• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 Hay instantes en que reconozco mi instinto, y vuelo sobre el tiempo:pesadillas de un demente arropándose en el miedo. Así, lo viajes  son refugios para medir la sangre,o días en que se esparce el hastío flotando en parcelas del alma. Sin embargo percibo los designios:esa mano hechizando al hombre que se miró en su espejo,la mesa  abandonada por el arrebato de la enajenación del hambre,y el cuerpo destrozado para que la vida reconozca su propio límite. Cuando lo líquido de mi piel escapa,el pálido inventario al que acudo en sitios como éste,me enardece,porque suena un humo triste entre los dedos,y fatigosamente lloro repitiendo frases ajenas, sin destino ni perduración. Con los rastros de mi última sonrisa me concedo la tentación de ser otro. G.C.    
  el vampiro sueña contralos infelices cristos mi primer amorfue el de las calandriasque vuelan preguntándose a dónde ir el trabajo lítico de los muertoses el dejar lloro e inquietuden todo el silencio de los vivos es música la piel del loboen la insensatezde los instantescomo perros cantandoen lo estelarde la noche. todo no me perteneceháblame de tu voz.  GuillermoOD.N.del Derecho de autor       
sobreabundancia
Autor: Guillermo Capece  586 Lecturas
  corre lo gris del díala libertad no se viveel parque suma lo infinitoa tu penay aún no te ha ocurrido nadapero todo pesaporque abandonaste tu corazónentre hojas torturadasy no quieres volverte avanza este viejo día y hoy tampoco cumpliste con tu deseo de besarlo          Guillermo Capece
  Me importa saber si más allá de tus brazoscrece un pájaro sin alas.Si la nieve y lo extraño  de tu beso, desnudo y seco,son  muestras de un mundo que se quema a mediodía. Me importa saber si tu voz gira preguntas al silencio,o es una flauta precavida que grita sólo en el resplandor del sol poniente,o arde en un gran ofrecimiento para que el mar la llevehacia algún lugar donde los sueños se rescatan. Para dejar de amar me encerraré en un círculo violento, en una mañana espesa de colores pronunciados,en un árbol en el que cada siete días alguien inscriba tu nombre,y quizás cante.  Necesito saber en qué lugar habita el tiempo arrasado de los inocentes de la tierra. G.C. 
Territorio de pájarosmi memoriase acerca a tu vigilia. Caballos de colores amplios,los recuerdos,cancelan otros ojos. Quizás haya sido un magoquien me habló de típor vez primera, pues no fue el loboal que llegué a alimentarcon el polvo azul rescatado de tu cuerpo. Viajo al paísdonde las caricias son pedazos de memorias. Me detengo en el puente de mis manos, escribo sinsabores,y el olvido  -mi salvación-diluye algo de la sombra de mis días. Pero yosólo máscaras:cuando saco una salta la otra,y otra, y otra,hasta que por fin,sólo huesos. G.C. 
 En la belleza de quien ya no está se forja el poema primero,mientras hablo de suertes pasadas,de paisajes altivos -Praga-,y de alguna caricia que el placer conserva. Tengo la fortuna de querer la oscuridad,como esos castillos volantes quieren la suya. Entonces recupero lo que dijeron desde adentro las palabras,y las suelto como a un violín que repite melodías en tardes ausentes y lluviosas.Esas tardes de Malá Strana. Siento mis deseos cuando sueño cierto barco deshecho en el Moldavaque no termina de naufragar. Encontrémonos   Encontrémonos Dónde nació este lazo cuyo cordón de amor es la zona más hermosa de mi saqueda playa. 
En Praga
Autor: Guillermo Capece  575 Lecturas
l lagartotomo sol en la tardetú no me escuchas   ausente túyo solo miro recuerdosy me anudo como boa a mi cuelloasombrándome   y pidiéndome socorro(pero en voz baja  para que nadie escuche)y con la fiebre fría de agosto. II lugarescualquier caminomuros para que el amor no se vaya haber tocado tu sexo hasta caérseme las lágrimasy que en las escalas más altas fuera algo que ya no amaba.  brisadas estrellas fueron la unión de los cuerposde los ojosde los labioscomo espaldas despidiendo instantes luegola ruptura de una ciudad a olvidarsey el desiertocon su puñal infinito. G.C. 
                            "perdoname Majo", de un grafiti en un murode mi barrio, en Buenos Aires.                                G.C.  Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa. (Me voy retirando, Majo:en las inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.) ¿En qué año nací, Majo?¿Hace un año? ¿Acaso un mes?Soy un ciego que abre el libro de su alma en plena oscuridad.Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi pereza y vuelva a serel valiente caminante que te esperaba,el corazón en mi pecho levemente en marcha:"bienvenida, Majo". No me compares con el aire ni con el final de un cuento nunca leído a la luz del sol en plena noche,porque aire y luz son partes del universo,y yo estoy -hace apenas dos minutos-más allá de todo cosmos,viendo con ojos de ciegomi cuerpo untado con aceites chinos para huír del poderoso olor a la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí.De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejohace sólo dos minutos. La vida es esto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente,un corto tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor.  Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas.Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde en que llovía. Yo conozco la zeta,última letra con la que escribozálvenme. G.c.  este es un poema que tiene algunos años, y no es autobiografico; lo encontre, me siguio gustando, y sin saber si lo habia publicado o no (creo que no), lo subo para que lo lean.                        
