La lluvia se convierte en una suerte de acupuntura inmisericorde, Y el viento silva como los gritos postreros de un dios encolerizado, Por un mundo abierto, indigno y frenético, Su soplido te golpea las mejillas como las cachetas de una vieja enjuta, Una buida balcánica, frente al desasosiego de un militar hormiga.