La lluvia se convierte en una suerte de acupuntura inmisericorde, Y el viento silva como los gritos postreros de un dios encolerizado, Por un mundo abierto, indigno y frenético, Su soplido te golpea las mejillas como las cachetas de una vieja enjuta, Una buida balcánica, frente al desasosiego de un militar hormiga.

  Como monedas lanzadas en el brumoso éter, Nuestras almas deben, por el peso de sus culpas caer Descender a la tierra con la levedad perdida, Para “purgar” los pecados según su condena. Y cuando tres veces hayan gritado ‘mea culpa’ Entonces la Felicidad será tuya. La primera nota no la toca el tentado Aunque es ahí donde surge todo pecado. El portador de Vida y pero también de la desdicha, Sus pecados no siempre son los más sosegados. El zángano, silencioso, y saciador de sus anhelos Peca menos al haber moderado sus deseos. Para el mayor de los pecadores Su posición está elegida Y si tiene suerte Tal vez su alma sea la más favorecida.  

    Aún estando dormido, La pena no puede olvidarse, Cae gota a gota sobre el corazón, Hasta que nuestra desesperación, Contra voluntad, Y sabiduría, Traspasa la gracia ofrecida por dios.