• gonza pedro miguel
gonza miguel
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  • País: Argentina
 
Entre  llanto, suspiros y penas. Cuando se borra el silencio Y se rompe mi paz,  Se oscurece el sol de mi esperanza Hallándome en el lugar estrecho Confuso, triste, llamándome mil veces Desdichado sobre la misma desdicha. ¿Qué se será de mí? ¿Quién sanará mi herida? Si descosido y roto, de harapos mis ojos. ¿Cómo veré mi camino? Y si de remiendos y andrajos mi pecho ¿Podré  amar de nuevo? Y la fortuna, mi enemiga, Tan pródiga en mi mal queriendo atropellarlo todo. Hace pesada la pena, oscuro el camino flaco de fuerzas, pobre en amores así se oscurece el sol de mi esperanza. Y en esto se pierde mi persona Entre  llanto, suspiros y penas.
Que tren que tren Que… tren… que,  tren, que tren  que tren.  Sonaba cerca de  mi ventana. Que tren que tren, que tren que tren. Con su canto matinal, me despertaba cada mañana. De tanto en tanto, Que tren que tren, que tren que tren, se agitaba al viento un pañuelo Blanco  desde una  ventana. Que tren que tren, que tren que tren.  Sus viajeros pasos, siempre me invitaban a soñar. Que tren que tren, que tren que tren.  Ya se alejan en la distancia, ya se pierden en el tiempo. El silbido ronco y el humo negro de su cigarro,  algunas veces lo  recuerdo. Que tren que tren que tren que tren. No nació mi viejo tren para el olvido.
Mi amigo Milonguita Capanga  de la noche entre  bailongos y canyengues. Nunca entra mal parado en la topada, ni con el tranco errado. Con los tamangos gastados de tanto yirar y yirar, al compas de un bandoneón, entre  un corte y una quebrada, en una baldosa dibuja, con aire compadrón.  Pide cancha y así se gana alguna mirada de precio de alguna pebeta, esa que nunca faltan,  haisito nomas   conquista  ayudado por la facha y esa labia de romántico soñador.
El tigre Benitez Persuadido por la abundancia, de aquella divina estampa, salpicando luz y brillo, con esa percha, que se tiró encima: Es un derroche de facha. Con  esa caripela,  la va de ganador, y ese arrastre de bailarín tanguero, agrandado y atenti,  tirando facha. Entre mil caras, buscó esa mirada que le dé calce. Al ritmo de un bandoneón, ya se chamuya a una chuchi,   entre  esos  amigos de tragos, esos que nunca le faltan. 
  De pasos corregidos, siguiendo los consejos de los tribunales de mi razón, buscando la certeza económica,   cuidándome de la vista de tus hermanos y del asecho de tu madre. Son ellos,  escándalo de mi amor, apoyados en sus falsas presunciones siempre al asecho de nuestra perdición, verdugos de este amor, siempre tejiendo lazos, trampas a mi corazón.  Siembran su veneno calumniándome. Ya reciben  el contento, ya  se visten fiesta,  cuando caigo de la más alta cumbre de bienes a la más íntima miseria.
Esos espacios A esos espacios vacíos que me dejas Los voy a llenar con mis rimas, te los dejo detrás de mi tinta En  un verso que llegue y sobre
Esos espacios
Autor: gonza pedro miguel  225 Lecturas
Hazte, de mi dolor; mi remedio y el perdón de mi culpa 
Hazte
Autor: gonza pedro miguel  210 Lecturas
Los dueños de mi reino Hubo un tiempo que creí y en mí inocencia pensé como inexpropiable la riqueza de tu mirada, pensando sólo en el atractivo de tu seducción, creí alcanzar dichosos y largos años, pero  por veinte años anochece. Día tras día, hora tras hora, segundo a segundo, sin descanso, tu madre envenena cada rincón de muestra casa y lo hace oscuro. En tu familia son todos corregidores, son tus padres jueces y fiscales de mi conducta, oidores de nuestras disputas, consejeros, presidentes y gobernadores  de nuestra casa.  Estando  hecho esto y no de otra manera las leyes que aquí, mandan  sobre nuestra voluntad; así es como  han sido desde el día que alimentando mi ilusión  entré en esta casa,  ¿para qué? si después de firmada y rubricada mi sentencia, termine aquí, condenado  por tu madre y tus hermanos. En tu familia y en especial tu madre: son ellos cazadores que después de hecha la herida, se disfrazan de inocencia. ¡Oh! Enemiga de mi paz, aspirante a reptil, que repta, babea, asecha y pica; que desde el suelo viboreas y te haces temible con el bisbiseo al oído  y en el susurro la saña trabajosa en los muchos y malos consejos que das. ¿Cuándo encontraste la grieta para colarte en mi intimidad? ¿Cómo entraste cordial a nuestra casa con esa boca ordinaria? ¿Por qué, siempre aquí, trasmutando nuestros goces en rencores, modificando los hechos, cambiando nuestros objetivos? porque según ella; es la primera en saber que nos conviene.  Nos quiere llevar de la mano,  nos dice y nos repite hasta el cansancio lo que debemos hacer.  No puedo hacer ningún cálculo para mañana, hasta que no vuelva ser el dueño de mi casa,  así  me obliguen a involuntario destierro.  
Mariposa de mis sueños  Mariposa que volaba alto En la primavera de  mis sueños yo daría tanto por dos de tus miradas ni que decir como por cien de tus besos. Extraño tu persona, tus buenas obras, Tus honestas virtudes, Tu risa alocada y suelta:  Fueron luz sagrada a mis ojos y más luz a mi esperanza, que aun  hoy guardo en abrigados recuerdos.
Te miro y te miro con ese capricho y esa impunidad que me da el amor
Te miro
Autor: gonza pedro miguel  196 Lecturas
El aire y el fuego Si mi aliento fuera viento y si tu amor fuera  fuego y si tu fuego fuera calma, de mi vida y tu alma; que presurosos arderíamos  con tu fuego y mi viento
¡Oh lamentable ruinas de mis versos! De mi mal afortunadas rimas Carentes de sentidos  donde mi razón y mi locura confirman juntas. Por irredenta, por ni tan  siquiera un indicio de logro. La duda mata mis versos Y los celos languidecen mi tinta, Sufren la carencia de tus besos, Son  los que presagian la muerte de una apenas nacida: retórica enamorada.  
Pensé: Voy a meterte en voz baja para siempre en mis versos en un beso que se da y no se piensa La tuve en la mirada y la saqué de un tajo y al no tenerla la dicha se hace milagro. 
Versos abiertos Mis fuerzas son menores que mis amores a primeras letras, esas que traigo en ganas. El verso que parece y no es en flores tardías o tempranas. Cuando una puerta se cierra:  abrimos una ventana, no es hoy lo mismo que mañana, hay que aceptar lo que nos queda. La pluma está de pie de versos abiertos hasta el alma. 
