• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
Al principio era como una luz enceguecedora. Casi algo que molestaba y maravillaba a la vez. Algo como la liberación. Después, y a medida que se iba acostumbrando, venían esos colores y sonidos esperados por él, conocidos,y eran grandes campanadas metálicas. Don. Din.No. Más fuerte: Don.Don. No todavía, mucho más fuerte: ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!Entonces, sólo entonces, Mauricio caía al fondo de un blando colchón de plumas, y las plumas lo emplumaban como si fuera una gallina, o un pavo real, o una abeja con pesados colores de plumas que se iban adhiriendo suavemente a su cuerpo blanco, casi transparente, tan transparente que Mauricio podía ver, como si estuviera dentro de un espejo maravilloso, su corazón, la vesícula, sus riñones.Y todo se emplumaba de colores diferentes; el cuerpo entero, por dentro y por fuera. Su delgada cara y sus hombros, sus testículos y sus pies, sus pulmones y su cerebro.Aquí no paraba la cosa. Sabía que ahora venía quizas uno de los momentos más felices, cuando las plumas empezaban a caer (sólo las de afuera); pero no era dulce, era más bien fiero, doloroso. Porque las plumas no se desgajaban suavemente, sino que caían tironeadas por Ángela; pero no era Ángela, sino algo que se parecía a Ángela, a su bronca, a su odio, a su dolor, o a su amor. Entonces era el primer tirón, un suave desgarramiento: tal vez de la frente, tal vez del brazo, y salían algunas plumas con el girón arrancado.Mauricio empezaba a gritar despacito, caso complacido, y entrecerraba los ojos; los entrecerraba o los cerraba, como en éxtasis, y decía palabras incomprensibles, pero sentia miedo de sentirse descarnado. Y casi era la felicidad. Porque después la operación era más fuerte. Ángela desgarraba, partía, clavaba sus uñas; Ángela-demonio utilizaba sus manos, clavaba sus uñas y sus dientes. Y las plumas volvían a caer. Pero también los girones de piel, escupidos por los hermosos dientes de la dulce Ángela. Las campanadas metálicas se hacían de seda, y los colores giraban de un violeta espeso a un rojo perfecto. Ángela-demonio presidía la ceremonia como única oficiante, sobre Mauricio acostado en el suelo, boca arriba, boca abajo.Y ahora, con toda la furia, terminaba de arrancar la piel de los testículos, y sólo quedaba piel en las palmas de las manos.Aquí Mauricio gritaba enloquecido pues veía libre sus músculos, sus tendones, y con las palmas quería acariciar a Ángela que se negaba, que permanecía impávida, de pie,oficiando y oficiando interminablemente, cubierta por ese charco rojo que a Mauricio le taladraba los ojos.Después venía la ceremonia más codiciada por Mauricio: Ángela-demonio, Ángela-mutante,se acercaba despacio como una nube francamente rosada por el encierro del sol, y comenzaba la devoración.Un músculo del antebrazo, una vena del cuello, y Mauricio gemía, y entre dolor y placer, casi decía: "Ángela, Ángela", o "me muero, me marchito, dejame, por favor".Pero sabía que Ángela era implacable. Y le gustaba que así fuera. Los gritos de Mauricio se hacían insostenibles.Por lo tanto ya se sabía que Ángela lo besaría interminablemente, hasta comerle la lengua, hasta arrastrarle el paladar, y Maricio se iba a quedar sin paladar y tal vez sin labios. Ahora venía, junto con todo el terror, ese música de Smétana que le parecía campos floridos, quietud, mansedumbre.Ángela feérica y distante, demonio fugaz y persistente, capaz de derribarlo todo con una mirada; Ángela apenas fría, con sus uñas rojas y su pelo tan azul.Y era maravilloso, casi insolente para Ángela acercarse para ver la dulce cara que tenía Mauricio en ese instante. Casi sin cara, apenas ojos verdes,apenas cejas, apenas pestañas, apenas orejas atentas a los timbales y a las cuerdas dialogando entre sí. Pero tan complacido, tan quejoso, tan niño, que a Ángela (esta vez sólo Ángela) le daban ganas de sostenerlo entre sus brazos  y cantarle la misma melodía que se escuchaba retumbar en las paredes. Y luego las paredes caían, pero suavemente, sin estrépito, y Mauricio ya sabía. Ése era el otro y definitivo momento: cuando toda la habitación se abría a la ciudad. Las cuatro paredes borradas por el viento.