ética, meterse donde no nos llaman, como otras lo es, huir de donde nos llaman a gritos.
En todo lo expresado hasta ahora he tratado de ceñirme a la tesis original en el sentido de que la ética describe un escenario en el que partiendo de lo bueno y a través del ejercicio de nuestra libertad, pretendemos llegar a la felicidad.
Pero ¿quién nos dice qué es bueno o malo? Y ¿quién nos indica donde está la felicidad?. Hemos afirmado que la ruta para llegar de uno al otro es la libertad, pero dónde está el punto de origen y dónde el destino?.Tremendo problema, porque nadie nos lo va a poder decir, salvo que renunciemos a nuestra libertad y aceptemos que otro nos imponga dichos conceptos. En ese entendido ya no podremos hablar de ética, ni de libertad, ni de responsabilidad, ni de felicidad.
Creo que lo bueno y lo malo, así como la idea de felicidad, está en la conciencia de cada uno de nosotros. No es posible imponerla a través de regulaciones y reglamentos, cuando eso ocurre nos introducimos en otra disciplina que es la del derecho que regula la conductas humanas, respecto de las cuales el legislador decidió considerar un área de la moral o de la conducta susceptible de ser impuesta por coacción. En las conductas humanas más íntimas, en las que el legislador entiende que la coacción no funciona, estamos en el campo de la libertad y, por lo tanto, de la ética.
Por eso estimo que es inevitable concluir que la conciencia de cada uno es la que nos tiene que decir, a cada paso, lo que es bueno, cómo debemos vivir una buena vida humana, cómo debemos relacionarnos con los demás, escenario fundamental donde la ética funciona o no, cómo debemos ponernos en el lugar del otro, cómo debemos ejercer nuestra libertad, en qué casos arrepentirnos y, por último, qué hacer para poder dormir tranquilos. Con todo ello quizás, solo quizás, cuando lleguemos a viejos, cuando nos encontremos en las orillas de la muerte, cuando nuestras últimas oraciones estén en el camino de la tierra al cielo, revisando entonces lo que fue nuestra vida, quizás podamos decir que hemos alcanzado la felicidad.
Creo que la fuente de lo bueno y de lo malo y de nuestra felicidad, están en nuestra propia e individual conciencia. Es ella la que nos tiene que decir cómo aplicar lo que se puede considerar la máxima de la ética universal, esto es: Compórtate con los demás de la manera como deseas que ellos se comporten contigo. Esas, en mi concepto, serán más de siete, pero si son palabras mágicas.
                                                                                   Raúl Ramírez Vásquez
                                                                                  Lima, agosto de 2009
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La ética como ruta hacia la felicidad

Palabras Clave: etica libertad felicidad bien mal

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Pensamientos



Comentarios (2)add comment
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raul ramirez vsquez

Enrique:
Muchas gracias por tu comentario. En realidad el texto es hijo intelectual (si cabe el atrevimiento) de "Etica para Amador" de Savater.
Raúl
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August 20, 2009
 

Enrique Dintrans Alarcn

Hola Raúl:

Leo tu monografía sobre ética y percibo esa búsqueda or hacer inteligible lo complejo que somos los humanos para orentar nuestro comportamiento hacia la felicidad. Te sanima una actiyud filosófica, aunque te declaras fuera del ámbito filosófico. Dejas formalmente de lado "lo religioso" y sin embargo aparecen temas y conceptos religiosos más adelante en tu escrito. Quiero expresarte que no veo contradicción. Para ser más explícito, ocupas la categoría de los "demonios" como fuente de orientación alternativa, y claro, al final, indicas la REGLA DE ORO, que es principio moral universal. No es un detalle menor, ya que el mismo Jesús de Nazareth, al finalizar el Sermón de la Montaña, lo dijo con una claridad asombrosa. En esto (la regla de oro) se resumen la ley y los profetas. Para mí es imposible no ver en esta regla algo divino. Me ha gustado tu indagación, la agudeza para ilustrar situaciones que atañen al pensamiento filosófico sobre la moral. Has hecho mención de vastos campos de experiencia, como las de decisiones personales y de convivencia política.

SAludos
Responder
August 20, 2009
 

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