Versos abiertos
Autor: gonza pedro miguel  210 Lecturas
El gordo Yoni   El mes pasado,  no tenía un mango en el bolsillo, pero ni un mango partido al medio. Estaba desesperado, había hecho varias promesas a cuanto santo se me cruzara, había  visitado a varias brujas para quitarme la mala onda. Si ya sé. La mayoría son unas chantas pero… ¿Qué más podía hacer? Ya había vendido todo lo material que tenía, sólo me quedaba vender mi alma. Meditaba seriamente  sobre esa posibilidad... cuando un amigo me comentó que estaban  buscando un gordito para un trabajo temporal, ¿Un gordito?  Pregunté -¡Pero te digo que sí! ¡Te  juro que  no te miento!-, me dijo, mientras besaba la cruz tres veces. Él estaba seguro que mi perfil daba. Como no tenía nada que hacer y tiempo era lo que más me sobraba,   así que sin dudarlo,  tomé nota de la dirección.                 Tempranito a la mañana encaré para la dirección. No me costó encontrarla ya que  era una esquina conocida de Moreno. En un comercio de electrodomésticos era la cita. Me atendió la dueña del local: Una viejita, pero tan viejita, que me parecía que no se cocinaría nunca con el primer hervor, Je, Je… Con un aspecto de ser bastante cascarrabias, algo desdentada, bajita, delgadita  de manos nudosas que  caminaba algo encorvada, Me miró atentamente con esos ojos hundidos. Me escaneó con la mirada de arriba abajo. Dio una vueltita alrededor. Y yo  traspiraba la gota gorda ¿viste? La gota gorda, así de gorda. Y si…si estoy un poquito nervioso me traspiran las manos, los pies, la cabeza, la espalda, el pecho, todo me traspira.  Y esta viejezuela  que daba vuelta y no decía nada. Parecía que el tiempo se había detenido, Yo sentía como me bañaba en sudor, sentía como brotaba cada gota y esta vieja que no largaba una letra. Con el ceño fruncido me miraba buscando algo. Y yo que no entendía qué buscaba esta vieja.  Para esta altura yo ya era un mar de sudor y ella me seguía midiendo. Después de una eternidad  me dijo con aire triunfal –¡Bueno, bueno! Me alegra que haya venido  porque es justo la persona que estaba buscando.                 Se me hizo un nudo en la garganta ¿Viste? Uno de esos nudos que ni un mago puede desatar.  No sabía que decir. Las palabras se atropellaban para salir,  y solo alcance a balbucear un gracias.                 Como no dije nada más que gracias. La viejita me explicó que era para trabajar como promotor del comercio. Yo asentía,  así…con la cabeza, ¿Viste? Claro si no podía hablar.                 Me tomó del brazo y me acompañó hasta el final del comercio. Allí estaba, colgaba de una percha. Era un traje de Papá Noel.                 La vieja me indicó un lugar y me dijo que me lo probara, después de un rato salí cambiado.  Me estaba esperando impaciente. Cuando salí   me hizo dar una vueltita y  a la vieja se le dibujó una sonrisa así de grande ¿Viste? –Bueno, bueno- dijo la vieja –Todavía faltan: El gorrito, los guantes, la campanita y los caramelos.                  Tenía sus ojos encendidos. Su rostro desbordaba alegría.  Parecía más joven. Me miraba complacida. Evidentemente le gustó muchísimo como me quedaba el traje de Papa Noel.                  Yo envuelto como para regalo y ella con cara de feliz cumpleaños me dijo -No queda otra que trabajar.                 Me paré en el frente del local y a los dos minutos empecé a sentir  como cada rayo  de sol me penetraba como una flecha. Suave y lentamente me cocinaba al vapor dentro de ese traje rojo. Mientras tocaba la campanita sentía como ríos de sudor me caían por la espalda, el pecho y  se convertían como esos rápidos serpenteantes característicos de Mendoza. Se  me empañaban los ojos, pero yo, firme como un estoico. Negaba el traje,  el dolor, el calor, el sol, la sed. No queda otra me decía, hay que aguantar…aguantar. Tocaba la campanita mientras miraba al cielo y rogaba ¿Hasta cuándo Dios? ¿Hasta cuándo? Fue en ese momento mítico que recibí una revelación. ¡Dios existe!  Escuchó mis ruegos, miró mi dolor y mi sufrimiento, se apiadó de mí y me mandó un ángel. Una abuelita  bajó del cielo con una jarra, con mucho hielo. Se veía fresca, pura, celestial. La tomé con las dos manos cual sumo sacerdote de los necesitados y sedientos. La levanté al cielo en señal de agradecimiento y di las gracias por este regalo divino. Como perpetuo sacerdote de los necesitados bebí del jugo sacramental. De un solo trago me baje la jarra. Después de esto el sol de enero ya no me hería con sus ardientes dardos. A partir de ese momento me acariciaba, su luz me abrazaba. Poco a poco el mundo se pintaba de color y la gente reía y cantaba.  Desperté al día siguiente,  es todo lo que puedo recordar.  Si, ya sé, la pregunta es ¿Qué pasó? Lo que pasó fue que la tierna abuelita me regaló una jarra llena de Gancia con mucho  hielo y limón. Yo pensé, es limonada y con la sed que tenía   de un saque me  bajé  la jarra. El pedo que me agarré fue monumental.  Y qué queres, con el calor que hacía.  
El gordo Yoni
Autor: gonza pedro miguel  206 Lecturas
El señor don dinero Los negocios clandestinos del dinero, jamás llegaran a buen destino, El aire, un rio, un bosque, el agua es hoy tenido por poco por aquellos, que mañana lo estimaran por mucho. ¿Cuándo hayan  roto esta posada Dónde harán nueva morada? Desmalezado en el pensamiento, la profunda sima de la miseria. Ellos, los poderosos de esta tierra hoy encumbrados en la buena dicha, no miran en el mañana a los abatidos a los pies de la desgracia, sólo guardan, la sagrada ley del dinero, que todo lo traga a favor de su deleite. Si hoy ríen cumpliendo su deseo mañana llorarán los pasados placeres. ¿No esperan sufrir las inclemencias y los rigores del cielo? Entonces se harán conocidas y evidentes las malas costumbres del hombre. Nos roban los frutos de nuestras heredades,  con pie y brazo  quedo no las defendemos.  
Verdad y justicia Algunas veces la llama de la verdad Se cubren con las cenizas del engaño Pero con un pequeño soplo Se descubre y crece la llama encendida  de la verdad y la justicia.
Es momento de amar El plazo del amor es un instante, no resignes ese único momento, No lo dejes transcurrir.  Nace en un gesto, una mirada Y despliega en un suspiro.  Es momento de amar, con este beso, místico, profano,  íntimo y sensual. En esta excursión a la pasión que es tu cuerpo, en esta pasión hacia el amor, que son tus labios, ruego para que me creas y le des amparo a mis manos. 
En mi mejilla quemándome la despedida, la mancha roja de tus labios y yo, mirándote a los ojos, queriéndote llegar al alma, preguntándome cómo Sobrellevar el ayer, Después de  aquella fiesta de promesas rotas.
En mi mejilla
Autor: gonza pedro miguel  207 Lecturas
Espíritu en desorden Con desconfianza en la esperanza iba pensativo en mi sospecha. Me preocupa el nosotros (yo y mis distintas representaciones) en el último escalón del sótano: la grieta de de mi intimidad, un pasito más para caer en el fondo, un soplo y después la nada. Me gusta tomar conciencia de mi ser en lucha, y ajustar mis cuentas. Muchas veces me he interrogado pero nunca hasta llegar al fondo de mi ser, quiero conocer la estricta verdad, me atrevo a cruzarme para preguntarme, me miro como a un perfecto desconocido, por supuesto estoy dispuesto aceptarme como a un amigo, ojalá pueda mirarme y abrazarme satisfecho. Cuando uno se intercepta lo primero que ve, es que, uno es bueno, sin importar cuán malo sea uno, por esto  me preocupa como propio el objetivo testimonio y el no tener la capacidad suficiente para realizar el balance y una contabilidad ajustada a derecho. Me re-conozco ahora: Estoy plagado de contradicciones para sufrir y disfrutar, en algunos de  mis actos veo la doble intención, ¿quiero con esto el castigo de mi mediocridad? Sí,  yo siempre esperaba grandes cosas de mí. Después de hechas las cuentas encuentro  las luces y las sombras. Si,  hay una parte de cierta maldad en esas pasiones que no justifican mí existencia,  pero también hay alivio en el arte, en el dibujo, la pintura y la poesía, en los actos nobles,  digo esto en voz alta, sin triunfalismo del trayecto cumplido. Despierta mi proximidad el largo silencio, agudizo los sentidos. Me duele pero tengo que aceptar todas mis torpezas, todas las cobardías, las tímidas voluntades, las mentiras con las que me recubro, lo peor de todo, ahora que lo recuerdo, y es que muchas veces he visto mis errores y busqué cambiar esos gestos y no pude; pienso: Si ya lo intenté y no pude, quizás la  solución es aumentar los gestos positivos como una forma encontrar el equilibrio, de inclinar la balanza hacia un lado. Una duda carcome mis sentidos ¿Y sí esta teoría “La del equilibrio” es una mentira más de mi razón para quedarme tranquilo en el confort de mi ser equívoco y evitar las renuncias limitando mis aspiraciones? Después de haber hecho las cuentas del día para saberme sincero, me doy cuenta que soy uno más; el mundo está lleno de mediocres.    ¿La fuerza que le exigimos a nuestro espíritu es pobre y el esfuerzo que le cuesta a su naturalidad es mucho? ¿Sólo algunos espíritus iluminados pueden superar el escalón medio de la naturaleza humana? Esta teoría “del escalón medio” ¿también es una forma de argumentar a favor  del quietismo de los valores?  Puedo pedirme algo pero tengo que estar convencido de que puedo darlo, para no quedarme en la resignación de este espíritu en desorden; en toda la ignorancia disponible: la tremenda inocencia.
