• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
                                                                              A Beba                                                     I Ella tenía un plato de sal como una bolsa de trigo donde se buscaba. Tres veces había golpeado en la tormenta como una forma de predecir la muerte. Ella no creía en la libertad ni en los profundos designios del instinto. Cayeron entonces las caricias alquiladas en viejas kermeses de coloresdonde las visitas teñían su pelo de aire y agua consumida. Una tarde, con remordimientos vestidos de locura,cuyo definitivo corredor estaba hecho de la evasión insomne de la muerta.                                                 II A la hora en que callósiete pares de nutrias lamieron su cadáver,y una rosa mantuvo con ella una visión:el corazón del agua doliente barría para siempre las últimas preguntas.                                                              Guillermo Capece                                                     
La suicida
Autor: Guillermo Capece  999 Lecturas
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Me asombra tu llamado, Picodiribibí. Me habías dicho que te ibas a matar, que esto era lo último. Eso dijiste: es el final. Hoy amaneció el día con un sol radiante, pero más tarde llovió. Y la lluvia y tu voz por teléfono eran dos susurros que confluían equivocadamente, Picodiribibí; porque hoy no debía llover, y vos deberías estar muerta.Sí, Picodiribibí. Tantas veces me lo dijiste, me acobardaste tantas veces, y en tantas te colgue el tubo gritándote que estaba cansado de tus amenazas, que ese juego ya no servía. Y que nos hacía pedazos a los dos.Después, me dormía con miedo. Y el miedo se hacía presente en mis sueños, y a la mañana estaba deshecho: me miraba en el espejo y no era yo. Era otro Juan Manuel, con ojeras, con barba mal crecida, arremolinándose la angustia en cada parte del cuerpo. Y sin lavarme la cara corría hasta el teléfono, y tu voz me contestaba:-Sí, Juan Manuel. Pasé mejor la noche. Creo que hoy iré al cine con Inés, despúes de la peluquería... Porque ir a la peluquería hace sentirse bien, ¿sabés querido?Sí, ya lo sabía. La peluquería y esas cosas. Tus amenazas de suicidio. Todas falsas. Como el nombre con que te había bautizado una mañana en el Tigre jugando con el sonido de las palabras.Ahora me siento muy mal, Picodiribibí. Casi despojado, desierto; con un único dolor en el centro de la cabeza, como si el viento, zumbándome en los oídos me acusara de algo, persiguiéndome."Cuando una mujer embarazada te mira a los ojos, es porque desde lo más profundo quiere que su hijo se parezca a vos", me dijiste en otros de tus juegos.Y yo me reí porque nunca sospeche que Inés me mirara fijo, y menos por ese motivo. Siempre desconfié de los fatalismos, de las predestinaciones, de los horóscopos.Pero tu insistencia fue tan grande que me lo hiciste creer. Y a lo mejor también se lo hiciste creer a Inés. Tuve la confirmación cuando el hijo de Inés y de Carlos se llamó Juan Manuel.-Qué linda coincidencia-dijiste.Y yo estuve a punto de pensar que sí, porque no sabía hasta entonces qué impropio demonio te doblegaba hasta ser otra, Picodiribibí. El día en que salimos los tres, un brillo especial había en tus ojos. Pero no importaba la gravedad del asunto. Debíamos pasar bien el día. Distraernos.Vivir por encima. No meterse el uno con el otro. Charlar. Sonreír.Entonces comimos los tres en la costanera. Fumamos entre cafe y cafe, y tu mano no dejaba de hurgar en la cartera para sacar los sedantes, esas pastillitas pequeñas e imbéciles, con las que tantas veces me habías asustado.Inés se mostró muy complaciente conmigo durante todo el almuerzo; más todavía cuando vos decidiste retirarte porque tu presión arterial estaba altísima, segun dijiste. Al tomar otro café invite a Inés a beber una copa de coñac, y coincidimos en la marca; un rato más tarde me halagaba el hecho de que le gustara Malher y el cine de Bergman. A la tarde volví a  estremecerme cuando dijo que también ella prefería las ensoñaciones de Delvaux.Un poco antes de la noche estábamos compartiendo la misma cama de hotel de Viamonte y Paraná.Pero algo estaba allí. Presagiando no sé qué derrota. Haciendo cálculos malignos. Tratando de destruír: eras vos. Pero no tu presencia física, sino tu forma de estar entre nosotros, seguro de que habías dispuesto todo para que ese encuentro entre Inés y yo, se diera de esa forma en aquella tarde de domingo. Y ahora ella: casi quejándose, sobre la cama, desnuda, casi un ángel. De espaldas, como si fuera