• Pablo Jaramillo
pablo JJ
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  • País: Colombia
 
La brizna de pasto, vio con ojos sorprendidos a la hoja que caía de la rama fuerte del árbol. Meneando su frágil cuerpo le saludó. La hoja conteniendo el llanto, miró su antigua morada, ignorando al apsto amigable, extrañada por encontrarse en el suelo aun teniendo un fragante verdor en su piel. Silencio, viento y polvo le susurraron algo que no quería oír. La brizna de hierba al verle tan afligida comenzó a hablarle para cambiar su animo quebradizo. Y así lo hizo, desde saludos casuales, hasta preguntas profundas, de familas lejanas y vidas pasadas, de todo procuró el pastico hablarle a la joven hoja recien caida del árbol, aun cuando por más que quiso no pudó evitar que siguiese mirando la rama donde nació. Pasaron días de frío, el bosque se bañaba en la temporada lluviosa. La hoja corrompiéndose más y más preguntó a su amiga hierba cosas desde el corazón. _ ¿has vivido tu alguna vez el rencor?_ Disparó sin rodeos al fin la hoja, luego de callar toda una tarde. _ ¿Qué si lo he vivido?_, preguntó indiferente la brizna de pasto dejando de bailar_ lo que pasa conmigo es que lo poco que he vivido a sido en un bosque de árboles altos y tupidas hojarascas. Briznas de pasto como yo, tan grandes, ávidas, altas y fuertes no crecen en cualquier parte. De lo poco que me pudo haber hecho daño y de aquellos que lo pretendieron no queda más que el vacío. _ ¿cómo haces para olvidar? _ Yo nunca dije que he podido olvidar, es lo más difícil de conseguir, lo único que pretendo es dejar a un lado ese rencor del que me hablabas y seguir mi vida sin darles importancia. _ ¿por qué?_, hubo una pausa, la hoja preguntó, la brizna de hierba tan sólo miró hacia el horizonte ensangrentado en crepúsculo. _ Te preguntas el porqué, más me valdría morir ahora mismo que vivir el resto de mis días con una pena y un rencor encadenados al cuello. Sustentarme supondría mantener vivo el recuerdo de aquel indeseado. Peor castigo el matarlo, enterrarlo en el olvido, ignorarlo secamente, sonreír a su ignorancia. a la mañana siguiente, poco antes de tocar el medio día, la brizna de hierba se despertó de sopetón. Muy cerca de donde vivía un gran árbol calló, talado por unos hombres de cara triste. Para su sorpresa era el mismo de donde su amiga la hoja nació un día. Al darle la noticia, un gemido de angustia se le escapó muy prófugo de entre su corazón de pasto, la muerte le tocaba hondo. Era su amiga muerta ya, seca por los calores del sol intenso de esos últimos días. En su diafano rostro, un rostro de hoja, se marcaba una sonrisa funebre. Nunca supo que pasó con el árbol que un día le abandonó, mas su hogar siempre estuvo junto al pasto, junto a la brizna bailarina de falsa modestia y alegría cautivadora. Esa sonrisa se la llevó el viento un día, una sonrisa entre mil hojas.
Pretendiendo contarte una historia te invité a sentarte. Tus ojos, que ya empezaban a brillar con la luz de los luceros me miraban con cierto candor, cual velas que arrullan un difunto. Aun tus pupilas tiernamente gélidas me invitaban a soñar. Así me pasé un buen tramo de noche contándote esas anécdotas personales que sólo los amigos más profundos se toman el tiempo de escuchar. La luna nueva caía invisible por el horizonte velado, en medio de su cielo estrellado, encantando flores que ahora olían. Mientras hablaba no podía verte, aun cuando lo he hecho sin número de veces en el pasado, como si jamás te hubiese hablado. Fijo a la pared, o bajando a mis pies, una triste mirada de amante dubitativo dominaba mis ojos fulgurantes. Me detuve, los astros que apenas se veían me mostraban el camino hacia tu rostro, era entonces que, sin más corría hasta ese lugar poblado de soles. Ese par de cielos color pardo oscuro suponían una visión algo más fascinante que aquella suspendida sobre nuestras cabezas. El tiempo pasa, el fin llegaba, así abrazados encontramos nuestro fin. Desechos entre el polvo que se colaba por entre nuestras espaldas me levanté y renegando par a mis adentro tuve que irme. Nací y morí mil veces entre tus brazos aquella fracción de noche que pasamos juntos. Así el tiempo no pasa, a pesar de la sensación que te de la luna y el sol, ese lugar será siempre para mí el lugar anacrónico que nunca dejara ser al tiempo, ni a su paso.  Quise decirte algunas de estas palabras antes de partir. Nada de mi boca salió sino poco después, estando afuera de un taxi estridente, empuñando unas llaves frías, entrando a una casa deshabitada. Allí no te encontraría, Así que estaría poco más que deshabitada.
