JOANA GALBAO
Publicado en Sep 06, 2009
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                                                  JOANAGALVAO                                                                                
                    
               Llegué en barco a aquella ciudad una tarde de septiembre, pero no recuerdo el año, ni la fecha. Sólo sé que los acontecimientos, celosos del tiempo, se deleitaban usurpando los restos de  mi memoria. Todo comenzó en ese barco una tarde de septiembre (como ya dije), cuando la conocí a ella en uno de mis viajes a Colonia. Yo, en aquellos años, trabajaba en el suplemento cultural de un diario de Buenos Aires y me habían encomendado un trabajo sobre la historia de la colonia del Sacramento.
             La vi en el bar del barco, en cuanto partimos de Buenos Aires. El pelo largo hasta la cintura, los ojos claros, la piel blanca marfil. Llevaba un vestido negro, como de seda y un sombrero, también negro. Era raro,  porque me parecía que la conocía, que la había  visto antes en otro lugar, o quizás en este mismo barco, en otro de mis viajes. Era más bien joven, no muy alta, de rasgos finos y estilizados. Estaba sentada frente a mí sobre la ventana, inmóvil, la mirada disipada en el río, la tristeza cultivada sobre su rostro. 
               Después que la nave arrancó, me puse a repasar lentamente  unos papeles para mi trabajo sobre la Colonia del Sacramento, escritos que hablaban de intrigas y de luchas sangrientas entre españoles  y portugueses y rivalidades entre ciudades vecinas. Tenía que ganar tiempo y  poner algunas cosas en orden, ya que no pensaba quedarme muchos días. La nave ya estaba con la máxima potencia y se empezaba a mover de un lado a otro, afuera se  había desatado una leve tormenta; algunas gotas de lluvia se desintegraban en la ventana y desaparecían en el estuario.
              Por unos instantes pensé que podría concentrarme en mi trabajo, pero la presencia perturbadora de esa mujer me lo impedía; ella se había adueñado de mis ojos, que atrapados por el imán de su belleza, parecía que salían despedidos de mi cara y se quedaban en la de ella incrustados como piedras preciosas. Dejé a un lado la historia del general Manuel Lobo y su fundación  de la Colonia y me dediqué a observarla. Era hermosa, su largo cabello se deslizaba sobre sus hombros como una fina lluvia, acariciándolos suavemente y sus manos, pequeñas y suaves, parecían de porcelana. Manteníamos un diálogo de miradas cómplices, que daban paso a un leve gesto que antecede a la sonrisa. En un momento dado algo se le cayó y yo aproveché la oportunidad para ayudarla.
 -Gracias -, me dijo
 - No es nada -, le contesté, mientras tomaba  las cosas del piso.
-¿Nos conocemos?, le pregunté.
 -Puede ser, dijo, mirándome, ahora sí, directo a mis ojos.
 -  Su cara me es familiar, le dije yo.    
 -No estoy segura, pero quizás lo haya visto antes, no lo sé -, dijo sin interés en las palabras que pronunciaba.
 -Bueno, pero lo que pasa es que me resulta conocida.
 - Quizás me parezco a alguien que usted conoce -, afirmó ella, volviendo su vista hacia la ventana.
 -Quizás, le dije.
 -¿Cuántos días se va a quedar en Colonia?, le pregunté
- Los menos posibles -, respondió, como dando por finalizada la conversación.
-Bueno, le dejo una  tarjeta mía con el teléfono de mi hotel por cualquier eventualidad -, le dije, y me fui  en dirección al mostrador del bar; era un buen momento para tomar un trago. El buque se movió pero no significó un obstáculo. Cuando volví ya no estaba, había desaparecido entre la multitud.
                 Llegué al hotel en medio de una lluvia torrencial. Quedaba en la ciudad vieja, cerca de los lugares históricos que tenía que visitar  para mi nota en el diario. Era muy tarde, así que comí algo en el hotel y me acosté. Al día siguiente después del desayuno, me dirigí  a los museos principales de la ciudad, emplazados en el barrio histórico de la ciudad, a recabar información para mi trabajo. Caminé por las angostas calles de piedra que van a morir al río, testigos del tiempo, partícipes de una historia de fundaciones y refundaciones, de guerras y de tratados. Encontré, en uno de los museos enfrente de la Plaza Mayor, entre las exposiciones de  armas antiguas en las vitrinas de cristal  y las muestras de arqueología indígena, algunas historias  que me interesaban.  Estuve un rato estudiándolas y sacando apuntes.
             Me detuve en la historia de la heroína Joana Galvao, quien  fue muerta  por los indios defendiendo el cadáver de su marido, el capitán de Caballos Manuel Galvao, muerto en las guerras de la reconquista de la ciudad de Colonia en manos de los portugueses. Cuenta la historia que Joana, allá por mil seiscientos ochenta, en gesto de heroína mitológica, recogió la espada de su esposo muerto y con su  cuerpo defendió, no la vida de aquel que ya la había perdido, sino la honra de su cadáver que pretendían pillar los tapes. Nunca se encontró su tumba, ni los restos de su marido, ni los de ella,  pero todos creen en esa leyenda. Juzgué encontrar en esta historia el motivo de mi artículo para el diario. Tomé notas sobre el asunto y me dirigí a la biblioteca del municipio a leer sobre Joana Galvao.