 Sólo amándote me lleno de instinto.Con tu canto armo paisajes,catedrales suaves, gente sin miedo;y entonces,todos los silencios mueren.Mueren cuando tu canto viaja entre los muros de mi cuarto.Y no hay más soledad. Sólo el equilibrio de tus ojos celestes. GuillermoO Direc.Nac.del Derecho de autor   
  Corre lo gris del díala libertad no se viveel parque suma lo infinito a tu penay por cierto no te ha ocurrido nadapero todo pesaporque abandonaste tu corazónentre las hojas torturadasy no quieres volverte avanza este viejo día y hoy tampoco cumpliste con tu deseo de besarlo.  G.C. 
 Me amas,y sientes el cielo como una gran luz que tiembla.Todo rencor se desvanece, y tu rostro solitario se refleja.Me amas, dices.Desiertas tus manos cubren hogueras de múltiples espantos,vastos mundos cayéndose al vacío, ojos donde se perdieron ilusiones,lentitudes e infranqueables deseos.Me amas, y vives el instantáneo soplo, el imprevisto momentode perder.                    Guillermo Capece  
                No veo más que a un niño callando su nombremientras la ciudad grita en lo inesperado de la noche. Cuando todos queman hojas a sus pies el niño florece dentro de la lluvia. La locura de ser otro se agiganta cuando estoy solo.                                         Guillermo Capece
Islas
Autor: Guillermo Capece  560 Lecturas
 Sé que la vigilia es larga y el alba acudirá como una moneda de cobrecuyo color es el color del miedo. Salto sobre la tierra empapada. Más allá hay un vacío al que no deberé caer porque siempre estaré solodejando una estrella prendida en el fondo de lo más prohibido, y el enigmático mundo cruzará en vueltas desesperadasque recuerden a un paisaje donde la esclavitud sea nuestra comida diaria. Mi rostro escapa y no volveré a decir que alguien me persigue. Quién está bajo la risa? Quién huye? Es el instante en que marchan los jardines y mi cuerpo se cubre de un rocío parecido a la siesta. Yo amo a quien venció los miedos y tuvo el hambre de los pobres.                                             Guillermo Capece
   Dejo transcurrir mis noches entre locos que buscan su pasadocomo quien sostiene un molino de piedra azotado por el viento. El miedo grita mientras se agota entre los labios, y envejece. No somos dioses. No somos dioses. Apenas hombres que dudan al amar, y las preguntas caen como palabras que pasan cumpliendo plazos, escondidas en el desencanto de pertenecer a un idioma extraño. Sé que el deseo contribuye a la muerte: como abrir un juego de espejosy encontrar la imagen del viento, o los ruidos de las porcelanas al subir al cielo en la extraña luz que despiden las manzanas cuando son partidas. La lluvia amanece y es el aniversario de la última gota que cae.  G.C.
 Toma esta voz apremianteque te ofrezco;este asesino que bebe su embate de hielo,sólo para comprender,la mezquina sombrade estar vivo.
Mi destino
Autor: Guillermo Capece  544 Lecturas
Marzo siempre es nieve,y el espejo retrocede hasta encontrarlos fugaces trenes que vienen desde el río. Los cuerpos se atan a las cuerdas que saltan del pasado.  Una y otra vez hemos cerrado los ojosal furor de las ausencias. Debo hallar un día, una revolución, un cofreque contenga todas las noches en que fuimos capaces de ser felices. G.C. 
Siempre es nieve
Autor: Guillermo Capece  543 Lecturas
una vez tomé ese trencantaban borrachos en la madrugadalos gatos salían de la noche y espiaban el paisajetrac-trac   trac-trac ah  si se quema el amor   si se viene la muerte con su nube tan oscura tienen los trenes la insinuación de las penasrápido ahora en ese tren viaja una lagartija blue(azul o tristeza?)y por las ventanillas el valle respira, y sabe más de los árbolesque lo que ellos dicen de sí mismos.  trac-trac   trac-trac para que el amor no se hundapara que la muerte huya musitando.  trac-trac   trac-trac. G.C. 
Tren
Autor: Guillermo Capece  543 Lecturas
 Alma:tu boca se hace luz en mi boca.Tu sonrisa se parece a un territorio cubierto de hojas verdes.Suena el vello suave de tus brazos como una canción voladora,y tus adudaces deseos no son más que plegarias.Por tu sombra camina un potro transparente con su vestimenta de alondra,y el resplandor de una azucena presurosa traza el dibujo de tu lengua.Alma.  Y acaso por reconocertesoy un pájaro inmóvil,y nazco para dejarte olvidada. G.C. 