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Al despertar...
Autor: Pablo Jaramillo  548 Lecturas
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La noche olía a lluvia, sonaba a frio. Una luna recién llena iluminaba las húmedas calles de la decadente ciudad.  Deambulando sobre ellas un hombre de alta estatura, delgada talla y cabello cano mantenía calientes sus manos, metidas entre los bolsillos de una fina chaqueta de cuero negro. Todos los relojes del pequeño pueblo ya marcaban cerca de las doce, en ese momento el silencioso hombre abría la puerta de su casa. La entrada develaba una morada vacía, llena de finos muebles y exquisitas obras de arte, pero ni un solo aliento, ni una sola sonrisa.Todo se encontraba tal y como lo había dejado el día anterior cuando salió sin rumbo. Aquel día en el que raudo, corrió afuera en busca de un hombre. Bien podía ser cualquiera en aquel pueblo, mimetizado entre las masas pero con un alma opaca, tiznada por el crimen. De cualquier forma nadie lo esperaría, nunca más._ ¿Cuanto más prolongaras esta búsqueda sin sentido?_. Dijo una voz al otro lado de la habitación._Siempre llegas cuando menos lo espero, ¿Qué te trae por acá esta vez Miguel?_Luego de aquel día gris te hiciste muy esquivo, como si ya no quisieras hablar con migo. ¿Cómo te trata la vida Carlos?_No tan bien como quisiese, pero sigo en pie.Carlos se sentó en uno de los tres sillones de la sala, finos muebles de cuero. Todos dispuestos de tal forma que los comensales pudiesen sentarse cómodamente a charlar sin perder la vista que daba el gran ventanal de la habitación, un paisaje pintoresco, la parte rica del pueblo.En todo el centro de la sala una mesita sostenía un portarretratos. Una foto recostada cubría el rostro de una mujer junto a su pequeña hija._ ¿Las extrañas?Carlos se levantó del sillón sin decir nada, caminó por el frío corredor hasta su cuarto, se tiró a la cama y sin decir nada se durmió._No se preocupe señor Feniz, el culpable de este espantoso crimen no quedara impune. Lo atraparemos y lo haremos pagar por todo, o si no, dejo de llamarme José Sancho Molina._Jefe Molina no tiene que ofrecerme el cielo, ni bajar las estrellas, lo único que pretendo es encontrar un hombre en la tierra, en este pueblo viejo y corrupto. Carlos despachó a todos los policías de su casa, ya iba una semana y no encontraban al asesino de su familia, aquel que sin escrúpulos mató a sangre fría a su mujer y su pequeña hija. Al fin ya todo era silencio, pronto caería la tarde y daría paso a una regordeta luna, que feliz alumbra en las noches despejadas de aquel decadente pueblo.Mientras Carlos daba su caminata habitual, inevitablemente cruzó por el puente. El raido y desvencijado puente que permite sortear un caudaloso río, contaminado y fétido.  Una sombra trémula se movía al otro lado del puente. Carlos no lo dudó y en tres zancadas estuvo frente a la persona que proyectaba la sombra. Sin sacar las manos de los bolsillos camino en derredor._ No me digas que eres tu_. Se decidió Carlos a decir._ Bueno, si no quieres no te lo diré._ ¡Eres tan cínico! Te apareces por acá como si nada hubiese pasado._ ¿No eres tu el que me andaba buscando?_. Replicó el extraño hombre con una amplia sonrisa.Carlos empezaba a ofuscarse, su voz tambaleaba y sus rodillas se tensionaban y caían._ No lo comprendo, creí que éramos amigos._ Eres demasiado ingenuo, odio la ingenuidad._ ¿Por qué me quitaste lo que es mío?