• Ruth Moran
Ruth Moran
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El daño que me he hecho
Autor: Ruth Moran  1239 Lecturas
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Mi racismo
Autor: Ruth Moran  497 Lecturas
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Un puñado de maldades
Autor: Ruth Moran  685 Lecturas
Lo sueño, lo visiono a la luz del día. El escalofrío que provoca el color de la sangre,los tenebrosos policías: cada grito separadode la multitud.Luego limpiaron los grandes charcos sanguíneoscon camiones cisterna. Y la noche se abate:no es una noche, son un millón de cuervos.Mientras, en los sueños, los fusilamientos suenanuna vez tras otra en la cuna del cerebro.Y la mente se desmorona,perdida la fe, agujereada a tiros la esperanza.Cada grito separado de la multitud es un crimenpor pagar. En las calles y en las plazassobrevuela el aliento de los dioses: los superhombresque destrozan el mundo de puro enfermosque están, megalomanía del desvarío. Encerrados en casa, no decimos nada,no escribimos nada a nadie.Y tú, ¿Qué haces?
Vingerhouters
Autor: Ruth Moran  752 Lecturas
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Estoy ahora en su entierro. He dejado caer un puñado de arena umbría sobre el blanco y reluciente baúl y luego me he echado hacia atrás asustada. Claire anida en mi corazón y no en esta fosa maldita. Y anida en mí como todos sus misterios... (final de la parte 1)Al regresar a casa he llamado por teléfono a mi amigo Gérard, pero comunicaba. Es en momentos como éste en que se maldice a un aparato que, noventa y nueve veces de cada cien, puede ser la última oportunidad para un ser solitario. Pero cuando nadie recoge tu llamada y suena de manera indifierente a ti una señal que pareciera contener una clave, te apercibes de que quien a tú recurres no está solo si no conectado a otros, quizás a muchos hombres y mujeres, y entonces tú sientes como la soledad crece como una marea. Cuando tu teléfono no te sirve para nada, cuando tu computadora no tiene registradas direcciones a las que asirte, cuando una carta tardaría una semana en llegar a su destinatario y solo dispones de minutos para impulsarte de nuevo... es cuando, necesariamente (y sin otro camino posible) he escrito una nueva carta de confesión.Como siempre en estos casos, he desgranado mi confesión con una rabia desatada. Intercambiando víctima por culpable y mostrando a la luz todo mi resentimiento hacia mi hermana. Con letra convulsa, extremadamente rápida, cual si ella misma quisiera camuflarse en unos garabatos casi ilegibles, he dejado constancia de porque soy culpable más que del hecho de serlo. Y también todo mi amor, todo mi dolor por una muy larga ausencia, por un proceder tan distante.Luego, como en las anteriores ocasiones, mi instinto de autodefensa se ha puesto en marcha y esa carta también ha perecido en un pequeño incendio controlado; solo construido para borrar cualquier signo de sinceridad que escapa de la ruína de mi cuerpo y mis sentimientos. Tras esto me he decidido por llamar de un vez a Philippe, quien fuera novio de mi hermana. Y su voz me ha salvado por esta noche. Mañana lo veré en un bar de la zona noble de Reims. Existen mil y un temas de los que hablar y con los que encubrir mi vía crucis particular; sin paradas, ni amores ni consuelos. Ya que la crucifixión en los maderos tuvo lugar antes que nada.Continuará.
A veces me he preguntado que parte de responsabilidad o culpa tengo yo en la huída de mi hermana Claire el verano de ahora hace dos años. Su escapada a la ciudad de Reims sin previo aviso dejó a nuestros padres hundidos en el desconsuelo y sin proponérnoslo se habló de ella, se pensó en ella y en toda su vida desarrollada hasta entonces junto a nosotros, como nunca antes. Además, su prometido Philippe la buscó con denuedo por Reims y regresó hostíl y difícil.  También me he interrogado a menudo porque yo no hice nada parecido. Porque no moví ni un dedo para intentar sacar en claro los motivos de su fuga o descubrir en que lugar y junto a quien vivía. Ahora que sé todo lo que le ha pasado y su final tan trágico no puedo evitar el enfocar mi futuro más próximo con un sabor muy amargo, y de modo inconsciente y sin pruebas,  una mano quizás injusta golpea la maza del juez repetidamente al tiempo que resuena con extremada dureza en el interior de mi cerebro la palabra "culpable".Mi madre me inquirió en varias ocasiones y en aquel mismo verano acerca de los posibles indicios que yo tuviera sobre los deseos y propósitos de Claire. Más yo no sabía nada. Quizás mamá se había dejado engañar por la apariencia de mi relación con Claire, que era mucho más superficial de lo que podía parecer. O en todo caso, nuestros mundos eran ambos tan cerrados que el desconocimiento del otro era importante, aunque las muestras de cariño podían conducir a un tercero a pensar todo lo contrario.Estoy ahora en su entierro. He dejado caer un puñado de arena umbría sobre el blanco y reluciente baúl y luego me he echado hacia atrás asustada. Claire anida en mi corazón y no en esta fosa maldita. Y anida en mí como todos sus misterios...  
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Tumores para las hadas
Autor: Ruth Moran  1296 Lecturas
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