• Agustina Storni
Anacleta Bicicleta
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  • País: Chile
 
 Las sublimes llegaron a mi, más aun ti. Y he de saber que el jarabe de las tos Nos mejoro la garganta pero no así las palabras.   Los vocablos me hicieron formular la disyuntiva de la duda, Del miedo ante la significación de lo profundo Y he de preguntarme si lo real es lo confuso.   Posiblemente la frase de lo sentido es la oración de lo vivido Y el cuento que he escrito es la sucesión de mi enamoramiento, Pudiendo concluir así, que lo inútil y lo obtuso es lo útil de un amarte.  
Jarabe en palabras
Autor: Agustina Storni  579 Lecturas
Pensamiento uno:Comencé  a desear y a querer permanecer a esto como si nada más importarse, pero mis pensamientos pedían lo opuesto a permanecer, querían estar ubicados lejos de aquel deseo que determinaba el destino y el gozo ante el placer  erróneo de experimentar.  Pensamiento dos:Las palabras surgieron ante mí como el cuestionamiento a lo obvio, y aquello se torno intolerable y exuberante pues fue esto lo producido por lo monótono, que la rutina del querer hacer algo nuevo fue más que cotidianeidad. Pensamiento tres:Si caminar es la repetición del hábito, aquello da más vida que la flamante originalidad, pues mi camino se ha destruido ante el anhelo de querer ser. Y pues me he dado cuenta que la sociedad se ha comenzado a desmoronar por el pedir más y por querer ser un alguien que no es. Pensamiento cuatro:Hoy estaba comiendo y he querido vomitar, vomite por mucho rato hasta dejar que el aire fuese mi guía, cuando mire el suelo, tan solo era la nada que tire a través de arcadas, y he concluido entre sollozos que ahora solo comemos para sentirnos llenos, pues el gozo de gozar se a esfumado, es como cuando ya no queremos más pelear. 
“Si el amor tuviese cura, si el lamento del dolor tuviese cura, la vida misma no existiría ni por pedazos ni por completo, simplemente nada ni un gramo ni kilogramos, por eso si el amor dejara de joder la subsistencia, nosotros, todos, ya estaríamos muertos” Miraba televisión cuando estas palabras surgieron ante mí. Me pare del viejo sillón verde para poder tomar un lápiz y mi cuaderno y escribir esta cierta afirmación de mi opinión frente a lo que es amor. Jodidamente el verano había llegado, más bien no con el descanso si no que con el tedio a la rutina del aburrimiento y el de mirar por largas horas infinidad de películas rebuscadas que pudiesen entenderme y reflejarme ante ellas. Era un día un día cualquiera, tenía pena y pues en enero o febrero los días solo son más días, sin números ni nombres, ni feriados ni fines de semana, solo vives constantemente unas largas y cortas vacaciones. El mismo hecho de que los días pasen sin nada que notar hacen que en mí una pena y un sentimiento incomodo no me dejen mirar el cielo sin pensar nostálgicamente, y menos aun reír a carcajas sabiendo que todo ya no es tan placidamente existencial. Yo estaba acostada en el sillón, y pensaba todo esto cuando un programa burdo y sin sentido, le daba un sentido al pensar. Si existe tanta inutilidad yo no podría ser tan mediocre como aquello, mediocre como el amor que profeso y tan inútil como las palabras que escribo. Me senté rápidamente, y tome el cuaderno de mis escritos y volví a releer la frase tan vaga de mi amor de amar, y comprendí que las palabras nacen para hacernos nacer. Yo quería escribir más, mucho más, pero un sentimiento de descontrol de pasajeras palabras entorpecían mi gusto a la poesía y escritura. En este momento el parto de mi nacimiento estaba suspendido hasta que el gozo prevaleciera con la inspiración. En este momento deseaba con lujuria mirarme al espejo y comprender que existía sexualmente ante la hermosura, apreciar mis senos, tocar mis pezones, observar mis ojos, reír ante mi risa, tocar mi pelo, y abrazar mis brazos, quería sentirme mía antes del nacimiento de la poesía en poemas. Me pare con sutileza y llegue hasta mi impersonal habitación, donde me desnude con las pestañas juntas unas a las otras, con la presión del abrir inoportuno, y luego de largos minutos tirando las prendas por el espacio caluroso y denso, el despegar de los ojos hizo frío y el peso moral hacia lo que vi se destruyo, deteniendo la existencia de mi ser en segundos eternos que se perdían en las caricias de mis ojos. Y repetí en mi pensar “si el amor dejara de joder la subsistencia, nosotros, todos, ya estaríamos muertos” para luego preguntarme, ¿acaso yo, estoy muerta por amar? Y la desnudez de las palabras hacia el cuerpo ¿Es el erotismo que me hace complacerme aun más? Si volviese a nacer, nacería con los versos más desgarradores, si volviese a nacer, nacería con las caricias del placer sexual en el pálido amor pasional del estrecho juntar. Solo se que si tuviese que morir, moriria en las aguas, en aguas de desnudas palabras, en ilusas, en excitantes y desesperadas frases de mi nacer existencial y efervescentemente podría gritar que yo volvería a padecer de este mismo amor gutural.