_Tú te lo buscaste, compraste confianza, y cuesta cara.Totalmente embravecido, tomó por el cuello de la camisa al desgarbado y sonriente hombre. Lo zarandeaba con ira. Los ojos de Carlos echaban chispas._ ¡Es injusto! _. Gritó_¡Compréndelo ya! En la vida ganas o pierdes dependiendo de qué tan mezquino seas.El extraño hombre golpeo a Carlos en la cara, liberándose. Turbado por la golpiza se dejó caer, las chispas que antes salían de sus ojos ahora eran lágrimas._Dame mi dinero, me merezco ese dinero_. Hizo una pausa. _ ¿Tenías que matarlas?_ Se pasaron de listos tus suegros. Además me traicionaste._ ¡Dios! Tan solo debías pedirles el dinero a mis suegros, yo me aseguré de que todo saliera bien, que nadie se enterara de tu escondite, incluso que no llamaran a la policía. ¿Crees que sería tan tonto de romper con mi palabra? Todos ganábamos, en especial tu._Es tu escarmiento, solo un canalla vende a su mujer y a su hija por dinero, el dinero de la familia de tu esposa que ahora era tuyo._ Ese viejo tacaño nunca me daría ni un peso de la gran fortuna que amasa con su compañía, ni siquiera para operar a su propia nieta.Un silencio total se apodero del puente, la luna se reflejaba en la húmeda cara de Carlos,  se apagaba una burlona sonrisa.Carlos se secó la cara con la manga y se levanto. Con las manos en los bolsillos se acercó al asesino._ Me di cuenta que viviendo de apariencias tan solo cubría mis ojos ante la diáfana realidad, es clara pero penetrante. Mi hija morirá y el dinero necesario para seguir oyendo sus risas por la casa, lo había gastado en unos muebles. Mi suegro no me daría más dinero.De su bolsillo derecho sacó un pequeño cuchillo, tibio, a la espera de su trabajo. Lo empuño con fuerza, intentó atacar al otro hombre, pero lo único que logró fue un forcejeo. Una niebla densa cubría a los oponentes, poco a poco perdían visibilidad, aún cuando estuviesen a un palmo de distancia de su agresor.Los dos hombres agitados se miraron a los ojos, lucidos aún. Sin embargo, alguien flaqueo.En un abrir y cerrar de ojos la luz ya se colaba por las persianas de un desarreglado cuarto. Tocando y pellizcando la cara de un hombre tumbado sobre un colchón. Lagrimas seca y un ojo morado, marcas de una noche poco común, dibujadas sobre la faz de uno de sus trágicos protagonistas. Cuando abrió los ojos lo primero que noto fue un rostro conocido._ ¡Al fin te despiertas! Ya es hora de almorzar._Lo último que quiero es comer, no insistas más en eso Miguel._ Te desmallaste anoche, debe ser por tu mala costumbre de no comer._ Fue la sangre, perdí mucha sangre._ ¿Sangre?Carlos buscó desesperadamente en su abdomen o en su costado heridas o vendas. Sin embargo nada encontró, tan solo manchas de sangre que no le pertenecía._ ¿Qué ocurrió?_ Creo que ya te imaginarás como terminó tu compinche._ Maldigo la hora en la que ideé todo ese absurdo plan._ ¿Las extrañas?_. Preguntó Miguel con tono reiterativo._ ¿Por qué crees que no suelo comer más de una vez al día? Todo me las recuerda, el sabor y la fragancia de un almuerzo casero, con el amor que le corresponde._ Yo sabía que no eras tan malo después de todo, que las extrañabas._ Mi alma no es tan angelical._ Quizá no lo sea. De cualquier forma, mientras yo te acompañe lo será.

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