A Rita

 
En el corazón de la selva misionera.
Retendrán los pájaros tu voz.
Y en homenaje te dará el cielo,
la despedida postrera
que tu vida mereció.
 
Madre de niños descalzos
a quienes diste calor.
Abnegada maestra,
gracias a ti, la bandera
en el fondo de la patria flameó.
 
Te recibió la selva,
te guardaron las estrellas.
El bosque, su amparo te dio.
El  monte fue él único testigo
de tu abnegada labor.
 
Solo las mariposas,
las aves cantoras
y las frágiles flores de la sierra;
supieron la odisea
de tu vida ejemplar.
 
Desde el fondo mismo de la historia
surge un grito de rebeldía.
Alguien segó tu vida
y  el Monte y Dios, fueron los únicos testigos
del crimen atroz.
 
Repicaron las campanas,
de cientos de escuelas argentinas.
En un día de otoño,
por un tenue sol iluminado;
anunciaban que la oscilante luz de tu vida,
un ingrato había apagado.
 
Pero no manchaste
el blanco cielo de tu pureza.
Quisieron mancillarla
pero sin pensarlo
perdiste la vida antes que honor.
 
Que tenga Dios en su gloria
y el Magisterio en su memoria.
La dúctil, sumisa alma tuya
esa, que en el fondo de la patria
hiciera flamear nuestra enseña.