Amor Gutural
Autor: Agustina Storni  564 Lecturas
  “¿Acaso la pena existe? ¿O solo es la alegría en diferentes momentos? Se que existe, más aun que existimos en aquellos momentos de inexactitud sentimental vagamente controlada. Posiblemente derrochemos todas nuestras perezosas fuerzas en lo que no es complemento a la existencia grotesca y burdamente bruta que tenemos que llenar. “   ¿Acaso la pena existe? ¿O solo es la alegría en diferentes momentos? Me siento a reflexionar la idea que surgió ante mí, los versos preguntados insultan mi querida y anhelada tranquilidad del pensar. Sí, me dedico a dedicar dije una vez, y nunca supe qué dediqué a los demás. Se que dedico palabras, quizás las más afligidas con tintes lúgubres y puede que las más inmaduras, las más verdes, las mas inútiles, las más ostentosas como asquerosas. Puede que dedique, puede que no haga nada, pero aquello no responde las preguntas ya cuestionadas.   Se que solo somos momentos, instantes con infamia poderosa, se que podemos amar pero que aun así no amamos, se que decimos mirar, pero que solo pensamos, incluso que ya no pensamos, que padecemos del mal de estar, de solo estar ahí, prácticamente sonriendo cuando queremos gritar groserías. Si, fuertemente somos guiados por las tripas inmundas que se retuercen en nuestros aposentos.  Y claro, que sin ellas no viviríamos, y claro que sin lo otro nos moriríamos. Se que estoy sentada, se que veo colores, se que quiero fumar algo, se que quiero dormir, se que quiero nacer, se que quiero escribir, se que quiero dibujar, se que quiero padecer de alguna enfermedad enfermiza como la del amor indefenso mutuo. Pero no, ahora no, por que quiero enfermarme enamorándome de mí, de mi silueta, de mis líneas, de mis sombras, de mis venas, de mis rincones, de mi cegues, de mi delirio, de mi placer, de mi amor, de mi locura, de mis pensamientos, quiero sufrir de la ternura desenfrenada de poder encontrarme ante la lucha de un querer encontrarte. Sí, mejor dejemos de lado lo que posiblemente creamos sentir entre diarreas y vómitos. Sí, mejor olvidemos que queremos compartir esa sucia baba. Sí, mejor contemos nuestra realidad objetiva subjetivamente lejos de la estrecha vinculación inepta de nosotros. Solo se que si no disfrutamos de la soledad, nunca podremos estar acompañados. 
Narcisa. Narcisa miraba el cielo cuestionando su existencia, cerraba por largo tiempo sus sutiles ojos almendrados; los cuales las emociones hacían de ellos una expresión deseosa difícilmente esquiva, tenían la picardía de la inocencia. Sucedieron a esto los segundos eternos, su alma padecía del sentimiento pleno de existir no existiendo, estaba perdida en su vida ilusa completamente placentera. Luego llego a ella el exquisito deseo de gritar. Gritó con dolor, con rabia, con alegría, con amor, con odio, gritó con todos los sentires que contenía su pequeño cuerpo.  Era libre falsamente, estaba tan consiente de aquello, que amaba disfrutar de la realidad. Lentamente se dormía recostada en la arena cálida, abrazada a sus piernas dejo de pensar, y sin querer pequeñas gotas de sal se apoderaron de sus mejillas, ojos sufrientes, llanto olvidado. Así  fue como transcurrieron los tormentosos días en el mar, mirando tan solo el cielo para desear volar, nadando para escapar a la profunda oscuridad, ya podía dejar el pasado atrás. Volvió a la ciudad tan pensativa como callada, no pronuncio palabra alguna en horas, no necesitaba expresar lo inexplicable. Y pasaron días con su silencio, Narcisa ya nada decía, tan solo escribía, escribía mucho, tal vez bastante, eran hojas de pensamientos, quizás oscuros, alegres, eran hojas que contenían su silencio. Nada tenía respuesta, pues no existían preguntas.  Narcisa era feliz, simplemente sonreía, ella expresaba sin decir nada, sus gestos al observar lo maravilloso como lo horrendo, eran tan serenos y  tormentosos que enamoraban con la mirada. El escribir, el pensar, el caminar, el existir, el vivir todo aquello tomo un total significado para los ojos tristes de la humanidad, se convirtió en la hermosa muchacha de las palabras no existentes. Su sutil, y delicada figura, eran parte de un espíritu viajero tan alocado con ideas fuertes que hicieron de ella la chica de palabras inacabables. 
