Ubicada en el espacio que acotan las líneas negras, marcadas cuál texto de un insufrible Beckett, te aguardo observando el ancho mar, el cielo dulce que se acuesta con ternura. En el espacio reducido a una mínima expresión, donde no cabe nada más que un suspiro y una sombra leve de espanto, fabrico el tiempo futuro que vamos a descontruir entre los dos. Le doy colores de flor a cada una de las normas de las cuales me nutro para cuando contigo comparta lo no escrito en materia de dolor, goces y tiempos áureos. Sé que no existes, que en ningún tránsito te hallas, que ni siquiera te he inventado. Eres la materia de un agujero, la blanca palidez existente entre líneas del texto que relato para mis ojos que necesitan verme entre las letras, cuál una chica de la Costa Azul que paseara entre hileras de verdes viñedos. Mis normas se hacen y deshacen como reguerones de agua, se forman y transforman como las nubes del cielo: Siempre surjo tormenta inhóspita sobre mí. Y en la madrugada, llena de humedad, supurando tristeza, es cuando logro dormir completamente vencida, cansada de tanto pulirme, buscando hacer una obra perfecta en los cuartos sellados de mi cerebro y que nadie pueda ni tan solo imaginar. Esas son mis normas, para ti, el que vendrá detrás de mí.