Alma (editado)
Autor: Guillermo Capece  537 Lecturas
 Regresa a ese mar que te contuvocomo capítulo mínimo de una noche.Invocaremos las más sagradas piedras,aquellas que se deshacen sobre los sueños que tuvimos.Regresa, regresa.Aunque yo sepa que lo que ha cursado su destinono vuelve,regresa. Dame un sueño,una luz para poder mirartedesde los atardeceres, que es tu color cuando se disuelve y agrega todo el tiempo en que estuvimos juntos.Estoy loco de ausencia,esa  voz que ignoramos desde siempre; regresa. Te espero con la música que olas inventaron  desesperadamente, hasta inscribirse en tu piel:un caracol quemándose en la cintura de un marvertiginoso y antiguo. G.C.  
Regresa a ese mar
Autor: Guillermo Capece  537 Lecturas
                             "perdoname Majo", de un grafiti                      en una pared de mi barrio, (Buenos Aires.)                                                        Guillermo                                                        Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa.(Me voy alejando, Majo.En las inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.)¿En qué año nací, Majo? ¿Hace un año? ¿Acaso un mes?Soy un ciego en algún punto del paraíso.Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi oscuridad y vuelva a ser el absurdo caminante que te esperaba, el corazón en mi pecho levemente en marcha:"bienvenida, Majo." No me compares con el aire, ni con el final de un cuento nunca leídoa la luz del sol en plena noche,porque aire y sol son partes del universo,y yo estoy -hace apenas unos minutos- más allá de todo cosmos,viendo con ojos de ciegomi cuerpo untado con aceites chinos para alejar el poderoso olor de la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí. De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejohace sólo unos minutos.La vida es esto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente,un corto tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor.Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas.Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde en que llovía. Yo conozco la zeta,última letra con la que escribozálvenme. G.C.                                                      
Arma blanca
Autor: Guillermo Capece  537 Lecturas
  ciempre kallé pero estoy dispuesto a hablarme: ¿quién es ese relámpago hijo de un relámpago que me acosa? ¿es, su locura sucia, algo que yo amo? debe bajar él para incendiarlo. ahora agotado de ultrajes descanso sobre algunas piedras móviles. espero.   el orden establecido hace hagua. G.C. 
ciempre kallé
Autor: Guillermo Capece  535 Lecturas
Para titengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisa,cuando envuelve, con finura de niño,aquellas plantas que temblaron en la nieve. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros cuando escriben sus cartas a las nubes.Y las nubes como porcelanas blancas me dicen tus secretos. Para ti la proa de un barco gira nupcialmente, cuando ocurren las aurorasy despiertan. Háblame con esa ternura adueñada a las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la llovizna cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero te ruego, con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme.                                        Guillermo Capece     
Berzo
Autor: Guillermo Capece  535 Lecturas
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Cuando tú, mi poesía, lees poesía,el cielo se me oscurece con una luz verde,la gente huye de la orilla del marpor un presentimiento.Se enarbolan chispas en los cables del tranvía,y un gran silencio cae sobre la ciudad:es la poesía que se contempla a sí misma.Las palabras de un tiempo olvidado,de un presente que se derrumba sin tregua,velozmente, en un pasado informe,lees acerca de un rey y de coronas, jardines y guerras,tú, que eres la corona de cada imperioy el jardín del mundo conocidoy la guerra de los sentidos de la naturaleza,lees: "quién profesará mis versos en el futurosi digo ahora todo lo que vales?"Y sucede en aquel momento que esos versos,como una flecha arrojada a los siglos, llega un día a quien los inspiró.Y entonces la oscuridad verde se hace total,la gente se oculta, abrumada,y en un silencio, como de terremoto,se alza la luna sobre los castillos romanosy todo vira lentamente al azul,mientras tú, mi poesía, lees poesía.                   Juan Rodolfo Wilcock     (trad. de Guillermo Piro)extraído de   campodemaniobras. blogspot.com Wilcock se radicó en Italia en 1957, solicitando la nacionalidad italiana. Allí comienza su obra en idioma italiano.
         Por los ojos escribo en la ciudad de los labios,cuando se evocan los placeres, y tu beso..., como magnífico instante.En la ciudad de los labios amé tus brazos heridos, y sólo por tu estancia entre las flores que derrochaban melancolías,quedaba rezagado el murmullo del hambriento. Yo tenía necesidad de tanto. Por eso había comprado para tí las cuatro lágrimas que derramé en la siesta,un mantel de nácar que tenía plantado un árbol por los duendes cuyas raíces ocupaban el mundo.(Yo tenía necesidad de esa música.)Y compré una casa a orillas de mi corazón invisible,que no fue habitadasino por la desesperación de nuestra sed. De momento comemos del plato de nuestra hambre,y la caricia que fue cúspide,ahora es la opaca sensación de nuestro cansado amor. G.C. 
