El rey nocturno estaba muy preocupado. La aurora se agotaría pronto y no había rastros de la princesa del crepúsculo. Enamorada como estaba del amanecer quería presenciarlo aunque eso representara su desaparición indeterminada. Su reino no era de este mundo, se encontraba en la luna, escondido dentro de un cráter estaba el castillo celestial. Debido a ello desconocían muchas cuestiones humanas que en poco o nada interesaban a los reguladores de los astros. Sin embargo muy en su interior sabía que no eran ajenos a los sentimientos de la raza humana, tan es así que la princesa no regresaba y el tiempo lo consumía en ansiedad.
 
La función del rey era sencilla, velar por el perpetuo movimiento de la luna alrededor del planeta tierra, la función de la princesa, simplemente salir antes del sol en el amanecer y después del sol en el atardecer. Así había sido por millones de eones, desde antes que siquiera existiera vida humana (o cualquier otro tipo de vida inteligente) en la tierra. Esa obsesión de la princesa por presenciar al sol en magnitud dejaba desolado a todos los cortesanos del castillo de los cielos. –Nuestro reino no es de este mundo ni dimensión, deberíamos dejar esta farsa y retirarnos al descaso que representa el exilio- se decía el rey para sus adentros cuando vislumbró la silueta de su hija en el horizonte aquella mañana.
 
El sol estaba saliendo. El soberano le tenía un miedo inexplicable al astro rey, no quería dar un solo paso al frente, pese a ser su hija quien estaba huyendo y viendo arriesgada su vida. Ordenó a los caballeros supernova la recogieran. Prestos, los seres recios pero de facciones delicadas volaron hacia ella, solo que fueron consumidos por la conjunción de los rayos de sol combinados con la presencia de la princesa. El rey temeroso envió al duque Eclipse para que recuperara a lo más valioso que tenía en su vida.  El duque se trasladó corriendo aprovechando la estancia de las sombras emanadas por el rey, solo que al quedar en el punto medio entre el sol y el soberano, Eclipse se desvaneció. Al parecer no quedaba esperanza, aunque los caballeros supernova y el duque Eclipse habían desaparecido, el rey sabía que regresarían con la noche, esa no era la preocupación mayor, lo que realmente lo consternaba era que la princesa se consumiese por el sol, lo que provocaría que dejara de existir crepúsculo definitivamente, y traería como consecuencia cambios bruscos en el día y la noche, afectando negativamente la vida en el planeta tierra y la eventual destrucción de la luna.
 
Pareciera que no le quedaba otra opción que arriesgar su propia integridad en pro de la conservación de lo que más amaba en el mundo, cuando de repente la princesa tropezó, cayó de bruces al suelo. Esto precipitó la inmediatez en el avance del sol, se había enamorado de la princesa y no podía concebir ya una vida sin ella. Quería consumirla en llamas, como también los seres humanos quieren consumirse y fundirse con su ser amado. Pero ahora la princesa temía, no tenía idea de que un poco de seducción pondría de esa forma al Rey Sol. Entonces pasó lo que nadie en el castillo celestial se pudo haber imaginado, el Rey Nocturno se transformó en estrella y fue por su princesa hija adorada. Llegó hacía ella a la velocidad de la luz y la regresó al castillo con la misma rapidez. El Rey Sol, furibundo dejó ver las manchas que adornaban su rostro y maldijo al rey de la noche: ya nadie más podría salir mientras su presencia adornara el lado opuesto de la luna, la cual perdería su resplandor y sólo reflejaría el iridiscente rayo de luz que desde el centro del sistema solar alcanzase a llegar, además…
 
Y la pequeña niña despertó entusiasmada y a la vez en estado de preocupación. Su sueño esta vez había sido tan vívido, no podía creer todo lo que había pasado. Se levantó de su cama como quien recuerda un compromiso importante, se dirigió a la ventana y observó, observó una luna con un esplendor tenue, casi como un reflejo.