Ése era el mometo en que Ángela vestida de azul, subía hasta las esferas más azules, y lo poseía casi quietamente, toda Ángela, pero pelo y piel, ella sí piel.Era el mometo tangencial y breve en que Ángela lo poseía, lo anonadaba, o quizas fuera el demonio que lo poseyera; no rojo, no negro, sino circustancial y todopoderoso. O tal vez fueran ambos. Mauricio nuca recordaba con precisión esos momentos. Pero los esperaba al final de la ceremonia.Sabía que eran suyos y únicos. Sabía que podían tardar o irrumpir súbitamente, como por ejemplo en los momentos en que todavía podía besar con su lengua caliente a Ángela o al demonio, o aún después, mucho después, cuando frente al espejo fuera carnadura fresca, rítmico cimbrear de músculos y venas.Y Mauricio también sabía que el momento llegaba cuando la melodia de Smétana se tornaba hambrienta y las paredes del cuarto desaparecían. Después, todo se iba diluyendo. El color azul era celeste, luego blanco, luego sólo la luz de la bombita eléctrica. Las paredes se recomponían y volvían a sostener los cuadros de Gerónimo Bosch. Mauricio se levanta lentamente, se mira al espejo, tal vez sonría; se viste con la misma lentitud. Sabe que dentro de pocos minutos Ángela (¿Ángela?) tocará el timbre y el la besará apasionadamente.                    Guillermo Capece    (1976)
La ceremonia
Autor: Guillermo Capece  359 Lecturas
 en todas las esquinas hay palomas en todas las esquinas hay palabras pero yo quiero una que me preserve de la disolución de los párpados que me golpee el sexo como una flecha que me llame y no sea apacible y me arroje victoriosa hacia el ser que amo  
esquinas
Autor: Guillermo Capece  326 Lecturas
Quién marcó las estrellas para que fueran águilas en el espacio? Qué atributos tiene la parca lluviapara embeber la tierra que dejaron tus huellas?  Por qué mi amor custodió una fe que ahora no poseo? Ramos de madera inquieta me dejaron unos ojos.Y una boca hablada me procura sensaciones pánicas de muerte,cuando doblo en una esquina,y el azar me traeotros alucinados ojosque me mirancomo si fueran mi pecado. 
Caminando
Autor: Guillermo Capece  363 Lecturas
 MATERIA DE POESIAQué importan los versos que escribiré mañanaahora cierra los ojos y bésame carne de madrigaldeja que palpe ciego el filo de tus piernaspara cuando tenga que evocarte en el papelcruza entera por mi garganta profundaentrégame tus ojos voraces tus dientes asesinosquítame el alma con un susurro de brumas acariciadasy deja que salte hacia tu sangreel animal que acecha preso entre tus pechosQué importa el poema donde fluirás inmaculada al albaahora dame la húmeda certeza de que la noche es nuestray de que estamos vivosahora posa ferozmente desnudapara el madrigal donde sin falta florecerás mañana.
Hay algo de agua en tus ojos,y en tu sexo algo de nutria salvaje. Ahora baila con mi alma, y yo los miraré a los dos;yo, viajero, quedaré quietoviendo en un charco caer un poco de lluvia,como un eremita extraño que deja correr su pena.  Nada existe, ni es cierto.Ni tú, ni mi alma, ni la pequeña lluviaque desordena con pesadas alasel perdón que puse una tarde entre tus manos.  
 Vivo enbarcándome entre lobos.  Mi rostro copiado me acecha.  Yo fui el que corrió sin remedio traficando miserias.  Dos minutos de cielo solamente.  Lo demás fue un pan zurcido para que alcanzara.   
Lobos I I I
Autor: Guillermo Capece  346 Lecturas
Tus ojoscelestemente me miran.Daría mi agua, mi luna,mi pan, por tenerlos en el espacio de mi pechocada día.Pero sólo hoy acuden como ráfaga que detiene el tiempo.¿Me mirarán otra vez celestementeo sólo hoy están cantando ? 