una cometa descendida, parecía descansar de un viaje breve pero fatigoso. ¿Quién la había traído hasta allí? ¿Quién le había puesto ese sello de adolescente, de faltante, de apenas comenzada que parecía tener? Pero tan hermosa en su desnudez, tan descalza, tan ángel.En un principio pensé en algunas de tus burlas. Picodiribibí. (Otra vez el viento zumbándome en los oídos, persiguiéndome; el viemto diciéndome cosas tuyas.)Después, cuando la vi moverse en la cama, no me acordé más de vos, y creí que decía alguna palabra, toda ella mujer, no ya adolescente.Y sí: decía "te quiero, te quise desde el primer día que te vi." Todas esas cosas que dice una mujer cuando en realidad puede creer que las dice de verdad, sobre todo cuando estaba tu sombra en todo esto, Picodiribibí.Yo la miré sonriente, y sin contestarle la volví a besar e hicimos el amor nuevamente, esta vez con violencia,  porque sabía que estaba metido en el juego maldito que vos habías inventado. Durante seis meses fui el amante de Inés, y vos ibas preparando uno a uno nuestros encuentros. Pero ya me parecía inútil y torpe tener que besarla, rodearla con mis brazos, llevarla hasta la cama, en una ceremonia que me fatigaba en lugar de alegrarme. Sin embargo pensaba todavía en ella, en el vibrar de su piel como una mariposa moviéndose. Sin embargo recordaba cuando sus brazos depositaban en mi sexo movimientos tenues, apenas creíbles, y eran como luces que me perseguían, luces alrededor de mi almohada.Y recordé, cuando una madrugada, exaltadamente, como un loco, le propuse que nos fuéramos, que abandonáramos todo, con tal de huir de la muerte a la que me sometías. (Pues otra vez oía al viento soplando lejos al principio, para ir acercándose de a poco, pero con insistecia. El viento que decia: me mato, ya vas a ver, me mato, mañana seguramente,mañana.) Y ahora Inés había faltado a la cita, porque de algún modo ella también comprendía que era otra pieza de la pluralidad siniestra a la que dolorosamente nos habíamos acostumbrado.Sí, Picodiribibí: no sé por qué tengo que decírtelo. Tal vez por el vino que tomé desde temprano.Lo cierto es que no voy a contestar a ninguna de tus preguntas, y espero que no tientes frases entrecortadas para hacerme sentir que lo comprendés todo. Y quizas lo comprendas, y el único que no entienda sea yo, que trato de explicármelo, pero sale una pregunta que es Inés y otra pregunta que es Picodiribibí, y el viento empieza a pasearse en mi cabeza, me martilla, me martilla las sienes, y ya no soy yo, ya no soy Juan Manuel, sino otro, otro total e insignificante, un minúsculo hombre con mucho miedo de que te mates, un hombre pobre y nauseabundo,el mismo que sabe que Inés no vendrá, porque en el último encuentro que tuvimos, entre besos mal dados y caricias, yo le acerqué ese revólver y la obligué a usarlo.                                                     Guillermo Capece (año 1972)    
Prefiero detenerme antes de llegar a tu ciudad,para no volver a mirar tu rostro.Tú y yo sabemos que nuestras manos que nos apretabanno son las mismas.Sin embargo, las oblicuas regiones de los sueñosme indican el lugar donde siempre estás detrás de las ausencias.No conozco otra manera de anuciarte:amor entre los dientes. Hábitos de himnos. Breve ley del universo.No cede mi insensata, mi inútil lucha de quererte.Dejo palabras tiradas en la noche: espadas, tintas, reconciliaciones,minuto a minuto, campo entrando en la música.Dejo la única mutilación del amor.Dejo sonrisas, amigos, envejecidas cartas.Dejo la nulidad de tu belleza.Voy a una ciudad de páramos dentro de una nieve ciega y amarilla.                                          Guillermo Capece
Decisiones
Autor: Guillermo Capece  996 Lecturas
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mi corazón abreva lejosme doy por muertomiro la lluvia que me siguedulce tez  amoroso cuellomundo hondamente humano nueve círculos leen nombressobre el murotarde  inútilmenterecompongo mi traje blanquecinode a poco monedas doradas se obscureceny salgo a pedir limosna entre los pobres muy quieto observola enramada luzme enmaraño en hojas de la nochesoy Juan  el sucio que me ofrece fumar   sus manos llagadas estrechan las mías(sus manos más limpias que las manos de un banquero)y también soy la cantante loca que en la plaza se aplaudey muere, tras telón, de frío. soy todosy también yo  que llevo hacia tí mi pensamiento:si volvieras como una gota de lluviacomo un palacio  o una tardecita apenas yo  alejadocreyendo que el amores un caminante que siempre regresa.                                          G.C. 