El chulengo En una tarde gris, en un cielo sin sol;  en una vida sin Dios. Él sintió el roce helado, lo recibió sin odio, asumiendo la naturalidad del acto, en realidad lo estaba esperando. Con los  labios ensangrentados, expelió su último pensamiento inacabado -Puedo ir a donde quiera  o adonde sea me da igual, no le tengo miedo al otro lado–  Así, con esa rebeldía que lo caracterizó, en un puño apretó el puñal. Abrió por última vez los ojos, iba a decir  algo… y partió para ese gran flujo, sin rumbo, ni dirección. No fue él, un pretexto para las lágrimas. En el cajón el puñal,  como dos amigos. Alguna vez, él lo tuvo  en su mano, acostumbraba jugar con él,  lo arrojaba al aire, extendía la mano y el puñal caía como siguiendo esa espontanea coincidencia en el juego que incita a la crueldad. Ese juego indiscutible  justificaba su prestigio.  Cuando él entraba a la taberna se producían esos terribles espacios en blanco, él con severidad paródica plantaba el puñal en la mesa. Todos tendían a huirle la mirada, a no saber qué  hacer con el silencio, en esa pausa él cosechaba los beneficios indiscutibles de su puñal,   sólo para dejar ver  en su condición de temible: El brillo sediento de esa hoja.  Desde una altura ofensiva pispiaba  a todos, altivo receloso. Él siempre, aunque parezca mentira, miraba para todos lados con una desconfianza ostentosa, como buscando una señal, un indicio, una presencia sospechosa, examinando al detalle  buscaba ese gesto, esa presencia. Esa tarde cuando él entró en la taberna, notó algo diferente, el negro Carrizo  jugaba tranquilamente a las tabas, no se inmutó cuando él entró, tampoco hizo esa pausa en el silencio, eso, a él le pareció premonitorio, como presagiando lo que después iba a pasar. Se sentó en su lugar de siempre, jugaba con su puñal,  pero ya con total desconfianza,  no podía alcanzar todo el confort, una suerte de fantasma agitaba su interior mientras la presencia del negro carri se hacía cada vez más insoportable; en tanto un odio irreversible se abría  paso. Apretó el puñal en la mano, midió los pasos, eligió donde dar el corte… de pronto.  Como presintiendo el desenlace el negro Carrizo deja el juego y se va. En esta rara soledad, porque ahora se siente a gusto y se ríe un poco  con la huida del honor dudoso del negro Carrizo. Imagina sutil y efectiva toda su estrategia para hacerse notar, y que todos lean los “sobrentendidos y  las conveniencias” de bajar la vista, de hablar bajo, de hacer silencio cuando él está. Se ríe un poco por dentro, con la serena paz de los vencedores y después de tres o cuatro copas de caña, él se levanta y sale. El negro Carrizo, en una mano lleva un puñal, más largo, más sediento.  Agazapado espera del otro lado de la calle, y en su mirada no pierde de vista el punto, ese tipo corpulento y brutal en sus gestos y ademanes. Lo ve salir. Besa tres veces la hoja por el lado del filo y cruza la calle corriendo. 
El chulengo
Autor: gonza pedro miguel  205 Lecturas
Perro de la calle En tu madriguera entre el humo de un cigarro Y el aroma de un alcohol Vas engañando a la vida, con yerba florida. Perro de la calle con tu bronca estampada, y en el pecho tatuada, la daga atorrante.      -¡Abra la puerta! Soy yo.   -¿Qué quiere?  Él espera en la puerta.  Se sostiene como puede. La sangre brota por encima de la cintura. Es extraño pero no siente dolor, sólo un poco de mareo… pero no le duele la herida. Suplica nuevamente. -Por favor, le ruego que abra la puerta…¡¡Abra carajo!! Un fuerte golpe de puño sobre la puerta resonó en la oscuridad de la noche, luego un silencio, después un ruego, una súplica, casi como una confesión. -Soy yo. Abra por favor. Se lo suplico.  Lentamente, se abrió la puerta y una sombra se divisó adentro y sin abrir del todo interrogó. -¿Qué busca aquí? ¿Qué quiere? -Necesito un lugar.  En un enfrentamiento,  el tartufo y el mono   murieron y a mí me hirieron…  Recibí un disparo en el abdomen. Apoyado en la puerta y con sus brazos, tomando el abdomen tratando de tapar la herida, que no paraba de sangrar.   Necesito un lugar, para curarme, es por unos días, je, je, si antes no me muero, tal vez,   sean estos mis últimos  momentos. -¡Menos mal que su madre no está aquí para ver esto!  Si no, se moría junto con usted de dolor. La puerta se mantenía entreabierta, mientras una sombra  cautelosa  se divisaba como oculta  cerrando el paso. Ya casi no se podía sostener de pie.  Le costaba mucho respirar, un sudor frio  recorría su cuerpo, había ya un pequeño río de sangre que bajaba lentamente por una pierna y descendía serpenteante, hacia la vereda. Al ver la gravedad de la herida Él  decide  abrir la puerta. -Pase que voy a intentar curarlo- dijo con tono amargo y tosco, mientras le indicaba un rincón donde había una cama.            Todo esto que hago, no lo hago por usted,  lo hago por su difunta madre,  Porque usted fue  su único hijo-.  Decía esto mientras se iba a buscar un poco de alcohol y unas gasas. - Claro, lo hace por mi madre, ¿alguna vez podría hacer algo por mí? Intento gritar, pero le faltaron fuerzas, buscó la cama, dio unos pasos, notó que estaba mareado. -Ni en este momento, el más funesto de su vida, ¿podría usted dejar esa actitud quejumbrosa? Agradezca que lo haga, porque no es para mirarlo satisfecho y abrazarlo.  De  todas las tragedias, el peor agobio es pensar o  preferir que el hijo que uno tiene esté mejor muerto que vivo y la peor de las tragedias es que eso se haga realidad. ¡Gracias a Dios que su madre no está aquí, para ver esto! -Mire usted, yo pienso casi igual. De todos mis agobios es pensar que mi propio padre sea el fundador de esta inquina; y que después de inaugurada él mismo reniegue y desprecie eso que él mismo promovió.  -Yo, no lo empujé a esto, fueron sus amigos.  -Yo, creo que el santo y el monstruo  laten en un mismo ser. En esta paternidad, su presencia infamante, pero indirecta me empujó a esto. Yo, hacía todo lo posible, incluso lo malo, para que usted se fijara en mí, pero eso fue sólo al principio, después… después, de tanta indiferencia  ya no me importó, ya no me interesaba, ni su mirada, ni su afecto, ni su consejo, ya no quería nada de usted. Por esto he maldecido el nombre que yo tengo de  usted, la   parte que a mí me toca la he aborrecido y si he robado o matado, si lo hice, fue porque, no tenía un padre que me guiara. -¡AH, eso no!  ¡No ponga excusas mi amigo! yo no habré sido un padre afectuoso, pero eso no es motivo para vivir y morir de este modo. ¡Mírese! Tendido ahí, en esa cama, escupiendo sangre. ¡Menos mal que Dios llevó a su madre para que no tenga que ver esta sombra de la vulgaridad! Mire como desprestigia los consejos de su madre, vea como hace inútil el cariño que le dio, ya se desvanecen en la elocuencia las recurrentes súplicas de su madre, sus largos y envejecidos consejos, ¿de qué sirvieron sus prolongados y adornados ruego? si aun así… termina vencido por la violencia de este modo. A usted no le faltó cariño, sino correctivos.  -No son escusas. Además,  mi queja no es contra ella, mí queja es contra usted ¿Alguna vez recibí de usted un abrazo, una palabra de afecto? Siempre usted ahí; agazapado en sus largos silencios dejándome fuera de su mundo sin pretensiones. ¿Alguna vez hablamos mirándonos la cara? ¿Estuvimos juntos en algún interés? Nunca un consejo,  o una palabra de aliento. Siempre tendemos a no mirarnos a huirnos la mirada y con eso ¿qué relación de padre e hijo podemos hacer?   