Duda (tus ojos)
Autor: Guillermo Capece  321 Lecturas
  Giro alrededor de mi camino a Damasco.Qué cerca la medianoche, esa zona donde la palabra enloquecepara convertirme impensadamente en un mendigo. Acaso porque pueda morir solo, con los ojos llenos de síntesisentre mi corazón y su sombra,huyo hacia un puerto nunca tocado:mi camino a Damasco. La pobreza es otro sino, otra manera que no buscamos,un arrepentimiento primitivo porque todo existe y no existe. Mientras tanto envejecen la ropa que vestimosy el salario de cobre gastado en la penumbra. Alguien ingresó a mi cuerpo sin saberlo.Alguien dicta una sentencia.Me doy vuelta en la noche como un loco golpeándose el pechocreyendo que su pecho es el culpable. Es, mi camino a Damasco, el abrazo que yo habré perdido,la espera en el rincón de los párpados,otra vez el sueño.                         Guillermo Capece
Lo posible
Autor: Guillermo Capece  236 Lecturas
Largamente,como si hubiera sobre la tierra una mujer obscura,que permaneciera vestida de dulce sentido,guardando su cuerpo para sus ensoñaciones,dotada como un animal de algún rumor distante,largamentehe pensado en ella.Sombría, recorre mi memoria,en un gran bosque donde se pierde deletrando flores.Maderas nutrientes son sus largos brazos;yo la he visto llorar en su red.Tan silenciosamente,tan largamenteme he mirado en ella.  
Una vez, un día
Autor: Guillermo Capece  291 Lecturas
la obscuridad de la nochenos lleva a atenuacionesde la verdad sin embargotambién dicta el curso de lo querido cómo saber quién está del otro ladobajo el signo capitalesa barranca agreste con su paja muda tal vez la visión de una rosano sea la rosasino el deseo indeleble hacia la rosa.  G.C.  
Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados. Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te di a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrocharon sus ansiasal ver el flujo de tus ojos celestes. Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluviapodrá decircuánto te he amado. G.C.  
  qué hay detràs de lo que hay ni un mueble ni una luna ni una causa. sí, un túnel telefónico: voz a voz sólo tu boca cierta. G.C.  
a pesar de todo
Autor: Guillermo Capece  490 Lecturas
 EL AMOR ENCERRADOEl amor encerrado,el imperioso amor de antes,encerrado en cañadas que nadie hizo,nadie sino el tiempo y el miedo,ha roto, amor, de pronto, estas paredestan lentamente socavadas,y lo he reconocido, es esa bestiafuerte y hermosa que yo he temido y anhelado,y azota ahora un ancho espacio, y de nuevo,yo no soy nadie, un niño, un miedo,un luminoso insecto que se apaga e inflamabajo la noche intensa, tan débilque apenas se oye su terror, encogido en la hierbamientras la soledad furiosa muerde y lo cercacon su mole vacía, y me gritatu nombre, tu dulce y doloroso nombre, alejándolopara verme crujir como a la hierba más sufrida,para que yo recuerde, que de nuevo yo sientami esqueleto disperso, mi corazón clavado a un tronco,mi voz inútil y mi cuerpo presente para que nadie sepaque yo perdí de nuevo lo que ya una vez basta,que yo sufrí dos veces esta misma violenciasemejante a una broma, como a quien han miradocon sorna, fijamente riendo bajo, entreteniéndoseen abrirme y cerrarme y abandonarmepara ver cómo trato de hablar, a dónde voy,a quién confundiré contigo ahora,en quién te veré a ti, como si fueraun perro tras un rastro de olor.De imaginarlo sólo estoy perdido,ando ya entre la hierba, me hago un ovillo y tiemblo,aprieto contra mí la esperanzade que me toques, de que tus manos,las más hermosas manos que he soñadosobre mi corazón, me toquendiciéndome mi nombre, y yo sientaque es de nuevo tu cuerpo y tu temblorde niña frágil y doliente, para siempre tu cuerpoy tu temblor de niña fragil y doliente contra mí,para que yo no sueñe más este sueño, para que me despierte y me calme, y vuelva a dormirmecontra ti, `poco a poco, balbuciendo tu nombre.(Extraído de "Poemas de amor. Autores cubanos, Siglo XX  Selección: Luis Rafael, Editorial Letras Cubanas,2005)