              La biblioteca era una vieja casona de dos pisos que quedaba sobre una esquina. En una de las ventanas se veía a una mujer, inerte como una estatua, que miraba  en dirección al río. Un piso de piedra, un techo alto, y una baranda floja me recibieron en la entrada. Subí al primer piso por una escalera de madera que hacía mucho ruido y fui a dar a una sala de lectura; me atendió una mujer vieja y desalineada, con unos lentes gruesos y de color oscuro; era la  estatua que estaba en la ventana. Llevaba una túnica de color celeste donde figuraba su nombre con letras bordadas de azul, pero le faltaban algunas letras. Al principio pensé que no veía nada y no entendía como podía trabajar en una biblioteca, pero después  acercó su cara muy junto a la mía y me pregunto qué necesitaba (salivando mi rostro). Pude observar detrás de sus lentes que tenía ojos castaños claros. El pelo parecía teñido de un color rojizo, la piel muy arrugada; pensé que debería haber estado en esa biblioteca por años. Le expliqué lo que andaba buscando, se sorprendió un poco, frunció el ceño y al rato me trajo un libro de tapas marrones lleno de polvo. Me señaló el capítulo que servía a mi historia con los ojos casi pegados al papel. Caminaba como de memoria porque no veía nada a su alrededor, si alguien le cambiaba algo de lugar era casi seguro que se caería al piso.
                 Yo me senté cerca de una de las ventanas, desde la cual se veía el puerto; algunos barcos salían o entraban, había algo de viento, pero dentro de la sala el silencio era total. La mujer me trajo otros libros  para mi historia y yo le agradecí. Traté de adivinar cual era la letra que le faltaba para completar su nombre en el vestido, pero fue imposible. Saqué mi computadora y tomé lo que necesitaba para mi trabajo. Eso me llevó toda la mañana.
            Al mediodía dejé la biblioteca para salir a almorzar, y caminé hasta encontrar un restaurante que quedaba a la vuelta, pero antes de llegar, me pareció ver la silueta de la mujer del barco y la seguí. Su paso era rápido; se dirigía  como a la zona del puerto por la avenida principal. La calle estaba desolada, la gente se preparaba para internarse en la siesta. Me llevé por delante un perrito viejo y casi me caigo sobre él. En un momento dado ella dobló por una de las calles que van hacia la plaza principal y se metió en la Iglesia. Entré y la vi sentada  en el último asiento; me quedé quieto y mudo detrás de ella. Era una Iglesia muy chica  y sencilla pero conservaba un aire  colonial, típico de las ciudades pequeñas.  Algunos ángeles me miraban fijamente como sorprendidos por mi presencia. Había poca gente, todos sentados, como esperando el veredicto. Unos  rezaban y  otros miraban para arriba. Un cura  de lentes y pelado ( como la mayoría) se preparaba para decir algo. No tuve otra opción que sentarme junto a ella y escuchar las palabras del cura, es decir no me podría haber pasado nada peor. Una de las estatuas me miraba fijamente y por más esfuerzo que hiciera con la cabeza siempre terminaba observándome. Después de la centésima vez que el cura pronunció la palabra "Señor ", ella me vio aparecer como de la nada, ¿habrá pensado que yo era "El señor" al que aludía el cura?; enseguida se dio cuenta quién era, me reconoció.
 -¿Porqué me sigue?
 - No lo sé exactamente, le contesté; en realidad una fuerza misteriosa me conduce hacia Ud.
- Esto puede ser peligroso, sepa que se lo advertí, decía en voz baja, sin dejar de mirar al cura, quien seguía nombrando a "El Señor" como si quisiera vendernos una marca de algo.
 -No tengo miedo, ¿Qué le parece si hablamos en otra parte? Acá me siento vigilado desde el cielo -, le dije, intentando librarme  en vano de la mirada de una virgen.
- Está bien, salgamos de aquí -, dijo.
           La Iglesia daba a la Plaza que estaba rodeada de unos pintorescos bares. El día estaba soleado pero la tierra seguía humedecida por la lluvia de la noche anterior. Cuando salimos, tuvimos que atravesar un cordón humano formado por la gente que siempre pedía en la puerta. Nos metimos en el primer bar que encontramos. Llamé  al mozo y le pedí dos cafés. Ella estaba de negro como el día que la conocí en el barco, aunque su rostro estaba menos pálido; parecía que de día tenía más vida. Le conté el motivo de mi viaje; ella escuchaba atentamente en silencio, como si le concerniera lo que yo le decía. El sol, inoportuno, le anunciaba sobre su cara que pensaba acariciarla por un rato.
-¿Usted que vino a hacer a Colonia?     
- Vengo a descubrir la verdad sobre mi marido.
-¿Cómo es eso?
- Tengo que saber la verdad de lo que le pasó, de cómo lo mataron; quiero recordarlo...  ya que ni siquiera recuerdo como era él físicamente, hasta eso quisieron destruir, hasta mi memoria; a veces siento que no sé quien es; ellos quieren que yo me olvide,  pero no puedo.
-¿Y porqué vino precisamente aquí a Colonia?
-Es una larga historia que no me daría  todo el tiempo del mundo para explicársela -, dijo, tomando un sorbo del café.
-Bueno, pero si me cuenta algo, hasta quizá podría ayudarla-, le sugerí.
- Nadie puede ayudarme y menos usted que no me conoce y no sabe nada de mí-, afirmó la mujer en medio de sollozos. En ese momento sentí la necesidad de abrazarla y consolar a la pobre mujer, pero no lo hice, sólo atiné a darle un pañuelo.