Lo que pasa que usted… usted,  no quiere hacerse cargo de la parte que le toca,  ¡¡Si soy como soy, en parte es gracias a usted!!  ¡Por favor! Sea hombre y tenga el valor de aceptar  toda la torpeza y toda la cobardía de esa tímida paternidad, de este vínculo mal prefabricado. ¡Lo juro!  En mis crimines su ausencia se vuelve sospechosa, que usted no lo quiera ver; eso es otra cosa. -¡Ah! Eso no lo voy aceptar !No le permito que piense así! Eso es por culpas de sus amigos, no mía. Nunca  le pedí que robara, incluso le decía a su madre,  “No deje que se junte con ese tal Tartufo, no me parece que sea una buena persona”. Mire… mire, como terminó, bañado en sangre  ¿Vio que  yo tenía razón? ¿Se da cuenta que mis enojos no eran infundados?  ¡Yo… yo  sabía que esto iba pasar! ¡Yo sabía!...  Me acuerdo cuando nos dijeron que estaba enfermo y lo fui a visitar en su madriguera, lo vi, usted  y sus amigos, acostados al lado de una caja de vino  y bañado en el humo de una flor. De esa  dolorosa verdad brotó  una desesperada resignación, una terrible impotencia. Desde ese momento usted se convirtió en algo irremediablemente odioso para mí, sin nada que justifique su existencia. Perdida la esperanza de que sea un hombre. ¿Qué me queda?   Ya  se adivinaba  que esos, sus gestos atrasaban, y  harían desagradecido a esos sueños. Cuando su madre preguntó por usted, para cuidar el altar de su memoria, en la que ella le puso,  quise esconder con borrones de olvido los resabios de sus malos gustos; por amor a ella guardé sus fallas, las cubrí con siete capas, adornando la historia, estudiando el sermoncito, ocultando su vida tan subida de tono. Yo nunca quise que terminara así, el camino lo eligió usted, pero no podía ser de otra forma, con esos amigos sin talento, sin oficio, con mucha calle y poca escuela; cortos de estudios ¿Qué podemos esperar? ¿Un toque intelectual? Evidente que así no tienen un bien que asegure sus esperanzas, solo les queda robar;  por que  trabajar ni soñando y con el tiempo que les sobra echarse el humo de una flor y el aroma de un alcohol hasta perecer ocioso. Un amigo comisario me contó  lo que usted hacía  con esos amigos del vicio y el recreo; Tropezando y cayendo confundido con los malos amigos que tiene: Esos Hijos del ocio y  hermanos de la calle.  Por eso…  por eso   le decía  a su madre, para que hable con usted y lo separe de esas juntas. Cuando ella no dormía preocupada por usted, por los tiros que se sentían en la distancia, mesclados con el llanto de las sirenas de la policía, yo la apretaba contra mi pecho y la tranquilizaba. No sólo ella sufría por usted, yo también… Una fuerte contracción muscular tensó el cuerpo del joven. Desvanecido por unos instantes,  sus ojos se retiraron para atrás. Lentamente su cuerpo  se relajó y volvió a respirar, pero con más dificultad que antes. -¿Dónde está? -Aquí,  a los pies de la cama. -¿Por qué apagó la luz? -Pero si la luz está… -Bueno, no importa, lo que tengo que decir lo puedo hacer con luz o sin ella… dejemos por un momento la liberación de tantos reproches,  culpas y disculpas.   ¿Recuerda a Dorita? Ella… ella,  está…embarazada, eso me puso contento.  Me dije: Por este bebé y por ella, la mejor solución es  dejar esta vida de malandra. Ella me dijo: Especialmente a tus amigos y vas a conseguir un trabajo digno… Yo sin remordimientos ni demora  le prometí que por ella cambiaría.  Encontré todos los pretextos para cambiar, en rigor de la verdad, es lo que siempre quise. Sin nostalgias acepte. Nunca quise ser como soy. Lo único que necesitaba era una escusa para cambiar… Ella me ofreció generosa esa escusa y yo estaba dispuesto a… ¡Qué bronca! Justo cuando estaba decidido    me sorprende esta  desesperada resignación de aflojar la vida. Es  horrible la impotencia de no poder cumplir y cambiar mis años de errata.  Tan juiciosa mi renuncia queriendo cambiar mi destino con el mono y el tartu  salimos a una cena de despedida. Era la última vez que los veía, después de esa cena no seríamos más que  amigos a la distancia.  Por una ironía del destino terminamos a  los tiros. Pero lo importante…es que,  ella… espera un bebe. Me confesó  que no es mío, ella… ella… no lo quería tener, me dijo que lo quería abortar…  yo, yo le roge…le suplique que no lo hiciera…le dije, qué culpa tiene ese ser para pagar con su vida los errores ajenos ¡Eso no es justo!  Le prometí que yo me haría cargo del bebe… ¡No! ¡No… diga nada! ¡Escúcheme! Usted sabe. Lo estamos viendo. Yo no voy a poder cumplir esa promesa sin su ayuda… Le voy a pedir  un único y último favor, pero no lo  haga por mi madre, si no por mí. Nunca le pedí nada, ahora… ahora,  le doy la oportunidad de comenzar de nuevo…de no cometer dos veces… los mismos errores… de ser un verdadero padre.  No todos tienen la misma maravillosa oportunidad de redimirse… Este momento trágico nos brinda a los dos… esa única e increíble oportunidad… Cuide al niño por mí.  Cumpla mi sueño.  Dé  al niño el afecto que yo nunca conocí.  Que  él tenga… el cariño y el amor de un Padre, que yo siempre quise y… que  nunca  tuve,  entonces usted tendrá el hijo que siempre soñó… cariñoso… estudioso… respetuoso…  amable… Ahora al padre, un fuego encendido le nació de pronto, el calor invadió todo su cuerpo, le sudaban las manos, la frente, su cara y sus ojos se pusieron rojos, su  pecho galopaba, las ideas alocadas y entre mescladas no le permitían hablar, sus ojos vidriosos se convirtieron en dos grandes represas que casi desbordaban y que apenas  contenían el copioso llanto. Mientras uno se encendía el otro se apagaba, tirado ahí, en la cama, un sudor frio le congeló los pies, subió por la espalda, le abrazó el pecho y congeló  las manos. Su rostro helado mostraba el esfuerzo en cada respiración, su pecho lentamente se callaba, cada latido parecía el último.  -Verá entonces usted y entenderá que el amor… que el amor… no sólo hay que sentirlo en lo profundo del   silencio y la soledad, como en secreto… sino que también hay que expresarlo abierto y públicamente,  con caricias…con fuertes  abrazos… con incontables besos y con innumerables ¡te quiero!.. A las personas las hace buenas, el amor, algo que a mí me faltó,   sí  usted hace esto por mi… si me promete que hará usted todo esto…  entonces yo…  entonces yo… lo perdono. En ese momento desbordó la catarata contenida en un llanto silencioso, en un segundo recordó las innumerables  veces en  que se  negó a ofrecer ese “sacrificio” de amor, a mostrarlo públicamente, muchas veces quiso y no supo cómo, ¿pero cómo hacerlo? si él siempre fue educado, en la doctrina de que los verdaderos hombres no dejan ver los afectos, esos sentimientos  son para las mujeres, pero aquí, frente la agonía era imposible seguir sosteniendo ese discurso. La tragedia de ese momento funesto, deja ver claramente el error de su vida, entonces se dejó caer sobre el pecho del joven, lo tomó entre sus brazos, lo apretó contra su pecho, tomó su rostro helado entre sus manos, salpicadas de sangre, lo miró a los ojos  le habló al oído como en secreto, le  pidió perdón y le juró que mientras tenga vida cumpliría ese sueño. Al joven se le dibujó una tenue sonrisa, mientras recibía un cálido beso,  no tenía ya fuerzas para responder, fue su último gesto ante la victoria que alcanzó en el último segundo de su vida, el cariño y el afecto que siempre soñó.