siempre regresa
Autor: Guillermo Capece  993 Lecturas
Eras extranjero en la tierra.Tu boca bordada por otra raza de costumbres parecidas a las alucinaciones,de iguales y posibles mentiras, de charcos como breves estrellas;porque ser de otra raza es como parir marginadamente, o resoplar la costa de los mares sin respuesta;tu bocaera la encrucijada a la que iban a recalar los fanáticos traídos por desembarcos inútiles,los animales del viento manchados por espumas polvorientas,las canciones girando por la libertad del espacio.Tu boca era yo,que sabía las leyendas del abandono y la ira,que era todas las montañas y la semilla abrazada a un lugar imaginario, que soñaba con fragmentaciones y ecos;tu boca que era yo solicitándote salar ese viejo idioma desconocido,ver tu lengua para llegar a la obscuridad de un país donde todas las depredaciones eran posibles;tu boca, yo,salíamos al encuentro de nuestra noche nataldividida por un cortejo de escombros,por una plegaria de canes, por una violenta y querida superstición.Porque si la noche es una supersticiónno hay duda de que éramos enamorados de la tierra y sus secretos,del vino fiel que se torna duro en los días de las últimas palabras.Juntos, esquilábamos ovejas hasta el amor,hasta que los días empujaron sus paredes bajo humeantes barcos migratorios. No he de decir que te amé por demasiado conocido.Tampoco diré que cuidé de tus perros errabundos cuando moría la penúltima humillación.Sí diréque busqué vestigios de metales,tripulaciones detrás de muchísimas cárceles,vergonzosos huecos en la curvatura de otros labios. Más alto que la tierra, que el único enigma a descifrar,allí estaré bordeándote los caminos, inmolándome,hasta que salgas de todas las bahíascomo negra e incuestionable crucificción,para arrastrar tu calor y abandono por el mundo.                                      Guillermo Capece  
  toma esta voz apremiante que te ofrezco este asesino que bebe su embate de hielo sólo para comprender la mezquina sombra  de estar vivo                                           G.C.     
Obsesión
Autor: Guillermo Capece  979 Lecturas
      ¡FUERA EL GOLPISMO MILITAR DE ECUADOR, HONDURAS Y DE CUALQUIER OTRO PAIS      LATINOAMERICANO DONDE SE ESTUVIERE GESTANDO!! 
  Si me acerco a esta tierraveo la mirada sombría de los huecosy los filos del vacío que me atraen.Veo lejanías, la infancia entre racimos,un color triste, casi ceniciento,tal vez un ala desgajada en reposo,quizás jirones de una piel querida.Todo muy quieto:la mano, el pecho, la silueta blanca.Espío el regreso en cualquier esquina,y me siento a esperarque la nostalgia me devuelva la cara.                         Guillermo Capece
Cuando a la medianochetu garganta se partía en rosascomo en un acto de fiebre,águilas abiertas decretaban mi extición.Yo, que amaba tu sexohacia las nubes,nunca pude atravesarmi perpetuo deseo endemoniado,que ya no está en el comienzo de tu patio redondo,ni en mi corazónsustraídode la bolsa más austral...Te recuerdo bebiéndote el aire,tapándote el almapara que los malos miedosno la destruyeran,acunándola como a una preciosa rama de estrellas.Pero nada se pudo, ni mis brazos, ni mi arrojo incesante,por tu forma lujuriosa de amar.Dejaste que el cielo te regara sus penas,y los barcos sus olas que partían.Forma de ver lo invisible:olorosa luz hecha de barro,días destinados a la nada;y más alláel campo abierto,y tú corriendo como un niño,en pos de ceremoniasque siempre siempreresultaban naufragios.     
                                             Juan Dichoso, changador de feria, vivía en el morro                                            Babilonia en una casilla sin número                                            Una noche entró al bar Veinte de Noviembre                                            Bebió                                            Cantó                                            Bailó                                            Después se tiró al lago Rodrigo de Freitas y                                                  murió ahogado.                                                                            Manuel Bandeira Porque no te dieron más que dos monedas,dos látigos en tu frente, tú creíste que estabas muerto,que tu destino era la seda lujosa de la muerte,y bebiste,cantaste, bailaste con ella en escandalosa cita.Tal vez se amaron antes de la definitiva llamada.Tal vez hicieron juntos el solitario proyectodel camino hacia el lago, pero considerando lo otro:la pavorosa atracción de su voz de sirenaque te llevaba al agua,apretadas las dos monedas en tu puño.En la marea angosta sumergiste tus pies.Tus ojos huecos como sombrapor un momento se extrañaron.Pero ella te empujaba suavemente,y tu coraje de siempre rodócomo el cobre que apretabas."¿Nunca más veré la mañana?""¿Nunca más tendré la mirada de mis hijos?""¿Dónde estará el sonido de la voz lejana de mi madre?""¿No hay entre mis fantasmas alguno que me salve?"Despojado,dijiste:"me llamo Juan Dichoso,pero la dicha para mí fue un mantel cerradopor el antojo de los otros,y ahora, yo, Juan, empiezo a entregar la simpleza de mi nombre breve."                                                             Guillermo Capece      
Destino de Juan
Autor: Guillermo Capece  953 Lecturas