Decepción
Autor: Guillermo Capece  533 Lecturas
  Ni las trescientas noches que se sucedieronen las que estuve pegadoa la sombra de tu amor,borrarán de mi memoria esa calle recorrida tantas veces,nada más que para ver, suplicante,tus bellos ojos húmedoscon el ansia de aquellas tardes ardientes. G:C.  
 Estoy sobre la tierra.Para ser hijo de sus  manos desgajadasy tragar un pan desaliñado que no se brinda fácil,he multiplicado todas mis muertes.Mis rodillas han sentido el peso de un adiós,y lágrimas de muchas cobardías.Todo el cielo desplumado,mi sueño en el sueño de la sombra.Ah, bien séque el desierto se completa cada día, que del error a la verdad hay un pequeño margen,que no hay venganza más extrema que un aborrecible suicidio.La tierra es una mujer perdida:en las márgenes más engañosas de los ríospasea sus viejos pecados capitales,atrapada por el deseo insaciable de la furia. Noche sobre la noche.Esa luz que vive a veceses más fugaz que un beso encadenado al olvido. G.C.  
  desata la boca de los pecesadolescente mueve tus iluminados rocespara que las cuerdascon que anudaste los ocasosadolescentesiembren el relato de tus caricias di que amaste a una espadaa un tren ociosoa una ventana abierta donde la arena castigaa una soga anudada a un grito antiquísimopor las vías ruedaun círculo que te llevaa ninguna parte el paisaje siempre es el mismo:esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen tus sueños adolescente dí que en el planeta aguahas de mirarmis amados y últimos ojos tus largos brazos sobre el cuerpoterminan en manosque yo beso
Palabras
Autor: Guillermo Capece  524 Lecturas
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Es la madrugada.Alrededor, mixtura de aires.Tus ojos recuerdan viejos textos de sabiduría. No recuerdo haber amado así. Me  acerco y sopla el viento un arcano suave.Tu voz queda rezagada frente a tu cuerpo que se ofrecey espera. Afuera, los poseedores del dolor murmuran letanías.Vagos milagros en toneles de vidrio esperan la palidez que adquieren los enfermos tras su muerte.No recuerdo haber amado así. Desnudo palabras atadas a tu cuello,aquellas que no dijiste.Cavo trincheras en mi cuerpoybrota una alianza entre el vértigo y tu nombrecuando solitario te siento partir. Ahora iré en busca de apóstoles que den al corazón razonesde mi yo deshabitado, sin anuncios.Doblo mi corazón sobre mi mano.Manejo nubes, las lluvias y los llantos.Cae sobre los adoquines un viento noble y triste.Unos perros ladran.Yo camino hacia el apenas. G.C. 
   Yo,el que duerme por tus ojos,el que corre por las eternas piernas que le prestas,el que recita sólo las estrofas aquellas aprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciso vino azul;yo,porque tus manos están hechas de leyenda,vengo a tu sombra y digo:no lloraré;la fiesta ha terminado.Nada vale la pena  si estás tan lejos y perdido,tiritando,bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana. Dame la libertad.La necesito.Para construírte cerca de mí he de buscar la tierra más desierta.El mar más temeroso es un niño sobre sus olas altas,y todos los misterios del mundo son más ciertoscuando tu presencia llama. Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. (Te amo, tadavía.) Un definitivo recuerdo nos sostiene. G.C.Direc. Nac.del Derecho de autor 
 Ata tu red al gotear de la lluvia;mira que el viento sabe de venganzas y es tarde, todos los trenes se retiran y pronto lanzarán su bruma. Antes de marzo deberás atar tu red para el refugio en la distancia,y citarte con tu alma,a beber la emoción de la selva solitaria.El mapa de pequeñas hormigas hurgando las heridas te dirá que las tristezas son entregas fugaces.Queda la vida. Yo sé que un solo gesto tuyo recorre la mañana,y que mañana tu boca estará libre de silencios,atravesada de luz,humedecida por inevitables azules,besada por la boca que tu quieras.  G.C. 