Las tres muertes Existen tres tipos de muertes, la primera es la desaparición  física de la persona, la segunda muerte es cuando ya nadie te recuerda o desaparecen todos los que de alguna forma te conocían y te nombraban, la tercera y última muerte es cuando desaparecen consumidos por el tiempo todas las cosa que una vez hicimos y ya no quedan testimonios de lo que una vez fuimos o hicimos. Yo me pregunto ¿Qué será de mi letra? ¿Quién leerá mi texto y recordará este momento cuando yo le daba el ser a estas palabras? ¿Habrá alguien que me saque de la muerte del olvido?  El tiempo imprime en cada pliego de la piel el sello de su mandato, y el privilegio de su consejo que no hay persona o cosa que no sufra la ley del juez que lo sentencia. Mientras los  días corren y cuentan, nosotros  como por su mandato hacemos las cosas, sin tener en cuenta que tanto nosotros como todo lo que hacemos tienen fecha de vencimiento. Un tiempito y ya me voy, un ratito más y dejaré de ser y la huella  que dejamos con el paso del tiempo se hace  un poco menos, hasta que se borra plenamente  y se tapa con  la ausencia y esa ausencia se hace olvido y el olvido se agiganta en el tiempo y la distancia. Así somos como esos viajeros pasos construidos con enigma,  como una hojarasca seca y suelta que la suerte venturosa arrastra y así se despliegan sin destino fijo,  como vos, yo y  mi pluma; como esta letra preñada de incertidumbre crecemos  con su cimiente hasta ser alguien o algo para luego desaparecer.
El escenario de mis penas Si alguien te cuenta como era, no me reconocerás como soy ahora; sobre este  telón de fondo: Mi tragedia, el escenario de mis penas, después que mis alegrías fueran, cuando mi pecho aprendió  el rigor de su mirada, la crítica de sus ojos claros. Aquí, en esta frontera  sin socorro por causa de este desamor que se compra barato y se vende caro, así me inaugura la soledad para sumergirme en la inexistencia, dejando ver  sobre  la piel de mis ruinas el canto y el llanto de las cobijas de mis penas. Me pregunto ¿Qué hay después de la soledad? mientras  voy cerrando puertas y ventanas. No quiero entrar a este mundo que nunca quise conquistar y que ahora frecuento, quizás  alguno quiera mentirme y convencerme de su existencia pura, yo la condeno por espuria y fraudulenta.  El peor agobio es pensar que una vez imaginé este lecho vacio y sin ella, mi peor tragedia es ver que  todos mis temores se actualicen con promesas  inconclusas, glosas de versos amontonados que no dicen nada de su autoría. Aquí y  ahora, no me importa qué se encuentre en este sitio, a esta cabecita no le gusta estar vacía. Como promesante y señor de mis agonías,  no le tengo miedo a la soledad sino a este silencio que  me queda. 
La  gran tormenta Yo siempre le tuve un miedo particular a un cielo alborotado, cuando era niño, una tormenta igual sepultó de granizo mi infancia con un viento como aquel que ahora corre, desparrama y destroza las flores de mi jardín,  por todas partes comprendo el terror que me causa  y este cielo  con un viento arraigado en la oscura nube, el trueno en el asecho y el estruendo que parece precipitar el techo, en el cielo abrió la herida con un tajo de tanto resplandor y yo con la espera del estallido que me devuelve esa antigua visión  de cuando era niño, cuando el miedo paralizante y atroz me cercó. Cayó una piedra hecho un puño, luego otra con un golpe seco, luego otra y otra con ruido tronador. En un espejo vi mi cara de terror. Después el silencio y el silbido ronco del   viento agazapado me descubre por un segundo por donde salió el sol  que evoca mi nostalgia. Dos días que llueve y la gota cava en mi paciencia sobre el peso muerto del tiempo. Esperanzado en la promesa “Siempre que llovió paró”  tanto cavo la gota  que abrió en mi imaginación, lo que el tiempo, una vez  se llevó, y esta lluvia en diez  me lo recordó, una detrás de la otra brotan las imágenes de cuando era niño, que cuando una suelto, la otra queda asida  en la raquítica soledad, en el largo silencio, donde mi memoria hizo la cuenta. Me he interrogado y Creo que puedo ser franco en cuerpo y alma  de lo que ahora soy y de lo que puedo ser de aquí en adelante. El álamo con sus ramas en desorden,  resistiendo estoico el ímpetu furioso con ese orgullo casi jactancioso de enfrentar el viento en su práctica porfiada y trabajosa. Pienso: siento una profunda envidia por ese álamo que firme en su postura  me brinda un ejemplo para vencer mis miedos. Pienso en el álamo y en la tormenta y los tuve por buena suerte. En el ejemplo de esa lucha, siento que ahí está el secreto para sufrir la vida o alcanzar el otro  tono, y  cambiar ciertas dudas del pasado y resolver mis  problemáticas vergüenzas 
Tus ojos son Dos líneas de influencia notoria son tus ojos: El verde sobre el azul de tus ojos claros destacan el artificio de la maquinaria femenina, que vuelve esa mirada en única y singular y la convierte en una experiencia  estética. Cuando tus ojos están cerca: Todas las imágenes que provienen de mis sentidos son de tu mirada, hasta la partícula de sensación más pequeña de lo descriptible se desprenden de tus ojos claros, cada reacción de mi ser, la pequeñez de un gesto, la sencillez de un acto cotidianamente minúsculo, el pensamiento más ínfimo o  casual e  incluso el espacio y el tiempo  se han convertido en una constante de ese registro. Quiero decir,  en definitiva todo está nucleado en torno de esa mirada. En ese afán de indagar lo que perciben mis sentidos, me metí en tus ojazos,  para luego, después de cumplir con esa estadía transitoria en esos ojos, ya quiero adoptarlo como mi lugar de residencia. Aunque la experiencia fue breve, tu forma de expresión te permite definir mis gustos, y me hicieron pensar que esos ojos pueden materializar mis sueños, por eso algunas  noches a veces me quedo repasando la historia de un gesto de tus ojos, quiero decir tus ojos compuestos de poemas tienen en lo imborrable: El Arte de narrar. Yo no sé si todos pueden ver en esos ojos claros: el mar sin fronteras o el rio sin orillas,  pero a mí me atrapa el imperio de esa mirada. Dos líneas de influencia notoria son tus ojos, que destacan el sol de tu mirada en la que ahora soy y marcan una forma de percibir mi mundo. Tus ojos me llegaron desde la casualidad  venidos en la indeterminación del azar y ahora tus ojos son, tan sólo para mí. 
Tus ojos son
Autor: gonza pedro miguel  233 Lecturas
Tú y Yo, conjuguemos del verbo el amor, Yo te amo, Tú me amas, nosotros nos amamos. ¡Amor confiésame!: Tú y Yo
tu y yo
Autor: gonza pedro miguel  213 Lecturas
¿Qué recibí de vos? Poquedades. De tu pecho que se levanta y gallardea. De tus manos que buscan abatirse con las mías. Por eso digo: Poca cosa es: sembrar en el desierto, Dar trabajo al que no lo pide, Y adorar a la que no te quiere.
poquedades
Autor: gonza pedro miguel  208 Lecturas
Si no me dejas tranquilo iré: A la paz por la espada.  
Fruta nueva, fruta nueva De la mollera a los pies; no hay poro de la piel que no te extrañe.