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 "perdoname Majo", de un graffiti en Carranza y Paraguay (Bs. Aires) Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa.(Me voy retirando, Majo:en las inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.)¿En qué año nací, Majo?¿Hace un año? ¿Acaso un mes?Soy un ciego en algún punto del paraíso.Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi obscuridad y vuelva a serel absurdo caminante que te esperaba, el corazón en mi pecholevemente en marcha:"bienvenida, Majo". No me compares con el aire ni con el final de un cuento nunca leídoa la luz del sol en plena noche,porque aire y sol son partes del universo,y yo estoy -hace apenas dos minutos- más alla de todo cosmos,viendo con ojos de ciegolos cuerpos untados con aceites chinos para huír del poderoso olor de la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí.De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejo hace sólo dos minutos.La vida es ésto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente,un gran tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor. Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas.Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde que llovía.Yo conozco la zeta,úlima letra con la que escribozálvenme.                      Guillermo Capece      que
Arma blanca
Autor: Guillermo Capece  945 Lecturas
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                                                              Para Inocencio                                                             Para Fabio                                                             Para Miguel                                                             Para Carol                "me gustan las mariposas y los perros"en las suaves noches de luna nocturnaél no buscaba estrellas en el marsino mariposasperros blancosy cerraba su boca para que el bosquelas hojas secas no lo dañaran sobre la sombra de un árbol   echadoinquieto sobre la lunaveía volar los hijos de los pájarosy entonces cantaba  así cómo se llamaba no recuerdorecuerdo sí que con sus manos atrapabael transcurrir del tiempoy que me ofrecía la rayadura de un limón para que comiéramos juntos cuánto lo amé tampoco recuerdorecuerdo sí que pasábamos nuestras tardessubidos a un castillo con portal pesadoy armaduras de hierroy que las nubes brunas volaban en torno nuestroexclamando oraciones que cautivaban el amar tranquilo que nos dábamos murió una tarde en que se apagaron los peces del esteromiles de mariposas lo izaron entre peoníasy se asombró cuando yo le llevédos perros blancos que había robadoy que acompañaron   perezosos   su cortejo.                                 Guillermo Capece  
Historia
Autor: Guillermo Capece  937 Lecturas
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Se abre el rostro de la puerta:un hombre espera al viento.Sabe, como en secreto,que en sus manos tiene una piedra rabiosa y calcinada, y que sus ojos vaciaron  todas las fuentes de la noche. Siembra su violín, mientras la intemperie cae en el olfato de los gatos.Tiene la sed lloviéndole ceniza.En el leve mediodía come polvo de sol,recorre su cansancio,y cuando es de noche, pronuncia ese nombre para siempre.  G.C.Direc.Nac.del Derecho de autor  
Tu nombre
Autor: Guillermo Capece  935 Lecturas
       Me oprime esta vasta espera.     Habla de mi condenación y de un dominio.     Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,     las gratas miradas.      Y de un terror: el destello de haberme dividido,     mezclado entre cenizas;     un momento pequeño en que avisoro la muerte.                                             Guillermo Capece
Imagen
Adán
Autor: Guillermo Capece  926 Lecturas
 En la intensidad del sueñoalgo se pierde.Es el último recuerdo que tuvimos del día,el entusiasmo de un magnífico instante,los grandes ojos tibios donde reflejamosnuestras dudas,quizás el triste ruego de piedadpara que la ciudad no caigasobre nosotros.El sueño mueve su hilo pendular.El recuerdo final escapa:esa vaga historia de nosotrosy de los otros,la repetida historia de la infamiay del amor;quizás la historia que hablaba de infinitos,y sólo fue un puñado de salen la laguna de unos ojos.Tantos inacabables nombres,y detrás de nuestras espaldastantas hojas caídassin otra explicación que el otoño.Tantas ignoradas estrofasque quedaron sin decir.El sueño duerme.Algo que jamás podremos recogerqueda detenido.                            Guillermo Capece
Poema XXII
Autor: Guillermo Capece  923 Lecturas
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           Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el campo esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda.Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro recuerdo que su propio espejismo,como una fogata de recuerdos que se consume sin saberlo.                                                 Guillermo Capece  
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  920 Lecturas
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 descifrar nombres es otro encantamientoque olvidotal vez uno   el más recienteel más descuidadosurgecuando una flor llovizname cubre con un lazoy me entrego insinuanteal frío   a las laderas de mi cuerpoa las silenciosas memorias de mi sal. 
