• Carlos Alberto Agudelo Arcila
Carlos Alberto Agudelo Ar
-
  • País: Colombia
 
Hablo conmigo mismo a las seis de la tarde Hablo con alguien más a las seis de la tarde del mismo día Todo se vuelve asequible como cuando dialogo con el paso del día de un día cualquiera a las seis de la tarde El violeta germina las seis de la tarde del tiempo por llegar Aparece el 1 La noche brota de los ojos del asesino la víctima agonizante limpia los párpados al día de su muerte Se rehace el 2 ¿Y por qué la lluvia borra el croquis en la pared si a ella solo le compete darle cristiana sepultura a la palmera en la tumba cerca de la ciudadela de los moscos? El 3 no interfiere ante el resplandor ofrecido por la cartera donde se almacena la imagen del hombre ante sí mismo Viento entre el viento con sus labios secos pronunciando el último vaivén del viento. El 4 reabre sus puertas a la avaricia Todo se agita menos el rojo secular del bramido El 5 se dirige al filo de la montaña mágica La yuca recién desenterrada le desgaja al firmamento contornos de rocas  El 6 se desanima ante la presencia del dinosaurio Silencio agua cristalina evaporándose entre la ranura del grito El 7 se responsabiliza de la espina en el rosal En el bosque se agita el tiempo de la sopa fermentada sobre el humo putrefacto de la noche El 8 desmitifica las siete vidas del gato El vapor tortura el dedo en el patíbulo del jabón La guillotina sangrando se aleja del cadalso ante la mirada incrédula de duendes escondidos bajo la falda transparente de la doncella El 9 acierta su puntería en el agujero negro Ungido por la piedra histórica “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra” El 10 reestablece la armonía entre los ceros La exquisitez de un firmamento rojizo en el paladar de la hambruna El 11 esquiva el gancho para el pelo de Sansón El aire dejado por la paloma en vuelo recicla pájaros de papel a la caza del gato hambriento  El 12 va hasta el saltamontes a cumplir la cita con el remolino errante Palmeras barren el firmamento Cientos de nubes ruedan sobre el asfalto con olor a coco El 13 se agita dentro de su mismo fondo La hormiga aparece en la página en blanco haciendo historia en la memoria por escribirse El 14 no se desanima prosigue su número logarítmico Embudo abajo la palabra desahogándose del hollín blasfemo El 15 instala cuerdas bucales a la marioneta coqueteándole al espantapájaros El anciano con sus dos piernas al hombro se convierte en el canguro travieso del siglo XXVIII El 16 el 17 el 18 se encapsulan como cenefas rotas para darle morbidez a la noche buena Han de hollar el día del día trigésimo tercero lo harán para luego introducir en el espacio de dicho tiempo monedas de caramelo más tarde cada quien se indigestará hasta rezar el padre nuestro de no estás en los cielos y vendrá la risa rebasando el entusiasmo del ánima diabética El afónico observa el 19 el 20 desde la lupa construida con aroma de caña de azúcar no pierde de vista el infinito guarismo especial para acreditar la compra de cuatro yeguas para los tres mosqueteros D’Artagnan Athos Porthos y Aramis se montan sobre el rebuzno de Uno para todos y todos para uno a conquistar la tierra baldía donde el Cardenal Richelieu barre la ceniza dejada por la erupción del nevado con el cual se enfrío en tiempos recientes el agua para calmarle calenturas a Lolita de Vladimir Nabokov Es necesario imprimirle al círculo cromático la puerta por donde ha de salir el cacareo de la gallina ciega La caja solitaria insiste a los posados en la arboleda píen su soledad Señalan la cruz donde se enterró el éxodo de la luciérnaga cuando con sus luces apagadas iba en busca de sí misma su iluminación le llegó bajo al Bodhi de la Y ahora es luz única del árbol de navidad. Capítulo de la novela surrealista MARTES DE NUNCA LLEGAR     
Si no hubiese Dios existiría la Caceldena silícica como las entrañas de la granadilla jirafa como la mañana aquella en que Dios nombró el cuello largo o misteriosa igual a la hora en que el cuerpo de Cristo emprendió vuelo hacia el evangelio de la piedra. Si hubiese Dios existiría el hombre posible en el amor por el hombre que camina con el costal al hombro donde carga las úlceras del mundo Si no existiese Dios Si existiese Dios el sin amor y el sin odio serían axioma en cada uno de los hombres que gira la tierra Se encarnaría Dios del hombre el hombre de Dios y podríamos disfrutar la Caceldena como aguja tocando el alma.  
Tres perros ladran. El primero, ladra a un ladrido, que un perro escupe; el segundo, ladra a una sombra de un ladrido, que busca al padre, ladrido abandonado por un perro que nunca más ladró. El tercero, ladra a ladridos que vagan por el mundo sin perro.   Ladridos haciéndose perros a imagen y semejanza del ladrido. Ladridos sin pelaje, sin olfato, sin obediencia. Ya son hombres, aúllan, son eco perenne, espectros de cuanto los abasteció de ladridos. Son poemas que ladran, y se olvidan del perro que los escribió; no les importa nada más que un mordisco, hueso encarnado de su tiempo.  