El deseo
Autor: Guillermo Capece  523 Lecturas
                                     Soy el que comienza a no existir                                    y el que solloza todavía.                                                          Antonio Gamoneda (español, contemporáneo) Para descansar, mi corazóndeja de latir de a ratos.pienso, mido su locura, le reprocho.entoncesvuelven los golpes asustadosa mi pecho. De un largo descanso interminable he de morir un día. G.C.                                        
Confesión
Autor: Guillermo Capece  519 Lecturas
                                           Recibe lo que hay en mí que eres tú.                                                                 Alejandra Pizarnik                                                             Yo te escribo ahora con un carbón soplado tras la hierba,buscando no sé que designios,como si estuviera dentro de un animal esperando el peligro.Me preparo para liberarme del rugido en reposo,de los secretos del frío, del alucinado.Pero el alucinado no partey sus manos cavan al pie de un árbol negras nubes pobladas, para que la mañana sustraiga un poco de agua de mi rostro,y en algún momento sepas que nada ha servidopara comprenderme;entonces guardaremos gestos que no se repetiránaliados a antiguas aventuras.Ahora que el daño está hecho,dime que tu silvestre manera de oír el acecho de la lluviano fue porque te hayas ido para volver en rebeldía,sino que tras las cadencias de mis ofrendas sabes que festejaré hasta la última gota de tus ojos,y tu boca quedará en la memoriapara que la cierre mi beso invocado por los ángeles simplesque te esperan.                                Guillermo Capece
Yo te escribo
Autor: Guillermo Capece  517 Lecturas
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  Sólo amándote me lleno de instinto.Con tu canto yo armo paisajes,catedrales suaves,árboles que caminan hacia algún festejo,gente sin peligro;y entonces,todos los silencios mueren.Mueren cuando tu aliento baja entre los muros fríos de mi cuarto.Y no hay más soledad.Sólo el equilibrio de tus ojos celestes. G.C. 
Sólo amándote
Autor: Guillermo Capece  516 Lecturas
Por el camino escarpado el ómnibus bajaba la cuesta. Hacía tres días y tres noches que sus ocupantes viajaban cansados y sedientos, pues en la última parada no había agua y las únicas gaseosas que encontraron fueron para los niños.El chofer con cara decidida tomaba el atajo que terminaba en el viejo puente que conocía de memoria, para después pasar cerca de una estancia, cuyo casco, en medio de las vastas hectáreas, estaba demasiado protegido de la vista de los pasajeros.Los campos secos y los árboles con su follaje quieto, parecían apetecer esa tormenta que nunca llegaba. Andrés, el chofer, miró hacia la izquierda. Una vaca muerta yacía en medio del campo. Adelante se veía una nubecilla de suave color amarillo que corría por la ruta hacia el ómnibus: eran cientos de mariposas; y cuando él la hendió con la trompa del coche, casi sin ver por un momento, muchas de ellas quedaron pegadas al parabrisas y posiblemente estrelladas contra el radiador.Adentro los chicos seguían molestos, y uno, el menor, que había llorado toda la noche, se recostaba en el hombro desnudo de la madre. Ella lo apantallaba con una gastada revista que al mayor se le ocurrió leer, y enseguida fue un alboroto, pues el matrimonio que viajaba a la derecha e intentaba descansar, pidió silencio a los gritos. La pareja de muchachos que ocupaba el asiento trasero se despertó. Uno de ellos señaló la nube de mariposas que se disipaba, pero al otro pareció no importarle e hizo un gesto como quien desea agua.Pasados varios kilómetros, Andrés detuvo el coche en una zona arbolada, y señalando a la derecha primero y a la izquierda después, insinuó delicadamente que era el lugar propicio para que hombres y mujeres atendieran sus urgencias.Regresaron luego en silencio, salvo los niños que peleaban entre sí, mientras los reprendía la madre con la revista en la mano. La señorita sentada al costado de la pareja de muchachos informó al chofer que había buscado un arroyo o una laguna donde refrescarse y quizá tomar agua, sin encontrar nada. Andrés levantó los hombros e íntimamente se dijo:"por aquí lo único que hay es tierra", y reconvino a los pasajeros para que mantuvieran las ventanillas cerradas porque iban a pasar por un camino que los llenaría de polvo. Hubo algunas protestas, pero nadie se atrevió a contradecirlo.La señorita que había buscado el arroyo vió que los jóvenes hablaban en voz baja, y uno de ellos apretaba la mano del otro.El primer asiento estaba ocupado por dos señoras maduras que no comentaron nada desde que el coche saliera de su origen. Parecían no tener hambre ni sed. En cambio el matrimonio tenía abierta una valijita y destrozaba un pollo que no olía bien, compartiéndolo con la señorita que aceptaba con algo de desconfianza.Pronto quisieron tirar las sobras por la ventanilla pero recordaron la prohibición del chofer, y la mujer pidió a su marido que hiciera