Vagabundo de la tierra de los sueños Libre en mis deseos digo: Yo, que dura piedra he sido sin lustre sin brillo, hoy tosco madero de pobre  luces, escaso de letras.  Algunas veces hablando a ciegas quiero gritar por la impotencia, otras quiero llorar por amor, otras veces, que me arrebato en  la pasión, y en otras, que me consume la ira y una bronca encendida que  prende llamas a este tosco madero y el fuego que todo lo consume sólo deja este mísero trozo de carbón. Parece inútil, pero… poco me sirve para pintar  estas letras.  Siguiendo a los tribunales de mi razón, sin cuidarme de la vista de los otros, buscando la certeza que mi tal atrevimiento me puso. Dejo que   mis versos ondeen libremente por algún tiempo. Algunas veces hablan con palabras de bajo precio y  no dicen  nada.  En  tanto que en otros días,  se pronuncian   con letra más oscura, llenos de silencioso abismo.  Y en algunas  pocas ocasiones,  con un poco más de suerte, como un texto con secreto argumento   y algo más versado en las letras se cae y se levanta alguna idea de aprecio. Estos versos  hablan con profético verbo, con palabra pura, con labio santo, que la suerte bondadosa me quiso regalar.
Lo que no se debe hacer ¿Qué recibí de vos? Poquedades. De tu pecho que se levanta y gallardea. De tus manos que buscan abatirse con las mías. Por eso digo: Poca cosa es: sembrar en el desierto, Dar trabajo al que no lo pide, Y adorar a la que no te quiere.
Con besos que bullían Se oscurece el cielo de mi esperanza. La espina en el pecho, nacida de la sospecha. Con oído atento, puesto en duda, daba puerta y abría el camino de los celos. Con escusas que la defiendan, Ella purgó los indicios, Tachó  los testigos;  Haciendo del regaño risa con besos que bullían. 
Señora En esta alegría sin fin señora, su presencia se vuelve algo sospechosa. De esta irremediable verdad brotó una dulce necesidad, quiero decir, que usted se convirtió en alguien  que justifica mi existencia. Ya se adivinaba que esos gestos suyos harían dichosos estos ojos y el sello de su  mirada, favorecidos estos sueños.  Con una mirada palmo a palmo sobre mí pecho, quiero decir, después de haber medido bien mis sentimientos,  ya se lo digo señora, no quiero ser en usted una escala fugaz y transitoria, y menos aun, una desamparada expectativa sobre este mar de perspectivas. Si tan solo  me diera un indicio, perdone usted si desde mi soledad insisto en el don de su mirada, y sobre su figura suave del alba. Quisiera que me disculpe pero, mi soledad me llama a olvidar mis espacios en blanco, su risa convoca mis silencios y hasta su voz ya se hace  eco en mis sueños, tanto que mi letra escrita ya queda anclada a la ligadura de sus ojos. Si usted señora, se aleja es mi pánico sin atenuante, es mi miedo sin escusas, y si sus ojos no me miran, entonces  mi esperanza decide derrotarse, pero si estos ojos me miran como ahora, en cascadas Usted, me da cuerda, me deja más cerca del cielo que de la tierra y en un momento así sólo me queda refugiarme en su mirada tónica. Creo estar corriendo tras la esperanza de fortunas verdaderas, señora a usted la quiero cerca a libre demanda  a oferta generosa, así quisiera yo y ojalá también, así quisiera usted.
Señora
Autor: gonza pedro miguel  225 Lecturas
El Señor de la Palabra De la necesidad nació mi atrevimiento.  Resistiendo al ímpetu  furtivo de la idea que huye como enemigo, con pensamientos mal pertrechados, buscaba una mejor pluma que me defienda.  No eran otros mis anhelos y quería tanto mi remedio y mi total cura, que en muchas noches sin descanso rogué y supliqué al pié de mi cama por la fuerza de mis intentos y la publicación de mi libro, entre llantos suspiros y pena presentaba mi queja al Señor de la palabra,  al Guardián de los textos, y así quizás pudiera yo, alcanzar los favores del Altísimo.   El Señor de la casa de la Palabra escuchó mi clamor y Yo que poca cosa he sido, estando en mi cama dormido, recibí la visita de una de mis musas, En sueños vi,  como en un lugar sagrado un gran libro  escrito de mi puño y letra y al lado del libro, una hermosa dama vestida de blanco y  ella me dijo así: Mira lo que es y lo que será. Yo, soy Memosin, diosa de la inspiración, y la escribana en la cámara del Gran Rey, guardo en mi memoria todos los relatos habidos y por haber y doy fe que habiendo se visto el vuestro por los dioses del gran consejo  y corregido por el Gran Rey de la palabra, Señor del mundo de los léxicos, se te concede libertad y licencia para dar Ser a lo que de suyo no lo tiene,  será tu palabra arraigada en la buena tinta, y la letra pura. Esta merced que a vos a hacemos, es en virtud de tus muy prolongados ruegos y muchos pedimentos. Veía en sueños mi libro que era tasado y corregido. Mandó el Señor cuya vida guarda el don de la palabra  que se ponga en cada hoja del pliego el sello de su mandato, para que se sepa y conste la base  de su inspiración. Y así es como veía firmado y rubricado la aprobación de mi texto, entonces escuché al Juez que lo sentencia: A Vos digo que si no te apartares, siguiendo las leyes de nuestro reino y señorío, y si por parte de vos siguieres  los principios de nuestro consejo, atento siempre en la composición, entonces tus ideas las que ahora son y las que serán de aquí en adelante estarán libre  para sembrarse como original autor bajo las alas de la verdad, y ninguna de las tres muertes verá tu pluma con la garantía del  que ampara tus obras. Por tres noches consecutivas se repitió el mismo sueño sin que se modificara en una coma o en una tilde, la cuarta noche en sueños me visitó un crítico literario para que me enfrentara a mis remordimientos, a la enfermiza demora de mis ideas, como una suerte de fantasmas aparecieron todos mis rencores como sirvientes del tiempo y del olvido, (EI olvido es la primer muerte de la palabra, cuando ya nadie recuerda lo que se dijo) justo aquí a mi lado con esa presión nerviosa de las trivialidades que eran  muy frecuentes en mis textos, (La segunda muerte de la palabra en los texto es lo no interesante, lo que nadie lo lee)  como una sombra de vulgaridad bañaban mi texto y desprestigiaban el azul de mi tinta. (La tercera y última muerte de lo que se dijo es la vulgaridad, el texto carece de todo valor estético) Con versos groseros, que ni siquiera eran originales me presionaban para que reconozca toda mi torpeza en esa letra lavada y tímida que era mía. Entonces el crítico con voz quebrada una vez más habló y me dijo: ¿Cuál es la verdad que amparan tus versos? ¿Cuál es la virtud de tu tinta? ¿Qué letra no tiene defecto que no merezca un borrón y un olvido? ¿En qué autor no corren ríos de tintas de banalidades? ¿Qué relato está libre de los errores de la ignorancia? En mi sueño Yo, los enfrentaba sonriendo sin caer en la tontería de discutirlo, seguro de haber quedado al margen de esas críticas. En líneas marginales,  le dije mansamente sin otorgarle demasiada importancia a los dichos: Esas cosa se las pedimos a los que están dando los primeros pasos en las letras, a los niños, mi letra es corregida y justifica la existencia de mis versos.  Por otro lado, si algún error me queda sé muy bien que me voy a corregir bajo la protección que traigo, a esta confianza me entrego dejándome seguro y tranquilo. Entonces el crítico me dijo: Suelen algunos que sueñan soñar sueños de fantasías movidos fuertemente por la imaginación, sin darse cuenta que son solo sueños, que no suplen la falta de ingenio ni se alcanza con la fuerza de la oración, ni los prolongados ruegos. Yo le dije algo molesto: Puede ser que los sueños sean solo eso, sueños; pero los sueños dejan el alma a descubierto, revelan al ser desnudo, manifiestan nuestro más íntimo deseo, si este fuera el caso, si solo fuera un sueño ¿Qué diría este sueño, qué dejaría al descubierto? Que mi ser de tinta y de papel tienen voluntad de permanecer, de vencer el tiempo, quieren quedar en la historia y vivir en la memoria.    Este sueño duró otras tres noches sin modificarse  (como el otro) mientras que yo después por otras tres noches y tres días  consecutivos no pude dormir, hablar o escribir.  En la protección de la soledad de mi lecho  pensando en esos largos silencios, en esas pausas buscaba comprender, ¿Será verdad que a partir de ahora mis versos han adquirido la vigencia y están por fuera de la muerte y el olvido? ¿Será verdad que mi pluma con su forma estilizada por el espíritu de la palabra derramará una tinta de versos pregonadamente originales? ¿Quedará mi letra por fuera de toda mi torpeza? ¿Fue solo un sueño de mí ser de tinta y de papel? Creo poder aspirar a que me crean si leyendo mí texto descubren lo que les digo.   