-No puedo olvidarlo, decía, como si estuviese hablando sola y con la mirada como perdida.
- Pero... ¿qué fue lo que pasó?
-Perdón, discúlpeme, tengo que irme, gracias por el café, dijo,  y se fue disparando.
            Por el tono de su voz parecía que hablaba en serio. Llamé al mozo para pedirle la cuenta. Cuando me la trajo me preguntó por qué había pedido dos cafés, yo me sonreí y le dije, uno para mi y otro para la mujer.
¿Qué mujer, señor?
-¿Cómo qué mujer?, la que estaba conmigo, la del sombrero negro
- Usted estaba solo señor, se lo puedo jurar.
-¿Sólo, pero sí yo estaba hablando con una mujer, no la vio cuando salió?
.-La verdad que no, jefe- me contestó, mientras limpiaba la mesa y agarraba la propina.
-¿A la mujer vestida de negro, no la vio?
- No señor, usted estaba solo. Pensé que esperaba a alguien, como pidió dos cafés -, dijo.
             Salí del bar para cualquier lado, sin entender nada de lo que me había sucedido; me perdí en la primera esquina, pregunté para dónde quedaba el hotel, nadie me supo contestar, nadie reconoció ni siquiera la existencia del mismo; me dirigí entonces hacia la rambla, hacia el puerto, para ubicarme mejor. No sé cuanto tiempo estuve esperando que apareciera alguien, las callejuelas estaban vacías  y no se veía ni siquiera vestigios de actividad alguna en el puerto. Caminé por el  muelle; pude ver que se había ido el último barco, seguí bordeando el río, descansé un rato y  luego fui en dirección a la ciudad vieja; subiendo por una calle empedrada, reconocí la biblioteca; estaba la mujer en la ventana pero seguro no me veía. Me acordé que tenía la dirección del hotel; le pregunté a un transeúnte si conocía esa dirección. Para sorpresa mía me indicó el camino, yo le agradecí y  seguí caminando por las calles de piedra.
            Cuando llegué  descubrí que todo estaba en su lugar, el conserje  me pasó mensajes para mí; uno era de Buenos Aires, del diario y el otro era confuso porque el nombre no lo reconocí; tomé los sobres y subí a la habitación. Un  escalofrío corrió por mis venas cuando comprobé que el mensaje era de la extraña mujer del barco y me estaba pidiendo por favor que la viera cuanto antes, que necesitaba de mi ayuda.  Me dejaba una dirección y un horario para el encuentro y era para esa misma noche.
             Tomé una ducha, descansé un rato y  después bajé al hall y pedí una guía de la ciudad para ubicar la dirección de la mujer. La encontré enseguida, estaba cerca, todo quedaba cerca en esta ciudad. Hice algunos trámites en la conserjería del hotel, habían llegado nuevos huéspedes que hacían mucho ruido de valijas y hablaban fuerte; un hombre viejo se quejaba de algo que no entendí que era, unos niños corrían por el pasillo subiendo y bajando las escaleras como en un pacman.
          Me interné en la oscuridad, siguiendo el mapita que me hizo el conserje, una cuadra para la izquierda, cuatro para la derecha y media más como para la rambla. Sólo me acompañaba  una tímida luna menguante ahorcada entre las nubes. Una leve brisa que venía del río pudo más que el abrigo que tenía puesto. Hacía frío y a medida que me acercaba al barrio histórico, se ponía todo más oscuro y sólo me guiaban los  viejos faroles de las esquinas. El trayecto era corto, observé algo de movimiento cuando atravesé la plaza; los bares estaban todavía abiertos, se escuchaban ruidos y algo de música. Algunas estrellas, rezagadas, esbozaban la noche.
              No me fue difícil encontrar la casa. Muy antigua, consistía en una puerta de madera, baja, a medio pintar y una enorme pared  tapada por  una enredadera; estaba como abandonada  y oscura. No parecía que hubiera una residencia detrás de esa pared. Enfrente se podía ver al viejo faro, que apuntaba, como un cañón, al río. Golpeé fuertemente la puerta convencido de que no habría nadie, ¿sería todo esto una broma? No había respuesta y como el viento del sur ya soplaba más fuerte decidí irme. Caminé en dirección contraria al río; de pronto escuché un ruido que venia de adentro y me quedé parado en medio de la calle, casi congelado.
-Pase, pase rápido dijo una voz, perforando el viento, que creí reconocer. Me acerqué lentamente para cerciorarme de que era ella.
- Pase -, me reiteró.
            Entré a un patio abierto que tenía un aljibe en el centro, mosaico estilo andaluz y  rodeado de muchas plantas. Todas las piezas daban a ese patio de baldosas de granito. Me hizo pasar a una habitación que era como una típica cocina de campo, con una mesa de madera rústica, con los artefactos de bronce colgados en la pared y un horno a leña. No parecía que viviera alguien en esa casa; estaba todo en su sitio, como si nadie hubiese querido tocar o cambiar nada de lugar. Nos sentamos a la mesa; afuera el viento hablaba a través del aljibe, las plantas se ladeaban de un lado a otro como danzando; supuse que llovía porque se escuchaba el repiqueteo de las gotas sobre el techo. Se sentía el crujido de algo como metálico, de sillas de hierro, oxidadas por el tiempo y el agua.
 -Me están siguiendo, dijo, por eso me fui del bar hoy a la tarde. Le pido disculpas, me dijo tomándome de la mano.
