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¿Se acuerdan, los más longevos, de la canción de los argentinos Roberto Rufino y Elizardo Martínez Vilas, interpretada por Alfredo de Angelis? Quitate el rouge de los labios, que no me marque su sello... estoy herido de agraviosy ese rouge es un veneno.Se trata de una protesta de un marido a una esposa que cambió desde aquél sí de aquellos años idos, tal vez prematuro. "¡Aaay sí...!" Me dirá más de algún entusiasta de mis queridos lectores... "... linda canción"... y yo le responderé que sí, efectivamente se trata de una famosa canción argentina, pero que no voy a hablar de ella en este artículo, sino que me voy a aprovechar del título para entrar en el tema que me inspira hoy: los cambios a que estamos siendo sometidos sin que nos demos cuenta en nuestra vida cotidiana. En lo principal, nos vamos a referir a la nueva modalidad comercial que se está implantando y a la que nos están obligando las nuevas técnicas de publicidad y venta de todo tipo de artículos. Para nadie es un misterio el que hoy, cuando entramos a una tienda de retail como Falabella o París en nuestro país, cada vez encontramos menos dependientes que nos atiendan. Hace muchos años, cuando un comprador llegaba, se encontraba con varios vendedores que casi le atacaban para ofrecer y ayudar en su compra. Sastrería, electrodomésticos, ropa femenina, etc. y la compra, aunque a veces uno se sentía algo presionado, resultaba grata; se hacían y se nos respondían preguntas, se nos mostraban alternativas, haciendo de la compra un acto cómodo y agradable. Hoy no existe forma de hacer consultas, no hay personal que atienda y si lo hay, se encuentra ocupado en menesteres que les han asignado y que son distintos de la atención al cliente. Costo mínimo de personal... "que el cliente, de alguna manera va a solucionar su problema", dijeron. "Para eso tenemos la página web... que se informen ahí".   Entonces, obligados por el sistema cambiante, nos sentamos frente a un computador a googlear y buscar el producto que necesitamos... y entre montones de aceptaciones de cookies, entre montones de clicks para rechazar ofertas de cosas y páginas que no nos interesan y luego de rechazar una gran cantidad de productos similares pero de características diferentes, después de muchas tratativas, llegamos por fin a lo que queremos comprar; y grande es nuestra sorpresa (casi sin excepciones) al ver que el precio es bastante más barato que lo que nos imaginábamos. Y partimos raudos a la tienda más a la mano para hacer la soñada y necesitada compra; pero resulta que no lo encontramos, o si lo encontramos, el precio es superior al que nos ofrecieron en la página web... y si llegáramos o llegásemos a encontrar a alguna persona para que nos explique la razón de la diferencia, se nos responde que ese producto a ese precio no está en la tienda, que ese producto a ese precio no se puede comprar en la tienda, que ese producto a ese precio hay que comprarlo solamente por internet. Aquí, la mente de uno comienza ya a pensar hasta en el asesinato; ¿y si lo busco en la feria mejor? ¿Y si no compro ninguna güeá, mejor?... en fin, tras muchas cavilaciones, tal vez lleguemos a la solución de nuestra necesidad. De lo que estoy seguro yo, es de que el proceso de compra no habrá sido para nada agradable ni placentero. Párrafo aparte nos merece la modalidad de compra mediante Mercado Libre. Mercado Libre nació como una alternativa de comercialización entre clientes y pequeños vendedores; hacía de puente entre ambos y funcionaba a entera satisfacción (no sé si los vendedores se sentían satisfechos, tal vez se les explotaba) pero era un sistema que nos dejaba contentos. Hoy, Mercado Libre se ha transformado en un monstruo que ya ha dejado de lado a aquellos sus primeros pequeños vendedores. Ya no hay "pequeños vendedores"; hoy, este monstruo ha devorado a las tiendas de retail y a importadores y comercializadores de todo el espectro trayéndolos cada vez más a vender a través suyo, al extremo que ya ha puesto a disposición de los compradores una más de las tantas alternativas de tarjetas o aplicaciones que esclavizan al comprador, sometiéndolo a sus propios protocolos y obligándolo a pagar por el flete de cosas que se podrían retirar en persona, sin permitir la alternativa de mirar, tocar, oler y saborear lo que uno quiere comprar. Un monstruo... ¿o ya dije monstruo? Otro gran tema, el tema de las cajas de pago en tiendas y supermercados. De nuevo nos encontramos con "costo mínimo de personal para incrementar los márgenes". Y el sufrido y humillado comprante se tiene que armar de paciencia para ser atendido, en colas largas y aburridas. ¿Os imagináis cómo sería la cosa hoy en las cajas si no hubieran inventado el código de barras? ¿Os imagináis a una cajera tipeando en su máquina el precio de cada uno de los productos que lleva un carro de supermercado? Es cosa de recordar no más, porque antes la cosa era así... y no nos dábamos cuenta. Las nuevas tecnologías han permitido estos cambios. Recuerdo que se hablaba de las nuevas tecnologías en términos positivos, diciendo que ellas nos iban a facilitar las cosas. Nada más lejos de la realidad. Hoy, si queremos efectuar un trámite, por ejemplo, en una compañía eléctrica para que nos cambien de ubicación nuestro medidor eléctrico, ya no nos es posible contactarnos por teléfono... ¡Eso no existe, señor!... tiene que entrar a través de nuestra página web... y claves... y número de tarjeta, número de cédula de identidad... y demuéstrenos que no es un robot. Entonces, más vale que nos quedemos tranquilitos enfrente de la tele y que asimilemos tranquilitos las publicidades que nos embuten y, si hay que comprar, mejor que se lo encarguemos a los más jóvenes, que también sufren los mismos problemas, pero que no se dan cuenta porque ellos no han conocido las maneras de antaño. ¡Cómo nos cambia la vida! tomá ese espejo y mirá, vos sos aquella que un día llevé confiado al altar.   Tan tán.
    
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