un paquete y lo ocultara debajo del asiento.Lo más molesto fue cuando ella misma le recriminó haber comido el pollo: ahora tenía mas sed que antes. La señorita, que había mirado distraídamente hacia la ventanilla cuando el hombre ocultó los restos de la comida, no dijo nada, pero se veía en su gesto que no lo estaba pasando bien.Uno de los muchachos preguntó al viejo si tenía alguna idea de cuándo llegarían a destino.Las dos señoras del asiento delantero jugaban a la canasta. No las mortificaba el calor. Cuando el menor de las chicos orinó, la que ocupaba el asiento del pasillo se dio vuelta y vio que el líquido corría en un río hasta el asiento de Andrés. Enseguida todo se oscureció durante algunos minutos pues la nube de polvo anunciada cubrió el ómnibus. El parabrisas tenía enmarcadas pequeñas mariposas que ahora eran marrones, pero distribuídas de tal manera que no le impedían al chofer ver el camino. Aún cuando pensó limpiar el parabrisas, estaba claro para él, que no lo haría. En cuanto empezara a llover no quedaría rastro de ellas. Sacó el pañuelo y se secó la frente, la cara, el cuello, los sobacos. Se lo pasó a continuación a las señoras que un asiento atrás contaban los puntos ganados, pero ellas lo rechazaron mirándose entre sí.Sin embargo la señorita se acercó presurosa pisando el orín, y solicitó el pañuelo. Dió dos o tres toques a su frente, y sin desplegarlo se lo pasó al matrimonio que lo abrió y aprovechó para limpiarse las manos sucias de grasa. Luego fue requerido por la señora que diligente limpió los mocos del niño menor, mientras se quejaba del calor y solicitaba permiso para abrir la ventanilla.Después, el pañuelo fue a parar a manos de los jóvenes del asiento trasero, y uno de ellos empapó una parte con saliva y limpió la frente del otro, sucia de tierra. Por fin se lo entregaron a la señorita que ya había ocupado su asiento. Volvió a levantarse, piso el orín nuevamente, y agradeciéndole al chofer, se lo devolvió. Aprovechó para preguntarle si podían abrir las ventanillas. Andrés no contestó enseguida. Ella volvió a preguntar, esta vez mas inquieta, para recibir un gruñido como respuesta. Las señoras que barajaban las cartas quedaron un momento atentas a lo que pasaba, y una de ellas intentó abrir la ventanilla correspondiente.También la señorita quería abrir la ventanilla de la izquierda y pidió a uno de los jóvenes que la ayudara. Desistieron porque estaba firmemente cerrada. No cabía otra posibilidad que avisarle al chofer, o por lo menos decirle al matrimonio de ancianos que abriera la suya. Iban a hacerlo cuando vieron que el viejo forcejeaba el pestillo sin conseguir que se zafara. El viejo desistió e intentó dormir.El orín ya había cubierto el estrecho pasillo y mojaba el paquete con los restos de comida debajo del asiento. Poco a poco el paquete se fue deshaciendo y los huesos de pollo se trasladaron hacia los asientos delanteros, confundiéndose con las cáscaras de la única naranja que momentos antes compartieran los dos niños.El sol bajaba cuando los muchachos pidieron al chofer que hiciera una parada en una zona arbolada. Estaban de acuerdo con la señorita en que debían bajar, caminar un poco, descubrir algún almacén, aunque fuera lejano, y comprar bebidas para todos.La señora que ocupaba el asiento con los dos niños, los apantallaba con la revista, ya que tampoco había logrado abrir la ventanilla. Las señoras de adelante guardaron el mazo de cartas en una cajita de cartón, tratando de apartar los huesos de pollo con sus pies, y parecieron inquietarse por primera vez cuando pidieron al chofer que abriera la ventanilla. El chofer dijo que no podía parar para abrirla porque llevaba demasiado retraso. Igual explicación les dio a los muchachos cuando solicitaron que parara para bajar.Las señoras que viajaban adelante recordaron a su madre muerta, y la más asustada hurgó su cartera y sacó un rosario. Tres Aves Marías para comenzar, todo el pensamiento puesto en la difunta; un Gloria rememorando lo buena que había sido, y un Padrenuestro acordándose ya de todas las injusticias que la muerta cometiera en vida.Todo esto percibiendo el acre olor que subía del piso.La señorita miró hacia afuera y, como si lo dijera al aire, exclamó:"pronto va a llover." Los chicos se tendieron en el último asiento cedido por los muchachos, y dormían a pesar de los golpetazos.Los muchachos ocuparon un asiento detrás del matrimonio viejo y charlaban con ellos. La preocupación de uno, el rubio, era cuándo llegarían. La señora pensó que el moreno podía tener hambre y le ofreció chocolate. El moreno lo rechazó e hizo un gesto como de querer agua. El viejo señaló el cielo y estuvo de acuerdo con la señorita que pronto llovería. El chofer apretaba el acelerador. Una de las señoras que hacía un momento había rezado se sintió descompuesta y quiso vomitar. Se agachó y vomitó en el suelo lo más discretamente que pudo. Nadie lo percibió. El orín, las cáscaras de naranja, los restos de pollo y las regurgitaciones de la señora, formaron una mezcla que