Me gustan: el color lila, la noche, la luna, los gatos, los puzzles, las flores, las bibliotecas, las series americanas, Mafalda, el queso, los osos de peluche, el cine de Ozu, los libros, los tangos, andar descalza, no peinarme, N.Y., L.A., L.V., B.A, el regaliz negro, los mojitos, nadar, bailar Zumba ...jkjkjkjkjk
Una montaña de basura, eso veía desde la ventana de su habitación de hospital. Bolsas verdes, negras, amarillas, botellas de plástico, cubos rotos, trozos de metal, cajas de cartón abolladas. Pero encima de todo ello, y tras las lluvias de las últimas semanas, empezaba a crecer una hierba fina y musgosa. Algo bueno había nacido de esa tormenta tropical que le había dejado sin casa, sin ropa, sin enseres y sin marido. Los primeros días era tal su estupor que ni veía ni oía ni siquiera hablaba. Pero según habían pasado las jornadas sus oídos fueron despertando y escuchó susurrar a los médicos y enfermeras en la ronda matutina las palabras “shock postraumático”. Algo más le costó centrar la mirada, veía pero no relacionaba las caras con los sonidos. No reaccionaba a ningún estímulo. En la segunda semana en el hospital había oído y visto ya todo con plena conciencia, pero no había dicho ni una palabra al respecto y se había aguantado la gana de reaccionar ante las visitas y los abrazos de consuelo. Y había aprendido mucho de los demás y sobre todo de sí misma. Todos encontraban su silencio como mecanismo de defensa de lo que sufrió al ver cómo la fuerza del agua arrastró el coche con su marido dentro. Como pudo sobrevivir solo y gracias a la casualidad de que su cinturón se quedara enganchado en una rama. Como aguantó horas mojada y sin poderse mover, hasta que alguien la divisó desde arriba de aquella carretera que había desaparecido bajo un río de barro y ramas. Luego llegó el rescate, el traslado al hospital, el chequeo y el bloqueo de sentimientos. Lo que nadie imaginaba era que en realidad continuaba en silencio día tras día porque en el momento en que se decidiera a abrir la boca de su garganta iba a salir una carcajada y un grito de: ¡por fin libre! Y es que su vida, como esa montaña, era un montón de besos de basura, abrazos rotos, palabras de metal y sentimientos abollados, acumulados durante un día tras otro, un mes tras otro y un año tras otro y gracias a aquella tormenta, había empezado a brotar en ella un ligera capa de esperanza de volver a ser feliz.
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