 Mi abuelo Junto a un fogón encendido se formó una rueda de amigos, para escuchar los relatos de mi abuelo. Aquí  les digo que, si se me quiebra  la voz o se me añuda la garganta  me han de perdonar porque no soy ducho en el uso è la palabra. Voy a contar mi historia, más ante yo le pido a Dios y a todos los santos, que me saquen del olvido aquellos tiempos idos y los pongo por testigos, que todo los que aquí les digo, es verdá que sucedió. Ricuerdo que era una noche oscura, de esas que son cerradas, en el camino me tope  con un paisano y le dije ¿dónde va amigo? El otro me respondió -A nadie  le doy cuenta, ande vengo o ande  voy y por más le digo, usted,  no es mi amigo, gaucho atrevido-. Y se me cruzó en el camino diciendo -!Hágase un lau de la güeya y enderiece su camino!- Cuando dijo esto pensé: Este gallito de pocas plumas no pisa en mi gallinero. Yo no ando titubeando, pa’ mí cualquier lugar es cancha cuando el pecho se me ensancha ¡Abran paso! que el hombre que tiene buen nombre y fama, como toro  brama si alguien le hace frente y a mí naide me hace recular si me sabe esperar. ¡Ahí juna canejo!  Fue de sorpresa no lo esperaba. El primer golpe fue a la cara, sentí como se nublaba la vista, después vino  el segundo golpe,  fue entre las piernas, sentía como corría piernas abajo la clara y hasta la yema. Como burlándose me dijo, -Diré esto con holgura y atrevimiento y sepan disculparme los presentes.  Compañero, si no quiere quedar ausente lo mejor es la retirada-.   Miren ustedes como éste gaucho sotreta, hijo ‘e una gran siete me enfrentaba. Entonces le dije: La pucha; ¡Que lo parió! Que tiene una lengua que salpica, vamos a ver si pica esta lengua viperina. ¡Si va  prender el fuego, se tiene que poner la carne al asador! y cargué sin dar más güeltas,  con el facón en la mano. El otro me dijo, -Yo no soy gaucho remolón- Y sacó un facón que briyó con la luna, parecía largo y sediento. -Pa’ mí, la tierra me queda chica si alguien se me achica y sale a pitar y por más que se esconda en el bosque más tupido ahí lo sabré encontrar, esto se lo puedo jurar. Yo le dije: ¡Aah! No piense que tengo miedo, ni hace falta ir tan lejo’, aquí me puede encontrar, que a mí naide me hace recular. Lo poco que yo sé, es que, miedo no tengo, manco no soy y no me pienso retirar. Si me cantan flor y truco, digo: ¡Quiero retruco! Me tiró un puntazo que lo esquivé como pude, mientras se arremolinaba el poncho en el brazo. Era rápido que pa’  que les digo, que no le pude dar un chuzazo. Con cada golpe se veía que era más duro que un fortín. Ante el primer amago se movía como una fiera por temor a que lo hiera ¡ha! Malaya no era fácil de vencer éste gaucho matrero. Era gueno en su tanto, pa’ que les voy a mentir. No hallándose sobrado con que le pudiera dar ni siquiera un puntazo. En cada golpe de suerte los dos  miramos la muerte y ansí piliamos tuita la noche. Con los primeros rayos del alba, pude ver a mi bravo compañero, ansi cuenta me di que los dos compartimos el mismo pecho materno. Existe en mi pecho un tormento Que mi razón ve, Por un lado la pasión y no sé porqué, las causas de este atrevimiento. Qué locura saber, que he perdidos los frenos, Y no saber porqué.   Boliado en la razón, Descolado  en  los sentidos,  con ardiente pasión, de pecho, brazo y mano. ¡Qué locura…casi achuro a mi hermano! o pior aún, terminar así, achurado por sus manos. Seguro que si mi mama nos viera Aurita nos dijera: “Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera.”
Mi abuelo
Autor: gonza pedro miguel  244 Lecturas
   El viejo Él: viejo. Ella: mujercita, con toda la ternura obligada, ella no decía nada en la parte mecánica de las cosas. Él pensaba en alcanzar toda la felicidad posible, en esa dicha sin pretensiones, sobre esas formas estilizadas. Según él, acaso sea la única variante posible para gozar despreocupadamente de la vida, a pesar de toda su torpeza o esa tímida cobardía, sin contar que tenía miedo o vergüenza  aun de rozarla, por eso la cubría con un cerco de contemplación, y a la distancia  disfrutaba de ella sin limitaciones, ella parecía bañada de una provisoria soledad, pero esos ojos alegres y conspiradores lo invitaban a soñar, a no sentirse viejo a olvidar las arenas del tiempo. Pero, lo hacían dudar esa aparente poca emoción y creía como probable el arrepentimiento, por un  momento él pensó que era él, dueño de la decisión, pero un fuerte dolor en pecho le hizo pensar que ni siquiera era dueño de sí mismo, ella con una ternura nunca calculada le hace olvidarse de todo, en ese momento se  vuelve un idiota, la carita, esos ojos  poseen una inocencia  brutal, y lo hacen dudar. Quiere, lo intenta pero no puede aguantar por largo rato el optimismo… la tristeza  crónica resulta insoportable. Ella sin inhibiciones se ve molesta y no le agrada  la perspectiva resignada, entonces… se quedaron en silencio sin ningún estímulo intelectual, ni afectivo, solo mirando las manchas en el piso. Él la miraba de algún modo inconsciente como una figura distante, ninguna parte del cuerpo pugnaba por acercarse a ella. Él, las manos entrelazadas entre las piernas esperanzado en la esperanza, esperando. ¿Esperando qué? Mientras  ella que estaba ahí totalmente dispuesta. Piensa él: En un momento así sólo queda refugiarse en la angustia. Intentó pedirle perdón por ese cuerpo que ya no me respondía,   pero pensó eso tampoco sería un éxito. Pensó en esa esperanza sin mañana, con  esa  fuerza casi estacionaria sin vacilación, una esperanza puesta en una fe bastante insípida diría él, que como un convidado de piedra solo aumenta el peso del pesimismo, remarcadas por las  tediosas lamentaciones de ella, él mira lo que es y casi preferiría no contarte lo que fue,  aquella esperanza frustrada. 
El viejo
Autor: gonza pedro miguel  241 Lecturas
  Ella y yo Ella, aquí a mi lado, quizás por la poesía, y contra toda apariencia, y a pesar de la diferencia, juntos en el interés por estas cosa, pero aun así  enfrentaba mi inquietud o temor   convencido de su belleza. Jugando en la alfombra. En ella   todo parecía fresco, espontaneo. En su rostro había una alegría y una emoción indestructible. En la relación  llegamos a un punto donde las posibilidades se bifurcan y yo dudaba ¿Y si mis versos fallan en su efecto?  ¿Y si toda esta ternura no alcanza? Me conformó su mirada y yo lo saboreé tiernamente, entonces fueron   a la caza  mis versos y en la letra el alma y el cuerpo con ese íntimo deseo de vencer ese cuerpo tangible, en ese recorrido palmo a palmo para poner al día el retrato del otro sin habernos perdido ningún detalle del cambio, donde  cada uno toma nota dejando afuera el mundo, los otros. Primero  tendemos a mirarnos  sin saber qué hacer con el silencio del otro y   ella, con esa forma académica de decir las cosas y ese toque intelectual abre el camino, y yo, preparándome para entrar en esa zona inédita de su cuerpo, y mis  brazos que saben hacer su mandato, sobre ese cuerpo que al principio  se brinda con una confianza cautelosa, en cada beso, en cada abrazo se hacía ella literalmente más vulnerable  en esa transición hacia la dicha segura, donde se agudizan nuestros sentidos. Con los ojos cerrados entraba en esa convicción de su figura espigada, le decía yo: una vez más quiero mirarte, con estos ojos que vuelven a desearte  y otra vez cerrar los ojos y tenerte, mientras ella reía de mi locura. Mi pluma con toda su potencia en el acecho, sonríe y  no puede callarse todo el rítmico  balanceo, mientras mis manos vuelcan sus sentimientos en ese juego de las afinidades y las conexiones profundas, a pesar del pudor y la vergüenza quiero decirlo todo, no quiero callarme nada hasta descubrir la instantánea revelación, esa que en el amor es la única religión  posible: Esta  adoración. Rodeado de su olor de su deseo vigente sólo para mí, y ahora juntos en esta espontanea coincidencia donde sólo nos conmueve lo inmediato y dejamos fuera el mundo.