llegó a los pies del chofer.Los muchachos comenzaron a quitarse las camisas acosados por el calor; pronto quedaron desnudos como antiguos adamitas. El rubio era totalmente lampiño, mientras que el moreno estaba cubierto por un vello negro y rizado.La señorita trató de apartar cuatro veces la vista de ellos, sin lograrlo. Al matrimonio de ancianos les pareció bien que se desnudaran ya que se trataba de viajar con la mayor comodidad. Cuando una de las señoras se dio vuelta y creyó ver lo que pasaba, lo comentó con la otra que nuevamente tuvo accesos de vómitos. Se levantó del asiento para buscar en un bolso una colonia inglesa, y miró horrorizada los cuerpos de los jóvenes y los pechos desnudos, cubiertos de sudor, de la madre de los niños que dormitaba.Cuando los niños despèrtaron también quisieron desnudarse, y como en un juego lo hicieron, tirando sus ropas en un asiento vacío. A los ancianos les pareció correcto dada la elevada temperatura que había dentro del ómnibus. La esposa del viejo empezó a sacarse las medias; los zapatos los había olvidado hacía dos horas debajo del asiento. A continuación se sacó la blusita de organdí manchada por los inconvenientes del viaje. El marido no dijo nada; sólo la miró. Miró también a la señorita que no podía censurar a los jóvenes, porque para ello debía dirigirles la palabra, y la lengua y el paladar le dolían a causa de la sed. Se atrevió a sacarse el pañuelo de gasa blanca que le anudaba el cuello, al tiempo que lo disponía sobre los pechos de la mujer dormida. Por un movimiento fortuito de la mujer el pañuelo cayó y se embebió de orina. La señorita pareció constreñida a levantarlo y depositarlo nuevamente en el cuerpo de la mujer. Pero lo dejó ir, tocándose levemente el cuello. A los pies de Andrés el pañuelo bogaba junto a los demás desperdicios. Los muchachos, y después el matrimonio, gritaron a Andrés para que parara. Si bien era de noche alguna ayuda podrían encontrar. Los chicos tenían hambre, las dos señoras estaban a punto de desvanecerse, la señorita parecía aturdida por el calor que no había mermado. Andrés no escuchó. El ómnibus siguió enfurecido su marcha por la carretera. Volvieron a gritar."En algún momento deberá parar para cargar nafta", pensó el rubio. "Ahí bajaremos, hablaremos por teléfono a algún lado, pediremos bebidas, una ambulancia para las señoras."Comunicó el plan a su amigo, y éste lo tradujo al oído del viejo. La señorita estaba totalmente desesperada para entender nada, por lo que se la omitió del plan.  Luego empezó a llorar histéricamente.La madre de los niños se acercó por tercera vez al chofer para rogarle que parara: los niños deseaban descargar sus intestinos. Andrés miró de costado los pechos desnudos de la mujer, y pareció murmurar:"ya llegaremos." Las señoras de adelante parecieron movilizarse nuevamente y acusaron al joven moreno de llenar el vehículo de humo. El cigarrillo debía ser apagado de inmediato. Se negó el muchacho y exhaló y tragó humo a intervalos parecidos. Más tarde, y tras un corto recorrido, el cigarrillo fue a juntarse con las cáscaras de naranja, los huesos, el vómito, el orín, el pañuelo de gasa blanca,y los desahogos de los hijos de la mujer.A medianoche, la señora de adelante que ocupaba el asiento de la ventanilla, tuvo un sueño atroz y despertó gritando. Poco caso le hicieron. Pero su hermana buscó el frasco de colonia y se la hizo aspirar. La madre de los chicos fue la única en preguntar si se sentía mal. Los viejos comenzaron a agitarse en sus asientos y a pedir auxilio. La señorita chillaba diciendo que quería recuperar el pañuelo. Los niños lloraban arrinconados en el último asiento. Los muchachos consiguieron un grueso hierro, y pensaron: "con esto le daremos." Pero no había forma. Andrés debía detener la marcha aunque fuera un instante, o por lo menos aminorarla. Sólo así, acercándose por detrás, lo golpearían hasta desmayarlo. Después, conducir hasta un poblado sería fácil.La señorita pidió que por favor el rubio la apantallara. Se lo agradeció con sus ojos verdes llenos de miedo; de a poco fue calmándose. El muchacho le desprendió la blusa y el corpiño para que se sintiera mejor, y la trasladó al asiento trasero. Ella lo miró nuevamente agradecida, y más tranquila pudo contemplarlo tapándose los senos desnudos por recato. El muchacho se acostó junto a ella, y todo duró hasta que los relámpagos inundaron de luz el vehículo. Los viejos gritaron al chofer para que parara. Bajarían a la lluvia para empaparse, abrir la boca y tragar agua. Pero los relámpagos persistían sin que lloviera. Los niños que habían estado espiando a la señorita y al rubio quisieron imitarlos. Se tendieron en el asiento, uno arriba del otro, y simulaban movimientos. La madre los golpeó fuertemente con la revista y masculló una maldición. Las dos señoras rogaban a Dios en voz alta, y una recriminaba a la otra no haber puesto la Biblia en el bolso de mano.Desde la ventanilla los ancianos veían pequeñas lucecitas muy lejanas.El viejo-porque la mujer se lo pedía- se