VESTIDO DE NOVIA                                Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,                                contra el niño que escribe                                nombre de niña en su almohada,                                ni contra el muchacho que se viste de novia                                en la oscuridad del ropero.                                                                             LorcaCon qué espejoscon qué ojosva a mirarse este muchacho de manos azules.Con qué sombrilla va a atreverse a cruzar el aguaceroy la senda del barco hacia la luna.                                             Cómo va a podercómo va a poder  así  vestido de noviasi vacío de senos está su corazón si no tiene las uñas pintadassi tiene sólo un abanico de libélulas.Cómo va a poder abrir las puertas sin afectaciónpara saludar a la amiga que le esperó bajo el almendrosin saber que el almendro raptó a su amiga  le dejó solo.Ay  dónde podrá ir así  tan rubio y azul  tan pálidoa contar los pájaros   a pedir citas en teléfonos descompuestossi tiene sólo una mitad de sí   la otra mitad pertenecea la madre.De quién habrá robado ese gestoesa veleidadesos pápados amarillos   esa voz que alguna vez fue de las sirenas.Quién le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los senos con que sueñaquién le pintará las alas a este mal ángel   hecho para   las burlassi sus alas las condenó el viento   y gimenquién   quién le va a desvestir   sobre la hierba o pañuelopara abofetearle el vientre   para escupirle las piernasa este muchacho de cabello crecido así   vestido de novia. Con qué espejoscon qué ojosva a retocarse las pupilas este muchacho que alguna vez quiso llamarse Aliciaque se justifica y echa la culpa a las estrellas.Con qué estrellas   con qué astros podrá mañana adornarse los musloscon qué alfileres se los va a sostenercon qué pluma va a escribir su confesión   ay   este muchachovestido de novia que en la oscuridad es amargo y no quiere salirno se atreveno sabe a cuál de sus musgos escapó la confianzano sabe quién le acariciará desde algún otro parquequién le va a dar un nombrecon el que pueda venir y acallar a las palomasmatarlas así que paguen sus insultos.Con qué espejos con qué ojosva a poder asustarse de sí mismo este muchachoque no ha querido aprender ni un solo silbido para las estudianteslas estudiantes que ríen y él no puede matarlasasí vestido de novia amordazado por los grillossiempre del otro lado del puente siempre del otro lado del aguacerosiempre en un teléfono equivocadono sabe el número tampoco él sabe.Está perdido en un encaje y no tiene tijerasasí vestido de novia como en un pacto hacia el amanecer. Con qué espejoscon qué ojos.Tomado de "Poemas de amor", autores cubanos,S.XX (Seleccion Luis Rafael) Editorial Letras Cubanas,2005 
 Calledonde habitan las atroces máscaras de la violencia,y las bocas enajenadas al miedoreviven sus bailes siniestros. Solitarias calles donde perros cimarronesparen los hijos de la lujuria,y los devoran en el momento más alto de la sangre.Calle por la que pasea la muerteen su carroza alhajada de tierra,iluminada por una luz que tirita en algún lugar distante;olvidándose de las caricias,de las guirnaldas en los vestidos de las muchachas,llamando a gritos a los efímeros amorespara despeñarlos en los acantilados cerca del río.Calle:aun en la contienda de los lobosnuestra voz golpea en las estrellas.Pasaste tu mano de tiempo sobre nosotroscontaste tus historias.Y somos todavia preguntas amontonadasque nos llaman y se van.                             Guillermo Capece
Calle
Autor: Guillermo Capece  242 Lecturas
No te duermas sino de a momentos.Un ave recorre el airey envuelve hechizos con sus plumas.Ten un instante para que tus ojosvean lo que digo:el ave vuela cercana a tu lecho.No te duermas.Ten el ojo avisor.Pronto los animales de la irapasarán por tu memoriadispuesta a confundir la lejanía de un amorcon la renacida esperanza.Ahora queda este pobre tiempo para nosotros. Te he mentido.No me juzgues. Tengo amor todavía entre mis dedos.Vuelve a mis labios.Pronto será el amanecer cuando desovan los peces en los mares del caribe,cuando renace el tiempo y las angustias se espantan.Dame tu perdón. Hoy soy un ruego.