-¿Quién la persigue y porqué?
-No sé quién, pero sé que es por mi marido.
-¿Y dónde está?
-No lo sé, está desaparecido, nadie supo más de él, la última vez que lo vi fue en esta ciudad en la  que nos conocimos  hace muchos años. Lo mataron por algo que estaba escribiendo. Pero fue un error, la que estaba en política era yo y ahora me siento culpable.
-¿Era escritor?
-  Si, era periodista.
-¿No existe un borrador o algo similar, que pueda servir de prueba?     
-Sí-, existe, por eso lo llamé. Me tiene que ayudar a encontrarlo.
- Eso nos podría orientar sobre los móviles del crimen, sobre sus autores, sería una pista a estudiar- dije yo. ¿Usted  habló de esto con la policía?
 -Lo hice, pero no quisieron escucharme, no le dieron importancia. Tengo miedo, porque creo que me están persiguiendo, piensan que yo sé algo pero no sé nada; he recibido amenazas, llamadas anónimas desde Buenos Aires que  dicen que me van a matar si sigo investigando. -¿Usted me cree?-, preguntó, recogiendo su hermoso cabello de su cara.
-Si, le creo- respondí. ¿Por qué no iba a creerle?, pensaba, mientras contemplaba su frágil belleza.
           Le prometí que la ayudaría; luego me acerqué a ella, y la abrasé. Los dos lo deseábamos, lo sabía desde el principio, desde que la vislumbré torpemente en el barco. También había presentido este encuentro, como si lo hubiese soñado antes de que ocurriera; ella parecía sentir la misma cosa.  Ahora había comprendido el motivo de mi viaje a Colonia. Entendí que mi estadía sería más prolongada en esta ciudad que se adentraba en el silencio y en el misterio de su historia. Quedamos en encontrarnos al otro día para ir en busca del manuscrito. Después me fui, salí a las calles de piedra, ya no llovía, sólo estaba el viento del sur como testigo de una misteriosa noche sin luna; no había nadie en las calles, estaba muy oscuro, los faroles ya se habían extinguido, me acompañó un perro moviendo la cola todo  el tiempo y saltando sobre mi pierna, como si fuéramos amigos de toda la vida. Cuando llegé al hotel el perro se quedó en la puerta y después corrió hacia la oscuridad de donde había venido.
                 A la mañana siguiente, luego del desayuno, me instalé en la biblioteca municipal a seguir con mi trabajo. Tomé un par de libros que la señora gentilmente los había separado para mis estudios el día anterior. Me senté en la misma mesa y miré hacia el puerto, la vista se parecía a una foto que estaba colgada a la entrada en el hotel, pero el agua parecía más azul en la foto del hall y no se veía ningún barco. La mujer se paró frente a la ventana a mirar hacia el vacío; debería hacer por lo menos treinta años que hacía esto, pensé, pero ahora ni siquiera veía. Abrí los libros y saqué mi computadora. Comencé a escribir el artículo  sobre Joana Galbao que al fin y al cabo era por lo que yo había venido a esta antigua ciudad, que en  tiempos remotos supo ser rival de Buenos Aires. Pero era otra la historia que me preocupaba ahora. Entonces apuré mi trabajo para tenerlo terminado esa misma mañana.
         Cuando los rayos del sol caían perpendicularmente sobre las calles de piedra y se reflejaban en ellas encegueciéndome, ya había terminado parte de mi trabajo. Ahora me sentía más aliviado y podría ocuparme de otros asuntos. Llamé al diario, y les dije que me quedaba unos días más, que me tomaba unas vacaciones, que el artículo iba para largo. Después de hablar desde una vieja cabina telefónica me fui al hotel. Traté de descansar pero hacía un poco de calor y la humedad hacía transpirar a las paredes de la habitación, cuyo papel se estaba desprendiendo y enrollándose sobre sí mismo, como la cola de una iguana; abrí las ventanas, se escuchaban ciertos ruidos del fondo que supuse era la cocina; unos pájaros, que no paraban de cantar me impedían dormir. Pensaba en la mujer y en cómo haría  yo para pagar los días restantes del hotel. Al fin, pude dormir un rato.
            Miré el reloj y habían pasado dos horas; bajé al bar del hotel. Todavía era de día, tomé algo y salí. Era sábado y estaba lleno de turistas, recorrí la plaza y la iglesia por donde había estado con ella, esperando la hora de nuestra cita. Habíamos acordado encontrarnos en el mismo bar del día anterior; pero esta vez estaba lleno de gente, mucho más humo y un murmullo generalizado.
                    La distinguí al entrar, alcé la mano y se dirigió hacia mí, me saludó y se sentó a mi lado. Era más hermosa de lo que yo creía, estaba menos pálida y se había cambiado el color negro de su ropa. Sus ojos, brillaban  como diminutos faros. Sacó algo de la cartera, lo depositó en la mesa y me dijo: "esto nos puede ayudar para encontrar el manuscrito". Era una simple foto; le pregunté si tendría otra copia, asintió con la cabeza; la tomé y  la observé detenidamente.
- Éste es el último lugar que lo vieron con vida, dejo ella.
- Parece una estancia, o algo así.
- Es el lugar donde  paraba para escribir. Es curioso, porque él había venido a esta ciudad a encontrarse conmigo y luego  misteriosamente desapareció. Eso dijeron en el diario donde escribía.  Me estaba buscando  y parece ser que sobre eso estaba escribiendo el manuscrito. Debe haber una copia,  sé que me la dejó escondida en algún lugar.
