El escenario está puesto, las luces listas.
El telón esperando ser abierto.
Actor y actriz vistiendo sus trajes de orgullo mal hecho.
El libreto es simple: el cuento repetido y cansado de las despedidas incesantes.
Ella pregunta, él la abraza.
Todo es metódico, casi de recetario de cocina.
Ella ríe, él la besa.
No en uno ni en dos lugares.
Lo tienen todo y se van sin nada.
Desnudos contemplan lo invisibles que son.
La mente intenta fotografiar cada instante, el mínimo detalle.
La memoria no puede fallar,
aunque la escena se repita una semana después.
Ella busca respuestas, él espera el momento.
Cierran los ojos para evitar la verdad.
Hay vacíos que se llenan con espasmos musculares,
la sangre se coagula hasta sofocar el espacio sobrante.
El recinto se contamina de pasado y presente,
exhalando un olor nuevo.
El futuro en un cubo de hielo,
se ve impregnado de absolutos bastardos, temerosos, hipócritas.
La inevitable quietud después de la tempestad de placer
incita a las palabras.
Se escoge el silencio piadoso;
no se desarticula el teatro,
no se enferma el oído.
Él se viste, ella lo observa.
Evitan mirarse, saben que son cómplices.
Finalmente, buscan la sonrisa más pícara que les prometa una semana más.
Otro adiós que no se dice, por lo menos hasta que dure la resaca.