Ruego
Autor: Guillermo Capece  357 Lecturas
Te recuerdo sembrando tu violín, Iván,el dibujo gris  de la ventanamientras la intemperie caía sobre tus hombros.Sabe que te estiras en el olfato de los gatos...Mañana hará treinta y seis años desde que te llevaron,y yo te escribo ahora con una piedra rabiosa,con una promesa, la más alta,por tu preciosa luz, por tu gorra de arena,por tu perfecta fiesta transparente.Ya desconocido, acude a mí con algo de polvo,con algo del temor con que te fuiste,con toda tu llama. Después, tu solo instinto quedó entre la casa. Abre alguna vez tus manos en mis manos,como una fruta.Sólo conociéndote puedo pensar que vuelas.En duermevela, viendo pasar los días,festejaré hasta la última gota de tus ojos. Dime callado de aquellos regresos,tu silvestre manera de oír el acecho de la lluvia.Dime que te has ido para volver en rebeldía;y en el aire suave estaré feliz de tanto abrazarte en tu camino.
Destino de Iván
Autor: Guillermo Capece  239 Lecturas
                                 a Ernest HemingwayEn la calle Obispo de La Habanatu traje era de seda.Yo te vi.Entrabas a Ambos Mundoscon mi rostro opaco,y había que atravesar el muro de peceshasta llegar a ese enero de papeles pintadosy de líneas ligeras, ópticas de una realidad invisible.Allí estabas, viejo y fuerte,mirando un mar como quien mira la vida,como quien mira la muerte.Me acompañaste de a ratos; después te fuiste por el camino de unos pocos.
 los dias pasan por sus ojos cuando mira el mary deja que el viento lo cubra como una sonrisaen un juego armonioso mis manos serenas y libresacarician su rostro su cuello y mi boca y llanto para mañanano va a estarno va a estarpido que no necesite su cuerpo   su vidadonde él ha ido guardando la tarde en que escribió-sereno, como una piedra en su destino-"Te dejo restos de mi amor. Viajo hacia un acaso incierto.Pero es para siempre.No me busques. Sólo en las sales del mar."
La tardecita cubre de marrón intenso los muebles de la casa.Mi alma en paz regresa en puntillas.La muy tonta se había ido a pasear sus penas al zoo;y allí, entre jirafas y rinocerontes,vio de pronto un pájaro suavey se enamoró de él.Qué tonta, qué tonta eres, le digo.  El rostro sereno de una mujer me mira.Sus ojos tienen la piedad que necesito,y sus labios quizá el amor que yo deshecho.No me siento invitado a ese amorextraño para mí.Pero es demasiado bella como para no comprenderque sus pequeños senos me atraen.Suenan hermosas sus palabras:una historia de cuando era niña y jugabaen el patio con una perritaque un día fugó y se hizo invierno de prontoen su alma.La tardecita cubría de marrón intenso los muebles,y ella lloró durante años.Allí,en ese idilio lejano,nos encontramos los dos.
 Se termina la nocheabanica a tus muertos   a tus fracasostienes sueño pero estás despiertodispuesto a entregar tus doneshasta volverte macabro en un momento no digas muerte.Esta vida trepante   tal como estácomo la conocisteperdidapero que aún custodia su propio solar ¿quién abre la puerta?silencio   silenciotrampas para tí que pusiste cielosy no deseos de mirar lo que había en medio de tu pecho:la rosa negra de la noche.
Poema XII
Autor: Guillermo Capece  312 Lecturas
 No estoy loco, pero debo decir que David está aquí.Sus sonidos, su sonrisa, su agudo dolor de hígado están allí, llamándome la atención.No estoy loco: recién me asome  mi habitación y David dormía como si fuera un niño, con su rostro seductor, si los niños pudieran ser seductores.Lo vi dormir, no se agitaba, su dormir era plácido, quizá David me soñaba.En rigor, no se quién es. Es un hombre pobre envuelto en su sueño? Seguro de sí mismo, con ciertos objetivos en la vida?Acaso necesite subirse a una cornisa para que la gente comprenda que está solo. Que necesita todo el afecto posible, David ávido, sueña que es un ángel en busca ciertos milagros.Pero ahora ocupa mi cama y el sorprendido soy yo, y quisiera caer sobre él para decirle que la salvación está en el amor. Suena romántico. Él juega con su moneda, cara o cruz, y alguna vez se cansará. Suena tonto.Pero es joven, tiene algo más de 30. Y bello: en consonancia con sus cabellos negros, sus ojos tienen toda la noche, y su mirada hace quebrar la de los otros. Sonríe y el mundo tiembla, digo yo en una exageración no gratuita, puesto que es lo que me pasa a mí: yo tiemblo si él me mira, y puede hacer de mí un ovillo de lana para el gato, o una rama de octubre. Qué pobre soy.Y David que se negaba a todo, ocupa ahora un espacio en mi cama mientras yo escribo. Regalos de la vida.No estoy loco, porque David está soñando envuelto apenas en una sábana, y pronto será el amanecer, cuando desovan cientos de peces en los mares del Caribe, cuando renace todo y las angustias de espantan.Entonces lo despertaré para demostrarme que no estoy loco, y le besaré la frente, y le diré lo que debí decirle siempre, que entre las muchas maneras de amar está la de velar el sueño de los seres que duermen dulcemente. 