- En el manuscrito tiene que estar la respuesta. Debemos encontrar esa casa.
 -No es bueno que me vean con UD, es mejor que me marche cuanto antes. No quiero perjudicarlo.
            Cuando levanté la vista  de la foto ya estaba cruzando la puerta, se había retirado casi sin hablar una palabra, traté de seguirla pero cuando salí del bar ya no estaba, se había esfumado. Volví al bar, me senté y traté de pensar y tranquilizarme; quería volver a verla y no tenía su teléfono. Recordaba su casa.
             El sol calentaba cada vez menos, los árboles exponían su melancolía de un día que se iba; ya empezaba a oscurecer, sería mejor encontrar la casa antes que sea más tarde y más difícil ubicarla. De pronto sentí que estaba perdido, porque donde yo suponía que estuve no había nada, ni siquiera había una puerta de ese lado de la calle y yo estaba seguro que era ahí donde había estado la noche anterior. Me senté en un banco de la plaza y saqué el único mapa que tenía de Colonia. No quedaban dudas: ayer había una puerta en esa callecita  empedrada que moría en la rambla. Yo  recordaba  que había un faro enfrente (que también lo había visto en el libro que tomé de la biblioteca). Estaba allí, justo enfrente de la calle de la casa, pero ahora lleno de turistas que subían a mirar el atardecer y sacarse fotos. Estaba totalmente aturdido. Una pareja, que serían recién casados, me pidió que le sacase una foto, pero yo estaba tan distraído y con la mente en otra cosa, que puse la máquina al revés y se llevaron una foto de mi ojo. Me agradecieron, no se dieron cuenta de mi error y yo les sonreí y estuve a punto de decirles si no querían otra de mi otro ojo, pero ya se habían ido.
               Permanecí allí sentado un buen rato, observando a la gente pero sin mirarla, esperando la noche, que ya empezaba a envolverme. La soledad, ansiosa por atraparme, comenzaba a apoderarse de mí, y yo me rendía frente a ella, resignando. Me acordé de la foto; fui al hotel para analizarla mejor. Era una foto de ella en otra época feliz ya que aparecía sonriendo y mucho más joven. Estaba en una casa en medio del campo; se veían caballos y otros animales. El casco tenía un nombre sobre la puerta. Descubrí que sería de utilidad. Luego me dormí.       
          Me despertó el canto de un pájaro, por momentos no supe dónde me encontraba, pero enseguida me di cuenta que estaba en mi habitación; miré por la ventana, era una mañana soleada de Domingo.  La primavera se sugería por la ventana e invadía la habitación; empezaba a hacer calor, era cerca del mediodía. Tomé un baño y salí de la vivienda. Abajo estaba la familia con los niños que conocí cuando llegué por primera vez al hotel. Estaban con sus valijas a cuestas, se estaban retirando. (Que tranquilidad, pensé.) Arreglé en conserjería los días que me quedaría de más.
- Preguntaron por Ud. anoche-me dijo, el muchacho de conserjería, mientras entregaba una llave a una mujer.
-¿Quién, cómo era?
- Eran dos tipos, uno alto y otro más bajo, los dos de sobretodo gris largo.
-¿Y qué más dijeron? 
- Les dije que Ud. no estaba y se fueron sin decir una palabra. Me pareció que no eran de estos pagos, acá nos conocemos todos. Le di las gracias y salí para cualquier lado (me vendría bien despejarme un poco, para poder pensar con tranquilidad). Todas las personas altas y bajas de sobretodo que veía  me parecían sospechosas. Me metí en un bar a comer algo, luego seguí hacia una feria.
               La feria quedaba cerca de la casa de ella; la recorrí un poco, luego caminé por el puerto; circundé la rambla y di sin querer en la supuesta calle de la mujer del barco. Estaba como el día anterior, colmada de gente que se subía al faro y recorría las tiendas. Se me ocurrió hablar con alguien del lugar. Me introduje en una tienda de productos regionales que estaba a pocos metros de la casa de ella. Le pregunté a la vendedora por la casa de al lado, si vivía alguien allí; me dijo que ahora no, que la casa estaba vacía, clausurada, que le habían puesto ladrillos delante de la puerta para que nadie se metiera; entonces, "¿cómo había entrado yo esa noche?", "¿qué?," dijo  la muchacha, no... nada, dije yo, sin darme cuenta que estaba pensando en vos alta. "¿Y no sabe quién vivía ahí?, le pregunté, "no, dijo, hace muchos años que esta vacía, yo siempre la vi así", concluyó la señorita.
                  A la noche ya estaba yo en mi habitación. ¿Estaría volviéndome loco? ¿Estaría yo soñando? O... ¿me habría equivocado de dirección la noche que estuve en su casa? Todo esto podría tratarse de una simple broma, porque era una verdad que las callecitas se parecían unas a las otras  y sobre todo a la noche y quizás yo me haya confundido, (sino estaría en problemas, ya que todo esto no tenía ninguna lógica.)
                 Pasado el fin de semana, la tranquilidad había retornado a la ciudad. Tendría que encontrar esa casona. Me sentía confundido, salí a tomar aire, miraba a la gente y a las cosas como algo extraño, sentía pánico; la angustia era como una sombra que no se despegaba de mí. Ahora sí estaba seguro de que era todo una broma, pero, ¿porqué a mí? ¿Qué había hecho?  El cielo se nubló de repente, las hojas se movían sin dirección alguna, sin destino; se levantó un polvo que dio sobre mis ojos, irritándolos; caminé en dirección contraria al viento; volví al hotel  y me dijeron que tenía que abandonarlo, que ya se había terminado mi estadía.