  Es media noche, una melodía se escucha lejana. El perro de mi casa se despereza, mientras yo sueño que es media noche, que duermo, que escucho una melodía lejana, que tengo una casa, que en la casa hay un perro, que el perro se despereza. Son las tres de la tarde, y como si me levantase con resaca me duelo de que en verdad es media noche, que una melodía lejana escucho, que el perro de mi casa se despereza, mientras yo sueño que duermo, y que estoy escribiendo como si estuviera escribiendo, y me quedan todas las dudas de si aquella abertura es de la puerta de mi casa, o la oportunidad para salir de esta encrucijada.        
La cabeza del decapitado, que descansa sobre una piedra en el camino, da sus primeros pasos hacia el mundo de los sueños. Anhela un cuerpo. Poco a poco su sueño, en el sueño se hace realidad; sólo que él se piensa como hombre, y aquella nueva vida se torna  carne de mujer. La cabeza del decapitado estancia en otra semblanza, y se ruboriza ante su desnudez. El resto del cuerpo, de la cabeza del decapitado, se puso la cabeza de una mujer decapitada. Ahora la cabeza de la mujer decapitada se mira en el espejo, se asombra de pertenecer a alguien .    
Imagen
1970
Autor: Carlos Alberto Agudelo Arcila  663 Lecturas
Una uña escarba el escritorio hasta palparle a los vacíos del universo modulaciones las cuales le sentencian a la demagogia del azul extrañas formas cimentadas de nubes inconclusas para el desarraigo de la turbia mirada de ronroneos siderales. El olor a ajo salta del paladar al olfato de apéndices incrustándose en el cieno donde se hallan guardadas señales primitivas entre ellas el verde más verde de la primera hoja seca brindada por el origen del mundo. Nadie escapa del pocillo proveniente del agujero negro del tinto. En un cuarto veintisiete sillas rodean a veintisiete hombres quienes jamás en sus vidas se han sentado hombres de axiomas por proyectarse entre el vidrio recubierto de imagines de niños y niñas saltando sobre el trompo hecho de agua de mar donde barcos de todos los tiempos navegan espoleados por cetáceos y pequeños peces devoradores de unicornios sirenas antílopes suicidas de mujeres jóvenes resaltando sus senos eróticos ante la miseria humana. Son millones están en la fila de los ángeles pocos son los llamados a pertenecer al reino de los demonios. Dios y el diablo fijos en un rincón del alba observan de frente a cada uno de sus discípulos los cuales se atribuyen así mismos su alter ego sin atribuirle a ningún omnipotente sus facultades premonitorias del bien o el mal. El jamás lima su osamenta con excremento del mito de la sombra delineada en el pergamino acusado de pertenecer al siglo del pensamiento corroído. Algo salta a la vista de mujeres desnudas quizás sea el eje suelto del planeta tierra las hembra se tapan su monte de Venus no es justo dejarse penetrar por este elemento impregnado de lujuria la tercera mujer de este conglomerado voluptuoso lanza miradas de escorpión a su alrededor hasta quedar todo en calma una brisa sopla rostro a rostro la vida el peligro de fecundación se ha superado la heroína sonríe mientras las más libidinosas le despliegan miramientos de odio. Hoy es sábado con un ayer sin suceder y un mañana imputándose la circunspección de la entelequia. Todo es bello como algo no entendido ante el espejo recóndito donde flota el hilo del cordón umbilical. Sonidos tras el cuero. Alguien arrastra el cuero entretanto una hormiga deposita en su mirar el paso del anciano cargando en su pensamiento cetrino la madeja de cuero para ser transfigurado en jabón propicio a una barba de siglos trashumada por instantes tejidos con lágrimas de miel. Nadie se agita. ¿Y por qué han de hacerlo…? Quizá hoy sea miércoles por esto todo acierta en las aguas serenas. El grillo respira el mundo de la tortuga la cual inhala el caparazón llevado a cuestas por el fogonero de los cuatro vientos exhalados por el bosque donde se halla la ardilla pendiente del tigre listo al salto contra la mariposa de mil colores. Sigue el camino aunque no se sabe hacia dónde. ¿Quién? Poco importa. Sigue el camino sabe el destino. Sigue el camino sin importar la meta. Sigue el camino inusitado de los pingüinos. Sigue el camino porque sigue sin importar el camino. La ribera escaldada reverdece al paso de quien sigue el camino. El reflejo palpita mientras la imagen anuncia desde la hondura del cristal la fogosidad del ánima tentando a seguir su luz a la vela a punto de apagarse. Celulares en manos de los discípulos ante la mirada recriminatoria de Jesucristo. Pedro y Juan el Bautista miran de soslayo a Judas quien a la vez le anuncia a María Magdalena la última nueva de la cruz. Solo la madera biche escucha la palabra del profeta. Todos están ansiosos de la floridez de los dos leños. La crucifixión es importante para el perfeccionamiento de la balada cristiana sin ella todo está perdido. Santificado sea tu nombre. En el monte la astucia predestinada espera glorificar el porvenir de la estolidez humana. Santificado sea tu nombre. Dios lo lleve a descansar antes del tercer canto de la gallina. Santificado sea tu nombre. De pronto un grito de la recién nacida da la orden al guía de detenerse en la octava estación para bendecir la penúltima cena. ¿Aún está?                             De la novela surrealista MARTES DE NUNCA LLEGAR                                 
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