levantó y fue hacia delante. Cuando llegó hasta donde estaba Andrés le pidió que por favor parara. Se desalentó y temió a la vez porque el chofer no le hizo caso, y en cambio le gritó: "a sentarse." El viejo lloroso se arrodilló desmañadamente a los pies de Andrés."Por favor, por favor", le dijo.Las dos señoras que miraban la escena dijeron a continuación: "en nombre de Dios."El ómnibus seguía.El muchacho moreno había prendido un nuevo cigarrillo, y un poco mareado lo dejó caer en el asiento. El humo se hizo franco y las llamas aparecieron al costado. Él las percibió enseguida, y con la ropa amontonada de los chicos inició la imposible tarea de apagarlas, pues insidiosamente cobraban más tamaño. Gritaron los viajeros, agitando los brazos y culpándose entre sí. La pareja de ancianos se abrazó mientras tosían casi asfixiados. El muchacho moreno quiso romper la ventanilla con un zapato; el rubio se acordó del hierro y lo buscó por los asientos chocándose con la señorita.Pero para todos había un hecho que era comprensiblemente claro: Andrés seguía con obstinaciónconduciendo por la carretera vacía.Visto desde el campo, el ómnibus envuelto en llamas corriendo por la ruta, era una desorbitante bola de fuego que disparaba hacia un lugar lejano y preciso a la vez.Guillermo Capece marzo1978                                                                                                                                                   
El viaje
Autor: Guillermo Capece  515 Lecturas
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 Emiliano, ovillado bajo mi abrazo,como si fuera un gato,duerme.De pronto una cucaracha surca su espalda.Pero no es una cucaracha,son mis dedos que lo acarician.Emiliano sueña. Ese sueño opresor: va a dejarme, me lo ha dicho.Nunca más tendré un gato al cual acariciar.En la dura noche espero un maullido que nunca llega.  Marzo es el mes más oscuro,pienso.   G.C.         
Gato
Autor: Guillermo Capece  514 Lecturas
  Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca. Para tu boca preparé los besos más antiguos que se hicieron nuevos en tu arte de besar. En tus pies he calzado flores griegas que dedicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu garganta en noches navideñas. Para tí los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio, y tú lo celebraste. Mi sexo enamoró tu sexo en largas sesiones donde tu cuerpo fulgíaentre cardúmenes en el nido de algún mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundir  en el pecho de las rocas amarillas en un ascender y descender de montañas. Ahora,alas, en una tarde,me llevarán silente donde lavas tu traje de espumas infinitas. G.C. 
IElegimos estar sobre las voces de un tigre. Un puerto final buscando interrogar las redes.Tanto dolor y tantos pensamientos para no poder oírnos.Te salvó una voz entre pajonales y miseria.Me busca una luna como  taberna roja.Una pregunta hecha silencio. IIDe todos estos inefables actos,y también de esta huella perseguida,no ha quedado más que un repartrirme entre arenas.Tocando bocas errabundas entraré a profesar mi miseria.Acaso un colosal pedido de auxilio sea como una tormenta que no termine. G.C. 
Dos poemas dos
Autor: Guillermo Capece  505 Lecturas
 Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y angustiado pensamiento,podrán borrar lo que en el alma siento,más  cercano a mí mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a tí, y con suave movimiento,he de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:no me viste señero, duro, ardiente,a solas con el alma dolorida? Y de repente el corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.  G.C. Proximamente, el 25 de octubre de 2014, se cumplirán 76 años de su muerte en Mar del Plata. 
 Viví una vida alrededor de tus ojoscuando los más hermosos pájarosque transitaron los fiordos de Noruegalos extraños gorriones que violabanlos altos castillos de New Yorkcayerondevorádose sus alasal igual que nosotrospobresque nos comimos nuestro amor.Quedaba la tierra removida en los cementerioslos amarillos dados enterrados en la lunalas muescas hechas en la sangrede las estatuas en las que nos habíamos reflejadolos olores fuertes y dulces de nuestros cuerposcomo holocausto a la causa eterna de un amor en el que afirmábamos nuestra vida.Pero tus ojostus ojosno fueron inhumados por ninguna mano vengativa.Tus ojos están conmigo y yo lo sé:toda una vida cercándolos fue poco.                             Guillermo Capece
 nueve círculos leen nombressobre el murorecompongo mi traje blanquecinode a poco monedas doradas se obscureceny vuelan a cumplir su finmuy quieto observola enramada luzmiro la lluvia que me siguey me doy por muertome confundo en hojas de la nochey soy Juan   el sucio   con sus manos llagadasy también la cantante locaque en la plaza se aplaudesoy todosy también yoque llevo hacia tí mi pensamiento:si volvieras como una gota de lluviacomo un palacio   o una tardecita apenas 
Ven
Autor: Guillermo Capece  503 Lecturas
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