David
Autor: Guillermo Capece  336 Lecturas
 A la mañana aparece el rostro de la vejez y de la muerte, y labrado por el miedo, huyo hacia los puntos cardinales que mi memoria me ofrece, y siento que la vida ya no es larga con su luz y sus estrellas, y mucho menos una pa´gina en la que todavía hay que escribir.Así veo hermosos adolescentes cercanos a toda forma que da el placer, prisioneros de la paz y amantes del movimiento inútil.La vejez, que puede ser también la prisión, es la culpa de llevar en el cuerpo músculos que no responden; se deberá "vigilar y castigar" (1) a quien pretenda sonreír al que sea más joven, porque el viejo "se parece a su crimen aun antes de que lo haya cometido." (2)               (1) y (2) versión del autor de conceptos de Michel Foucault
Explicación
Autor: Guillermo Capece  310 Lecturas
 Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso, guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del bar de Humboldt.El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y remera negra. Silbaba. Las espaldas grandes retozaban dentro de su remera, y yo me acordé de García Lorca quien decía que un hombre de anchas espaldas debería ser feliz cuando se acostara, porque tomaba conciencia de lo poderosas que eran.Iba junto a una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: dos ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies perfectos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. Él hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que más me atraía era su silbo.-Guachito- le dije - ¿cómo era...? Tu, tururú, tu...¿y qué más?Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado y empezó a silbar.Soñé tocar el cielo con las manos. Había encontrado el pequeño sonajero de mi infancia.
Guachito silbador
Autor: Guillermo Capece  486 Lecturas
 nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz el que mira a través de tus ojosno es un ladrónsino el que robó tus ojos habito roces   aviones que parten o nolucesrelámpagos en mitad de una cuevaantes de convertirse en rito "la mitad de mi corazón es tuyo", dijiste o de los diablos aparece  dime de una vezcerraré los ojos para dejar de soñarun hombre colgado de los hilos rotospor sus renunciaminetos si corres por la senda no mires hacia atrásla estatua de sal   el muro de salla casa de salte esperan                                     Guillermo Capece      
Inscripciones
Autor: Guillermo Capece  291 Lecturas
adiós   pequeño Davidtu visión hace de mi capael color de piedra de los muertosadiós   hasta ahorano veré tu caminopues debo arrojar mis ojos a las calandriasque viajan lejos entre montes y montañasentre montones de nubessurcando inalcanzables nomeolvidesjardines de párpados para tu voz irrealizada te miro y mi cuerpo recorreel juego de las noches la sabiduría del ladrón y la sed para pintar alturasdonde renacen el ave de plomo las siniestras raíces del cedroy la hiedra pegada a mis pupilascon soles de sangre amarilla adiós   hasta ahora tus manos de colores fijosno verán mi negro plato de comiday nada de pedir socorro:bailaráno fingirán que bailanpara no verte en desmesurapara no vermepara no reconocer el contorno ávido   Davidde tu nombreque yace junto a mícon el dolor de perderte                           Guillermo Capece
 Si me acerco a esta tierraveo la mirada sombría de los huecosy los filos del vacío que me atraen.Veo lejanías, la infancia entre racimos,un color triste, casi ceniciento,tal vez un ala desgajada en reposo,quizás jrones de una piel querida.Todo muy quieto:la mano, el pecho, la silueta blanca. Espiamos el regreso en cualquier esquina,y nos sentamos a esperarque la nostalgia nos devuelva una cara.                               Guillermo Capece 
 una vez tomé ese trenlos gatos caminan en la nochecantan borrachos en la mañanatrac-trac   trac-trac ah   si se quema el amor   si se viene la muerte tienen los trenes la insinuación de las penasrápido ahorapor ese tren corre una lagartija blue(azul o tristeza ?)y por la ventanillas   el valletrac-trac   trac-tracpara que el amor no se hundapara que la muerte huya musitandotrac-trac   trac-trac 
sé en qué adversidaden qué tiempodentro de cuál misteriose encadena tu alma vano es pensar que te debes a otroso que tus plantas no pisaronlo que el amor frecuenta miro las estrellasla esperanzada nube entre lo rojoy recuerdocuando leímos juntosla Comuna de París miro las líneas viejas de mi manodicen:Revolución no sólo en la Comuna,también en las almas.               (26.dic.2008)                        A Mastropiero, a partir de la pequeña conversación                                                        que tuvimos                                                        hace poco.              