             En el hall se encontraba la misma gente que el día que vine a Colonia, la escena era igual, un calco exacto; las palabras también eran las mismas, los niños jugando eran idénticos; ellos entraban al hotel como si fuera la primera vez. No entendía por qué estaba ocurriendo esto si ellos ya se habían retirado. Tomé mis cosas de la habitación y baje a devolver las llaves. Cuándo salía el portero me dijo, vinieron por usted, lo andan buscando, dijo, levantándose el sombrero y barriendo el piso polvoriento de la entrada.
¿Otra vez?-dije yo
-¿Otra vez qué?, dijo el portero.
-Nada, nada, le contesté yo.
             Me estaba repitiendo lo mismo que me dijo el día anterior, pero lo fantástico era que parecía no darse cuenta, que repetía algo automáticamente sin pensar; deambulé por la ciudad con mi bolso hacia ninguna parte.  No encontraba a nadie que me pudiera ayudar si es que tenía ayuda. Caminé horas por la ciudad sin encontrar ningún alma en pie.  Cuando pasé por la biblioteca  vi que la señora de lentes oscuros  estaba en la ventana como siempre ¿Quizás ella me podría ayudar? Subí las escaleras flojas y entré en la sala y me senté en la misma mesa. La señora se dio vuelta cuando me vio entrar, luego se fue  y volvió con los libros que yo le había pedido la vez pasada sin que yo le dijera nada. Me miró y me hablo de la misma manera  y se retiró a su ventana  a seguir con su ritual.  Le hice señas a la mujer de la ventana pero no me vio; dejé los libros sobre la mesa  y caminé en dirección al puerto.
             Y fue cuando la vi nuevamente...   era ella, era ella de negro, caminando  con paso ligero. La observé de lejos como la primera vez, para que no me viera. Caminaba muy rápido, dobló la esquina, se metió en la Iglesia, la esperé afuera, para ver lo qué hacía. Salió a los pocos minutos, entró en el bar, se sentó en la misma mesa  de siempre, pero al rato se fue, salió y se mezcló con la multitud, quise seguirla pero había desaparecido  como lo hacía siempre.
             Noté que el tiempo era vertiginoso porque ya era casi de noche, me acordé que fue a esa hora que yo estuve en la tienda preguntando por la casa; me dirigí, entonces hacia esa zona de la ciudad. Era paradójico  porque estaba ahora llena de gente, me topé con el mismo matrimonio joven que me pidió que les sacase una foto. Lo hice pero luego me puse a llorar; estaba atrapado en una trampa, alguien me habría tendido una trampa letal de la que no podía salir. Quería escapar pero las escenas volvían una a una repitiéndose sin cesar y yo  estaba atrapado dentro de ellas como en una calesita infernal. Comprendí porqué esa noche había una puerta en esa casa; concluí que esa escena era así y seguramente se volvería a repetir una y mil veces, y yo me preguntaba  qué pasaría si ahora yo volvía al hotel ¿podría entrar a pesar de haberlo abandonado y entregado las llaves? Tendría que comprobarlo. Sería una prueba contundente para mi teoría.
           Les saqué la foto al matrimonio joven y me fui al hotel. Cuando llegué estaba todo  curiosamente como  el día anterior, entré a mi habitación sin problema. Constaban mis cosas adentro, las cosas que yo me había llevado ese mismo día  aunque yo ya no sabía en que día vivía ni qué horas eran. Dormí  no sé cuantos días y noches (ya no me importaba)  sólo quería olvidarme de esta pesadilla que estaba viviendo.
           Lo que sigue a esta historia es de una gran imprecisión ya que los recuerdos se me confunden y no sé exactamente la cronología de ellos; sólo sé que las escenas seguían repitiéndose unas a otras, como calcadas. Iba a la biblioteca a la mañana, a leer los mismos libros del día anterior, al bar a la tarde de un día lluvioso y a la noche a la plaza principal, con su  feria y luego a su casa. En el hotel me echaban y luego me aceptaban. A ella la vi varias veces y era todo semejante que los encuentros anteriores, e incluso las mismas palabras salían de su boca angustiosa. Cuando yo le preguntaba algo que salía de su libreto ella parecía no escucharme. En esos momentos ella se abstraía, se metía en su mundo y se olvidaba de mí por unos momentos. Pero una cosa era segura: yo formaba parte de ese libreto.
              Ya no me cuestionaba mi realidad y la había aceptado.  De esta manera podría estar con ella, aunque formara parte de una ilusión. Nadie parecía preocuparse de nada; cada uno hacía su papel sin interferir en los asuntos de los otros; al contrario, existía un complemento entre ellos, como los engranajes de un reloj. Mi escena preferida era el atardecer en el puerto, con el sol entrando en el mar y ella a mi lado. Podría decirse que era un mundo perfecto. Recordaba, sí, que un barco me trajo, una noche de tormenta, la recuerdo a ella sentada frente a mí, pero su recuerdo se desvanece por momentos y aparece ella en su casa y luego en el bar (con el sol en su cara) y yo no sé cuando fue la primera vez que la vi, porque cuando la vi ya era un recuerdo, sin tiempo ni espacio.
       