Narcisa
Autor: Agustina Storni  493 Lecturas
            La mujer estaba desnuda en su casa, la sombra que producía el contraluz le produjo asustarse de ella misma porque era ella misma. Quiso no tener más pelo y se lo corto a lo más corto que pudo, la mujer que se lamenta porque se lamenta, siguió lamentándose porque el contraluz todos los días le producía asustarse de ella misma siendo ella misma. La mujer que aun se lamentaba ahora tenia compañía, estaba su otro yo que también sufría por el contraluz. La mujer se dividió entre lo que era y lo que no era, entre la de pelo muy corto y la de pelo largo, la de los senos pequeños y la de los pechos grandes, su sexo aun estaba y era lo único que las unía. El contraluz un día no tuvo luz y la mujer que se lamenta porque se lamentaba se desvaneció con su cuerpo que ahora no tenia sombras. 
Lo conocí observando una pared blanca. No sabía que pensaba ni que miraba, solo pase frente a él, tratando de esquivar su mirada. Ilusa como desconfiada, sentí que una voz increpo mis pasos. Me detuve sin mirarlo, incluso me detuve para no mirarlo y solo me pose a su lado ha contemplar con intriga su objeto de observación. Mi desconcentrada admiración por lo ajeno, me permitió crear versos  intimidantes e incontrolables, la costumbre de pensar poesía se hacia cada vez más insoportablemente bella. Lo conocí observando lo simple, lo conocí… Mi mente se lleno de inagotables suposiciones que expresaban el deseo de estar más allá que el verso creado por la mente, fue así como surgieron ante mí el “supongo que existe, que le intrigo, que le parezco hermosa, que escucha mis pensamientos, que no miramos nada, supongo que esta a mi lado, supongo que nos besamos, que me abraza, que nos desnudamos con la mirada, que nos tocamos, supongo que hacemos el amor, supongo que duermo a su lado, supongo que su calido cuerpo me roza”. Y los supuesto aparecieron como lo extraño a lo inusual, posiblemente se tomaban mis palabras pensadas para convertirse en la realidad de lo vago en la verdad. Se repetían como si fuese lo único que supiese en la vida. La pared blanca se lleno de desfiguradas formas, comencé a ver colores, a ver palabras, a interrumpir mis pensamientos con fragantes confusiones irreales. De un momento a otro mi cuerpo frágil se invadía con feminidad sutil, con la frágil  convención de una mujer sumisa e indefensa, pero yo ante todo el poder subjetivo de la imagen aparente de la confusión, desperté para darme cuenta que mis brazos se desvanecían a su lado y la visión de nosotros como uno se pudría con el roce de pieles, con  el calor intimo de nuestros géneros.  Fue cuando me di cuenta que los supuestos ya no eran supuestos, eran la certeza de la incertidumbre de mi vaga locura, nosotros posados el uno ante el otro, nos abrazábamos con la fuerza increíble de no perdernos, los labios carnosos de un beso fugaz eran las palabras calladas durante tantos minutos, observándonos ante el espejo gigante que no era más que la imaginada pared blanca  nos encontrábamos, pudriéndonos con  la figuración de lo que podríamos llegar a ser como tales en una relación despectiva e incontrolada, nos seguíamos uniendo en los supuestos constantes de nuestra mente.  Y comprendimos con  miradas pasionales que por fin ahora nos podríamos reflejar en el espejo trasformado, él mirándome se pudo ver y yo abrazándolo pude comprender que era yo.  Fue cuando nos percatamos que miles de ojos nos miraban fijos como si estuviésemos cometiendo el crimen de permanecer como no deberíamos. Comenzamos a gritar tan fuerte que el frenesí nos hizo que perdiéramos la conciencia y nos mezcláramos en las inadaptadas mentes de los observadores, y entendimos que no nos miraban con el fiel desprecio que les asignamos, si no que aquellos que posados con seriedad permanecían, por dentro y bajo de todo brotaban como los seres amantes que eran. Al despertar del brutal episodio carnal me encontrada posada  a su lado observando la descolorida pared blanca, esta vez él me miraba y yo rozaba su piel con mi borrosa  existencia, esta vez éramos lo que no fuimos. 
Los supuestos
Autor: Agustina Storni  479 Lecturas

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