Masturbation
Autor: Guillermo Capece  919 Lecturas
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Julia no sabía decidirse entre la terrina de quesos o el crepe relleno. Eso de entrada, pero como primer plato no estaba segura de pedir la trucha en dos salsas o el lomo con duxelle de champiniones. Después de todo, lo que más le interesaba en ese saloncito paquete, era jugar un poco y ver los colores de los platos servidos por mozos lánguidos, en uno de los cuales le pareció ver al muchacho de La Cantábrica en ese sueño que no había olvidado.-No será la primera vez que me asome a un espejo y vea las huellas de mi rostro- ironizó para sí mirándose al espejo donde también se reflejaba la figura de Sergio.Él la había invitado a almorzar para decirle ¿qué?. Si el barco se hundía -se dijo- ¿él querrá salvarlo? ¿Por qué no levantarme y dejarlo solo? ¿Para qué acepté la invitación?Sergio estaba distraído. Ella se apuró a pedir y el mozo anotó con diligencia pero con cierta rigidez. Esto la divirtió. Luego el muchacho anotó lo que Sergio le dictaba.-Me llamo Fabio- dijo el mozo- estoy a sus órdenes; que tengan un agradable almuerzo.Y, mientras el mozo se iba, ella volvió a jugar otra vez con el espejo en la pared: los ojos tristes de Julia; los labios quietos de Julia como si recién terminaran de crecer."Aquí pronto se instalará una mueca y no lo podré evitar", pensó. En el espejo se miraba las manos y el busto, pequeño pero todavía erguido."Pronto esto se terminará. Seré vieja," se dijo.Y añadió para sus adentro:"Estos juegos comienzan divertidos y terminan crueles." "¿Por qué tener esta visión partida de la vida?"Porque ella también amaba el sol que entraba, y los colores de la comida que ahora le servían, y estaba segura de que también podía amar al muchacho de chaleco negro, algo desgarbado pero de manos finas, que a cada momento quería ser cortés.Lo miró sin disimulo y él se dejó observar. Luego volvió a mirar en el espejo y lo vió reflejado sirviéndole el vino.Mientras le ofrecía el primer plato le pareció que las manos del muchacho danzaban sobre la mesa.-Me entristece el campo a la hora del crepúsculo- dijo ella antes de que Sergio le preguntara por qué lo decía.-Cuando era chica me daba miedo ir al circo- dijo sin oírlo - un caballo se volvió rabioso, ¿sabés?,y saltó de la pista a los palcos.-El caballo se volvió rabioso o loco -repitió- ¿nunca supiste de un animal loco?Él le tomó la mano e hizo un esfuerzo para escucharla pues en realidad estaba pensando que todas las mujeres tenían algo de estúpidas.Ella se levantó para ir al baño con la idea del caballo rabioso y en Sergio, tan lejano.Pasó por la pequeña salita vacía dispuesta para que los clientes jugaran al billar que le pareció de un amarillo intenso, y vió al mozo, apurado, pero atenta a ella. Julia sabía que auque él no lamirara decididamente, había despertado su interés.Cuando salió del baño lo vió otra vez, y un ardor le subió al pecho."Dios mío" -pensó- "no poder amarlo ahora sería un castigo."Al pasar por la salita de billares entró. Se ocultó en el momento que el muchacho pasaba nuevamente. Esta vez la miró. Ella lo llamó y le pidió café. Cuando regresó con el pedido la vió recostada contra la pared, y no pareció asombrarse. Estaba acostumbrado a las trangresiones de algunas clientas, y por eso fue que no le acercó el café sino que lo dejó sobre la mesa de billar y cerró el cortinado. Se quedó frente a ella. Julia vio que el cuerpo de él se recortaba frente a la luz, y lo abrazó humedeciéndole la cara con los labios. Las manos del muchacho resbalaron sobre el vestido de ella, y lo subió de a poco, mientras la llevaba hacia la mesa de billar. Comenzaron casi en silencio, con pequeños quejidos de ella, y el silencio de él.Pronto Julia sintió la sensación dentro del pecho que el caballo loco del circo repetía la escena del asalto hacia el público. Creyó que su corazón galopaba hacia la libertad.Más tarde,mientras arreglaba su maquillaje, se sintió poderosamente libre. Rápidamente busco dólares en su bolso y los dejó debajo de la tacita de café. Fabio que la observaba, rechazó el gesto.Tuvieron un breve dialogo:-Soy de Mendoza, tengo viñales, no necesito dinero- dijo el hombre ya fuera de su máscara de mozo.-¿Y por qué trabajás de mozo? -preguntó al instante Julia.-Soy el dueño del restorán, y a veces me entretengo en atender las mesas sólo para conocer mujeres como vos.Julia no supo si eso era un halago, y no respondió.-Tengo una cadena de restoranes en sociedad en Mendoza, y otro en Puerto Madero- dijo el muchacho algo desgarbado pero con cierto orgullo.-No sé qué pensarás de mí- susurró Julia.-Cuando uno hace estas cosas no piensa nada más que en el placer instantáneo -respondió seguro.Y se fue dejándole una sonrisa.Sin embargo ella sintió que esa rápida aventura no era ni mas ni menos que una mariposa detenida en mitad de su corazón, pero dispuesta a volar en cualquier momento, por ejemplo en cuanto Sergio la mirase y le indicara la comida.-Se enfrió el lomo.Ella balbuceó una disculpa dispuesta a no dejar volar esa mariposa. Iba a pasar la lengua por el interior de la copa de vino por segunda vez, cuando la orden de él la detuvo:-No hagas eso.-Eso es lo que me interesa hacer en este momento. Lo quiero hacer.-A veces parecés una chiquilina caprichosa. Mejor comete el lomo. Es un plato muy caro -y Sergio enlazó los ojos de ella con una dura mirada.-No lo quiero, está frío- protestó ella mientras apoyaba su lengua en el cristal de la copa.-Comete el lomo -repitió él.
