Me despedí de ti como todas las tardes. Te bese la mejilla dulcemente y  nuestras narices se rozaron timidamente, tocándose livianamente, produciéndome una risa nerviosa y callada. Prediciendo lo que sucedería te envié una mirada profunda, tan profunda que veías mis pensamientos en aquel momento. Y sin más que nuestras miradas juntas, nos fundimos un beso, un beso sincero y tímido, solo unidos nuestros labios  sin llegar a mas, probando solamente una fracción de segundo la gloria interna, sintiendo dentro de mi todas las sensaciones conocidas y que nunca se llegaran a comprender. Sintiendo el lento fluir de la sangre de dos cuerpos unidos por el amor verdadero. Y después de una milésima de eternidad placentera, nos separamos, y sin más que decir, te alejaste de mí con una sonrisa mía pegada en tus labios.