 Territorio de pájarosmi memoria,se acerca a tu vigilia. Caballos de colores amplios,los recuerdos,cancelan otros ojos. Quizás haya sido un magoquien me habló de típor vez primera,pues no fue el loboque llegué a alimentarcon el polvo azulrecogido de tu cuerpo. Viajo al paísdonde las miradasson pedazos de huellas. Me detengoen el puente de mis manos,y escribo astillas,puños, sinsabores,para que el olvido diga su sangre de bronce. Yo sólo máscaras.Cuando saco una salta otra,y otra, y otra.Hasta que por finsólo huesos.
 Las torres transmiten entre sí el misterio.Adornado por la historia, un niño, que se llama Guglielmo,sale de la iglesia, y corre.Sobre una colina, viejos castillos medievales.En la plaza de la Cisternael niño vuelve hacia mí, y me pregunta algo.Yo a mi vez le pregunto.Sobre las torres, un silencio inacabable.                                 Guillermo Capece
 El miedo a la locura me arrastra a cometer otro delito cuando me asomo al paisaje y arde como si yo fuera el culpable. Yo sentí el amor que ama y el que destruye, y creí que del espejo no regresaría. La lluvia me despoja en mitad de un camino que no entiendo,pero el hueso queda exhumando la necesidad del amor. Todo mi tren es un largo viaje como un juguete secreto:esa otra zona, ese otro ritmo que impone lo surcado en la espesuramarca la distancia que yo habito. (Las letanías de la muerte no son la muerte misma, pero traen montañas desrtruyéndose,faros ajenos a pique, la iniciación glacial de un calendario.)   La imposibilidad crece cuando el tumulto nos reclama y el minotauro de la locuracomienza a arder en la cabeza del ser más inocente.
Los juegos
Autor: Guillermo Capece  378 Lecturas
 Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso,guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del Bar Humboldt.El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y una remera negra. Silbaba. La espalda grande retozaba dentro de su remera. Me acorde del Tano Fiorelli cuando me dijo que García Lorca explicaba que un hombre de espalda ancha debería ser feliz cuando se acostara porque se daba cuenta de lo poderosa que eran; esto me lo dijo el Tano Fiorelli, porque yo, de libro niaí.Iba al lado de una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: 2 ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies hermosos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al  guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. El hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que mas me atraía era su silbo.-Guachito- le dije- ¿cómo era...?  Tu, tururú, tu... ¿y qué más? Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado, y empezó a silbar.Me pareció tocar el cielo con las manos. Había encontrado el colorido sonajero de mi infancia.
                                  Juan Dichoso, changador de feria, vivía en el                                      morro Babilonia en una casilla sin número                                  Una noche entró al bar Veinte de Noviembre                                  Bebió                                  Cantó                                   Bailó                                  Después se tiró al lago Rodrigo de Freitas y                                         murió ahogado.                                                             Manuel  BandeiraPorque no te dieron más que dos monedas,dos látigos en tu frente,tú creíste que estabas muerto,que tu destino era la seda lujosa de la muerte,y bebiste,cantaste,bailaste con ella en escandalosa cita.Tal vez se amaron antes de la definitiva llamada.Tal vez hicieron juntos el solitario proyectodel camino hacia el lago,pero consideraste lo otro:la pavorosa atracción de su voz de sirenaque te llevaba al agua,apretadas las dos monedas en tu puño.En la marea angosta sumergiste tus pies.Tus ojos huecos como sombrapor un momento se extrañaron.Pero ella te empujaba suavemente,y tu coraje de siempre rodócomo el cobre que apretabas."¿Nunca más veré la mañana?""¿Nuca más tendré la mirada de mis hijos?""¿Dónde está el sonido de la voz lejana de mi madre?""¿No hay entre mis fantasmas alguno que me salve?"Despojado,dijiste:"me llamo Juan Dichoso,pero la dicha fue para mí un mantel cerradopor el antojo de los otros,y ahora, yo, Juan, empiezo a entregar la simpleza de mi nombre breve."                                      
Destino de Juan
Autor: Guillermo Capece  305 Lecturas
 Mi corazón abreva lejos.Me doy por muerto.Yo golpeo mis tripas.Miro la lluvia que me sigue.Inútilmente recompongo mi traje blanquecino.De a pòco mis escasas monedas se obscurecen.Muy quieto observola enramada luz;me enmaraño en hojas de la noche,y salgo a pedir limosna entre los pobres.Soy Juan, el sucio,que me ofrece fumar.Su mano llagada estrecha la mía,y me enaltece.(Su mano más limpia que la mano de un banquero.)Y soy también la cantante loca que en la plaza se aplaude,y muere, tras telón, de frío. Yo, alejado,puedo tocar el deseo de tus ojos,creyendo que el amores un caminante que siempre regresa. (Si volvierascomo una gota de lluvia,como un palacioo una tardecita apenas.)