 Un poco de aromoy otro poco de perdón,mis ojos rodarán por tu cuello,y sé que en el tumulto de tu breve huída,encontraré el templo buscado,donde manzanas y caneladen a mi cuerpo el olorque tanto necesitas.                                    Guillermo Capece
Pequeño poema
Autor: Guillermo Capece  889 Lecturas
                                           Para Maria del Rosario, Maria Vallejo, Elvia González, Battaglia, Gustavo Adolfo,               Enrique González Matas, Eduardo Fabio Asís.   En mi boca nocturna el amargo deseoporque caen los abrazos,y tu amor se hace pobre, habitante de mundos.Tu amor¿sabrá que la ciudad  vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre las constelaciones sin tu deseo? de quién eres, desolado?de quién?acaso de la furia?de la fuga?del silente frío de todos los inviernos?del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? Siento el amor esperándome, irrenunciable. Pero no serás tú, y yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo,una flor que huela al tiempo que nos queda,una fiesta transparente,un lenguaje encontrado en la mañana aquellaen que tomaste mi abrazoy dormimos ciegamentehasta salvarnos. G.C.
Mi boca nocturna
Autor: Guillermo Capece  881 Lecturas
En esta estación que no es inviernotengo toda la ansiedad al no poder encontrarteentre tanta gente que se busca.Por qué fijamos ese destino que nos ata,donde no sabemos si definitivamente hemos de ser uno.En secreto te amo, pero estoy sordo; inmenso y complejo nuestro amorbaja por las vías de un tren perdido,y a secas muerde unos labios deshabitadoscon huellas de otros amores.  Pasa gente sin calmar mi dolor porque no te hallo.Pasan vendedores de frutas, de globos,de cinturas, de malogrados días,y la esquina, de pronto solitaria, se abre hacia un pationunca perdonado,igual a la esquina donde yo te esperéy tal vez estuviste.Ahora los vendedores de ilusiones pasan riéndosede mi pesar. Mientras yo secretamente los maldigo.                              Guillermo Capece  
Desencuentro
Autor: Guillermo Capece  877 Lecturas
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 El armonioso paso de la noche une silencios.Un cuerpo espera quieto, mientras que en las paredesuna multitud de sombras dibujael canto de los solos.Alguien está por morir en ese cuarto.Alguien que no pide abrigo ni socorro.Nadie vió nunca tanta obscuridad,ni estuvo antes tan ciegopara descifrar los penosos documentos de la muerte.El transitado cuerpo mira con su mirada;pero a su alrededorun temblor callado la recogey pasa.               Guillermo Capece                                   
Algo sucede
Autor: Guillermo Capece  877 Lecturas
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 Abro la puerta de mi casa,pero no hay puerta;ni siquiera casa.Sí un camino de tierra,delgado,hacia la nada.Vengo a besar a mis animales del delirio.Y después seguiré huyendo.Golpeo la puerta.Grito para que me abran.Pero no hay puerta;no hay nadie , ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible.Se oye una canción.Sólo es el alma hueca de los desposeídos que llora.¿A dónde ir?Soy un hombre extraviado que se hace amigo de su exilio.Él conoce todos los secretos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas. Me acompañan ahora los verdores del cercano campo.Iré allí,y me entregaré liviano a algún color que  invite a mi corazón para que dance. Mi canto será para ellos.G.C. 
   Yo no te pido nada.Alcanza con que estésen el mundo,con que sepas que estoyen el mundocon que seasme seastestigo juez y dios.Si nopara qué todo.                    Idea Vilariño (uruguaya, 1920-2009)
  Revisa mis ojos:algo se mueve en ellos en enmarañada trama.Me siento separado de la tierra, con fuego en las pupilas.Acabo de matar a un hombre.No sé qué designio me guió,pero hubo una luz trágica en mi puño,una pasión insatisfecha,una pluma de ave tocando el fondo de mi garganta,voces anudadas dirigidas a uno-atributos de poseído-bailando sobre palabras extranjeras.Oye, revisa mis ojos. Qué idioma debo hablar sino el de mis entrañas.Maté a un hombre. A Sebastián.No me arrepiento.Aquí está la sangre ineludible, el duro pozo.Fue una tropilla de angustia acosándome el pecho(tan investido de tiempo,de terror de hombre solo),y un momento pequeño en que apreté el gatillohasta la fiereza inflexible de la bala.Maté a un hombre.Mira ahora mi cuerpo lánguido lejos de algún paraíso inabordable.Mira la nieve caer sobre mis ojos.Me llamo Sebastián y mis ojos lloran.                               Guillermo Capece
 La obscuridad de la nochenos lleva a atenuaciones de la verdad. Sin embargo,también dicta el curso de lo querido. Cómo saber quién está del otro lado,bajo el signo capital,esa barranca agreste con su paja muda. Tal vez la visión de una rosano sea la rosa,sino el deseo indeleble hacia la rosa. G.C.Direc.Nac.del Derecho de autor 
 No quiero oír tus labios danzar sobre una escala azulal fin los días cada día la vida es el impalpablehacerydeshacernada queda fuera de la luz del que quiere ver bien:la calle vacía o llena de autos y de gente caminandoligero o en sosiego porque poco esperaquizá una flor dejar la máscara hundirse en un domingoantes de llegar a casa para alejar el pequeño tormentode pensar en tus labios danzando sobre una escala azul                                          Guillermo Capece
 Ese pájaro que en setiembre envolvía dulzura en su plumaje,y también el árbol en que se cobijaba,ese trino armonioso y esas plumas azules que a cada momento parecían manos dispuestas a volar a mi alma,ya no están.Serán azules todavía, pero el trino se volvió seco,las hojas del árbol cayeron,(me cansé de preguntar), el invierno se poseyó de mí.Es una historia vieja:cantaban los niños entonces,hace millones de años, pero yo admiraba ese trino de pájaro envolventecuyas notas sonaban como catedrales.Su estampa giraba en mi bolsillo rotoy las migas de pan eran las que él necesitaba.También le daba nueces a comer,pero él quería las cáscaras para hacer barquitos,y comía las flores que adornaban la mesa.Había un perro que permanecía quieto junto a él, pasando las horas.Navegaba solo en un espacio abierto.Pero esto fue hace millones de años.Ahora me cansé de hacer preguntas,y en nuestra vida no hallé certeza alguna.Hasta dudé de que el pájaro existiera,su trino era sólo un fantasma enrarecido.Sólo hay silencios sobre el puente que me unía a él.Y que los dos habíamos inventado, desmedidamente.              Guillermo Capece                                    