              El atardecer me sorprendió sólo en el puerto, la niebla y la bruma lo sitiaban todo; los barcos aparecían como de la nada y se esfumaban hacia el río que parecía tragárselos hacia la oscuridad. A ella no la había visto ese día  y era excepcional, porque teníamos nuestra rutina, y ella no aparecía; recorrí todos los lugares de nuestros encuentros, pero todo había sido en vano. Fui a su casa y tampoco la encontré; pregunté si alguien la había visto pero nadie me supo contestar. Sin ella yo estaba perdido.   
                 Tenía que encontrarla, era mi único contacto con este mundo insólito y mi razón de ser en él. Al rato estaba yo cerca del hotel y sentí que alguien me seguía, era una sensación extraña, pero a la vez me era conocida; yo aligeraba mi paso  y los que me seguían hacían lo mismo; podía escuchar sus pasos aproximándose cada vez más hacia mí. Pero por más que  yo corriera ellos estaban cerca de mí, no podía evitar ser atrapado por esa fuerza, como no podía salir de esta pesadilla. Eran dos hombres iguales a los descritos por el portero del hotel, uno alto y otro bajo, vestidos como de uniforme, el más alto era medio rubio, y parecía ser el jefe del otro. Me tomaron fuertemente de los brazos, me desviaron de mi camino habitual, "cállate" me decía el más bajo, "seguí para abajo", decía el rubio, "no mires para atrás", no querían que yo les viera los rostros, que pudiera quizás reconocerlos.
             Me taparon los ojos para que no supiera dónde estaba y me metieron en un lugar muy frió que supuse sería un galpón abandonado. Cuando se cerró la puerta de hierro el ruido estremeció a las paredes del galpón. Fui empujado hacia una silla; escuchaba que caminaban cerca de mí y hablaban entre ellos, pero en una distracción  les pude ver la cara y eso nunca me lo perdonaron. Luego me hicieron preguntas que no supe ni quise  contestar. De pronto esa escena infernal daba paso a un silencio total  y yo estaba sólo en ese galpón desolado y abandonado. Sabían todo de mí, de mis encuentros con ella  y de Joana Galbao.
               Parecía que el tormento había llegado a su fin, pero sus huellas estaban por todo mi cuerpo, me incorporé como pude y salí de ese maldito lugar. Era de noche  y la oscuridad era aterradora. Abrí la puerta de hierro oxidada; cuando se cerró hizo un ruido tremendo; luego  aparecí en la plaza, sentado en el banco y pensé que ella estaba en peligro, que era verdad que la seguían y que tendría que encontrarla cuanto antes. Para ello era imprescindible llegar a la casona del campo.
         Ya de día, alguien (no recuerdo dónde) me dijo, mirando las fotos y el cartel de la casona, que reconocía el lugar, pero que no estaba seguro. Es cerca, si Ud. quiere, yo sé quién lo puede llevar, decía, dando a entender que me costaría algún dinero. Al rato apareció un hombre que era el que me iba a llevar. La camioneta iba de salto en salto por un camino de  tierra, la ciudad se alejaba detrás de nosotros y se desvanecía detrás del polvo que levantaba la camioneta. No queda muy lejos, me decía el conductor, la piel curtida por el sol, la camisa sucia del polvo de tanto andar.
- El camino es terrible, así está el vehículo  de tanto viaje; hace tiempo que no voy para ese lado. ¿Es suya la estancia?
- ¿La estancia?....no, le contesté, es de un amigo.
- Me parece haberlo visto por acá alguna vez, pero no estoy seguro, decía el conductor, mientras armaba un cigarrillo.
-Puede ser.
              Todo era posible dentro de esta pesadilla interminable. El hombre seguía hablando pero yo no lo escuchaba. Tampoco sentía el viento y el polvo que entraba por la ventanilla. Sabía que era una escena más y que la volvería a recorrer en otro momento, y me diría las mismas cosas y yo tampoco lo escucharía y así hasta el infinito.
            Pero sí lo escuché cuando me dijo, "es ahí, esa es la entrada al camino que nos lleva a la casa que me mostró en la foto". Hace tiempo que no viene nadie por acá, fíjese el sendero, ni se ve, decía doblando hacia  el portón.
- Hasta acá llego yo, jefe, quedan algunos metros para hacer a pie, pero yo no entro.
            Le pagué y se fue.  Apenas se distinguía el sendero que me llevaba a la casona ya que el pasto estaba muy alto; pero algo extraño comenzó a desatarse dentro de mí  a medida que me acercaba a la casa,  que ya se veía al fin del sendero. Mis recuerdos se hacían ahora más fuertes, se habían disparado en mi mente ya sin control. Podía recordar ahora ese sendero y la casa, los árboles al costado que marcaban la dirección del sendero y dejaban pasar los rayos de sol.
               Entré a la casa por lo que sería el garaje, estaba lleno de herramientas y utensilios
de trabajo, pero herrumbrados por falta de uso. Una puerta me conduzco a un enorme comedor, con una estufa a leña rodeada de sillones y una mesa baja de madera  donde reposaban diversos adornos de cerámica, con forma de animales, sobre bandejas plateadas. Recordé el lugar como si esta escena ya la hubiera vivido antes, los objetos me eran familiares, supe que algo terrible estaba por ocurrir. Busqué  el manuscrito por los cajones de los armarios. Lo encontré luego de un largo rato. Era la historia de  la heroína Joana Galbao.  Cuando me dispongo a leer, sentí ruidos que venían del garaje. Apareció  de repente ella, sobresaltada, cansada de correr.
-¿Te siguieron? ¿Los reconociste, verdad? Saben todo de nosotros. Tenemos que escapar -, decía, cuando  se escuchó  el primer disparo que venía desde el garaje.  Los estruendos dieron sobre mi  cuerpo, pero los segundos  dieron sobre el de ella, protegiendo el mío.
                     