Recuerdo
Autor: Guillermo Capece  317 Lecturas
 ella está loca como las cosas más extrañas,abajo el herido de polvo entreteje las palabras.el poema se hacepero también reclama.en algún universo posible estará el alma de ella.el herido ha dejado de rodarpero ya no tiene a nadie.no es el silencio lo que aturdesino la voz de las cosas más extrañas.ella está ebria:ella ama al veneno cada vez más cercano.casi como en una salvaciónel herido de polvo muerde su destierro.ella abre una caja sin fondoy como último delirio sumerge su máscara aún latiendo. 
 Me oprime esta vasta espera. Habla de mi condenación y de un dominio. Del hastío por el que cursan las plantas, los licores, las gratas miradas.    Y de un terror: el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas; un momento pequeño en que avisoro la muerte. ....................................................... Me oprime esta vasta espera.Habla de mi condenación y de un dominio.Del hastío por el que cursan las plantas, los licores,las gratas miradas. Y de un terror:el destello de sentirme dividido, mezclado entre cenizas;un momento pequeño en que avisoro la muerte. 
 una vez tomé ese tren cantan borrachos en la madrugada los gatos salen de la noche y espían el paisaje trac-trac   trac-trac ah   si se quema el amor   si se viene la muerte con su nube tan oscura antiquísimopor las vías rueda un tren ociosoque lleva a niguna parte del Deseo  el paisaje siempre el mismo: esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen los sueños   tienen los trenes la insinuación de las penasrápìdo ahora  por ese tren corre una lagartija blue (azul o tristeza?) y por las ventanillas   el valle trac-trac   trac-trac  para que el amor no se hunda para que la muerte huya musitando trac-trac   trac-trac    
Tren
Autor: Guillermo Capece  337 Lecturas
Dulcísimo extremo de tu piel tus dedos son lasgos caminos hacia las cosas. Así, habituadas a maravillarse cuando las tocas, poco a poco se adornan de día, y cuando los llamo, las noches se vuelven espacios límpidos, llanuras imprevistas. Ellos están o se ocultan, albergan secretos de amantes, ignoradas ponencias en la vida, y fuertes nudillos con los que golpeaste aquella puerta que no se abrió, ¿recuerdas? Te regalo azahares para que los toques, viejas estrellas que quisieron reencarnarse, tierra blanca para tu tacto blanco; además, ciertas preguntas que no están en mis labios, y sobre todo la efímera noche de mayo en que tus manos me tocaron.  En el pudor de mi pobreza y tu cita, la caricia que hoy evoco es sólo la inutil cacería de un horizonte en vuelo .   
Palabras
Autor: Guillermo Capece  430 Lecturas
 Abro la puerta de mi casa pero no hay puerta ni siquiera casa. Hay un camino de tierra hacia el despojo. Vengo a besar a mis animalesdel delirio.A mis peces durmientes.Golpeo la puerta.  Grito para que me abran. Pero no hay nadie. Ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible. Se oye una canción.Pero es el alma hueca de los desposeídos  que llora. A dónde ir? Soy un niño extraviado que se hace amigo de su exilio.  Él conoce todos los secretos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas.                  - Los muertos. Mi canto es para ellos.      
Un poema
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas

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