Destrino
Autor: Guillermo Capece  852 Lecturas
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 camina corazón antiguola belleza del sol ya es opacacandados a mi corazóny en mi sexo pulseras vanidosassólo el contacto con tu bocalo amontona como si fuera bestia bravapero tus ojostus anheladas manoshacen que esta nochemi cumpleaños cantea un amigo que ha venido a desearme                          Guillermo Capece
Cumpleaños
Autor: Guillermo Capece  844 Lecturas
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       -Buenos días, papá- y era la tercera vez que lo repetía-; buenos días, papá-volvía a decir.Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo, y se internaba en el baño.La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Entonces trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvia en ella imaginando que era el maharajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día,vigésimo de diciembre.Ese diciembre que le calcinaba los huesos, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior,en la pileta de Ricardo.Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas nada más, porque al enfrentarse con el bidet,un chorrito indeciso se asomó por su pijita. Se la metió dentro del calzoncillo, se miró al  espejo, se hizo alguna íntima pregunta que no contestó, y salió para atravesar otra vez el pasillo.-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina:el mate,el café,el té, el vino. EL VINO. El vino era lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza, se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba,en lo llagado de su espalda, en Leticia, (en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. ¿Quién era él?Sí.Le gustaba vestir bien.Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo, siempre que mediara un golpe de teléfono. Y mientras tanto, ¿qué?. Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en Saint Tropez,y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo.Después... su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar, irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma,Milán, eran sin duda lindos lugares. Pero no era eso loque realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían, exactamente, el ritmo que le fijaban sus pequeñas manos.Pero ahora había pasado tanto tiempo... -Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos días, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente -queriendo deshacerse de ese raro remolino de angustia- buenos días, mamá... cómo estás hoy?, buena y linda como siempre, mamá; mi mamá. Aquí traje el papel para los barcos. Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que sentía,ni su gastada melancolía actual.  Él era un hombre simple, gozador delas cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía.No estaba claro para él por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o, en el mejor de los casos, leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces,¿qué era lo que en rigor lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto. Lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso de vino. El lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el lugar que ocupaba mamá en vida. -Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.-Buenos días, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.-Buenos días,papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente. -Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo.         
En viaje
Autor: Guillermo Capece  839 Lecturas
 Oigo a un lobo aullar como hijo del sufrimiento,y en sus lágrimas hay espejos de todo lo que fue pasado.Bajará de su árbol a beber conmigo,a compartir mi modo de amar en las fuentes echadas sobre el bosque,y sus dos hermosos ojos infinitamente tendrán una cascada invisiblepor donde caen los pájaros ajenos.Frente a él estoy yo, trastocado, erguido,pero más pequeño que mi fatiga, y aún más:como un viejo ojo de lobo, esperando.Tengo frío. Y debo decirlo.Extenuada como arenas movedizas mi cabeza se vuelve crepusculary duele en el centro mismo del mundo.Oigo el silencio. Pero no es el silencio.Es el lobo que con sus suaves dolores de lobotrepa al árbol y baja como en un juego que solo mi corazón entiende.Aquí hemos de estar: yo con mis viejos botines de muérdago,él engalanado para un breve carnaval,con rincones de árboles y hojas de instantes de verdad y mentiras.                                                 Guillermo Capece
Lobos III
Autor: Guillermo Capece  836 Lecturas
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 Me importa saber si más allá de tus brazos crece un pájaro sin alas.Si la nieve y tus besos son muestras de un mundo que se quema a mediodía.Me importa saber si tus labios giran preguntas al silencioo son un gran ofrecimiento para que el mar los llevehacia un lugar donde los anhelos se rescatan. Para dejar de amar me encerraré en un círculo violento,en una mañana espesa de olores pronunciados,en una casa en la que cada siete días escriba tu nombre en la tormenta. Necesito saber en qué lugar habita el beso arrasado de los inocentes de la tierra. En una mañana roja veré el campo,y sobre el campo tu estatua magnífica devorada por el alba.Yo necesito una luz que me revierta,que nazca frontalmente de una luna dibujada en el libroque leímos en la infancia.                                  Guillermo Capece                                                        
  no sé tu nombrepero tu mirada tiene la presenciade aquellos sentires presentes como un ramo de confesionesentro y salgo de mis penas de sur a norte modula la brisael latido de mi confinado centro todo se aquietamientras el teclado del pianose disuelvey de tus dedos desconocidosbrota un escondido vértigo y eres tú que me llamas G.C.      