                  
                                               GABRIEL FALCONI
                              
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Descripción

ES UNOS DE MIS PRIMEROS CUENTOS ESCRITOS ALLA POR EL 2001

Palabras Clave: RELATO HITORIA COLONIA

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (7)add comment
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gabriel falconi

gracias norma tenemos mucho en comun
quizas los dos vivimos en otra dimension y no nos dimos cuenta
te mando un abrazo
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October 12, 2009
 

norma aristeguy

Querido Gabriel, acabo de leerte y es ésta una narración maravillosa. Me gustó muchísimo. Pero me continúo, si me lo permites, encontrandomé entre tus propios renglones. Hay infinidad de metáforas e imágenes, aún en las descripciones minuciosas, en que me veo reflejada, no es novedad, te lo dije en mi primer comentario de tus trabajos.
No sólo el contenido atrae y cumple con todos los requisitos para ir llevándonos de la mano hacia el final, sino cómo está dicho, hasta el humor escondido en los pensamientos del personaje, cuando se siente mirado por las imágenes dentro de la iglesia, hace que se lo vaya leyendo y de pronto nos provoca risa cómo se siente, en medio de esa confusión e incertidumbre que se lo va tragando.
Mezclas lo real con lo fantástico y haces que sea creíble.
Bueno, a riesgo de ser reiterativa, ME ENCANTÓ!!!!!!!!
Un abrazo amigo mío.
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October 11, 2009
 

gabriel falconi

gracias por la paciencia inocencio
coincido con todas las criticas
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September 14, 2009
 

inocencio rex

está muy bueno, gabriel... pero adhiero a los comentarios... tenés suficientes lineas tiradas como para seguir varias historias en una novela... estaria muy bueno que la siguieras, pero ya sabemos que esas cosas no se pueden forzar. cuando sea el momento, lo harás.
me gustó mucho esta historia, te dejo 4 estrellas
Responder
September 14, 2009
 

gabriel falconi

gracias miguel
es uno de misprimeros cuentos en realidad no sabia si publicarlo aqui
da para mas creo que es tema para una novela y no para un cuento
empecé una vovela pero se ve que no tengo paciencia
nuchas gracias por tu exquisito tiempo
un abarzo
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September 08, 2009
 

miguel cabeza

Hiciste un esfuerzo importante y creo como te dice Doris que esta historia podrá darte y darnos todavía más. Enhorabuena Gabriel.
Responder
September 08, 2009
 

doris melo

Gabriel me he quedado prendida de tu cuento hasta el final , me ha gustado mucho .Es un cuento que se inserta en lo real y maravilloso , lo insolito . El narrador que da inicio es el hombre que llega al pueblo en busca de informacion para la investigación el que va desarrollando el relato y todo lo que se da en el. El tiempo es un elemento que va y viene y se pierde el personaje inmerso en el. Los fantasmas de ese pueblo lo rodean sin el darse cuenta de su realidad inmediata que logran atraparlo en ese espacio y tiempo y el se acostumbra al lugar, los fantasmas que pululan en eese espacio . Me gusta como tu montas esa trama y se puede adaptar para un corto metraje . Yo te sugiero que amplies un poco mas este relato largo y lo conviertas en una novela. Te sugiero que leas Aura una gran novela fantastica de Carlos Fuentes. Tambien es una novela rica en elementos historicos aunque el narrador no se interesa en desarrollar ese tema que fue a investigar en el relato sino en su obseccion por la mujer. Al final me gusta como termina pero es algo que venia caminando entre lineas se sabe que es el de quien ella habla . No se si me di cuenta de eso porque me encanta leer y he leido mucho relato de este tipo. A mi como leiste me gusta incursionar en lo fantastico. Saludos y mucho gusto ha sido un placer leerte. Doris
Responder
September 06, 2009
 

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