Ella y yo
Autor: gonza pedro miguel  235 Lecturas
Mi prima             El otro día vino mi prima  a verme por un problema que tenía, llegó muy  nerviosa dijo, ─tengo un bardo que no te lo imaginas, te lo cuento, pero necesito que    no se lo comentes  a nadie, pero  a nadie ¿me oíste? necesito que seas una tumba, prométeme  que no se lo vas a contar a nadie─. Rogaba mientras movía la mano apuntándome con el dedo ─¡He! mirá que me muero si alguien más se entera, por eso,  antes  quiero que  jures, no como esos juramentos que son falsos y hechos a la ligera, no, necesito que jures  por lo que más quieras, por tu mamá o mejor aún  por tus hijos... sí, hacelo por tus hijos-. Bueno... vos sabes que yo detesto jurar, pero le prometí que guardaría con mi vida ese  secreto, bajo siete llaves, y que, para que se quede más tranquila arrojaría las llaves al fondo del abismo del olvido, desde donde, nunca jamás persona alguna podrá recuperar ese recuerdo, quedará perdido allí junto con otros tantos secretos olvidados que me fueron contados y de los cuales ya no tengo memoria, y que, para mí son como si nunca hubieran existido. Si ya sé, no quedó muy convencida con lo que le dije, pero al final cedió y fue más fuerte su necesidad de contar lo que tanto le preocupaba, que su temor a que todos se enterarán. Igual antes de comenzar a contarme volvió a rogarme y a suplicarme que no dijera una palabra a nadie,  de lo que iba a decirme y otra vez la misma ceremonia de la promesa, para que largara el rollo. Ahora bien, yo te lo cuento a vos... Si ya sé, te estarás preguntando  ¿Y la promesa?  ¿Y las siete llaves?  ¿Y el abismo? Pensarás que no tengo palabra, pero vos sos mí amigo y me vas a entender. Lo que pasa, son dos cosas, primero…sé que en un par de meses todo va a quedar al descubierto, porque va ha ser imposible ocultarlo, con lo cual no tiene sentido guardar el secreto y en  segundo lugar, porque no puedo callar más éste secreto, y  bueno, si... si soy un poco chusma, que le voy hacer, por eso,  te pido que lo guardes sólo por un tiempo, por lo menos hasta que todo se sepa. Bueno, si estás de acuerdo te lo cuento...bien…hay va. Mi prima me dijo con cara angustiada. -­La semana que viene me caso con Juan Alberto-. Yo le dije, pero cuál es el problema si hace ocho años que estás de novio con él ya era hora que te casaras. Yo no alcanzo comprender la raíz del problema. Y si no lo  queres, no te casas y listo. -Eso es verdad-, me dijo, -pero yo lo quiero y me quiero casar con él, lo que pasó es que lo engañé con mi jefe y tuve relaciones sexuales con él-. Juan Alberto ¿lo sabe? Le pregunte, me contestó que de esto no sabe nada, pero entonces ¡he! che, no es para tanto, le dije, una canita al aire  se la tira cualquiera, no es para estar así de  amargada, pensá un poco, fue sólo una despedida de soltera. -No entendes  nada- me dijo, -no fue una vez, fueron ocho veces-, entonces le dije, menos mal que lo querías mucho a Juan Alberto. Pero  bueno, la cosa ya está, y no es posible cambiar lo sucedido, y si a Juan Alberto, lo querés como bien decís  y  de esto  él no tiene ni la menor idea, para el caso es lo mismo  que el engaño  haya sido una vez o varias, te casas con Juan Alberto y cortas con tu jefe y se acabó el problema. Fue entonces cuando me confesó, -Estoy embarazada-, me dijo -y el bebé no es de Juan Alberto, es de mi jefe´-. No podía cree lo que escuchaba, pero... me dije, Si lo pienso  bien el problema no es tan grave. Vos fíjate. El novio no sabe que lo engañaron, por lo tanto no sabe que ella está embarazada. No sería la primera, ni última vez que alguien reconozca un hijo como propio cuando no lo es. Entonces le dije a mi prima. No hay ningún problema. La semana que viene te casas con Juan Alberto, en un mes le confesas que estás embarazada y que él se haga cargo del bebé y listo, como va a nacer un tiempo antes le decimos que es un bebé prematuro, con eso resolvemos el problema de los nueve meses y en cuanto, al parecido buscamos algún abuelo o abuela, tía o tío que dé con las características del bebé. No va faltar alguno que diga se parece al tío  pepe, por nombrar alguno y se acabó el problema. (Recuerdo que una situación similar lo vi en una telenovela  colombiana)   Todo esto yo lo decía con aire de victoria  triunfal, mientras pensaba: No te equivocaste en venir a verme. Ahora tu problema está resuelto, parecía una situación más complicada y no lo era tanto. Todo este discurso mi prima lo escuchó con  lo la mirada perdida,  cuando terminé  de sus ojos rojos  brotó una bronca escondida, y me dijo, mi jefe es oriental.  
Mi prima
Autor: gonza pedro miguel  235 Lecturas
La vida y la muerte de la palabra Pesada es la coraza de una idea que muere, que surge de una entraña de recitadas letras muerta para nacer fallecida al mundo de los versos muertos. Según sea el pensamiento, órgano responsable de los sueños,  tendrá una muerte eterna, o bien,  si fueron buenos sus sueños de metáforas, renacerá. Un dios muy antiguo, que está  presente en la puerta de los  texto, le dará  vida,  es el guardián de las palabras vivas, que por su voluntad nacen y mueren las palabras, este es un dios que nació cuando nacieron las ideas, él creó las primeras palabras que fueron fundidas con el alma poeta, fue así como palabra y pensamiento nacieron en un mismo parto; la palabra implica el pensamiento y no pueden existir pensamientos sin palabras, sólo pueden existir como un  puro deseo, pero sólo antes de que este antiquísimo  dios les dé esencia. Existe un templo funerario del mundo de los léxicos muertos. A la entrada del templo, un gran salón, con un altar y  entre la gran puerta y el altar existe una balanza.  Allí  una remota divinidad del cielo de los sueños  pesará la letra muerta y lo colocará en el panteón de las oraciones evocadas. Si su ayer fue fértil,  si su realidad fue fluida, y su lógica coherente con su exclamación plena: Volverá a nacer en la  mente de algún poeta o maestro de la palabra;  pero si no está de acuerdo con el arte expresivo  del alma poeta: Quedará perdida y decadente. Entonces a la palabra muerta poco a poco se le irá desvaneciendo, desintegrando hasta convertirla en un deseo, o sentimiento primigenio o pensamiento liberado; desgarrado de toda voz. Un puro anhelo, sin existencia viva. Será entonces que se le irán     agregando nuevos nexos, los que trasmutarán creando un nuevo término, que desde el mundo subterráneo del subconsciente poético. Crecerá y se desarrollará en la entraña efervescente del  alma  poeta. El alma poeta es una fuerza creativa, una energía que le da sentido y coherencia a todo lo que existe y es. Es lenguaje, el alma pura, que está en la base de la materia, es la voz de la materia, es la justicia y el orden cósmico, son la causa, la razón y el entendimiento fundidos en el alma poeta. Cada partícula del universo está infundida de esta esencia, el hombre puede conocer porque participa de esta esencia, por eso el hombre es deseo, razón y palabra, es decir, el hombre es poeta.

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