Piano
Autor: Guillermo Capece  828 Lecturas
Los días pasaban por sus ojos cuando miraba el mar,y dejaba que el mar lo cubriera como una sonrisa,y en un juego armonioso, mis manos,serenas y libresacariciaban su rostro. Su cuello y mis labios, y llanto para mañana:ya no estaráya no estará. Pido que yo no necesite de su cuerpo teñido de sublime verde como sus ojos...,ni su vida, donde él fue guardando una tarde entre las tardes lo que escribió-inmóvil como una piedra en su destino-"Te dejo los restos de mi amor. Viajo hacia un acaso incierto.Pero es para siempre.No me busques. Sólo en las sales del mar." G.C.Direc.Nac.del Derecho de autor 
  Dime si las últimas estrellas coinciden con el surco de tus manos.Si tu cuerpo maravilla aún a los habitantes más antiguos,si tu olor fue robado en negro oficio un día en que el mundo cegaba sus silvestres criaturas.Hay un momento tangencial y breve en que escucho tu deseada voz,reconozco la imprecisión de un sueño siempre repetido,lejano,como una mariposa cazada en los albores de la historia.El piano suena una canción distante que parece murmullos, quejidos, besos.Hay un niño que en su pluralidad de intenciones habla con el agua,anda y desanda caminos,crece cuando el viento lo mutila. Me iré de tí cuando las duras exequias de la nocheacudan a repetirme las palabras que nunca debí de haber olvidado:a cada momento estamos partiendo.                                   Guillermo Capece
Dime
Autor: Guillermo Capece  796 Lecturas
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Eras extranjero en la tierra.Tu boca bordada por otra raza de costumbres parecidas a las alucinaciones,de iguales y posibles mentiras,de charcos como estrellas breves...;porque ser de otra raza es como parir marginadamente, o resoplar la costa de los mares sin respuesta.Tu bocaera la encrucijada a la que iban a recalar los fanáticos traídos por desembarcos inútiles,los animales del viento manchados por espumas polvorientas,pero también las canciones girando por la libertad del espacio. Tu boca era yo,que sabía las l eyendas del abandono y la ira,que era todas las montañas,y las semillas abrazadas a un lugar imaginario, que soñaba con llanto de fragmentaciones y de ecos;tu boca, era yo,pidiéndote soñar ese viejo idioma desconocido,ver tu lengua para llegar a la obscuridad de un país donde todas las depredaciones eran posibles;tu boca, yo, salíamos al encuentro de nuestra noche nataldividida por un cortejo de escombros. Ahorabaila solo. Yo contemplo en mi espejo de piedra mi mano que zambulle,reuniendo escarabajos antiguos para nuestra cena,desnudos los dos como jóvenes hambrientos. Pero busca ya tu platoy tu destino. Busca tu rumbo. Nunca más tomaré mi vino junto a un sueño.      
 El alcohol me hace ver tus ojoscelestes verdes para el amorvioletas dulces después de llorarnegros temblando caravanas de reflejosel alcohol te hace a mi verauna promesa cuándouna mentira ahorael alcohol   en el fondointerminablestus ojossuelen desvanecerse cuando los llamocuento los minutoslos centavosy tus ojos me rodean plateadosmás alcohol en el fondotus ojos me rodeaninterminables tus ojossuéltalosde ellos es el mundola casa que no compartimos   un gran amor brujola embriaguez en los espesos márgenes de mi personael alcohol en medio de ángeles reunidosestos instantes de fuego que trae mi memoriaperdurablemente tus ojoshacen dañohúmedosme miran.                      Guillermo Capece
 pero de tanto mirar tus ojoshe perdido los míos en tus manos de tanto acariciartesupe que mi tactodominaba al universo de tanto amarte te perdírecuperandola aventura triste de estar solo apenas se si tu boca se abrecuando besas (prolijamenteun tigre hurga el fondo de tu gargantay te mueres muriendo como yovencido)
penas
Autor: Guillermo Capece  788 Lecturas
                Hoy juego a que tu figura me es cruel              Hoy nací para la sombra              Para mis animales secretos              Para obedecer al silencio              También hoy quisiera ser otro                                                                  Guillermo Capece

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